1.
Salgo corriendo de mi apartamento y bajo al garaje, colocándome a última hora el cinturón y sin tiempo para peinar mi corto cabello oscuro. Mi auto espera silencioso en su sitio, ante tanta agitación que me recorre. Oprimo un botón en el pequeño aparato unido a las llaves del auto y las puertas se desbloquean junto con un pequeño pitido emitido por el auto. Entro y me coloco frente al timón. Me limpio el sudor de la frente, intento modular mi respiración e introduzco la llave en la ranura y el auto rápidamente cobra vida. Empiezo a manejar por las vacías calles de la ciudad de Arlington y cruzo el río Potomac, entrando a Washington D.C.
A decir verdad, para ser la capital de los Estados Unidos de América, la ciudad era demasiado pequeña, y más aún si se tenía en cuenta que estaba rodeada por varias ciudades que no son parte del D.C. pero que lo parecen.
Pero, ahora parece mucho más pequeña que antes.
Parece mucho más pequeña por esa pequeña esfera que apareció en el corazón de la ciudad.
Al cruzar el río empiezo a bordear rápidamente el National Mall. Veo los militares apostados cada 2 metros y las brillantes vallas blancas con toques naranjas que bloquean la entrada a cualquier ciudadano.
Recorro la Avenida 14 hasta detenerme en uno de los bloqueos. Uno de los militares parados se acerca y me pide que baje el vidrio. Oprimo el pequeño botón en la puerta y la ventana empieza a descender lentamente.
—Identificación —dice a secas el hombre negro y alto que se aposta frente a mi ventana. Le paso una pequeña tarjeta plastificada blanca. "Joseph Andrews, Investigador, NASA" El hombre revisa una lista impresa en un papel blanco arrugado, asiente levemente y me devuelve la tarjeta—. Siga.
El hombre hace unas señas al compañero que se encuentra a unos metros y él retira una de las vallas, abriendo el camino para que mi auto pueda ingresar al interior del gran domo que oculta el misterio que me ha impedido dormir estos últimos días.
En el puesto de atrás de mi auto, sobre el acolchado de cuero barato están dos cajas de cartón blanco, rezumando de papeles y notitas adhesivas. Hora a hora, se miden las características de Esfera, se imprimen los resultados y se cruzan con los de días y horas anteriores, buscando cambios que nos ayuden a entender la composición, estructura y comportamiento del objeto. Las cajas corresponden al día anterior, el 7 de Enero.
Parqueo mi auto en el césped justo antes de una de las entradas del domo. Ya nadie tiene cuidado al proteger este lugar. Esfera ha hecho que la atención se centre en ella y en nada más. Ya nadie limpia las vidrieras del Smithsonian Museum, nadie cuida la gran estatua de Lincoln, y los jardines están más desarreglados que nunca. Lo único que se ha hecho es implantar este gigante domo de tela y plástico.
La entrada al domo es un semicírculo con dos pares de puertas. La primera es de metal blanco reforzado y la segunda es una puerta normal de vidrio. Desde el exterior no se logra observar nada, por las noches se ven luces recorriendo la superficie del domo, pero es únicamente linternas y reflectores que se encienden para vigilar a Esfera y dar iluminación a las zonas de trabajo.
Apenas cruzo el par de puertas, dos compañeros de investigación me abordan rápidamente. Uno lleva una Tablet y el otro un cuaderno en una mano y un esfero azul en la otra.
—Joseph, que bien que llegas. ¿Si viste esto? —me acerca la tablet y me muestra un vídeo en ella. Hay una mujer bien vestida detrás de una mesa, es un noticiero, y a juzgar por el acento inglés de su voz, intuyo que es australiana.
Hoy, Ray Huller, un pescador del muelle de Perth, ha enviado un vídeo a la estación de televisión con una grabación muy extraña. Lo que de lejos parece una gaviota o un peñasco de hielo, resultó ser una esfera levitando muy cerca de la superficie del mar.
¿Otra Esfera? Lo que faltaba.
La esfera levita sobre la superficie y asciende y desciende al compás de las olas, manteniéndose lo que parece ser a la misma distancia siempre del mar. Muchos han ligado rápidamente esa esfera con la aparecida hace una semana en el National Mall de Washington D.C., y autoridades locales se han dirigido hacia el sitio de avistamiento, con la suerte de encontrar respuestas.
Mis ojos permanecen abiertos como platos ante esta noticia. ¿Otra Esfera? ¿En Australia? Si con una Esfera el mundo ya tenía suficiente ¿Por qué ha de haber aparecido otra?
—¿De cuándo es este vídeo? —pregunto rápidamente.
—Del noticiero de la tarde de hoy.
—¿Cómo así? —pregunto confundido ante la hora del noticiero. Acabo de levantarme apresuradamente y apenas me tomé un café antes de salir. ¿Cómo puede ser ya de tarde? Reviso mi reloj, nueve de la mañana, mi cerebro se confunde aún más.
—Verás. Australia está medio día adelantado en hora. En este momento es de noche allá, la noticia salió en el noticiero de la tarde, es decir, cuando aquí estábamos durmiendo plácidamente.
—Estabas —corrige el otro investigador—, nosotros recibimos el vídeo tan pronto como salió en el canal... A eso de la 1 de la mañana.
Vuelvo a reproducir el vídeo, y lo detengo cuando colocan la grabación del pescador en toda la pantalla. El video tiene una calidad pobre, pero el punto blanco que se va haciendo más grande conforme el pescador se acerca es igual al que tengo a varios metros de mí, flotando también tranquilamente sobre la superficie.
—Por cierto, Joseph, ¿Dónde están los datos de Esfera de ayer? Tengo los de esta madrugada para empezar a cruzar resultados.
Mierda. Los dejé en el auto.
—Voy por ellos —les respondí rápidamente.
Salgo por las puertas que acababa de cruzar mientras el video seguía revoloteando en mi mente. Las preguntas aparecían, se juntaban entre ellas y se dividían, llenando mi mente de turbulencia y sumiéndolo en un caos impresionante. Antes que me dé cuenta, llego a mi auto y casi choco con la puerta del mismo.
Abro la puerta trasera y agarro una de las cajas, la otra la apilo difícilmente y cierro la puerta de mi auto con el pie. Empiezo a caminar hacia el domo, las cajas me bloquean la vista de hacia dónde me dirijo bien o dónde estoy pisando.
Cuando el domo empieza a acercarse más y más, apresuro el paso para llegar más rápido y entregar estos datos. Me acerco hacia el leve brillo del domo, el cual se hace más intenso.
Me detengo abruptamente. El domo no brilla de día, sólo lo hace de noche por los reflectores.
Cuando entiendo que ese brillo no es normal, suelto las cajas y empiezo a correr hacia el domo.
—¿¡Qué sucede!? —entro gritando por la puerta de vidrio reforzado.
—Estaba a punto de irme —dice nervioso el investigador que me mostró el video de la noticia. No he podido aprenderme su nombre en estos días, las raíces hindúes de su nombre me siguen atormentando—, cuando Esfera empezó a emitir un leve brillo, y poco a poco fue creciendo —señala a Esfera, la cual parece una lámpara, solo que esta es mucho más intensa y me obliga a voltear la mirada.
—Crees... —me dice mi otro compañero—. ¿Crees que sea hora de tocarla? Quiero decir, el material ha sido clasificado como un metal, uno desconocido, pero dudo que un metal haga algo.
—No —respondí a secas—. No podemos arriesgarnos a que nos suceda lo mismo que a Alexander.
Observo en sus ojos la pena por la desaparición de nuestro fiel colega. Nadie está seguro si fue por haberla tocado, pero nosotros tres fuimos los que propusimos un muro de cristal entre la esfera y el resto de nosotros.
—Joseph tiene razón —respondió el investigador hindú, ¿Praveet? No. Ese nombre no es—, no podemos arriesgarnos a perder a alguien más. Además, alguien va a tener que viajar a Australia.
La segunda Esfera orbita alrededor mío, como un mal pensamiento que se regocija al ver nuestro desconcierto.
—No lo sé Prakash. Pienso que... si analizamos con el tacto a Esfera, pueda que encontremos algo nuevo.
Niego con la cabeza rotundamente y me acerco a uno de los equipos alrededor de la campana de cristal que rodea Esfera. Es un termómetro a distancia, lo que nos ayuda a medir la temperatura de algún objeto aunque no esté tocando un objeto. Oprimo un botón rojo y dos bombillos se encienden, después de unos segundos, un papelito aparece de una ranura y lo leo.
—20 grados Celsius —recito por lo bajo pensativo—. Aumentó cinco grados.
Observo Esfera con los ojos entrecerrados, "¿Qué secretos escondes?". Ayer revisé todos los datos que teníamos, incluida la extraña señal ultrasónica que recibió el observatorio McKenzie, pero no veía algo que pudiera explicar a Esfera. Es un simple objeto, perfectamente redondo, de una temperatura y diámetro sin importancia y que emitió una señal que recibió un observatorio. ¿Qué de extraño puede haber en una esfera que flota?
—¡Obviamente todo! —grito y golpeo la mesa que tengo frente a mí, todos voltean a verme.
Vuelvo hacia mis compañeros, que están alistándose para retirarse a sus apartamentos o casas donde vivan y alejarse un rato de este domo asfixiante; aunque nunca dejarán de ser orbitados por Esfera, y ahora que son dos...
—Esfera se calentó.
Los dos abren los ojos.
—¿Qué tanto? —pregunta Prakash.
—Unos cinco grados.
—Pienso que deber ser por la luz, algo así como una bombilla incandescente, se calienta cuando se prende —respondió mi otro compañero, el cual desconozco su nombre.
—Debe ser... —me coloco la mano en el mentón, imitando la escultura de Rodin.
—Bueno, mantén un ojo en esa cosa —dijo Prakash señalando lo obvio—, o bueno, ambos y colócate gafas de sol.
Los tres nos reímos ante la ocurrencia, pero es una risa nerviosa y que intenta ocultar, por lo menos en mi caso, el miedo que siento frente al misterioso objeto. Se despiden y salen por el par de puertas del domo, dejándome en el gran domo con otros tres investigadores pegados a sus computadores y el jefe actual de la investigación, sentado en un escritorio de metal, el cual no ha despegado sus ojos de una planilla que tiene en sus manos.
Avanzo hasta un escritorio dispuesto a cruzar los datos que había recolectado el día anterior con los recolectados hoy por Prakash, cuando recuerdo que los papeles están regados en algún punto fuera del domo. Me levanto de mala gana y atravieso el domo hacia las puertas, salgo del complejo y me encuentro con mi otro compañero esperándome afuera.
—Vi los papeles y pensé que los vendrías a buscar —en sus manos tenía las dos cajas con todos los papeles guardados de manera apresurada. Me las pasa y las agarro con mis manos.
—Muchas gracias...
—Harry —responde él, se arregla su poco cabello negro y se despide rápidamente. Lo sigo con los ojos hacia su auto y arranca. Cuando llega al bloqueo con los militares, volteo mi cabeza y vuelvo adentro del domo.
Apenas entro, dejo las cajas en el escritorio y me siento. Abro las tapas y extraigo los papeles, arrugados y doblados seguramente por Harry. Empiezo a ordenarlos según los datos que contiene.
—¡Señor Andrews! —una voz proclama mi nombre, para después perderse en la inmensidad del recinto. Volteo a ver y reconozco la voz y cara del doctor Toller, líder de la investigación después de la desaparición de Alexander.
Pongo los ojos en blanco y me levanto nuevamente de mi asiento. Avanzo hacia el escritorio donde él se encuentra, tiene el cabello blanco, pero no es calvo ni está cerca de serlo. Su bata blanca está arrugada y tiene varias manchas de lo que parece ser café. Sus ojos se han desplazado de la planilla hacia mí, mientras me acerco hacia él.
—¿Sí señor? —respondo con la mayor formalidad que puedo asumir.
—Asumo que usted ya vio el vídeo de la esfera en Australia. Lo observé al llegar y conversar con Prakash y el doctor Harry. Así que he decidido que ustedes tres deberían viajar a Australia.
—A... ¿Australia? ¿Por qué los tres? —digo con la voz entrecortada.
—No es oficial, necesito la aprobación de la comunidad internacional, pero necesitamos a un físico como usted, a un doctor como Harry y a un ingeniero como Prakash pendientes de la nueva esfera.
Trago en seco y la esfera imaginaria que orbita a mí alrededor vuelve a reírse de mi suerte. De tan solo pensar en el día anterior a que Esfera apareciera me llena de emociones que no sé cómo expresar. Mi vida en la NASA sin una misteriosa esfera que flota a un metro con cincuenta centímetros del suelo era mucho más tranquila.
Asiento levemente sin embargo; no puedo contrariar al doctor Toller sin llevarme encima sendas reprimendas y una amenaza de expulsión de la investigación. Toller me invita a iniciar esa noche mis preparativos para el viaje, pero mientras tanto que me concentre en el cruce de datos del día de hoy.
Vuelvo a mi escritorio, con mi mente más azotada por el huracán que antes, ¿viajaré a Australia? El viaje da tanto o más miedo que la esfera que me encontraré ahí. Pienso en la compañía de Prakash y de Harry, pero una amistad que ha sido construida sobre cimientos de telaraña, en una investigación tan rápida y caótica que no nos ha dado el tiempo suficiente para conocernos ni crear una amistad sólida.
Una tarde lluviosa en Arlington, con una taza de té o chocolate en la mano y alguna música instrumental de fondo es mi momento perfecto de la vida. Dicen que la zona de confort es destructiva, que la emoción y la vida en sí están fuera de ella. Ahora mismo pienso en si la vida que encontraré fuera de ella, será la adecuada, la deseada o lo suficientemente grande o importante para merecer lanzarse al agua por ella.
Intento alejar estos pensamientos, dejarlos para más tarde, acumularlos en mi mente para pensar en ellos luego. En cambio, dejo que los números asciendan del papel hasta mis ojos y se acumulen en ellos.
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