32. Me estoy volviendo loco.

Los ensayos para el concierto y la posterior gira se están volviendo bastante pesados. Melania dice que, al ser el vocalista, casi toda la atención se centrará en mí. Por tanto, mi puesta en escena debe ser incluso más llamativa que la del resto de miembros de Musageta. Ella exige que me muestre seguro, animado y profesional. En pocas palabras: perfecto. Algo así como un robot o una experimentada estrella del rock, cosas que no soy.

Lo bueno es que, al estar libre de clases y exámenes, me puedo centrar en lo que más me importa ahora: Averiguar qué es lo que siente Brenda por mí.

Por eso intento pasar mis horas libres con Maia, incluirla en mi rutina diaria y, sobre todo, que los demás me vean con ella. Que Brenda misma nos vea si es posible, o al menos asegurarme de darle a Tadeo motivos para que le comente que pasamos tiempo juntos y que cada vez nos estamos acercando más.

En este momento, Maia y yo nos encontramos en la sala del departamento, tomándonos unos refrescos. Sabemos que Tadeo, Brenda y Stacy estuvieron toda la tarde de compras. Es probable que no tarden demasiado en llegar, por lo que estamos esperándolos.

Bruno pasa por nuestro lado, toma las llaves de su auto del llavero de la entrada y se dispone a abrir la puerta.

—¿Vas a salir? —Le pregunto.

—¿No es obvio? —Ni siquiera se detiene a esperar mi réplica. Nos hace un gesto de despedida con la mano mientras está saliendo, y cierra de nuevo con rapidez.

No parecía que estuviera de mal humor, solo sin ganas de dar explicaciones, como siempre.

—¿Sabes? Yo creo que vamos bien... —comenta Maia, de repente—. Con todo el asunto de Brenda —se explica—. A decir verdad, no podría asegurar que está celosa, pero es evidente que toda su atención se centra en nosotros, cuando nos ve juntos.

Es que Brenda nunca ha dejado de prestarme atención, el problema es que no sé qué es exactamente lo que busca con eso.

—Es orgullosa. Aunque sintiera celos de ti, no lo admitiría.

—No, pero casi me arrancó las manos la otra noche, para que deje de tocarte —recuerda, entre risas.

Rio también, mientras llevo mi bebida a la boca y me refresco con unos tragos. Brenda puede ser muy impredecible y, definitivamente lo fue en ese momento. Incluso me besó la mejilla, algo que es probable que haya hecho sin pensar.

Y me encantó. Me encanta todo en ella.

—Ay, mira cómo sonríes —exclama Maia, cortando mis pensamientos—. Estás muerto por ella.

Me rasco la cabeza, avergonzado, y evito su mirada.

¿Acaso soy tan obvio?

—Necesito recuperarla, pero antes debo saber si es posible —me limito a confesar.

Ella se pone de pie, como si se hubiera inyectado adrenalina, y se sienta delante de mí.

—Entonces, tendremos que tomar medidas drásticas —asegura, emocionándose—. Debemos tramar un plan que la haga caer de una vez. Algo que sea tan impactante que le impida disimular lo que siente por ti.

Suena arriesgado. Y no se me ocurre nada que pueda calzar con ese propósito.

Tampoco puedo concentrarme, debido al barullo que se empieza a escuchar de repente al otro lado de la puerta.

—Han regresado —expreso en voz alta, al caer en cuenta de que se trata de la voz de Stacy y el tintinar de las llaves de Tadeo intentando ingresar en la cerradura.

—¿Es Brenda? —Pregunta Maia, a lo que asiento. Entonces agarra mi muñeca y se levanta de golpe, estirándome hacia un lado—. Ven, rápido —susurra, sin dejar de insistir en sus intentos—. Se me acaba de ocurrir algo.

A pesar de no entender, le sigo el paso a toda prisa y ella me guía hasta mi habitación. Cierra la puerta al tiempo en que se escucha el sonido de la entrada principal al abrirse. Ellos parecen estar cargando varias cosas, por lo que probablemente les tome unos segundos acomodarse.

Maia me hace una seña para que la mire y me habla en voz baja, señalando mi pecho.

—Quítate eso.

—¿Qué? —susurro también, sin entender.

—Voltea, sácate la remera y pásamela —ordena de nuevo, dándome pequeños golpecitos en el brazo, para que me apure—. Vamos.

Le doy la espalda y me paso la remera por encima de los hombros. Estoy a punto de girar de nuevo para pasársela, como me pidió, hasta que veo que tira sobre mi cama el vestido que traía puesto, acompañado de su brasier.

Me quedo helado durante un instante. Ella me saca mi camiseta de las manos y percibo que se la coloca encima.

—¿Qué se supone que estamos haciendo? —Pregunto, aunque su idea empieza a tener sentido en mi cabeza y me pone incómodo.

—Ven, solo sígueme la corriente —me dice.

Abre mi puerta antes de que pueda pensar con claridad. No estoy seguro de qué es lo que pretende, pero Maia toma mi mano y comienza a fingir unas risas, como si yo le hubiera contado un chiste graciosísimo. Hemos caminado dos pasos cuando las miradas de Stacy, Tadeo y Brenda se posan en nosotros.

—Chicos, lo siento, no sabíamos que estaban aquí —Maia hace una perfecta actuación, fingiendo que nos pillaron desprevenidos—. Qué vergüenza que nos vean así, deberíamos habernos vestido —finaliza.

Solo basta un segundo para que la expresión de Brenda se transforme en algo que nunca había visto. No sé si es dolor, enojo o una profunda decepción. Lo cierto es que no me permite confirmarlo. Parpadea repetidas veces, como si se aguantara el llanto, y eso hace que me golpeen las ganas de decirle que todo es mentira. Pero no me da tiempo, al instante voltea y se mueve con tanta imprudencia que le toma un soplido atravesar la puerta principal y desaparecer de nuestra vista.

Demonios, ¡demonios! Acabo de hundirme con esto.

Me muevo lo más rápido que me permite el cuerpo, ingreso a mi habitación de nuevo, tomo una camiseta de mi placar y me la coloco a medida que corro hacia el pasillo, para alcanzarla. El ascensor ya está descendiendo, con ella en este, y no me queda opción más que empezar a bajar las escaleras, saltando los escalones de dos en dos.

Cinco pisos más abajo noto que no se ha detenido en la planta baja, sino en el subsuelo. Apresuro el paso porque eso significa que ha traído el auto de su madre y, una vez que esté dentro de este, no podré alcanzarla y tampoco traje conmigo las llaves de mi camioneta.

No quiero que se vaya sin que me deje explicarle.

Llego un minuto después, con la respiración algo agitada. Busco con la vista el auto de Margaret y lo encuentro a unos metros. Brenda está sentada adentro, pero no ha arrancado el motor. Me acerco con prisa y la veo con la cabeza agachada sobre el volante.

Le doy un suave golpe a la ventanilla y eso hace que se incorpore de un salto. Me mira asustada, primero, pero no tarda en arrugar el entrecejo. Aprieta el botón para bajar el vidrio y, apenas desaparece la división que nos separaba, me reclama:

—¿Qué quieres?

Sus ojos están enrojecidos y ahora mismo parece más molesta que otra cosa.

—Hablar contigo. ¿Puedo subir? —No espero su respuesta, abro la puerta de atrás y me meto al auto. Sé que es capaz de arrancar el motor y salir de ahí sin mí, así que mejor me aseguro de prevenirlo—. ¿Te encuentras bien?

—Lucas, no dije que pudieras venir, bájate.

Agarra el volante con una mano y enciende el vehículo con la otra.

—¿A dónde irás? —insisto.

—No es tu problema.

Gira su cuerpo y abre mi puerta desde adentro, como forzándome a bajar, pero no lo hago.

—Sí lo es... y creo que estás así por mí. —Busco sus ojos a pesar de que ella evade mi mirada—. Dime la verdad, Pulga.

Se está aguantando las ganas de llorar, lo veo en su garganta apretada y el temblor repentino que sueltan sus labios cuando no consigue contenerse. Es solo que es demasiado orgullosa para aceptarlo y estoy seguro de que, por dentro, está haciendo un esfuerzo enorme por reemplazar ese dolor con enojo. Por eso parece que va a clavarme un puñal en cualquier momento.

—Esto no tiene nada que ver contigo —me miente—. Bájate de una vez, me tengo que ir cuanto antes.

—Pulga, en serio necesitamos hablar... —Le coloco una mano en el hombro, pero se hace hacia adelante para que la deje.

—¡Estoy hablando en serio! ¡Bruno puede estar en problemas!

¿Qué? ¿Bruno?

—¿De qué estás hablando? —Cierro de nuevo la puerta que ella abrió y me inclino en el espacio entre ambos asientos, con medio cuerpo adelante. Me quedo muy cerca de su rostro y casi puedo sentir el estrés que tiene encima—. Explícame, por favor.

Ella suelta todo y me empuja con ambas manos. Me dejo caer en el asiento del copiloto y paso mis piernas adelante hasta acomodarme bien, mientras la escucho quejarse.

—Bruno va algunos fines de semana a un bar de mala muerte, donde la última vez lo golpearon. Y podría meterse en problemas de nuevo. —Hace una mueca de reproche y continúa—. Tal vez lo sabrías si te hubieras preocupado un poco más por él, en vez de estar revolcándote con Maia.

Claro, no podía perder la oportunidad de reclamarme por algo que ni siquiera hice en realidad.

—Las cosas no son como estás pensando...

—¡Cállate! —Me interrumpe—. Solo quiero ir por Bruno.

Sin agregar nada más, toma de nuevo el volante y saca el auto de su aparcamiento, resignada a llevarme consigo. Me coloco el cinturón y se lo pongo también a ella al ver que está tan nerviosa que se lo ha olvidado.

Lo que dice tiene sentido, puesto que no hace mucho vi a mi amigo lleno de cicatrices y no quiso decirme a qué se debían.

—¿Es peligroso? —Le pregunto, mientras nos deslizamos sobre la autopista.

—Si tienes miedo, puedes bajarte.

Siempre consigue devolverme el golpe.

—Sabes que no lo tengo, solo quiero estar preparado para lo que podamos encontrar. Y para cuidarte, también —agrego.

—No tienes que cuidarme porque, si ocurre otra pelea, llamaremos a la policía —ordena, tan molesta que sigue incapaz de mirarme—. Ni se te ocurra intervenir.

—Pulga, no esperarás que me quede mirando mientras golpean a mi mejor amigo, ¿verdad?

Ella se encoje de hombros y susurra muy despacio algo que suena parecido a "Por mí, que te pateen el trasero".

Conduce hasta una zona del centro que es bastante deshabitada en la noche. Detiene el auto al costado de una acera y apaga el motor. Me fijo en el fino cartel luminoso que está torcido en el frente del bar. Conozco el sitio. No porque haya estado antes aquí, sino por la mala fama que tiene.

Nos movemos hasta el final de la larga fila de gente que espera para ingresar. Me coloco detrás de ella y me acerco todo lo posible, aprovechando que unos tipos se acaban de ubicar detrás de nosotros.

—No te me pegues tanto —se queja al cabo de un minuto, girando el rostro hacia mí.

—Sabes que me encanta tu perfume. —Le susurro y ella mueve de nuevo la vista hacia el frente, para disimular que sus mejillas se acaban de levantar, ruborizadas. Entonces, bromeo para intentar sacarle una sonrisa—: Si quieres, dejo más espacio entre nosotros para que esos tipos de atrás puedan continuar mirándote el trasero sin obstáculos.

Se cruza de brazos, demostrándome que mis intentos de animarla no sirvieron.

—Deberías callarte y concentrarte en lo que venimos a hacer. Esto es serio —sentencia.

—Tienes razón, es serio. —Me agacho un poco y le dejo un repentino beso en la mejilla, para devolverle el que ella me dio el otro día—. Ya sabes, necesitaremos suerte.

La piel de su brazo se ha erizado y lo disimula frotándose ese lado con una mano, como si tuviera frío. Pero hace calor. O, tal vez, estar tan cerca de ella es lo que me hace sentir así.

Apenas entramos, comenzamos a buscar a Bruno entre la apretada multitud. Me sorprende que mi mejor amigo frecuente un lugar como este y yo no haya tenido idea hasta ahora. Con razón él se muestra tan evasivo cada vez que le pregunto a dónde va o en qué está metido.

Solo espero que no sea nada grave.

Si en la fila me había acercado a Brenda por puro gusto, ahora sí tengo un motivo válido para que nos mantengamos pegados mientras nos abrimos paso entre la gente. Los tipos que están por aquí no parecen tener las mejores intenciones y no permitiré que le pongan una mano encima. La diferencia es que ahora soy yo quien va adelante, para abrir camino, y ella se aferra a mi remera como si pensara que en cualquier momento pudieran separarnos.

Luego de recorrer gran parte del lugar buscando a Bruno, sin éxito, no nos queda opción más que dirigirnos hacia la zona más concurrida. Llegar a la barra resulta una travesía. La gente se empuja con ganas, sedientas de un nuevo trago. Me estoy abriendo paso entre unos cuantos tipos cuando me percato de que casi me doy de bruces contra un sujeto corpulento. Lo peor es que mi amigo está hablando con él.

Volteo a prisa, tomo a Brenda por los hombros y nos aprieto a ambos contra la columna del costado, para evitar que nos vean.

—¿Qué haces? —Se queja ella, debido a mi repentina reacción.

—Shh. Ahí está.

No tiene sentido que la haya hecho callar, puesto que la música que suena es tan fuerte que retumba el lugar. Aun así, ella me obedece y se queda apretujada a mi pecho en silencio. Mi cuerpo la aprisiona contra la columna, y me muevo levemente, acomodándome para resguardarla de las personas que se encuentran a los costados. Ella parece achicarse un poco al notar tanta cercanía. Intenta evadir mis ojos, presa de la vergüenza, pero al estar siendo tapada por mí, no tiene muchas opciones de hacia dónde mirar.

Inclino un poco la cabeza, para no incomodarla demasiado y poder observar a Bruno desde donde estoy.

El sujeto y él parecen estar en una especie de negociación. Lo noto por los gestos que hacen, aunque no entiendo lo que están diciendo, a pesar de la cercanía. Pronto deduzco que el otro no quiere ceder, porque no hace más que negarse entre risas, mientras Bruno insiste.

—Bruno le está pidiendo algo —Le digo a Brenda por lo bajo, para ponerla en contexto ya que ella no puede ver desde donde está—. Pero el otro no quiere dárselo.

Mi mejor amigo saca algo de su bolsillo y se lo pasa envuelto en su puño. Dinero, asumo. Apenas ve el billete, el otro se echa a reír más fuerte. Niega y parece pedirle más, pero esto lo pone en jaque e intenta convencerlo, esta vez más desesperado.

El sujeto que tengo apostado detrás me empuja un poco más fuerte de lo normal contra el cuerpo de Brenda. Volteo para mirarlo mal. Ya tengo suficiente con estar tan pegado a ella, sentir el calor de su cuerpo contra el mío y su respiración cada vez más agitada.

Si no estuviera pendiente de los otros, probablemente hasta habría tenido una erección. No necesito que me lo compliquen más.

Llevo de nuevo la mirada a ella, para asegurarme de que ese empujón no la ha lastimado, y entonces veo que sus ojos están algo rojizos. No deja de observarme en profundidad. De hecho, parece que solo me ha estado observando a mí en todos estos minutos. Se está mordiendo el labio inferior y su pecho sube y baja como si estuviera conteniendo algo, lo cual me da un susto grande.

—Pulga, ¿qué te ocurre?

Solo espero que no se esté quedando sin aire en este lugar tan estrecho.

Ella niega con fuerza, sin contestar. Subo ambas manos y sostengo su rostro, buscando hacerla reaccionar.

—¿Qué tienes? —Insisto—. Háblame.

Sus mejillas están tan rojas que empiezo a pensar que sí necesita salir a tomar aire, hasta que abre la boca.

—Te gusta Maia.

¿Qué? No.

Las lágrimas empiezan a bañar sus mejillas antes de que pueda responder. Sus dedos aferran mi remera y apoya su rostro contra mi pecho, al tiempo en que agrega:

—Te estás enamorando de ella...

Verla así, tan dolida y desanimada me consume. ¿Cómo pude enforcarme tanto en darle celos, sin pensar en que podría hacerle daño?

—No, Pulga, no —me explico, aprisa—. No siento nada por ella. Todo era un engaño, y no nos hemos acostado. —Limpio sus lágrimas y la incito a verme a los ojos. Los suyos están rojos y mojados, pero se han quedado completamente atentos a mis palabras—. Mi amor, tú eres la única a la que quiero —insisto.

La esperanza que parece devolverle la vida me dice mucho más de lo que ella podría decirme con palabras.

—Estoy desesperado, necesito saber qué es lo que sientes por mí —continúo, incapaz de contenerme—. Llevo un tiempo sintiendo que aún me quieres, pero no me dices nada, me apartas. Incluso luego de los besos que nos dimos creí que de a poco te acercarías más a mí, pero solo te alejas. Y ya no sé qué hacer, por eso le pedí a Maia que me ayude a recuperarte. O al menos a entender qué sientes... Y así surgió la idea de darte celos.

Se mantiene pensativa durante unos segundos en los que sus mejillas continúan recibiendo lentos rastros de lágrimas. Parece empezar a calmarse, cuando vuelve a hablar.

—Lucas... Lo que hiciste estuvo mal.

—Lo sé y lo lamento —admito, percibiendo que empieza a trabarse mi garganta—. Me estoy volviendo loco. Tengo miedo de no poder recuperarte y actué sin pensar... No tengo nada con Maia. ¿Me crees?

Se limpia las lágrimas y asiente con seguridad. Se ve tan satisfecha que incluso suelta una sonrisa llena de ilusión. Y no espero un segundo más, me acerco hasta juntar mis labios con los suyos y comerla a besos.

Sus manos se aferran con mayor ímpetu a la tela de mi ropa, a medida que ella también va profundizando nuestra cercanía. No me ha apartado y eso me impulsa a hacerlo con más ganas. Sostengo su rostro con una mano y comienzo a hundir mi lengua dentro de su boca, saboreándola, deleitándome con el calor que me transmite. Mi mano libre se agarra a su cintura y hace un esfuerzo por atraerla hacia mí, lo cual resulta imposible y frustrante siendo que nuestros cuerpos están pegados. Escabullo mis dedos debajo de su blusa, deslizándolos hacia su espalda y buscando hacerla sentir mis caricias. Eso la hace estremecer y abrazar mi cuello con ahínco, sin soltar mis labios más que durante esporádicos instantes que nos sirven para que respiremos lo justo.

Necesito sus besos más que nada. La necesito a ella, ahora. Podría tomarla aquí mismo, sin importarme el mundo.

Y no tarda en apreciar la reacción de mi cuerpo. Me siente. En especial cuando soy plenamente consciente de la forma de sus pechos apretados contra el mío.

—Lucas... —Susurra, bajando un poco sus labios para separarlos de los míos—. No aquí...

Descanso mi mano de nuevo en su cintura y le acaricio el rostro con el dorso de la otra, sin dejar de verla a los ojos, antes de proponerle algo con lo que me arriesgo a que se aparte:

—Duerme conmigo esta noche.

Para mi sorpresa, ella asiente con cierta timidez y tanta ilusión que me hace sonreír. Vuelvo a besarla, lento esta vez. Sin acelerar el ritmo de nuestros labios, a pesar de desearla con locura. Su boca está húmeda de tantos roces contra la mía y su mejilla se siente tibia, suave.

Quiero llevarla de aquí cuanto antes. ¿Por qué tenemos que estar en un sitio como este?

Entonces, como un golpe repentino, mi cerebro vuelve a recordar la razón por la que estamos aquí. Mis ojos se abren y buscan de nuevo a Bruno con la mirada, pero ya no está allí.

—Mierda —expreso, al soltar los labios de Brenda—. Se ha ido.

—¿De qué hablas? —Ella voltea entre mis brazos, intentando ver.

—Bruno ya no está.

Salgo de mi escondite, para asegurarme, y no me toma más de unos segundos confirmar que se ha esfumado.

—¡Demonios, Lucas! Sólo tenías un trabajo.

—Trabajo que tú también interrumpiste —le recuerdo, mientras comenzamos a movernos por el sitio, buscándolo.

El sujeto con el que estaba conversando sigue en su sitio, dedicándose a sus cosas, pero no hay señales de mi amigo.

—¿Crees que se haya ido a otro lado? —Brenda me detiene, tomándome del brazo.

—No lo sé. Voy a llamarlo. Vamos.

Agarro su mano y la llevo caminando por los espacios en los que circula menos cantidad de gente, hasta que cruzamos la salida y al fin logramos respirar el aire limpio de la calle.

Desbloqueo mi celular y marco el número de Bruno. Brenda se ubica delante de mí, expectante. La llamada suena al menos tres veces antes de que él conteste.

—¿Qué hay?

La quietud de fondo me hace pensar que ya no se encuentra en el bar.

—Bruno, ¿por dónde andas? —Pregunto, intentando sonar casual.

—Estoy yendo al departamento. ¿Necesitas que lleve algo?

Me alivia saber que no está metido en problemas por ahí, a solas debido a mi distracción. Brenda también sonríe al escucharlo.

—No, no te preocupes —contesto—. Solo quería saber de ti... Hablamos luego.

Él suelta un leve bufido.

—Ni Stacy me controlaba así —se burla, antes de colgar.

Guardo mi celular en el bolsillo y me acerco a Brenda despacio, levantando ambas manos para posarlas en su rostro y poder besarla de nuevo. Ella sonríe de lado y coloca un dedo en mi abdomen de forma delicada, deteniéndome.

—Ya que sabemos que Bruno está bien, ¿podemos alejarnos de este sitio?

—Bueno... —Acepto, resignado a quedarme con las ganas—. Pero me deberás un beso.

Caminamos juntos hasta el auto, ella se acomoda en el asiento del conductor y yo a su lado. A medida que empezamos a circular, la siento tan callada que espero que no se haya arrepentido de haber accedido a quedarse conmigo.

Cuando nos detenemos en un semáforo, sus manos se van directo a su celular y comienza a teclear, bastante ansiosa y un tanto avergonzada.

—Le estoy avisando a Stacy que no podré llevarla a casa y me dice que no me preocupe, porque Tadeo la llevará... —Me explica, aunque no se lo haya pedido.

Llevo una mano a su nuca y le hago suaves masajes con los dedos. Cualquier excusa es válida para sentir su piel, y ella parece disfrutarlo, a pesar de no ser muy obvia al respecto.

Una vez que estamos estacionados en el subsuelo del edificio, se queda unos segundos con la mano sosteniendo la llave en su ranura, como si dudara entre apagar el motor y quedarse... o dejarme.

—Pulga... —Consigo que me mire al hablarle. No veo arrepentimiento en su mirada, pero sí muchas dudas—. ¿Qué es lo que te detiene?

—Tengo miedo de arruinarlo todo —contesta, tan despacio que puedo sentir su dolor.

Y me lo transmite.

Me muero por dormir con ella. Me absorben las ganas de volver a tenerla en mi cama, de volcar en su piel todo este deseo que me quema el cuerpo, pero verla tan insegura con respecto a nosotros es... casi cruel.

—Si quieres, puedes irte —le digo, haciendo un esfuerzo por sacarle de encima ese peso que parece cargar, aunque la parte más egoísta de mi ser se apura en soltar un último intento—: Pero me gustaría que te quedes. Necesito tenerte conmigo esta noche.

Se queda un segundo mirando mis ojos. Tal vez sea la insistencia en mi mirada o la seguridad de mis palabras. Lo cierto es que apaga el motor y se acerca a besar mis labios con sutileza. Es un beso que dura muy poco, pero me hace sonreír.

—Ya no te debo ningún beso. —Me da un toque en la nariz con su dedo, antes de bajarse.

Yo sí vuelvo a besarla unas veces más, mientras subimos en el ascensor. Su actitud ha cambiado bastante, que incluso me los devuelve y no suelta mi mano siquiera cuando me detengo a abrir la puerta de entrada al departamento.

Parece que ella también se ha convencido de hacer de esta una noche única.

Ninguno de los chicos está en la sala cuando ingresamos. Lo cual agradezco, porque lo único que quiero ahora es encerrarme con Brenda.

Ingresamos a mi habitación y lo primero que ella hace es acercarse a la mesita de luz y fijarse en el portarretratos, mientras yo cierro la puerta con llave.

—¿Pensaste que me iba a deshacer de eso? —Le pregunto, aguantando la risa.

Se cruza de brazos y levanta un hombro, avergonzada de sus intensos celos.

—Pues, más te vale que no lo hayas hecho —contraataca.

Me agacho a besarla y ella se aferra a mi cuello, devolviéndome el beso con ansias. La pego a mi cuerpo y empiezo a levantar lentamente su blusa con mis dos manos, rozando su piel al paso y deleitándome con el calor que me transmite. Ella detiene el beso solo durante el segundo que me toma pasar la tela por encima de sus hombros y dejarla caer a un lado. Vuelve a juntar sus labios con los míos, como siendo sobrepasada por la sed de sentir de nuevo mis roces.

Mis manos van a la cremallera de sus jeans y la bajo hasta poder introducir mis dedos en el resquicio, rozando su ropa interior y sacándole un suave gemido. Ella arruga mi remera en sus puños y la jala, pero no consigue sacarla y sus manos van a mis pantalones, los estira hasta dejarlos caer. La incito a subir a la cama, separándonos durante los segundos que me toma terminar de sacarme la ropa, mientras ella se desprende de su brasier y mueve la sábana a un lado, para acomodarse mejor.

Mi respiración comienza a agitarse al pensarme encima suyo. Me carcomen las ganas de fundirme en ella.

Me meto en la cama y la ayudo a sacarse los jeans y la ropa interior debajo de ellos. Hace tanto tiempo que no la veo desnuda que me cuesta contenerme para ir despacio, lo suficiente para disfrutar al máximo de este momento.

Me agacho hasta su abdomen y comienzo a dejarle en la piel suaves besos que la hacen agitarse. Sus manos tiemblan de deseo, lo que me hace enredar mis dedos entre los suyos, al tiempo en que mi boca comienza a descender hasta su vientre.

—Lucas... —Jadea cuando mi boca encuentra su intimidad.

Está húmeda y tibia, tanto que sería imposible negar la forma en que me desea. Así como yo a ella.

No tardo en situar mi lengua sobre su punto más sensible, ese que la vuelve loca. Prosigo estimulando esa zona en movimientos que se van tornando envolventes y percibo cómo se va entregando a mis caricias, con jadeos cada vez más y más notorios. Hasta el momento en que sus dedos se aferran de golpe a mi cabello y jala levemente, mientras la escucho sacudirse de placer.

Volver a tenerla así solo consigue que mis ansias sean más fuertes a cada segundo.

Me incorporo, estirando un brazo hacia el cajón de la mesita de luz, el cual muevo para buscar un preservativo. Brenda parece estar tan deseosa que no se atreve a soltarme un segundo. Se arrima a mí y me besa el cuello, casi mordiéndolo y subiendo enseguida hasta mi oreja, la cual repasa con su lengua, causándome un escalofrío que me hace estremecer.

Beso su boca y vuelvo a su cuerpo apenas alcanzo lo que necesitaba. Nos decantamos en besos durante intensos segundos en los que siento que voy a explotar. Su aroma, su piel, su sabor. Todo lo que persigo hace tiempo y que ahora por fin puedo volver a apreciar.

Se abraza a mi cuello con una mano y con la otra me aprieta el hombro como si quisiera apresarme. Su lengua pasea dentro de mi boca con lentitud, erizando todos mis sentidos.

Rasgo el envoltorio y me coloco el preservativo antes de introducirme en ella con cuidado, intentando no volcar de golpe estas ganas de saciarnos por completo. Contener esta necesidad tan intensa que tengo de ella se está volviendo un suplicio. Me cuesta mucho más por la manera en que suelta tormentosos y delicados gemidos en mi oído, a cada empuje de mis caderas.

Después de esta noche, podrá negar cuantas veces quiera que me desea y que se muere por mí, pero no tendría sentido alguno, porque no está haciendo más que demostrarme lo contrario.

Esto no es algo de un momento, para ella. Es la mezcla del anhelo que tiene de nosotros, sumado a la agonía de haber sentido que podía perderme. No se trata de tenerme hoy, se trata de no dejarme ir.

Y confirmarlo me devuelve todo eso que creí perdido.

Ella se recuesta de espaldas a mi pecho una vez que terminamos. No dice nada, solo acaricia mis brazos que rodean su abdomen y permanecemos así durante los minutos que toma disipar el desaliento.

—Te amo —susurro un momento después, con miedo a su respuesta. O a su falta de esta.

Y continúa en silencio sin otra reacción más que un suspiro que amenaza con hacerme dudar de nuevo.

No, esta vez estoy seguro.

Ella aún me quiere.

—Lucas... —Gira entre mis brazos y me mira a los ojos en la penumbra. Una de sus manos sube a mi cabeza para acariciar mis cabellos—. No quiero que pienses que esto no significa nada para mí. Es solo que... —Vuelve a suspirar.

No sabe qué decirme y se está librando de nuevo en su interior esa batalla en la que lo nuestro siempre sale perdiendo.

Me acerco a su boca y le doy un corto beso, que termina cuando mis labios sueltan de improvisto un maldito temblor.

—¿Cuál es la parte de mí o de nuestra relación que no te llena? —Inquiero, sin poder evitarlo.

Ella niega y sus ojos se enrojecen levemente, como si le doliera mi dolor, más que nada.

—Ya te he dicho que no se trata de eso. —Se arrima a mí y me abraza con ternura—. Eres mucho más de lo que esperaba y no le cambiaría nada a la relación que tuvimos.

Cierro los ojos, respirando con alivio y a la vez sin ser capaz de entender del todo.

—¿Entonces...?

—Entonces deja de pensar que hiciste algo mal —me interrumpe—. El problema no somos nosotros, son las circunstancias.

—¿Qué circunstancias? —Insisto.

Se aparta de nuevo, levemente, y encuentra su mirada con la mía. Su mano se posa sobre mi rostro, sintiendo despacio mi mejilla y las lágrimas que me resulta imposible seguir conteniendo.

Demonios. Se siente horrible llorar delante de ella, pero me supera esta incertidumbre que no termina de torturarme.

—Te amo, Lucas Urriaga —deja salir, de pronto. Limpia mis lágrimas con sus dedos y junta su boca con la mía, buscando calmar mi dolor.

Y sí que me calma escucharla decir eso.

Mi corazón empieza a latir desesperado. La beso con más ganas que nunca, abrazándola con fuerza contra mi pecho. Ella me da varios besos cortos, como si se debatiera entre seguir y dejarlo aquí.

—Lo que necesito es tiempo —me dice, al detenernos—. No porque tenga dudas, sino porque hay... algo... que no me permite estar contigo.

¿Algo? ¿Algo como qué?

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Porque no voy a pedirte que me esperes, Lucas. Jamás sería tan egoísta en hacerte eso —comienza a deslizar sus dedos delicadamente sobre mi pecho desnudo, pensativa—. Sé que verte con Maia y, sobre todo, sentir que te estaba perdiendo, me forzó a dejar de contener lo que siento por ti. Pero, si quieres conocer a otras chicas, o incluso darte una oportunidad con ella, lo entenderé. De hecho, deberías inten...

—Shh —susurro, llevando una mano a su rostro y tocando su labio inferior, para que deje de decir esas cosas—. No quiero estar con nadie que no seas tú y no tengo idea de qué sea lo que tienes que resolver, pero voy a esperarte el tiempo que necesites.

—Eso no sería justo. Además, tampoco sé si podremos estar juntos después, no es algo que dependa de mí...

Está preocupada. Demasiado. No parece ser un problema que pueda sacarse de encima fácilmente y me angustia no poder hacer nada para aliviarla.

—Tampoco depende de ti lo que yo decida hacer —sentencio—. Y voy a esperarte.

No le convence mi respuesta, pero estoy seguro de que, en el fondo, la deja ilusionada.

También a mí, por fin vuelvo a ver una luz de esperanza para nosotros.

Seguiré esforzándome por nuestra relación, sin presionarla, esta vez. Ya no habrá ningún intento por mi parte para acercarnos, le daré el tiempo que necesite para solucionar lo que sea que le impide estar conmigo.

No necesito a nadie más, solo quiero volver a estar con ella.



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No tienen idea de cuánto lamento la demora en actualizar. Estuve pasando por muchas cosas que me alejaron de la escritura por un tiempo. Espero que a pesar de todo hayan disfrutado del capítulo.

¡Las amo! Gracias por tanta paciencia.

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