25. Para aliviar la fiebre

El Estudio Jurídico lleva cerrado desde ayer y permanecerá así hasta mañana, por duelo. Por ese motivo no he ido hoy a trabajar y estoy en casa desde que salí de la universidad.

Mamá me invitó a ver una película, pero rechacé la oferta. No me siento con ánimos para hacer nada. Estoy acostada en la cama y he pasado las últimas horas intentando leer un libro, sin poder concentrarme.

Stacy sale del baño e ingresa a nuestra habitación con una toalla envuelta alrededor de su cuerpo y el cabello mojado.

—¿Vas a salir? —Le pregunto.

—No. Es decir, Ricardo me invitó a ir al cine, pero no quiero dejarte aquí sola, así como te encuentras. Estaba pensando que podríamos llamar a Tadeo y salir por unas malteadas.

Se sienta al borde de la cama y acaricia mi brazo con delicadeza. Sabe que estoy decaída y ella también ha estado intentando distraerme durante toda la tarde.

—No te preocupes, estoy bien —intento tranquilizarla—. De todos modos, no tengo ganas de salir.

—Será solo un momento. Te prometo que no demoraremos más de una hora.

Sé que se preocupa por mí, pero no quiero que cambie sus planes por quedarse a cuidarme. Soy la hermana mayor, después de todo. Normalmente soy yo quien la cuida a ella.

—Solo ve a divertirte —sentencio, acentuando mi petición con una sonrisa, para persuadirla.

No parece muy convencida. Dedica los siguientes minutos a secar su cabello y, como no he cambiado de opinión una vez que acaba, se resigna a llamar a Ricardo y aceptar su invitación. Luego revisa entre los vestidos de su placar, buscando qué ponerse.

La verdad es que no me encanta que salga con él, porque se nota que solo está forzándose a ella misma a olvidarse de Bruno. Aunque no quiera aceptarlo, para mí es notoria la diferencia cuando sale con este último, pues se arregla con muchas más ganas y una sonrisa, cosa que no ocurre cuando se trata de otro chico.

El timbre suena mientras ella se está vistiendo y, como sé que mamá está viendo una película y Eric ya se fue al bar, no me queda opción más que levantarme de la cama y bajar hasta la entrada, para ver quién viene.

Llevo puesto un pantalón corto desgastado, una remera sin forma de esas que llegan hasta el muslo, y alpargatas. No es el atuendo ideal para recibir visitas, pero después de todo, estoy en mi casa.

Bruno levanta una ceja cuando me ve en la entrada, vistiendo ridículamente, y hace un pequeño bufido de burla.

—Hola, tonto —lo saludo.

—Hola, Brenda. —Hace énfasis en mi nombre, como si eso lo hiciera ver más maduro—. Vengo a ver a Stacy.

—¿Brenda? ¿Ya no soy "pulgosa"? Eso significa que te caigo bien —Me burlo, con cierta malicia.

La verdad es que ver a Bruno aquí me levanta un poco el ánimo, a pesar de que me da algo de vergüenza haberle llamado la noche anterior a llorar por el miedo que me dio ver a Lucas sentado al borde de la terraza con la lluvia y el viento soplando tan fuerte.

—Significa que has subido un peldaño en mi escala de aguantarte, no que has salido de ella —se defiende—. Ahora déjame pasar.

Entonces recuerdo que mi hermana saldrá con Ricardo y dudo durante un instante.

—Es que Stacy ya tiene planes para esta noche, no creo que pueda verte...

—¿Planes? ¿Con quién? —Parece leer en mi expresión que no se lo voy a contar y, de hecho, estoy por decirle que es algo que debería preguntarle a ella, cuando prosigue—: Va a salir con alguno de esos tipos. ¡Qué mierda!

—No lo sé —miento, no puedo exponer a mi hermana así—. De todos modos, eso es algo que tú aceptaste. No puedes quejarte ahora.

Él se recuesta contra el marco de la puerta y exhala un suspiro de frustración.

—No puedo exigirle demasiado luego del daño que le hice. Y también... pensé que al estar conmigo no necesitaría ver a nadie más... soy un estúpido.

—En eso último estamos de acuerdo —lo regaño—. Porque lo único que has conseguido con esto es que ella crea que no la tomas en serio y que estás bien así. Deberías decirle la verdad y no aceptar menos de lo que ustedes dos merecen: Es decir, un noviazgo real, libre de mentiras de una vez por todas.

Él se cubre el rostro con ambas manos. Debe saber que tengo razón, pero parece sentir miedo y no tardo en entenderlo.

—No quiero perderla de nuevo —susurra, lleno de inseguridades—. Cualquier cosa es mejor que eso.

Se equivoca. Sin importar las circunstancias, nadie debe aceptar un amor a medias.

Pero supongo que él no lo entenderá por mucho que se lo diga, es algo que debe aprender por sí mismo.

—¿Bruno? ¿Qué haces aquí? —Stacy ha bajado las escaleras y viene a nuestro encuentro.

—Vine a verte, pero ya sé que vas a salir —contesta él, sin poder disimular su molestia—. Nos vemos otro día.

—No, espera. Podemos salir a comer algo —le responde, para mi sorpresa.

Los dos la miramos con confusión. Ella toma su mano y lo invita a entrar, con una acentuada sonrisa. Le da un beso en la boca apenas cruza la puerta y él se lo devuelve, lleno de esperanzas.

—¿Estás segura?

—Sí, los planes que tenía se han cancelado —confirma. Enseguida nota que no entiendo nada, seguramente por la expresión de desconcierto que debo estar mostrando mientras cierro el acceso a la casa. Ella se mueve hasta la sala y le abre la puerta—. Espérame adentro un momento, tengo que hablar con Brenda de algo importante —le pide con dulzura.

Él asiente, se despide de mí levantando una mano y se pierde de vista. Stacy cierra a su paso y se gira de nuevo a mi encuentro.

—Solo le pedí un minuto para llamar a Ricardo —me explica por lo bajo—. Le diré que no venga a buscarme.

—Espera —la detengo, tomando su muñeca y acercándome lo suficiente para que no nos escuche el otro—. ¿Vas a cancelarlo para estar con Bruno?

Por algún motivo, esto me pone contenta.

Ella asiente y sus mejillas se tornan rosadas, parece avergonzarse por mi conclusión.

—Soy una tonta, lo sé —se lamenta—. No debería hacerlo, tendría que darles a todos el mismo trato, pero...

—Pero a él lo amas —le doy un beso en la mejilla, sin disimular mi satisfacción—. No lo pienses tanto y solo aprovecha que lo tienes contigo. Yo también debo ir a ver a alguien.

—¿A Lucas? —Pregunta con picardía.

Asiento y eso le hace soltar un disimulado gritito, voltea sobre sus pies y se dirige arriba, para hacer esa llamada.

Me muevo rápido por las escaleras, me cambio de ropa a toda prisa y le pido permiso a mamá para llevar su vehículo. Ella está tan concentrada en la película que ni siquiera me pregunta a dónde iré, solo asiente repetitivamente y me pide que me cuide al manejar, porque el asfalto sigue un tanto húmedo debido a las lluvias.

Una vez que estoy de nuevo abajo, me acerco a la sala para preguntarle a Bruno si Lucas se encuentra mejor hoy, pero me detengo a medio abrir de la puerta cuando escucho que está hablando.

—¿Qué tan peligroso crees que sea? —Me enfoco por completo en su voz, para intentar entender, y enseguida capto que está hablando por teléfono. Stacy no parece estar ahí—. No importa, de todos modos, voy a ir. Tendré que arriesgarme por esto, no tengo opción. —Se queda en silencio un momento y, cuando parece escuchar todo lo que el otro le dice, contesta—. Sí, generalmente están ahí los sábados. Está bien, te veo a las once y media. Adiós.

Vuelvo a cerrar la puerta con cuidado, para que no se percate de que estuve escuchando. Mi hermana baja las escaleras y me despido de ella, disimulando mi desconcierto y todas las preguntas que esa conversación trajo a mi cabeza.

¿Con quién irá a encontrarse Bruno y por qué está metiéndose en algo peligroso?

Lo único seguro en todo esto, es que lo averiguaré el sábado a las once y media.

Conduzco hasta el departamento de los chicos, con la intención de ver a Lucas. Apenas me encuentro apostada delante de la puerta de ingreso, tomo mi celular y le hago una llamada a Tadeo.

Él no tarda en contestar y le pido que me abra la puerta, pero se excusa en susurros, algo nervioso:

—Es que no estoy en casa, ¿podrías llamar a otro de los chicos?

—¿En dónde estás? —Le pregunto, curiosa.

—Eh... Salí con un amigo.

¿Amigo?

—¿Con quién? —Insisto, para saber si se trata de una cita.

—Brenda, hablamos más tarde, ¿sí? —se impone entre risas que suelta en voz baja.

Podría jurar que alguien más ha reído a su lado.

—¡Estás en una cita! ¿Por qué no me has dicho nada?

—No es nada de eso, luego te cuento —me regaña.

Lo dejo ir y prosigo a llamar a Lucas. Su celular suena unas cuantas veces, de hecho, lo escucho sonar en la sala, pero no me atiende. Golpeo la puerta y nada, por lo que llamo a Francis.

—¿Quién es? —Me responde molesta la voz de Samantha.

—Soy Brenda.

—¿Brenda... Allen? —Inquiere. Ahora se muestra sorprendida y avergonzada debido a su arrebato.

—Claro, ¿quién más?

La voz de Francis se escucha de fondo.

—¿Ves que no era ninguna mujer, mi vida? No tienes que ponerte celosa.

—¿Quién dijo que estoy celosa? —se queja ella y yo ruedo los ojos—. Solo quería saludar a mi amiga.

Y luego yo soy la celosa exagerada.

—Chicos, necesito que me abran la puerta del departamento, estoy afuera —Me apresuro en cortar la discusión que parecen haber iniciado, aunque, más bien, suenan a regaños por parte de Sam.

—Lo siento, Brenda, no estamos ahí, llama a Lucas o a otro —responde ella, así que no me queda opción más que cortar la llamada.

Estoy al menos cinco minutos más llamando al celular de Lucas y tocando el timbre. Si no fuera porque no paro de escuchar su tono de llamada en la sala, pensaría que él también ha salido, al igual que todos.

No voy a darme por vencida y comienzo a preocuparme cuando pasa un tiempo más y él no me abre.

¿Estará bien?

Toco el timbre como una loca desquiciada. Espero no molestar a Diego, aunque la luz de su departamento está apagada, por lo que probablemente él tampoco se encuentre en el edificio.

—¡Ya voy! ¡Ya voy!

Al fin escucho la voz de Lucas aproximarse y se suma el sonido del giro de la llave en la cerradura. Él abre la puerta y me mira como si hubiera perdido la cabeza. Diría que me siento aliviada al verlo, pero no es así, porque luce terrible. Está despeinado, apenas abre los ojos y sus ojeras se marcan por debajo de estos. Lleva puesta una remera vieja y unos pantalones de dormir, tan temprano.

—Pulga, ¿qué ocurre? ¿Quieres alertar a todo el vecindario?

Me mata de amor que haya vuelto a llamarme así, luego de haberme tratado con indiferencia durante tanto tiempo.

Ingreso y cierro la puerta tras de mí, mientras él se ataja la cabeza con una mano, como si le estuviera doliendo.

—Lo siento, es que llevo como media hora afuera —me excuso, exagerando un tanto—. ¿Te ocurre algo?

—Estaba en la sala de ensayos, por eso no te oí.

No parece sentirse lo suficientemente bien como para haber estado ensayando. Giro sobre mis pies y me fijo mejor en su rostro. Bajo la luz de la sala, puedo notar que su nariz está roja y que se ve incluso peor de lo que me había parecido desde afuera. Casi tan vulnerable como lo encontré anoche.

—¿Te sientes mal? ¿Estabas... llorando?

—No, quise distraerme con algo, así que fui a ejecutar algunos acordes, pero me quedé dormido en el suelo. —Se sienta en el sofá y se deja caer hacia atrás, cubriéndose los ojos con una mano y recostándose por completo en los asientos—. Creo que me he resfriado anoche, eso es todo.

Por supuesto, quién sabe cuánto tiempo estuvo mojándose en la terraza antes de que yo llegara.

Es un tonto y verlo así solo me provoca cuidarlo.

Me siento al borde del sofá y le coloco una mano en la frente. Está muy caliente, así que la bajo hasta su cuello y confirmo que sí, debe tener fiebre.

—¿Te tomaste la temperatura?

—No —contesta—. No creí que fuera necesario.

—Pues te la tomaré ahora.

Me levanto de nuevo y me muevo hasta el estante grande que hay a un lado. Estoy segura de que Tadeo había preparado un botiquín de primeros auxilios cuando se mudaron aquí. Recuerdo que me dijo que, si él no lo hacía, nadie más lo haría. Y tenía razón.

—No es necesario, estoy bien —Lucas intenta que me detenga.

Terco. Siempre terco.

Vuelvo al cabo de unos segundos, con el termómetro en la mano, unas pastillas para la fiebre y un vaso con agua. Entreabre los ojos cuando me siente aproximarme y sonríe al ver que me agacho hasta él.

—¿Vas a ser mi enfermera esta noche?

Mis mejillas se calientan y no puedo evitar sonreír también.

—Sabes que siempre voy a cuidarte. —Introduzco el termómetro en su boca, para que se calle, y le acaricio el cabello mientras esperamos que anuncie su final: 38.9°—. Tienes fiebre —confirmo.

—Solo un poco —se excusa, aunque seguro está fingiendo fortaleza, como siempre.

Le obligo a tomarse las pastillas, para luego dirigirme a la cocina. Preparo un paño con un bol lleno de agua y consigo una caja de pañuelos desechables, antes de volver a ubicarme a su lado en el sofá. Él me observa en silencio mientras escurro el agua sobrante del paño, lo doblo y le coloco sobre la frente.

—Tienes que descansar.

—¿No estás exageran...? —Su pregunta es interrumpida cuando gira de improvisto para soltar un estornudo—. Lo siento —se disculpa apenas se recompone—. Deberías irte o te vas a contagiar.

—Estaré bien, mis defensas son mejores que las tuyas.

—No soy débil —frunce el ceño levemente.

—No he dicho eso, pero ya oíste a Gloria, debemos cuidarnos mutuamente.

Para mi sorpresa, él asiente. Parece que sus consejos de la última ocasión sí le calaron profundo.

—Lamento haberme portado mal contigo —susurra, mirando mis ojos con esos orbes azules tan hermosos que tiene—. No debí rechazar tus intentos de que nos llevemos bien. Gloria tenía razón en todo, es solo que alejarte era la única manera que encontré para... —Se detiene un momento y suelta un suspiro—. Ni siquiera sé para qué, porque no ha servido de nada. No me ha ayudado a olvidarme de ti.

Le saco el paño y vuelvo a sumergirlo en el agua, fijando los ojos en este, para intentar disimular la manera en que se han calentado mis mejillas.

—Yo también me equivoqué —confieso—, dije cosas que te hicieron enojar y que además no son ciertas. Nunca he pensado que fueras un fracaso, siempre estuve orgullosa de ti y de todo lo que has logrado.

Se queda callado durante unos segundos, en los que evito mirarlo. No sé si le cuesta creerme o tal vez piensa que es muy oportuno que le diga esto ahora. No lo culparía si no me creyera, después de todo, parece fácil decirle que no tenía fe en él y, ahora que está triunfando, asegurar lo contrario.

—Entonces, ¿por qué me dijiste eso? —Pregunta.

—Porque no quería que siguieras insistiendo con respecto a nosotros, estaba angustiada y no sabía qué hacer. —Mis ojos se llenan de lágrimas porque incluso ahora sigo sin saber bien qué hacer.

Lo extraño tanto y, en este momento de dolor, sé que me necesita más que nunca. Y yo a él.

—Es que siempre intentan suavizar la verdad, para no herirme —se queja, más adolorido que molesto—. Podría haber soportado que me dijeras que ya no me quieres.

Esa no es la verdad.

—No es... —Suelto un suspiro y pienso mejor mis palabras antes de soltarlas—. No es tan sencillo.

Levanto la mirada y veo tristeza en sus ojos. Su rostro se ha enrojecido bastante y estoy segura de que le está subiendo la temperatura. Subo ambas manos y las poso en sus mejillas, que están ardiendo.

—Lucas, estás muy caliente —Frunce levemente el ceño al escucharme y eso me hace percatar de mi mala elección de palabras—. Es decir, no tú, tu cuerp... ah, es por la fiebre —lo resumo.

La vergüenza que debo estar mostrando le hace algo de gracia y curva una sonrisa de lado.

—Sí, también por la fiebre —bromea.

Golpeo levemente su hombro con la palma de mi mano, sin evitar reír. Transcurren unos segundos en los que ambos nos mantenemos sonriendo y observándonos, hasta que siento la urgencia de cortar tanta complicidad, para evitar que esto se salga de control.

—Tonto, será mejor que duermas un momento.

Él asiente, recuesta mejor la cabeza en la almohadilla y cierra los ojos. Se nota que le cansa tenerlos abiertos.

—¿Y tú qué harás? —Pregunta, sin verme.

—Me quedaré aquí, en caso de que necesites algo.

—¿A mi lado?

Se gira un poco, dejando su cuerpo de costado y el espacio suficiente para que yo también me recueste. Mi corazón se siente palpitar más rápido. Las ganas de acurrucarme con él me superan, por lo que me acuesto de espaldas a él.

Se siente maravilloso poder estar tan cerca, en una posición que antes era común entre nosotros, pero que ahora me produce una intensa nostalgia.

Lucas no me está tocando. No me ha puesto un dedo encima y, aun así, siento como si estuviéramos abrazados, porque su cercanía me ha invadido por completo.

El suave susurro de su respiración acaricia mi nuca y se va acrecentando a medida que pasan los minutos. Creo que se ha quedado dormido, vencido por el cansancio mental y corporal que quedó como resultado de tantos días de preocupaciones, dolor y pérdida.

Sin hacer un solo ruido, giro mi cuerpo hasta quedar de frente a él. Hace tiempo que no puedo observar de cerca sus hermosas facciones. Es tan lindo y mi necesidad de su cariño es tan grande que me entran ganas de comerlo a besos.

"Nada justifica privarse de un tierno beso de amor que, además, ambos quieren" Las palabras de Gloria vuelven a mi cabeza y me hacen recapacitar.

Así como Lucas lo dijo, ella tenía razón en todo. Y ahora que estamos aquí, a solas, sin ningún testigo, la tentación es mucho mayor.

Aproximo mi rostro al suyo y toco su nariz con la punta de la mía. Intento detenerme ahí, saciar con esto estas ansias que siento, pero son tan grandes que me cuesta. Todo mi cuerpo se tensa por las ganas de besarlo. Sus pestañas se mueven ligeramente hacia arriba y sus pupilas se encuentran con las mías durante un segundo antes de que mi boca termine por alcanzar la suya. Le doy un beso suave, lento y temeroso, que se siente tan dulce como todo lo que llevo tiempo queriendo decirle.

Él aspira un poco de aire de improvisto, como si le hubiera tomado por sorpresa, pero no duda en besarme también. Lo hace con timidez al principio, aunque enseguida deposita una de sus manos en el dorso de mi cuello y me toca como si necesitara saber que soy real, que esto en verdad está ocurriendo.

Y está ocurriendo.

Hago un esfuerzo enorme por acabar el contacto, separando ligeramente nuestros labios. Él no aparta su mano de mi piel, continúa acariciándome, mientras ninguno de los dos dice nada. Mis ojos están cerrados, respiro su perfume con todos los sentimientos todavía a flor de piel.

Su frente se apoya sobre la mía y sus dedos se deslizan por detrás de mi nuca. Acerca con cuidado su cuerpo y nuestras piernas se superponen de forma leve. Su boca me encuentra de nuevo con una delicadeza cautivante, como si quisiera percibir al máximo cada segundo que estamos juntos. Mis manos buscan su piel y se escabullen por debajo de su remera, a su abdomen, el cual se siente muy caliente. No puedo dejar de pensar que debo apartarme y, a la vez, mi cuerpo no reacciona a nada que no implique un contacto con él. Mis labios no han parado de rozar los suyos y aprisionarlos en besos llenos de deseo. Es como si volviera a caer en una adicción que ya creía controlada.

Lo necesito tanto que mis ganas no se sacian con besarlo, por el contrario, se incrementan cada segundo más.

"Melania no se va a enterar" pienso como una manera de justificarme. Como un aliciente a esta culpa que se percibe casi tan fuerte como las ganas que tengo de no dejarlo ir nunca más.

—No te entiendo —susurra él, entre jadeos que no sé si son producidos por el deseo o por la fiebre que lo aqueja—. El otro día no me dejaste besarte, pero ahora... tú...

Sus palabras sirven como un impulso a la realidad. Me da miedo responderle porque sé que no habrá manera de que entienda. No sin saber la verdad.

Podría terminar lastimándolo más.

—Tienes que descansar para recuperarte, será mejor que te duermas —le pido, sin dejar de acariciar su abdomen por debajo de su ropa.

Él niega, incapaz de sacar su mirada de la mía.

—Si lo hago, mañana pensaré que solo lo he soñado.

Su ternura me hace sonreír, pero vuelvo a darle la espalda, para evitar caer de nuevo.

—Solo fue un sueño, Lucas —susurro—. Duérmete.

Él pega su cuerpo al mío y esta vez sí rodea mi cintura con su brazo, acunando su rostro en mi nuca. Su boca, que ha quedado reposando en mi cuello, me produce leves cosquillas que se sienten increíblemente bien.

—Gloria dijo que en algún momento lograré entenderte —vuelve a hablar al cabo de unos segundos—. Así que voy a creer en ella.

—Eres demasiado importante para mí, eso es todo lo que debes saber.

Lo siento dormirse un momento después y no tardo en hacer lo mismo.

Una vez que recupero la consciencia, las luces de la sala están completamente apagadas y los dedos de Lucas acarician mis cabellos con delicadeza. Él ya no está acostado del todo. Sostiene su cabeza con una mano y pareciera que lleva tiempo observándome en la penumbra.

Giro levemente hacia él, encuentro mis ojos con los suyos y le muestro una mirada reprobatoria.

—Deberías estar descansando.

—Eso hago —asegura, sin dejar de darme mimos con sus dedos.

—¿Te sientes mejor? —Pregunto, al tiempo en que apoyo mi mano sobre su frente para medir su temperatura. Aparentemente, la fiebre ha bajado más. Él toma esa mano y la envuelve entre las suyas.

—No tienes idea de cuánto.

Con mi mano libre busco su mejilla y le acaricio en un acto involuntario. Apenas me percato, la retraigo rápidamente y pregunto:

—¿Tú apagaste las luces?

Niega con la cabeza, mostrando una sonrisa pícara.

—Debieron ser los chicos, son las tres de la mañana, así que deben haber llegado todos ya.

Siento mis mejillas calentarse al entender que tanto Bruno, como Francis y Tadeo nos vieron en esta posición.

—Son unos tontos —susurro, avergonzada.

—Sí, tendrían que habernos despertado, este sofá es demasiado incómodo.

Él no ha dejado de acariciarme, no se pierde un solo segundo del contacto de mi piel contra la suya, tan tibia y gentil. Por mucho que no me gustaría romper la intimidad que estamos teniendo ahora, no quisiera que duerma mal lo que resta de la noche.

—¿Quieres ir a tu cama? Yo puedo dormir en la de Tadeo —propongo.

Su sonrisa se diluye un poco y niega con firmeza antes de abrazarse a mí por completo, ocultando su rostro en mi cuello.

—Si no vas a ir conmigo, prefiero dormir aquí —susurra con tanta ternura que le devuelvo el abrazo, apretándolo contra mi cuerpo.

—Está bien, vayamos juntos.

Una de sus manos rodea mi muslo y se levanta del sofá conmigo en brazos. No puedo evitar soltar una risita cuando me siento llevar por la sala sin necesidad de mover mis pies.

—Lucas, estás enfermo —lo regaño—. No debes forzarte así.

—No pesas nada, pulga.

Abro la puerta de su habitación y la cierro de nuevo cuando estamos dentro. Él me deposita en la cama y se dirige a su placar, desde donde me alcanza una sudadera.

—Supongo que no vas a querer seguir durmiendo en jeans.

Se mantiene de espaldas mientras me cambio, a pesar de que ya me ha visto desnuda muchas veces.

Adoro que sea tan considerado y atento conmigo.

Doblo mi ropa y la dejo junto a la mesa de luz y es recién ahí cuando me percato de que, encima de esta, se encuentra el portarretratos con la foto de nosotros dos. Ese que había preparado como un regalo para él cuando se mudaron aquí y nunca pude entregarle.

Lo tomo entre mis manos y lo acerco a mí, sin pensar.

Los dos estamos sonrientes ahí, juntos, y me produce tanta nostalgia que una parte muy egoísta de mí prefiere que Melania nunca hubiera aparecido. Entonces recuerdo que esto lo hace feliz a él y que está dando lo mejor de sí mismo por triunfar.

"Esto es lo que Lucas necesita" me repito a mí misma, intentando convencerme.

Él ha llegado hasta mí y se sienta en la cama a observarme. Recién ahí caigo en cuenta de que tengo los ojos llorosos, así que deposito de nuevo el portarretratos en su lugar.

—¿Eras feliz conmigo? —Pregunta en voz baja, como si temiera mi respuesta.

Asiento, sin dudas, y una lágrima se deja caer por mi mejilla, pero la limpio rápidamente. Sus dedos vuelven a colarse entre mis cabellos y me hace caricias de consuelo. No se conforma con eso y se arrima a mí, rodeándome en un abrazo.

—No llores, no voy a presionarte —susurra—. Ni siquiera volveremos a hablar de esto mañana, si no quieres. De todos modos, sé que tú harás como si nada hubiera ocurrido, y está bien. Los dos estamos pasando por mucho en estos días.

Debe creer que solo estoy buscando refugio por el dolor de la pérdida de Gloria y que no hago esto porque lo ame o extrañe.

Me aferro a su cuerpo con todas mis fuerzas y él me mueve, acomodándome hasta que ambos quedamos recostados por completo en la cama, liados uno al otro.

—¿Estarás bien con eso? —Le pregunto al oído.

—Estoy bien siempre que estemos cerca. Tu aroma a durazno se lleva todas mis penas, pulga.

Sonrío y busco su boca para compartir con él un último beso, antes de tener que volver mañana a la realidad de seguir separados. Su lengua abraza mi interior despacio, deslizándose sobre la mía como si necesitara disfrutarme de forma lenta y cuidadosa. Mis brazos rodean su cuello y mis dedos tiran levemente de sus cabellos cuando empiezo a dejarme llevar un poco por la pasión que siento. Sus piernas envolviendo las mías no ayudan a contener estas ganas y mucho menos el hecho de sentir que él también comienza a entregarse al deseo.

Mis labios se niegan a dejar ir los suyos y sus manos estiran mi cintura, pegándome aún más a su cuerpo. De pronto siento su tacto sobre mi muslo desnudo, casi por debajo de la sudadera, y mi cuerpo reacciona pegando mi cadera a la suya. Él aumenta la intensidad del beso al sentirme contra su pelvis y gira levemente ubicando su cuerpo sobre el mío. Mis piernas se separan, esperando que se ubique mejor entre ellas, pero esa no parece haber sido su intención. Corta el beso de improvisto y se hace a un lado, soltando un estornudo y luego otro de seguido.

—Lo... lo siento. Me hiciste cosquillas en la nariz —se la frota con la palma de una mano, pero esto no parece ser suficiente para aliviarlo, por lo que sale de encima de mí y se dirige al baño.

Pasa ahí unos segundos, mientras yo me acomodo del lado que da a la pared. No puedo aguantarme la risa al pensar en la manera tan tonta en que arruinamos el momento. De todos modos, él necesita descansar.

Se acerca entre risas un momento después, debe haberme oído reír desde ahí, y se acurruca a mi lado.

—Creo que aún no me he recuperado del todo —se excusa.

Le paso la mano por la frente tibia y él le da un beso a la mía. Al instante baja la boca hasta mi cuello y le dejo darme ahí unas caricias que se sienten deliciosas, pero no tardo en apartarme un poco hacia atrás.

—Lo mejor será que descanses, o volverá a subirte la fiebre.

—Solo un beso más —me ruega con la mirada y una leve sonrisa.

Me alegra ver que al menos su humor ha mejorado, ya no se siente tan deshecho como los últimos días. Le doy un beso corto esta vez, a pesar de lo mucho que me cuesta contenerme. Él ensancha su sonrisa, cierra los ojos y apoya su frente contra la mía.

—Buenas noches... —Me contengo para no decirle "mi amor".

—Te aseguro que lo es.

Sus dedos no dejan de acariciarme suavemente siquiera un tiempo después, cuando empiezo a quedarme dormida.


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Ya hacía falta un poco de cariño entre estos dos, ¿no?

Espero que les haya gustado el capítulo, los siguientes no se demorarán demasiado.

¡Les mando un abrazo!

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