Capítulo 6: Mentira
Tenía mi plan D.
Ya que no podía seguir acosando a Milo o intentando colarme a su casa, tenía que ir por uno de sus cercanos y había uno que estaba justo frente a mí.
Era sábado, por lo que tenía que trabajar en el restaurante hasta las dos. A las diez, llegó desayunar el suegro (futuro exsuegro) de Milo.
Imaginaba que el hombre detestaba bastante a su yerno. Gracias a las noticias que había visto, noté que él y su desagradable hija querían quitarle la mayor cantidad de bienes posibles y no creía que fuera precisamente porque lo apreciaran.
Iba a ir a atender al señor Ramírez, cuando una de mis compañeras se me adelantó. Corrí rápidamente y la empujé lejos del hombre, antes de que pudiera hacer una pregunta. Gracias a que el señor estaba tan concentrado en el menú, no notó lo que había sucedido.
—Bienvenido a La Dulce Ruta, ¿puedo tomar su orden?
—Quiero un americano con un panqueque relleno de Nutella y frutillas.
Anoté lo que me pidió en mi libreta y fui a dejar su orden.
«Piensa como llamar su atención... ¡piensa!».
Cuando la orden estuvo lista, la llevé hasta el señor Ramírez y me quedé mirándolo fijamente. Él pareció incómodo y me miró confundido.
—¿Pasa algo?
—¿Es usted el suegro de Milo Griffin? ¿El señor Ramírez? —pregunté, fingiendo que no lo conocía.
—¿Conoces a Milo?
Yo me tomé la libertad de sentarme en el asiento frente a él.
—Sí, lo conozco... aunque desearía no hacerlo.
—¿Cómo lo conoces? —eso pareció interesarle.
—Podría decirle..., pero tiene que guardar el secreto.
—¿Son amigos?
—Si fuéramos amigos no le diría que guardara el secreto..., pero creo que debería saberlo, por su hija.
El hombre pareció entender a lo que yo iba.
Inventar que fui la amante de Milo no me hacía sentir culpable en absoluto. Su matrimonio ya estaba roto y yo no quería que tuviera algo bueno en su vida, no después de robarme.
—Ese bastardo...
—Lamento haberle tenido que decir esto así, pero es lo correcto.
—Claro que lo es —el hombre tomó un sorbo de su café—. Necesito que vengas conmigo.
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunté nerviosa.
—Esto ayudará a que mi Elizabeth y yo podamos sacarle mayor ganancia a esa basura —dijo—. Te necesitamos para negociar con Milo.
Yo reí nerviosa.
—No, no creo que...
—Será fuera del juicio, no tienes que preocuparte. Llegaremos a un acuerdo entre nosotros.
—No, no...
—Te daremos una parte también.
Esa parte podría ser las ganancias que había sacado de mi historia, pero no podía aceptar. No con esa mentira de por medio. Lo único que quería era que el señor Ramírez se enfiereciera más con Milo de lo que ya estaba, no quería ganar dinero con eso.
—No puedo hacerlo.
—Insisto, ¿a menos de que te importe lo que pase con Milo?
Yo resoplé.
—¿Milo? ¿A mí? Claro que no.
—Entonces ponte de mi lado.
Volví a reír nerviosa. ¿Qué podía decir? Si le llegaba a decir que había mentido, entonces no sólo tendría a Milo en mi contra, sino que también a un muy adinerado y poderoso empresario.
—¿Tengo que hablar con él? —pregunté—. Es que realmente no le quiero ver la cara —no era del todo mentira.
El señor Ramírez suspiró.
—Está bien, no tendrás que verlo.
—También me gustaría que mantuviera mi nombre fuera de esto —pedí.
El señor Ramírez asintió.
Sin mi nombre de por medio, Milo no sabría quien era la amante que había conocido su aun suegro y así, no me vería en más problemas.
—Muchas gracias.
—¿Me traes la cuenta?
—En seguida.
[...]
Estaba llegando a casa de la universidad. Había tenido un examen que me había dejado agotada, por lo que estaba dispuesta a tírame en la cama y dormir.
Estacioné el auto frente al garaje como siempre y entré a la casa.
—¡Llegué...!
No podía creer lo que veía, por lo que froté mis ojos con las manos para asegurarme de que mis ojos funcionaban bien.
—Hola, Jessica.
Mis dos madres estaban sentadas en la sala, junto a Milo.
—Jessica López —dijo mi madre Anne con clara molestia—. Ven aquí y explícame esto.
—¿Qué cosa? —me acerqué temblorosa.
—¿Le dijiste al suegro de este hombre que tú y él eran amantes?
Mis ojos se abrieron más de lo que creí que podían abrirse. Comencé a vacilar. ¿Qué podía decir?
Maldecía al señor Ramírez por haberme mentido y haber metido mi nombre en eso de todas formas, pero seguía sin ser peor que la mentira que yo había dicho.
—¡Jessica! —me presionó mamá Mary.
«¡Él robó mi cuaderno!», quise gritar.
—Fue una broma inocente —me excusé.
—Tienes veintidós, estas algo grande para hacer bromitas inocentes —me dijo mamá Anne.
—Sí, pero también fue culpa del señor Ramírez por creerme.
Mis dos madres me miraron con desaprobación.
—Discúlpate con el señor Griffin.
Milo le dio una sonrisa a mi madre Anne.
—Dígame Milo, soy menor que usted. Aunque claramente eso no se note.
Mi mamá le sonrió muy amablemente y luego me miró a mí furiosa.
—Jessica, discúlpate con Milo.
¿Qué acaso Milo les había lavado el cerebro a mis madres? Si ellas hubieran sabido que era un vil ladrón, no le hubiera permitido entrar a la casa y sentarse en nuestra sala.
Él me miró divertido, obviamente disfrutaba esa situación después de las cosas que le había hecho. Me moví para quedar parada frente a él e intenté fingir que no quería matarlo.
—Dis... —no podía creer que haría eso—. Discúlpame.
—¿Por?
—Por di... por difamarte —tragué saliva como intentado pasar el mal gusto que me había dejado decir esas palabras.
—Claro que te disculpo.
Milo se levantó del asiento y les dio una sonrisa a mis madres.
—Un gusto haberlas conocido, con permiso.
—Jess, acompáñalo a puerta —me ordenó mamá Anne.
Hice lo que me ordenó y acompañé a Milo hasta la puerta.
—Tenemos que hablar —me dijo él.
—¿Qué quieres?
Me hizo una seña para que saliera con él. Junté la puerta y nos quedamos afuera.
—¿En qué diablos estabas pensando?
—En nada.
—Así parece... no tenías razones para complicar mi vida más de lo que ya está.
—Tú no tenías derecho a venir a mi casa contárselo a mis mamás —me quejé—. Yo soy una adulta, puedo resolver mis problemas.
—Una adulta no haría esa clase de bromas.
Yo no supe que responder. Debía admitir que, en eso, él tenía razón.
—Tendrás que hablar con mi suegro y decirle la verdad.
—¡¿Qué?! ¡Ni de chiste!
—¿Por qué no?
—¡Me matara! ¡O destruirá pública y económicamente!
—Debiste pensarlo antes.
—¡Haré lo que sea! —rogué—. ¡Pero no me hagas hablar con él!
Él pareció pensarlo.
—No, no hay opción.
—¡Por favor! —lo tomé por los hombros y lo comencé a sacudir—. ¡Por favorcito!
—¡Deja de sacudirme!
—¡Dime que no me harás hablar con tu suegro!
—¡Está bien!
Solté sus hombros contenta con la respuesta.
—Gracias —iba a entrar de vuelta a la casa, pero él me detuvo tomándome de la muñeca.
—No creas que te librarás tan fácil.
—¿Ahora qué? —pregunté con sufrimiento.
—Tendrás que compensar el daño que me provocaste con esta broma.
—¿Qué tanto daño pudo hacer?
—Me quieren quitar mi casa y más dinero.
—Pero es tuya, ¿no?
—Sí, pero me case con Elizabeth con bienes compartidos —explicó—. Todo lo que tengo es un cincuenta por ciento de ella.
Por eso yo no me quería casar. Los matrimonios eran demasiado complicados. Al menos yo era una simple mesera por el momento, y como traductora no me haría millonaria, por lo que quien se quisiera casar conmigo, no podría sacarme mucho en un divorcio.
—¿Entonces que debo hacer? No puedo recuperar tú casa.
—Tranquila, aun no me la quitan... ¿Sabes hablar distintos idiomas?
—Algo así.
—No me mientas, tus madres me dijeron lo que estudias.
Yo reí con algo de incomodidad.
—Ellas exageran... no sé hablar tan bien aún.
—Llevas cuatro años estudiando leguas extranjeras, ¿y aun no hablas tan bien?
—¿Qué diablos quieres? —pregunté ya harta.
—Una traductora.
—¿Para?
—Todos los que hay en la agencia están llenos de trabajo después de que uno decidiera renunciar... me quedaron unos archivos que él no tradujo y los necesito ya.
Yo bufé.
—Bien, lo haré.
De todas maneras, no era como que tuviera opción. Milo podía incluso demandarme por allanar su propiedad o difamarlo, por lo que no podía ponerme difícil.
—Hablamos después.
Comenzó a caminar hacia su auto.
—¡¿Cómo me vas a hablar si no tienes mi número?!
—¡Una de tus madres me lo dio! —dijo con una sonrisa antes de subirse al auto.
«Grandioso».
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