Capítulo 25: Consecuencias

Milo

—¡Te lo imploro! —dije casi arrodillándome—. ¡¿Cuándo te había implorado yo?!

Mis hermanos, madre y padre, me miraban como si estuviera loco.

—Milo, yo no tomo el caso de cualquier persona —dijo mi padre—. ¿Crees que es así de fácil?

—¡Te voy a pagar! ¡No es un favor!

—No. 

—¡Papá!

Estaban almorzando en familia en larga mesa de madera del comedor. Mi padre se sentado en la punta, mientras mi madre y hermanos a los costados.

Mi padre dejó sus servicios a un lado.

—¿Qué tiene esta chica que te preocupa tanto? —preguntó molesto—. Es un capricho igual que Verónica.

—Ella jamás fue un capricho. Yo no la dejé, ella me dejó porque Elizabeth le pagó para desaparecer.

—Verónica me parecía aceptable —admitió mi padre—. ¿Pero está niña? ¡Es una chiquilla!

—Y pobre —agregó Anthony.

—Clase media —dije entre dientes—. Y yo terminaré siendo de su clase si el señor Ramírez logra su objetivo y tú me desheredas, papi.

—Nadie habló de desheredarte.

Mis hermanos lo miraron impactados y yo quedé confundido. ¿Había oído bien?

—¿No?

—No —confirmó—. Eres mi hijo más inteligente y trabajador, no te desheredare por hacer unas cuantas estupideces... Todos en esta familia hemos cometido errores y tienes razón, siempre destacamos solo los tuyos.

Parecía como si mi papá estuviera siendo torturado al admitir que se había equivocado. Estaba tenso y sus palabras habían salido casi como si estuviera sufriendo.

—¡Destruyó mi boda con Maya y tu negocio con su familia!

—¡Me torció el brazo!

—¡Se acuesta con una niña!

—¡Tiene veintidós!

—Milo... ¿cuál es el caso? —preguntó mi madre, interrumpiendo la discusión con mis hermanos.

—Creo que cuenta como intento de abuso sexual —dije inseguro. La verdad era que yo no sabia mucho de asuntos legales.

Mi madre asintió.

—¿Por qué tratas a tu padre como si fuera el único abogado aquí?

Yo sonreí y corrí hasta mi madre para abrazarla.

—Mamá... te lo agradecería mucho.

—¿Y por qué no me lo pediste antes?

Yo me encogí de hombros.

—Siempre estas más ocupada con casos que papá. Pensé que tendrías tu agenda ocupada.

Yo prefería mil veces más trabajar con mi madre que con mi padre. Ella era más sensible y delicada, en cambio, papá inspiraba temor.

—Lo haré... y gratis.

Mis hermanos quedaron boquiabiertos.

—¿Por qué? —pregunté. Yo también estaba sorprendido.

—Nunca me pides favores y no creo que un delincuente juvenil como ese muchacho deba estar suelto.

—Una mujer tan respetable —dije acariciando su cabello.

—Suficiente, Milo.

—Claro —me separé de ella y le di una sonrisa burlona a Ethan, Anthony y Michael.

—Esto es injusto —reclamó Anthony—. ¿Por qué no también se ocupan de su divorcio entonces?

—Porque ese es su problema —respondió mamá—. Si fue un idiota, tiene que asumir las consecuencias.

Anthony pareció satisfecho con la respuesta y los tres me miraron divertidos.

—Agradece que descubrí tu mentira antes de que te casaras o también estarías en las mismas.

Anthony se paró de su asiento y saltó sobre la mesa para intentar alcanzarme y darme un golpe.

—¡Anthony! —lo detuvo papá—. ¡¿Cuántos años tienes?!

—¿Treinta y seis? —dijo como pregunta.

—¿Los hombres de treinta y seis se comportan así?

—¿No?

—¡Entonces baja de la mesa!

Yo suspiré aliviado.

—Bien, me marchó —dije yendo a la salida—. Hablamos después, madre.

Salí del comedor casi corriendo y luego de la casa para irme y ahorrarme más problemas con mi familia.

Mamá podía no ser la mejor madre, pero si era una de las mejores abogadas. Con mi mamá representando a Jess, el tal Noah no tenía por donde ganar.

[...]

Jess

¿Quién diría que terminaría creando una reacción en cadena?

Dos días después de que la policía hablara con Noah y mis madres con el decano de la universidad, al menos diez chicas más habían salido a hablar del muy maldito.

La mamá de Milo, quien resultó no ser tan perra como yo pensaba, estaba defendiendo a todas las chicas y terminaron llegando a un trato con el otro abogado.

Noah se declaró culpable e iría solo cinco años a prisión, pero a cambio, soltó el nombre de otros dos amigos que hacían la misma porquería que él.

Habían pasado casi tres semanas y se sentía bien saber que podría volver a la universidad sin miedo.

Aún me ponía nerviosa con otros chicos que no fueran Joe, Steve y Milo, pero debía ser el efecto post traumático e iría con una psicóloga para tratar eso.

Llegué a la universidad y lo primero que recibí fue un abrazo de Dove y Joe como si no me hubieran visto hace mucho.

—Nos vimos ayer... —les recordé.

—¿Pero hace cuanto no venias? —preguntó Joe—. Nos hacía falta tu presencia.

Yo sonreí y comenzamos a caminar por el pasillo. Noté que muchos en la universidad me miraban, aun cuando no los conocía.

—¿Por qué todos me miran? —pregunté en susurró.

—Eres una ídola —respondió Dove con obviedad—. Eres la chica más valiente de todo el lugar. Todos te conocen ahora.

—Wow... no tenía idea.

—Ahora la tienes.

Mis ojos se posaron en los carteles de los cursos y talleres de vacaciones de verano. Tan solo quedaba un mes para terminar mi penúltimo año de la carrera... al siguiente debía titularme.

—¿Irán a algún curso este verano? —preguntó Joe.

Dove asintió.

—Habrá uno de música clásica —los dos la miramos extrañados—. ¿Qué puedo decir? Beethoven y Mozart son mis gustos culposos... entre otros.

—No parecen tu estilo —dijo Joe.

—Oye —Dove se puso frente a él—. Beethoven era un genio. Yo quisiera poder componer música siendo sorda. ¿Podrías hacerlo tú? No, estoy segura de que no.

—Cuidado, ofendiste a su novio —bromeé.

—Cállate tú, traductora. Si fueras sorda no podrías traducir, estoy segura.

Los tres reímos y seguimos nuestro camino a las respectivas salas.

[...]

Cuando salí ese día de la universidad, fui a casa a comer y luego a mi primera sesión con la psicóloga.

Steve estaba acompañándome, aunque se quedaría en la sala de espera hasta que terminara. Mamá Anne me había ofrecido acompañarme, pues ella podía dejar su trabajo de lado un momento, pero no había aceptado, prefería que Steve, quien a esa hora ya no tenia escuela, fuera conmigo.

No podía dejar de mover mis piernas mientras estaba sentada esperando a que me llamaran.

—Solo es una psicóloga, no es un examen —me dijo Steve.

—¿Qué pasa si tengo algo mal?

—Pues si no lo tuvieras, no estaríamos aquí.

—Eso no me tranquiliza...

—Es normal hermana. Hoy en día ir a psicólogo es como ir a comer o ir al supermercado... todos lo hacen.

—Tienes razón... solo es una ayuda —me tranquilicé.

—Ahora, el psiquiatra ya es otra cosa. Eso es porque estás cucú —me dijo haciendo círculos con su índice cerca de un costado de su cabeza.

Ambos reímos por las tonterías que decía.

—No hables más, hermano —pedí con una sonrisa.

De pronto, una mujer bastante joven se asomó a la sala de espera.

—¿Jessica López?

Yo me paré, le di una mirada a mi hermano y él me animo a que fuera. Seguí a la psicóloga por un pasillo, hasta llegar a una puerta.

—Pasa —me dijo, abriendo la puerta.

Yo pasé y ella entró cerrando la puerta detrás de sí. Era una psicóloga especialista en asuntos de abuso sexual o violaciones, y por lo que decían las opiniones, era una muy buena.

—Hola, Jessica. ¿Cómo estás?

—Bien —respondí nerviosa.

—Toma asiento, por favor.

Me senté en una silla que estaba frente al escritorio y ella se sentó frente a mí.

La mujer comenzó a buscar algo en el ordenador que tenía en el escritorio y luego me miró.

—Mi nombre es Verónica Palmer —se presentó—. Sé la razón por la que estás aquí y sé que puede ser algo difícil soltarse con una extraña, pero puedes tomarte tu tiempo.

Estaba escuchando lo que me decía, pero no con mucha atención. Mis ojos estaban puestos en la etiqueta con su nombre que tenía en su ropa.

«Verónica Palmer...».

Verónica se llamaba la ex amante de Milo, pero no podía ser ella. Por lo que yo sabía, ella había desaparecido después de que Elizabeth le pagara para eso. Si estuviera en la ciudad, Milo la hubiera encontrado fácil.

Estaba intentando recordar cómo se veía en las fotos con Milo que habían llegado en el sobre, pero no podía tener la imagen clara.

Decidí despreocuparme y seguí oyendo lo que me decía con más atención esa vez. Definitivamente, no podía ser esa Verónica.

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