Capítulo 22: Beso

Estaba por quedarme dormida.

Milo me estaba abrazando como si yo fuera un peluche y yo no tenía ganas de separarme. Nuestras piernas estaban entrelazadas y tenía mi cara entre su cuello. 

Su perfume tenía un olor exquisito y esa era un de las principales razones por las que no me quería separar.

«El cuaderno...», me recordó mi conciencia.

No quería levantarme. Estaba cómoda, calentita y tenía mucha pereza.

No sabía cómo había pasado de estar sentada en la cama, a estar abrazada a él. Yo no estaba acostumbrada a dormir con alguien, pero tenía que decirlo, se sentía bastante bien.

Mis ojos comenzaron a cerrarse, hasta que el sonido de mi celular me hizo abrirlos de golpe.

Rápidamente lo saqué de mi bolsillo e intenté que dejara de sonar para no despertar a Milo. Él realmente debía estar cansado, ya que ni se inmutó.

Contesté y me puse el teléfono en la oreja.

—Dove, ¿Qué quieres? —pregunté en susurro.

¿Interrumpí algo? —preguntó ella, con un tono travieso.

—No seas cochina.

¿Por qué susurras?

Eh... —pensé una mentira—. Es que me quedé afónica.

—¿Por qué?

Creo que me resfríe.

Ah..., pues espero que te mejores pronto porque el viernes hay una fiesta organizada por los de turismo.

—Ah. ¿Y tú vas a ir?

Claro. También irá Joe.

—Bien, supongo que me tomaré una de esas aguas de hierbas milagrosas y me sentiré mejor.

Más te vale. Bien, nos vemos.

—Adiós.

Colgué y puse mi celular en silencio para no despertar a Milo en caso de que alguien volviera a llamar.

Me volví a acurrucar con él y estaba por quedarme dormida de nuevo, cuando lo sentí quejarse. Levanté la mirada y me quedé viéndolo. Sus parpados se apretaban y estaba comenzando a sudar.

Estaba teniendo una pesadilla.

—Milo... despierta —no despertó—. Milo —le tiré un mechón de cabello, lo que lo hizo sentarse de golpe en la cama.

—¿Qué diablos...? —preguntó con la respiración alterada.

—Parece que tenías un mal sueño.

Él se masajeo la sien.

—He tenido malos sueños durante estos tres días, aunque no me sorprende.

—Es lógico, no la has pasado bien —dije con obviedad—. Necesitas hacer algo bueno.

Él me miró algo extrañado.

—¿Bueno como qué?

—Algo que te haga feliz... ¿Qué te hace feliz? —me senté sobre la cama con las piernas cruzadas.

Milo se quedó pensado, demasiado tiempo para mí gusto.

—No puedes ser tan infeliz.

—En este momento no se me ocurre nada —dijo—. Me estoy divorciado, vi a mi esposa perder un bebé que, aunque no fuera mío, fue traumático y ahora debo cargar con esa culpa... Además, mi suegro aún quiere quitarme todo lo que tengo.

Milo se sentó pegando las rodillas a su pecho y abrazando sus piernas.

—Pues algo debe hacerte mantener la cordura —yo comencé a pensar también—. ¿La comida?

—No, realmente me da igual.

—¿Ejercicio?

—Hago ejercicio todos los días y no me hace más feliz.

—¿Sexo? —él me miró fastidiado—. Sí, esa no era una buena idea... ¿Cariño en la cabeza?

—¿Quieres alegrarme o deprimirme más?

—A todos les gusta que acaricien su cabeza.

—Sí, claro..., pero cuando tienen a alguien que lo haga.

—Yo puedo hacer eso.

Me arrastré a su lado y comencé a jugar con su cabello.

—¿Cómo es tan suave?

—¿Crema para el cabello?

—A mí no me sirven —noté que comenzó a relajarse.

—Puedes probar la mía si quieres... —su voz comenzó a sonar más pacífica.

«Es como un perro», pensé, riendo en mi interior.

—¿Quieres dormir?

—No, estoy bien.

Hubo un silencio de un minuto más o menos.

—Jess.

—¿Qué pasa?

—Tú me haces feliz.

«Tú me haces feliz». Eso hizo eco en mi cabeza durante al menos veinte segundos. ¿Qué debía responder? ¿Tú a mí? En realidad, me gustaba pasar tiempo con él, por alguna razón..., pero no podía olvidar que había robado mi cuaderno.

—¿Yo? ¿Por qué te haría feliz? —pregunté con una risa algo incomoda.

—Porque eres alegre y divertida... incluso tu torpeza me parece adorable.

¿Me había dicho torpe?

—¿Torpeza?

—No lo niegues.

—¿En qué momento...? —un montón de recuerdos pasaron por mi mente—. Ay, ya cierra la boca.

Milo se tiró en la cama y me tiró con él, dejándome recostada sobre su pecho. Yo iba a pararme y hacerme a un lado, hasta que su mano comenzó a jugar con mi cabello.

«Maldita táctica infalible».

Sentí mi cuerpo derretirse en ese momento. Era demasiado sensible a las caricias en el cabello.

«Sólo serán unos minutos».

[...]

Milo

No quería soltar a Jess. Sentía que sí lo hacía, se iría y no la volvería a ver porque ¿por qué razón volvería a verla? Ya no teníamos nada que hacer juntos. La única manera de verla sería yendo a comer al restaurante.

Jess se separó de mí y me miró.

—Ya debería irme.

«No dejes que se vaya. No dejes que se vaya».

—Te iré a dejar... puedes quedarte hasta la hora que quieras.

Jess pareció dudar.

—¿Por qué quieres que me quede? —noté algo de nerviosismo en su voz.

—No sé...

En realidad, no sabía. Solo quería que se quedara, me gustaba el tiempo que pasaba con ella. Las únicas partes buenas de mis días en ese tiempo eran en las que estaba ella.

—¿Cómo no sabes?

—Solo quédate, ¿ya?

—Si me lo pides así, no lo haré —dijo con orgullo.

—¿Cómo te lo tengo que pedir?

Una sonrisa divertida se formó en la cara de Jess.

—Con mucha, mucha delicadeza y dulzura.

La delicadeza y dulzura no eran algo que me caracterizaba y ella lo debía saber.

Comencé a pensar en que quería ella, pero sin quererlo terminé pensando que lo que quería yo.

Me quedé mirándola unos segundos y luego le robé un beso fugaz.

—Si no te quedas conmigo, me apareceré en tu casa a cenar todos los días.

—¡Eso no es delicadeza, ni dulzura! ¿En qué universo los chantajes son delicados y dulces?

Tomé sus mejillas con mis manos y volví a besarla.

—En mi universo.

Comencé a llenar su cara de besos, provocando que comenzara a reír.

—Esto me gusta más.

Enredamos nuestras piernas y comenzamos a besarnos más profundamente. Los labios de Jess eran tan suaves y carnosos que lo sentía ganas de soltarlos a jamás. Era el mejor beso de mi vida... y era con una chica mucho menor que yo.

Después de un rato de estar besándonos, comenzó a llegar un problema.

«Piensa en cosas feas. Cosas feas o asquerosas».

Pensé en baños públicos, arañas, el metro y un basurero, pero de alguna forma Jess lograba volver a mi mente.... quizás porque la estaba besando y su pierna estaba rozando mi entrepierna.

Era claro que ella sabía que me pasaba, pero, aun así, yo no quería parecer un pervertido sexual.

«No es menor de edad, no es un crimen. Tiene veintidós. Veintidós», me tranquilicé.

No estaba seguro de que el hecho de que tuviera veintidós fuera bueno. Jess seguía siendo muy menor para mí. ¿Qué pensarían sus madres si supieran que la metí a mi cama y que había tenido una erección por ella? Probablemente nada bueno.

Si yo tuviera una hija que se metiera con un hombre tan mayor que ella, me preocuparía.

Jess se separó de mí. Tenía la respiración alterada y los labios hinchados.

—Ahora sí debería irme —susurró.

—Sí, creo que sí.

Ambos nos paramos de la cama rápidamente y nos pusimos zapatos para luego salir del cuarto, sin decir una palabra.

La única razón por la que iría a dejar a Jess en ese momento sería porque me preocupaba, pero sabía que el viaje no sería nada cómodo.

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