Capítulo 21: Cansancio
Jess
Cuando vi a Milo entrar al restaurante, supe que algo no andaba bien.
Se veía roñoso, descuidado y tenía unas ojeras muy marcadas. Milo solía verse pulcro y elegante, pero ese día ni siquiera estaba usando la ropa que solía usar. Llevaba puesta ropa deportiva, como si hubiera estado durmiendo con ella.
Me acerqué a él para tomar su orden y aprovechar de saber que pasaba.
—Milo... ¿Qué te pasó?
—Un... un problema. No he dormido bien en casi tres días.
—¿Qué problema?
—Elizabeth perdió el bebé... y está muy mal.
Eso me revolvió el estómago. Yo era sensible con el tema de los embarazos, me ponían nerviosa e imaginaba que perder un bebé era algo traumático.
—Dios mío... ¿Y tu hermano sabe?
Milo asintió.
—Pero no quiere saber nada de Beth, ni de mí... ni siquiera ha ido a hablar con ella.
—¿Y tú? ¿La estás ayudando?
—Claro, me he quedado estos días con ella, pero no he podido dormir... yo estaba con ella cuando lo perdió.
Aún con lo poco que conocía a Milo, supe que se sentía culpable.
—¿Quieres un café? Yo invito.
—No tienes que hacer eso, lo pagaré. De hecho, necesito más de uno.
—Entonces uno irá de regalo —insistí—. Lo necesitas.
—Bien... imagino que no te haré cambiar de opinión.
Yo negué con una sonrisa.
—¿Un expreso para empezar? —pregunté.
—Sería perfecto.
—Vuelvo de inmediato.
Fui por el café expreso de Milo y luego, le llevé la pequeña tacita transparente con el líquido oscuro.
Milo no demoró nada en beberlo.
—¿Quieres algo para comer?
—No tengo hambre.
—¿Qué has comido en estos días?
—Sándwiches y sopa... no tengo mucho apetito.
Me senté frente a Milo y me quedé mirándolo. Sus ojos agotados y sus ojeras lo hacían ver como si estuviera a punto de morir.
—Mi turno termina en media hora... ¿me esperas?
Milo asintió y apoyó su cabeza sobre su mano. Yo me paré y fui hacia la parte trasera del restaurante para llamar a Dove.
—Hola, Jess. ¿Qué hay?
—Hola, Dove... necesito tu ayuda.
—Claro, ¿Qué es?
—Tengo que ir a un lugar y no puedo llevar mi auto... —expliqué.
—¿Estas en La Dulce Ruta?
—Sí.
—Bien, llegaré en diez.
—Muchas gracias, amiga.
En menos de diez minutos, Dove apareció en el restaurante.
—Bien, dame las llaves.
Yo saqué las llaves de mi uniforme y se las entregué.
—Puedes usarlo, pero evita chocarlo.
—Sé las reglas.
Dove dio una vista al restaurante y noté que sonrió al ver a Milo sentado (casi dormido) en una de las mesas.
—Imagino que él es el asunto por el que me entregas tu auto —dijo con una sonrisa traviesa.
—Necesita mi ayuda, ¿sí?
—¿Te estás acostando con tu empleador?
—No fue un trabajo fijo... y no me estoy acostando con él.
—¿Cuántas clases te perderás por él hoy?
—Solo dos... Dos en las que soy la mejor.
—Ay, discúlpeme, señorita brillante —dijo en tono burlesco.
—Déjame presumir... no hay otra cosa en la que sea genial —hice un puchero.
Dove rio y me agarró la cabeza para luego frotar su puño sobre ella.
—¡Hey! —me quejé—. ¡Eso duele!
Cuando me soltó, me sobé la cabeza y la miré con fastidio.
—¿Terminaste?
—Sí, ya me voy. Nos vemos.
Me dio un beso en la mejilla y salió jugando con las llaves de mi auto. Yo volví a mi trabajo, hasta que mi turno terminó.
Fui a entregarle la cuenta a Milo, cuando me di cuenta de que estaba dormido. Lo remecí con cuidado para que despertara y cuando comenzó a pestañear, hablé:
—Te traje la cuenta.
Milo tomó la cuenta dando un bostezo y luego pagó con su tarjeta.
Después de terminar con Milo, fui a los vestidores a cambiarme y luego, volví con él.
—Estás muy agotado... yo conduciré.
Él me miró extrañado.
—¿Crees que te daré las llaves de mi auto?
—No lo creo. Lo harás.
Metí mi mano en el bolsillo de su sudadera y saqué las llaves.
—¡Oye!
—Vámonos.
Caminé a la salida, sintiendo como Milo me seguía, y salí del restaurante hacia el estacionamiento al aire libre del lugar.
Abrí el auto de Milo y me subí en el lugar del conductor. Milo subió de mala gana junto a mí y se sentó, mirando al frente con los brazos cruzados.
—Seré cuidadosa.
—Ajá... solo conduce.
Sonreí y encendí el auto para comenzar a conducir.
Mi auto era bastante bueno. Era moderno y no solía tener problemas, pero ese auto... ese auto era como ir en las nubes. Tan suave, liviano y fácil de manejar.
Yo fui todo el camino con una sonrisa en la cara, mientras Milo iba cabeceando, hasta que su cabeza cayó contra la ventana.
Sentía un poco de pena por él. Su familia era una porquería, había perdido al amor de su vida, se estaba divorciado de la que alguna vez fue su amiga, la había visto tener un aborto espontáneo y además su aún suegro le quería quitar la mayor cantidad de bienes posibles.
Yo sí quería castigarlo por lo que me había hecho a mí, pero no quería un castigo tan severo. A ese paso, terminaría cayendo en un hospital psiquiátrico con depresión y unas cuantas cosas más.
¿Por qué me sentía culpable? Yo no había sido la que había pedido eso... sí, se lo había pedido a Dios, pero no iba en serio. Además, Dios era bueno y comprensivo, no un desgraciado. No podía castigar así a las personas.
Yo no tenía la culpa de la mala suerte que tenía Milo, pero por alguna razón, sentía la necesidad de ayudarlo.
Cuando llegué a la casa de Milo, tomé el control de la reja, que estaba junto a las llaves, y la abrí.
Me estacioné y volví a despertar a Milo.
—Ya llegamos, podrás dormir al fin.
Milo se estiró y bajó del auto sin decir nada.
Cuando entramos, Melanie y el ama de llaves corrieron hasta Milo.
—Por fin vuelves... —dijo aliviada, Melanie—. ¿Tienes hambre?
—No, solo voy a dormir.
Milo rodeó a Melanie y comenzó a subir las escaleras para ir a su cuarto.
—Jess, ¿tienes hambre? —me pregunto Melanie.
—No, no tienes que preocuparte.
—Hicimos unos waffles...
—Bueno, ya.
Yo no era muy difícil de convencer.
Acompañé a Melanie hasta la cocina para que me entregará un plato con waffles bañados en chocolate.
Estuve comiendo durante unos minutos y luego subí al cuarto de Milo para ver cómo estaba.
Milo estaba dormido sobre la cama con los zapatos aún puestos en sus pies que colgaban de la cama. Era como si se hubiera tirado en la cama y se hubiera dormido inmediatamente.
Me acerqué a él y me agaché para sacarle las zapatillas. Luego subí sus pies a la cama y lo corrí un poco más hacia el centro para que no se fuera a caer.
«Debería irme... o investigar el cuarto lleno de porquerías».
Estaba por ir al otro cuarto, cuando Milo agarró mi muñeca, provocándome un susto tremendo.
—¿Puedes quedarte?
Milo seguía con los ojos cerrados y su voz había sonado como un susurro.
—¿Aquí? —asintió—. ¿Contigo? —volvió a asentir—. ¿Podrías decirme con palabras el lugar exacto donde quieres que me quede?
—Al lado mío.
—¿Parada?
—No... puedes acostarte si quieres. Solo si quieres —Milo abrió los ojos y me miró—. Si quieres ver la televisión, no me molesta... podría dormir en pleno terremoto en este momento.
Yo solté una risita, pues no lo dudaba.
—Bueno... me quedaré.
Rodeé la cama y me senté, algo insegura, a su lado. Apoyé mi espalda en el respaldo de la cama y me quedé mirando la nada.
Pretendía dejar que se durmiera profundamente y luego ir a buscar mi cuaderno. Solo tendría que esperar unos minutos.
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