Capítulo 13: Fotos

Milo

Tener a Jess otro día en mi casa, no era algo que amara. Debía admitir que me parecía una chica graciosa, pero era como tener una hija de cinco años... la cual sabía escalar por una cuerda hasta el segundo piso.

Ese día sería, probablemente, el último que nos veríamos o eso esperaba yo. Ya no tenía más archivos que necesitaran traducción y suponía que Jess no intentaría meterse más a mi casa.

Estaba sentado en el sofá de la oficina, vigilando que ella no se moviera del escritorio y terminara de una vez por todas el trabajo que me debía por su bromita con mi suegro.

—¿Cuándo nacerá tu hijo? —me preguntó de repente.

—Más o menos seis meses.

—¿Y qué es? —yo la miré confundido—. Me refiero a niño o niña.

Me encogí de hombros.

—Acompañaré e Elizabeth a una ecografía la próxima semana.

—Que emoción —dijo con una voz chillona.

—¿Te gustan los bebés?

—Si no son míos, sí —respondió—. Cuando Steve nació, yo tenía cuatro, pero aún recuerdo lo emocionada que estaba con que naciera... Debo admitir que era feo cuando nació, era como una rata más grande, pero luego se hizo guapo.

Yo reí. Esa chica tenía unas ocurrencias demasiado graciosas.

—Yo nunca he convivido con un bebé —confesé—. Soy el hermano menor y no veo mucho a mis sobrinos.

—Que mal tío eres.

—Oye, siempre los llamo para sus cumpleaños y los llevo al cine como regalo.

—¿Cuántos son?

—Solo dos, son mellizos —respondí—. Son de mi hermano más grande, los otros dos no han tenido hijos aún.

—¿Son solo hombres? —asentí—. Qué terrible.

Yo asentí con una risa. En realidad, tener cuatro hijos hombres no había sido fácil para mí madre.

Mis tres hermanos eran muy duros y brutos. Había perdido la cuenta de cuántas bromas pesadas me habían hecho por ser el menor. Me habían amarrado a un poste, tirado por la escalera en mi auto de juguete y colgado de cabeza desde un balcón en nuestra casa, entre otras.

Papá siempre había tenido preferencia por Ethan, el mayor de todos. Ethan ya era un hombre de negocios, con un matrimonio estable y dos hijos... era el orgullo de mis padres. Mi madre solía ser más neutral, aunque debía decir que jamás la sentí muy de mi lado en ninguna situación.

Melanie entró a la oficina sin tocar.

—¿Paso algo?

—Llegó esto... —me mostró un sobre que parecía tener algo grueso adentro, no una carta—. No tiene nombre ni nada...

Era extraño, Melanie lo había notado, por eso me lo había traído tan rápido.

—Bien, lo revisaré.

Melanie me lo entregó y luego salió.

Noté que Jess miraba por sobre la hoja que tenía en sus manos para saber que había en el sobre.

—Déjame abrirlo primero, después te lo muestro.

Abrí el sobre y saqué un montón de fotos.

«¿Qué mierda?».

Sentí a Jess parase de la silla y luego se tiró junto a mí en el sofá.

—¿Esa es tu amante? —me preguntó.

Yo asentí.

—Sí, pero estas fotos son de hace tres años... —comencé a pasar las fotos—. Era el lugar donde nos veíamos.

—Que elegante.

Entre las fotos mías con Verónica, apareció una foto de Elizabeth con alguien. Mis ojos se abrieron por la sorpresa.

—Ay, no...

Elizabeth también tenía un amante, pero eso no me preocupaba... me preocupaban las fechas de las fotos.

«Un poco más de tres meses...».

Jamás hubiera dudado de Beth, pero en ese momento comenzaba a pensar que ella era perversa. Se había acostado con un tipo cualquiera, había quedado embarazada y luego había tenido sexo conmigo para hacerlo pasar por mi hijo.

«No...».

—¿Estás bien? —me pregunto Jess.

Jess no había entendido por si sola el problema que realmente me había preocupado.

Comencé a sentir calor y los latidos de mi corazón iban más rápido de lo que debían. Me paré del sofá para salir a tomar aire, pero antes de que pudiera caminar, mi vista se nubló y luego todo se volvió negro.

[...]

Jess

¡Estaba muerto!

Me agaché en el suelo para sacudir a Milo, quien había caído como peso muerto al suelo.

—¡Milo! ¡Oye, despierta!

¿Qué se hacía en momentos como ese? ¿Respiración cardio pulmonar? ¿Cómo se hacía eso de las manos en el pecho?

«Debí tomar ese estúpido curso de primeros auxilios».

Sólo una cosa se me vino a la cabeza... Respiración boca a boca.

«Qué asco... Tendré que poner mi boca sobre la de este imbécil».

Me acerqué a su cara y abrí su boca con mis manos.

«¿Cómo es que tiene los dientes tan blancos y perfectos?... ¡Después, Jess!».

Puse mi boca sobre la suya y me quedé pensado... ¿Cómo se hacía eso? ¿Tenía que taparle la nariz y...? En realidad, no tenía idea.

Estuve al menos diez segundos con su boca pegada a la mía, pensando en cómo se hacía la respiración boca a boca, pero luego, caí en cuenta que estaba respirando.

Me separé y maldije.

«¡Solo está desmayado!».

Había puesto mis labios sobre los suyos y había compartido sus gérmenes por diez segundos para nada.

Salí de la sala y comencé a llamar a Melanie, quien llegó en unos segundos.

Cuando Melanie vio a Milo desmayado, me dijo que fuera por Jay. Yo corrí hacia afuera y llevé a Jay con Milo.

Entre los dos, lo subieron al sofá y lo despertaron pasando un algodón con alcohol cerca de su nariz.

Cuando Milo abrió los ojos, parecía desconcertado.

—¿Qué mierda me pasó? —preguntó cómo si recién hubiera despertado, con una voz ronca y raposa.

—Te desmayaste —le dijo Melanie.

Pareció recordar algo en ese momento y cerró los ojos con fuerza.

—Tengo que hablar con Beth.

—¡No! —le dije yo.

Todos me miraron extrañados.

—Esa no es la mejor opción. No seas estúpido —dije sin un filtro—. Elizabeth es una bruja con dinero, negará todo y luego pagará para ocultar las pistas. No puede saber que tú sabes.

—Ella tiene razón —concordó Melanie—, pero no entiendo porque lo dice.

Milo se acomodó en el sillón.

—Elizabeth me fue infiel.

—¿Y eso qué? —preguntó Melanie—. Tú también lo hiciste.

—Puede ser que su hijo no sea mío.

En ese momento, Jay y Melanie cayeron en cuenta de lo que realmente había puesto mal a Milo. Yo lo había entendido recién después de que se desmayara, pues no era tan buena con los cálculos.

—Maldita bruja —dijo Melanie—. En ese caso, Jess tiene razón, no puede saber que sabes.

—¿Viste quien envió las fotos? —Milo miró a Jay.

Él negó.

—Lo lanzaron por sobre el muro y cuando salí, ya no había nadie.

Milo soltó un suspiro.

—¿Y cómo lo haré?

—Pues como lo hacen los detectives —dije, provocando que los otros presentes rieran—. ¡Oigan! ¿Tienen una mejor idea? —ninguno habló—. Entonces no se rían.

Acababa de meterme más en la vida de Milo Griffin... todo por conseguir un estúpido cuaderno.

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