Capítulo 25: No soporto esto.
Odiaba las cosas invisibles. Ya fueran enfermedades, sentimientos, pensamientos fugaces. Era para protegernos, pero también una maldición.
No podía saber qué pensaban los otros ni yo me atrevía a hablar.
Depresión.
Sabía que algo se había roto, y que sin importar cuantas lagrimas se derramaran no serían las suficientes para volverse pegajosas y unir cada pieza que se carcomía por el dolor.
Yo era una persona simple, no tenía una personalidad agraciada, mucho menos una vida trágica o llamativa. Había visto personas sufrir, me rodeaban a donde sea que fuera, escuchaba sus llantos y sus dolores pero no eran yo. Yo nunca podría sentir lo mismo, y era egoísta pensar que sí.
Algo me asustaba. Me asustaba mucho, había algo. Tocaba, una y otra vez. Golpeaba, pero en bajo tono. Rasgaba la puerta, la abría lentamente y me observaba.
Le tenía mucho miedo, y no podía hablar de ello.
Pasaron dos semanas desde el fallecimiento de Piin. La organización en la escuela era un caos, el primer fin de semana apartado para el arte en el festival recreativo era hoy mismo, y yo corría de un lado a otro tratando de calmar a TID y de registrarnos para el turno de la tarde.
Dos semanas sin hablar con Insomnio realmente. No me saludaba en los pasillos, sonreía como tonto en el club pero no conversábamos y aunque todo parecía bien en apariencia lo sentí más lejano que nunca. Tuve miedo de haberme equivocado al confesarle lo que sentía, pensé que él rechazaba la naturaleza de mi persona.
Inso nunca había hecho eso hacia mí. Mi madre me dijo "no te entiendo" meses antes de que me diagnosticaran. Y cualquier conocido con quien comenzaba a tratar giraba los ojos o mantenían el silencio al escuchar cómo me sentía. Con el tiempo aprendí a solo callarme, respetar el espacio sano de los demás.
Podía tener amigos si era cauteloso. Muy, muy precavido, o se asustarían de mí.
—¿Qué hice mal? —Susurré, cubriendo mi nariz que se enrojecía al ver la pantalla de mi celular. Mensajes distantes, algunos en visto, y llamadas sin respuesta.
¿Qué hice?
¿Qué dije?
¿Publiqué algo?
¿No debí hablar de más?
¿Qué hice ahora?
—¿Qué te hice, Adie? —Murmuré, apretando el teléfono entre mis manos mientras le observaba activo sin haberme respondido desde hace días. La ansiedad de haber hecho algo mal comenzaba a escalar mi cuerpo como insectos, poniéndome los pelos de punta hasta obligarme a rascar los brazos sobre el uniforme.
"Estoy ocupado, lo siento. Olvida la función que te conté, me spoileé y no me gustó".
Apagué la pantalla de mi celular, y me quedé observando el suelo de pequeñas manchas que recorrían otros alumnos. Detrás de mí se hallaba el área de registros, todavía era temprano, pero la sensación en mi pecho me pedía que me marchara pronto.
—Pinche escuela, nos están obligando a ver todo el programa de hoy y mañana. —Algunas voces se acercaban, pero se alejaban con la misma rapidez.
—A mí no. Me acosté con la profe. —Le respondió alguien más.
—Es una broma, ¿cierto?
—Sí, solo me acosté con mi prima.
Doblé en el pasillo deshabilitado por el montón de sillas y mesas que habían apilado allí. La luz estaba apagada, los demás seguían de largo y el silencio era más fácil de encontrar. No soportaba los pies por estar formado tanto tiempo, decidí sentarme en el suelo mientras recuperaba mi energía.
Desearía que nada de esto estuviera pasando.
Suspiré, abrazando mis piernas hasta ocultarlas con mi pecho, sosteniéndome como si la muerte significara estirarlas. Bajé la cabeza entre ese pequeño hueco, y murmuré allí cómo me sentía.
—¿Qué haces ahí, puto grosero? —Oí la voz de Cáncer. Sus tenis sucios se podían ver a través del pequeño hueco, y la luz del pasillo principal.
—Ya me había disculpado. —Murmuré, aplastando más mis mejillas contra mis piernas.
—Wey, pareces una bola. —Se burló, golpeando con la punta de sus zapatos los míos.
—Ya —saqué mi cabeza, mirándolo con enfado—, déjame en paz, ¿quieres? No me siento bien.
Sus cejas perfectamente delineadas se juntaron al centro para formar distintas arrugas, su nariz parecía temblarle al igual que la expresión burlona en su rostro. Se cruzó de brazos, bufó y recargó su espalda contra la pared. Allí se mantuvo, sin agregar más.
—¿A qué vergas se refieren ustedes cuando dicen "No me siento bien"? ¿Qué chingados sienten, les duelen los huesos o qué? —Me cuestionó, jugando con sus dedos, entretanto su vista se clavaba en el foco sin luz y las sillas a lo lejos que no nos permitían ver otro camino.
Aparté las manos y las rodillas de mi pecho, dejándome al descubierto, con las piernas estiradas y solo mi cabello cubriéndome la vista.
—Es como... angustiante. Todo está bien pero se siente muy rarito. —Traté de ponerle palabras, sin ser explícito. Cáncer tampoco parecía querer escuchar una broma en ese momento, y quizás por eso me atreví a hablar a pesar de mis temores.
¿Cómo describirías la depresión?
—¿Cómo lo dibujarías, o lo explicarías, o solo lo mostrarías? —Inquirió él, su voz temblorosa me forzó a voltear en su dirección para no solo ver su perfil lejano.
Él también volteó. Cáncer me parecía un idiota la mayor parte del tiempo, pero me agradaba, no me hacía un daño directo a diferencia de los primeros días que me sentí afectado. Supuse que tenía sus propios problemas, era difícil lidiar con una enfermedad que amenaza quitarte la vida mientras yo solo me deprimía.
No estaba bien desearle mal a nadie. "No hay mal que dure 100 años", ni perro idiota que lo resista.
—No pregunto por mí, cabeza de condón —bramó, sacudiendo su tenis como un animal—. Es para mañana. Estoy aquí para inscribirme por obligación y ni siquiera he escrito mi discurso aunque ya vi la exposición de Cáncer 2.
—¿Sobre qué tienes que escribir? —Lo miré con hastío. No soportaba sus apodos.
—Sobre la depresión y el cáncer y su puta madre. —Balbuceó, regresando los círculos dentro de sus ojos a la pared del frente donde su voz también se estrellaba—, pero la neta ni idea de qué decir. Dependerá de mi humor y lo patético que me sienta con el uniforme.
—¿Por qué ese tema si no son iguales? —Inquirí, confundido por lo que planeaba hacer.
—Porque esas dos se parecen mucho. —Suspiró, me sorprendió mucho, Dios, era Cáncer suspirando—, olvídalo, pendejo. Te lo voy a mostrar mañana, la Cáncer 2 me enseñó algo que también quiero mostrar.
—Entonces habla con eso en mente, si tienes un fuerte mensaje da igual cómo lo expliques mientras la idea siga. —Arrojé una palmada a su pierna que era lo más cercano. Seguro ofendería a alguien o usaría pésimas metáforas pero sabía que ese tipo era lo suficientemente fuerte para soportar cualquier crítica, y no era tan idiota para permitirse ser humillado por los demás.
—Sí, bien —dio un paso al frente para evitar más contacto de mi parte—. Gracias por el consejo, puto. Me andaba sintiendo raro porque yo creo que aconsejé mal a alguien hace unas semanas.
—Same —respondí en inglés, recordando cada palabra que dije como una tortura—. Pensé que había dicho todo bien pero al parecer no me escucharon. No le agradó.
—Sí...
—No hablamos de la misma persona, ¿cierto? —Me reí incómodo, peinando las hebras de mi cabello para permitirme ver.
—Qué dices, wey —bufó acalorado—. Para nada. Creo. Espero.
Mierda.
—Hey, fui a echarte ojo en el club pero tardaste mucho. —La voz de TID me arrastró fuera del pasillo y mi pequeño hueco junto a Cáncer. No me despedí, lo seguí con prisa.
TID tenía puesto el uniforme, su cabello atado en una pequeña coleta que medía menos que mi mano y aunque lucía incómodo por la corbata hizo su mayor esfuerzo para venir hoy al festival y presentarse como un alumno. Él fue mi única compañía más cercana los últimos días, a veces venía a clases y otras solo llegaba a la hora del club para apartarme y hacerme escuchar su monólogo.
Yo lo había registrado hace unos momentos, y en la misma lista puse mi nombre para la tercera semana, pensando que aunque no tenía mucho de qué hablar sobre mis experiencias, necesitaba decir algo también. Por más pequeño fuera, Mure me dijo, que nunca sabíamos el poder de las palabras hasta que las soltábamos.
—TOC quiere que le des una mano de gato a Disfluencia para cargar unas cajas de chácharas —me explicó mientras continuaba tirando de mi manga. Su lenguaje aún me confundía pero me estaba acostumbrando—. Ese mamón, no quiere echar el chal pero tampoco me deja ayudar a la chamaca.
Recordé que TOC era medio celoso, pero me enojó pensar que a mí sí me permitía hacer lo que quisiera como si no tuviera oportunidad con nadie. Ya sabía que era un moco en la pared pero tampoco era como para que me lo restregara.
TID me dejó en la entrada donde me esperaba la chica gótica de cabello rosa. Tenía una gran sonrisa que se elevaba hasta la altura de sus ojos claros y las diminutas pecas alrededor de su nariz. Sonreí por inercia.
—Ya estás, Felipe y con tenis. —Tampoco entendí esa oración de TID, mucho menos su guiño.
Me agaché para recoger las otras cajas que Disfluencia no podía cargar. Fue raro pararme a un costado suyo y descubrir que tendríamos la misma estatura de no ser porque ella usaba unas botas con bastantes centímetros extras. Su cabello me llevó como bobo todo el camino hasta la cancha de basquetbol donde se hallaba el escenario.
—¿Has hablado bien con Inso? —Entrecerró los ojos, su vista siempre al frente, siguiendo la dirección que sus pies marcaban.
—No, ¿por qué... preguntas? —Hablé bajo, doblando las rodillas para elevar un poco la caja que se resbalaba de mis dedos y creaba fricción.
Ambos dimos un pequeño salto para evitar pisar las latas de pintura de chicos que terminaban la decoración. Algunos agradecieron y otros se mantuvieron imperturbables. Ella me dio un pequeño empujón en la espalda para llegar al otro extremo y dejar la caja del club de arte. Fue lindo descubrir que transportábamos diamantina.
—Solo curiosidad. Me gustaría ayudar en algo a todos ustedes —su tono se agudizó, jugó con sus dedos mientras la luz del techo alto hacía destacar su ligero maquillaje con manchas doradas—. Les debo mucho, ¿sabes? Me ausenté un tiempo después de lo que pasó en el cementerio pero no olvido el esfuerzo que hicieron para ir. Sobre todo tú, por tu condición.
—No nos debes nada, Disfluencia —sonreí, dándole pequeñas palmadas en su espalda, con miedo a causarle alguna incomodidad física—. Creo que ese día todos aprendimos algo. Gracias a ti.
-Eres muy lindo, Dep. —Ella también me dio palmadas para echarme a andar devuelta en los pasillos.
—Gracias, tú también me gustas. —Solté, sin pensar. Apreté los párpados arrepentido.
Disfluencia se rió de mí, por casi un minuto. Aceleró sus pasos, dio pequeños brincos y jugó con su cabello. Fue bueno verla así, a diferencia de cuando la conocimos parecía más un reflejo de mi persona, pero ahora lucía libre y con ganas de superar cualquier obstáculo. Yo anhelaba eso también.
—Es irónico que la depresión ame a los demás, pero no pueda amarse a sí mismo. —Comentó, ocultando sus manos detrás de su espalda mientras daba dos pasos más lejos de mí.
—No puedo enamorarme de la tristeza. —Aclaré, luego rasqué mi nuca. Era extraño hablar de eso con una sonrisa, pero no pude quitarla.
—Amar significa querer hacer al otro feliz. Eres solo tú, Dep —agregó, elevando la manos lo más cerca del techo mientras su espalda se estiraba—. No dejes que nadie te quiera de otra forma si no es para hacerte feliz.
~•~•~•~
—Chinga su madre, no voy a hacer esto. —Bramó TID, arrojando sus papeles a mi cara.
—Noooo, aguanta vara —usé su lenguaje para alentarle, y me apresuré a tomar cada papel en el aire antes de que este tocara fondo—. Vamos, TID. Tú puedes, ignora lo que dicen. Va a salir todo bien y vas a poder comer tranquilito después.
TID se desplomó en las escaleras, tapándose con telas tiradas detrás del escenario. Habían más personas adelante esperando y asomándose para ver al público. El sonido era fuerte, también se olían las palomitas y las banderillas a esa distancia. Me senté a su lado para permitir el paso a los demás y poder hablar más tranquilos.
—Llegaste muy lejos. —Dije, sin saber qué más decir.
Una parte me alentaba a decirle que solo no lo hiciera y nos sentáramos a ver a los demás, que nada importaba, pero TOC me había rogado que no hiciera eso o me colgaría de la puerta de su casa como si fuera un animal disecado. La verdad eso no me molestaría, pero ya había prometido a apoyar.
TID puso su mano sobre la mía, y me apretó con fuerza, lastimándome. Lo miré con preocupación. Él parecía estar mordiendo incluso sus labios.
—Wey, tengo miedo que subir ahí y olvidar qué hacía —confesó, esbozando una sonrisa amarga que elevó sus cejas mochas—. Sabes, dos días antes de mi cumpleaños pasado, alguien dentro de mí decidió comprar un pastel. Cuando desperté y lo vi en mi mesa, lo desayuné. Y me sentí feliz, agradecido de que una parte de mí que no recordaba fue a comprar un pastel para hacerme sentir bien. Pero también aterrado de no saber el dolor que pudo llevarme a hacer eso y la soledad de que nadie físico lo hiciera por mí.
—¿Qué vas a hacer? —Cuestioné, desviando la mirada hacia los alumnos que se detenían a escuchar. Dieron la espalda cuando me vieron reaccionar.
—No quiero ponerme muy salsa, cuate. Solo estoy enojado conmigo porque sé que este no soy yo, que ayer quería hablarle a todo el mundo y hoy quiero esconderme de todos. Tenía altas expectativas. —Cerró los ojos, tomó una bocanada de aire gigantesca y se encogió.
—¿Tienes miedo?
Eso sonó raro.
—No me preguntes eso, por favor. —Me miró de forma repentina, molesto. Di un pequeño brinco—, no se te ocurra volver a preguntarme o insinuar algo así.
—Lo siento. —Dejé escapar, sintiéndome aún más confundido y asustado por su reacción.
Yo tengo mucho miedo. No lo soporto.
¿Volví a decir algo mal?
—Voy a subir.
TID se paró de golpe, abrió un botón de su camisa y se quitó la corbata. No supe qué pasaba con él de repente, incluso tapé mis oídos al escuchar que su monólogo de siempre había empezado de forma distinta. No quería aceptar que la mayoría no escucharía consejos, no escucharían ni siquiera lo que uno pensaba de ellos, no harían caso y no tenía el derecho a molestarme con ellos pues era ser insensible.
No querían ayuda.
Pero me sentí frustrado por no haberlo ayudado en nada. Y que su stand de comedia se transformó en solo un monólogo amargo que ofendió a la mayoría de los presentes.
—Qué hay banda, soy TID. Soy de por aquí, de por allá, con chingo de dinero en mi chanchito que me dio el gobierno para que no asalte casas y no tenga la necesidad de estudiar.
Encendí la pantalla de mi celular, viéndome reflejado entre la luz y el buzón vacío. Mis pupilas se habían contraído, estaba más asustado que todos de que algo saliera mal. Las personas se apilaban a un costado para ver al público mientras el resto levantaba la voz. Mis manos temblaron.
—Un werito privilegiado me dijo que subiera aquí o si acaso tenía miedo. Le pedí que no lo repitiera y se asustó. Nunca lo había visto asustado y hecho bolita detrás de ese telón como si fuera un puto trapo. La mayoría reacciona así como ustedes al escuchar mi nombre: Ay... no, ya llegó Patricia.
Mi respiración aceleró, comenzó a darme calor aunque estábamos a 24º grados en el interior y no tenía puesto ningún abrigo.
—No voy a hacer nada, no me voy a transformar pero échenle ojito a las salidas de emergencia. Vine aquí a hacerlos reír un rato pero ni de humor ando. También quería enseñarles a asaltar y esas cosas pero seguro me expulsan.
Quiero irme de aquí.
—Yo la verdad... los odio a todos aquí. A los profes, al director, el pinche consejero y también a todos ustedes y sus caras culeras que prefiero evitar. No puedo más, y más, y más. Todos me repugnan.
—¡¿Entonces para qué vienes?! —Le gritó alguien, obteniendo una respuesta inmediata de su parte.
—¡Para romperte tu cara, puñetas! Y responde ese pinche teléfono que anda sonando o te meto el vibrador.
Esa tarde bajaron a TID del escenario, quien nunca tuvo la oportunidad de hablar el monólogo que estuve practicando con él toda una semana y al que hicimos políticamente correcto: solo para dar risa con sentido, groserías reducidas, y algunas ilusiones que ni siquiera creíamos. Nunca imaginé que eso que él quería hacer era solo gritarles a todos, y también a mí, por seguir repitiendo las mismas palabras de aliento que no sentíamos verdaderas.
Palabras.
¿Cómo describirías lo invisible?
Algo había sucedido esos días, pero no podíamos verlo.
¿Qué forma le darías? ¿Puedes siquiera imaginarlo?
Había gran poder en las palabras, no podíamos subestimarlas. Mientras largos textos eran necesarios para hacernos ver que la vida era una basura y lo mejor sería drogarnos, una oración de 10 palabras era suficiente para hacernos sentir inspirados.
Así como todo un consejo que nos había salido del alma sería innecesario para alguien que decidió escuchar un "Haz lo que quieras".
Yo creo que no aprendí nada de muchas terapias. Neuropsicológicas, clínicas, sociales. No importaba cuantas tomara, no me daban una respuesta. Algo seguía golpeando, más fuerte, el sonido me ahuyentaba. No podía centrar en mi mente la superación cuando estaba enterrado debajo del lodo.
"Por favor imagina, quién eres y la forma en que quieres ser". Cáncer dijo que me mostraría lo que había aprendido, pero solo si tenía el suficiente valor y buen humor para hablar en público. Me repetí que debía aguantar hasta mañana.
Y golpeé mi cabeza varias veces, pidiéndole al sonido que se detuviera. Que por favor me dejara en paz, que dejara de perseguirme. Algo dolía, algo golpeaba, me mantenía preso y ni siquiera era físico.
—SOLO DÉJAME EN PAZ. —Pedí a gritos, alarmando a todos los que estaban detrás de los telones y tuvieron pánico escénico de salir a la luz.
Por favor, déjame. Déjame. Déjame. Déjame. No soporto esto, Depresión. No puedo hacerlo.
• • •
Actualicé, olv.
Ya a finales de este mes la historia cumple un año desde su primera publicación, lo que me dejó pensando en que ya no debería tener hiatus tan largos. Quiero darle un final a los problemas de los personajes.
Les voy a contar cómo nació la idea de EPTYE:
-¿Cómo describirías la depresión?
-No lo haría. No podría, sería como construir una persona desde cero, y esa persona ni siquiera lo entendería. No tendría gracia a hacer a alguien así.
-¿Sería aburrido?
-Sería denso y sin sentido.
Fue una charla que tuve con mi terapeuta antes de comenzar esta historia. Pensé toda la noche "¿qué clase de persona sería la depresión?" Y solo pensaba en alguien tirado en el suelo que se ponía a llorar si se le caía su cuchara o un poco de agua. Que lloraría todo el tiempo sin saber porqué. Luego fueron muchos momentos que me hicieron pensar "la depresión no es llorar, no es no sonreír, no es tierno ni es espeluznante". Sería una persona compleja.
La primera escena que planeé de EPTYE para definir mejor a los personajes fue a un chico con cabeza de hongo aislado en un pasillo, por la tarde, sentado en el piso. Entonces se le acercaba un Cáncer, le decía que eran similares aunque no fueran lo mismo.
"El Cáncer y la Depresión se parecen mucho". Era un chico malo tratando de ser empático con el chico que no sobresalía en nada. Esa escena, esa conversación que tuvieron por la tarde, fue la que dio inicio a este proyecto y que ahora he decidido que fuera parte del discurso de Cán.
Les agradezco mucho a los que leen esta historia por seguir aquí a pesar de el humor que llega a ser muy ofensivo, a pesar de mis desapariciones o el estrés que puede conllevar leer a adolescentes. Amo a mis personajes, y aunque fue una difícil decisión hacer a estos tres protagonistas de la forma en que son no me arrepiento.
Ojalá disfruten esta primera parte a la que le quedan como seis capítulos. <3
~MMIvens.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top