Capítulo 24: ¿Dónde estoy?
Estaba asustado, de no alcanzar a nadie.
No recuerdo el momento en que comencé a verme detrás de los demás, o siquiera a reconocerme, porque no podía ver mas que desperdicios de mi propio cuerpo. Como solo un resto más en medio del caos, por el que otros pasarían pisoteando sin voltear a ver.
Hice tanto daño que solo golpeaba contra mis hombros mientras yo me negaba a seguir: estaba cansado, estaba asustado.
Insomnio.
Yo no era una mala persona, lo juro. Yo no lo era, no podía serlo, no debía serlo.
Solo me creí el héroe, lo hice por completo. Si no era el centro, ¿quién era? Si no era el animador, o el mejor amigo, o el chico de la banda que protagoniza su vida, ¿quién era?
Comencé a verme como un insecto atrapado en un cuarto de espejos, pensando que su propio reflejo era el resto del mundo.
-No has entregado ningún trabajo desde que te inscribiste al curso, Insomnio 347B -me habló por mi número de civil, cortando mi respiración al tratarme como otro número registrado-. Empezaste con mucha energía, te recomendamos que la guardaras para la universidad a la que ni siquiera has entrado y falta tiempo para que puedas hacerlo. Pero ya estás dejando de lado ese tiempo, ¿qué sucede contigo?
Respiré, mirando el techo mientras trataba de controlar mi pecho y el calor insoportable en mis piernas. Me sentía pegajoso, con hormigas recorriendo mi piel y las sábanas siendo solo rocas que me mantenían preso de la procrastinación.
-Has faltado al curso general también.
Arrojé mis cobijas, parándome con gran velocidad por el vaso de agua en el escritorio, pasármelo de golpe para hidratar la sequedad. Era lo único allí, lo demás ya estaba guardado. Traté de mantenerme de pie pero las rodillas se me doblaban como resortes esperando mantenerme alerta ante cualquier temblor.
-Ya no eres un niño para quedarte en cama y huir del colegio. Su familia ya ha pagado, ¿piensas dejarles el gasto encima sin aprender nada?
Levanté el teléfono de la cama con las manos temblorosas, tratando de mirar la hora y la fecha que solo tiraba de mis cabellos para gritarme que hiciera algo o perdería también. Que hiciera algo distinto a lo que ya había planeado.
-Es un desperdicio de tiempo. Ojalá nunca tengas que vivir malas experiencias debido a esto.
Ojalá nunca, ojalá nunca...
-Consejero -hablé con un hilo de voz, pidiendo fuerzas a lo que fuera que estuviera escuchando para que me diera la confianza de hablar-, yo... voy a tomarme un año sabático. Lo siento.
Tan pronto colgué continué con las actividades que dejé colgadas en la mañana por recostarme un rato para guardar calor. Terminé de sellar mis bolsas y sacar lo vital de los cajones, junto a las cobijas de mi madre. Miré la guitarra en la esquina de la habitación junto a las cosas que no podía sacar, como la cama o los muebles más pesados.
Volveré por ellos, después.
Apreté mis dedos contra mis ojos para mantenerme despierto aunque lo que quería era dormir. El teléfono volvió a sonar sin permitirme visualizar el nombre, me sentía tan fatigado que un infarto era probable en dicha situación.
Era una llamada de Cáncer.
-HASTA QUE CONTESTAS, WEY. -Pegó un grito, el teléfono parecía querer levantarse solo de la cama-. No has venido a visitarme desde... Espera, no nos hemos reunido desde la graduación porque siempre cancelas, puñetas. ¿Qué te pasa, imbécil? Iba a todas las tocadas de tu banda. Fui al funeral de tus hijos, a su comunión.
Los días estaban grises por la temporada de lluvias, y los insectos llenaban los cristales del exterior en búsqueda de protección para no ser arrastrados con los charcos y las fuertes gotas incapaces de secarse sin el sol.
El bochorno solo crecía, ocasionándome un dolor de cabeza que me hacía centrarme en la luz del teléfono desde lejos. Como un pequeño reflejo, sonidos grises y sabores secos.
-Inso, la verdad no ando así al full, full metal alchemistO.
Tuve miedo de tomar el teléfono, o siquiera de abrir la boca. No había palabras que se formaran, solo se asentaban letras sin forma en mi estómago para causar dolor.
-Pasa a hablar aunque sea, tengo cosas importantes que decirte. Y también, yo quiero...
Arrojé mi mano para colgar la llamada, como si aplastara un mosquito con esta, y lo mirara desde lejos indiferente a su silencio. El pecho me dolía con tanta fuerza que desconocía incluso mis movimientos, como si fuera un gigante que podía patear lo que fuera aún si no fue incidental.
Tenía miedo de convertirme en ácido y escupir a todo el que me hablara. Porque la forma en que yo pensaba tan miserable no era algo filosófico para mi edad, era el pensamiento de alguien que se ocultaba detrás de palabras tristes y vagas para fingir que estaba haciendo algo bien. Llorar cuando me expresaba no significa que me estaba expresando bien.
Me expresaba como el orto, Dios, y encima intelectual me consideré. Soy un idiota.
-¿Vuelves a casa, entonces?
Por favor, que ya no me hable nadie.
Hipersomnio estaba detrás de mí, su respiración se colaba desde la puerta hasta crear un ligero eco. Vi mis manos aferrarse al teléfono como si fuera una herramienta de defensa, mis piernas se plantaron al suelo para hacerme saber que estaba despierto y pisando la tierra.
-¿Inso? Dios, responde ya, no tengo todo el tiempo del mundo. ¿Volverás con tu mamá?
-Te dejo la guitarra, o lo que quieras de aquí. El resto lo llevarán después. -Hablé lo más bajo que pude, levantando de la cama mi mochila y las bolsas que podía llevar solo en el taxi.
-No quiero nada, llévatelo todo la próxima vez. -Fue cortante, pero retrocedió para dejarme pasar.
Distinguía las cosas como grandes manchas, no por problemas de visión, sino que me costaba tener los ojos bien centrados pues daban vueltas mientras me rogaban que durmiera un poco. Me sostuve de la puerta para no caerme, y sin mirarle me despedí; no quería irme.
Tengo la cabeza aplastada en el suelo.
~•~•~•~
-¡Pitote, nos encontramos a tiempo!
Mi padre extendió ambas manos, parado en la entrada de la casa de mamá. Llevaba maletas como yo, una sonrisa que intentaba sacar todos los problemas de mi cabeza, o solo palabras para calmarme. Estaba seguro de que fue mi mamá quien le pidió que se quedara unos días con nosotros.
-Permiso. -Mascullé, encogiendo la cabeza para pasar a un costado sin rozarnos.
-Saluda a tu papá, Insomnio.
Mi madre se paró frente a mí con los brazos cruzados, apretando su pecho y permitiendo que todo su cabello cayera sobre este y sus hombros hasta esponjarse. Estaba esa mirada desaprobadora en su mueca, ojos que se volvían diminutos con cada paso mío y palabras que se retenían en su boca.
Miré la sala alrededor y traté de hacerme espacio con mis cosas para entrar deprisa.
-INSOMNIO -consiguió que volteara a verla otra vez-. Salúdalo que vino desde lejos. ¿Tienes el cerebro vacío o de verdad estás sordo?
Arrojé la mochila en mi espalda para girar y darle un breve abrazo. Le di uno también a mi mamá, esperando me lo devolviera pero estaba tan furiosa que no pudo despegar los brazos de su propio cuerpo. No estaba de acuerdo en que abandonara el instituto, mucho menos en que volviera a casa con tantos problemas.
Desde aquel día todo fue en picada, ni siquiera quería tomarme el tiempo de pensar. En mi banda ya no me querían, o si lo hacían lo ocultaban porque necesitaban a alguien más que estuviera dispuesto a seguir practicando con ellos. La escuela no la volví a pisar, me daba terror la idea de arruinarlo todo y confirmarme que no tenía talento alguno para aportar algo, sino terminar como empleado de alguna farmacia.
Volví a casa con la intención de descansar.
Las redes no me dejaron hacer eso. Me levantaba a comer y volvía a la cama solo para ver el inicio de mi perfil, los grupos en los que estaba, los vagos amigos en internet que solo tenía en mi cuenta secundaria para fingir que era alguien con un nombre real. Pero allí donde se veía todo las personas presumían sin descaro.
"14 años. Cuatro países visitados. Hablo tres idiomas. 340k seguidores en YouTube".
-Qué demonios me importan tus publicaciones. -Rechisté, deslizando el dedo mientras me arropaba con más fuerza.
"Dios, llegué a los 3.4M en..."
Apagué el celular, había más éxito en otros lados del mundo. No comprendía cómo, qué hacían, porqué con solo un chasquido de dedos el éxito se formaba para ellos. Llevaban un año, o apenas unos meses, cuando lo que yo hacía era tan limitado en comparación al mundo del entretenimiento y el arte.
Me asustaba estar perdiendo el tiempo, pero me daba aún más miedo aprovecharlo y no tener excusa si no lograba nada con ello.
En el kínder mi rostro estaba lleno de estrellas, por ser amable, por participar, por aprender a leer primero. Las deseaba, cuando tenía un apodo que lo sentía como mi nombre real, pero tuve que ser algo tan poco especial como Insomnio que todos tenían, incluso algunos lo confundían y lo disfrutaban.
Sentía que cada vez el piso estaba más lejos, como una caída sin forma en donde solo podía sentir el viento interminable golpear contra mi espalda. Entonces agua, que subía hasta ahogarme y azotarse contra mí, sin permitirme escapar por el volumen de esta.
Pero discutía internamente conmigo para que estas cosas dejaran de meterse en mi cabeza. Yo no deseaba ver a las personas como simples obstáculos, mucho menos herramientas para hacerme de logros o sentir que tenía algo, pero terminaba haciéndolo con la idea de que ellos me veían igual. Me asustaban las personas y sus capacidades de leerme, cuando yo me desconocía a mí mismo.
-Mijo -mi papá habló desde la puerta-, recuerda que la cita es en una hora.
Deseaba pedirle piedad a la vida, que esta dejara de atormentar y me diera algo que me hiciera seguir adelante. Una recompensa, o alguien que me admirara.
Pero mis padres fueron los intermediarios para dejarme en una sala, de frente a mi terapeuta de cabellos rubios, el único con que el que podía tratarme a menos que lo cambiara por un largo proceso legal en el que explicaba las razones, quien me dijo hace más de dos años que solo veo a las personas por lo que externan frente a mí y no por lo que son.
-¿Por qué la vida es así? ¿Qué debo hacer para que cambie, o para poder adaptarme a su ritmo?
-No cambiarás nada de la vida, es imposible. Nadie puede hacerlo. -Me cortó de tajo, antes de posar sus manos sobre sus rodillas y pensar en lo siguiente-, básicamente es dejar de darle vueltas a esa idea existencialista y entender porqué pasan las cosas. No es porque la vida te quiera hacer enojar o recompensar, solo no es así y ya.
-Es que, parece un castigo -expresé con esfuerzo, sintiéndome culpable por mis ideas-. ¿Fue tan grande el daño del pasado que debo seguir siendo atormentado por ello?
-Tampoco es un castigo, Insomnio. Si la cosas siguen resultando igual es porque algo no ha cambiado, sigues cometiendo el mismo problema con lo que sea que no te resulte. A veces debemos aprender a olvidar ideas, porque fracasan y no hay más.
-¿Por qué es tan duro conmigo?
Lo miré, allí sentado cómodamente, perdido con la mirada sin entender a qué me refería. Rascó su frente, sin palabras o excusas, no entendía porqué un profesional me hacía sentir peor. No me aportaba nada que de verdad me hiciera sentir bien.
Prefería que me hablara de energías, de magia, de mentiras. De un diablo y un Dios, de algo después de la vida, de un pensamiento donde todo era relativo y podía encogerme de brazos diciendo que al final todos vamos a morir. Pero nada de eso resolvía problemas, nada me hacía sentir mejor, ni siquiera publicar mis sentimientos, expuestos a todos; volvía a descubrir que a nadie le importaba si no se sentían identificados con ese dolor.
Mientras el egoísmo me tira por un barranco por miedo a que otros se vean como yo.
-¿Por qué no puede ser más como un amigo? -Balbucí, recogiendo mis pies sobre las patas de la silla.
-Soy tu terapeuta, Inso, desde que tienes 10 años. No vengo aquí a mentirte o hacerte sentir mejor, solo soy alguien capaz de darte las herramientas para mejorar cuando estés dispuesto a ser ayudado.
Se siente como mierda.
-Haz lo que mejor te parezca si no quieres hablar aquí. Escríbelo, crea, sácalo, pero aquí está la ayuda profesional que se necesita para no seguir desinformando a otros. -Sentenció, añadiendo un último consejo-: llorar por cosas que duelen una y otra vez no es progreso ni un orgullo, no ganarás algo por eso que no sea sufrimiento.
Haz algo, me repetía, haz algo.
Salí de terapia sin respuestas, una hora y media que sentía desperdiciada porque las cosas al cruzar la puerta de salida seguían siendo las mismas que horas antes, que semanas atrás, que meses atrás, todo se veía tan pequeño e insignificante, mientras todos señalaban mis pensamientos como enfermizos o egocéntricos.
Pretenciosos, sin sentido.
Todo se había ido al carajo y yo apenas caminaba con dinero de mi papá en el bolsillo para comprarme una hamburguesa a la vuelta de la casa. No tenía nada más en mente, solo la hamburguesa.
No esperaba encontrar a nadie allí.
-Aquí está su orden. -Arrojó la charola sobre la mesa, asustándome por el repentino estruendo.
Me quité la capucha para observar a la chica de cabello castaño, corta estatura y que inclinaba su cabeza sobre uno de sus hombros mientras hacía una mueca de fastidio por solo verme. No supe qué le hice a Fibromialgia para molestarla tanto, ni siquiera sabía que estaba trabajando en Burger King.
Asentí sin poder dirigirle la palabra. Estiré ambas manos para tomar la hamburguesa que tenía papas encima que salieron de su caja por la forma en que las sirvió. Fue mala idea sentarme al fondo del establecimiento porque ni el gerente vería lo que pasó.
-¿No entraste a un instituto lejos de aquí? -Preguntó sin quitar el ojo de mi cabeza, traté de no levantar la mirada pues sonaba cada vez más molesta-. Dudo que vinieras de tan lejos por una hamburguesa.
Ni siquiera te conozco bien, mucho menos debo responderte.
-¿Te mordió la lengua el gato?
-¿Por qué estás siendo tan ruda? -Hablé, con los ojos sobre ella esperando se apartara. El cansancio terminaría por hacer que le deseara lo peor solo por molestarme en la comida-. No tengo nada que ver contigo.
-Vale. -Respondió.
Dio media vuelta para volver por su camino, detrás de la barra en la que habían otras personas atendiendo. Yo permanecí con la hamburguesa entre mis manos, mirando todo lo que se construía lentamente entre desconocidos, fórmulas, palabras, sonrisas y charlas sobre la comida. Conexiones constantes.
Di una mordida, mascando con fuerza. Todo se volvía un revoltijo que se reducía a un solo sabor y textura.
-Te odio. -Mis dos palabras resonaron en la cabeza, con un eco que se perdía con cada mordida esperando se disipara.
Mordí más fuerte, hasta hacer sangrar mi lengua y comenzar a llorar del dolor mientras me retorcía con la hamburguesa masticada. Encogí mi cabeza y traté de que mis brazos la sostuvieran mientras mis dedos estaban sucios de comida.
¿Dónde demonios estoy?
No estaba en un mundo de fantasía, ni de pie siendo galardonado, ni siquiera destacándome en internet con vagos logros. Estaba sentado, comiendo solo, con la universidad echada por la borda, odiando la terapia, creyendo que las cosas irían mejor si me quedaba allí.
No recordaba ni el momento en el que Depresión dejó de ser eso que tanto me gustaba, o cuando lo comencé a ver como solo un sentimiento y no alguien real que podía fastidiarse de mí. Mis amigos, mi novio, mis propios padres, comenzaban a acostumbrarse a esperar lo peor de mí.
No me gustaba nada de lo que hacía, no me gustaba mi nombre, no me gustaba pedir ayuda, tampoco me gustaba ser ignorado. Cada paso, cada grito, desplomados y extendidos para hacer una pequeña capa que en lugar de atraer cosas buenas me envolvía en su plástico hasta prohibirme avanzar.
Tenía un hambre incontrolable, estaba acostumbrado a estar lleno, y si escuchaba un rugido me veía desesperado por llenarlo con cualquier cosa que me distrajera o me llevara a algo más. Pero ya me estaba devorando a mí mismo desde adentro, porque nada, ninguna recompensa era suficiente.
Algo en el exterior que me hiciera feliz, pero mi cuerpo me gritaba desesperado que lo sacara de mí.
-Soy un desperdicio de persona.
Expresé, llorando con la cabeza aplastada sobre la mesa del establecimiento, sin tener sabor en mi boca más allá de la sangre que yo mismo me provoqué.
¿Dónde demonios estás tirado, Insomnio?
• • •
Ay, papá...
Insomnio no tiene ya nada, solo una hamburguesa en su mesa con papas fritas y ninguna excusa. No hay una recompensa solo por sufrir, ni por ganar un debate en internet, ni por discutir con alguien, ni siquiera por haber ayudado a los demás. En ocasiones solo estás allí, con la cabeza aplastada en una mesa mientras te lamentas.
Los pensamientos "filosóficos" de Inso solo son una razón para mentirse y hacerse creer que las cosas que ha hecho estaban bien. Es triste a veces usar lo que nos parece sabio para ocultar las cosas que vivimos o sufrimos. Pero bueno, la vida es frágil y el ego demasiado sensible.
¿Tienen algún comentario sobre este personaje? ¿Alguna conclusión?
Amo la canción en multimedia AAAAAAAH.
Espero leernos pronto. Se les quiere muchísimo. <3 Y dejó también este bello dibujo de Inso que hizo ONLY_EYEWITNESS.
~MMIvens.
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