8| Corte de cabello

Llegado el miércoles, nos dirigimos a casa Cristel a la salida de la escuela para comenzar con el proyecto. Ella camina a mi costado mientras que Alai avanza delante de nosotros con su teléfono en mano, en el cual teclea sin cesar. Maritza no nos acompaña, pues olvidó su cuaderno en la escuela y tuvo que regresar por él, pero prometió que nos alcanzaría luego.

Es así que toda mi atención recae en Cristel, quien me cuenta acerca de su experiencia concursando en televisión. Me gusta escucharla hablar sobre su música, por lo que fui yo el que sacó el tema. Sin embargo, dejo de oírla cuando reconozco la voz de mi primo y volteo en un intento de averiguar de dónde proviene.

¿Y si se ha vuelto omnipresente? Podría vigilarme desde cualquier lugar a la hora que sea. Incluso cuando voy al baño. Eso sería perturbador. Actuaría como mi conciencia siempre que me pusiera a procrastinar. Jake no entiende que en eso consiste mi estilo de vida.

—¡Oliver! —Freno en seco y giro la cabeza en cada dirección, pero no logro encontrarlo y desisto enseguida. No hay manera de que haya venido hasta aquí—. Inténtalo otra vez, no estoy detrás de ti.

Intercambio una mirada con Cristel en busca de respuestas. Esta me señala el móvil de Alai y mis ojos viajan hacia allí de inmediato, donde lo descubro sonriéndome.

—¿Qué estás haciendo allí?

—Escribí varias veces al grupo y Alai fue la única que me contestó. —Después de quejarse, regresa la vista hacia la aludida—. Gracias por no dejarme morir ignorado y responderme la videollamada.

—Solo no hagas que me arrepienta de haberte contestado.

—Perdón, se me acabó la batería a mediodía —me excuso. Suerte que recordé avisarle a mi padre que hoy iría a otro sitio al finalizar las clases.

Al igual que yo, Cristel procede a disculparse.

—Yo olvidé mi teléfono en casa, lo lamento.

Alai me ofrece su teléfono, el cual acepto enseguida. Jake me saluda agitando la mano y recarga su espalda en la silla de su escritorio.

—Llegué a casa hace media hora y no tenía a nadie con quien hablar. Intenté sacarle conversación a mi chofer, pero volvió a ignorarme. Creo que no le caigo muy bien. Quizá deba empezar a tomar el autobús.

—¿Usarías el transporte público? Cosas raras están sucediendo aquí.

—La última vez que te subiste a uno con nosotras juraste que jamás lo harías de nuevo —le recuerda Cristel, a lo que su amiga se ríe.

—Viajamos aplastados como sardinas en pleno verano y el hombre parado junto a mí no llevaba desodorante. Su axila estaba pegada a mi cara, ¡bien pude desmayarme! Y las cosas no acabaron allí. Lo peor vino cuando se despejó un sitio al fondo y fui a sentarme sin saber que me encontraría con un condón usado. Yo entiendo que a veces no puedan esperar a llegar a un hotel, pero que al menos tengan la decencia de tirarlo a la basura.

—Basta, no necesito conocer más detalles —afianzo con el único deseo de borrar la turbia imagen de mi mente. Cristel luce igual de horrorizada.

—Tampoco yo. Puedo disfrutar de una vida plena y feliz sin saber cómo llegó eso ahí.

Solo en ese instante, Alai lo mira sin sonreír y parece compadecerse de él.

—Sufriste mucho ese día. Ahora entiendo por qué quedaste así.

—¿Qué quieres decir con...? —Jake no termina de hablar, ya que me tropiezo con un desnivel del suelo y el móvil sale disparado por los aires mientras la videollamada con mi primo sigue en curso—. ¡Alguien atrápeme!

—¡Mi celular!

Alai no lo piensa dos veces y, con el corazón al borde de un ataque, se lanza a cogerlo antes de que este toque el piso y la pantalla se rompa. No le importa acercarse hasta el medio de la pista y me asusta que ni siquiera se detenga a constatar que el semáforo se halle en verde. Cuando por fin lo atrapa, se lleva una mano al pecho y sus latidos por fin se acompasan.

—¡Me salvaste!

—Eso estuvo cerca. —Suspira y no tarda en envolver el dispositivo entre sus brazos, por lo que una sonrisa se forma en el rostro de Jake—. Pudiste haberte hecho daño. Te amo demasiado como para perderte.

—Estoy en perfecto estado. Agradezco que te preocuparas por mí, pero era imposible que me ocurriese algo porque...

—Creo que Alai le habla a su mejor amigo —interviene Cristel. Sin embargo, Jake continúa sin entender y clava su vista en la aludida.

—¿Me consideras así?

—A ti no, a mi celular.

Jake ríe para no llorar. Y para proteger su bienestar emocional, Cristel cambia el tema de la conversación, la cual se prolonga hasta su casa, donde finalmente nos despedimos de él. Al entrar, una pared separa el recibidor de una pequeña sala de estar, la cual observo gracias a que la puerta que divide ambas secciones se encuentra entreabierta. Sin embargo, subimos las escaleras para dirigirnos segundo piso y ni bien llegamos, un perro de pelaje blanco y manchas negras se levanta sobre sus patas traseras para saludar a Alai, quien le acaricia la cabeza. Cuando termina con ella, se me acerca y temo que me salte encima, pero se limita a moverme la cola. Luego descubro que en realidad es hembra y se llama Leia. Dejo que me olfatee hasta que se cansa y decide recostarse en el sillón.

Transcurridos unos minutos, tocan el timbre y, como no puede tratarse de nadie más que Maritza, Alai baja para invitarla a pasar. Cristel se marcha a la cocina en busca de comida mientras yo tomo asiento en el sofá y empiezo a revisar sus anotaciones. Sin embargo, Darlene aparece por el pasillo poco después y los hace a un lado para acaparar la mesa de centro con sus colores y algunas hojas en blanco.

—¿Sabes pintar? —Asiento, aunque la sonrisa en su rostro no me inspira mucha confianza—. Bien, dibujemos un pájaro. El que lo haga más bonito se comerá el postre y el perdedor deberá meter su cabeza al inodoro. Mi hermana será la jueza.

Perfecto. Esto más sencillo que contar hasta diez.

—Espera, ¿qué fue lo que dijiste antes de...?

Aplaude con entusiasmo y me entrega una hoja sin darme tiempo a replicar, así que no me queda más opción que coger un lápiz de color verde y ponerme manos a la obra. Al cabo de un rato, Cristel sale de la cocina con cuatro platos de budín y Alai sube las escaleras con Maritza, la recién llegada. Esta última nos señala con el ceño fruncido debido a la confusión y Darlene levanta la vista del papel para explicarle el porqué de nuestra concentración.

—Estamos en una competencia de dibujo. Cristel decidirá el ganador. Quien pierda tendrá que beber del inodoro.

Maritza intercambia un vistazo con Alai, como si quisiera asegurarse de que ha oído correctamente. Esta última fuerza una sonrisa.

—¿En qué momento acordamos lo último?

—Esta es mi casa, yo mando aquí.

—Darly —pronuncia Cristel y aquello basta para que la niña agache la cabeza—. Sé amable con los invitados, ¿de acuerdo? Tenemos que preparar un proyecto para la escuela y necesitamos a Oliver con nosotras, así que todo esto se termina de una vez. Nadie introducirá su cabeza en el sanitario.

La niña me lanza una mirada que bien podría traducirse como un «esta vez te salvaste». Pero, seamos sinceros, la que se ha salvado ha sido ella.

Solo que no se lo digo. No quiero herir sus sentimientos, por lo que saco uno de mis cuadernos de mi mochila y guardo mi dibujo allí cuando siento que lo están mirando demasiado. Aunque Alai por lo menos se esfuerza por disimular, Maritza no lo hace.

Así como Darlene pintó un pájaro que se asemeja más a un pollo que otra cosa, que tiene las patas torcidas y se ha salido varias veces de las líneas, yo sí que retraté un ave. El dibujo atesora una amplia gama de colores que van desde el verde hasta el anaranjado, pasando por tonos amarillentos, rosados y azules. Jugué con los primarios y los degradé para originar nuevos matices. Utilicé un mismo trazo para otorgarle realismo al plumaje y empleé el color marrón para sus ojos y pico.

Subiré una fotografía a mi cuenta Instagram luego. Ya tengo dos seguidores. Eso significa todo un logro para mí mientras que para Darlene lo es su nueva obra de arte. Corre a enseñársela a Leia, quien no debe entender absolutamente nada y se dirige a la cocina para pegarla en la nevera con ayuda de algunos imanes. Después, su hermana le pide que recoja sus colores, orden que acata enseguida, de modo que nosotros podemos apoderamos de la mesa de centro.

Allí reunimos todo lo necesario para comenzar con el proyecto. Maritza se encargó de conseguir una bombilla de luz negra y Alai trajo consigo la tónica, la cual le entrega a Cristel. Ambas se encargan de buscar imágenes para monografía en internet mientras que nosotros nos encaminamos hacia la cocina. Una vez en el lugar, ella mezcla la harina, la tónica y la maicena en un recipiente en lo que yo le leo las instrucciones que apunté en las notas de mi celular.

Pese a que seguimos las pautas al pie de la letra, al preparado le hace falta más harina, así que se gira hacia la repisa. De esa forma, termina dándome la espalda y no observo más que la coleta alta en que lleva recogido el cabello. Estoy a punto de encender la luz, ya que ha oscurecido y lo único que nos alumbra es la claridad que entra por la ventana, la cual ofrece una vista hacia la calle. No obstante, alguien tira de mi camiseta y me veo obligado a bajar la mirada. Darlene me tiende un retazo de tela y también unas tijeras.

—¿Puedes hacerle una falda a mi muñeca? Le prometí que tendría un nuevo vestido.

Señala una que se halla sobre el sillón y que posee varios collares en el cuello. Posee los ojos demasiado saltones para mi gusto, dos trenzas rubias y un rubo excesivo en las mejillas. Me daría miedo encontrarla en mi habitación.

—Ayúdala, ¿sí? Mi abuela dejó marcadas las medidas. Solo guíate de las líneas al momento de cortar. Yo seguiré con la mezcla.

Por alguna razón no puedo negarme.

—Intentaré por confeccionarle algo decente.

Apoyo los codos en la encimera y trato de visualizar las medidas, pero la habitación se ha vuelto lo suficientemente oscura como para que me resulte imposible. Sin embargo, en vez de prender la luz, me acerco a la ventana mientras Darlene celebra mi avance dando saltitos. Sin abandonar mi tarea, me volteo a observarla con miedo a que se enrede con sus propios pies y tropiece.

—No te muevas tanto. Te resbalarás si sigues patinando en el piso.

—¡Yo nunca me tropiezo! Soy tan ágil como... ¡Oliver, no!

Darlene apunta detrás de mí, de modo que me giro de inmediato. No comprendo a qué se refiere hasta que descubro que la alta coleta de Cristel ha desaparecido y que una abundante porción de cabello descansa sobre la mesa. Ella también se voltea y permanezco inmóvil en mi lugar.

Mierda.

***
Menudo final, ¿cómo creen que reaccione Cristel? ¿Se enojará con Oliver o lo perdonará fácilmente?

Presiento que a Darlene no le caerá muy bien después de lo sucedio, pero espero que este capítulo les haya sacado una sonrisa 💜

Ya vamos conociendo un poco más a las amigas de Cristel, ¿qué opinan de Maritza? Desde ya les adelanto que esa no será la única reunión del grupo para el proyecto de ciencias ⚗️🧪

Y por último, mas no menos importante está Leia, ¿ustedes tienen mascotas?

Ojalá tengan una linda semana. Nos leemos el próximo domingo 🫶🏻


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