56| El nacimiento de una estrella

Ver cómo entierran a Cristel es simplemente desgarrador.

Ella no pertenece aquí. El cementerio no puede convertirse en su última morada. Su lugar está en los escenarios, no bajo toneladas de tierra que cubren un ataúd donde yacen sus restos. Ni siquiera tengo el valor de acercarme a él hasta que estamos a punto de salir al campo santo. Deposito una rosa blanca encima de la caja y mi mundo se fragmenta por completo.

Mucha gente viene al entierro. Somos casi quinientas personas en total. Nos acompañan varios vecinos, amigos y docentes de la escuela. Recorremos el camino de tierra hasta la capilla del cementerio en medio de sollozos y gritos de dolor. El lugar es pequeño, por lo que algunos no consiguen asiento y escuchan la misa desde afuera. Entre estos se encuentran la directora y la profesora de Historia. La maestra Miranda se sienta junto a los padres de Alai, mientras que la señorita Darcy permanece a nuestro lado. Lily la saluda en voz baja, pero ni ella ni Katherine inician conversación.

Hay personas que nunca he visto en mi vida y que lloran como si la hubiesen conocido. Toman nuestro dolor como suyo. Los comprendo. Cristel tampoco necesitaba ser amiga de una mujer para sentir tristeza por su asesinato. Ella sufrió por la violencia antes de que esta la tocase directamente. Temo que alguna pueda ocupar el mismo lugar que mi novia mañana. No quiero que ninguna salga en las noticias. No quiero que se despidan de sus familias para nunca más volver.

No quiero que sus padres les pidan ayuda entre lágrimas a los medios para dar con su paradero, como ocurrió en el caso de Cristel. Alcanzó mucha visibilidad en redes sociales dada su popularidad por participar en distintos concursos de canto. Aunque no debería ser cuestión de fama el que una desaparición sea tomada en cuenta y que la familia de la persona en riesgo reciba el apoyo necesario.

Cuando emprendemos en trayecto de regreso, Darlene voltea a todos lados sin comprender la magnitud de lo que sucede. Las lágrimas en sus ojos me estrujan el corazón. Su tía la tiene tomada de la mano. Ambas observan cómo su padre y algunos vecinos ayudan a su abuela a caminar, pues no resistió y se desmayó a mitad del entierro. Yo tampoco aguanto mucho más. Me derrumbo cuando los últimos recuerdos que tenemos juntos se instalan en mi mente. El último día que compartimos, la última sonrisa que me regaló, el último beso que deposité sobre sus labios y la última vez que la escuché cantar.

Eso era todo lo que pedía. Que le prestaran atención a su música y al mensaje que buscaba transmitir. Siempre admiré su incapacidad para quedarse callada. Alzaba la voz por sí misma y por las demás. Y aun así, fui yo quien no la escuchó gritar cuando su vida corría peligro. No pude hacer nada para evitarlo y ahora tampoco puedo retroceder en el tiempo para cambiar el pasado.

Si a mí de desgarra el alma, no me imagino el dolor que consume a su familia o a sus amigas. Se supone que los hijos deben enterrar a los padres, no al revés. Este no es el ciclo de la vida. Cristel se merecía mucho más. Merecía cumplir sus sueños, merecía ver crecer a su hermana, merecía que la reconocieran por su música. Se merecía ser feliz.

Desde donde está, ya no podemos oírla cantar, pero de nosotros depende cumplir su deseo de ser inmortal. No quiero que la recuerden como una cifra más de feminicidio, sino como una persona que luchó hasta su último aliento por construir una mejor sociedad para todas. Una donde no exista el miedo.

Quiero que sea recordada por sus ganas de vivir. Intenté plasmarlas en el mural que pinté la misma tarde que me retiré del velorio. La dibujé a ella tocando su ukelele y cantando, con un pañuelo verde en el cuello y una sonrisa radiante. Así la imagino ahora en algún lugar fuera de nuestro alcance. El fondo es de color púrpura, su favorito, y un lado está escrita la frase «feliz será el día que no falte ninguna». Al principio pensé en pintarlo al interior de mi patio, pero decidí hacerlo en la pared externa que da hacia la calle para que cualquiera pueda observarlo.

En su lápida del cementerio colocaron su fecha de nacimiento y la de su deceso. Sin embargo, me duele menos leerlas en un colorido mural que hacerlo en un pedazo de cemento grisáceo que no debería llevar su nombre.

Cristel Ames Tisoc

27/11/2006 - 23/01/2024

No permitiremos que su caso quede impune, así que convocamos una marcha para exigir justicia por ella. Katherine organiza una al día siguiente del entierro y apenas lanzamos el comunicado por redes sociales, mucha gente confirma su asistencia. Alai es quien realiza el posteo, pues ahora maneja la cuenta de Instagram de Cristel. Todas sus fotografías siguen allí. Sus videos de canto, sus publicaciones sobre el feminismo, sus historias destacadas donde aparecemos nosotros. Sobre todo Alai.

Ambas se conocen desde que eran niñas y crecieron juntas, ¿no debería haber seguido siendo así? Katherine y Lily esperaba verla triunfar en los más grandes escenarios. Cristel planeaba formar con sus mejores amigos, estaba ensayando para una audición y quería estudiar Música en Nueva York. ¿Qué pasará con todos esos planes? Aquel futuro que la incluía ha quedado fuera de nuestro alcance.

Por eso estamos enfadados. ¿Quién no se sentiría así después de que acabaran con la vida de una persona que no hizo nada malo? La marcha tiene como objetivo exigir la pronta captura de su feminicida, puesto que ya que dictaron la orden respectiva.

Un día después de darle el último adiós, volvemos a reunirnos en la casa de Cristel. Katherine es quien nos abre la puerta a Jake y a mí cuando tocamos el timbre. Alai utiliza la computadora en la sala de estar del primer piso y puedo ver que sube a sus redes sociales anuncios sobre la manifestación. Lily no se encuentra, ya que acordó encontrarse con nosotros en la plaza. Estamos a punto de salir para allá cuando unos gritos provenientes del segundo piso nos sumen a ambos en un estado de alerta.

Se trata de una discusión entre los padres de Cristel. Su mamá parece furiosa. Ninguno de los dos comprende lo que sucede, así que nos concentramos a pie de la escalera. Alai cierra su portátil y sube una gradas para escuchar mejor.

—¿Cómo pudiste hacer algo así? ¡Sabías sus antecedentes! ¿Acaso tienes mierda en la cabeza? —Se oye cómo un objeto de vidrio se estrella contra el suelo. Aquello nos provoca un sobresalto—. ¡Lo dejaste libre solo porque te pintó un fajo de billetes! ¿Tan poco valía la vida de nuestra hija para ti? ¡Estuvo en tus manos evitar que le hiciera daño! Ese imbécil debería estarse pudriendo en la cárcel, ¡al igual que tú!

La ira de sus palabras me hace retroceder. Katherine me toma del brazo para conducirme al patio trasero, pero mis pies se niegan a obedecer. Jake tampoco se mueve cuando intenta alejarlo a él también.

—Nunca pensé que la lastimaría. Lo siento, solo...

—¡A mí no me pidas perdón! Es a ella con quien debes disculparte. ¡Anda, ve al cementerio! A ver si escuchas alguna respuesta de su parte.

—Yo no... Nunca quise que esto terminase así. Tú sabes cuándo la adoraba y... —titubea entre lágrimas. Aquel hombre que antes me resultaba intimidante de repente se viene abajo—. Lo seguiré haciendo. Aunque me merezca todo el odio del mundo porque le fallé a la persona que más amaba en la vida. Jamás podré perdonármelo.

Mi mano se aferra al barandal para resistir al impacto de la realidad. Sigo sin concebir que este sea el final de nuestra historia, de cuyas páginas brotan ahora una serie de enredaderas que encubren una verdad. No tengo buen presentimiento, ¿por qué de pronto siento que ocultan algo? ¿El padre de Cristel estaba al tanto de los antecedentes penales de su colega?

—No debí elegirte como el padre de mis hijas, ¡se suponía que cuidarías de ellas! ¡Esa era tu maldita obligación y no hiciste absolutamente nada bien! No esperes que pague la fianza cuando te metan preso dentro de unos meses.

—No me importa. Solo quiero tener a Cristel de vuelta y a estas alturas ya nadie me la puede devolver. No interesa qué pase conmigo. Nunca seré feliz otra vez, no sin ella.

No escuchamos más que una puerta cerrarse después de eso, por lo que intuyo que quizá han preferido continuar con la discusión dentro de alguna habitación. Siento el impulso subir y pegar mi oído a la pared para averiguar qué sucede, pero reconozco que no es una buena idea.

—¿Qué ocurre? ¿De qué hablaban?

—Según nos contó la madre de Cristel cuando llegamos, la policía revisó los antecedentes de Jason Condori —explica Katherine. Alai permanece en silencio y posee la vista fija en el suelo—. Tenía una denuncia por abuso sexual y se estaba divorciando de su esposa. Esta lo había demandado por violencia de género.

Jake asiente. Me pregunto cómo es que se le da demasiado bien fingir que su mente no se halla a punto de explotar. Han sucedido tantas cosas en un periodo tan corto que siento la mía a punto de hacer cortocircuito.

—Y supongo que su padre no sabía nada al respecto, por eso permitió que se acercara a su familia, ¿no?

Por si eso fuera poco, Katherine niega.

—Todo lo contrario. No era su colega, sino un procesado. Él fue el juez que lo absolvió del delito.

Me quedo petrificado. En un primer momento no reacciono. Jake tampoco. Nos miramos el uno al otro, pero ninguno dice nada. Creía conocer a la familia de Cristel. Sabía que su padre tenía una mentalidad un tanto conservadora, mas nunca lo vi capaz de cometer un delito como ese. Presiento que Alai tampoco, solo que luce más decepcionada y dolida que impotente. Sale hacia el patio en completo silencio, por lo que mi primo la pierde de vista.

—¿Cómo podría ser capaz de algo así? —inquiero.

—El tipo le pagó cinco mil soles para que le concediera libertad y este aceptó el dinero. Tanto Cristel como su madre confiaron en que su padre nunca traería nadie peligroso a casa, pero lo hizo. Él solía venir a visitarlos. Se ganó la confianza de todos. Por eso en las cámaras de seguridad se la ve acercarse a su vehículo.

Me sorprende su entereza a la hora de hablar, a pesar de que sus ojos se inundan de lágrimas a los pocos segundos. No necesito leer los pensamientos para saber que el video del momento exacto en que la suben por la fuerza al auto se reproduce en su mente. Los medios no dejan de transmitirlo en las noticias. A este paso, se colará también en mis pesadillas. Tiemblo cada vez que la observo dirigirse al auto. Conversa con el conductor por la ventanilla y luego este abre la puerta, le cubre la boca y la mete dentro del vehículo para darse a la fuga. El desenlace después de eso lo conocemos todos.

—¿Me estás diciendo que por culpa suya a ella le quitaron la vida?

Si antes Jake se exaltaba con facilidad, tras los últimos acontecimientos está mucho más sensible. Salta a la mínima. La mayoría de roces los tiene con su padre, pero este nunca le ha respondido con la misma brusquedad que él. Seguro sabe que no se debe a nada personal, sino que todo esto es más de lo que podemos soportar. Solo que, mientras yo logro mantener la calma por fuera en tanto la tristeza me carcome por dentro, mi primo exterioriza más sus emociones y estalla tanto para sí mismo como para los demás.

—Su padre no tuvo nada que ver con lo sucedido, Jake. No colaboró con el asesino para... —Ahora sí, Katherine titubea y se aclara la garganta para recobrar fuerzas—. Hacerle lo que le hizo a Cristel.

—Tal vez no sea el culpable, pero cometió un delito al aceptar una coima —afianza, en lo cual estoy completamente de acuerdo—. ¿Qué clase de juez hace eso? Apuesto que nunca creyó que ese infeliz tocaría a alguien de su familia y ni le preocupó que destrozara la de otra persona. Así que si tiene que ir preso, que se pudra en una celda junto al maldito...

Aunque mi visión empieza a tornarse borrosa de nuevo, diviso a dos siluetas en el patio. Al percatarme de que quiénes se tratan, lo cojo del brazo en señal de advertencia. No considero que sea una buena idea ponernos a discutir en este momento, mucho menos en este lugar.

—Tranquilo, Jake. Darlene está aquí. Ya tiene suficiente con lo que lidiar ahora. Ella nos necesita.

A través de la ventana, la vemos sentada junto a Alai en la mecedora. Apoya la espalda en uno de los laterales y abraza sus rodillas contra su pecho. Me froto los ojos para verla con claridad, pero Jake avanza unos pasos hacia allí y me bloquea la vista. Katherine se voltea y se cubre la boca para ahogar un sollozo, pues cualquier ruido podría delatarnos.

—¿Por qué mi hermana ya no volvió a casa?

—¿Qué es lo que te han dicho tus padres?

Alai le recoloca un mechón de cabello tras la oreja, como yo solía hacer con Cristel. De paso aprovecha para acariciarle la mejilla.

—Que ahora vive en mi corazón. Pero no lo entiendo, Cristel me prometió que siempre estaríamos juntas.

—A mí también, Darlene. —Espero que se quiebre. La he visto hacerlo tantas veces desde que regresó, mas no lo hace en esta ocasión—. ¿Recuerdas cuál era su más grande sueño?

—La música. Quería ser una estrella.

—Pues finalmente se ha convertido en una. Quizá ya no la escuches, pero su voz ahora resuena en todo el universo.

—¿Y qué hay de mí? La voy a echar de menos.

Con cierto temor, me planto al costado de Jake. Mi corazón se rompe un poco más, si es posible, cuando noto que Darlene está llorando.

—Igual yo. Pero desde este momento, nos tendremos la una a la otra, ¿sí? Puedes contar conmigo para cualquier cosa.

—Tú no te irás, ¿verdad?

Alai niega enseguida.

—Y si lo hago, siempre volveré a tu lado.

Esperamos a que se queden en silencio para salir al jardín. Katherine cruza la puerta por delante de nosotros y se gana primero que nadie la atención de Darlene, quien se separa de Alai. Cuando levanta la vista y recae en nuestra presencia, se le dibuja una diminuta sonrisa, aunque todavía le brillan los ojos. No me acostumbro a verla tan llena de tristeza, ¿a dónde fue la niña que adoraba pintar con crayones y me amenazaba con introducir mi cabeza al inodoro? Aquella que seguía a su hermana mayor a todas partes.

—Creo que podemos irnos. Lily ya debe estar en la plaza —informa Katherine.

Darlene se baja de la mecedora y corre hacia mí para enredar sus brazos alrededor de mi cintura. Mi cuerpo doblega en tamaño al suyo, pero al tenerla cerca siento que el aire se vuelve menos denso y puedo respirar mejor. Parece como si Cristel me hablara través de ella, porque, después de todo, es lo más cercano que nos queda de ella.

—¡Jake, tú también viniste!

Lo mismo que hizo conmigo, lo repite con él. Por cómo entrecierra los ojos con fuerza al recibirla, sospecho que le sucede algo parecido que a mí.

—¿Qué hay de la madre de Cris? ¿Vendrá con nosotros? —consulta mi primo.

Sé que le disgustan toda clase de manifestaciones públicas, o al menos solía ser así hasta hace muy poco. Varias veces discutió con su hija al respecto, pero el hecho de que Katherine asienta me lleva a pensar que ha cambiado.

—Se supone que sí, solo que...

Su mirada se desvía hacia el segundo piso y Alai comprende de inmediato a qué se refiere. Si bien ya no se escuchan gritos, no sabemos si la discusión ha terminado.

—Lo sé. Prefiero no pensar en ello.

Jake la envuelve entre sus brazos y le permite apoyar la cabeza en su hombro. Siento una punzada en el pecho al verlos así, porque esos éramos Cristel y yo hace tan solo semanas. Apenas han transcurrido ocho días desde la última vez que estuvimos juntos y aunque el mundo ha seguido su curso, el mío se encuentra completamente roto. Cristel desapareció sin dejar rastro, la buscamos por todos los medios posibles, descubrimos que la habían arrebatado de este plano, identificaron al principal sospechoso de su asesinato y dictaron orden de captura para él. Pero este continúa prófugo. Me cuesta procesar que hayan ocurrido tantas cosas en un lapso tan corto.

—Una persona solo muere cuando es olvidada. Así que, mientras la recordemos, tendrá vida eterna —convengo y Katherine sonríe ligeramente. Le acaricia la cabeza a Darlene, cuya vista se pierde en el suelo.

Me escuecen los ojos. Siento que caeré de rodillas en ese preciso instante, pero la voz de Darlene me saca de mis pensamientos. Alai se separa de Jake para acercarse a ella y se agacha para estar a su altura.

—¿Pueden llevarme a mí también?

—Esta vez te quedarás aquí con la abuela. Volveré por ti dentro de dos horas. Tu madre nos acompañará.

Darlene asiente y toma la mano de Katherine para regresar adentro. Permanecemos afuera un rato más hasta que llegan la madre y la tía de Cristel. Esta última lleva con una correa a Leia, quien mueve levemente su cola al verme. Los siete partimos rumbo a la plaza casi de inmediato. Pensé que el papá de Cristel vendría con nosotros, pero lo único que sé es que se ha encerrado en su oficina después de la discusión.

Aún me cuesta creer que él haya estado al tanto de todo. Según nos cuenta la madre de Cristel, ni siquiera tuvo el valor de decírselo. Esta se enteró gracias a que la policía revisó el historial del sujeto luego de identificarlo. Ella podría seguir aquí de ser por su padre. De hecho, se suponía que ese era su trabajo. Colocar criminales tras las rejas para que no representasen un peligro para la sociedad. Pero no cumplió con eso. Y su hija ha pagado las consecuencias. No me imagino cómo vivirá con ese peso de ahora en adelante. Si Cristel llegase a saber esto, la destruiría.

Su caso no puede quedar impune. Tal vez obtener justicia no acabe con nuestro dolor. Pero quizá nos sirva de consuelo y entonces podamos seguir adelante. Sin embargo, ahora mismo el imbécil que le quitó la vida sigue en libertad y mientras sea así, no encontraré paz alguna. Cristel no quería irse. Esto es tan injusto.

¿Cómo es que de repente quedan solo sus canciones? Aquellas tratan sobre la violencia de género y me hacen trizas el corazón. Pero Cristel le encantaba compartir su música y de nosotros depende que esta nunca deje de sonar, así que nos acompañan durante la manifestación.

Hay tanta gente en la plaza que se me dificulta calcular el número exacto de asistentes. Jake y yo nos quedamos al margen mientras que las demás se adentran en el tumulto. Llevan banderolas, lanzan brillantina y levantan carteles. Uno en particular llama mi atención. No solo porque es el más grande, sino porque tiene una fotografía de Cristel con su ukelele. Jamás creí que la vería en un afiche como ese. La idea me parecía tan aterradora que prefería no siquiera pensarla.

«Justicia para Cristel. Estamos juntas, pero no estamos todas».

Ya quisiera yo que no faltase ninguna. Ni ella ni nadie. El dolor que siento en este momento no se lo deseo a ningún ser humano. No sé en qué momento empieza a faltarme el aire, pero el mar de voces violetas me recuerda que no estoy solo en esta lucha por justicia.

Aunque logro reponerme, Jake me coge del brazo y me aleja de la multitud. Supongo que teme que vuelva a desmayarme, por lo que nos dirigimos a una cafetería cercana. Una diferente a la que solía ir con Cristel, porque todavía no me siento preparado para regresaré allí sin ella.

El nuevo lugar se encuentra a tres cuadras de la plaza, de forma que no deja de escucharse el bullicio. Al ser las cuatro de la tarde, no hay muchos comensales. El sitio se halla casi vacío y no se nos complica ubicar una mesa. Jake se sienta frente a mí y ni se molesta en revisarlo. Ninguno de los dos puede pensar en comida en un momento como este.

—¿Cuándo terminará esta pesadilla, Jake?

—No creo que lo haga alguna vez, pero quizá nos sintamos un poco mejor si la justicia se pone de nuestra parte.

—¿Acaso existe algo así en nuestro país? —cuestiono con una exasperación que de seguro se hace presente en mi voz—. Las cifras de feminicidios y de agresiones hacia mujeres no se corresponden con el número de sentencias. Varios casos se quedan para siempre en la impunidad.

—Eso no pasará con Cristel. No permitiremos que suceda.

—El responsable se ha dado a la fuga, ¿te parece que estemos cerca?

Jake duda. Expulsa un suspiro y se recarga en el respaldar de la silla.

—Por lo menos lo tenemos identificado. Este tipo de marchas sirven para ejercer presión en las autoridades y que cumplan con su trabajo. No debería ser necesario, pero si debo pagarles para que no abandonen la investigación, lo voy a hacer.

—Cualquier cosa por Cristel.

Le sostengo la mirada y por primera vez en mucho tiempo, la suya no se llena de lágrimas. La mía tampoco. Es como si después de tanto llorar no quedase nada dentro de nosotros. Aunque eso no significa que haya dejado de doler. Jake se arremanga la camiseta y apoya los codos en la mesa. Por lo general le preocupa mucho su aspecto, pero ahora ni siquiera le interesa ocultar que ha pasado días sin dormir ni comer. Apenas se ha peinado y se le notan las ojeras a simple vista. Yo debo lucir igual.

—Ayer después de que te fuiste, hablé con sus padres —comenta y se le escapa un bostezo. En efecto, está muy cansado—. Madison les proporcionó información realmente valiosa. Sé que su relación con ella no era la mejor de todas, pero su declaración nos ayudará a reunir pruebas en contra del sujeto que le quitó la vida a Cristel. Así podremos llevarlo a juicio.

El corazón empieza a latirme con prisa. De repente un puñado de adrenalina recorre mi torrente sanguíneo.

—¿De qué hablas?

—¿No te lo han dicho aún? —Niego, por lo que Jake se muerde el labio. Guarda silencio, pero sé que lo hace solo para reunir fuerzas y no porque planea ocultarme algún avance—. Madison nos contó que hace unos meses un auto empezó a seguirla mientras regresaba a casa. Cristel justo pasaba por allí y la acompañó hasta un lugar seguro, donde finalmente lo perdieron de vista. Madison no estaba segura del modelo, pero lo reconoció de inmediato cuando salieron a la luz las grabaciones de la cámara de seguridad que captó el momento en que sustrajeron a Cristel. Se trataba del mismo vehículo.

—Pero si su padre era amigo del sujeto, ¿no debió distinguir el auto él primero que nadie?

—Compró un nuevo vehículo para cometer el crimen. Cuando los medios publicaron su fotografía, un hombre se acercó a la comisaría y lo identificó como el sujeto al que le había vendido su carro hacía dos semanas. No supo que se trataba de su antiguo auto desde un inicio, ya que Condori lo mandó a pintar.

—Por eso Cristel no se dio cuenta de que era el mismo de la otra noche —concluyo enseguida. Jake asiente. Todo va cobrando sentido y a la vez sigue sin tener alguno. No entiendo el motivo de tanto odio.

—Sus días de libertad están contados, Oliver. Pagará por lo que hizo. No se irá de este mundo sin rendir cuentas.

No contesto porque justo entonces llega a nuestra mesa uno de los encargados del lugar para tomar nuestros pedidos. Pienso pedir solo un vaso de agua, pero recuerdo que apenas desayuné por la mañana y termino ordenando un budín, al igual que Jake. El chico no tarda en regresar con dos platos y los coloca delante de nosotros. Cuando se marcha, agarra el control remoto del mostrador y enciende la televisión para luego volver a la cocina.

Pronto lo pierdo de vista y una voz se hace presente en el lugar. De inmediato me giro hacia el televisor y mis ojos se quedan clavados en la pantalla. Al parecer, la prensa ha llegado a la manifestación y una de las reporteras se acerca para entrevistar a la madre de Cristel.

—¿Qué le pediría usted a las autoridades en vista de que el asesino de su hija permanece inubicable?

—Que no cesen su búsqueda. Me dieron la espalda cuando ella desapareció. Lo menos que pueden hacer ahora es ayudarme a dale la justicia que merece —asegura directamente. La gente se arremolina a su alrededor, pero ser el centro de atención no la intimida—. Este era su mayor miedo, convertirse en la siguiente víctima. Hoy por desgracia ha sido de ese modo y ya nada me la va a traer de vuelta. Pero sigo de pie porque quien le arrebató los sueños no puede quedar libre bajo ninguna circunstancia, ¿para qué? ¿Para que también la viole y luego la deje tirada en un descampado? ¿Para que la torture hasta matarla y la entierre viva? Estoy harta, ¿cómo puede ser posible que salgamos de casa sin saber si vamos a regresar? Mientras yo digo todo esto, en la comisaría están sentando otra denuncia por desaparición, están asesinando a otra mujer, están abusando de otra niña y están secuestrando a otra adolescente para hacerla parte de una red de trata de personas.

» ¿Hasta cuándo seguiremos así? ¡Esto es inconcebible! No podemos acostumbrarnos a vivir de esta manera, si acaso le puede llamar vida a este suplicio, ¿cuántas más tienen que morir para reformar las leyes y endurecer las penas? Necesitamos que los jueces hagan su trabajo y no se vendan por una coima de mierda. Ese potencial asesino que absuelven puede ser el verdugo de su hija, pero nadie quiere pensar en eso. —Se detiene para tomar aire y segundos más tarde, toda su impotencia acumulada, explota de nuevo—. A mí tampoco me gustaba aceptar la realidad. Mi hija siempre me decía que estas cosas sucedían con una frecuencia aterradora. Yo prefería vendarme los ojos para no temblar ante las posibilidades que tenía de perderla. Pero si ignoramos la violencia, esta solo se pondrá peor. Tenemos que ver el mundo como es para poder cambiarlo.

Jake me coge del brazo. Me basta con verlo para saber que sus palabras lo han devastado tanto como a mí. Solo espero que juntos sobrevivamos a esto.

—Yo no lo entendía antes. Intenté encerrar a mi hija en una burbuja para protegerla de este panorama tan desafortunado. No me di cuenta del momento en que ella decidió salir hacia el mundo real. Su sueño siempre fue revolucionarlo a través de la música. Pero yo seguí negando la realidad hasta que recibí la peor noticia que me pudieron haber dado. La policía me llamó una tarde diciendo que creían haberla encontrado sin vida. Considero que ir a reconocer a tu hija a la morgue es una de las experiencias más desgarradoras que puede vivir una madre. La forma en que la lastimaron, todas sus heridas y las lesiones en su cuerpo... —Las lágrimas corren por sus mejillas, mas el llanto no la detiene—. Por poco no la reconozco. Alguien tiene que pagar por ello. No descansaré hasta que el responsable se pudra en la más asquerosa celda. Ese malnacido me quitó a lo más preciado que tenía.

» No hay perdón para eso, así que tengo todo el derecho de quemar y romper lo que quiera. Han asesinado a mi hija, ¿cómo mierda pretenden que no esté enfadada? ¡A mí me fallaron todos! Desde los policías que no quisieron aceptarme la puta denuncia hasta esos imbéciles que hablaron mal de ella sin siquiera conocerla —espeta y me repulsa recordarlos. Gente así no debería desempeñar ningún cargo público—. Que se había escapado para prostituirse me decían, cuando Cristel ya ni siquiera respiraba. Me falló la fiscalía que no presentó todas las pruebas para meter preso a ese atorrante, me falló el maldito juez que dejó libre a ese depravado que ya contaba con denuncias por abuso sexual, me falló el gobierno que no hace nada para frenar esta ola de violencia. Y a mi hija le fallamos todos que como sociedad no pudimos brindarle un espacio seguro. También le fallé yo, porque lo más quería era cuidarla y es lo que menos hice. Eso nunca me lo voy a perdonar.

El discurso termina allí e inicia una pausa comercial. Vuelvo mi vista hacia el plato de budín, pero no me apetece probar bocado. Nunca antes me había sentido tan cansado. Estoy a punto de decirle a Jake que me marcho a casa cuando la puerta de la cafetería se abre. Alai ingresa al local y se dirige hacia nuestra mesa.

—No hay señal en la marcha, por eso no pude llamarlos. Han asistido muchísimas personas.

—Acabamos de escuchar a la mamá de Cristel —comenta mi primo.

Alai toma asiento junto él y se ubica de tal modo que queda frente a mí. Es entonces que me fijo en los dijes que cuelgan de su cuello. Ahora no solo trae puesto el suyo, sino también el de Cristel. Su mejor amiga.

—Volveremos a reunirnos el ocho de marzo. Dejaré la ciudad dentro de unas semanas, pero regresaré para esa fecha.

No me resisto a preguntar.

—¿A dónde irás?

—A competir. Le prometí a Cristel que lucharía por mis sueños.

***
Joder, lo que costó escribir este capítulo. Este es el final que más me ha dolido escribir, porque refleja de una manera bastante aterradora la realidad. Cristel no es solo un personaje de ficción. Ella existió en el mundo real.

Seguro que se preguntarán quién es Cristel. ¿Quién? Quiénes. Cada mujer que fue asesinada, que no regresó a casa, que no pudo cumplir sus sueños, que fue violentada de múltiples formas. Dicen mucho que los escritores disfrutan de hacer sufrir a sus personajes y entiendo que mucho de eso va en broma, es parte de la cercanía lectores-autores que brinda Wattpad, una de las cosas que más valoro de la plataforma.

Pero esta ha sido la primera ocasión que no he disfrutado de terminar un proyecto. Es un logro, sí, estoy satisfecha. Sin embargo, es imposible que el final no me haya afectado. Es una sensación más agria que dulce.

El próximo capítulo será el último. Saldrá en unos minutos. La semana entrante tendremos el epílogo y un extra. Gracias por leer 💜

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