54| Una ausencia que duele
«Te amo».
Ese es el último mensaje que le envié a Cristel.
Ni siquiera lo ha leído, pero necesitaba sacarme del pecho aquel sentimiento que tenía atorado desde hacía meses. Nunca pensé que alguien cobraría tanta importancia en mi vida. No me arrepiento de haberme acercado a ella en primer lugar. Daría lo que fuera por revivir nuestra primera conversación, nuestro primer abrazo o alguna de nuestras primeras veces. Si pudiera, volvería al comienzo de la historia que escribimos para sentirlo todo de nuevo. Antes de conocerla, me encontraba perdido en un laberinto que creía sin salida.
Estaba tan aferrado a la idea de que las cosas mejorarían que olvidé nos hallamos en el mundo real. Un lugar donde no todos obtienen un final feliz.
Así de intempestiva como fue la llegada de Cristel, resultó ser su partida. Toda esa alegría se desvaneció en cuestión de minutos cuando se esfumó de la faz de la Tierra. Pero nada es como si ella nunca hubiera existido. Ocupa un lugar tan fundamental en la vida de muchas personas que la tarea de olvidarla se torna imposible y ante su más corta ausencia, seguir adelante se vuelve una tortura.
No sabemos nada de Cristel desde hace tres días, cuando vino a visitarme a casa y luego se despidió de mí para retornar a la suya. Ya me he reprochado lo suficiente el no haberla acompañado. Aunque intento convencerme de que esto no es culpa mía, no lo consigo. Mi desesperación aumenta con cada segundo que transcurre. No ha dejado de crecer desde la noche que desapareció.
Todo parecía estar bien, pese a que me resultaba extraño que no contestase mi último mensaje. Al inicio, lo atribuí a que quizá estaba ocupada y lo peor en lo que pensé fue hubiese discutido con su madre de nuevo. Sin embargo, tres horas más tarde, esta pasó a buscarla porque no había regresado a casa y en ese momento estalló el pánico.
Dieron las nueve de la noche y Cristel seguía sin atender al teléfono, lo cual solo podía significar algo malo. Ella jamás se ausentaría de ese modo a sabiendas de la preocupación que despertaría en los demás. Papá y yo acompañamos a sus padres a la comisaría para colocar la denuncia por desaparición cerca de las diez. Confiaba en que nos ayudarían, pero la situación no pareció alarmar mucho a los policías. Después de tomarles sus declaraciones, intentaron tranquilizarnos diciendo que tal vez se había marchado por voluntad propia con algún chico.
Estuve a punto de gritarles cuando escuché a uno soltar semejante tontería. No obstante, corríamos el riesgo de que nos echaran del lugar si no me controlaba. Los oficiales nos pidieron que esperásemos. Sigo sin entender a qué se referían, ¿esperar a qué? ¿A que algo malo suceda y nos lo notifiquen? Por supuesto que no. Se supone que deben encontrarla antes de que su integridad sufra cualquier tipo de daño. No pueden pedirnos paciencia, no cuando su vida está en riesgo.
Sin ella aquí, es como si el mundo se hubiera sumido en un silencio sepulcral. Aquella noche junto a sus padres, la atmósfera se sentía diferente. Cuando papá y yo los acompañamos a casa, Darlene esperaba junto a la ventana y su rostro se iluminó a percatarse de que habíamos llegado. Pero borró su sonrisa al percatarse de que Cristel no venía con nosotros.
A su madre ya no se le ocurría qué excusa ponerle. Decirle la verdad no era una opción, ¿cómo le explicas a una niña de cinco años que su hermana se encuentra en peligro? ¿Que ha desaparecido sin dejar rastro y que las posibilidades de que algo terrible le haya ocurrido son aterradoramente altas? Hasta para un adulto resulta difícil aceptarlo y no me quiero imaginar cómo sería para una niña.
Pero Darlene es inteligente y sabe darse cuenta cuando las cosas andan mal. No dudó en preguntarme por qué su hermana tardaba tanto en regresar. Al parecer, le había prometido que volvería antes de que se fuera a dormir para contarle una historia. Sé bien que el hecho de que no vaya a relatarle un cuento no le interesa. O más bien, aquello le importa porque incluye a su hermana, solo que nadie conoce su paradero.
Todo aquí se derrumba. La rapidez con que la tía de Cristel me abre la puerta esta mañana me hace pensar que, tal vez, poseía la esperanza de toparse con su sobrina del otro lado. Eso explicaría por qué sus comisuras decaen cuando descubre que soy yo, mas aun así me invita a pasar. Aprovecho para acariciarle la cabeza a Leia, quien, al cabo de tres días, sigue esperando que su dueña vuelva para saltarle encima. Al verme, agita ligeramente su cola, como si apenas le quedasen fuerzas, y empieza a llorar.
No sé cómo la madre de Cristel aún permanece de pie. Quizá la sostiene la idea de que ella regresará tarde o temprano. Aunque, más que idea, esa debe ser una certeza. Subimos juntos las escaleras hacia la segunda planta, donde me percato de la presencia de tres personas más que conozco bastante bien.
Tomo asiento en uno de los sillones de la sala y me alivia un poco verla asentir cuando le consulto si hay avances en la investigación. No demasiado, a decir verdad, porque preferiría oír que ya la han encontrado, pero por lo menos siento que nuestras posibilidades de hacerlo no son nulas.
—La policía ya obtuvo las cámaras de seguridad de la zona que recorrió Cristel antes de desaparecer. Están revisándolas —informa su madre, aunque eso tampoco le restaura la calma—. Supongo que nos llamaran en caso de que encuentren algo. También iniciarán los rastrillajes correspondientes.
Normalmente la hubiera saludado con un «buenos días», pero el día de hoy no tiene nada de bueno, así como el de ayer. La ausencia de Cristel no puede considerarse normal. Ella jamás se ausentaría a propósito. Las bolsas bajo sus ojos representan un claro indicio de que apenas ha descansado, pero aquello no le interesa. Solo le importa encontrar a su hija. Todos nos hallamos en medio del peor episodio de nuestras vidas. Por esa razón, Katherine, Lily, Maritza y yo estamos aquí. No podemos dejarla sola. Cristel no lo querría de esa manera y nosotros tampoco.
—Deberían haberlo hecho hace días —murmura Katherine, cuya voz se apaga al final de la oración.
—No entiendo por qué los medios tienen que ejercer presión sobre ellos, ¿acaso no pueden hacer su trabajo sin necesidad de que nadie les diga nada? —explota Lily, a quien nunca antes vi tan molesta. Y con razón, porque la situación no es para menos—. Ayudó mucho que Jake y Alai tomaran unos minutos del programa para exponer el caso, pero las primeras horas de desaparición son cruciales. Temo que hayamos perdido tiempo.
—Definitivamente lo hicimos. Por eso seguimos sin encontrarla.
Katherine luce completamente desganada. Varios cabellos se desprenden de la coleta floja con la que ha recogido su cabello y se le cierran los párpados. Le cuesta mucho mantenerlos abiertos. Caso contrario a Maritza, que no puede quedarse quieta y camina de un lado a otro. Cuando habla, lo hace de forma atropellada.
—Aún no proceso que todo esto esté pasando en realidad. Hace apenas unos días las cosas marchaban de maravilla. Estaba muy ilusionada por audicionar para ese curso de Música.
—Y de repente ya están por cumplirse cuatro noches desde la última vez que mi hija durmió aquí. No sé cómo se supone que voy a seguir sin ella —confiesa la madre de Cristel, por lo que Lily se acerca para darle un abrazo. En medio de este, se le escapa un sollozo. Escucharla la ha destrozado tanto como a mí—. Siempre me hablaba acerca de la violencia de género y yo le decía que exageraba. Creo que no quería asumir la posibilidad de que pudiera pasarle algo malo. Pero ahora podría estar en peligro... Podría estar sufriendo, podrían haberle hecho daño... —Baja la mirada y entierra el rostro entre sus manos para que veamos sus lágrimas. Llora en silencio para no alertar a Darlene, quien debe estar en su habitación—. No quiero que mi último recuerdo con Cris sea una discusión. Ni siquiera le contesté cuando dijo que amaba.
—Estoy seguro de que se lo repetirá cuando regrese a casa —le garantizo, aunque en el fondo me atemoriza estarle mintiendo.
Katherine asiente, pero se mantiene cabizbaja. Evita mirarnos, mas no necesito que lo haga para darme cuenta de su dolor.
—No entiendo por qué las peores cosas les ocurren a las mejores personas. Cristel no se merece nada de esto. Y que exista gente allá afuera diciendo que se lo buscó hace que todo sea aún más difícil.
Aquello le molesta tanto como a mí y sé que a la madre de Cristel también. Sin embargo, esta última ha perdido la fuerza para responder a los ataques en redes sociales. Por desgracia, no faltan quienes piensan que ella se ha marchado por voluntad propia con algún hombre mayor o aquellos que afirman sin siquiera conocerla que estaba metida en el mundo de la prostitución. Su mamá se halla lo suficientemente cansada como para discutir con desconocidos y ha decidido ignorarlos. No merecen ni la más mínima atención.
—Hasta ahora me parece verla delante de mis ojos.
—No lo entiendo, ¿quién querría lastimarla? —Lily acaricia su hombro, pues comparte la misma tristeza que ella. Esta solo desaparecerá cuando Cristel retorne a casa.
—Ni siquiera yo me lo explico. Mi esposo trabaja en Derecho Penal, pero se mantiene alejado de los procesados para mayor seguridad de nuestra familia.
Esto último no era lo que tenía entendido, así que no me resisto a preguntar.
—¿No era juez de Derecho de Familia?
—Eso le hicimos creer a Cristel. No queríamos que viviese con miedo por el trabajo de su padre o porque los cómplices de algún sentenciado tomasen represalias contra nosotros. Dicta sentencias bastante fuertes al tratarse de criminales.
—¿Y no piensan que...? —Maritza titubea. No se atreve a terminar la frase. Sin embargo, todos entendemos a qué se refiere—. En venganza, uno podría...
—¿Hacerle daño a mi hija? La verdad es que no se me ocurre otra explicación, pero su padre siempre fue muy cuidadoso con ese tema. Darlene y Cristel han permanecido al margen en todo momento.
A mí sí que se me cruza por la cabeza alguien más. Marcos. El sobrino de su padre que estuvo en prisión por haber abusado sexualmente de una joven. Sin embargo, opto por no mencionarlo porque se supone que yo no sé nada al respecto y no deseo meterme en problemas.
—¿Y alguien de su entorno cercano? —propone Katherine con cierto temblor en su voz. El mismo que distinguí en Alai cuando hablamos por teléfono—. ¿No tienen un amigo en quien confíen que hayan conocido hace poco y que haya mostrado un interés particular por acercarse a ustedes?
—Solo el señor Condori, pero mi esposo jamás se relacionaría con un criminal. Es uno de sus colegas. No se trata de nadie peligroso.
Quiero estar seguro de que no.
—¿Qué hay de algún vecino? —continúa Lily. Al igual que nosotros, está desesperada por hallar respuestas—. Cristel me contó que meses atrás, ella y Alai tuvieron un altercado con uno que les hizo comentarios obscenos.
—Conversé sobre eso con el padre de Alai, pero no lo creo. Cristel nunca se hubiera acercado a la casa de esos vecinos sabiendo que están envueltos en cosas ilegales.
—¿Y si no se la llevaron con engaños, sino por la fuerza?
La hipótesis que plantea Katherine me causa escalofríos. Nada de esto estaría sucediendo si la hubiese acompañado a casa aquella noche. Ella ni siquiera traía su gas pimienta consigo. No portaba ni la menor arma para defenderse o ponerse a salvo aun si no derrotaba a su agresor.
—Lo dudo. Aquella tarde la señora Estela estuvo dando clases de baile y no la vio entrar al vecindario. Cristel no pasó por esta calle. Lo que sea que le haya sucedido fue entre la panadería y antes de llegar aquí.
—Es como un callejón sin salida. No podemos haberle perdido el rastro, ella...
Maritza se calla de golpe y los cuatro seguimos su mirada. Darlene nos observa con cierta confusión desde el umbral. Se da cuenta de que algo malo ocurre, pero su inocencia no le permite sospechar la magnitud de la situación y su rostro se ilumina de todas formas al verme.
—¡Oliver! —Corre hacia mí para envolverme con sus pequeños brazos, los cuales se cierran en torno a mi cintura—. ¿Ya regresó mi hermana? ¿Han venido con Cris?
—Todavía no, pero pronto volverá.
De repente, su ceño se frunce y se aparta de mí bruscamente. Al igual que todos nosotros, Darlene explota. Debe sentirse realmente impotente al no comprender nada y que nadie se tome la molestia de explicarle lo que ocurre.
—¿Por qué tarda tanto? ¿Dónde está? —nos increpa a cada uno. Ya nos gustaría conocer la respuesta, pero no nos queda más que quedarnos callados—. Hace tres días que no la veo, ¡la quiero aquí ahora! Prometió que nunca me dejaría sola.
Escucharla provoca que me duela el pecho. Sin embargo, la madre de Cristel saca fuerzas de donde no las hay para colocarse en cuclillas y tomar de las manos a la menor de sus hijas. A esta le tiembla el labio inferior en señal de que se halla a punto de echarse a llorar. Maritza ya lo hace en silencio, mientras que Katherine y Lily se miran entre sí sin saber qué responderle.
—No lo ha hecho, Darlene. Tu hermana siempre estará contigo. Ya verás cómo nos olvidamos de esto cuando la encontremos. Confía en mamá, ¿sí? Todo estará bien.
Ahora soy yo quien la abraza para que oculte su rostro en mi pecho. En ese entonces compruebo lo mucho que se parece a Cristel, pues se tranquiliza cuando comienzo a acariciarle el cabello. Aunque no dudo que se quebrará de nuevo si es que no ubicamos a mi novia con el transcurrir de las horas. Espero que la policía en verdad esté haciendo el trabajo que debió iniciar hace mucho. Su madre nos asegura que sí. Pero temo que a las autoridades les dé igual la vida de una persona y se nieguen a ayudarnos, así que decido pasarme por la comisaría de regreso a casa. Me despido de todas para salir rumbo al lugar y bajo las escaleras. Sin embargo, me detengo en seco a la mitad porque me parece oír un llanto. La abuela de Cristel protagoniza una escena que me estruja el corazón.
—¿Y si no la encuentran nunca? Yo no quiero que sea una cifra más de niñas desaparecidas. Puede estar en peligro y nosotras aquí sin poder ayudarla. —Aprieta tanto los puños que sus nudillos se tornan blancos y cierra los ojos con fuerza—. ¿Cuánto tiempo más durará esto? Ya han pasado tres días, ¿qué tal si es demasiado tarde?
La menor de sus hijas la abraza. No solo lo hace para brindarle consuelo, sino también para que no la vea llorar. Ambas se encuentran en la sala, cuya puerta yace entreabierta. Ellas no reparan en mi presencia.
—Cristel es fuerte, mamá. Resistirá hasta que demos con su paradero.
—Pero, ¿qué tal si ya no está?
La pregunta me hiela la sangre e instintivamente retrocedo. No me apetece seguir escuchando.
—No... No digas eso —rechaza de inmediato. Nuevas lágrimas le nublan la visión—. Volverá y todos estaremos ahí para recibirla. Las autoridades se encargarán de que eso suceda. Harán que regrese a casa cuanto antes.
Paso de frente. No hay nada que pueda decirles para que se sientan mejor. En su lugar, intento hacer el menor ruido a salir y una vez en la calle, el corazón empieza a latirme con prisa. La comisaría no se ubica muy lejos, así que llegar no me toma más de quince minutos. A tan solo unos pasos de entrar, me topo con el padre de Cristel. Sostiene un cartel de búsqueda con su fotografía y se la muestra al oficial de policía, quien observa la pantalla de su móvil sin mucho interés. Lo guarda en su bolsillo cuando él intenta ingresar al lugar y se interpone para bloquearle la entrada.
—Tiene que ayudarme a encontrar a mi hija. Por favor, llevo tres días sin saber nada de ella. Cualquier cosa podría...
—Señor, las chicas de esa edad desaparecen todo el tiempo. Es normal —lo interrumpe y me entran ganas de darle una bofetada—. Igual que usted hay muchos padres, relájese. Ya regresará. No hace falta que arme un escándalo. Mis compañeros acaban de decirle que están investigando el caso.
¿Cómo puede pedirle que se calme? Que haya varias familias en la misma situación no debería tranquilizarnos. Por el contrario, resulta aterrador. No sé qué me parece peor. Si el aumento de las desapariciones de mujeres o la escaza preocupación por parte de las autoridades frente a la situación. No entiendo para qué ingresan a la institución policial si no piensan velar por el bienestar de la ciudadanía.
—¿Y cuánto más van a tardar? Porque desde ayer nos dicen lo mismo. Parece que no les interesa en lo más mínimo lo que pueda haberle pasado a mi hija.
—Un grupo de efectivos han salido hace dos horas a rastrillar los alrededores. Les avisarán si encuentran algo.
—No deben encontrar algo, deben encontrarla a ella.
—Pues si tanto quiere ver de nuevo a su hija, lo mejor que puede hacer es dejarnos trabajar en paz. No tenemos tiempo para sentarnos a escuchar todas sus quejas. Ponga un poco de su parte y coopere, a menos que desee continuar con la búsqueda por su cuenta.
Los ojos se me llenan de lágrimas producto de la impotencia mientras el padre de Cristel comienza a gritarle al oficial. Se le escapan varios insultos por los cuales no puedo culparlo. Me siento como si estuviera viviendo una pesadilla. El solo respirar me asfixia. Por más que volteo, no la encuentro a ella detrás de mí. No la tengo tomada de la mano. No camina a mi lado. No me abraza ni recarga su cabeza en mi pecho. Y no lo soporto. Quisiera dormir y despertarme cuando todo esto haya terminado. Pero tampoco creo que lograría conciliar el sueño en medio de esta incertidumbre.
Vine a la comisaría con la esperanza de recibir actualizaciones alentadoras, pero la hostilidad con que trata el policía al padre de Cristel me hace dar media vuelta. Me marcho a casa con la misma sensación de angustia. Ni siquiera me importa toparme con Wilder y Steven en el parque. Lo único que me regresa a la mente cuando paso por allí es la tarde en que Cristel me dejó pintar sus zapatillas. Las llevaba puestas la última vez que la vi.
Ahora otra pareja ocupa la misma banca que nosotros y ambos lucen tan felices que se me parte el alma en dos. Hace apenas unos días aquellos éramos ella y yo. Ojalá que la historia de esos jóvenes no se parezca a la mía con Cristel, porque el dolor que me consume ahora mismo no se lo deseo a nadie.
Este me deja sin energía, por lo que, al llegar a casa, solo reúno fuerzas para encerrarme en mi habitación y acostarme con el deseo de que, al despertar, todo se haya tratado de una pesadilla. El cansancio acumulado durante los últimos días y las noches que pasé en vela me pasan factura, así que para mi sorpresa no tardo en dormirme. Sin embargo, al cabo de dos horas, me despierto cuando escucho a alguien entrar a casa y de inmediato reconozco los pasos de papá.
Pienso que quizá trae noticias sobre Cristel, pero me estremece un escalofrío apenas lo oigo. Está llorando. Bajo hacia el primer piso y juraría que mi corazón se detiene al verlo. No hace falta que me lo diga. Ya lo sé. Pero me niego a aceptarlo.
—¿Papá? ¿Qué sucede?
—Ya saben lo que ocurrió con Cristel.
Eso debería alegrarme, pero una horrible algo me lo impide.
—¿Apareció? ¿Ella está bien?
—Acaban de encontrarla sin vida. La han asesinado.
De repente, el alma se me cae a los pies y todo se vuelve negro.
***
Ni siquiera sé por dónde empezar. Desde ya me disculpo por el malestar que este capítulo pueda provocar. Para mí fue muy difícil escribirlo. El personaje de Cristel me acompaña desde 2022. Aprendí tanto de ella que me duele dejarla ir. Se convirtió en mi referente y crecimos juntas. Siempre tuve claro el desenlace de la novela, porque me inspiré en un caso ocurrido en la vida real. Pero eso no significa que escribir el final sea menos complicado.
Ella me eligió para contar su historia, que es la misma de muchas mujeres que ya no están en este mundo. El objetivo de este libro nunca fue herir a nadie, sino reflejar la realidad y crear consciencia. Actualmente ya no están habilitados los mensajes de Wattpad, pero estoy pendiente de mi Instagram por si desean escribirme para desahogarse o simplemente hablar.
Gracias por todo. Espero que tengan una linda vida. El próximo capítulo sale en breve 💜
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top