38| Alguien con quien no quiero estar

Hace muchos años, las mujeres eran consideradas inferiores a los hombres. Hoy en día existen menos personas que piensan así, pero en aquel entonces dicha creencia estaba tan arraigada que se las separaba de ellos en el ámbito educativo. Las mujeres recibían una educación centrada en labores domésticas y código de etiqueta social, mientras que a los hombres se les preparaba para ejercer cargos públicos y convertirse en profesionales.

En este contexto, Mary Wollstonecraft escribió la obra Vindicación por los derechos de la mujer y propuso que todos los seres humanos deben estar sujetos a los mismos derechos. Por esta razón, las mujeres tenían derecho a una educación libre de discriminación y a participar en la vida política de la sociedad. Asimismo, señaló que estas debían concebirse como seres racionales y morales capaces de tomar decisiones acertadas fundamentadas en la virtud.

Puede sonar bastante obvio en la actualidad, donde nosotras ya ocupamos los mismos espacios que los hombres en el ámbito académico. A nadie le extraña que una mujer curse estudios básicos o superiores, pero en su época el pensamiento de Wollstonecraft fue revolucionario. Por eso la escogí para protagonizar mi ensayo de Filosofía una vez que iniciaron las clases y la maestra nos asignó el primer trabajo. Estuve a punto de excederme del límite de dos mil palabras, mas obtuve una muy buena calificación.

Han transcurrido dos semanas desde que Jake regresó a su ciudad y no volveremos a verlo hasta las fiestas de fin de año. Oliver se esfuerza por simular que aquello no le afecta, pero sé que en el fondo lo echa de menos tanto como yo. Todo es más divertido cuando estamos los cuatro juntos.

Sin embargo, mi mente se mantiene ocupada en reunir los materiales que necesitará para su presentación de arte en la plaza. Ya contamos los aerosoles, por lo que no necesitamos comprar nuevos. No hay forma de que algo salga mal, aunque Jake insiste en que me estoy adelantando. Acaba de marcar mi número y puedo observar cómo frunce el ceño en la videollamada.

—Lo estás apresurando, Cris. Valoro tus buenas intenciones, pero dudo que esta sea la forma correcta de ayudarlo.

—¿No piensas que pueda hacerlo bien?

Creo a Oliver con la capacidad de impresionar a cualquiera. Posee tanto talento que me apena que permanezca encerrado. Su lugar no se encuentra entre las sombras. Nació para brillar bajo la luz de miles de reflectores, aunque estos no sean con exactitud los de un escenario. Oliver construirá uno exclusivamente para él.

—Claro que sí, pero todavía no se siente preparado para esto. Si ha accedido es porque llevas insistiéndole toda la semana. Tiene miedo de decepcionarte, de discutir contigo y que te alejes de él. Ya lo pasó lo suficientemente mal la última vez.

—¿Cómo sabes todo eso? ¿Te lo ha dicho?

Para mi sorpresa, asiente y mi corazón se comprime. Esperaba que tuviese la suficiente confianza conmigo para informármelo.

—A ti no quiso comentarte nada. Ni siquiera lo entendiste en un principio.

—Solo quiero que deje de considerarse inferior a los demás. Quiero demostrarle que es capaz de cualquier cosa.

—¿Y si no qué? Está bien no poder con todo. No tenemos que superar cada uno de nuestros temores para gozar de una vida plena. Muchos de ellos incluso nos mantienen a salvo —arremete en un tono suave y firme al mismo tiempo. Pensé que apoyaría el plan—. Además, resulta imposible que nada nos asuste. Siempre le temeremos a algo y, mientras ese miedo no nos prive de experiencias gratificantes, no debemos preocuparnos por eliminarlo.

—Pero a él sí que le impide muchas cosas. Odiaría que renunciase a sus sueños por miedo a fracasar.

—Oliver está dispuesto a enfrentar ese temor. Lo vencerá tarde o temprano.

—Eso es justo lo que no deseo, que se le haga tarde. La vida es demasiado corta como para dejar que el miedo nos guíe. No sabemos cuánto tiempo nos queda aquí, ¿por qué darnos el lujo de esperar?

Siempre he temido que el momento nunca llegue, que algo o alguien me obligue a partir sin antes haber cumplido mis sueños. Tampoco me gustaría irme de este mundo sin verlo triunfar a él. Por eso trato de empujarlo lejos del rincón en que se esconde para no destacar. Ese no es su hábitat natural, por más que algunas personas sin escrúpulos le hayan hecho creer que sí durante años.

—Porque si una persona se zambulle al mar sin saber nadar, se ahogará. Se hundirá bajo las aguas y le costará mucho más alcanzar la superficie de nuevo —explica sin dejar de mirarme—. Y entonces ahí puede que la vida no le baste para salir a flote, pues el camino será el doble de largo. No se trata de salir de nuestra zona de confort, sino de expandirla y sentirnos cómodos en un mayor número de escenarios.

Guardo silencio. Por primera vez se me acaban los argumentos, pero sigo sin entender por qué esto le parece tan pésima idea. Me sorprende que Jake dude del potencial de Oliver.

—Confía en él, Jake. Ya verás cómo todo marcha a la perfección. —Abre la boca para replicar, mas no se lo permito. Se me hace tarde—. Debo colgar. Quedé en verme con Oliver en diez minutos.

Terminada la llamada, silencio mi móvil y empaco los materiales en mi mochila. Un par de esponjas y una cartulina que enrollo y coloco en uno de los laterales. Antes de irme, paso por la cocina para avisarle a papá que saldré. Mamá está trabajando en la tienda y no quiero que se preocupe si regresa y no me encuentra. Los fines de semana él no asiste a la oficina, así que lo hallo comiendo una empanada de carne mientras escucha la radio.

—En otras noticias, una joven denunció a su ex pareja ante la policía y a través de redes sociales por difundir sus fotografías íntimas después de que ella le pusiera fin a su relación de dos años —comunica la periodista. Aquello llama mi atención y me acerco para escucharla mejor—. La agraviada señala que estas han llegado a varios familiares y amigos, así como también a desconocidos por parte de quienes ha sufrido acoso sexual.

Al oírlo, se me eriza la piel. De repente, siento miedo. Me acuerdo de las palabras de Robin, el mejor amigo de Dan. Este le reclamó por no haberle reenviado algunas de las fotos íntimas que, según pensó, le habría compartido yo. Mis inseguridades nunca me permitieron tomarme ninguna, por lo que mi ex novio nunca tuvo nada que filtrar. Sin embargo, lo creo bastante capaz de algo así y me aterra darme cuenta de lo cerca que estuve de sufrir la misma situación que la chica de las noticias.

—¿Fotografías? ¿Y qué esperan para pasarlas?

Por eso me quema por dentro que mi padre se burle de lo sucedido. Pienso contarle respecto a lo que escuché ese día, mas no me inspira ni un céntimo de confianza. Me dolería mucho que se riera de mí.

—No puedes ser más repugnante, papá.

—¿Yo? Si ella se ha sacado esas fotos es para que las vea el resto, ¿no?

—¿Acaso no has entendido la noticia? Las filtraron sin su consentimiento —recalco con la fe puesta en que le nazca siquiera un gramo de empatía—. No se las envió a todo el mundo. Su ex pareja traicionó su confianza y las divulgó como si fuera producto de consumo, lo cual constituye un delito. Eres juez, se supone que deberías saberlo.

—Lo sé, Cris. En el Decreto Legislativo N°1410, el Derecho Penal reconoce como delito la propagación de imágenes íntimas de una persona sin la autorización de esta —informa antes de darle otro mordisco a su empanada. La tranquilidad con que lo toma me altera—. Pero creo que, en primer lugar, las mujeres no tienen por qué tomarse fotos así.

—Si piensas culpar a las víctimas, me alivia que no te dediques a esa rama del Derecho y te especialices en juicios familiares.

Mi padre enmudece unos instantes en los que, gracias a que mastica con la boca abierta, puedo visualizar su degustación. Por suerte, traga grueso y el bolo alimenticio desaparece por su garganta.

—Eso no me exonera del derecho de la libre expresión.

—Puedes opinar, pero no atacar. Quienes difundieron contenido íntimo deben hacerse responsables y recibir una sanción al igual que lo hace un acosador, un violador o un feminicida.

—Lo feminicidios son normales, hija.

Por poco me atraganto con mi propia saliva. No dejaré que suelte ese tipo de atrocidades con la excusa de que forman parte de su percepción y que, por tanto, merecen respeto.

—¿Bajo qué contexto?

—No quiero decir que sean buenos...

—Pues así ha sonado.

—Me disculpo por mi mala elección de palabras —se retracta y me resulta imposible retener un suspiro. Ya estaba entrando en pánico—. En realidad, me refería a que ocurren con frecuencia. De hecho, suceden todos los días.

—¿Y por eso hay que aceptarlos como parte de la realidad y ya?

—No, para nada. Se necesitan medidas urgentes y condenas más severas.

—Por lo menos coincidimos en algo.

Mi padre tuerce los labios, pero termina asintiendo. Y como si se tratara de algo sin importancia, se encoge de hombros.

—En caso de que no, debes aprender a respetar las opiniones ajenas. No todos piensan lo mismo que tú y si no somos tolerantes los unos con los otros, no viviremos en paz.

En cierto modo, yace en lo correcto. Una convivencia amena implica que dejemos de atacarnos entre nosotros y de criticar los puntos de vista de los demás sin siquiera analizarlos. La sociedad no progresará si cada quien se cree dueño de la verdad y no considera la posibilidad de que quizás está equivocado.

Pero debemos ser cuidadosos con las personas a las que les damos el poder de manifestarse en señal abierta, pues hay quienes disfrazan agresiones de opiniones. Las primeras no se justifican, a menos que se trate de un acto de defensa propia o de alguien más, mientras que las segundas no devalúan a ningún grupo social y permanecen dentro de los parámetros del respeto.

—El machismo no es una opinión, es opresión.

—Yo no soy machista, sino feminista. Estoy de tu lado, Cristel. Tengo dos hijas, nunca les daría la espalda.

Le he explicado en repetidas ocasiones que los hombres no pueden formar parte del movimiento, dado que no constituyen el sujeto político del feminismo. Sin embargo, o ni siquiera me ha prestado atención, o le da igual que trate de corregirle, puesto que sigue sacando la misma carta.

—Lo haces cuando culpas a una mujer víctima de violencia de haber provocado a su agresor o la obligas a responsabilizarse de algo que no le compete.

—Algunas sí que los incitan. Muchas veces el instinto del hombre despierta porque ellas usan ropa corta sin ninguna necesidad —acusa, como si a raíz de ello se produjeran los actos violentos en contra de nosotras. Estos suscitan, en realidad, por aquellos que poseen una mentalidad tan misógina que les dicta someter a una mujer—. En otras ocasiones también se exceden con el alcohol en fiestas sin medir el peligro y acaban tiradas por allí hasta que un familiar suyo averigua su ubicación y pasa a buscarlas.

—¿Y por eso crees que merece ser abusada? Nada de eso lo justifica. La naturaleza del hombre no es ser un violador. No digo que no debamos mantenernos informadas acerca de lo que sucede, pero en casos como esos, la culpa recae en quien agrede a la mujer.

—Ellas también pueden evitar exponerse, ¿no?

—Los violadores también pueden abstenerse a salir de casa si van a arruinarle la vida a gente inocente, ¿no?

—Sí, pero no creo que estos vayan a resarcirse y que la realidad mejore.

—Por supuesto que no lo hará si algunos se dedican a echarle la culpa a las víctimas en vez de deconstruirse y educar adecuadamente a las futuras generaciones —arremeto con tanta impotencia acumulada que se me dificulta no alzarle la voz—. Muchas niñas han sufrido lo mismo, ¿dirás que se escaparon a una fiesta a altas horas de la noche con ropa "provocativa" y se embriagaron sin motivo? La violencia no depende de nuestra vestimenta o el lugar en que nos situemos, ¿a qué mujer de tu vida tienen que matar para que lo entiendas?

—No hables así, Cris. Nunca desearía que algo malo les sucediese a ti, a tu hermana o a tu madre.

—Entonces cambia, papá.

En vista de que se queda callado, doy por finalizada nuestra discusión y le aviso a dónde me dirijo para luego cruzar la puerta de la cocina. Bajo las escaleras a toda prisa, ya que voy algo retrasada, y salgo hacia la calle. Me toma tan solo un par de minutos llegar hasta la plaza. Como todos los días, está repleta de gente. En especial, de niños corriendo de un lugar a otro y chicos jugando a la pelota. Algunos montan en bicicleta y otros se limitan a conversar sentados en las bancas. En una de ellas me espera Oliver, quien revuelve las manos nerviosamente sobre su regazo.

Por un momento me acuerdo de la conversación que tuve con Jake, pero esta no me hace ruido suficiente como para hacerme cambiar de idea. Cuando me ve, Oliver me sonríe y me invita a sentarme a su lado antes de empezar con lo planeado.

—¿Estás preparado?

—No, ¿todavía puedo echarme para atrás?

—Claro, pero si lo haces, te quedarás para siempre con la incertidumbre de cuál pudo haber sido el resultado. A veces las cosas que realizamos con más miedo se convierten en las mejores experiencias de nuestras vidas.

—¿Crees que esta lo sea?

Me toma de la mano y me mira a los ojos, en busca de una genuina confirmación. Si supiera lo mucho que confío en él.

—No me cabe duda.

—Espero que el espectáculo de pintura no termine en tragedia.

—Nada malo sucederá, ya verás. Ayúdame a colocar los materiales.

Juntos extendemos la cartulina en el suelo y la rodeamos con las latas de pintura aerosol que Oliver saca de su mochila. Algunos transeúntes se detienen a observarnos con curiosidad, mientras que otros nos ojean de soslayo y siguen su camino. Oliver desliza sus dedos por la superficie para calcular el espacio que ocupará cada elemento del dibujo y murmura algo para sí mismo. En esta ocasión, ha optado por el paisaje de un paraíso repleto de vegetación con una cascada al fondo. Piensa mezclar tonos azules, púrpuras, rosados y anaranjados para el cielo, donde además plasmará un gigantesco Sol rodeado de unas cuantas estrellas.

Una vez que tenemos todo listo, me hago a un lado para dejarle el campo despejado y selecciono una canción de mi celular para que acompañe su presentación. Esta comienza con pocos espectadores, pero a medida que avanza, estos van en aumento, hecho que lo pone todavía más nervioso. Aun así, logra mezclar bien los colores y ubica de forma correcta los elementos de la imagen. Sin embargo, sé que las cosas andan mal cuando me fijo en que le tiemblan las manos y que tiene los músculos completamente rígidos. No levanta la mirada por temor a toparse con la del resto y hasta me parece ver cómo se le desliza una gota de sudor por la frente.

Persigo sus ojos para que se encuentren con los míos para transmitirle seguridad, pero Oliver continúa con la vista clavada en la pintura. Luce concentrado en ella, mas descubro que lo último que pasa por su mente es la elaboración cuando una llamarada de fuego sale despedida hacia la hoja. Él no consigue controlarla y esta acaba incendiándose, por lo que debemos apagarla con la botella de agua que trajo.

Las personas que antes observaban el espectáculo con admiración e interés se alejan de inmediato. Pese a que el peligro ha cesado, se dispersan hasta desaparecer del área. Oliver se queda solo, en tanto yo permanezco en mi sitio, tratando de procesar lo ocurrido.

Jake tenía razón. Debí haberlo escuchado.

—¿Vas a ayudarme a recoger todo esto o piensas seguir ahí parada?

Reacciono por fin y me dirijo hacia él. A mis piernas todavía les cuesta moverse, pero me las ingenio para levantar del suelo los aerosoles de pintura que continúan desperdigados por allí.

—Lo lamento. No pretendía hacerte pasar un mal rato, creí que...

—¿Que saldría bien? —Oliver niega y recién entonces, mi mirada se cruza con la suya. Esta yace cristalizada, pese a que no titubea en ningún momento—. Deberías haberlo sabido, Cris.

—¿El qué?

Antes que yo, alza la cartulina del suelo y la arruga para tirarla al cesto de basura más cercano. Escucho las risas de un grupo de chicos a nuestras espaldas e intento no voltearme, porque, de lo contrario, les aventaré a la cabeza una lata de pintura. Ganas no me faltan, pero reconozco que esta fue mi idea en primer lugar. Una que se transformó en un plan sin el acuerdo de Oliver.

—No soy lo suficientemente bueno como para que agradarle a la gente. Lo he tenido claro desde hace mucho, solo falta que lo aceptes tú también —indica, al tiempo en que guarda todos los materiales en su mochila—. Por eso no quería ser partícipe de algo así, mas insististe tanto que no me dejaste otra opción. Ya hice lo que querías, ¿estás satisfecha?

—Sabes bien que esta nunca fue mi intención. Solo buscaba demostrarte que podías enfrentarte a cualquier cosa.

—El mundo no está hecho de buenas intenciones, Cris. Y si continúas infringiendo mis límites, no creo que esto llegue a ningún lado.

Mis alarmas se despiertan, como si de repente se iniciara un incendio y se activaran los rociadores.

—¿Qué quieres decir?

—Que no quiero estar al lado de alguien que no respeta mis decisiones.

Con esto último, se marcha sin mirar atrás. No lo sigo, no corro detrás de él y mucho menos le pido que se detenga. Sé que cometí un error. Y debido a sus estragos ni siquiera hallo forma de defenderme. Aunque, en verdad, tampoco me apetece hacerlo.

***
¡Hola! ¿Cómo han estado esta semana? Espero que se encuentren bien. Ya se acerca Halloween 🎃 ¿ustedes celebran esa fecha? De ser así, ¿de qué planean disfrazarse o de qué solían hacerlo cuando eran niñxs?

Ojalá que este capítulo les haya gustado, ¿conocían a Mary Wollstonecraft? Su filosofía me llamó mucho la atención, así que decidí incluirla en el libro 💜 ¿Qué opinan?

En cuanto a la última escena, ¿creen que Cristel hizo bien o mal? ¿Ambos tienen razón o solo uno de los dos está equivocado? ¿Consideran que ella debió escuchar a Jake?

Ya veremos cómo se resuelven las cosas. Nos leemos el otro domingo, cuídense bastante 🫶🏻

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