37| Momentos fugaces
Cierro los ojos para deleitarme con su voz. Si oír la risa de Cristel me sienta como un soplo de aire fresco, escucharla cantar irrumpe en el cielo grisáceo que cubre mi mente y ahuyenta cada nube tormentosa. Los relámpagos cesan y la paz regresa. De repente, todo vuelve a estar en calma, como si olvidase que existe dolor en el mundo. Aunque sea por un momento.
Sé que muchas personas no dudarán en ayudarme cuando la realidad me caiga encima, pero me gustaría transformarme en mi propio refugio. Paso todos los días de mi vida conmigo. No puedo odiarme. O al menos, no debería.
—Para ser sincera, temía no ganar el concurso.
—Has llegado a etapas muy importantes en competencias mucho más grandes. Era obvio que podrías con esta.
Aprovecho que tiene las piernas sobre mi regazo para acariciar su rodilla. Hemos pasado gran parte de la tarde en el parque. Nos encontramos en la plaza hace tres horas y nos distrajimos un rato con el espectáculo de pintura con fuego del mismo artista de la vez pasada. Pensé en comprarle la obra, pero un hombre se me adelantó, por lo que decidimos venir aquí.
A esta hora está casi vacío. Solo un grupo de tres ancianos jugando cartas en una banca, una mujer paseando a su perro y un joven que recorre a trote el perímetro. La florería ubicada frente al parque continúa abierta, pero hoy no hay demasiados clientes.
—Hablo en serio, Oliver. —Fuerza una sonrisa—. Todos tienen puestas en mí expectativas tan altas que me asusta no poder cumplirlas. A veces desearía que ninguna persona creyese en mi potencial para poder fracasar sin decepcionar a nadie.
—Nunca me defraudarías, Cris. Seguiré estando orgulloso de ti pase lo que pase —aclaro, en tanto mi pulgar traza círculos en su rodilla. Aquello parece relajarla—. Cantas delante de tanta gente sin que te tiemble la voz e interpretas cada canción con una mezcla de confianza y vulnerabilidad mediante que me fascina.
—Pero no siempre fue así. La primera vez que me presenté en televisión tenía mucho miedo.
—¿De qué?
—De no tener el talento suficiente para pasar a la siguiente fase. También temía hacerme conocida, porque con ello no solo vienen los cumplidos, sino también los insultos.
—¿Llegaron?
Me da miedo la respuesta, pero más me preocupa el hecho de que atraviese todo eso sola. No quiero que sufra lo mismo que yo.
—Lo hacen todos los días —confirma y siento mi corazón quebrarse. Pese a que no se muestra afectada, intuyo que aún le cuesta lidiar con ello—. Algunos piensan que la culpa es mía por exponerme en redes sociales, pero la responsabilidad les corresponde a quienes se creen con el derecho de atacar el físico o la personalidad de alguien solo porque sube contenido a internet, como si las celebridades fuesen objetos y no seres humanos.
—Lamento que recibas ese tipo de comentarios hirientes. Deben hacerte sentir horrible.
—Ya no lo hacen —sentencia y coloca su mano sobre la mía para darme un ligero apretón—. Me tomó un tiempo construir un escudo protector ante ellos, pero finamente lo conseguí. La última relación que tuve me complicó las cosas. No terminé con Dan a la primera, porque pensaba que, al ser todo eso que me decían en redes sociales, merecía que él me tratara así. Sin embargo, cuando descubrí que todo aquello tenía un nombre, entendí que no era yo quien estaba mal.
—Cyberbullying —especifico, aunque dicha palabra me produce escalofríos—. Eso es lo que sucede.
Cristel asiente, mas no se muestra avergonzada. No tiene por qué. Yo estoy orgulloso de que haya podido salir adelante.
—Después rompí cualquier vínculo que me atara a él. Que me fuese infiel fue en la gota que colmó el vaso, me llevó al punto máximo de quiebre. Entonces comprendí que, si algo necesitaba de Dan, era su ausencia. Así que lo expulsé de mis dominios y continué mi camino siendo yo mi mejor compañía.
Pese a que parece concentrada en lo que me cuenta, no deja de tocar las cuerdas de su ukelele. Intercala el dedo índice con el del medio. Creo que lo hace de manera inconsciente. Amo que no pare de crear música, aun si se trata de una melodía casi inaudible.
—Desearía haberlo manejado igual que tú. —Mi vista se desvía hacia el suelo y entrecierro los ojos cuando algunas lágrimas se agolpan allí—. En cambio, dejé que los insultos me hundieran por completo. Me afectaron al punto en que olvidé cómo se sentía ver la luz.
—Estos no te definen como persona.
—Todavía hay una parte de mí que piensa que sí y teme salir de la zona de confort.
—A eso quería llegar. Creo que deberías animarte a pintar con fuego en la plaza —propone con entusiasmo. Entreabro los labios sin saber qué decir. Estoy en blanco. La idea en sí me resulta descabellada—. De ese modo la gente se fijará en tu talento y quizás algunos decidan comprar tus trabajos. Incluso podríamos grabar tu presentación y subirla a internet. Suena bien, ¿no? Solo necesitas practicar un poco antes. Verás que te irá genial, ¿qué tal la próxima semana?
Niego de inmediato. Casi suelto una risa por lo absurdo que me parece el plan. Me costó horrores controlar mi nerviosismo para poder pintar frente a una cámara. Hacerlo con decenas de ojos posados sobre mí se me complicará el doble. Además, de cometer un error, quedaría en ridículo.
—No estoy seguro de esto, Cris.
—Descuida, yo me encargaré de conseguirte los materiales que te hagan falta. Sé que te cuesta dar el primer paso, así que voy a hacerlo por ti.
—No necesito nada de eso. Solo quiero que esperes a que me sienta listo.
—¿Y aquello cuándo será? Tardas años en superar tus miedos. No soporto verte enjaulado. —Aunque dudo que esas sean sus intenciones, suena como un reproche. No me gusta hacia dónde va esto—. La pasas realmente mal porque te crees menos que los demás. Vives lamentando no ser bueno en nada cuando existen tantas cosas en las que destacas sin darte cuenta. Permíteme demostrarte que te equivocas.
—Aprecio que desees ayudarme, pero mi proceso es diferente al tuyo. Debes respetar mis límites.
—Estarías mejor sin ellos.
Para nada. Tener la certeza de que me desplazaré solo por una determinada área hace que me intimide menos la idea de recorrer el mundo. Establecer fronteras me sirve para no perderme en la infinidad del territorio que representa la vida. Estas me recuerdan que no debo conquistar el universo en un día, sino que puedo explorar poco a poco cada rincón. Está bien no avanzar a pasos agigantados.
—Claro que no, me ayudan a sentirme seguro.
Cristel suspira. Si no la conociera, pensaría que se encuentra a punto de perder la paciencia conmigo.
—Sé que no te proyectabas en un escenario de ese tipo. Sin embargo, las mejores cosas son aquellas que no se planean. Esas decisiones que nos ponen incómodos al principio, que tomamos llenos de miedo y dudas, pero que nos cambian la vida para bien.
—Basta, Cristel. —Tomo su mano cuando noto que habla demasiado rápido. Comienzo a marearme—. Entiendo que quieras lo mejor para mí, mas no me siento preparado para hacer todo lo que me propones. Si no estás dispuesta a aceptarlo, preferiría que dejásemos el tema aquí.
Pese a nuestras discrepancias, reacomoda su ukelele sobre su regazo y esboza una pequeña sonrisa. A ella tampoco le apetece discutir, lo cual me tranquiliza. Ya hablaremos sobre esto luego, cuando decida o no arriesgarme a vivir una nueva experiencia. Me cuesta tanto regular los aspectos que componen mi vida que incorporar unos más podría desequilibrarlo todo. En especial, si se trata de algo que no se limitará a un único acontecimiento, sino que llega con intenciones de integrarse a mi rutina. No me imagino montando espectáculos de arte cada fin de semana, ni siquiera cada mes.
—Como gustes. Ojalá que no estés perdiéndote de algo increíble por culpa de tus temores.
—Ese es mi problema.
—Tú también eres problema mío. No puedo ser feliz si estás sufriendo, ya sea de forma silenciosa o a gritos. No puedo serte indiferente. No puedo no preocuparme por ti.
—Estaré bien, te lo aseguro.
—Pero sigues acudir al psicólogo cuando evidentemente necesitas ayuda profesional —apunta y esta vez le da en el clavo. Incluso mi padre me lo ha recomendado—. Comprendo que te asuste aventurarte a lo desconocido, pero te prometo que estaré ahí para dar ese paso contigo.
—No dudo de que así será.
Cristel se acerca a mí y me besa mejilla, pero no conforme con ello, tomo su rostro entre mis manos para que nuestros labios se fundan en un beso. Nada ha cambiado y no creo que lo haga algún día. Siempre que estamos juntos mi corazón colapsa y renace para seguir latiendo por el suyo.
Atesoro cada momento, por más pequeño que sea, porque nunca volverá a repetirse. Todos los días son diferentes, unos mejores que otros. No me permito olvidar ninguno en que haya compartido por lo menos cinco minutos con ella. Suele enviarme un mensaje cuando llega a casa, mas me gusta acompañarla.
De regreso a la mía, encuentro a papá dibujando en su tableta electrónica en medio de la sala. Lo saludo y subo directo a mi habitación. Todavía no le he entregado a Jake su obsequio. Planeaba hacerlo ayer, pero continuaba sin nada para ofrecerle a excepción de un dibujo. Debió verme tan nervioso que me aseguró que no le importaba esperar un día más, lo cual prolongó mi ansiedad.
Al final, decido darle lo único que tengo y lo introduzco con cuidado en una bolsa de tela que compré. Posee un bonito diseño de nubes y una de esas frases motivadoras que tanto le gustan. Espero que sonría al hallarme parado en su puerta, pero yace absorto en la melodía que reproduce con su guitarra. No despega la vista del cielo. Hoy está despejado. Lo observa a través de su ventana, mediante la cual ingresa una brisa suave y fresca.
A veces lloro sin motivo y más rabia me da
Tal vez es el resultado de la soledad
Nadie entiende de verdad cómo me siento
Solo aquel que tuvo que pasar por esto
Mientras rasga las cuerdas, los versos de la canción se clavan en mi piel gracias a su calidad interpretativa. Siempre he admirado su capacidad para transmitir tanto mediante un conjunto de sonidos perfectamente armonizados.
Dime cómo maldita hago pa' salir de acá
Es que doy toda mi fuerza, pero no me da
La tristeza es quien gana y es por dentro
Lo prometo yo voy a salir de esto
Su mirada se encuentra con la mía. Me sonríe y deja de cantar. Ni siquiera se fija en la bolsa de tela que traigo. Tampoco Jake me ha recordado que le debo un obsequio durante todo el día. No sé si porque ha perdido la esperanza en mí o debido a que lo material no le interesa.
—¿Me estabas escuchando?
Cuando asiento, quita la guitarra de su regazo y la deposita en el parante junto a su cama. También cuenta con un pequeño escritorio, el cual apenas usa, ya que la lectura no le llama mucho la atención. Como siempre, todo está en orden. Sus auriculares descansan en la repisa junto a un miniparlante portátil y el tocadiscos que le regaló papá. En su mesa de noche se ubica su reloj despertador, aunque también se hallan algunos folletos turísticos perfectamente ordenados.
—Vine a entregarte tu regalo.
—¿No hiciste eso ayer?
Mientras más tiempo comparto con él, menos lo entiendo. No recuerdo haberle comprado uno de esos paquetes de bolsas de basura aromáticas que le gustan.
—¿A qué te refieres?
—Accediste a acompañarme en una aventura. Me encantó pasar el día contigo —contesta con obviedad, como si hubiese estado esperando que lo dedujera—. Saliste de tu zona de confort para verme feliz. Formaste parte de algo que era muy importante para mí. Aunque el plan te asustaba un poco, decidiste arriesgarte y me regalaste una experiencia maravillosa.
—Sabes que volvería a hacerlo. Durante años, fuiste lo más cercano a un amigo que tuve.
—¿Todavía lo soy?
—Eres el mejor —aclaro y le tiendo la bolsa de tela. Este la recibe enseguida, mas no la abre enseguida—. Acepta esto como muestra de mi aprecio. Perdón si te esperabas algo completamente distinto. No suelo tener buenas ideas.
—Basta que algo provenga de ti para que ya me fascine, así que no temas. No lo tiraré a la basura.
—De eso sí estoy seguro. Nunca lo harías, no si involucra a tu madre.
Aquello acapara por completo su atención y puedo asegurar que hasta se le acelera el pulso. Sin embargo, permanece inmóvil y entreabre los labios. Al cabo de un rato, por fin dice algo.
—¿Qué ocurre con mamá?
—Ábrelo y descúbrelo por ti mismo.
No aguarda más y saca el dibujo de la bolsa, momento en que se le cristalizan los ojos. Estos se centran en la tía Solange, a quien él abraza por la cintura. Ambos sonríen frente a la cámara y a sus espaldas se sitúa el escenario. Jake tiene la guitarra colgada al hombro y va vestido con el mismo traje azul que usó para su primera presentación en televisión en vivo. A su costado, su madre luce un vestido de gala largo de color rojo y besa la mejilla de su hijo. Puede que ella no haya estado en ese momento, pero viene bien hacer de cuenta que sí.
—Oliver... Esto es... —Expulsa un suspiro. Recorre el retrato con la mirada y acaricia la silueta de su madre. Los colores hacen que parezca incluso más real, como si en vez de una hoja, fuese una ventana hacia el pasado, época donde se recrea dicha escena—. Te ha quedado increíble. Me encanta. Mamá luce mucho mejor que en las fotografías. La dibujaste justo como la recordaba. Así de radiante suelo verla en mis sueños.
—Lamento no habértelo entregado ayer. Intenté conseguirte algo más hasta el último minuto, pero no hallé nada bueno en tiendas online.
Coloca el dibujo sobre su regazo y lo apoya contra su pecho, de modo que contemplo la imagen frente a mí. No la ha tenido en sus brazos ni cinco minutos y ya parece cuidarla como un tesoro. Supongo que lo considera uno, como todas las cosas que guardan relación con la tía Solange. Estas le permiten aferrarse a ella, aunque sea de forma intangible, pues hace años cruzó la línea que la separaba del mundo terrenal.
—Prefiero esto a cualquier otro obsequio.
—Me alegra que te guste. Debes extrañarla mucho.
—Cada día de mi vida, pero siempre que vengo la siento cerca. Después de todo, vivió aquí sus últimos años —confiesa sin borrar su sonrisa—. Quizá no pueda bajar de cielo para visitarme, mas yo sí puedo. Fui a verla al cementerio esta mañana. Me aseguré de que tuviese flores frescas, le dejé sus preferidas.
Basta, como continúe hablando así me hará llorar. La echo tanto de menos. No dudo que ella me quiso de verdad. Prueba de ello son las noches que pasó en vela para cuidarme cuando enfermaba, los primeros pasos que me enseñó a caminar y los pequeños logros que celebró conmigo.
—¿Flores artificiales? —Trago grueso para no tartamudear.
Si no cambiamos de tema ahora, me gastaré una caja entera de pañuelos.
—Claro, no he vuelto a arrancar a ninguna de la tierra desde los tres años —recuerda con la mirada ensombrecida—. Todo cambió la tarde en que una niña me gritó, en un ataque de cólera, que las estaba matando y que era de lo peor. Yo solo quería regalarle flores a mamá, así que le dije que me dejara en paz. Ni siquiera le creí. Al menos no hasta que se lo pregunté a mi maestra en clase al día siguiente. Imagino que recuerdas el resto de la historia.
—Llegaste llorando a casa como si en vez de asistir al colegio, hubieses acudido a un funeral. Incluso le pediste a papá que no te sirviera postre.
—Luego me enojé con esa niña y deseé que se quedase encerrada en el baño de su escuela.
—Vaya, no hay castigo más horrible que ese.
—Tal vez no se haya cumplido, pero hice el intento, aunque mamá me regañó por ello —admite con cierto remordimiento, o eso espero—. Siempre trataba de guiarme por el buen camino. Por ello intento ser mejor persona cada día. Para mí, para ella y para el resto de la sociedad.
—Linda forma de honrarla.
—Solo que dolor aun así no desaparece.
—Pero tienes a tu papá. Él también te ayuda a sobrellevarlo, ¿no? Están juntos en esto.
En ese instante, descubro una lágrima resbalándose por su mejilla. No obstante, Jake se la quita antes de que pueda hacérselo notar. Finge que no ha pasado nada y asiente mientras gira entre sus dedos el dije de su collar. Me alegra que cuente con alguien que lo acompañe en los momentos difíciles. No conozco a profundidad al señor Belmont. Trabaja muchísimo en la empresa que lidera, por lo que solo ha venido aquí en dos ocasiones.
Sin embargo, dice mucho de él los valores que mi primo demuestra con nosotros. Lo ha criado bien. A simple vista luce un semblante circunspecto, ríe pocas veces y se mantiene callado si nadie saca tema de conversación, pero jamás se ha portado mal conmigo ni con mi padre. Sé que en el fondo es una buena persona. De lo contrario, mi tía Solange no se hubiera enamorado de él.
—Ambos nos tenemos mutuamente —confirma con los ojos clavados en los míos—. Es el tipo de padre dispuesto a hacer cualquier cosa. Nunca se pierde una de mis presentaciones.
—Ayer llamó para saludarte, ¿cierto? Los escuché hablando por teléfono. Lo pusiste en altavoz.
—Oh, sí. La señal no agarraba muy bien, puede que por la distancia.
—Apuesto que encontrarán tiempo para platicar cuando regreses a casa la próxima semana —recuerdo, más para mí mismo. Durante esta época del año, Jake permanece en la ciudad alrededor de trece días. Cuando estos lleguen a su fin, deberé acostumbrarme otra vez a su ausencia física—. Seguro te bombardea de preguntas apenas bajes del avión, querrá saberlo todo. Solo evita contarle lo del cráneo en la caverna. No me gustaría que demandase a papá por negligente.
—Yo me encargaré de que nunca lo ponga tras las rejas, tú tranquilo.
Me río ante esto último y aunque ya no tengo nada que hacer en su habitación, decido quedarme. Voy a extrañarlo. Luego de que regrese a Lima, posiblemente no vuelva a verlo hasta las fiestas de fin de año, temporada que siempre pasa con nosotros. Para eso todavía falta mucho, así que me propongo disfrutar de su compañía mientras pueda.
***
¡Hola! ¿Cómo han estado? Espero que se encuentren bien. Recuerden tomar agua, dormir lo suficiente y comer a sus horas 💜
¿Qué les ha parecido este capítulo? Aquí conocemos un poco más a Cristel, ¿han llegado a sentirse como ella en algún momento?
Jake canta una pequeña canción en esta oportunidad. No pude encontrar un video con subtítulos, así que se las dejo aquí por si quieren conocer la melodía. Me comentan qué opinan si gustan ❤️🩹
https://youtu.be/Np5cVLd_JMA
Gracias por leer hasta aquí. Nos leemos dentro de una semana 💜👋🏻
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