30| Alguien a quien quiero

Una semana más tarde, finalmente despiden al profesor Rogers.

Dejamos de encontrarlo por los pasillos, por lo que nosotras volvemos a sentirnos seguras en las instalaciones. Solo que todavía nos atemoriza toparnos con él fuera del plantel. Y también que vaya a parar a otra escuela, donde consiga nuevas víctimas. Sin embargo, tenemos fe en que las denuncias puestas en su contra le impedirán obtener empleo.

Con él lejos de aquí, los días transcurren con rapidez y cuando menos nos damos cuenta, estamos entrando al mes de julio, lo cual significa que Oliver y yo llevamos un mes juntos. Solemos pasar las tardes en el parque, yo con el ukelele y él sumergido en sus dibujos. Incluso almuerza conmigo y con mis amigas durante los recesos. No sé si sea por mí, pero no le cuesta seguir el tema de conversación. De hecho, habla con ellas como si las conociera desde hacía mucho y no me rechaza cuando intento acercarme a él, aun si hay gente observando.

Desde hace unos días ha dejado de sentarse al fondo del salón para trasladarse a la carpeta ubicada a mi izquierda. Por esa razón, en clase de Ciudadanía y Cívica, se voltea hacia mí sitio apenas la maestra Miranda anuncia un debate. Sabe que no pienso perderme la oportunidad.

—No están obligados a participar todos, solo necesito dos personas voluntarias —aclara y suelto mi bolígrafo con el objetivo de tener la mano libre, lista para ser alzada—. Ambas tendrán puntos extras en el examen bimestral siempre y cuando expresen sus puntos de vista desde el respeto y la empatía. No toleraré insultos ni gritos y mucho menos agresiones físicas. Queda prohibida cualquier forma de violencia. En esta oportunidad, debatirán acerca del aborto. Para esto necesito a alguien que esté de acuerdo y a una persona que no.

—Yo estoy a favor —manifiesto y al igual que cuando me ofrecí para exponer a principio de año, procede a anotar mi nombre en su agenda.

—Y mi postura es en contra —expresa Maritza, sentada detrás de mí.

Enseguida sonrío. Me gusta la idea de debatir con ella. Conozco su postura desde hace tiempo y hemos platicado al respecto varias veces. Ninguna ha intentado nunca imponer sus ideas sobre la otra.

—La mía también —interviene Madison, a quien Maritza observa de reojo—. Quisiera que me cediera un espacio para poder dejarles las cosas claras a la gente que apoya el genocidio de los más indefensos. Para mí que apenas tienen neuronas en la cabeza, porque no comprendo cómo...

Justo cuando me asalta la necesidad de interrumpirla con urgencia, la profesora Miranda se ocupa de ello.

—Ya basta, Madison. No permitiré esta clase de comentarios en mi clase. Creo que estoy hablando con estudiantes con el grado de madurez suficiente como para respetar posturas opuestas a la suya. Que sea la última vez que uno de ustedes se expresa de ese modo, ¿entendieron? —Nos señala a todos con su lapicero y la aludida se encoge en su asiento—. Cristel y Maritza discutirán la próxima semana. Asegúrense de tener listos sus argumentos y de respaldarlos con fuentes académicas confiables. Yo dirigiré el debate. Les recomiendo que vengan preparadas.

Terminada la clase de Ciudadanía y Cívica, apunto en mi cuaderno los argumentos con los que defenderé mi postura. Los reviso con mis amigas durante la hora del almuerzo mientras que Oliver busca en internet fuentes bibliográficas, cuyo enlace me envía por WhatsApp para que luego les eche un vistazo. También intercambio artículos con Maritza, los cuales me sirven para describir en qué consiste el aborto.

A la salida de la escuela, me despido de Alai para marcharme a casa de Oliver. Ella recibe una llamada a su nuevo teléfono, mismo que su padre le compró horas después de que le robaran el anterior. Mi mejor amiga se va tan rápido que no alcanzamos a observar el nombre que figura en pantalla, pero nos hacemos una idea de quién se trata por la sonrisa que le ocupa el rostro cuando atiende.

La vemos alejarse por la calle con el celular pegado al oído y cuando la pierdo de vista, emprendo mi camino con Oliver. Pese a que me invaden los recuerdos de la primera vez que estuve en casa de él, estos quedan opacados por el presente en que nos hallamos inmersos. Estamos bien ahora y elijo centrarme en eso. Además, cuando llegamos a su casa, los mismos cuadros que la vez pasada se roban mi atención. En esta ocasión sí que me atrevo a preguntarle al respecto.

—¿Tú pintaste esos lienzos?

Oliver asiente.

—A papá le gustaron, así que decidí colgarlos aquí, aunque no recibimos muchas visitas. Creo que sí hay algo bueno en mí después de todo.

Eso me saca sonrisa. Me gusta la forma en que está progresando y cómo va ganando confianza en sí mismo. Varias veces me ha dicho que lo he ayudado con ello. Quizá sí puedo tener efectos positivos en los demás. No arruino todo lo que toco. Y me viene bien saberlo.

—Cuando te repiten constantemente que no eres suficiente, corres el riesgo de interiorizar esa creencia. —Entrelazo nuestras manos y él se encarga de pegar su frente a la mía—. Por eso debes rodearte con gente que te hace bien, no con personas que te llevan a dudar de ti todo el tiempo.

Oliver expulsa un suspiro mientras acaricia suavemente mis nudillos.

—En el fondo no te molesta, ¿no?

—¿El qué?

—Que sea tan diferente a ti en muchos aspectos —reconoce y pese a que niego enseguida, él continúa—. Tú te ríes con facilidad, a mí me cuesta. Tú nunca te callas nada, yo todavía no aprendo a defenderme solo. Tú no sientes temor al pararte frente a mucha gente, a mí me intimida tener tantos ojos observándome. Tú te vistes con muchos colores, yo por lo general uso tonos oscuros.

—No tiene nada de malo que te gusten esas tonalidades y tampoco entiendo por qué vinculan el blanco con pureza y el negro con maldad —expreso, ya que eso me disgusta bastante—. Un alma oscura no es sinónimo de frialdad y rudeza, no implica que esta se encuentre llena de atrocidades y de odio. Eres tú quien elige qué significado darle a ese color. Puedes sumirte en la tristeza y en la soledad, resignándote a vivir en el dolor. O puedes luchar por salir adelante y quitarte la mierda que te arrojaron encima, asociando los matices oscuros de tu interior con la fuerza, el poder y la elegancia con que te enfrentas al mundo.

—En ese caso, escojo lo segundo —afirma en un juramento que ya está llevando a la práctica—. No quiero aceptar un tipo de vida que no merezco. Necesito empezar a sonreír, a hacerlo de verdad. Me duele que al resto le sorprenda verme feliz. Desearía que eso fuese cosa de todos los días.

Pronto lo será. No lo dudo. Las heridas siempre estarán ahí, pero se cerrarán tarde o temprano y volveremos a amar del simple hecho de seguir aquí. Me empino para peinarle el cabello con las manos y enredo los brazos alrededor de su cuello para incrementar nuestra cercanía. Necesito que me mire.

—Tal vez yo pueda ayudarte con eso.

—Ya me alegras la vida, Cris.

—Sé que la pasas bien conmigo, pero no te límites a disfrutar solo en mi presencia. Quiero que seas feliz, con o sin mí.

—¿Por qué estaría sin ti?

—¿No temes que el destino nos lleve por caminos separados en el futuro?

—Confío en que siempre volveremos a encontrarnos —me asegura, aunque se oye más como súplica a quien sea que haya provocado que nuestras vidas se cruzaran en primer lugar. No sé si se trate del azar o de la suerte, pero estoy encantada de haberlo conocido—. No te quiero perder nunca, Cris.

—No lo harás. Entiendo que pienses que te he ayudado a trabajar contigo mismo, pero tú también has influido en mí. Me has recordado lo mucho que valgo siempre que se me olvidaba.

—Es que te mereces lo mejor —afianza, en tanto me aparta un mechón de cabello del rostro—. Y si crees en algún momento de nuestra relación que no soy capaz de retribuirte todo lo maravilloso que me das, estaré dispuesto a dejarte ir. Aunque me duela, créeme que lo comprenderé. Solo quiero que goces de una vida feliz, aun si no encajo dentro de ella.

Me quedo en «nuestra relación». Mi mente no retiene nada más luego de eso.

—¿Acabas de aceptar que tenemos una relación?

—Accidentalmente sí, pero no me apetece retractarme.

—No pensaba pedirte algo así.

—¿Entonces quieres que lo hagamos oficial? —inquiere. No descifro bien si aquello le entusiasma o le incomoda, aunque me parece verlo sonreír.

—¿No lo es ya?

—¿Se lo has contado a tus amigas?

Asiento. Y de no haberlo hecho, seguro que se hubieran percatado de todos modos. Me conocen lo suficiente como para averiguar lo que me sucede, además de que nunca se me ha dado bien disimular mis sentimientos.

—Perdón por no consultártelo antes. Debí haberte preguntado primero si estabas de acuerdo. Si no deseas que nadie lo sepa aún, puedo inventarme algo que...

—No me molesta. Más bien, tenía miedo de que me pidieras que lo ocultáramos.

—¿Tú le has mencionado a alguien sobre nosotros?

—Nosotros. Me gusta cómo suena eso —repite, como si saboreara aquella palabra—. Papá ya lo sabe todo. Jake también. Lo llamé el mismo día que me diste mi primer beso.

—Ahora entiendo por qué no se mostró tan sorprendido cuando se lo conté yo.

Sonríe de lado y extiende su mano para mí, así que la tomo. Lo sigo hacia las escaleras y pese a que no es la primera vez que vengo aquí, los nervios se me acumulan en el estómago mientras subimos los escalones, porque creo saber a dónde nos dirigimos. Compruebo que no me equivocaba cuando abre la puerta de su habitación y me invita a pasar detrás de él.

Sobre su escritorio no solo yace su portátil, sino también una serie de dibujos apilados uno encima de otro. Distingo algunas figuras hechas con fuego, las cuales llaman más mi atención que los bocetos a carboncillo. Me sorprende que todo esté en orden. Esperaba verlos desperdigados por doquier.

Al principio, parece nervioso, pero relaja los hombros cuando me acerco hasta su mesa de noche. Allí descansa un portarretrato que resguarda la fotografía de dos niños, el primero con un helado de fresa y el otro con uno de chocolate. Los identifico enseguida. Ambos lucen felices, pues, aunque el segundo frunce el ceño, reparo en que retiene una sonrisa. Se nota que se divertían muchísimo aquella tarde de verano en el parque.

—¿Reconoces cuál de los dos soy yo?

—Claro. El que parece haber sido obligado a sacarse esa foto.

Oliver se ríe entre dientes y me arrebata el portarretrato con cuidado para luego devolverlo intacto a su sitio.

—¿Viniste a burlarte del niño que fui en el pasado?

—Quiero conocerlo, Oliver —admito, declaración que lo hace voltear—. Han intentado arrebatártelo durante años de diversas maneras, pero estoy segura de que aún habita dentro de ti. Solamente necesita que emprendas su búsqueda.

—¿Cómo se supone que lograré eso?

—Acuérdate de todo lo que te llenaba de felicidad en aquel entonces.

—Desde siempre me ha encantado dibujar —inicia con algo que ya conozco, pero que nunca me canso de escuchar—. A menudo llevaba manchas de pintura en la ropa. También amaba el arroz con leche que preparaba mi tía Solange y jugar a las escondidas con Jake. Él se ocultaba creyendo que lo buscaría y yo me iba a mi habitación a mirar la televisión.

—A mí me gustaban las películas de Disney.

—¿Cuál era tu favorita?

Lemonade mouth. Realmente me obsesioné con la historia.

—Veámosla ahora entonces. Tengo tiempo de sobra.

Sin más que decir, coge su portátil y me hace un gesto para que vaya a sentarme a su costado en la cama, por lo que me acomodo a su izquierda. Mientras busca la película en internet, aprovecho para echarle un vistazo a las paredes de su habitación y me topo con un póster de Evanescence colgado delante de nosotros. Fuera de este, no tiene más que un reloj, un lienzo y una repisa donde guarda frascos con pinceles, paletas para mezclar colores y algunas pinturas.

Me sorprende cómo, a pesar de no estar saturado de objetos, este lugar se siente tan suyo. No me imagino a otra persona habitando tras estas cuatro paredes. Puedo imaginarlo pasando aquí cada tarde, oyendo las canciones de su banda preferida a la vez mientras pinta con fuego. Este lugar debe ser su refugio, por eso significa tanto para mí que me haya permitido el ingreso.

Durante toda película, luce tan entretenido como yo. Incluso se anima a cantar las canciones conmigo y no ofrece resistencia las veces que lo obligo a mover los brazos al ritmo de la música. Deja que lo manipule a mi antojo y aunque se esfuerza por disimular, me fijo en la sonrisa que tira de sus labios.

Dos horas más tarde, cuando todo ha terminado, arreglamos la habitación y nos dirigimos a la cocina para preparar algo de comer. No sé cómo, pero acabamos siguiendo los pasos de una receta que hallamos en internet para hacer arroz con leche. En menos de una hora lo tenemos servido en dos tazones que extraemos previamente del repostero. Y para qué mentir, ha quedado increíble. Solo que no alcanzo a decírselo, porque la puerta principal se abre ante la llegada de su padre. Entiendo que se trata del tío de Jake, pero es la primera vez que lo veo y no sé si estoy preparada para que me conozca como la chica que sale con su hijo.

—Tú debes ser Cristel —me saluda con una sonrisa, debido a la cual mis miedos se disipan—. Me alegra que por fin nos conozcamos. Jake y Oliver me han hablado mucho de ti, ¿cómo va todo? Quería darte las gracias por hacer que el segundo se desprenda un poco de la cueva de su habitación.

—Salía tan poco de casa que los vecinos olvidaron que tenías un hijo, ¿recuerdas? — ríe, aunque a su padre no parece divertirle.

—Admito que esperaba toparme con un tiradero —reconozco.

—Hasta ayer lo era, solo que se quedó casi toda noche despierto ordenándola —revela su padre. Sin embargo, el aludido se hace el desentendido y se lleva una cuchara de arroz con leche a la boca—. Recién entendí por qué cuando me avisó que vendrías.

—Quizá deba hacerlo más seguido. Ahora debo irme a casa, pero volveré en cuanto pueda. Todo con tal que...

—¿Que no termine viviendo con ratas? —sugiere Oliver y cuando me giro hacia él, descubro que le brillan los ojos. Me pregunto si la idea le entusiasma tanto como a mí. Espero que sí.

—También para que tengas un mejor humor y no te desquites con los niños del supermercado. Procuraré volver antes de que tu habitación se convierta de nuevo en una madriguera. —Le doy un último bocado a mi porción de postre y al ver que he terminado, Oliver deposita los trastes en el lavadero—. Hasta luego, señor Blas. Puede servirse un poco si desea. Lo preparamos nosotros, pero le aseguro que no le causará indigestión.

—Tranquila, cualquier cosa es mejor que mi comida.

Me despido de Oliver con un beso en la mejilla y salgo de su casa tras coger mis pertenencias. Como de costumbre, le envío un mensaje a mamá para avisarle que estoy de regreso y ella no demora en responderme. Aunque no me lo pide, me apresuro para llegar antes de que oscurezca. Recorro las calles hasta dar con la mía y me detengo frente a mi hogar. Un auto yace estacionado en la entrada y lo reconozco de inmediato. Observo a papá conversando con el mismo cliente de siempre, aquel hombre que acaba de divorciarse de su esposa. Por lo que me ha contado, vive cerca de aquí, así que le hace el favor de traerlo cada que se encuentran de casualidad.

—Allí viene mi hija. —Extiende su brazo para recibirme y me rodea por los hombros cuando llego a su costado—. ¿Qué tal todo, Cris? Ojalá hayas tenido un día menos ajetreado que el mío. Yo he recibido dos nuevos casos hoy y todavía me faltan revisar varios documentos. En algunas ocasiones, echo de menos mis años en la escuela.

—Nada fuera de lo normal, papá. La única novedad es que me apunté a un debate en Ciudadanía y Cívica para obtener puntos extra.

En realidad, lo hice porque no planeaba desaprovechar la oportunidad de discutir sobre un tema de salud pública tan importante como el aborto. Sin embargo, decido omitir el tema del debate y mi postura al respecto para ahorrarme una reprimenda. Él no apoyaría algo así.

—¿Te interesa debatir? —consulta el señor Condori, a lo cual asiento—. En ese caso, quizá puedas seguir los pasos de tu padre. Se desempeña muy bien como juez, seguro que tú has heredado un poco del don.

—Ya lo comprobaré en mi calificación final.

—Lo harás excelente de cualquier forma, Cristel. No me cabe duda de ello —me anima papá.

—Y si no, podemos unos cuantos billetes a tu maestra para que apruebes el curso con la máxima nota. No tienes de qué preocuparte, jovencita.

Aunque el cliente de mi padre parece estar bromeando, no me río ni siquiera por compromiso. Él nunca haría eso, a pesar de que aquello le cause gracia. Los sobornos van en contra de sus principios, según lo ha recalcado en repetidas ocasiones. Mucho menos recurriría a dichos métodos en el ámbito profesional.

—Iré a prepararme de todos modos. Necesito buscar fuentes académicas para sustentar mis argumentos, así que los dejo. —Me alejo de papá con el objetivo de dirigirme a la puerta de entrada, no sin antes mirar por última vez al hombre de cabello azabache—. Hasta luego, señor Condori.

—Un gusto, suerte con el trabajo.

Apenas pongo un pie en casa, las paredes me producen una sensación de seguridad. Sé que existen personas que viven junto a sus agresores, por lo que intentan fugarse de mil maneras diferentes. Pero yo formo parte de ese grupo y me siento afortunada por eso. Solo que me gustaría que no fuese cuestión de suerte.

***
¡Hola! Como pueden ver ya despidieron al maestro Rogers, lo cual es bueno. Pero, ¿creen que esa sea la solución? Esperemos que lo que hizo no quede impune y que no acose a nadie más ✋🏻

En el próximo capítulo habrá un debate sobre el aborto. Cristel 💚 está a favor y Maritza 💙 en contra. Creo que sobra decir que cada una expondrá su punto de vista con mucho respeto. Están invitadxs a hacer lo mismo de la misma manera. Les deseamos toda la suerte del mundo a ambas y ojalá les vaya muy bien. Esto no será una pelea, sino un diálogo, donde todas las opiniones son valoradas (a excepción de aquellas que ataquen a alguien, esas ni siquiera deben ser consideradas así) 💜✨️

¿Cómo piensan que evoluciona la relación entre Oliver y Cristel? Me gusta escribir interacciones entre ellos. La película de Disney favorita de ella es Lemonade mouth, ¿ustedes la vieron? A mí me fascinó 🥹

Gracias por leer, nos leemos el próximo domingo 🫶🏻

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