20| Cuando eres una víctima
La temporada de exámenes llega poco después de la visita escolar al sitio arqueológico de Kuélap. Por suerte, la maestra Harriet desiste de bajarles puntos en la prueba final a quienes salieron del aula mientras dictaba la clase acerca de la Edad Media. Ella no dice nada, pero me resulta fácil deducirlo tras obtener la máxima nota. Le prometí a papá que mejoraría mis calificaciones y creo que voy por buen camino. Hace tanto por mí que me siento en la obligación de compensárselo de alguna manera.
Al principio temía que se negara a cambiarme de escuela y me obligara a quedarme en el lugar de mis pesadillas. Agradezco que no fuese así. Sin embargo, me hubiese gustado que descubriera lo que ocurría de una forma diferente de la que lo hizo.
Mi padre insiste en que debería contárselo también a Jake cuando venga de visita. Yo también pienso que es hora de que lo sepa, aunque me atemoriza un poco su reacción. Lo conozco. Querrá ir a confrontarlos y eso de ningún modo terminará bien. Si los cálculos no me fallan, llegará a más tardar el sábado por la tarde. Viajará en avión de Lima a Jaén, ya que no existen vuelos directos hacia aquí. En esa ciudad lo esperará mi padre, quien, como de costumbre, lo acompañará durante el camino a casa en autobús.
Intento que la ansiedad no me carcoma mientras atravieso el parque donde estuve con Cristel hace unas semanas. Logré sacarle una sonrisa aquella tarde y la sensación que me produjo verla tan feliz fue tan cálida que no pude resistirme a comprar más pinturas, así que aproveché que durante semana de exámenes salimos a mediodía para dirigirme a la tienda más cercana. Me gusta el color negro de su ukelele de Cristel, pero le vendría de mucho mejor un diseño. No poseo nada más que eso en mente, por lo que la figura que se dibuja frente a mí me toma por sorpresa. Siento que se me congela la sangre y podría jurar que palidezco por completo.
—Qué sorpresa encontrarte aquí. Creí que a estas alturas ya le habrías hecho un favor al mundo pegándote un tiro. No necesitamos más trozos de mierda por acá.
Con solo escucharlo se me ponen los pelos de punta, pero trato de no demostrarlo. No ha cambiado nada. Sigue teniendo el cabello corto y las cejas pobladas, así como una incipiente barba que se niega a afeitarse. Como siempre, trae los primeros botones de la camisa desabrochados, de modo que salta a la vista el vello de su pecho.
—¿A eso vienes? ¿A quejarte de mi existencia? ¿No se te ocurre nada mejor que hacer?
—Alguien debe recordártelo, ¿no te parece?
Como si de eso no me encargara yo.
—Me ha quedado claro. No gastes tu tiempo.
Doy media vuelta, dispuesto a escapar antes de que sea demasiado tarde. Sin embargo, Steven tira del cuello de mi camiseta para obligarme a regresar y mi cuerpo entero entra en tensión.
—Te echamos de menos en la escuela. Nada es lo mismo sin ti —asegura con un brillo de malicia en los ojos. Hace mucho que no lo veía en persona, porque de mis pesadillas nunca desapareció—. Lástima que te hayas marchado. Extrañábamos pasar los recreos contigo.
Y cómo olvidarlo. Los veinte minutos que duraba el receso eran los más angustiantes de mi día. Nunca dejaban de meterse conmigo.
—Fue una buena decisión. No me apetece topármelos cada mañana.
—A decir verdad, a nosotros tampoco nos gustaba que estuvieras ahí. Teníamos fe en que te morirías pronto. —El desdén en su tono se me incrusta en el pecho al igual que una daga—. Los demás ya han de estar cansados de lidiar con alguien como tú. A simple vista ya pareces maricón, pero ese día en particular te luciste armando un drama innecesario. Quizá deberíamos volver a quemar la basura que cargas en tu mochila.
—Ni se te ocurra acercarte a mis dibujos de nuevo.
No traigo ninguno ahora, pero no dudo de lo mucho que le divertiría acabar con ellos y romper todos mis materiales. Acabo de comprarlos. No puedo perderlos, ¿cómo se supone que le daré una sorpresa a Cristel si los destroza? Necesito mis pinceles. Perdí dos el día en que le prendieron fuego a los dibujos que encontraron en mi mochila. Tardé ocho horas en replicar un cráneo hiperrealista y en menos de diez minutos este ya había ardido en llamas. No sé qué me dolió más: que mi trabajo quedase reducido a cenizas o que los maestros que pasaban por patio tosieran a causa del humo y continuaran su camino con tranquilidad.
Ninguno hizo nada. Nadie les pidió que se detuvieran. Actuaron como si yo fuese invisible. En ese momento empecé a preguntármelo y sigo sin hallarle respuesta, ¿qué tan poco valgo como para que el resto me sea indiferente? ¿Acaso no merezco que alcen la voz por mí? ¿Acaso a ninguna persona le interesa escucharme?
—No te alejes, ¿de nuevo saldrás corriendo? —Steven me coge del brazo cuando intento retroceder—. Cierto, olvidaba que eres un cobarde. Deja de temblar, joder. Ni que fueras mujer. Cualquiera que te observe te confundirá con una chica.
Aunque temo que en cualquier momento me golpee, me armo valor para replicar.
—¿Por qué usas chica como un insulto? ¿Piensas que me ofende? Las chicas son geniales. No me molesta ser comparado con ellas.
—Eso lo dices porque tu voz es demasiado delgada como para pertenecerle a un hombre. Deberías sentir vergüenza de ti mismo. Me das asco. El día que te suicides me harás muy feliz.
No me atrevo a mirarlo a los ojos. Me conozco y sé que no tardaré en desplomarme. Si estallo en llanto, le brindaré otro motivo para burlarse de mí y tampoco deseo arriesgarme. De seguro no le faltan ganas de estrellar mi frente contra el pavimento y romperme la ceja.
—Asco me provoca la gente como tú.
Cuando menos me lo espero, reconozco la voz de Cristel. Al voltear, la encuentro parada detrás de mí. Trae la mochila colgada del hombro, de la cual sobresale el mástil de su ukelele. Mi primer impulso es tirar de su mano para impedir que se acerque a él, pues muy capaz lo veo de irse contra ella. Me interpongo entre ambos de inmediato, pero Cristel se coloca a mi costado. No luce asustada, sino llena de impotencia. Eso me basta para estar seguro de que lo ha oído todo.
—Lo que faltaba. Una mujer debe venir a defenderte porque no puedes hacerlo solo. Tú mismo te humillas.
No alcanzo a rebatir.
—¿Humillarse por qué? ¿Porque no es una mierda de persona igual que tú?
—No estoy hablando contigo —certifica Steven. Examina a Cristel de arriba abajo de una forma que me repulsa por completo—. ¿Acaso no tienes a nadie a quien ir a abrirle las piernas? ¿Ningún chico quiere follarte? No los juzgo, ¿quién querría acercarse a una chica con la frente así?
Cristel realiza un ademán de soltar mi mano para llevársela a la zona mencionada, pero aprieto la suya con fuerza para evitarlo. Ni siquiera me había percatado de los granitos que tiene allí. Sin embargo, ahora elude mi mirada como si le avergonzara que me fijase en ellos. Detesto que la haga sentir insegura.
—No te dirijas a ella de esa forma, imbécil. —Avanzo hacia Steven y este alza las cejas ante mi reacción. Nunca antes le había respondido así—. ¿Tanto te cuesta elaborar un argumento que no se te ocurre más que atacar su aspecto físico?
—No he dicho nada que no sea evidente. Tan solo mírala, apenas...
Ni siquiera termina de hablar. Cristel saca de su bolsillo una diminuta botella y le rocía gas pimienta a los ojos. Steven expulsa un grito de dolor, ya que el líquido le ocasiona un intenso ardor. Maldice en voz alta y se cubre el rostro con las manos. Retrocede y sacude la cabeza en un intento de reponerse, pero se enreda con sus propios pies y cae al suelo mientras que a mí se me escapa una risa. Nunca pensé observarlo en estas circunstancias.
—Espero que hayas aprendido que no te conviene meterte con nosotros —afianza Cristel con una sonrisa en el rostro que desearía que jamás se ocultase—. Ojalá tus neuronas logren asimilarlo, siempre y cuando te queden algunas en el cerebro. En caso de que tengas uno, de lo contrario no podemos hacer nada.
—Se te quitará la ceguera en unos treinta minutos. Suerte lidiando con la pimienta.
—Son unos... —Un ataque de tos interrumpe a Steven, lo cual hace reír a Cristel.
Aunque observarlo retorcerse resulta un espectáculo digno de admirar, decidimos marcharnos. Conforme nos alejamos del lugar, me preparo para lo que se avecina. Por fin estoy listo para contárselo todo, aunque no poseo ni la menor idea de por dónde comenzar. Las manos me sudan, así que las introduzco en mis bolsillos y suplico que Cristel no se percate de mi nerviosismo.
Temo romperme delante de ella. Odio sentirme expuesto. No quiero sentirme débil, pese a que en el fondo lo sea. Que alguien más me vea siendo vulnerable solo me baja de la nube en que me engaño diciéndome que puedo con todo. No obstante, cuando Cristel se detiene después de unos minutos, reconozco que no tengo escapatoria. Apuesto que posee una retahíla de preguntas y merece conocer la respuesta. Solo que no planeo quebrarme en plena vía pública.
—Lo que acaba de suceder en el parque... —Inhala profundamente. Parece que le cuesta recapitular—. ¿Te ocurre seguido?
—Normalmente no. Hacía mucho que no me encontraba con Steven. Justo regresaba de comprar pinturas. —Intento mostrarme tranquilo, mas aún respiro de forma entrecortada—. Traje las necesarias para pintar tu ukelele. Aquello puede salir muy bien o terminar en desgracia, pero vale la pena arriesgarse, ¿no? Aunque, técnicamente, el riesgo lo estarías...
—No me cambies de tema. —Levanta la botella de gas pimienta y me echo para atrás al instante—. No lo gastaré en ti, descuida —Vuelvo a respirar cuando lo guarda en su bolsillo—. ¿Desde hace cuánto te tratan así? —Enmudezco, quizá por demasiados segundos, porque Cristel insiste—. ¿Puedes contestarme?
—Estoy haciendo los cálculos. No lo recuerdo con exactitud. Todo empezó cinco años atrás, si no me equivoco.
—¿Y has soportado esto por media década?
—Dicho de esa manera suena un largo tiempo.
—Te han hecho cosas peores, ¿cierto? Lo de hoy no fue nada comparado con lo que viviste. —Asiento muy a mi pesar. Detesto confirmar sus temores—. Te cambiaste de escuela porque tenías miedo de que nunca se detuvieran y acabaran contigo. Por eso te asusta que te sorprendan por la espalda, te cuesta confiar y relacionarte con los demás. Por esa razón saliste corriendo el día que nos encontramos en la plaza.
Me sorprende que lo comprenda tan rápido. No sé si deba considerarlo un signo de alarma.
—¿Me estás psicoanalizando?
—Estoy entendiendo todo.
—Aprecio que te preocupes por mí, pero preferiría que no hablásemos sobre esto —murmuro para que la gente que transita por nuestro lado no logre escucharnos. Nos hallamos en plena vía pública. No considero que este sea un espacio adecuado para ahondar en el tema—. Olvídalo, ¿sí? Al menos por hoy. Ya tuve suficiente.
—No. Vamos a conversar acerca de lo sucedido. Quieras o no, lo necesitas —asevera en un tono tan firme que no me atrevo a contradecirla—. ¿Cuántas personas lo saben?
—Solo mi padre.
—No puedes encerrarte en ti mismo toda la vida. Acabarás ahogándote. Quiero ayudarte y estar para ti como tú hiciste conmigo. Quiero que me brindes esa oportunidad.
—No quiero que observes lo peor de mí. No aquí, no ahora.
Temo que después de hacerlo no me vea de la misma forma. Me asusta que descubra lo roto que estoy y decida marcharse.
—¿Lo peor?
—Voy a quebrarme. No puedo hablar sobre eso sin romper a llorar y no quiero que me veas así.
—Podemos irnos. No tenemos que quedarnos aquí.
—¿A dónde? ¿Al parque? No regresaré ahí. No quiero volver. Quiero quedarme contigo.
Me percato demasiado tarde de que he hablado de más. Sin embargo, los labios de Cristel se curvan poco a poco hacia arriba en una cálida sonrisa, por lo cual no me retracto. Cualquier cosa que le regale siquiera un instante de felicidad vale la pena.
—No pensé que apreciases tanto mi compañía cuando te psicoanalizo en base a tu signo zodiacal. Pero está bien, yo también valoro la tuya, aunque te rehúses a aceptar tu naturaleza como virgo y de a ratos seas un amargado —conviene, bastante satisfecha—. Creo que estamos a mano.
—Y me parece que te debo una, ¿te apetece algo de comer? Podemos ir a la cafetería del minimarket de la plaza.
—¿Me invitarás un banana split?
—Lo que quieras. Es lo menos que puedo hacer.
Dado que accede, nos dirigimos hacia allí y aprovecho el trayecto, por más corto que sea, para elaborar un guion. Con suerte, quizá no me desborde ni pierda la hilación, pese a que tocar el tema me resulte sumamente difícil. Quizá se me complique menos cargar con ello si lo comparto con alguien más que papá.
Por esa razón, una vez que llegamos al lugar y nos adentramos hacia el área de comidas, me preparo para contárselo todo. El local yace casi vacío, a excepción de un par de ancianos sentados en una esquina. Nosotros nos ubicamos en una de las mesas del centro, uno frente al otro. Cristel acomoda su mochila sobre su regazo y un encargado viene al cabo de unos minutos para tomar nuestra orden. Ella pide un banana split, postre que es depositado en nuestra mesa poco después.
—¿Y bien? Tenemos una charla pendiente.
—Lo sé, pero no se me ocurre cómo comenzar.
Cristel deja escapar un suspiro para luego llevarse una cucharada de helado a la boca, dándome tiempo a ordenar mis ideas. Sin embargo, aquellos minutos tampoco resultan suficientes para mí, así que ella se anima a indagar con cautela.
—¿Todos los días en tu antigua escuela fueron así?
—Todas las horas, cada minuto de mi estadía allí hasta que mi padre se enteró —titubeo, pues los recuerdos me provocan escalofríos.
—¿Decidiste decírselo?
Niego. Tomo una bocanada aire como si en el exterior pudiera hallar la valentía que me falta.
—Tuvo que ir a buscarme al hospital después de que Steven y sus amigos me reventaran el labio. Se enojó muchísimo. Y lo hizo aún más con la respuesta que le dio el director al momento de reclamar.
—¿Intentó justificarlo?
Tuerzo los labios. Fue mucho peor que eso.
—Alegó que era mi culpa por no defenderme y nunca informarles a los maestros. Según él, siempre seré cómplice de lo que permito.
—Una persona permite algo cuando se le solicita permiso y esta accede. Ellos en ningún momento te preguntaron si podían empezar a hostigarte, pues nadie en su sano juicio les daría pase libre para eso. Simplemente comenzaron a hacerlo. Ellos tomaron esa decisión, tú no permitiste nada —asevera con un grado de enfado latente que nunca antes había escuchado en su voz—. Su obligación era respetarte y eligieron convertir tus días en un infierno. No fue tu culpa por no defenderte porque ni siquiera deberías haberte visto en esa necesidad, pero la gente prefiere responsabilizar a la víctima y encubrir agresores.
—¿Soy una víctima?
Los ojos me escuecen. Cada vez me cuesta más retener las lágrimas.
—Sé que suena horrible, pero sí. Y es injusto. —Deposita una mano sobre la mía para darme un ligero apretón. Aquel simple gesto me recuerda que no estoy solo—. Ellos se comportaron de la peor manera contigo y tú sufres las consecuencias. No creas que no me doy cuenta de cómo palideces cuando alguien que no conoces se te acerca en la escuela. Sientes miedo. Te aterra que la pesadilla se repita y anhelas que el año termine pronto.
Un mal presentimiento nace en mi interior y la observo con detenimiento. Cristel percibe mi mirada sobre ella, mas engulle otra cucharada de postre con suma tranquilidad. No se inmuta en ningún momento.
—¿Cómo entiendes todo tan bien? ¿Has vivido algo así?
—Lo he presenciado de cerca, así que te entiendo —reconoce. No me da muchos detalles y eso no me deja muy tranquilo—. La gente puede llegar a ser muy cruel y ese tipo de personas conforman la suciedad que contamina la sociedad.
—No lo comprendo, Cris. —Siento una gota deslizarse por mi mejilla. De nuevo he perdido la batalla. Esto me parece demasiado—. No le deseo a nadie lo mismo que tuve que pasar yo. Pero de todos los demás chicos, ¿por qué a mí ¿Por qué no fue otro? Uno que los enfrentara en primer lugar e hiciera que frenaran, ¿acaso me tocó atravesar esa tortura porque soy el más débil?
—No eres débil —me garantiza. Acerca su mano a mi rostro y la yema de su dedo pulgar recorre mi pómulo para limpiar la lágrima que no pude retener—. Deberías sentir lástima de ellos. Todos sus insultos hacia ti constituyen un reflejo de cómo se perciben a sí mismos. Nadie con buena autoestima, estabilidad emocional y una crianza basada en valores ejercerá violencia sobre otra persona. No necesitaría desquitarse con ella para sentirse mejor consigo mismo y mucho menos atacar a alguien para crearse un falso sentimiento de superioridad. El que proyecten en ti sus inseguridades, lo revela todo de ellos.
—En el fondo, sé que no soy yo quien debe avergonzarse de sus acciones. Pero, ¿puedes no contárselo a nadie? Ni siquiera a Jake —enfatizo y como si mi estómago recordase mis intenciones, se revuelve por completo—. Quiero hablar personalmente con él cuando llegue a la ciudad.
—Tu secreto está a salvo conmigo.
—Has hecho tantas cosas por mí que no se me ocurre cómo pagarte.
—No quiero nada a cambio —sentencia mientras acaricia mis nudillos. Su mano ha vuelto a colocarse sobre la mía—. Aunque, ahora que lo recuerdo, mencionaste algo antes acerca de decorar mi ukelele. Me preguntaba si la oferta sigue en pie.
—Claro que lo hace. Prometo que no lo arruinaré. Confías en mí, ¿no?
Cristel asiente y tras dedicarme una última sonrisa, saca su ukelele de su mochila y me lo entrega. Acaricio la madera del instrumento y lo giro entre mis manos para planificar mentalmente las zonas que pintaré. Pienso dejar de negro la parte de atrás y emplear tonos púrpuras para el área delantera, ya que aquel es su color favorito.
—¿Tú también confías en mí?
—Me has demostrado que puedo hacerlo. Contigo me siento a salvo.
—¿Entonces... me creerías si te dijera que puedo ver los sonidos o pensarías que estoy loca?
Al principio, no sé qué contestarle. Considero la posibilidad de que sea tan solo una broma, pero parece que va en serio. Aguardo que se eche a reír, mas no sucede.
—¿Eso es posible?
—¿Has oír hablar sobre la sinestesia? —Toma una bocanada de aire cuando niego. Me temo que no estoy entendiendo nada—. Se trata de un fenómeno neurológico en que se perciben de manera conjunta dos sentidos ante un mismo estímulo sensorial. Las personas sinestésicas pueden asociar una letra a un determinado color, saborear palabras, experimentar ciertas emociones al tocar superficies con texturas específicas, entre otras cosas. Yo puedo observar colores al escuchar sonidos.
Entiendo que espera una respuesta, pero me cuesta trabajo procesarlo. Sinestesia. Hasta hace unos minutos, desconocía la existencia de esa palabra.
—¿Siempre ha sido así? ¿Cuándo empezaste a...?
—Todos nacemos con esa condición, Oliver. Solo que la mayoría la pierde al crecer.
—Pero tú no, ¿por qué?
«Porque es extraordinaria». No se me ocurre otra explicación.
—Los científicos señalan que este posee un fuerte componente hereditario. En mi caso, mamá también tiene ese don —revela—. Se presenta con mayor frecuencia en mujeres que en hombres y se debe a una mayor activación en las áreas cerebrales involucradas en el procesamiento sensorial. Está comprobado por la comunidad médica que no es ninguna enfermedad y tampoco consiste en una alucinación, sino que...
No debería, pero encuentro divertido que hable tan rápido. Supongo que así me oigo yo la mayor parte del tiempo.
—Basta, Cris. No hace falta que me bombardees de información. Te creo.
—¿Entonces de qué te ríes?
—Justo cuando pensaba que no podías ser más asombrosa, me sales con esto. —No puedo evitar que se me escape una risa. Sin embargo, lejos de incomodarla, esta hace que se relaje—. Ahora entiendo por qué amas tanto la música.
—Es mi lugar seguro.
***
¡Hola! ¿Qué tal ha estado su semana? Espero que bien, y si es que no, que las cosas mejoren la próxima 🫶🏻
Me gusta que la relación entre Oliver y Cristel vaya evolucionando. Él por fin se lo ha contado todo y también sabe del pequeño secreto de Cristel 🤭 muchos artistas tienen la misma condición que ella (Olivia Rodrigo, por ejemplo, diosa 🛐🛐🛐).
¿Cómo creen que avanzarán las cosas a partir de ahora? ¿Cristel hará algo al respecto? ¿Jake se enterará pronto? Recordemos que vendrá a la ciudad dentro de poco 👀
Ojalá estén teniendo un buen fin de semana. Ya nos estaremos leyendo el domingo entrante, ¡adiós! 👋🏻
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top