14| Miedo a la realidad
El martes después de la escuela, me dirijo a casa de Alai. Nada más llegar, decidimos mirar una película sin saber que esta destruiría nuestra estabilidad emocional. Dos horas después, estoy limpiándome las lágrimas con un pañuelo mientras que, a mi costado, mi mejor amiga se frota los ojos con la manga de su casaca. El tazón de palomitas de maíz yace vacío a un lado del sillón, por lo que mi amiga no atrapa nada cuando tantea en busca de alguna.
Recién nos levantamos del sofá cuando esta termina y apagamos la televisión. He venido aquí tantas veces que ni siquiera necesito preguntar dónde se encuentra el baño y simplemente camino hacia allí para lavarme la cara. No lloraba así desde que descubrí que mi exnovio me engañaba.
Lo que más me duele es que tanto la película de Desde mi cielo como el libro en que está inspirada fueron basados en un caso real que ocurrió hace muchos años. Ese monstruo en verdad existió y asesinó a una niña de once años, quien obtuvo justicia cuatro décadas más tarde. El solo pensar que escorias así yacen esparcidas por el mundo me pone los nervios de punta.
Creo que la película me ha dejado paranoica, pues me sobresalto al escuchar la voz de Alai, quien aprovecha que la puerta del baño yace entreabierta para asomarse al interior.
—¿Cris? Avísame si necesitas otra caja de pañuelos.
—¿Acabé con la que tenías?
—La terminamos entre las dos. Y con justos motivos.
—Estuvimos a punto de inundar la sala con nuestras lágrimas.
—Ahora entiendo por qué mi papá no quiso verla con nosotras. Le ponen muy sensible ese tipo de temas —comenta Alai, hecho que no me extraña viniendo del señor Dennis—. Mamá me recomendó que la mirase con una amiga.
—Y elegiste sacrificarme a mí.
—En otras palabras, sí. —Esboza una sonrisa que de angelical no tiene nada—. Por cierto, un pote de helado ha aparecido mágicamente en la nevera, ¿te apetece un poco?
—¿Helado de dudosa procedencia? Desde luego que sí.
Salimos del baño con dirección a la cocina, para lo cual debemos pasar por la sala. Hay pañuelos en el suelo y palomitas de maíz en el sofá, por lo que decidimos limpiar un poco. Cuando todo está en orden, vamos por el helado y lavamos el tazón de canchita vacío para guardarlo después.
Al regresar, volvemos a adueñarnos del sofá. A un costado se encuentra mi mochila, de la cual sobresale mi ukelele. Hoy lo llevé a la escuela para que me acompañara durante los recesos. Me fascina rasgar sus cuerdas en una melodía inventada y observar los colores que producen los sonidos. La música me calma. Me hace sentir que todo estará bien y que no importa la grandeza del laberinto donde me halle perdida, encontraré la salida tarde o temprano. Espero pronto recuperar la confianza que Dan me arrebató. Y también espero sacármelo de la cabeza cuanto antes.
—Sigues pensando en lo que dijo tu ex, ¿verdad?
Asiento a duras penas y engullo una cuchara de helado de vainilla con chispas de chocolate. A veces parece poder leerme la mente. No sé si eso deba asustarme.
—Perdón. Me invitaste aquí a pasar un rato agradable y no está resultando como me gustaría.
—Te invité porque quería que dejaras de pensar un idiota.
—Pero no funcionó.
—No tienes por qué sentirte culpable. Él fue quien te lastimó y solo tú sabes cuánto te dolió lo que hizo. No existen emociones buenas ni malas. Todas forman parte de nuestra naturaleza humana. Está bien sentirte como también sentirte triste.
Alai me rodea con un brazo y dejo caer mi cabeza en su hombro. Todavía no le he contado a Katherine nada respecto al viernes, pero pienso ponerla al tanto mañana.
—¿Dónde aprendiste eso?
—Intensamente me enseñó mucho, ¿recuerdas esa película? Cuando éramos niñas la veíamos todo el tiempo. Dio origen a mi gusto por los chicos skaters.
Se me escapa una risa. Si Jake la escuchara, correría a comprarse a uno.
—¿Te atraen los que practican skate?
—Ya no, antes sí —aclara y coge el pote de helado para llevarse a la boca otra cuchara—. Ahora me llaman la atención los pelirrojos.
—No conoces a ninguno.
—En la vida real no, pero soñé que tenía como novio a un chico así. Sabía trenzarme el cabello, me ayudaba con el delineado a la hora de maquillarme y hasta iba de compras conmigo.
—Pues según la leyenda oscura, cuando sueñas con alguien que no conoces se trata de un alma en pena.
—¡No arruines el momento! —me reprende. Agarra el primer cojín que encuentra y me golpea con este en el estómago—. Harás que no pueda dormir esta noche.
Le regreso el impacto sin mucha fuerza y aprovecho que se distrae con la finalidad de repeler el ataque para quitarle el helado. A pesar de sus quejas, se lo devuelvo hasta que no abastezco mi estómago con unas tres cucharas.
—Si te sirve de consuelo, una vez soñé que estaba en una relación poliamorosa contigo y con otra chica.
—¿Una chica que no conocemos?
Traga grueso cuando asiento y se remueve sobre el sofá.
—Quizá haya sido un alma, pero besaba bien. Aunque no tanto como tú, obviamente.
—Yo ni siquiera he dado mi primer beso.
Mientras mi amiga disfruta del helado, su padre aparece detrás de nosotras y se asoma por encima del sillón. Tiene la camisa arremangada hasta los codos lo cual le da un aspecto más relajado. En un movimiento rápido se quita la corbata y la deja a un lado en el sofá. Imagino que acaba de salir de la oficina. Desconozco si alguna vez se le ha presentado algún problema en el trabajo, porque siempre llega de buen humor. Besa la mejilla de su hija y luego se acerca a mí para saludarme. No paso ni una mucho tiempo sin pisar esta casa, así que no le sorprende verme aquí.
—Ya lo darás algún día. No importa cuándo, solo que sea con la persona indicada.
—¿Estabas aquí? Pensé que seguías en la empresa.
Alai me entrega la cubeta y se gira hacia su padre, quien señala la puerta que colinda con la cocina.
—Llegué cuando veían la película, ¿quién creen que les dejó el balde de helado? ¿Un ente del inframundo? Asumí que lo necesitarían después de terminarla. Mayra me contó de qué trataba.
Así que la madre de Alai se apiadó de su pobre alma y le evitó un trauma cinematográfico. Me quedaré con quien haga lo mismo por mí.
—¿Su esposa le hizo spoiler?
—Yo se lo pedí. Quería saber si me rompería el corazón o no. Escuché sollozos hace un rato, así que presiento que destrozó el suyo. Me planteé entrar a consolarlas, pero de seguro me hubiera unido a ustedes.
—Si buscas una película con un final feliz, mira Siempre a tu lado.
Alai me dirige una mirada cómplice y al instante entiendo sus intenciones, por lo que me uno a su plan malévolo y los apunto a ambos con la cuchara de helado antes de dirigirla a mi boca.
—Oh, sí. La del perro llamado Hachiko. Se la recomiendo totalmente. Las únicas lágrimas que le saldrán serán de la risa.
—Genial. Cuando la haya visto, les contaré qué me pareció. Les confío a ustedes mi estabilidad emocional. —Me siento mal por mentirle, pero solo por un momento. Luego se me pasa—. Obviando la película, espero que tuvieran un mejor día que el mío. Hoy en la oficina, mi corbata se atascó en la trituradora eléctrica de papeles y casi muero hecho pedazos.
Me meto dos cucharadas de helado a la boca para disimular la risa y le devuelvo la cubeta a mi mejor amiga.
—Si se siente mal por eso, piense que no se vio nada ridículo en comparación conmigo cuando caí de un árbol la semana pasada y aplasté a alguien.
—Por lo menos no aterrizaste encima de un carrito de salchipapas —sostiene Alai.
—¿A ti también te gusta trepar árboles, Cris? Qué alivio, creí que era el único. —Dennis suspira y rodea el sofá para sentarse en el espacio existente entre nosotras—. Escalé muchos de niño. Me encantaba observar las aves en sus nidos con mis binoculares. Una vez presencié el nacimiento de unos pichones que... —Guarda silencio apenas nota que ambas lo miramos con extrañeza—. ¿Qué? ¿No sueles hacer eso? —Niego con la cabeza—. Olvida lo que dije. Solo bromeaba. Nadie se divierte espiando pájaros, ¿qué clase de raro sí?
Intenta arrebatarle el helado a Alai, mas esta lo aleja de un leve manotazo. Al parecer, solo lo comparte conmigo.
—Reconozco que no tomé una buena decisión. Quizá no me torcí el tobillo al caer, pero me hubiera gustado no enterarme de ciertas cosas.
El señor Dennis se inclina hacia su hija y codea su brazo para captar su atención.
—¿De qué habla Cris? Actualízame.
—Se subió a un árbol para espiar la conversación de su exnovio con Robin y escuchó cómo la insultaban y se burlaban de su cuerpo. —Pese a que habla en voz baja, yace tan cerca de mí que me resulta imposible no oírla—. También descubrió que Dan no la engañó una, sino dos veces.
El descontento de su padre se hace notorio en su rostro. Expulsa un suspiro y aplana los labios, aunque luego los curva en una sonrisa, con la cual me demuestra que empatiza conmigo. Tanto él como Mayra están al corriente de todo. Tengo suficiente confianza con ellos como para contarles los fracasos de mi vida amorosa que hasta hace poco era nula. Y de haber sabido cómo terminaría, hubiese preferido que siguiese siendo así.
—Seguro sigue ardido porque no quisiste regresar con él.
—No entiendo por qué los hombres son tan idiotas. —Me cubro la boca de inmediato y levanto la mirada hacia el señor Dennis, a pesar de que este no se inmuta en lo absoluto—. Disculpe, usted no...
—Descuida, sé que no te refieres a mí —enfatiza de lo más calmado—. Yo no hablo mal de mis exparejas ni critico su aspecto físico. Carezco de motivos para enojarme u ofenderme. No me siento aludido, pues tras una ruptura, siempre les he agradecido el tiempo compartido y nos hemos separado en buenos términos, quedándonos con los mejores recuerdos. No necesito defenderme porque ni siquiera me estás atacando.
Ahora me siento mal por recomendarle una película tan triste como la de Hachiko. Pobre.
—Si quieres llorar, puedes hacerlo en mi hombro. Si necesitas un abrazo, estaré ahí para dártelo. Si deseas conversar con alguien, seré yo quien te escuche —me asegura Alai. Y con eso confirmo, por enésima vez, que he hallado a la persona correcta—. No te dejaré sola nunca.
—Gracias por soportarme en mis peores momentos.
—No tengo nada que soportar. De esto se trata la amistad, de apoyarse en las buenas y en las malas. Tú haces lo mismo conmigo.
—Siempre contarás con nosotros, no lo olvides. —Al igual que las de su hija, tomo las palabras de Dennis como una promesa. Qué suerte tengo de haber encontrado una segunda familia—. Admiro el vínculo que han construido ustedes dos. Han pasado trece años al lado de la otra y no me cabe duda de que eso seguirá siendo así.
—Somos como un matrimonio. Nos acompañamos en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos separe.
Alai me sonríe e inconscientemente, me llevo una mano al dije en forma de envase de leche que cuelga de mi cuello. Lo retuerzo entre mis dedos, lo que ocasiona que sus ojos saltones se muevan de un costado a otro. Mi amiga trae puesto el suyo, el cual se trata de una galleta con chispas de chocolate.
—Ni la muerte me alejará de ti. Nunca me iré de tu lado mientras tengas un lugar para mí en tu corazón. Si me toca partir primero, te cuidaré desde cielo y te visitaré en tus sueños.
Mi mejor amiga se levanta para abrazarme y sin un claro motivo, una lágrima resbala por mi mejilla, pero me apresuro a limpiármela antes de que alguien se percate de ella. El señor Dennis se dirige a la cocina por comida tras aceptar que su hija no le invitará ni un poco de helado y nosotras nos marchamos a la habitación de Alai. No suelta la cubeta en ningún momento, mas no se la reclamo ya que me llené hace un rato. Sin embargo, cuando intenta clavar su cuchara en el helado y esta no agarra nada, se inclina a observar el interior.
—¿Cómo es que siempre se acaba tan rápido?
—Porque cuando disfrutas mucho algo, llega a su fin en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Y no crees que hay personas a las que se les termina el helado antes de tiempo? —increpa. Se encuentra recostada en su cama con la vista fija en el techo mientras que yo permanezco de pie junto a la ventana—. Pueden estarla pasando tan bien que no se sienten listas para una despedida, porque ni siquiera contemplan la posibilidad de tener que desprenderse de aquello que tanto aman. La gente sabe que todo posee un final, pero nunca espera que este se encuentre tan cerca.
—Presiento que ya no hablamos del helado.
Me acerco hacia ella para sentarme a su costado. Su habitación está repleta de recuerdos de nosotras, por lo que a menudo se me dificulta no distraerme con las fotografías que cuelgan encima de su cama. Se ven mucho más bonitas cuando enciende las luces que le ayudé a colocar en la pared. Recuerdo que tardamos más de una hora intentando desenredarlas.
En cierto modo, agradezco que nadie más entre aquí, a excepción de sus padres, porque tiene fotos conmigo del año en que usé cerquillo. También de cuando nos asignaron el papel de burro en la obra de teatro escolar y a mí me tocó ser el trasero. Los únicos que saben eso son sus peluches, los cuales nos observan desde la estantería del frente junto a sus libros. Mantiene su habitación ordenada desde el día en que me estampé contra el suelo al tropezarme con uno de sus sostenes de dibujos animados. Y en lugar de preguntarme si me encontraba bien, me regañó por aplastar a Garfield.
—La película me dejó pensando. Y tú no colaboras, poniéndote reflexiva.
—Soy así por defecto. Acéptame.
—Yo diría que más bien lo eres por virtud. Es una de las cosas que más me gustan de ti, además de la seguridad con la que te enfrentas a cualquier circunstancia. A veces pareciera que no le temes a nada.
—Pero sí lo hago, Alai. Este mundo tiene demasiadas aristas y muchas de ellas me resultan aterradoras.
—¿Hay alguna que te asuste más que las demás?
—La de la violencia —contesto sin pensarlo. Temo que la maldad arranque de este plano a una de las dos—. Me da miedo que existan seres dispuestos a truncarle los sueños a una persona inocente. La maldad de algunos hace que la vida de todos sea tan frágil. No quiero irme sin haber cumplido mis sueños y me atemoriza bastante que eso no dependa por completo de mí. Por eso decidí empezar a crear música. Creo que es la mejor forma de hacerme inmortal y asegurarme de que nadie me olvide.
—Jamás me olvidaría de ti, Cris. Y nunca me cansaría de escucharte cantar.
—Procederé a hacerlo ahora entonces.
No necesito pedirle permiso para coger su guitarra, la cual descansa en el parante junto a su cama. A Alai no le incomoda que toque sus cosas. Lo único que le molesta es que desordene sus libros, a quienes les tengo bastante respeto, ya que han elevado tanto sus expectativas en el amor que no se conformará con menos de lo que merece. Realmente hacen un buen trabajo. Cualquier chico deberá esforzarse si quiere competir con sus pretendientes literarios.
Y conmigo también, porque no les pondré las cosas sencillas. La conozco tan bien que sé con anticipación que se acomodará un mechón de cabello y que aplaudirá apenas empiece a cantar.
Si muero joven, entiérrame en satén
Recuéstame en una cama con rosas
Húndeme en el río al amanecer
Envíame lejos con las palabras de una canción de amor
Cambio de acordes para pasar a la siguiente estrofa. Lo hago de forma automática, ya que mi mente se halla en otro plano y apenas le presta atención al color rojo que tiñe la habitación. No dejo de pensar en que muchas veces la realidad supera a la ficción, y no en el buen sentido. Uno podría creer que crímenes tan horribles solo son capaces de existir en un marco fantasioso, pues nadie en el mundo real resguardaría tanta maldad en su corazón. Pero suele ocurrir lo contrario. Eso asusta.
Señor, hazme un arcoíris
Brillaré sobre mi madre
Ella sabrá que estoy a salvo contigo cuando se ponga bajo mis colores
La vida no siempre es lo que crees que debería ser
Ni siquiera es gris, pero ella entierra a su bebé
El afilado cuchillo de una corta vida
Detesto ver a una madre llorar, más aún si su tristeza se debe a la pérdida de una hija. Se me eriza la piel cuando la canción me conduce a esa parte y en Alai parece producir el mismo efecto, pues abraza un cojín contra su pecho.
Nunca he conocido el amor de un hombre
Pero se sentía bien cuando él me tomaba de la mano
Hay un chico aquí en la ciudad
Dice que me amará por siempre
¿Quién hubiera pensado que la eternidad podría ser cortada por el afilado cuchillo de una corta vida?
La imagen de alguien se me viene a la mente y tengo que batallar muchísimo para sacarla de ahí. Principalmente, porque desconozco la razón por la que de pronto él se cuela en mis pensamientos, pero también porque no quiero empezar a sentir nada que no deba. Después de lo lastimada que salí de mi tormentosa relación con Dan, no puedo volver a exponerme a un riesgo así.
Esta vez la canción no ha cambiado de color. Sigue siendo roja, aunque algunas partes del tema se acercan más a una tonalidad carmesí y otras a un tono pastel. De todas formas, lo tomaré como una señal de advertencia.
Lo que nunca hice está hecho
Un centavo por mis pensamientos
Los venderé por un dólar
Valdrán mucho más después de que me vaya
Y tal vez entonces las palabras que he estado cantando
Es gracioso cuando estás muerto cómo la gente empieza a escuchar
Me duele que aquello sea tan cierto. No entiendo por qué las autoridades esperan a que una mujer esté muerta para detenerse a oír sus gritos de auxilio. Archivan las denuncias de violencia hasta que se consuma un asesinato y recién entonces toman acción, aunque varias veces ni siquiera eso basta, porque muchas no obtienen la justicia que merecen y los casos quedan impunes.
Recoge tus lágrimas, mantenlas en tu bolsillo
Guárdalas para un momento en que realmente vayas a necesitarlas
Entono los últimos versos de la canción y devuelvo la guitarra a su sitio al terminar. Las emociones de esta me atraviesan la piel, pero creo que de eso se trata. El arte de hacer música no consiste solo en aprender la mejor técnica vocal, sino también en conectar con los sentimientos ocultos en las canciones y en transmitirle un mensaje a quienes deciden escucharte. Lo mejor de todo es que puedo compartir aquella experiencia con mi mejor amiga, quien como siempre me pregunta por el espectáculo cromático del que disfruté durante la canción. Desearía que ella pudiese observar los sonidos también.
Me quedo media hora más en su casa hablándole al respecto y no me marcho hasta que el reloj marca las seis con treinta. Después salgo rumbo a la mía, la cual se encuentra a la vuelta de la esquina. Aun así, volteo para ver si alguien camina detrás de mí y, pese a que compruebo que no, sigo mi trayecto con las llaves en la mano. Sostengo una entre mi dedo índice y mi pulgar, en posición de arma blanca, mientras que las demás yacen resguardadas en el interior de mi palma, de forma que el resto no se me clava en la piel.
Me siento un poco menos expuesta al hallarme en mi vecindario, pero me veo en la necesidad de acelerar el paso cuando una melodía nace en mi mente. A esta la acompañan algunos versos y requiero con urgencia reproducirla con mi ukelele y anotar estos últimos en algún papel.
Por suerte, me tarda menos de tres minutos llegar a casa. Sin embargo, me sorprende toparme con un auto negro estacionado al frente. Abro la rejilla para atravesar el pequeño jardín que me separa de la entrada y encuentro a papá conversando con un hombre al que le calculo unos cuarenta años. Posee el cabello negro, las cejas pobladas y una barba que le cubre gran parte del mentón. Viste una camisa de cuello alto y un saco a juego, por lo que asumo que se trata de alguien del trabajo.
Los saludo cuando paso por su lado y los ojos oscuros del amigo de mi padre se clavan en mí, quien esboza una sonrisa.
—Señor Condori, le presento a mi hija Cristel. Quizá la reconozca. Ha participado en algunos concursos de canto y apareció en televisión nacional hace un año.
Le he pedido cientos de veces que deje de presumirme como si fuera un trofeo, pero sigue sin entenderlo.
—Un placer, jovencita. —El hombre me extiende su mano y se la estrecho con cordialidad—. Felicidades por el tercer lugar en tu último concurso. Según tu papá, tu audición fue la mejor.
—Gracias, pero los demás participantes también...
—Nadie puede superarla. Todos los que la escuchan cantar opinan lo mismo y si no, les recomiendo que vayan a consulta con un otorrino.
—A mí no me hace falta oírla para saber que se trata de una chica muy talentosa. Apuesto que llegará muy lejos.
El señor Condori intercambia unas cuantas palabras con nosotros hasta que finalmente se despide y entro a casa junto a papá. Subimos las escaleras hasta la segunda planta, donde Leia me recibe moviendo la cola como siempre. Intento apartarla, pero me sigue mientras me desplazo por la sala mientras que mi padre se dirige a la cocina para prepararse un café.
Cuando Leia ya está más calmada, me siento en el sillón y saco mi ukelele de mi mochila. Con ayuda de este, traslado la melodía que sonaba en mi cabeza al plano real y todo a mi alrededor se tiñe de rosado apenas me encierro en la música. Permito que me secuestre del mundo terrenal y me pierdo entre los acordes. Dejo de sentirme sola cuando el ritmo me acaricia el corazón y me aísla del dolor.
Por un momento me olvido de aquello que me causa daño y cualquier llama que quema mi interior se apaga, dando paso a la armonía de mis latidos. Construyo una realidad en la que permanecer una vida entera me parecería insuficiente y la convierto en un laberinto de paredes rosas y amarillas del cual no me apetece escapar.
No obstante, papá se aclara la garganta y mi burbuja se rompe por completo. Paro de tocar y los colores se esfuman de mi campo de visión. El silencio regresa, pero me sonríe desde la puerta de la cocina con una taza de café en la mano. Leia se voltea hacia él y suelta un ladrido, como si lo regañase por haberme interrumpido.
—Linda canción.
—Está en inglés. Seguro que no entendiste ni una palabra.
—Y no te equivocas, pero sigue así. Lo haces muy bien —me sonríe—. ¿Qué colores viste esta vez?
—Rosado y amarillo, aunque el último apareció solo durante la parte del coro.
—Se oye como una buena combinación —señala, con lo cual estoy de acuerdo—. Voy a presumir de ti con mis colegas siempre que tenga oportunidad. Todos creen que tienes muchísimo potencial.
—Porque seguro temen que les abras un proceso judicial y los sentencies a veinte años de prisión sin derecho a fianza por haberse atrevido a llevarte la contraria.
—Me gusta dictar condenas. No lo niego.
Doy por finalizada la charla con papá cuando mi celular suena producto de una llamada entrante de Jake. Abandono el sofá y me encamino hacia mi habitación con Leia pisándome los talones. Esta salta a mi cama apenas ingresamos y me hace un espacio para que me acomode a su costado.
—Adivina quién viajará a tu ciudad el próximo mes.
—¿Tú? ¿Vendrás? —Tomo su silencio como una confirmación de que le he dado en el blanco y la sonrisa de repente no me cabe en el rostro—. ¡Eso es genial! Pensé que no te aparecerías por aquí hasta mitad de año.
—Papá me dio permiso para pasar las vacaciones de mayo allá.
—Seguro que a Alai también le alegrará saber que vendrás.
—Lo dudo.
—¿Por qué?
—Porque no se lo dirás y me dejarás sorprenderla. Tú solo encárgate de que no esté tomando ninguna bebida cuando llegue para que no me la escupa encima del asombro como la última vez.
Río al recordarlo. Ya debería haberse acostumbrado.
—Yo creo que fue del susto.
—Imposible. Me pongo más simpático cada día.
Ruedo los ojos.
—¿Oliver ya lo sabe?
—Fue la primera persona a la que se lo dije. Y ya que hablamos de él, te recomiendo pasarte por su cuenta de Instagram. Se grabó pintando con humo y el dibujo le quedó tan bien que se me escapa una lágrima de orgullo.
—¿En serio? ¿Me pasarías su usuario?
Jake me lo envía rápidamente por WhatsApp. Parece hacerle mucha ilusión que los demás reconozcan el talento de su primo y, a decir verdad, a mí también. Por eso decido que voy a darle un pequeño empujón.
—Síguelo, comenta y comparte la publicación con tus amigos —canturrea como si de un comercial de televisión se tratara—. Prometió que bailaría cumbia en un semáforo si llegaba a los mil «me gusta», así que contribuye con uno si te es posible.
—Oliver jamás se comprometería a hacer algo así.
—Bien, admito que lo inventé yo. Pero no te miento cuando te aseguro que te encantará su trabajo.
Y no lo hace, porque vuelvo a quedarme maravillada cuando entro a su Instagram de Oliver. Apenas llega a los dos seguidores, lo cual me asombra. Sus dibujos no nacieron para vivir escondidos en un solitario rincón de internet, sino para que el mundo los admire, al igual que a él. Definitivamente debo echarle una mano.
***
¡Hola! ¿Cómo les ha ido esta semana? Espero que, si no han tenido una muy buena, este capítulo les alegre un poco 💜
En esta oportunidad, hemos profundizado un poco más en la amistad de Cristel y Alai. Creo que todas las personas nos merecemos una así 🫂
Pero bueno, hablemos de la canción, ¿la habían escuchado antes? Es muy conocida, al igual que la película, ¿han visto Desde mi cielo?
Yo lo hice por mi cumpleaños hace unos años. Me parece que refleja bastante bien la realidad, la cual es bastante triste, sobre todo para las mujeres 💔 En el momento en que le sucede algo malo a la protagonista sentí la tensión a flor de piel, como si estuviese viviéndolo yo. Poco me faltó para saltarme esa parte porque sabía lo que venía 😣
Ojalá algún día pueda tener el libro. Merece ser leído 🤧
Muchas gracias a quienes han llegado hasta aquí, que tengan una excelente semana. Les deseo lo mejor, ¡hasta el próximo domingo! 🥹👋🏻
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