13| Fumage

Después de la escuela, me dirijo a la tienda más cercana para comprar un encendedor no sin antes avisarle a papá que llegaré tarde a casa. El que solía usar ha dejado de funcionar y no podré practicar fumage hasta que no consiga otro. A veces siento que me he vuelto adicto a ese tipo de arte. Me gusta tener el control sobre el fuego y maniobrarlo a mi antojo. Lo considero mi forma de libertad favorita.

Y necesito urgentemente sentir que soy bueno en algo, porque el examen de Álgebra barrió el suelo conmigo. Si bien contesté todas las preguntas, dudo que todas mis respuestas hayan sido acertadas. Espero aprobar, aunque sea con la nota mínima. No quiero defraudar a Jake.

Ese miedo sigue ahí incluso cuando entro en la tienda, pero lo hago a un lado para centrarme en lo importante. Al no ver a nadie, golpeo el mostrador con una moneda que saco de mi bolsillo mientras le echo un vistazo al lugar. Se trata de una pequeña ferretería a unas cuantas calles de la plaza que cuenta un estante repleto de herramientas, baldes de pintura y otros productos. También poseen varios materiales de construcción, como bolsas de arena y cemento. Seguro que tienen un encendedor.

—¿Buscas algo?

De repente, Cristel está frente a mí. No entiendo qué hace aquí, mas no puedo evitar que se me forme una sonrisa.

—¿Trabajas en este sitio?

—Podría decirse que sí. Por lo general, atiende mi madre, pero está ordenando el almacén y me dejó a cargo. —Apoya los codos sobre el mostrador, de modo que su rostro queda más cerca al mío, lo cual no me molesta en lo absoluto.

—Vine por un encendedor, ¿existen descuentos para amigos o conocidos?

—Me temo que no, mas puedo hacerte una rebaja como reposición de los daños causados cuando aterricé sobre ti.

Me alegra que ahora se lo tome con humor.

—No fue tu culpa que la rama se rompiera.

—Si pesara un poco menos, eso no habría pasado. Quizá me venga bien quemar calorías en el gimnasio. El único problema es que me canso a los veinte minutos en la trotadora.

—No tienes que cambiar para satisfacer al resto, Cris.

—Tienes razón. Lo siento. A veces se me olvida lo más importante.

Se voltea hacia el estante ubicado a sus espaldas, del cual saca una pequeña cajita que contiene el encendedor que le pedí. La deposita sobre la mesa y me dice el precio, por lo que procedo a buscar algunas monedas en mi bolsillo.

—Intenta no prestarles atención a idiotas como los del otro día. No saben de lo que hablan. Ellos ni siquiera te conocen.

—Creí que Dan se arrepentía de haberme engañado —titubea y por algún motivo me asalta el impulso de tomar su mano—. Me pidió que volviéramos un mes después de que terminé con él. Dijo que me extrañaba y que no se quedaría tranquilo hasta que no lo perdonara.

—¿Y llegaste a hacerlo?

Cristel asiente.

—No me gusta guardarle rencor a nadie. Este nos ata a una determinada situación y nos obliga a cargar con ella todo el tiempo, a llevarla a cuestas. Al perdonar, me desprendo de ese peso, me libero. Pero eso no significa que vaya a olvidar lo sucedido, sino que elijo soltar lo que me lastima para volar con mayor ligereza.

—Entonces no regresaste con Dan —concluyo.

Sin poder evitarlo, me invade una sensación de alivio al verla negar. Aunque se esfuerza por sonreír, tampoco luce arrepentida de haberlo rechazado. Eso me deja más tranquilo.

—Quería que cambiara. Que dejara de burlarse de mi cuerpo, de compararme con sus amigas y de restarle importancia a todo lo que era importante para mí, pero nada me garantizaba que así sería. Sabía que no merecía que volviera a lastimarme y que debía ser tratada con respeto, así que me coloqué a mí primero. Necesitaba a alguien que cantara conmigo, no que intentase callarme cada que abría la boca.

—Te dolió, ¿cierto?

—El amor propio también duele.

—Pero hiciste lo correcto.

—Me gustaría haberlo tenido tan claro siempre.

Creo que, tristemente, el amor propio es un privilegio. Aquellos que crecen en un entorno violento lo tienen mucho más difícil que quienes han sido criadas por padres amorosos. Los seres humanos somos seres sociales, por lo que nuestro contexto influye en la forma en que nos percibimos a nosotros mismos. De acuerdo a este, podemos aprender a amarnos u odiarnos. Si de niños nos cuidaron, nos respetaron y nos inculcaron buenos valores, nos convertiremos en personas de bien y buscaremos ese mismo amor en nuestras relaciones. Caso contrario si nuestros cuidadores nos maltrataron, si nos sentimos juzgados por parte de ellos o si fueron unos negligentes que no nos se involucraron en nuestro desarrollo. De ese modo, normalizaremos comportamientos violentos y replicaremos ese tipo de conductas en nuestros vínculos sociales.

Para amarnos a nosotros mismos, primero debemos ser amados. No al revés. Invertir el orden solo culpabiliza a la persona que no tuvo el privilegio de criarse en un entorno amoroso.

Privilegio. Qué triste que así sea.

Yo tuve a papá toda mi vida. Él me amó desde el primer momento que vine al mundo, pero mamá no. Y como si eso no me hubiera lastimado lo suficiente, mi escuela se convirtió en un calvario.

—A mí también, Cris. No eres la única que se siente así. Estamos juntos en esto —le sonrío mientras jugueteo con el encendedor. La ansiedad no me dejará en paz hasta que no lleve a cabo lo que me comprometí a hacer—. Gracias por esto.

Me dispongo a retirarme cuando Cristel grita mi nombre, por lo que me giro hacia el mostrador de nuevo.

—Antes de que te vayas, ¿puedo hacerte dos preguntas?

—Adelante.

—¿Cómo te fue en el examen de Álgebra?

—Fue la cosa más horrible que vi en mi vida. Y me he mirado al espejo muchas veces.

Espero que se ría, pero al parecer no le gusta mi humor negro.

—No vuelvas a repetir eso.

—Entonces continúa con la segunda pregunta.

—¿Has pensado lo del paseo escolar?

Tenía la esperanza de que no me preguntara al respecto. Acabo de descubrir lo mucho que me cuesta decirle que no y como siga insistiendo en que vaya, terminaré cediendo.

—¿Por qué te importa tanto que esté ahí?

—Porque sé que no la pasas muy bien en la escuela y me gustaría que eso cambiara, ¿no quieres divertirte?

—Claro que quiero, pero no tengo amigos con los cuales hacerlo.

Aunque me avergüenza un poco decirlo, no tengo problema en reconocerlo en voz alta. Resulta demasiado sencillo darse cuenta de eso. Me siento solo a la hora del almuerzo, donde prefiero instalarme en las mesas del patio trasero, pues temo que alguien llegue y bote mi comida al piso.

—Me tienes a mí. Puedo estar contigo durante el viaje.

Intento no crearme ilusiones con su respuesta. Si creyese que habla en serio y fuese una broma, sería muy incómodo.

—¿Y qué se supone que haremos en nuestra visita al centro arqueológico?

—Nos tomaremos fotografías, compraremos recuerdos, montaremos a caballo y aprenderemos acerca de la cultura de nuestro país. Se oye como un buen plan, ¿no?

—Mientras el caballo no me tire por el barranco, sí.

—No seas tan fatalista.

Suelta una risa.

—¿Por qué te ríes? Eso le ocurrió a mi bisabuelo.

No miento. Yo no lo conocí, pero mi padre me contó que mi abuelo quedó huérfano a temprana edad luego del fatídico hecho sucedido en medio de un viaje. Antes no existían buses interprovinciales, de modo que, para desplazarse de una ciudad a otra, se necesitaba cabalgar durante días. Según escuché, estaban construyendo un tramo de la carretera y el ruido asustó tanto al caballo que aventó al jinete al abismo.

—Perdón. —Deja de reírse en ese mismo instante. Se endereza y aclara su garganta—. Mi más sentido pésame. Lamento tu pérdida. Mucha fuerza para ti.

—Si el cable del teleférico se rompe y de todos los que caemos al barranco soy el único sobreviviente, diré que fue idea tuya.

—Basta. Me estás quitando los ánimos... Aguarda, ¿eso significa que irás? ¿Vendrás conmigo al paseo escolar?

—Espero no arrepentirme.

Guardo el encendedor en mi bolsillo y me despido de Cristel antes de salir de la tienda. De camino a casa, en su lugar tomo un desvío por las calles aledañas a la plaza para evitar pasar por ese lugar. Estas yacen bastante desoladas, pero prefiero sufrir un asalto a toparme de nuevo con Steven y Wilder. Ya me han golpeado antes. No me arriesgaré a que esta vez me rompan la nariz de un puñetazo.

De tan solo pensarlo empiezo a temblar y una serie de escalofríos me recorren la columna vertebral, por lo que papá me mira con preocupación al verme llegar. Sin embargo, no le doy tiempo para preguntarme nada y me marcho a mi habitación en busca de los materiales que necesitaré. Jake creyó que sería buena idea que grabase un video pintando para redes sociales, a lo que no sé cómo terminé accediendo.

La buena noticia es que, mientras más rápido lo haga, más pronto me libraré de la maldita ansiedad, por lo que me apresuro a reunir todos los implementos. En mi habitación encuentro un pedazo de cartulina, pinceles, cinta adhesiva y un frasco de pintura blanca. Después me dirijo a la cocina por un recipiente donde llenar el agua, una jarra y una vela, la cual saco de la repisa. Finalmente, los ordeno en la mesa del comedor con ayuda de papá. Mientras que a él esto le entusiasma, a mí me aterra. Cualquier cosa podría salir mal.

Cuando su móvil suena, sé que se trata de Jake. Puntual como siempre. En apenas unos segundos, lo observo a través de la pantalla y me saluda con tanta energía que siento una punzada de culpa por estar considerando echarme para atrás.

—¿Listo para grabar? Primero preséntate y saluda a tus seguidores.

—Solo me siguen ustedes dos en Instagram. Y papá ni se molesta en comentar mis publicaciones. Presiento que apenas se pasa por mi perfil.

—Da igual, a partir de ahora lo hará, ¿verdad que sí? —Jake desvía la vista hacia el aludido y este asiente enseguida, como si temiera verlo enojado. No puedo evitar reír. Lo que menos me provoca mi primo es miedo—. Empieza.

Tomo una bocanada de aire y me froto las manos en un intento de controlar los nervios. Ojalá esto no termine en ningún incendio. Lo he practicado muchas veces y nunca se ha salido de control, pero por si acaso, me aseguro de tener cerca una jarra con agua cuando mi padre inicia la grabación con mi celular. El suyo se ubica sobre el aparador del lado derecho de la sala, de modo que mi primo contempla la escena perfectamente.

—Soy Oliver Blas Durand y pintaré aplicando la técnica surrealista del fumage.

Papá aplaude tras mi presentación.

—Adoro tu carisma. Sin duda le pones mucho sentimiento. Por poco me haces llorar.

Jake se ríe sin disimulo y niega con la cabeza mientras que yo me mantengo serio. Estoy tan petrificado que apenas puedo hablar. No me acostumbro a tener una cámara frente a mí.

—Tranquilo, Oliver. Si te equivocas, desechamos el video y empezamos de nuevo. Contamos con todo el tiempo del mundo. —Agradezco que mi primo intente calmarme, porque casi siempre funciona y esta no es la excepción—. A ver, una sonrisita.

—No creo que haga falta.

Mi padre abre la boca para protestar, pero Jake se adelanta y me ahorra sus reproches.

—Tranquilo, editaré su rostro con Photoshop. Le colocaré una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Puedes hacer algo con su cabello también? Ni siquiera se peinó. —Me apunta con el índice y, a regañadientes, trato de arreglarme el pelo con las manos. Como si eso fuese importante. A nadie le interesa la forma en que me veo.

—¿Qué tal si acabamos con esto de una vez?

—No te impacientes. Ya empezamos.

Jake le indica a papá que reanude la grabación y este me da la orden para iniciar con el trabajo. Lo primero que hago es colocar la hoja de papel sobre la cartulina y asegurar las esquina con cinta adhesiva para utilizarla a modo soporte. Después prendo la vela con el encendedor y, a partir de entonces, esta se convierte en mi pincel. En eso consiste mi parte favorita. Juego con el humo ante la atenta mirada de ambos, la cual, lejos de intimidarme, me ayuda a sentirme seguro.

Posiciono la hoja encima de la vela y dejo que el hollín cree manchas oscuras en ella, mismas que conformarán el pecho del ave. Me aseguro de no acercar demasiado el papel para que este no se prenda fuego y luego lo ladeo para que los tonos se vuelvan más claros. Aquellos matices abarcarán desde las plumas del cuello hasta el pico del pájaro, cuya silueta apenas puede distinguirse cuando termino con la vela. Sin embargo, cojo el pincel y limpio la superficie a mi antojo, definiendo los trazos.

Utilizo la pintura blanca para brindarle reflejos a la cabeza y otorgarle realismo al plumaje. Por último, me valgo de las zonas claras para agregarle el detalle de una rama donde apoya sus patas y sonrío ante el resultado. Papá luce igual de satisfecho que yo en tanto Jake parece querer traspasar la pantalla para apreciar el dibujo de cerca.

—No me quedó nada mal, ¿no?

—Me encanta. Tienes que postear esto.

***
¡Hola! Espero que hayan tenido una linda semana 💜 ¿qué tal han estado? Si es que estudian, ¿están en temporada de vacaciones o en clases?

En este capítulo pudimos ver un poco más el talento de Oliver, ¿conocían el fumage antes? ¿Había escuchado de él? Es una técnica muy bonita, aunque hay que tener cuidado, ¿ustedes lo intentarían? 🔥

Como habrán podido leer Oliver aceptó ir al paseo escolar. Déjenme decirles que este será a un sitio muy especial al cual tuve la suerte de ir. De hecho, la historia está ambientada en una ciudad que conozco y que me pareció un 💯 ¿qué creen que ocurre durante la excursión? 🤔

Sin más que añadir, les deseo una linda vida ❤️‍🩹 cuídense mucho. ¡Hasta el próximo domingo!

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