Capítulo 6
Santiago
Salteaba unas papas en el sartén después de ponerme una camisa, algo que cómicamente había puesto un mohín lastimero en el rostro de Diana. Había notado en solo una hora, que era muy parlanchina, si una galleta le ponía en el plato podría recitarte las mil y un maneras en que esa galleta pudo hornearse, o como de chiquita sus hermanas y ella intentaban ser reposteras sin mucho éxito.
No estaba muy acostumbrado al ruido, mi departamento era silencioso, salvo cuando componía y durante ya un tiempo que la inspiración no había surgido de manera suficiente para crear alguna armonía que no quisiera silenciar después de dos minutos; sin embargo, me encontraba disfrutando de la compañía, de ese ambiente lleno de ruido del que aún podía estar consciente.
—¿Por eso tienes esa quemada en la muñeca? —pregunté volteando a verla sentada sobre la barra de la cocina. Sus ojos redondos y brillantes como parecían siempre estar me miraron con sorpresa.
—De hecho, no. Esa marca fue de una vez que Fabi no estaba y decidí que era lo suficientemente grande para plancharme el cabello.
—¿Fabiola es la mayor, cierto? —inquirí, recordando que en las múltiples historias que me contó en los últimos veinte minutos siempre salían dos personas a quiénes por sus descripciones extravagantes no lograba imaginar un rostro, pensaba que por ser familia solo podían ser tan exóticas como ella.
Diana asintió, sonriendo cuando coloqué el plato a su lado, bajando de un salto de la barra para lavar sus manos y sentarse correctamente en el taburete, señalando el de a lado para mí cuando me vio llegando con dos tazas de café. Pensaba que sería incómodo estar tan cerca, torciendo el cuello para vernos al hablar, o ser muy consciente de la manera en que el otro estaba engullendo; sin embargo, nada de eso ocurrió. Rápidamente comenzó a comer como si estuviera famélica, y recordando el ejercicio de la noche previa creía que era completamente normal.
Observé mi plato fijamente, intentando borrar todos los recuerdos que asaltaron mi cabeza justo en ese momento, hasta ahora creo que me había comportado decentemente, no cediendo a la tentación de volver a llevarla al cuarto cuando apareció en la mañana usando la ropa que le dejé, ni siquiera era reveladora, su maquillaje ya era solo una sombra y sus ojos casi no se notaban por su esponjado cabello, pero su sonrisa seguía siendo encantadora, con esa manera nerviosa de hablar cuando la atrapé mirándome. Que su personalidad no hubiera cambiado en lo absoluto tras lo ocurrido solo me hacía querer seguir explorando esa situación que yo mismo había propiciado sin pensar en las consecuencias, en las que justo me encontraba, pensando en que si eso que habíamos dicho era solo por una noche, podría extenderse a más.
—¿Te encuentras bien?
La escuché a lo lejos, trayéndome de vuelta a la realidad. La miré mientras se llevaba la taza de café a sus pequeños labios. No podía hacerle eso, no podíamos llegar a más e ilusionarla, yo no quería, no podía tener una relación a largo plazo, nadie tendría que lidiar con mi condición, llevándome a citas médicas, trámites en el que mi pareja funcionara como mi traductor, aquello no era justo para nadie.
—Nunca había visto a alguien con tanta energía en la mañana —respondí pareciendo despreocupado, como si las pequeñas personas en mi cabeza no se encontraran en un debate.
Sus mejillas se sonrosaron con rapidez, haciéndome pensar en si mis palabras habían sonado demasiado bruscas, siempre tenía ese problema, por ello solo contaba con Héctor como mi amigo, creo que pocos entendían mi humor ermitaño y que a veces podía tomar ciertas actitudes o comentarios bordes que en realidad no tenían la intención de serlo.
—Creo que es porque tú no hablas mucho —respondió. Levanté una ceja en su dirección viendo como sonreía ligeramente antes de volver a comer moviendo la cabeza al son de un ritmo que probablemente solo ella conocía pero que hacía sus rizos rebotar de una manera curiosa—. ¿Por qué no me cuentas qué era eso que componías hace rato? Se escuchaba bien. Me disculpo si es algo privado, solo estaba esperando el momento para comentar que me había gustado y tal vez regodearme un poco diciendo que me sonaba familiar cuando ya saliera a la venta.
—No está terminado, ni siquiera creo que sea algo que vaya a ver la luz al público en general, tenía que llevar algo nuevo a mi disquera, un nuevo ritmo, tal parece que las baladas ya no tienen tanta promoción como antes, o componía algo nuevo o es muy probable que deje de vender tanto como antes. Esto de la cursilería se está acabando en estos tiempos.
—Dudo que no haya alguien que le siga gustando la cursilería como le dices. Pensé que dadas todas tus canciones, tú eras de esos románticos.
—No soy un chico que desborda o regala flores y corazones, mis canciones son todo lo amoroso que podrás sacar de mi desabrido sistema —expresé tomando un sorbo de mi café para después llevar mi plato al fregadero, con Diana siguiéndome de cerca.
—Creo que solo tienes una manera diferente de demostrarlo y en algún momento llegará alguien que entienda tu manera de querer. —Nos quedamos mirando un rato después de eso, las ganas de disminuir la distancia entre ambos se había incrementado en cuestión de segundos y tuve que ocupar mis manos con los platos para evitar pensar en el cosquilleo de mis dedos—. Yo los lavaré, agradezco que me alimentaras, es lo menos que puedo hacer.
Asentí bruscamente, mudo por todos los escenarios que mi cabeza había estado imaginando esa mañana, necesitaba poner algo de distancia lo más pronto posible.
*
Estacioné en frente del "Hilo azul" la tienda de telas a la que Diana había mencionado debía pasar con urgencia, tal parecía que la hija de su vecina iría a un festival y se había ofrecido a diseñar su vestuario. Al parecer, no importaba que fuera una diseñadora en una muy buena agencia, si algo implicaba confeccionar ella estaba dispuesta a participar.
—¿Segura no quieres que te espere? Puedo llevarte a tu casa —dije por milésima vez. Sabía que ella intentaba poner un límite en lo que se consideraba podíamos seguir haciendo y no, el tiempo que deberíamos pasar juntos considerando que llevábamos sin separarnos desde el día anterior; pero como el amigo que planeaba ser, no podía dejarla irse sola, en mi cabeza no dejaba de reproducirse los peores escenarios cada vez que la miraba. No quería llegar a su casa con mi ropa por lo que volvió a ponerse aquél vestido de campanita, los zapatos tintineantes y uno de mis suéteres encima para disimular que era un disfraz debajo de todo eso, sin embargo, era justo lo que me preocupaba. ¿Cómo dejarla ir en taxi con su montón de telas encima cuando lucía justo así?
—No quiero atrasarte.
—Te juro que no tengo nada más que hacer, vamos. —Antes de dejarla replicar, apagué el auto, me puse mis lentes preferidos y mi gorra negra, podría camuflajearme un rato, lo suficiente para al menos verla llegar segura a casa. La idea no era entrar pero ¿qué diablos? Podría llegar a ser tan terca que saldría por el otro lado de la tienda para que no la llevara, no iba a arriesgarme.
Entramos sin ningún tipo de contacto entre nosotros, el cual no hacía falta ya que éramos amigos, y en cuanto el mundo de colores cobró vida frente a sus ojos, todo el exterior había desaparecido para ella. La veía desde lejos caminando de aquí a allá, pidiendo metros de diferentes tonalidades que al principio no sabía cómo pensaba combinarlas; pasaba por estantes con diferentes accesorios que tomaba y regresaba con una mirada de dolor diciendo que luego volvería por ellos, me preguntaba si esa emoción reflejaba yo con la música, si en algún momento yo había tenido ese brillo en los ojos cuando escuchaba algo que me gustaba o componía, definitivamente no estaba consciente de la emoción que el arte podía causarme hasta que lo vi exteriorizado.
—Listo, lamento la tardanza. —Llegó hasta mí agitada, no era una persona pequeña pero desde mi altura y con tantas cosas encima lucía de un tamaño reducido.
—No hay problema, vamos. —Le ayudé con algunas bolsas dejando que caminara al frente, quería decirle que no se preocupara, que ni siquiera noté el tiempo que pasó, que podía acompañarla más veces, pero la prudencia me obligó a callar. Límites, debía haber límites.
Llegando a su casa parecía que era de esas en las que el sol le daba todo el día, se distinguía de los edificios grisáceos que se extendían por toda la ciudad, era colorida, con un patio cuidado y una cerca café como una auténtica casa de los suburbios.
Sobre el pasto se encontraba una mecedora con un señor canoso leyendo, aunque podía jurar que intentaba ver por encima de sus gafas hacia nuestra dirección. También noté a una chica muy rubia con facciones parecidas a las de Diana pero más joven, se encontraba sentada en el patio con un cuaderno en sus brazos y un Golden Retriever rondándola, buscando su atención; parecía un hogar muy feliz y ruidoso, ya entendía muchas cosas.
—Gracias por acompañarme.
Asentí viendo cómo bajaba del auto, sin preguntar si la llamaría, si nos veríamos después. Claro, éramos amigos, no hay compromiso; sin embargo, antes de que se marchara por completo me aseguré de tener su número correcto, ni siquiera sabía el motivo, simplemente había sido un impulso.
Tan fugaz como el viento, se fue, se despidió con esa sonrisa que no pude devolver, dejándome con una marea de pensamientos que solo podía desahogar de una manera, pensaba que al fin había encontrado una idea para componer.
*
Dos semanas habían pasado, no había vuelto a tener contacto con Diana desde entonces; no es como que fuera extraño, supongo que no habíamos desarrollado tanta conexión como para necesitar vernos diariamente, seguro tenía trabajo que hacer, sin duda yo sí lo tenía. Mi disquera seguía con la idea de que debía cambiar de género, que iba a quedarme atrasado con la modernidad y mi carrera acabaría, les exasperaba mi respuesta sobre que eso en algún momento iba a finalizar por mi condición de una manera más abrupta, así que seguramente era mejor que fuera poco a poco.
No obstante, la preocupación ahí estaba, aunque quisiera tomarlo de la manera más despreocupada posible, la idea de dejar de cantar, de sentir esa emoción por mi música era algo que no me dejaba dormir. Pero no podía tener otro ritmo, no era lo que quería que me representara, o quizá solo era alguien muy terco para entender que debía evolucionar o morir, e iba a terminar muriendo por la idea de no apartarme de mi personalidad.
Estaba en una de las oficinas de la disquera, con mi representante en frente pasando un lápiz entre sus dedos, pensando mientras me miraba fijamente, solo podía poner cara de niño bueno que a mis veintinueve años aún creía mantener.
—¿Estás completamente seguro de que no lo quieres intentar? —preguntó Sergio una vez más, cerrando su saco sobre su prominente barriga. Decidí que no lo haría sufrir tanto dejándolo como una posibilidad.
—Es la última de las opciones, Sergio, de verdad haría cualquier cosa para promocionarme, antes que cambiar mi estilo.
—¿Qué tal conseguir una novia? Siempre hemos corrido el rumor de que tienes una enamorada a la cual le dedicas canciones, quizá si mostramos quién es...
—No.
—Ayúdame a ayudarte Santiago.
—Hablaba de promocionar mi música —le aclaré tirando de una de mis orejas—, no mi vida personal, ni exponer a alguien al ojo público para ayudarme, nadie está seguro de que lo vayan a tomar de buena manera, tú más que nadie sabes lo crítica y hostigante que puede volverse la prensa.
—Si no es un escándalo, no sé qué podría ayudarte.
Respiré hondo intentando conservar la calma, no quería enojarme sobre todo porque sabía que se lo estaba poniendo difícil, sin embargo, no pensaba que crear polémica con mi vida personal fuera la única solución. Como si de una bombilla se tratase, mi cabeza se iluminó con una idea que podría funcionar, me acomodé mejor en el asiento, acercándome al escritorio como quien cuenta un secreto.
—¿Qué te parece un concierto? Consígueme un lugar, promocionémoslo, sacaré nuevas canciones para entonces que exhibiré en esa presentación y veremos cómo reacciona la gente, si puedo llenarlo, si puedo conseguir que el evento genere algo para la disquera, dejarán de pedirme que cambie mi estilo.
—Es demasiado arriesgado.
—Sé que puedo lograrlo, aprovechemos ahora que todo sigue sonando. —Nunca había sido alguien demasiado positivo, ni entusiasta sobre aparecer en entrevistas o videos para promocionar, sin embargo, estaba dispuesto a hacer lo necesario para continuar haciendo lo que me gustaba, siendo fiel a mi estilo, a mí mismo y a esa música que mi madre le gustaba colocar cuando era pequeño.
No quería recurrir a los escándalos, a exponer mi vida personal más de lo necesario con mentiras o banalidades para mantener el interés, quería pensar que mi música era suficiente para sobresalir. Salí de la oficina con varias ideas revoloteando en mi cabeza, sabía quién podría ayudarme por lo que más pronto que tarde ya me encontraba conduciendo en dirección a la agencia para encontrarme con Héctor, o más bien, para acorralarlo en cuanto terminara su sesión, necesitaba comenzar a realizar la promoción que la agencia me estaba negando, iba a lograr llenar ese concierto por mis propios méritos y sería grandioso.
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Hola, hola queridos lectores. Espero que no se hayan olvidado de estos dos.
Si les gustó, no olviden dejar una estrella o un comentario, se los agradecería demasiado.
Saludos para todos y gracias por leer.
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