Capítulo 4
Santiago
La risa de Héctor había sido tan estruendosa que incluso sin mi aparato podía jurar que la habría escuchado. Entrecerré mis ojos intentado cerrar la puerta en sus narices, un movimiento sin éxito cuando su pie se interpuso en el camino, abriéndose paso al interior del departamento.
—Lo siento, me tomó desprevenido que le pusieras tanto empeño —mencionó haciendo un barrido con sus manos de mi disfraz, aún con una gran sonrisa de burla en su rostro. Acomodé mejor el gran abrigo rojo en mis hombros e incluso hice un movimiento gracioso con el bigote falso que llevaba haciendo que mi amigo volviera a reír, acompañándolo esta vez.
—No puedes criticar al Capitán Garfio cuando escogiste algo tan básico como un vampiro —bufé.
—No cualquier vampiro, soy Drácula.
—Básico —dije ocultándolo con una tos falsa haciendo que Héctor acomodara su capa indignado, tomando mis llaves y dirigiéndose de nuevo al exterior.
—Vámonos antes de que decida dejarte por ser mal amigo.
—¿Sabes? No sería mala idea, habrá un maratón de mi serie y podría dormir mis ocho horas —dije aunque me encontraba caminando hacia el ascensor del condominio, siendo empujado ligeramente por Héctor desde mi espalda. Había ocasiones en que ocurría, que decidía permanecer en casa al estar tan harto del mundo exterior, sin embargo, me gustaba el halloween y el buen humor de mi viaje a Guadalajara hacía que tuviera un buen presentimiento de aquella fiesta; después de todo, la última vez que decidí ceder unas cuántas horas de mi soledad había obtenido un gran encuentro con cierta pelirrosa que había llamado mi atención. Entré al ascensor a la par de mi amigo mirándolo una última vez fingiendo pesar—. Estas sesiones de grabación me están matando.
—La edad te matará primero.
Me encogí de hombros como quien acepta la idea sonriendo en mis adentros; Héctor solo era cuatro años menor que yo, sin embargo, mi actitud tan serena a diferencia de su extrovertida personalidad nos tenía haciendo bromas sobre él siendo mi hijo sorprendentemente desarrollado. Hasta el momento no había pasado por una crisis de edad, aunque casi rozara los treinta, mi cumpleaños parecía ser un respiro de alivio, un año más en que superaba mi enfermedad, trescientos sesenta y cinco días transcurridos en que aún lograba escuchar lo que me rodeaba; hasta yo siendo tan pesimista, sabía que eso sí era un motivo de celebración.
Llegamos al pequeño salón donde sería la fiesta, las luces del interior sobresalían por los grandes ventanales y aunque había un par de parejas hablando afuera, la mayoría se dirigía a disfrutar la fiesta en el interior. Vaqueros, princesas, incluso la representación de ciertos dibujos animados atravesaban el camino con dirección al salón, todos creativamente diseñados lo que me hizo sentir más cómodo cuando abandoné el Tsuru acomodando mi sombrero rojo para complementar el disfraz.
Lo mejor de acompañar a Héctor a ese tipo de eventos es que, al ser elaborados por la agencia donde él trabajaba, todo mundo se comportaba, lo que daba como resultado una fiesta decente sin ningún escándalo filtrado con el que mi representante quisiera matarme después. Incluso, me sentía mejor en aquel tipo de ambiente que en las propias reuniones que organizaba mi disquera, aquí yo no era el centro de atención y, aunque dos chicas me pidieron una foto al reconocerme, no había necesidad de convivir con cada una de las almas en aquel salón, no era anfitrión ni persona de interés, era libre de hablar y estar con quien decidiera.
Tomé una de las bebidas que mi amigo me ofrecía alejándome de las bocinas, resultaba muy fuerte para mi oído y no deseaba volver a disminuir el volumen del mismo. Un movimiento más y tendría que ir a calibrarlo lo que resultaba un incordio y una nota periodística especulando que había pasado lo esperado, por fin era sordo.
Una chica vestida de Gatubela pasó a mi lado rozando mi brazo y guiñándome un ojo al mirarla. Era hermosa, claro, considerando que la mayoría del lugar eran modelos de la agencia, no había duda que todos tenían un rasgo que admirar. Asentí ligeramente levantando mi copa como saludo y negación de la manera más sutil que se me ocurrió en el momento; cuando miré de nuevo a Héctor este se encontraba con una ceja levantada en mi dirección.
—¿Sigues en tu época de sequía? —preguntó haciendo que golpeara su hombro ligeramente.
—No estoy en sequía y a diferencia de ti, yo sé decir que no. —Héctor chasqueó la lengua antes de tomar de su bote de agua.
—No soy ningún tipo de ninfómano, desde Frida he aprendido. No haré nada para traicionar su confianza y no es como si me interesara alguien más que ella.
La determinación con que lo dijo hizo que ocultara mi sonrisa. Como un hermano orgulloso le di un golpe a su espalda, sabía lo difícil que era para él ir en contra de los estereotipos que se le asignaron, de no ser su mejor amigo creería en ellos también; que era un modelo superficial, mujeriego y con un grado alto de irresponsabilidad, sobre todo cuando lo conocí teniendo una gran reputación de no saber decir que no a las mujeres que se interesaran en él y siendo engañado por las mismas cuando él quería formalizar. Esa mala publicidad era todo lo contrario a ese niño bueno sentado a mi lado, amante de la química cuyo mayor sueño además de su carrera era formar una familia. Me había sentido terrible al haber creído en aquella falsa propaganda, como si yo no hubiera sido objeto de la misma.
—Lo sé. Solo te estoy probando —dije. Miré alrededor un segundo topándome de nuevo con aquella chica mirando en mi dirección.
—Su nombre es Sol, es buena persona.
—Lástima de disfraz, soy más del equipo de Superman —mencioné fingiendo pesar tomando un trago mientras Héctor reía.
—Aún no consigo entender cómo se supone que tú eres el romántico y yo el mujeriego en esta amistad.
—Tú eres modelo, yo soy compositor. Tenemos estándares que cumplir. —Me quité el bigote al sentir una picazón molesta; tomé un trago de mi bebida olvidando por un momento que arruinaría mi disfraz.
Por el rabillo del ojo observé a Héctor moverse para saludar a alguien que claramente yo no había escuchado llegar, irónico porque incluso al mirar al suelo noté que los zapatos de la recién llegada servían como campana al tener pegado un cascabel en la punta del zapato donde colocó una bolita blanca. Tierno. No sabía si me apetecía conocer más gente esa noche pero decidí al último momento que por un día no se dañaría mi imagen de ermitaño. Metí las manos en los costados de mi abrigo levantando al fin el rostro para saludar cuando cualquier cosa que fuera a decir murió.
Con aquel vestido verdoso que solo ella podía lucir de esa manera, con ambos rizos a los costados enmarcando su rostro y esos ojos azulados y cristalinos con la chispa alegre que parecía caracterizarla. Diana. No solo Diana. Diana disfrazada de Campanita.
—Te presentaré... —dijo Héctor siendo interrumpido por ella cuando dio un paso al frente y en sus ojos atravesó una nueva emoción de reconocimiento.
—Santiago.
—Hola, Di. —Y ahí estaba, esa sonrisa sin reservas que hacía chiquitos sus ojos. Una sonrisa feliz, simplemente por haberla llamada Di. Cosa que me hizo sonreír de vuelta casi sin pensarlo, un gesto que detuve a tiempo para que resultara ser solo una pequeña sonrisa; ya suficiente escrutinio sentía en la mirada de Héctor, de quien me había olvidado hasta que su garganta se aclaró y su rostro se interpuso entre nosotros, mirando de uno a otro ávido de información.
—¿Se conocen?
—Sí. —Se adelantó a decir ella—. El fin de semana pasado nos encontramos en Guadalajara.
Suspiré contando mentalmente del cinco hacia atrás. Fue en el número dos que Héctor abrió sus ojos de par en par señalándonos sin disimulo. Lo tomé del brazo alejándolo de ella y cualquier actitud sospechosa.
—Disculpa, regresamos en un momento. —Alcancé a decirle llevándonos lejos hasta que la luz tenue y el gentío nos ocultó lo suficiente.
—Te besaste con Diana. —Era más una afirmación que una pregunta, sin embargo me encontré asintiendo al mismo tiempo que él sonreía dando pequeños saltos—. Oh esto será grandioso.
—No debe saber que te conté, no quiero darle ninguna clase de mala señal —dije deteniendo su emoción; abrió y cerró la boca repetidamente como quien quiere decir algo y después de un rato solo asintió desganado. Un poco más aliviado respiré hondo—. Volvamos con ella entonces.
Llegamos casi al mismo tiempo que una chica vestida de Blancanieves, aunque con el cabello más largo, quien abrazaba a Diana. Cuando estuvimos a su altura hizo girar a su amiga presentándonos.
—Ella es Dulce, a Héctor ya lo conoces y él es Santiago. —En cuanto pronunció mi nombre, Dulce pareció ahogarse con su bebida lo que llevó a Héctor a quitarle el vaso y echarle aire; me hubiera reído de no haber querido averiguar qué fue lo que le causó tanta impresión.
—Santiago, mucho gusto. Soy fan de tu música —dijo una vez que se recuperó. Asentí agradecido, mirando de reojo a Diana y su reacción al comentario, después de todo ella y yo no habíamos hablado de nuestras ocupaciones, algo que nos hubiera evitado aquella sorpresa, ¿acaso era modelo? Su leve sonrojo no parecía decirme mucho, sobre todo cuando miraba a sus pies—. Iré a buscar a Mateo y Heidi, Di.
Silenciosamente Héctor decidió acompañarla por lo que nuevamente estábamos solos. Me balanceé sobre mis pies antes de señalarle un lugar con sillas al que podríamos ir a platicar de una manera más libre, solitaria y con poca luz; cuando pasó a mi lado pude notar mejor en lo alto de su cabeza que los mechones de su cabello comenzaban a ser rubios, me imaginé cómo sería ella totalmente rubia y tuve que detenerme un momento para eliminar aquella imagen, no era lo ideal para serenarme.
—No sé si debería dejar que el Capitán Garfio sea quien decida a dónde vamos —dijo cruzándose de brazos, aunque sin detenerse. Reí observando mis pies ir uno frente al otro, desconocía la razón del porqué de repente era tímido en preguntarle todo lo que quería saber.
—Soy la versión buena, de la que ningún cuento habla.
—¿Acaso existe?
—Claro, ¿nunca viste esa serie donde los personajes de cuentos de hada llegan al mundo real? Muchos de los villanos no lo son cuando cuentan su versión de la historia.
—Nunca la he visto —dijo mientras acomodaba la silla para ella. Quizá no había sido mi mejor idea, sobretodo porque su vestido se volvía más corto y en cuanto me senté pude notar la cercanía entre nosotros, sus ojos mirándome directamente y nuestras rodillas tocándose debajo de la mesa improvisada.
—Luego te la mostraré.—Aclaré mi garganta bebiendo un trago, parecía una propuesta, una afirmación de que nos seguiríamos viendo incluso cuando lo de Guadalajara parecía haber sido por el mero impulso de saber que no nos volveríamos a encontrar. Sin embargo, ahí estábamos, platicando como si se tratase del reencuentro de dos amigos, como si no estuviera pensando en acortar la distancia nuevamente solo para recordar aquella electrizante sensación. Tomé el último trago agarrando valor metafóricamente—. ¿Sabías quién era?
Aún con la oscuridad de aquel rincón y las luces neón de la fiesta pude observar sus mejillas volverse del color de su cabello, sus pómulos nuevamente lucían como fresas tras sus pecas listas para engullir. Estiró y acomodó el resorte que eran los mechones de su cabello en un gesto nervioso y era tan hipnótico que casi olvidaba la pregunta que había hecho.
—Me avergüenza admitir que no. Es horroroso de decir porque en realidad busqué tus canciones y me gusta tu música, solo, creo que estaba deslumbrada y...
—Diana —interrumpí colocando una mano entre las suyas para que dejara de moverlas tanto, esbocé una sonrisa de boca cerrada viendo cómo parpadeaba con rapidez, y quizá también por el hecho de que dijo estar deslumbrada—. No tienes que ser mi fan, ¿sabes? Ni tienen que gustarte mis canciones.
—¡Pero me gustan! No intentaré convencerte pero yo no miento.
—Te creo. —Extrañamente decirlo y creerlo no me había costado el trabajo acostumbrado. Incluso aquella conversación me había llenado de una nueva vitalidad, como si conseguir escribir una canción de su agrado fuera un nuevo reto personal—. Lo que sí quiero saber es qué haces aquí, ¿eres modelo?
Me miró por exactamente tres segundos antes de echarse a reír, una risa diferente a la que le había escuchado con anterioridad, tanta era su diversión que de vez en vez dejaba escapar ciertos resoplidos que me alegraba no haber perdido en el aire aquel sonido en particular.
—Creo que debería decir gracias, pero no, soy diseñadora de modas. —Elevé mis cejas impresionado, admirando con nuevos ojos su vestimenta, el detalle y el esmero que seguramente había empleado.
—Arte... —susurré sin querer, haciendo que se acercara a mí para escucharme repetirlo, dejando que el olor de su champú me golpeara—. Me refiero a que, también te dedicas al arte, es grandioso, no mucha gente lo decide así.
Sonrió regresando a sentarse de mejor manera en su silla. Nuestras manos no se habían separado y parecía que ninguno de los dos se dio cuenta de ello o simplemente decidimos ignorarlo.
—Mi padre fue un gran apoyo. Somos tres mujeres, mis dos hermanas y yo; Fabiola es actriz de teatro y a Alondra le encanta dibujar por lo que creemos tenemos a nuestra próxima Picasso en casa. Al abuelo le encantaba cantar y mi padre tenía una banda donde tocaba el bajo, para ellos no existe tal cosa como que el arte no es una profesión, para ellos el arte es algo que debe ser visto, valorado y apoyado. Nos enseñaron que no hay que subestimar nada, todo es útil, todo es valioso —hablaba con tranquilidad, pausada y al mismo tiempo se notaba la emoción en su voz, era tan atrayente que terminé acercándome para no perder ni una palabra tras el ruido que se colaba del exterior de nuestra burbuja—. Es por eso que aprendí también la lengua de señas, papá nos inscribió en el curso desde pequeñas, llegué a pensar que era su manera de mantenernos ocupadas pero solo nos repitió: todo es útil, todo es valioso.
Algo se movió en mi interior con sus últimas palabras, como si hubieran sido dichas específicamente para mí, como si hubiera sabido que cada día sentía que mi valía caía al pensar no poder comunicarme con nadie más porque no era suficientemente importante que nadie en sus cinco sentidos aprendiera cómo. «Valioso, valioso...» repetía en mi mente como si por un segundo pudiera acallar cualquier miedo interno. Quisiera culpar a aquella emoción por lo que pasó después, por llevar mi mano libre a su mejilla lentamente, dándole el tiempo de alejarse; pero sabía que eran excusas en cuanto recargó contra mi mano su mejilla tibia por el sonrojo y me acerqué hasta volver a chocar mis labios con los suyos.
Fue un beso lento, como quien aprende a besar, primero abriendo sus labios lamiendo el inferior y pasando al superior, encontrando un ritmo que nos funcionara a los dos. Sin embargo, en cuanto su mano se enredó en los mechones de mi cabello y mordisqueó mi labio inferior, perdí el control. Se convirtió en un beso descoordinado, hambriento. Coloqué una mano tras su nuca, moviendo su rostro para añadir más profundidad al beso, mientras otra de mis manos se posaba sobre su muslo descubierto dejando pequeñas caricias circulares, su piel era suave, con pequeños bordes en sus muslos característicos de alguien cuyas piernas eran anchas.
Me abrí paso en su boca enredando mi lengua con la suya en un baile no muy coordinado pero igual de intenso, ella se acercaba hasta que su torso estaba a solo un suspiro del mío, obstruidos solamente por el espacio de nuestras rodillas, no lo soporté por mucho tiempo, tomé sus piernas pasándolas por encima de las mías dando un apretón que la hizo gemir contra mis labios. Fue como si aquello me hiciera espabilar separándome poco a poco de ella, recordando el lugar donde estábamos.
Abrí los ojos encontrándome con aquellos ojos cristalinos ahora siendo rendijas, como quien recién despierta de un sueño, sus manos seguían enredadas en mi cuello, mis manos en sus piernas y cuello, de no ser por la silla podría estar casi a horcajadas sobre mí. Mi respiración era errática y aunque pasé saliva y me volví a acomodar en mi asiento, dudaba que pudiera volver a verme decente.
Observé a mi alrededor, dos curiosos pasaron a toda velocidad frente a nosotros pero era todo, al final de cuentas había sido buena idea lo de la esquina con poca luz. Aclaró su garganta, sin apartarse del todo.
—Lo siento, te despeiné —dije una vez que pude recuperar mi voz normal. Me miró con una pequeña sonrisa de quien no le importa aquello en absoluto y acomodó su vestido, bajándolo un poco de sus piernas y subiéndolo de su pecho. Intercambió la mirada entre ambos repetidamente y su sonrisa se ensanchó.
—¿Sabes? Esto es una muy traumática combinación —mencionó señalándonos. Desconocía si Diana se había llevado ya el récord por mi mayor número de sonrisas sinceras en una noche.
—Podría quitarme el disfraz pero no creo que sea la clase de espectáculo de la que te gustaría ser parte.
—En público no. —Si no estuviéramos tan cerca quizá y no habría alcanzado a escucharla.
—No entiendo de qué otra... —Oh. Culpaba al pequeño trago por hacerme ver tan lento, quería pensar que había entendido bien lo que me proponía, busqué en sus ojos cualquier indicio que me hiciera no pensar en ello, pensando que nunca se me caracterizó por ser una persona con tan buena suerte; pero ahí estaba ella, mirándome fijamente a través de sus pestañas esperando a que captara la indirecta. Y, aunque mi libido no tuvo problemas en aparecer, necesitaba decir algo antes de continuar—. Diana, sigo sin querer una relación.
—Sigo queriéndome enfocar en mi trabajo —replicó. Lamí mis labios deseando volver a besarla, sin tanta charla, sin tanta gente alrededor, sentir como hace mucho no me sentía. Pero, ¿acaso me proponía lo que pensaba? Y si era solo una noche, ¿nunca más la volvería a ver?
—No lo sé —expresé aún sin quererlo. Sus brazos cayeron de mi cuello levantando sus cejas y me preocupó haberla ofendido—. No me mal entiendas, me cuesta mucho no lanzarme sobre ti ahora mismo. Es solo que, me ha gustado hablar contigo más de lo que esperaba, no me pasa muy seguido y pensaba que podríamos funcionar como amigos. No quiero arruinarlo, no quiero no verte de nuevo.
—Está bien, si no crees poder separar las cosas yo lo entiendo —sonrió quitando el peso de sus piernas sobre mí, hasta que nuestro único contacto volvieron a ser la punta de nuestras rodillas. El aire era tenso, no por incomodidad si no por todo aquello acumulado que no alcanzamos a explorar. Mis manos cosquilleaban con la sensación de volver a tocarla, de sentir su piel fuera de aquel vestido perfectamente confeccionado. «A la mierda» pensé acercándome a ella con la intención de besarla, sin embargo ella se alejó con una pequeña sonrisa—. Amigos, Santiago. Creo que eso significa cero contacto de este tipo. Tú lo dijiste.
—Al diablo con lo que dije, suelo ser muy estúpido a veces. —Quería volver a culpar a aquella pequeña copa que tomé, aunque ni siquiera era un cuarto de suficiente para achisparme, dejé un beso en su cuello antes de hablar sobre él—. Podemos ser amigos que se besan. —Pasé a besar sus mejillas—. Amigos que quieren conocerse para fortalecer la amistad. —Mordisqueé su labio inferior escuchando a su respiración detenerse, calmando el ardor después, hablando sobre sus labios—. Amigos íntimos que una noche de fiesta decidieron cruzar un límite, porque no sabían que iban a ser tan amigos.
Ríe ligeramente apartándose para poder verme.
—Solo una noche entonces, una iniciación de nuestra amistad.
—Solo una noche. ¿Vamos? —Sus ojos brillaron entrelazando mi mano con la suya, levantándose de la mesa con una nueva determinación.
—Vamos.
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Extrañé tanto a estos dos. He regresado, estoy de vacaciones y con mucha inspiración. No he dormido nada pero lo vale.
Cuéntenme qué les pareció este capítulo. Sinceramente era un capítulo que pensé sería muy corto y resultó ser el más largo hasta ahora. Si les gustó no olviden dejarme una estrellita y recomendarlo con sus amigos.
Nos vemos pronto para el próximo capítulo que estará intenso.
Gracias por leer.
Karina C.
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