Capítulo 3

Diana

Golpeé mi cabeza una vez contra la mesa dejando reposar mi frente ahí cuando sentí un dolor más fuerte de lo esperado. «Bien, quizá así se me acomodaría el cerebro.»

—Tranquila, Di —Dulce acarició mi cabello enredándose con el rizo y jalándolo un poco haciendo que volviera a quejarme—. Uy, lo siento. ¿Sabes? Solo apartaré estos lápices antes de que se te ocurra encajártelos también.

Levanté la cara de la mesa encogiendo mis hombros como si sopesara la idea. Había regresado a la ciudad de México después del curso en Guadalajara el día anterior, contándole a mi pelinegra amiga sobre mi aventura tanto en el curso como lo demás, por lo que las ojeras en mi rostro eran mucho más que pronunciadas; además de que el constante ajetreo y ruido del estudio aumentaba el dolor de cabeza por falta de sueño, justo en ese instante escuchaba a Mateo y Heidi discutiendo sobre si el vestido debía o no llevar tirantes.

Normalmente disfrutaba del ambiente en mi trabajo, todos teníamos una mesa propia en aquella oficina iluminada por los enormes ventanales, contábamos con libertad para confeccionar, diseñar y podíamos convivir de la manera más ruidosa que se nos ocurriera, mi jefa decía que el bullicioso significaba ideas y era lo que diariamente pedían. Sin embargo, justo en ese momento, a pesar de saber que yo tampoco podía callarme, deseaba un poco de silencio para mi cansada cabeza.

—Es que solo a mí me pasa que veo a este chico dos veces, incluso lo beso, un beso grandioso debo agregar y no lo reconocí —dije con frustración mirando nuevamente la nota en internet donde Santiago aparecía con su maleta en el aeropuerto, llevaba los mismos lentes y gorra que ese día en el café pero, sin duda, recordaba lo bonito que sus ojos eran detrás de aquel accesorio.

Suspiré, podía recordar aún la presión de sus labios contra los míos, sus manos en mi cintura presionándome contra él y su aliento mentolado tan cerca; un beso no debía ser motivo para ilusionarse y con seguridad diría que pocas veces me ocurría pero me había dejado a la expectativa de lo que sería si no hubiera tenido tanta fuerza de voluntad. Fue mi primera noche sin un descanso completo pero lo valía, tanto que por un momento el dolor de cabeza desapareció.

Había estado decidida a olvidarlo, no había posibilidades de encontrarnos de nuevo. Fue una noche y un beso como cualquiera, me repetía. ¿Pero cómo hacérmelo creer cuando su rostro aparecía como una pancarta por toda la ciudad?

—Admítelo Dianita, te ganó la calentura —mencionó Dulce desde su lugar donde le lancé una goma de borrar a la cabeza, sin embargo, no era la mejor con la puntería por lo que solo la esquivó mientras reía—. Es la verdad, pero bien, podemos decir en tu defensa que no escuchas mucha música en español.

—Eso es peor, creerá que no me gusta su música —susurré bloqueando el celular y dejándolo a un lado para comenzar a trabajar en el boceto que comencé en el curso.

—¿Y te gusta?

—He escuchado muy poco... –mascullé avergonzada—. Pero créeme que ahora sí lo haré.

La puerta de la oficina se abrió haciendo que todos detuviéramos nuestras actividades para observar a la persona que acababa de entrar. La diseñadora para la que trabajábamos tenía un gran contrato con una de las tres agencias de modelaje más reconocidas de la ciudad; Mateo, Heidi, Dulce y yo éramos el grupo encargado de controlar la oficina dentro de la agencia, lo que se traducía a realizar el mismo trabajo y estar disponibles para cualquier inconveniente que resultara con la ropa en el momento de las sesiones. Se consideraba un extra de responsabilidad por la misma paga pero nadie se quejaba, después de todo cada día nos topábamos con algún modelo por los pasillos, una vista que todos agradecíamos.

—Chicos, Héctor y yo necesitamos ayuda —dijo Susana, una de las modelos de ese día. Me levanté tomando mi pequeño kit costurero junto a Heidi, sacándole la lengua a Mateo por haber sido más rápidas en atender el llamado, eran las únicas ocasiones en que salíamos de la oficina y de vez en cuando nos turnábamos o competíamos para ver quién iría con los modelos ese día.

El taconeo de Susana era lo único que sonaba por los pasillos del lugar, subimos en el ascensor para llegar al piso donde ocurría la sesión. Me alegré de haber escogido un pantalón suelto con zapatos planos ese día, si no me equivocaba tendría que hacer una bastilla y agacharme con una falda no sería una opción cómoda.

El salón de sesiones era pulcro, de un color gris en su totalidad, salvo cuando era día de trabajo. Las paredes se cubrían con cortinas blancas y los camerinos eran ocupados. Se llenaba de colores gracias a la ropa colgada lista para los cambios de vestuario, era un ajetreo constante que se desarrollaba de una manera tan profesional que el ruido no interrumpía los salones conjuntos. El diseño de modas me llevó a un lugar en el que amaba estar.

—Buen día, Héctor —saludé con una sonrisa al pelinegro, una que me devolvió de inmediato abriendo sus brazos. Sin mentir podía decir que era uno de los modelos más guapos de la agencia —de los más coquetos también—, con sus ojos claros casi grises, el cabello rizado y esa sonrisa con un hoyuelo en la mejilla derecha; sin embargo, era también una de las personas más alegres y amables que conocía, una actitud que muchos confundían. De ese tipo de gente del que te gustaría ser amigo y es justamente hasta ahí donde llegaba mi interés; además, la última vez me comentó que había una chica y me sorprendió lo feliz que estuve por él.

—Mi diseñadora favorita volvió —respondió mi saludo alegremente.

—¿En qué te ayudo hoy?

—El pantalón, por favor. Que me caigo.

Asentí comenzando a marcar la bastilla más arriba como había pensado. Héctor era alto pero siempre era mejor realizar un diseño con tela que sobrara a que faltara.

—Tu cabeza comienza a verse rubia de nuevo —mencionó casualmente haciendo que riera como pudiera con el alfiler entre mis dientes.

—No lo grites, todos pensaran que mi cabello no es rosa natural —contesté ahora causando que él riera.

—El viernes la agencia tendrá una fiesta de halloween, tú y tus compañeros deberían venir. Son parte del equipo después de todo.

Crucé mis piernas en posición de indio en el suelo levantando la mirada hacia un sonriente y desinteresado modelo. Había estado tan distraída como siempre que había olvidado iba a ser halloween. No lo pensé mucho, no era una persona que rechazara una buena fiesta o la oportunidad de confeccionar algo para sí misma por lo que pronto me encontré asintiendo con una sonrisa.

—Claro, les comentaré a los chicos también, gracias Héctor.

*

—¡Ya llegué familia! —grité cerrando la puerta principal justo cuando una bola de pelos apareció en el recibidor moviendo su cola con felicidad—. Hola Coquito hermosa, ¿qué tal tu día?

—Si un día te responde no te asustes —dijo mi hermana menor pasando sobre nosotras para llegar a la sala sin apartar la vista del celular.

Me levanté dirigiéndome a la cocina, encontrándome al abuelo, papá y Fabiola terminando de comer. El maquillaje extravagante de mi hermana con tonos verdosos y azulados decía a gritos que acababa de llegar de una de sus obras, como si solo se hubiera enfundado en su pijama para devorar la comida antes que los demás.

—Llegaste un poco más tarde Nesi, ¿todo bien? —preguntó mi papá con aquella voz tan pacífica que lo caracterizaba, pocas veces lo había visto enojado o triste salvo esa época en que mamá nos dejó, era una niña para entender toda la presión que cayó en sus hombros, no solo el superar la separación de su esposa de años, si no por no tener idea de cómo criarnos solo. Fue entonces que el abuelo enfermó, como si una tragedia no pudiera llegar sola, así que lo trajo a vivir con nosotros para cuidarlo y de alguna manera él también nos cuidó a nosotras.

–Todo bien, papá. Tuve que entregar mis evaluaciones finales del curso y fue un poco tardado, ¿sobró algo de comer?

—Claro, Nesi. —Se burló Fabiola mientras le mostraba el dedo de en medio. Inés era mi segundo nombre y lo odiaba, evitaba cualquier contacto en el que tuvieran que conocer mi segundo nombre y a toda costa negaba la existencia del mismo. Pero cuando mi papá me llamaba así me sentía de nuevo esa niña pequeña y consentida, era la única vez en que me gustaba mi nombre aunque mi hermana mayor con su supuesta madurez se burlara.

Me serví de la cacerola señalando a mi hermana con el cucharón.

—Tengo una fiesta de disfraces el viernes y necesito creatividad —dije haciendo que aplaudiera con entusiasmo y Alondra asomara su cabeza en la cocina como si hubiera tenido una antena que le anunciara cuando habláramos de algo relacionado a la ropa.

—Yo también quiero ayudar. Tengo muchas ideas.

—Bien, pero después de que coma —dije sentándome. Mis hermanas se dispersaron con un bufido decepcionado, sabían que tardaba demasiado en ello y, conociéndolas, querían comenzar a explotar su potencial creativo desde ya. Amaba que pudiéramos compartir y tener eso en común, sobretodo con Alondra a la que le sacábamos muchos años más de ventaja.

Dos horas después nos encontrábamos en mi habitación, Fabiola acostada con los pies levantados y apoyados en la pared, Alondra en la alfombra del piso con Coco sobre sus piernas y yo dando vueltas en la silla giratoria del escritorio, con un lápiz pegando repetidamente en mis labios como si aquello me ayudara a pensar.

—¿Un pirata? —propuso Fabiola al mismo tiempo que la menor y yo hacíamos un gesto de negación.

—¿Cómo es que tú habiendo interpretado a tantos personajes en las obras fueras por lo más cliché? —inquirió la pequeña, cubriéndose cuando un peluche voló sobre su cabeza—. ¿Qué tal una sirena?

—No lo sé, nunca supe caminar bien con las faldas entubadas y me gustaría estar cómoda. —Mordí el lápiz antes de pasarle unas toallitas desmaquillantes a mi hermana—. Te hará daño si no te quitas el maquillaje.

—¿Aún lo traigo? Espera ¡ya sé!

En cuanto lo dijo todas asentimos con entusiasmo y comenzamos a trabajar en ello. Alondra tenía tarea pero le encantaba dibujar la idea en general para apegarnos a ella. Desenrollé un pedazo de tela de una falda larga y vieja para comenzar a recortar, probablemente no lo terminaríamos esa noche, sobre todo cuando la luz escaseó y la única que seguía trabajando era yo mientras que mis hermanas yacían dormidas en los diferentes lugares libres de mi habitación; decidí dormir también moviendo a Fabiola a un lado y cubriéndome con el pedazo sobrante de la sábana. La mitad del disfraz yacía sobre la máquina de coser y la emoción me invadió, amaba el halloween.

*

—Puedo maquillarme, Fabi.

—Yo lo hago mejor, ahora cierra los ojos. —Obedecí al instante, no es como que pudiera debatir su afirmación aunque si me quejé cuando sentí otro tirón en mi cabello—. Hay una cabeza aquí abajo, Lo.

—La belleza cuesta hermanita, sostén esto —habló Alondra pasándome dos mechones pequeños para que no se juntaran con el peinado, aún cuando en el proceso llegara a ser odiosa sabía y amaba la ayuda de mis hermanas. Ambas eran muy creativas y les encantaba todo aquello por lo que también era como un conejillo de indias en el que podían practicar—. Ya estás lista, mírate.

Las dos dieron pasos atrás con una gran sonrisa de entusiasmo. Me acerqué al espejo de cuerpo completo viendo desde mis zapatos verdes con la bolita blanca estratégicamente pegada, mis piernas descubiertas, el vestido verde puntiagudo sin tirantes que realzaba mis caderas de una manera engañosa y el cabello recogido con dos mechones rosas y rizados a los costados. Salvo por la mitad del cabello pintado y las pecas que se esparcían por mi rostro ahora con brillos plateados y parte de mi clavícula expuesta, podía hacerme pasar por una buena imitación de Campanita. Sonreí en grande, estaba lista.


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Les dije que tenía mucha inspiración.
¿Les gustó el capítulo? ¿Sí, no, porqué?
¿Ya extrañaron a Santiago?
Cualquier estrella o comentario me ayuda mucho a mejorar, nos leemos pronto.
Gracias por leer.
Karina C.

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