Capítulo 1
ANTES DE LEER
Mi protagonista tiene un problema en su audición, probablemente deban hablar con lengua de señas, siempre que sea así aparecerá en cursiva, igual espero no haya confusión. Disfruten la lectura.
Diana
Tres meses antes
«¿Por qué siempre tenía que ir tan tarde?» repetía reprimiéndome mentalmente mientras amarraba mi cabello en una coleta alta. Había despertado con mis rizos inusualmente alborotados por lo que los aparté de mi rostro sintiendo mi vista despejada; aunque ahora que el rosa de mi cabello no cubría mi cara, lucía más pálida que de costumbre. Lo dejé pasar al divisar el reloj por onceava ocasión.
Tomé el asa de mi maleta con una mano y colgué la mochila en el hombro saliendo del cuarto mientras revisaba mi cartera, buscando por mi identificación y el pase de abordar que claramente no había preparado con anticipación, pensando que despertaría temprano y me daría tiempo de hacer todo, ingenua como siempre.
Mascullé una maldición antes de chocar y caer de sentón en el pasillo. Sobé mi frente cuando el dolor punzante se presentó, haciéndome ver a la causante con lo que pensé era ira.
—Alondra, por todo lo bueno, cómo puedes pegar con tanta fuerza.
—¿Por qué miras al piso cuando caminas? —Se quejó mi hermana intentando levantarse; sin embargo, el asa de mi maleta se atoró en sus pies regresándola al suelo mientras yo contenía una risa que terminó por escucharse como un resoplido antes de que ella riera conmigo. Aún se encontraba en esa pijama azul con nubes dibujadas; su cabello, a pesar de ser lacio a comparación del mío, se veía desaliñado y llevaba unas perceptibles ojeras que me hicieron preguntarme si acababa de despertar o apenas iría a dormir. Después de todo, le encantaba quedarse despierta viendo toda clase de series, películas o simplemente en videollamadas a todo volumen con su novio. Mi hermanita era, en la amplia extensión de la palabra, una adolescente.
—Me voy, abejita —dije levantándome y alborotando su cabello, bajando las escaleras rápidamente con mi equipaje. Al llegar al final me di la vuelta recordando algo—. No robes mi ropa mientras no estoy.
—Lo que digas, Di —escuché y por un momento pensé en regresar a ponerle llave a mi cuarto o llevarme tres maletas más aunque solo estuviera fuera por pocos días con tal de asegurarme, sin embargo, un vistazo al reloj de la cocina me hizo dar un suspiro y comenzar a buscar el pase de abordar en el comedor.
El abuelo, como siempre, ya se encontraba ahí sentado en la cabecera de la mesa; con una taza de café y el periódico que mi padre se encargaba de llevarle todos los días sin falta antes de marcharse al trabajo.
Sus profundos ojos café me miraron detrás de sus gafas redondas, que de alguna manera siempre estaban casi cayendo de su nariz. Negó con su cabeza mientras yo intentaba poner mi sonrisa más angelical.
—Buenos días, abuelo.
—Dianita, hija. ¿No deberías estar ya en el aeropuerto? —El tono dulce en su voz no escondía la desaprobación en su pregunta, la puntualidad era de las principales cosas que mi padre y mi abuelo intentaron inculcar a mis hermanas y a mí desde que tenía uso de razón; decían era el primer paso de la disciplina laboral y de la vida en general. Algo sumamente difícil de cumplir para mí que parecía el tiempo se me escurría entre las manos. Suspiré hasta sentir que me desinflaba.
—Lo sé abue, no encuentro mi boleto.
—¿Hablas de este? —preguntó una voz diferente a mis espaldas. Giré después de un segundo encontrando a mi hermana mayor moviendo el papel entre sus manos. «¿Por qué había tanta gente en esta casa?» Solo faltaba que papá regresara antes del trabajo con el presentimiento de que necesitaba regañarme por ir tarde, o que incluso Coco armara un desorden que debería limpiar.
Sentí algo pasar entre mis piernas y sonreí, ahí estaba Coquito; mi Golden Retriever que parecía más de mis hermanas que mío al ser mimado todo el tiempo por ellas.
—Tú eres la única que se despide sin regañarme —dije mientras me agachaba para abrazarla y acariciar su pelaje.
—Lo haría si pudiera —continuó mi hermana mientras empacaba un lonche que me entregó después, empujándome a la salida—. Podrás ser más alta que yo pero aún tengo el poder de ser la mayor así que te vas. El taxi lleva afuera mucho tiempo, anda anda.
—¡Adiós abuelo! —grité siendo arrastrada a la entrada con mi mochila en un hombro y mi maleta en la mano disponible. Escuché una despedida del mayor de la casa Andrade y la urgencia de no perder el vuelo hizo regresar mi ansiedad, deteniéndome solo un momento cuando noté que mi hermana husmeaba en mi equipaje—. ¿Qué estás haciendo?
Miró alrededor con cautela, ya nos encontrábamos fuera de casa y nadie más que el chófer de aquel carro amarillo nos observaba con lo que creía era una impaciencia justificada; puede que en su momento los horarios se me pasaran como un borrón, pero era cuando veía que estaba siendo desconsiderada con el tiempo de los demás que la culpa llegaba y el apuro surgía, lo que me hizo agitar a mi hermana de los hombros apresurándola.
—En tu bolso de baño te empaqué una tira de preservativos. ¡Por si acaso! —exclamó a la defensiva, seguramente al observar mi rostro.
—¡Fabiola! Voy a un curso del trabajo; la misma agencia lo está pagando, no voy de vacaciones. —Me miró con las manos en su cintura y a pesar de su baja estatura resultaba intimidante; por un momento se veía como una madre sería descubriendo las mentiras de su hija, no tenía un punto de referencia por lo que solo es lo que creía y dudo que fuera una reacción tan pacífica considerando que hablábamos de mi vida sexual que tan calmada no era. Suspiré—. Solo pasó una vez y en ese curso nos pusieron en equipos y tuvimos que pasar tiempo fuera del curso y una cosa llevó a la otra y... estoy soltera y es mi tiempo libre, no me juzgues.
—Por lo mismo que no te juzgo es que te patrocino protección —dijo con suficiencia haciéndome soltar una pequeña risa antes de abrazarla y encaminarme al taxi, saliendo una hora después de la esperada de mi casa. Solo esperaba llegar a tiempo para abordar o tendría serios problemas en el trabajo.
Me despedí con la mano desde la ventana del auto cuando Coco se encontró con Fabiola en la puerta. Fue hasta que perdí de vista mi casa que me concentré mejor en el folleto con el programa del curso: seminario de historia del vestido, modelado sobre maniquí, diseño editorial de moda. Incluso tuve que ahogar un pequeño grito de emoción mientras más leía de materiales, modalidades y aprendizaje.
La carrera en diseño de modas no era lo más solicitado en México, no era la mejor pagada y, sin duda, no era lo que la mayoría de los padres les gustaría fuera el camino de sus hijos. Sin embargo, podría considerarme afortunada al tener a mi padre dispuesto a apoyarme en cualquier locura que quisiera emprender; Dulce, mi mejor amiga, me repetía hasta el cansancio que era muy mimada por los hombres de la casa y dado que mamá se fue cuando yo tenía seis años no era algo que pudiera negar, papá tuvo que encargarse por su cuenta de tres niñas extrovertidas y raras que terminaron convirtiéndose en mujeres con gustos inclinados al arte de la vida en general. Pero yo siempre lo defendía diciendo que fue ese mismo amor y libertad que nos dio lo que nos llevó a decidirnos por el camino más feliz para nosotras, Fabiola era una excelente actriz de teatro, con las carencias y retos que aquello implicaba; mientras que a mí me fue de maravilla con el diseño de modas, tenía un trabajo haciendo lo que más me gustaba y justo ahora estaba a punto de conocer un nuevo lugar gracias a ese mismo trabajo. Quería creer que todas esas cosas buenas no tenían fecha de expiración, que aunque no tuve una infancia de lo más convencional, he vivido felizmente con las oportunidades y retos que se me otorgaron por superar.
Pagué el taxi antes de salir disparada hacia la entrada del aeropuerto. No fue hasta que estuve leyendo en mi asiento designado del avión que pude respirar con tranquilidad nuevamente. Guadalajara, aquí voy.
*
Desconocía si era la emoción o el gusto por el aire fresco tras sufrir el viaje en las alturas, pero incluso al llegar al hotel me sentía más ligera, como si el clima fresco del lugar me quitara un peso al caminar. Solo estaría el fin de semana por lo que aventé las maletas y salí a explorar teniendo solo dos horas antes de regresar para el inicio del curso.
A donde mirara aparecía una explosión de colores, calles adoquinadas y una brisa que agitaba mi cabello; podía sentir mi nariz comenzando a ponerse de un color rojizo pues no me había abrigado lo suficiente, lo que hizo que el olor a café y a pan recién horneado de la cafetería de a lado resultara más tentador que de costumbre.
Me acerqué tomando un lugar en la fila a la par de un chico sumamente alto, cuyo balanceo hacia notar su impaciencia. Llevaba una gorra de algún equipo de fútbol que no logré identificar a la distancia y unos lentes oscuros que me asombraba no le molestara usarlos en interiores.
—¿Sabes qué es eso? —pregunté cuando las personas delante ignoraban cualquier canasta de pan para ir por uno específico que parecía una barra alargada. El chico no respondía y, a riesgo de ser una molestia, aclaré mi garganta para hacer a un lado la vergüenza de ser ignorada, di un paso más cerca para aparecer en su campo de visión esperando no incomodarlo–. ¿Hola?
—Soy sordo —dijo con un movimiento de manos. Sentí mi rostro tornarse colorado mientras lo veía volverse indiferente con las manos en sus bolsillos.
—Lo siento, no soy de aquí y me preguntaba porqué tanto alboroto por eso —respondí esperando que lo aprendido en lengua de señas me hiciera decir lo correcto. Esbocé una pequeña sonrisa de boca cerrada cuando me miró por un tiempo prolongado, o al menos eso creía pues sus lentes no me permitían cerciorarme. Y como si hubiera leído mis pensamientos, como si de una película se tratase, lentamente apartó sus lentes dejando a la vista un par de ojos café oscuro tan profundos que podían dejar sin aliento a cualquiera que los mirara directamente, incluso cuando volví a respirar sentí que había dejado de hacerlo desde aquel descubrimiento.
Tal parecía que la sorpresa era mutua, pues no dejaba de mirarme con lo que parecía era un asombro mal disimulado cuando sus cejas enmarcaban su expresión al elevarse. Rompimos el contacto con un sobresalto cuando la fila detrás de nosotros nos instó a avanzar.
Cuando fue su turno lo vi ordenar y pagar por dos cafés y dos de aquellas barras alargadas, fue hasta que di un paso al frente que me ofreció uno de todo.
—¿Para mí? Oh, no era necesario pero te lo agradezco —expresé esbozando una gran sonrisa por el gesto que aquel desconocido había tenido conmigo, no era tan orgullosa para no aceptarlo y, en palabras de mi abuelo, un pan nunca se rechazaba.
—Considéralo como la bienvenida a Guadalajara de parte de un pueblerino. Es algo típico, te gustará. Disfrútalo. —La comisura de su labio se elevó de una manera tan ligera que apenas y se podía considerar una sonrisa, sin embargo, era la expresión de sus ojos intensa y a la vez risueña lo que opacó cualquier otro gesto. Por un momento lamenté el hecho de que quizá sería la primera y última vez que lo viera, sobre todo cuando se colocó sus lentes de nuevo y tras un movimiento con su mano se despidió saliendo del lugar.
Tomé un sorbo del café y suspiré con desilusión antes de menear la cabeza para recomponerme. No era el primer chico con ojos lindos que conocía, no podía causar tanto impacto en un solo momento, esperaba que al repetirlo se convirtiera en una verdad.
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¿Qué les pareció este primer capítulo? Me ayudarían mucho con un voto o comentario. Espero que esta historia les parezca tan linda como me ha parecido escribirla.
Intentaré regresar con otro capítulo muy pronto, recuerden que es una historia un poco más corta que mis novelas anteriores, el drama llegará más rápido.
En multimedia Diana (Natalia Juarez) es lo más parecido a quién me imagino sería como Diana.
Gracias por leer.
-Karina.
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