9. Bajo sombra
Por Kathwriter
Capital City, 2019.
Un estrecho oscuro se prestaba para infinidad de actividades clandestinas y de toda índole. Los callejones de la capital no eran la excepción. Había niños que jugaban, animales que pernoctaban, ladrones, parejas que intercambiaban besos, ratas escalando los muros o personas desaparecidas sin dejar rastro, que eran buscadas sin éxito porque no deseaban ser encontradas.
Ella era una de esas.
El escudo lógico de la pared de ladrillos en el callejón tembló ligeramente. Como cosa de magia, los impulsos electromagnéticos se desdoblaron y volvieron a unirse, en un refuerzo protector originado por un destello violeta. Solo que aquello no era magia en absoluto.
Era pura tecnología extraterrestre.
Del otro lado de la pared debía estar un almacén. Nadie habría siquiera imaginado que lo que se escondía detrás del muro era un apartamento moderno con paredes acristaladas, equipado con muebles lujosos y lo que parecía ser un laboratorio improvisado de aparatos electrónicos. En el centro de la estancia, una chica pelirroja de chispeantes ojos color violeta, ocultos tras unas gafas de cristales transparentes, miraba desafiante hacia donde debía estar la pared.
—Me parece que James está tratando de encontrarte, June —dijo una voz por uno de los altoparlantes del salón.
—Y a mí me parece que no deseo ser encontrada —contestó ella—. Por cierto, no es correcto llamar por su nombre a alguien que no conoces.
—Yo lo conozco, tengo una base de datos repleta de información suya. ¿Sabías que salía con Madame Universal? Lo curioso es que, según los registros históricos, ella murió en el año mil ochocientos noventa y uno.
—¿Qué? No —dijo June con una ceja alzada—. No me importa con quién dormía James —añadió y continuó trabajando en la estructura de metal que tenía sobre la mesa, hasta que de pronto se quedó pensativa—... ¿No serán familia? Todo ese tema de Universal es confuso...
—Puedo revisar si quieres.
—No, no, era una pregunta retórica —contestó reprimiendo una sonrisa—. Anda, déjame trabajar y ocúpate de mantenerlo lejos de mí, envíale una señal diciéndole que estoy en Honolulu en una cita con Jason Momoa.
—June, no puedes esconderte por siempre, va a encontrarte tarde o temprano. Según mi base de datos, las probabilidades de que...
—No me importan las probabilidades —espetó—. Estoy ocupada y no me apetece hablar con James. Le mandaré una postal en su cumpleaños con un mensaje de disculpa si eso te tranquiliza.
Se apartó el cabello de la cara haciéndose una coleta alta.
—Pero, June, quizás sea importante.
Ella alzó la vista, sus ojos mantenían un destello morado, pero ya regresaban a su gris habitual.
—No me importa. No quiero hablar con Mago Universal. Quiero un silencio universal para poder trabajar, así que apágate, por favor, y deja activos los escudos —dijo, y la voz comenzó a protestar—. Masha, es una orden —agregó con voz autoritaria.
La casa se sumió en un silencio absoluto.
Suspiró. Se quitó las gafas y apretó el puente de la nariz. Era increíblemente frustrante tener que lidiar con una inteligencia artificial como Masha, era demasiado impetuosa, demasiado habladora, demasiado cotilla y demasiado maternal para el gusto de June.
Bueno, tampoco era para tanto. Solo era frustrante cuando la sobreprotegía.
Masha era la única amiga que ella tenía. La había creado su madre cuando June era pequeña y tenía la costumbre de tratarla como si fuera una niña o su hija. Y ella no quería ninguna de esas cosas. Tampoco le apetecía pensar en su madre, o en su planeta. Estaba demasiado ocupada afinando los detalles que añadiría a su nueva nave espacial.
De hecho, construía una maqueta en miniatura de un cañón que podría reducir a Corvyn hasta no ser más que un espacio vacío en el cielo, pero claro, siempre estaba el daño colateral: las personas inocentes que vivían allí.
Masha había insistido en que no lo hiciera, pero la idea era tentadora. En especial, luego de la muerte de Will, Will Bauman.
Las chicas normales comían helado o se emborrachaban cuando estaban deprimidas. A June le entraban ganas de crear cosas, eso la tranquilizaba. Ya el diseño a escala de la nave estaba terminado, solo necesitaba ampliarlo y agregar detalles, como reactores, algún compresor, mejorar el radar, pero primero necesitaba saber si añadir o no ese cañón.
—Sería un desastre universal —musitó.
Amplió el prototipo de la nave con un movimiento de sus manos, haciéndola flotar frente a sus ojos. La forma le gustaba. Eran como de ave de presa las alas retráctiles, le había puesto un color plateado brillante como el mercurio con paneles que harían que se se mimetizara con el entorno. Por ende, invisible en los cielos. El cañón estaba justo en frente, en el área rectangular de color lila que semejaba el área de control de la nave; sería una superficie de unos dos metros de máximo, pero con la potencia de diez bombas nucleares y tecnología superláser.
—Bueno, pequeñín, vamos a probarte —dijo en un susurro.
Hizo un círculo en el aire con su dedo índice. La nave subió las alas y el reactor se volvió de un color morado intenso. June apuntó con él hacia un jarrón con flores que tenía encima de una de las estanterías vacías del salón.
—Uno —musitó, y el láser se disparó.
En un milisegundo, no quedó rastro del jarrón o de la estantería vacía.
Quería sonreír. Quería bailar de felicidad porque funcionaba, pero no podía. Una lágrima silenciosa rodó por su mejilla mientras apretaba los puños. Tenía que recordar. Recordar a su madre, a su hogar, a su padre, a Will. Tenía que recordar porqué los corvynianos merecían justicia. Pero no estaba segura de si hacerlos desaparecer en medio de la nada como si nunca hubiesen existido era precisamente justo. Tenía que tener la fortaleza suficiente para hacer lo que era mejor, y la tendría, porque ella era fuerte, fuerte en la sombra.
Solo necesitaba pensarlo mejor.
Las luces del salón comenzaron a parpadear. Ella alzó el rostro. En las paredes de cristal comenzaron a aparecer imágenes, recuerdos, memorias. Se dejó arrastrar por ellos, estaba agotada de no dejarlos volar.
Tenía diez años y jugaba en el jardín sombrío; se llamaba así porque estaba repleto de rosas negras con superficie escarchada, las primeras flores nacidas bajo la luz de una estrella artificial. Aquellas rosas eran «fuertes bajo la sombra», como ella. Ese era el lema de su familia.
—June —la llamó la voz de su madre—. June.
Ella se hundió en una almohada de rosas, pero Nova estaba sobre ella haciéndole cosquillas.
June jamás la olvidaría. Nunca. Sus ojos de un tono violeta más fuerte que los suyos, cabello color fresa y su sonrisa amable. Rieron y rodaron por encima del montón de rosas sin temor a las espinas, porque su gente... esa gente era fuerte, tan fuerte como esas rosas, fuertes en la sombra.
Un hombre de cabello rubio dorado las miraba con ojos chispeantes y una amplia sonrisa en el rostro.
—Aquí están las dos. Es hora de cenar y luego...
—Clases de física termonuclear —recitó June—, y después me leerán una historia para dormir.
—Claro, y con mamá no harás nada —se quejó Nova en un puchero fingido.
—Bailaremos juntas antes de cenar —contestó ella políticamente.
Nova sonrió. El ballet era su pasatiempo favorito y su costumbre más humana.
—Serás una gran reina —susurró, besándola en la coronilla.
—Y una gran chica —agregó Andriv.
Entonces saltaron todas las alarmas. El cielo oscuro se inundó con montones de naves de guerra que no tardaron en aterrizar. De ellas descendieron figuras humanoides con trajes vinotinto y blanco.
—Nuestras defensas fueron neutralizadas —retumbó la acelerada voz de Masha en el jardín, como quien recobraba la respiración después de casi morir ahogado—. Mis sistemas cayeron por unos minutos, pero gracias a mis respaldos he logrado volver a ponerme en línea. Reina Nova, detecto tropas corvynianas por toda la atmósfera superior... me temo que fuimos filtrados por una invasión secreta.
—¿Cómo es posible? —cuestionó, horrorizada.
La familia real se acercó al cristal, solo para aterrarse con lo que contemplaron: las tropas encadenaban a las personas, los edificios caían. Los droides y las máquinas de ofensiva no eran suficientes ante la imponencia de las naves de ataque del Imperio de Corvyn. Lo más impactante fue el emerger de una máquina bélica en medio de la ciudad fortificada, lucía como un cañón, una antena fabricada con la más alta tecnología de su planeta. Nova sabía muy bien qué función tenía, y temía por ello.
Entre las llamas de la ciudad se distinguió la imponente silueta de un musculoso soberano de armadura, la capa se la meneaba la ferocidad de la embestida provocada por sus tropas. El estatus se lo otorgaban la reluciente corona en su cabeza y la prenda plateada en su brazo; cinco perlas brillaban en ella como amenaza. El Emperador Castel barría las defensas anctonianas con facilidad.
—Masha, ¡escudos! —gritó Nova de repente.
De inmediato, el jardín sombrío ardió también. Un feroz e inesperado disparo cayó desde el frente, ni siquiera la improvisada barrera fue suficiente. En lo rápido de su paneo visual, la reina había distinguido una figura encorvada de túnica vinotinto que apuntaba hacia su dirección.
Azazel sonreía con placentera perversión y gozo.
Todo había sucedido muy rápido y cuando menos lo esperaron. Las rosas del jardín se quemaban y no había nada que pudieran hacer.
Con la nave frente a ellos, el tiempo no estaba de su parte, así que con las fuerzas que tenían, June arrancó con violencia poco antes de que su padre la tomara en brazos y echaran a correr. Nova iba con ellos. Los dejó en la nave estacionada más allá del camino floral, besó a June en la frente y la abrazó con fuerza, luego besó a Andriv en los labios; él comenzó a sacudir la cabeza mientras ahogaba un sollozo.
—Nova, ven con nosotros
Ella se estremeció.
—Cuida a June, pónganse a salvo —respondió con la vista puesta en el tétrico paisaje.
—Nova... —insistió él.
—No puedo dejarlos, Andriv... —dijo finalmente, rendida—. Sabes que no puedo abandonar a mi pueblo.
—Yo te necesito, June...
—Andriv, ellos también me necesitan. Estaré con ustedes más tarde.
—Mami —dijo June con voz tomada—. ¿Quiénes son?
—Corvynianos, personas malvadas con las que tendré negociaciones hostiles —le contestó con un beso en la frente—. Recuerda, June, que pase lo que pase, te adoro con todo mi corazón. —La tomó del rostro y acarició su suave mejilla. La mirada triste con que su hija la veía provocó que los ojos se le aguaran—. Mi niña... mi pequeña rosa sombría, sé fuerte bajo la sombra.
—Mami, por favor, no nos dejes —susurró la pequeña June, sin terminar de entender lo que sucedía.
—Masha, transfiere tu consciencia a la nave de transporte... cuida de ellos en mi ausencia.
—Consciencia enlazada —respondió con un brillo, esa vez desde la nave.
—Adiós, familia —se despidió con ojos llorosos, su mano sostenía el vidrio recién cerrado. Adentro, Andriv se aferraba a su hija con una punzada clavándose en su corazón—. Los amo —concluyó finalmente, con una lágrima rozando su mejilla.
La nave se alejó a toda velocidad. June se acercó al cristal, en un grito negado a dejar a su madre atrás, pero, cuando sus ojos por fin la lograron ubicar entre tantas llamas y demolición inminente, el retumbe de la voz de Masha indicó máxima potencia. Ancton explotaba en caos y devastación, un armagedón del que ellos hubieran hecho parte de no ser por la brutal extracción hacia la exosfera.
No notó que se había clavado las espinas de la rosa en las manos, de tanto apretarla y estrujarla; sin embargo, seguía intacta y fuerte en la sombra, a diferencia de las palmas de sus manos que estaban ensangrentadas, pero comenzaron a sanar tan pronto que el dolor físico no pudo sustituir el dolor emocional.
Nova jamás regresó y el hogar de June no fue jamás un hogar, no luego del ataque de los corvynianos. Y ella, como la rosa, comenzó a ser fuerte bajo la sombra de sus horribles recuerdos.
Las imágenes dieron vueltas y más vueltas como si estuvieran dentro de un bucle temporal, hasta que se detuvieron en otro momento de su vida.
Andriv, el padre de June, estaba sentado en el porche de su casa mirando al Lago Baikal, en Rusia, a los pies de la montaña. Estaba prohibido tener una casa en los Montes Baikal, pero June se había encargado de protegerla de los intrusos. Él miraba hacia el agua con semblante ausente, ella había intentado de todo, incluso lo había inscrito en una plataforma de citas en línea, pero solo pensaba en su madre y no quería estar con nadie más.
—No necesito a otra chica —solía decir—. Somos tú y yo contra el mundo, mi pequeña chica binaria.
Luego le daba un beso en la frente y se ponían a hablar de cualquier cosa.
—¿Algún día dejarás de mirarme con lástima? —preguntó Andriv.
—No te miro con lástima, es solo que mañana tengo que regresar a la universidad y no tengo deseos de dejarte.
Él se rio, se le formaron arrugas alrededor de los ojos.
—Entonces me estás mirando como si fuera una bomba apunto de explotar.
—Papa...
—No estaré solo mucho tiempo. Dentro de unos años vas a casarte, tendrás hijos y entonces esta casa estará llena de pelirrojos superdotados a quienes enseñaré cosas que solo este viejo puede, y les contaré mis aventuras especiales, ¿qué te parece?
June se rio.
—Me parece que te has vuelto irremediablemente loco. Eso sucederá dentro de mucho, mucho tiempo.
—Esperaré pacientemente.
—¿No te parece bien comenzar con un nieto gato?
—No, de ninguna manera.
—Te amo —dijo ella mientras lo abrazaba—. Lo sabes, ¿no?
—Por supuesto que lo sé —susurró él contra su cabeza—. Con la fuerza de una supernova.
June se marchó a la universidad, pero cuando pudo ver los noticieros recibió otro golpe. Su padre había sido encontrado muerto en las profundidades del Lago Baikal. Suicidio, decían, y, con la misma fuerza de una supernova, el corazón de June se rompió.
No dejó nada para ella. Ni una nota, un mensaje, absolutamente nada. Desde ese día supo que algo no marchaba bien, así que investigó. Le llevó años encontrar a su asesino, pero, cuando lo halló, hizo justicia.
Y no tuvo más remedio que ser fuerte, fuerte bajo la sombra.
June estaba sola. Sola en una casa en el país más helado del mundo. Sola y perdida. Hasta que comenzó a trabajar para la agencia PEACE, un servicio secreto de inteligencia. Allí conoció a William Bauman, un joven militar que la ayudó a probar que la muerte de su padre no había sido un suicidio, sino un asesinato; Will, que se convirtió en su más grande apoyo y en quien encontró un tipo diferente de amor, uno que no había conocido nunca.
Era 2019. Habían ido a Capital City a denunciar un crimen de armas nucleares, ella nunca había estado allí y en verdad le fascinó con lo que se encontró, pero entonces llegaron las naves, descendieron los soldados y comenzaron a destrozarlo todo, tal como en lo más oscuro de sus recuerdos.
Will la empujó y cayó sobre ella. La cubrió con su cuerpo, protegiéndola de una lluvia de escombros.
—Vamos, June. —Le dio la mano mientras se echaban a correr—. Tenemos que resguardarnos.
—¿Qué es todo esto?
—¿Una invasión alienígena? Eso es lo que me parece que es. —Tiró de ella mientras corrían juntos, tomados de la mano.
Ella se quedó viendo hacia el cielo durante un momento. Muchos flashbacks inundaron su cabeza. Conocía las naves, conocía esas malditas naves y sus colores, conocía las armadas, sabía muy bien de dónde venían.
—Corvyn —musitó con un odio creciente en su pecho—. Will.
Él le tomó el rostro entre sus manos.
—Escúchame, ¿ok? —dijo—. No harán nada.
—Destruyeron mi planeta, Will. ¡Van a destrozar este, vamos a morir! —Calló por un instante—... Todos van a morir.
—No. —La besó—. No, no vamos a morir. Vamos a resguardarnos y sobreviviremos. ¿Entiendes? Y cuando esto acabe, veremos qué hacer, pero no podemos estar aquí, no sin protección.
Ella temblaba, la furia y el horror bullía en sus venas.
—June —continuó él sin dejar de mirarla. Tenía los ojos verdes más bonitos del universo, verdes como la hierba en primavera, se concentró en eso—. Todo saldrá bien. Todo estará bien. Y un día, cuando seamos viejos, le contaremos esto a nuestros nietos, les hablaremos del día que fuimos a denunciar crímenes nucleares a Capital City y vimos cómo nos invadían los extraterrestres.
—No voy a esconderme, Will —musitó—. Voy a ayudar, puedo ayudar a estas personas.
—June... —Lo besó con fuerza, apretándose contra él hasta quedarse sin respiración—. Quédate aquí —dijo con firmeza—. Estaré contigo en un momento.
—No. —Se aferró a su mano—. Yo voy contigo, qué clase de solado sería si me quedo escondido en un callejón.
—Uno inteligente. —Le tomó el rostro entre sus manos—. Quédate aquí o me veré en la obligación de perder el tiempo haciendo una jaula para ti con los cables de alta tensión.
—Traeré tantos civiles como pueda hasta aquí.
—William. —Él alzó las cejas—. Vale, civiles y resguardo, no te quiero peleándote con esos desquiciados. Tenemos que evitarlos, ¿ok? Son peligrosos, son horribles, son...
—Son corvynianos —cortó June con rencor—. Lo sé. —Le sonrió—. Te quiero.
Ella giró la vista mientras comenzaba a crear un campo de fuerza alrededor del callejón.
—Y yo a ti. —Le guiñó un ojo y se plantó en el medio de la calle.
June cerró los ojos. Usó toda su concentración, sentía los impulsos eléctricos a su alrededor. Fluyó entre ellos y se conectó como parte de la red. A través de ella mandó una señal, un mensaje de texto a cada humano cercano, guiándolos al lugar seguro.
Edificios caían y ella empujaba los escombros hacia atrás, alejándolos de los ciudadanos que, en medio del apocalipsis, corrían hacia todas las direcciones.
Una enorme valla publicitaria comenzó a caer hacia un grupo de niños. Ella intentó empujarla, pero no había modo de que no lastimara a nadie más, lo mantuvo allí tanto como pudo diciéndoles que corrieran, entonces apareció Will. La ayudó en el momento oportuno, y, cuando ya no había niños, la valla cayó con un estrépito.
—Todos al callejón. —Los niños asintieron de modo automático y comenzaron a moverse. Will alzó las cejas, no había tiempo de explicarle nada y no podía mantenerlo por demasiado tiempo, abusar de su poder la agotaría al instante—. Ve con ellos.
Él asintió, lo vio correr con los niños y se giró para continuar con la labor imposible de mantener a raya la lluvia de escombros.
June respiró profundo, buscaba un modo de ayudar a aquellas personas en casa. Se centró en ellos, concentró su energía en hacer que los aparatos eléctricos rodearan a sus dueños, formando un círculo de circuitos protectores. No había electricidad artificial, pero el mundo estaba lleno de ella, esperaba que con eso bastara. Esperaba que funcionara. Se concentró entonces en empujar las vigas de los edificios cercanos y obligarlos a permanecer en su lugar, evitando que aplastaran a personas que estaban en las calles.
—¡June! —gritó Will—, ¡detrás de ti!
Ella se dio la vuelta y uno de los soldados vestidos de blanco y vino la miró, le apuntó con su arma, pero ella se lanzó al suelo antes de que la alcanzara. June disparó una descarga de sus manos que lo electrocutó y acabó por matarlo. Se puso de pie para ver a Will, pero él estaba de rodillas en el suelo, con un disparo en el pecho, el disparo que era para ella. A su lado, yacía muerto otro humanoide, por eso no se había lanzado al suelo, por eso no evitó el disparo, estaba ocupado peleando con un soldado corvyniano.
Corrió hacia Will, que la miraba con una mueca de dolor, como si le costara respirar.
—June.
—Shh —musitó—. No hables, todo estará bien, todo estará bien.
—Voy a morir, June —susurró, y una lágrima silenciosa resbaló por su mejilla.
—Debí crear un campo de fuerza para evitar el disparo... lo-lo siento, lo siento mucho.
—No. —Apretó su mano—. No... no te culpes, yo... June...
Ella ahogó un sollozo. Lo arrastró hasta una tienda abandonada y puso la cabeza de su prometido en su regazo.
—No te esfuerces —habló mientras se ponía sus gafas—. Por favor, no te esfuerces. Todo estará bien. Masha... Masha, escanea sus signos vitales, por favor.
La voz de Masha habló solo para ella.
«Un pulmón destrozado, tiene una hemorragia interna, su corazón no lo soportará más, June. No podrá. Se está ahogando en su sangre».
—Puedo crear una prótesis —se dijo, la ansiedad comenzaba a manifestarse—. Podemos... ¡podemos sacar la sangre! Revisa tu base de datos, busca algo que podamos hacer, Masha.
«No es posible, las probabilidades son de...»
—¡No me importan las probabilidades! —gritó desesperada. Will le apretó la mano—. Will —sollozó—. Por favor, Will.
—June —dijo él, acariciándole el cabello—. Mírame, June.
Ella lo miró.
—Te quiero —susurró antes de desvanecerse.
—No —murmuró con los ojos bañados en lágrimas—. ¡No! ¡No! ¡No!
June le lanzó una descarga eléctrica; el pecho de William se alzó, pero no pasó nada. Lo hizo dos, tres veces. No reaccionaba. A su alrededor escuchaba los gritos y el caos, pero no le importaba.
—Debió haberse escondido, debió haber hecho lo que le dije, debió quedarse en el callejón... Masha —dijo con voz tomada—. Dime que puedo sustituir una parte mecánica, su pulmón, su corazón, activar los impulsos eléctricos de su cerebro, dime que es posible.
«No, no lo es, su vida útil ha terminado».
—Masha, por favor.
—Lo siento mucho, June.
Ella lo abrazó con fuerza, aferrándose a su cuerpo con un dolor creciente en su corazón y un quebranto indescriptible en su alma.
—Will —sollozó—. Mi William.
Y entonces no tuvo más remedio que ser fuerte, fuerte en medio de la más devastadora oscuridad.
June cerró los ojos, ahogando las lágrimas. Las imágenes en las paredes de cristal cambiaron, ahora estaban todos los soldados de Corvyn, todos y cada uno de ellos. Ella les apuntaba con su cañón y morían. Sufrían como ella y como todos a los que le habían arrebatado. Eso debía hacer. Destrozaría sus vidas. Lo merecían, sería su juez y su verdugo, ella...
Gritó con furia y cayó de rodillas en la alfombra.
—Yo no soy como ellos —dijo con un hilo de voz—. No soy un monstruo, no soy una asesina. No lo haré.
Los muebles temblaban, la casa también. Las paredes parpadearon de nuevo y el rostro de su madre apareció en ellas, tal como la recordaba.
—Sabes algo, June —decía—. Hay algo muy importante sobre ser una reina, una de las buenas, y es entender que no hay justicia sin paz y no existe paz si no somos justos. Recuerdalo siempre.
June sollozó y desactivó el cañón láser de la nave miniatura. Entonces el rostro de su padre apareció, sustituyó el de Nova, era otro de sus recuerdos.
—Luego del desastre en el espacio, solo quería matar a esos imbéciles que se reían de mí —decía con una sonrisa—. Pero no lo hice. No iba a rebajarme a ser una basura humana como ellos, June. No podemos dejar de ser quienes somos por convertirnos en lo que las personas han hecho de nosotros.
June movió sus manos y la tecnología destructora desapareció. El cañón también comenzó a desaparecer, pero tenía dudas, entonces en la pantalla apareció Will y ella misma en medio de las oficinas de PEACE.
—Lo voy a matar —le dijo ella—. Por su culpa mi padre falleció, voy a destrozar su vida.
Will la miró.
—Por supuesto, es claro que puedes hacerlo, pero tú, June, eres una tecnópata, no una carnicera, y si le haces a él lo mismo que le hizo a tu padre, ¿en que te conviertes?
—Tú no sabes de lo que hablas —espetó ella.
—No, no lo sé. Mi padre no murió a manos de un demente, mi madre no murió por el ataque de unos alienígenas psicópatas, pero sí sé quién eres tú, y no eres una asesina. ¿Lo sabes tú?
La imagen desapareció y las pantallas se quedaron en negro, vacías como el espacio donde había estado el cañón.
—June —la voz de Masha se activó.
—No quiero hablar, Masha —dijo con voz monocorde—. Tenías razón, no incluiré el cañón.
—Sabía que no lo harías, June.
Ella se rio por lo bajo y se sorbió las lágrimas.
—¿Era poco probable? —aventuró.
—Sí —contestó—. Eres lo que haces, y tú no destruyes cosas, tú las creas, ese es tu don, el don que poseía tu familia, que poseía tu gente —alentó—. Eres buena, tu código no está corrupto.
June se rio con ganas y movió sus manos, añadió algo a la nave.
—No tengo un código, Masha, tengo un alma. Es lo que me hace humana.
—Bueno, una persona que tiene como herencia tantas cosas buenas no puede corromperse de ese modo con acciones malvadas.
—Gracias, Masha —dijo con una sonrisa esbozada—. ¿Qué te parece lo que agregué a la nave?
Amplió el prototipo, en el área en la que había estado el cañón ahora había celdas, celdas para prisioneros.
—Me parece que necesitaremos una nave más grande —dijo.
Ella se quedó trabajando durante otro rato, apartó las lágrimas de su rostro y se dedicó a reajustar las dimensiones de la nave.
La voz de Masha irrumpió de nuevo en el salón.
—June, me da gusto que ya estés segura de lo que deseas hacer porque hay algo que necesitas saber.
June frunció el ceño.
—¿Es sobre James otra vez? —preguntó—. No quiero verlo hoy, estoy muy cansada. Envíale por favor un mensaje, dile que acepto verlo la semana que viene y que nos tomaremos un té de esos raros que prepara, un café, una cerveza o una botella de vodka si quiere y añade un emoji de disculpa por evitarlo o mándale unas flores, lo que te parezca correcto.
—Bueno, creo que eso puedo hacerlo exceptuando el emoji porque no existe, pero no se trata de James.
Las paredes transmitieron otra imagen, soldados corvynianos en Capital City, dos de ellos.
June suspiró.
—Tienen suerte de que ya no quiera vaporizarlos.
Tomó una chaqueta de cuero azul celeste del perchero y su collar de la mesilla.
—Vamos, Masha, me parece que tenemos trabajo que hacer.
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