6. Penitencia eterna

Por MichellBFRonaldoMedinaBA_GrantGabrielO5 & Shad-cco


Tan pronto fue mencionado, James Jerom movió sus manos sobre el símbolo que portaba en la unión de la capa en su pecho. El dorado se avivó en energía azul, y cuando impulsó sus manos al frente, el Ojo Universal emergió en un potente destello luminoso. El tamaño del mismo se hizo tan grande que cubrió con su umbral casi todo en la sala.

Para el Escuadrón, ver dentro del Ojo Universal era como perderse en el vacío del espacio. Murmuraron y observaron maravillados ante la infinita cantidad de sucesos que se revelaron, como millones de puntos entretejiéndose para dar forma a la realidad conocida.

—Hubo un tiempo donde el Ojo Universal solo me permitía ver lo que sucedía en el presente —relató Mago, la única persona en la sala que no se hipnotizaba ante el mar de imágenes—. Pero ahora, todo está a mi alcance... lo que fue.

Las estrellas se aproximaron a un paso fugaz, y en lo rápido de sus movimientos reconocieron algunas imágenes: una joven Camille pactando con Lucifer, un pequeño Jonathan Mayers dando sus primeras peleas en K'un Dai, el primer día de Vincent Hardy en la estación de policía de su ciudad, un Nakai Robbins adolescente junto a Ajeiwa y Dakota, James Jerom entrenando junto a su viejo cascarrabias, Cassiopea Nox en el proyecto Andrómeda, la Trinidad en su primer encuentro en Krimson Hill, la invasión de Corvyn y las últimas aventuras de los héroes antes de reagruparse.

»Lo que es.

Las siguientes proyecciones correspondieron a ellos mismos viendo a través del Ojo Universal. A la par, retumbaron los ecos de una explosión. Supernova se encontraba en Berna, Suiza; combatía soldados a la cabeza de un grupo de sobrevivientes del Proyecto Andrómeda. Su presencia fue fugaz, pero la suficiente para brotar en Vigilante una sonrisa al saber que estaba bien y luchando por lo correcto.

«Y lo que será.

Las imágenes emergentes fueron confusas y mucho más rápidas que las anteriores, como si no desearan ser vistas. Hubo batallas, explosiones, oscuridad y mucha nieve, pero lo que más llamó la atención fueron cuatro nuevos rostros que no duraron lo necesario en el aire para ser retenidos en su memoria.

—Pero el futuro es incierto y mutable, e insano e incorrecto es ver a través de él. —Las imágenes desaparecieron y solo hubo vacío; el gigantesco ojo era lo único visible entre la oscuridad—. En este viaje buscaremos en el pasado, y con tan solo susurrar un nombre, la más poderosa de las magias en este mundo me revelará lo que deseo... Gia D'Angelo —musitó—. Elizabeth Morpheus, Laurence Osburne, Madame Nyx, Dakken Madokawa, Wendigo, Darksaber.

El Ojo volvió a resplandecer en una luz azul casi cegadora y los puntos volaron a toda velocidad hacia ellos, pero, en el instante en que sus imágenes iban a ser reveladas, una corrupción carmesí emergió poco a poco, pero pronto cobró una fuerza arrolladora. Se extendió por todo el aire hasta acumular su poder en el símbolo, y de él estalló en una colosal onda mágica que los derribó abruptamente.

El Escuadrón se reincorporó con pesadez, miradas consternadas embargaban sus semblantes.

—¿Qué fue eso? —inquirió Amara, cubriéndose con sus brazos cuando sintió un escalofrío recorrerla—. Fue oscuro y aterrador, nunca había sentido algo así.

—Eso no debería haber pasado —susurró Venatrix—. ¡Eso no debió haber pasado, Jerom! El Ojo era mi última esperanza.

—Eso nunca había pasado antes. Jamás —reconoció él con atisbos de temor—. Sin duda han pensado en todo, desconozco desde hace cuánto esta magia los protege, pero es tan poderosa que me bloquea. Lo lamento, Camille, pero han cegado al Ojo... yo... no puedo encontrar a Gia.

La respiración de la cazadora se agitó y su mirada aplastante expresó su impotencia, y justo cuando se dispuso a lanzar un insulto, brotó una esperanza.

—Creo que hay otra manera —intervino Renegado—, pero necesito estar a solas.

—Toma la soledad que quieras, pero, por favor, encuentra a mi hija.

Aún consternada, Venatrix fue la primera en salir con sus brazos cruzados, y con el silencio y la desesperanza separándolos cada vez más, los demás siguieron el mismo camino.

Los minutos pasaron y el grupo de héroes se reagrupó por el llamado de su líder; esperaban frente a la habitación con signos tribales grabados en las paredes, aún escépticos.

—En resumen, pretendes encontrar a tu monstruo mascota... ¿durmiendo? —preguntó Vigilante, veía a los demás preguntándose si era el único al que le parecía raro.

—Meditando. Entro al Plano Astral, encuentro el rastro de espíritus en conflicto que Wendigo y los otros deben dejar, lo sigo, y lo encuentro a él y a los malditos —explicó Renegado—. Pero necesito silencio. —Miró directamente a Hardy.

—Habrá muchas animas in pena donde estén ellos —dijo Venatrix—. Debería acompañarte.

—Perdóname, pero apestas a energía demoníaca, podrías atraer malas compañías —se negó Nakai.

—Vuelve a decir que apesto...

—¿Cómo planeas protegerte tú de todos esos espíritus? —intervino Jonathan—. Maestros que practicaban el acceso al Plano Astral en K'un Dai afirmaban que era extremadamente peligroso.

Ante la pregunta, Nakai hizo una mueca que claramente mostraba vergüenza.

—Cantos protectores... —admitió por lo bajo, desatando una risa contenida de la mayoría del Escuadrón—. Púdranse —maldijo justo antes de entrar a la habitación, pero se detuvo un momento en el portal y suspiró con frustración—. Sé lo que dije, pero... es bueno verlos otra vez —admitió antes de cerrar la puerta tras de él.

—¿Qué acaba de pasar? —preguntó Vigilante con sorpresa.

Nakai se sentó en medio de la habitación, inundada en el silencio y aislada herméticamente de cualquier ruido exterior. Respiró a profundidad y aclaró su garganta. Sání le había enseñado los cantos de su clan y no había tenido tiempo para practicarlos, pero no podía darse el lujo de tener intentos fallidos.

Cerró sus ojos y comenzó a vibrar su garganta. Las notas graves se sintieron en toda la habitación, firmes y casi salvajes. Lentamente cantaba con más fuerzas, concentrado en separar su cuerpo de su alma. Sin abrir los ojos, se encontró de pie en una llanura de horizonte infinito, niebla cubría el suelo y el cielo, a la distancia podía escuchar la voz de su cuerpo, persistente, pero no era lo que buscaba. Olfateó sus alrededores en indicio de algún rastro.

Nada.

La niebla se arremolinaba a su alrededor bajo la forma de siluetas humanas, lo rodeaban acechantes, algunas ni siquiera poseían facciones, solo dos flamas danzantes ocupaban las cuencas de cráneos pálidos, algo común en almas corrompidas y vengativas.

Nalzheehí —susurró Nakai.

En el momento que esa palabra fue escuchada por los espíritus, algunos desaparecieron despavoridos, otros pocos simplemente dirigieron su mirada hacia el horizonte, donde podría ser cualquier punto cardinal o ninguno. Renegado avanzó en dicha dirección, caminaba con calma, pero con paso continuo; lo último que quería era alterar a los inhabitantes de ese reino.

Caminó por lo que se sintieron horas, pero sabía que probablemente solo habían pasado minutos para su cuerpo, cuando entonces a su nariz llegó un putrefacto olor a muerte. La cantidad de almas frente a él había aumentado, esa vez cada una era perfectamente visible. Ni siquiera se movían, se mantenían erguidos con serias expresiones, casi orgullosos. Nakai sintió su estómago retorcerse frente a ellos, pero tomó fuerzas para avanzar a través de las almas de su clan, de sus ancestros, de su familia.

Pudo notar que todos daban la espalda al origen de esa putrefacción. Aquello lo hacía pensar que quizás era una penitencia a los crímenes de Wendigo, cargar con el peso de aquellas vidas que tomó, en el centro de todo ese odio, siempre sintiendo su desprecio.

Y ahí estaba, en el ojo de todas las almas. La bestia se hallaba sentada en un torbellino de oscuridad y rencor, donde se escuchaban los gruñidos de su estómago insaciable.

«¿Dónde estás?», preguntó Nakai, concentrándose.

Una cosa era encontrar un alma y otra era saber dónde se encontraba en el mundo terrenal, debía intentar hacer que la persona se lo dijera, tentándolo a confesarlo, pero también debía tener especial cuidado con Wendigo. La bestia era capaz de verlo a él si se descuidaba, incluso podía escuchar su voz a la distancia, los cantos aún lo protegían.

«¿Dónde estás?», volvió a preguntar.

Esa vez obtuvo susurros como respuesta. Nakai se acercó un poco más, rodeando las almas de las víctimas, hasta que se encontró con una en específico, un hombre más alto y fornido que él con el cabello largo hasta los hombros, pero lo que detuvo a Nakai entonces fue la marca en su pecho, una garra de oso estaba tatuada en el hombre.

«Azhé...», soltó al ver el alma en pena de Hanakai, su abuelo.

Su respiración se agitó por un segundo antes de convencerse a sí mismo de enfocarse en su objetivo, pero un poderoso olor a azufre peor que la podredumbre de Wendigo penetró sus sentidos y un escalofrío recorrió su espalda. Se volteó con rapidez. Una espesa columna de bruma se levantaba detrás de él y ráfagas de fuego se movían en la cima. Fue entonces cuando tomó la forma de una oscura armadura de caballero, cuya rejilla del yelmo escupía humo.

De inmediato, Darksaber extendió su guantelete y las garras metálicas atravesaron el pecho de Nakai. Fue incapaz de moverse o decir algo, pero lo que era peor, su cuerpo también había quedado en silencio. Al costado de la armadura negra, la sombra de Wendigo se hizo presente con una macabra risa, las cuencas del cráneo de ciervo ahora mostraban un único y brillante punto carmesí.

«Todos... morirán».

Mientras tanto, el Escuadrón esperaba en el nuevo salón. Jonathan se entretenía con los objetos del dojo; Camille sentada frente a la habitación, rebotando su pierna una y otra vez, con James a su lado, aunque su mente divagaba en sus pensamientos.

—No tomaré el riesgo de decir que deberías darte un respiro —escuchó Venatrix la voz de Vincent a su lado, ahora ya sin rastros de sangre en su rostro y su cabello minuciosamente peinado.

Bene, supongo que sí aprendes —contestó la cazadora sin dejar de mirar la puerta cerrada, cuando sintió algo tocar su hombro, la mano de Vigilante.

—Ella volverá, volverá a su pacífica vida —afirmó el detective.

Ante sus palabras, Venatrix observó el mechón blanco de su cabellera. No dejaba de preguntarse si algo de eso era verdad.

Antes de poder agregar más, la puerta se abrió de golpe y el cuerpo agonizante de Renegado cayó al suelo. Intentaba respirar con todas sus fuerzas, su piel estaba pálida y una alarmante cantidad de sangre brotaba de su nariz.

Vigilante y Mago lo ayudaron a levantarse y de inmediato lo llevaron a la silla más cercana, donde poco a poco recuperó el aliento.

—¿Qué demonios pasó? —preguntó Mago cuando la respiración de Renegado volvió a su ritmo.

—Ese... Darksaber —respondió Renegado entre jadeos—. Me emboscó.

—¿Los encontraste? —preguntó Venatrix, recibiendo una decepcionante mirada de derrota de Renegado.

—Lo lamento.

En el rostro de Camille no hubo expresión cierta por un instante, su cabeza se inclinó levemente. Segundos después la alzó con una mirada que creían imposible de ver en ella, una de gran terror y desesperación.

«No es complicado, no para mí», había declarado Madame Nyx. Al reunirse en la Mansión Morpheus no solo había demostrado lo cierto de sus palabras, también cumplió con su contribución a la Sociedad atrayendo a su hija.

Joven, delgada y de piel extremadamente clara, fue admirada por Lucifer, quien, sumido en la oscuridad del piso superior, observaba cada movimiento que la joven hacía en el piso inferior, ajena a él.

—El encanto que a veces se encuentra en particulares criaturas —habló, atrayendo la atención de sus dos acompañantes—. Encontrarán en el mundo terrenal un sinfín de fuentes que contienen energía oscura, me atrevo a decir que ninguna es como ella.

—¿El diablo fascinado por los niños no es un mito entonces? —preguntó Cronos con una sonrisa presuntuosa—. ¿La imaginas desnuda acaso?

—Oh, señor Osburne, me asquea su arrogante comentario. No negaré que siento atracción por ella, pero nunca de la manera desagradable que usted piensa. Me atrae su naturaleza, no su cuerpo. Me atrae su poder, no su belleza, aunque ciertos atributos no se le pueden negar. —Ladeó la cabeza mientras la observaba, con sus facciones relajadas y una expresión como de alguien que admiraba una obra de arte—. Encanto juvenil, inocencia y poder, ¿qué más podría pedir?

La joven se detuvo en medio de un vestíbulo, de momento alzó la mirada sin llegar a ver más que el techo con decoración ornamental, luego de un momento volvió la mirada hacia un punto oscuro y con prisa se dirigió en esa dirección. Lucifer apretó sus manos en torno al borde del barandal que evitaba su caída al vacío, su mandíbula se tensó en molestia por el hecho de ya no poder verla.

—Claro que... ¿sería usted capaz de ver lo que yo? —Se volvió para mirarlo, habló entonces con rudeza hacia un hombre con expresión desconcertada—. No, parece que no.

Pasó a mirar a Lady Morpheus, quien esperaba con su cuerpo recargado del límite del barandal, había estado observando lo mismo que Lucifer.

—¿La madre mentalmente perturbada logró su objetivo? —preguntó él, atrayendo la atención de la dama.

—¿Cuál de las dos? ¿Venatrix o Madame Nyx? Porque si te refieres a tu cazadora, dame el placer de decir que pese a ser buena con la espada, es un tanto predecible, y eso, querido, la vuelve una idiota —señaló con severidad y cierta arrogancia, Lucifer disimuló una sonrisa—. Venatrix logró reunirlos, como lo planeamos. Y en lo concerniente a la madre perturbada con quien compartimos techo, sí, ella también cumplió con el objetivo. El Ojo Universal fue oscurecido hace algunos minutos, ahora no podrán vernos. —Se giró para observar a Lucifer, y más allá de él, a Cronos—. El chico, el Renegado, intentó contactar a Wendigo. —Sonrió con malicia—. Pero resultó en un terrible fracaso.

Dirigió su mirada a una esquina oscura desde donde la armadura de Darksaber emergió, avanzó hacia ella en respuesta de un llamado inaudible. Imponente, se detuvo detrás de ella.

—Están agotando los recursos, y nosotros cada vez ganamos más —señaló Cronos, levantándose de la silla donde había estado sentado por un rato—. Deberíamos dar una demostración de que ellos no lo saben todo y no pueden con todo.

—Cronos habla con razón. Ellos han movido su pieza al intentar rastrearnos, es nuestro turno de responder. Debemos aterrizar la mansión en algún lado, fuera de esta dimensión de bolsillo. Tenemos la ventaja de que ellos no conocen nuestro paradero, nos perseguirán a ciegas. Si elegimos un lugar que dominemos, podremos acorralarlos.

—Un lugar donde seamos más fuertes —agregó Cronos, imaginando un escenario con trampas para sus presas.

—Un lugar donde aumenten considerablemente nuestros poderes —dijo Lucifer, dirigiendo una mirada cargada de diversión a Lady Morpheus, quien, a su vez, miró a Cronos—. Una fuente de energía oscura, señor Osburne.

Lucifer tardó poco en explicar el mensaje oculto en sus palabras. Satisfecho, Cronos sonrió. El poder que lo invadía resultaba satisfactorio e imaginar que podría serlo mucho más lo motivó a aplaudir la iniciativa.

—Pero si ellos no pueden rastrearnos, ¿cómo llegarán a nosotros? —preguntó al recordar el Ojo Universal.

Lucifer bebió de una copa llena de vino antes de pensar en responder.

—¿Conoce la razón de que enviara a Dakken y Wendigo por Gia? —preguntó de vuelta, Cronos calló—. Muy bien pude ir yo, hacerla ver al hombre ante el cual su madre se arrodilló. Mataría por eso. Pero eso significaría hacerle un daño directo y mi pacto con Venatrix me impide interferir en la felicidad y en el bienestar de Gia. Es intocable para mí y mis demonios.

—Y un pacto para ti es como un voto sagrado, ¿no?

—Exacto, señor Osburne. —Tomó un sorbo del vino y continuó—: Pero fuera de mi alcance está el hecho de que seres de gran poder y astucia tengan un particular interés en ella. Si otros la hacen sufrir, ¿qué puedo hacer yo?

—Uhm, ¿una pequeña tortura entonces? ¿Eso es lo que sugieres? —intervino Lady Morpheus, ya con una sonrisa maliciosa que iluminaba su rostro.

—Ah, no, mi querida, tortura no. Incentivo. —Dejó la copa sobre la mesa más cercana y sacudió sus manos—. Bien dicen que entre una madre y sus hijos puede existir una conexión trascendental, qué mejor demostración de ese hecho que Madame Nyx y Venatrix, ¿comprenden lo que digo?

—Usar esa conexión para atraer a Venatrix. Si la hija sufre, la madre también —concluyó Cronos.

—El sufrimiento de Gia será suficiente incentivo para hacer que Venatrix dé un paso al abismo, caerá directo a nosotros y no duden que arrastrará con ella a todo el Escuadrón.

Lady Morpheus sonrió al mismo tiempo que Cronos; la simple idea los llenó de emoción.

—Cronos, ve con Dakken, que se encargue de Gia. —Sin replicar ante Morpheus, Cronos descendió por las escaleras de estilo victoriano que lo llevaron al piso inferior donde Dakken se paseaba—. Me encargaré de aterrizar la mansión y le avisaré a Madame Nyx... Algo de acción le vendría bien.

Lucifer se volvió hacia ella con toda intención de responder, sus labios se entreabrieron, pero al momento volvieron a juntarse, en su lugar una sonrisa ladeada apareció.

—¿Qué? ¿Ahora por qué sonríes?

Ensimismado, se permitió escuchar la suave voz que pronunciaba su nombre, un torbellino de sensaciones se adueñó de su cuerpo, y aunque percibía desesperación en la voz, para él fue como éxtasis.

—¿Lucifer?

—Querida, ve y sigue con el plan. No necesitas de mí —contestó.

Lady Morpheus alzó sus hombros con desdén antes de abandonar la sala. Lucifer la vio desaparecer, y cuando estuvo en completa soledad, se dedicó a escucharla.

«Lucifer».

Suspiró sonoramente, extasiado y al mismo tiempo invadido por la sorpresa. Sintió su cuerpo flotar y trasladarse sin moverse siquiera un centímetro; en poco, la oscuridad que lo rodeó se convirtió en luz y ella estaba en medio.

Cada recoveco de la mansión era simplemente espectacular, gozaba de una magnificencia y elegancia como pocas estructuras. Desde los detalles en cada ventanal hasta el piso en el que desplazaban sus pies, sin embargo, aquella lúgubre habitación en la cual la tenían retenida estaba lejos de ser un lugar acogedor.

Postrada en una elegante silla de madera oscura yacía Gia D'Angelo, quien amarrada y amordazada no podía hacer más que llorar con dificultad gracias a los paños que le cubrían la boca y los ojos. Llevaba quién sabe cuánto tiempo ahí, sola, en silencio, aguardando en agonía de no saber qué sucedería con ella. Entonces escuchó unos pasos, hacían a la madera chillar y crujir como almas en pena.

Le retiraron la venda de los ojos, y fue cuando pudo ver de nuevo aquel rostro de rasgados pero penetrantes ojos carmesí. Dakken sonrió, mientras ella lanzaba quejidos a través de su mordaza.

—Hola, preciosa, ¿me extrañaste? —Acarició su rostro con ternura y ella se estremeció. Soltó una risa y de su armadura extrajo un cuchillo largo y afilado, por donde inclusive Gia podía ver su desesperado rostro—. Huelo perfectamente el miedo en ti, es... hipnotizante. ¿Sabes? Es curioso. Estamos en presencia del mismísimo Diablo, pero, por alguna razón, no puede tocarte. Parece que él y tu madre tienen alguna especie de conexión o algo así, por lo cual le es prácticamente imposible tocarte un solo cabello. Pero... para eso estoy yo aquí.

Lanzó un tajo tan fino y calculado que logró rajar la mejilla de Gia de forma horizontal, casi llegando a su nariz. La chica lanzó un nuevo grito ahogado, pero Dakken se acercó, retiró la mordaza y la miró directo a los ojos.

—Per favore... lasciami andare —imploró desesperada.

Los labios del muchacho reflejaron una sonrisa siniestra que la hizo volver a derramar lágrimas.

—Oh, no, no, no, preciosa, no llores. Esto no es personal, lastimosamente eres el único medio por el cual podemos atraer a tu madre y a sus amigos, así que durante un buen rato tú y yo nos iremos conociendo. —De nuevo lanzó un corte contra su cara, esa vez en su frente, justo por encima del ojo. La chica sollozó—. Tú madre es resistente, veamos si tú eres igual...

El sádico guerrero lanzó corte tras corte contra ella, en sus brazos, piernas, manos, cara; la hacía gritar y sollozar como nunca antes. Sin embargo, no profundizaba las heridas, las mantenía cuidadosamente al raz de la piel, cuidaba no perforar su interior o alguna arteria principal.

—¡Por favor! ¡Déjame ir! —Suplicó de nuevo al sentir la afilada hoja hiriendo su piel, la llenaba de finos cortes rojos que la bañaban por completo.

Dakken apretó sus mejillas con firmeza y llevó peligrosamente la punta contra el ojo de Gia.

—Aquí solo estamos tú y yo. —Dibujó una línea transversal sobre su boca y parte de su mejilla—. Y sé que te dije que no era personal, pero... debo decirte, que en verdad disfruto haciendo esto.

Luego de cortarla una última vez en el brazo, se sumergió en la oscuridad.

Una llama emergió de la nada, una chimenea que, amenazante, soltaba calor y humo cual horno y la asfixiaba sin control. Dakken avanzó con una pequeña mesa de metal, donde yacían múltiples instrumentos afilados y sombríos que la hicieron cerrar los ojos y temblar sin control.

Tomó una afilada cuchilla repleta de dientes que se asemejaban más a una sierra. Sonrió, pasando su lengua a través de sus labios. Desvió la mirada hacia Gia y se empezó a acercar con el mortífero objeto en su mano. Ante las llamas que resplandecían tras él, lucía como un ente demoníaco venido desde el mismísimo Infierno para llevarla en un espiral de dolor.

Le clavó la hoja en la pierna y ella gritó, le endulzaba los oídos como si escuchara una melodía.

—Debería reconfortarte que lo que te estoy haciendo tan solo es un aperitivo, el plato fuerte será Jonathan y todo el Escuadrón, ya lo verás, ya lo verás...

La mente de Dakken se paseaba por distintos grados de depravación mientras llevaba a cabo la sádica misión; planeba cada corte con astucia demoníaca. El dolor aumentó a extremos lacerantes e insoportables. Ella gritaba, pero ningún sonido detuvo al demonio de ojos rasgados.

Finalmente, con su víctima al borde de la inconsciencia, y satisfecho ante la figura bañada en sangre que había engendrado, Dakken reveló una última sonrisa cargada de malicia. Le dio un suave beso en la mutilada mejilla y abandonó la escena con la frente en alto, impaciente por contarle a los demonios que controlaban su destino sobre la consecución del acto.

—Fue divertido, espero regresar pronto... —advirtió ampliando la repugnante sonrisa en su rostro.

La chispa en la chimenea se extinguió con rapidez y la negrura infernal acompañó a Gia D'Angelo en su tormento.

Con su torturador ausente, intentó liberarse de las obstinadas ataduras. Inútil por completo, el más leve movimiento se hacía insoportable. Una circunstancia aterradora opacó el dolor, ahogaba la garganta de Gia en un grito desesperado.

En la oscuridad, justo al frente, había un par de ojos observándola; iris resplandecían con malevolencia, en una rara combinación de blanco y azul. Gia comparó aquel brillo con el inherente a la luna. Lejos de parecer desprovistos de vida, los fríos y centelleantes ojos parpadeaban se acercaban por segundos a ella.

La mirada maldita conjeturaba las peores imágenes en la martirizada mente de la mujer, por un segundo sintió que perdería el conocimiento, sofocada por aquellos ojos horribles y el sonido de sus propios gritos.

—No sigas con eso, no me ayudó a mí y no te ayudará a ti... —sentenció una voz femenina, el tono era indiferente, rozaba el desprecio y el odio.

La atribulada señorita D'Angelo rompió en desconsolado llanto.

—¡Por favor, no diré nada, solamente quiero ir a casa! —suplicó entre tonos rotos y enervantes.

—Cállate, no llores, las lágrimas no ayudarán... ella, sin embargo, cortará tu dolor —susurró la entidad oscura.

Gia sintió la sangre congelarse en su corazón.

—¿Ella...?

Súbitamente, las sórdidas ataduras dejaron de ser un problema. Una fuerza anormal y espontánea las destrozó por completo.

—Gra-gracias —dijo en un intento de no mirar los anormales ojos en la oscuridad.

—Sería estúpido que murieras desangrada —señaló la voz desconocida de manera fría—. Quédate quieta, si te mueves podrían confundirse y descuartizar tu cuerpo por error...

Decenas de manos esqueléticas y deformes se posaron sobre Gia; su corazón dio un repentino salto de pánico. Esas cosas no podían pertenecer a ninguna criatura de este mundo. Acariciaban su desgarrada piel, dejando tras de sí una burbujeante sustancia, fría y repugnante como la muerte.

Gia se vio consumida por un miedo atroz, abandonada en la oscuridad y a merced de cosas que escapaban a su entendimiento. La sensación de horror y opresión amenazaba con dominarla y aniquilarla.

Tras un momento que pareció una eternidad, las manos de pesadilla la dejaron en paz. Gia agradeció no haberlas visto, solo sentir su toque inhumano casi la vuelve loca.

Che diavolo erano quelle cose ?! —cuestionó con la respiración entrecortada, errática.

—Tú tampoco les agradas. En cuanto dejes de ser útil, satisfacerás su apetito... —La voz tuvo una cualidad estremecedora al responder.

Como un milagro maligno, las heridas ya no dictaban más dolor; tras una minuciosa revisión con el tacto comprobó que casi todos los tajos habían cicatrizado.

—No pienses en escapar... si lo intentas, ella te cortará la cabeza. —La extraña entidad dio la vuelta y desapareció.

—¡Espera, no me dejes aquí! —suplicó Gia, corriendo a ciegas en la oscuridad—. ¡¿Qué quieren de mí?!

Tenues luces en la decadente estancia se encendieron. Gia D'Angelo estaba sola, rodeada por nada más que pinturas opulentas y empolvadas. La fina puerta estaba firmemente cerrada, cualquier asalto en su contra sería infructuoso. Pese a la repentina ausencia de heridas, había perdido mucha sangre. No podía mantenerse en pie.

Como última opción, tomó un pequeño cuchillo que el descuido de Dakken había dejado en el sanguinolento piso y se acurrucó a espaldas de la imbatible puerta, a la espera de enfrentar a sus captores.

Un único detalle llamó su atención, una estatua que no había visto antes, algo que normalmente debería vigilar las criptas de los cementerios y no el arco de una puerta: gris e inamovible, encapuchada por su respectiva túnica negra carente de rostro, empuñaba una guadaña para cosechar las almas de los condenados.

Esa cosa contrastaba violentamente con el resto de la estancia, era demasiado alta y horrenda. La mente de Gia divagó sobre la clase de lunático que habría ordenado colocar la siniestra figura a modo de retorcida y profana decoración. Al final eligió no seguir mirando aquella forma impía, lo único que podía hacer era aprovechar el efímero momento de alivio para armarse contra los monstruos que la mantenían cautiva.

Los héroes permanecieron sentados alrededor de la mesa, James se mantenía alejado, de espaldas a ellos mientras pasaba páginas en un libro. Sin que lo notaran, Venatrix se había apartado de todos desde que el último intento de encontrar a su hija resultó en un terrible fracaso.

—Sabemos que Venatrix los encontró en Roma, quizás estén... —decía Amaterasu,

—Estamos hablando de personas astutas y peligrosas, alguna de ellas ni siquiera son personas, es claro que ya debieron dejar Roma hace mucho —interrumpió Vincent, reclinado en la silla con su mirada perdida en el techo, su mente divagaba entre posibles lugares al que Cronos escaparía.

—¿Lo intento nuevamente? —preguntó Nakai—. Quizás pueda conseguir algo.

—Fuiste atacado, no es buena idea —repuso James sin apartar la mirada del libro.

—El Ojo Universal no pudo encontrarlos, no es como que tengamos muchas opciones —replicó Nakai.

James cerró el libro sobre la mesa y se volvió para contestar.

—Encontraremos una forma, de preferencia una donde ninguno salga herido. No deseo bajas cuando ni siquiera hemos llegado a la batalla —acotó, pasando su mirada entre cada uno de sus acompañantes. Tras reconocerlos a todos, se percató de un ausente—. ¿Dónde está Camille?

En un mismo instante los héroes observaron a cada lado, notaron por primera vez la ausencia de la cazadora.

—¿Se dio de baja? —sugirió Vincent en un intento de aligerar el ambiente, pero ninguno correspondió—. ¿Tal vez solo fue por más té de quién sabe Dios qué cosa?

James avanzó algunos pasos antes de detenerse por la presencia de una fuerza que sólo él pudo percibir al inicio. No era bueno, empezaba a afectar el Templo, las luces parpadearon en demostración. Mago volvió sobre sus pies hacia Amara.

—¿Lo percibes? —preguntó, y ella asintió.

—¿Qué sucede, Jerom? —inquirió Vincent, ya de pie.

—Camille. Eso sucede —contestó antes de abandonar la sala.

El jardín fue el próximo destino del Escuadrón. Allí, un prado dominado por el color verde era corrompido por un manto oscuro que se extendía bajo el andar de Venatrix. De pronto se detuvo, no por la presencia de los héroes, sino por el nuevo giro que tomó el suceso. La oscuridad a sus pies se fue alzando frente a ella hasta ser más alta, se moldeó en una silueta masculina que fue adoptando atisbos de color.

—Lucifer —invocó.

—Habrá ocurrido algo atroz para que acudas a mí con tanto desespero —recriminó él con voz inalterada—. Sea lo que sea, aquí estoy.

Algunas de sus facciones ya se marcaban, como su mirada y su sonrisa. Extendió una mano todavía negra por el ónix hacia ella, pero antes de poder corresponder a su invitación, James intervino.

—¡Camille!

Ella giró justo al momento para observar cómo Mago Universal dirigía un poderoso ataque en dirección a Lucifer. Él lo recibió sin mostrarse afectado. Su mirada, ahora más precisa y fría, se dedicaba a estudiar el grupo de héroes que aguardaban inquietos detrás de un James enfurecido. Venatrix se enfocó de regreso en Lucifer, notando cómo la figura negra y todo lo que había creado se fragmentaba por voluntad de Mago Universal, Lucifer empezaba a desvanecerse, y con él, la última esperanza de Camille.

—Venatrix... mi Venatrix. No soy yo el villano. Recuerda lo que dicen: hasta Satanás se disfraza como ángel de la luz. No hablan de mí.

Y antes de que pudiera contestar, Lucifer desapareció. Venatrix observó los fragmentos de ónix con desesperanza. Cayendo de rodillas, movió sus manos sobre ellos en un intento de unirlos de nuevo, pero solo logró absorberlos. Escuchó los pasos de James y se giró para encararlo tan molesta como él.

—¡¿Cómo pudiste?! —demandó ella.

—¡No! ¡Tú cómo pudiste! ¿Cómo te atreves a invocarlo en el Templo? ¡En mi casa, mi hogar, Camille! —reclamó, las facciones de su rostro se tensaban por la ira—. ¡Profanaste mi santuario! ¡El lugar que intenta proteger al mundo de seres como el que acabas de traer!

—Intentaba buscar una forma de salvar a mi hija, Jerom.

—¿Tu hija? —cuestionó por lo bajo.

—No te atrevas —amenazó, señalándole con el dedo—. A diferencia de ti, ella ha estado en mis pensamientos desde su primer respiro. Ella es lo único real e importante en mi vida, mi luz todo este tiempo. He sufrido por ella como tú nunca lo harás, así que no te atrevas. Su vida ahora depende de un grupo de psicópatas que ni tú has podido rastrear con tus muchos trucos. Lucifer puede encontrarla, lo demás no interesa.

—¿No interesa? —cuestionó y meneó la cabeza—. Cada vez que creo que tienes la oportunidad de redimirte, volteas todo y terminas hundiéndote más. ¡Vuelve con Lucifer, es lo que siempre haces!

James se alejó sin decir más. Venatrix avanzó un trecho hacia los expectantes héroes; antes de que alguno pudiera hablar, observaron cómo diversos cortes aparecieron de pronto en su rostro y en sus brazos.

—¿Qué demonios...? —empezó a decir Nakai.

—No son reales —explicó Camille luego de pasar su mano sobre algunas heridas, ninguna dolía y desaparecían al tocarlas—. Alguien más los sufre.

Con la angustia reflejada en sus ojos, se concentró en mirar el mechón blanco que caía a un costado de su rostro, todos observaron el color desvanecerse un poco más.

—La están torturando.

Se dedicó a mirar entre los héroes a uno en particular, James se había detenido bajo el umbral. Observaba el suceso, aunque molesto, percibió la desesperación en Camille y la compartió. Inspiró para calmarse al mismo tiempo que bajaba la mirada, en eso fue a dar con un objeto que colgaba de la mano de Camille.

—¿Qué tienes en la mano? —preguntó, atrayendo la atención.

Ella recordó que aún se aferraba a lo único que tenía de Gia, extendió su mano y permitió ver el rosario teñido de rojo. James se acercó para quitárselo cuando vio que la reliquia le quemaba la mano.

—Es de Gia —explicó Camille—. Es su sangre.

—¿Cómo es que tienes eso? —quiso saber Jonathan.

—El cómo no importa, sino lo que puede lograrse con él —declaró Mago, examinando la pieza ahora en sus manos—. Puedo usarlo para encontrarla.

De inmediato tendió sus manos hacia el lago y en el agua se formó un mapa. Mago envolvió el collar en una bola de magia mientras un susurro tronante avivaba la luz en sus ojos. Cuando calló, el objeto en sus manos voló como una ráfaga de energía por el agua, recorrió el mapa que se fue ampliando conforme al paso del fuego fatuo. Atravesó todo Europa hasta llegar al este y continuar aproximándose a su destino, cuando se detuvo en un punto en específico.

—Ese lugar... es Ucranía —reconoció Vincent—. ¿Por qué ahí?

—No es cualquier sitio en Ucrania, Vincent —contestó Mago—. Es Chernóbil. Ahí tienen a Gia.


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