41. Jaque mate (I)
Por RonaldoMedinaB, MichellBF & Shad-cco
La batalla contra las huestes del Infierno había explotado alrededor de los héroes en una feroz y decisiva contienda de niveles demenciales. Además de los Evocadores, la horda era compuesta por toda clase de horrores modelados gracias al abyecto genio de Lucifer: gigantes de seis metros que empuñaban grandes mazos de picos, abominaciones semihumanas de seis cabezas armados con espadas y hachas, sabuesos infernales, centauros de pesadilla con cuernos y arcos llameantes, quimeras mitad serpiente mitad insecto que, levantando largas guadañas envenenadas con las peores enfermedades jamás concebidas, se deslizaban con cautela para matar; entre otros peligros demasiado enloquecedores como para ser descritos en un lenguaje sano y comprensible.
El Escuadrón estaba exhausto, débil, pero la convicción del equipo no flaqueaba. Cada uno de ellos hacía esfuerzos sobrehumanos para enfrentar a hordas de demonios y cuidar a la vez cada ángulo, luchaban con todo lo que tenían, aunque, a diferencia de ellos, la atención de Venatrix y Mago Universal se concentraba en una sola dirección.
—Dadirucso ed arotcurtsed adno —vociferó Mago mientras se alzaba unos cuantos metros del suelo, con sus ojos tornándose azules.
Al descender, sus manos cargadas de energía golpearon contra la rocosa superficie y una poderosa onda de magia consumió a los demonios alrededor suyo y de Venatrix como fuego purificador.
—¿Hacia dónde la llevan? —apremió Mago mientras extendía sus manos a los lados para crear un improvisado campo de fuerza que los protegiera del caos del exterior. No perdía de vista el camino recorrido por los Grigoris.
—No Cielo —reconoció con una profunda mirada de terror que preocupó a James—. Maledetto sciocco. —Su respiración se hacía más pesada—. Es el infierno de este infierno, el Abadón del que tanto huyen los demonios. Los Grigoris habitan en las fronteras de ese lugar, son la primera línea de defensa y los encargados de dar la alerta si ellos llegaren a resurgir del abismo.
—¿Ellos?
—Sombras, Jerom, sombras depredadoras.
Venatrix analizó el panorama, viendo a cada lado, se mostró ansiosa.
—Lucifer no permitirá que me aleje de aquí. En cuanto me vea ir detrás de los Grigoris, me seguirá; este es su hogar, tiene ventaja y llegará primero a ella antes que yo. —Visualizó el escenario y sus opciones, su rostro demostró no tener muchas y con resignación se hizo escuchar—. Debo quedarme y tú debes ir.
James siguió su mirada, que se perdía por el sendero que los Grigoris recorrían en procesión, sus siluetas altas empezaban a perderse en la oscuridad del camino y la desesperación se hizo presente al verlos en las lejanías cargando a Gia.
—Creí que era mi deber. —La escuchó susurrar—. Creí firmemente que debía ser yo quien la salvara, pero debes ser tú, James. —Se giró hacia él—. La vida de mi... de nuestra hija no depende de mí, sino de ti.
El escudo alrededor se debilitada, turbas de demonios se arremolinaban alrededor y sus garras comenzaban a atravesar la barrera. James soltó un profundo respiro y simplemente asintió.
—Entregaría mi vida por ella de ser necesario.
Venatrix recibió aquellas palabras cerrando los ojos y exhaló. Confiaba su vida y la de su hija en él. Eso era suficiente para tranquilizarla.
—Búscala y llévala a casa, sin importar el costo.
Mago Universal hizo un movimiento de manos y el escudo estalló en una onda que arrasó a sus adversarios. Con el camino despejado, los ojos de Venatrix se encontraron con la mirada soberbia del rey.
—Cómo pudiste... —dijo tan bajo que era imposible que un humano escuchara, pero al celestial oído del rey, su voz fue tan audible como si un grito se tratara—. ¿Involucrar a esos monstruos?
Sabía que a Lucifer siempre le enorgullecía creer que tenía el control de cada situación, que se anteponía vencedor en cada posibilidad, y lo utilizaría a su favor para ganarle tiempo a Mago Universal.
—Las acciones tienen consecuencias, Venatrix —enfatizó como quien reclama algo que le pertenece—. Nunca debiste desafiarme. Año tras año guiándote, enseñándote lo que nadie más te enseñaría, te di tanto y mi única condición fue tu lealtad —pronunció con reproche—. ¿Y qué recibo? —Alzó sus manos a cada lado, señalando todo el espacio donde se repartían los integrantes del Escuadrón—. Deslealtad. Ingratitud. Traición.
Pronunció aquellas palabras con desagrado, su gesto dio a entender lo mucho que lo asqueaba tener que admitirlo. Aquel que había sido acusado de la mayor traición vista, ahora se vestía de lealtad y castigaba cualquier acto deshonesto.
—Creí que lo habías aprendido después de tu última insolencia, que tuvo como resultado esa hermosa pincelada que ahora adorna tu rostro, pero no. Ahora es claro para mí, tu crecimiento amerita lecciones acordes a tu nivel: entre mayor poder, mayor deber ser el castigo.
Y para demostrar su siguiente punto, movió con gracilidad los dedos de su mano derecha para atraer la energía del suelo: pura oscuridad aderezada con fuego devastador; con ella formó el látigo que dirigió hacia ella, atizando con un chasquido justo en el centro del pecho. Una línea se abrió de allí hasta la clavícula, dejando un camino corrido de sangre que después se perdió por la presencia de la humarada que emergió de su interior. Venatrix era entonces un conglomerado de heridas que en el Infierno nunca sanarían y que, en lugar de sangre, desprendían el resultado del fuego después de quemar algo.
Inmutada, vio su nueva adquisición antes de regresar a Lucifer con una mirada dura.
—Ya no eres capaz de sentir —anunció él lo que sospechaba y que ahora confirmaba—. No sientes dolor físico, has estado fingiendo durante mucho tiempo.
Una mezcla de orgullo y rabia se mezclaron en el rostro del imponente rey.
—Por eso no aprendes —agregó—. ¿Una marca en tu piel te parece insuficiente? Pues bien, vayamos más allá de lo físico. —Dio un paso hacia ella—. Volveré al comienzo, Venatrix, marcaré tu alma una vez más, pero esta vez será por toda la eternidad, con un dolor agonizante del que no podrás huir y todo comenzará con el alma de tu hija siendo devorada por los...
—¡No! —gritó Venatrix, impidiendo que Lucifer terminara la oración.
Con su grito, atrajo el poder que el propio Lucifer le otorgaba, una ola de oscuridad se alzó detrás desde atrás y cayó sobre ellos, arropándolos en silencio.
No muy lejos de allí, decenas de garras pasaron las ígneas katanas de Amaterasu y, en un leve declive de fuerzas, se multiplicaron como plaga sobre ella, enterrándola como un mausoleo de blasfemias y horrores. Amaterasu no respondía, la oscuridad parecía haberla consumido, cuando un brillo se asomó en el tumulto, haciéndose mayor con los segundos, y una explosión de luz y fuego devoró a los demonios. Cuando más de ellos la rodearon, las fantasmagorías de Sombra le cubrieron la espalda. Galahad derribó y decapitó a varios gigantes, al mismo tiempo, cuervos gigantes descuartizaron a una legión de demonios de seis cabezas.
Juntas, luz y oscuridad, Amara y Katrina se convirtieron en la primera línea de defensa. Amaterasu volvía cenizas cualquier criatura lo suficiente estúpida para enfrentarse a ella, mientras que las invocaciones de Sombra la protegían.
Entonces, el piso debajo de la actriz se rompió. Ella logró saltar, pero de las entrañas del Infierno emergió una cosa hecha de sangre y órganos humanos. La impresión al encontrarse con tal aberración antinatural petrificó a la heroína, situación que el enemigo aprovechó para explotar y atacar en una nube de sangre que la dejó ciega por varios segundos.
Muchos demonios más aparecieron desde abajo, estuvieron a punto de matar a Amaterasu, cuando una larga espada negra las desintegró con una extraña corrupción oscura. Sombra empuñaba el arma, parecida a una mandíbula de tiburón, atestada de largos dientes. Un ojo negro miraba a Amaterasu desde el mango.
—¡Cuidado! —alertó Katrina.
Amara volteó, asqueada, evadiendo por poco la embestida asesina de un centauro infernal. Sombra recibió a la bestia con su espada y la degolló en el acto. Con una mirada, la actriz le dio las gracias a su compañera, ella asintió y se pusieron espalda contra espalda al verse rodeadas de nuevo por miles de demonios.
—Te juzgué mal, no eres mala, solo rara —dijo Amaterasu con una sonrisa sincera. No quedaban muchas esperanzas de victoria, pero, si iba a perecer, lo haría sin el insensato rencor en su corazón—. Lamento las cosas que dije sobre ti.
Katrina percibió que hablaba con la verdad, estaba arrepentida.
—Descuida, está bien. —Le devolvió la sonrisa.
Aun con todo su poder, estaban siendo superadas. Poco a poco, los monstruos de Sombra caían y las fuerzas de Amaterasu se agotaban, no aguantarían mucho tiempo en el corazón del Infierno luchando contra un enemigo infinito.
—Si no salimos vivas, quiero que sepas una cosa —comentó Katrina, viendo como Galahad y muchas de sus criaturas eran superadas por las interminables criaturas de Legión.
—¿Qué cosa?
—Tus películas de terror son pésimas.
Amaterasu no pudo evitar soltar una risita.
—Acabemos con estos malditos.
Ambas gritaron con sus últimas fuerzas y se lanzaron al ataque. Luz y oscuridad se habían unido en un último asalto temerario contra el Infierno. Pasaron unos minutos, cuando a su espalda se acercó una cansada Génesis, con su carabina de tres cañones accionada sin dar tregua al enemigo. Mago descendió frente a ellas, en su rostro había un deje de angustia.
—Mago Universal, las probabilidades de salir vivos de esta situación cayeron al doce por ciento —informó Génesis, su respiración estaba agitada—. No habrá mucho tiempo hasta que el entorno del Infierno termine por debilitarnos. Se requiere con urgencia un cambio de estrategia.
—He intentado mantenerme positiva todo este tiempo, pero el maldito Infierno está haciendo que me vuelva cada vez más pesimista —apoyó Amara—. Génesis tiene razón, James.
—Lo sé. Por eso ustedes dos vendrán conmigo.
Sombra asintió para ellos.
—Suerte, chicos, les ganaremos el tiempo que sea necesario —dijo Katrina, viéndolos alejarse de la batalla.
Si la muerte definitiva tenía sonido, aquella sinfonía de pesadilla que sus moribundos sentidos percibían, era lo más cercano que estaba de ella. Ese fue el único pensamiento que se atravesó por la cansada mente de Gia D'Angelo. Ya había perdido la noción del tiempo, no recordaba cuándo fue la última vez que vio la luz del sol, el escuchar del canto de las aves al salir de casa o la última vez que su nubosa visión había visto algo que no fueran demonios sacados de la más espantosa pesadilla. Se había rendido. Trató de entender qué había hecho mal en su vida para merecer aquel destino, pero nunca lo comprendió. Siempre se esforzó por ser buena hija y, en especial, buena persona, pero nada de eso parecía haber sido suficiente.
Hacía mucho que dejó de implorar por ayuda o de elevar oraciones entre lágrimas suplicando salvación. No distinguía en qué momento había muerto y había llegado a ese lugar, pero de algo sí estaba segura. Si la muerte la arrebató, fue durante su tiempo con ese sádico grupo de brujas, monstruos y asesinos que la secuestró. Ya lo había aceptado. Era su destino: una inocente recibiendo el más cruel castigo divino, que sería torturada por la eternidad en el Infierno, como lo rezaban los textos que acompañaron sus días desde niña.
Pero, ahora, los cánticos oscuros provenientes de lo que alcanzaba a teorizar como un abismo, le daban la idea de que todo terminaría, su alma y su cuerpo, si aún existía alguno, finalmente descansarían, no importaba si a cambio, ya ella no existiera nunca más.
Ese deseo se hizo lejano cuando un explosivo sonido alteró sus sentidos, casi como despertándola del trance. Un sinfín de púas crisálidas azules había surgido del suelo frente a ella y una barrera de fuego obstaculizó el paso de sus bestiales captores.
Los Grigoris, aterradoramente coordinados, voltearon a la par hacia el origen de la barricada. Sus ojos dorados brillaron para detallar la cercanía de un escudo de energía azul que volaba hacia ellos y, en el interior, Mago Universal, Génesis y Amaterasu. No emitieron sonido alguno ni mucho menos mostraron alguna reacción a través de sus máscaras, solo regresaron la vista al frente y continuaron con su misión sin importarles el abrasador bloqueo.
Entonces, un feroz rayo escarlata golpeó el escudo y el trío de héroes descendió en picada. Mago conjuró un improvisado brillo azul que los recorrió y así nivelaron el aterrizaje.
—¿De dónde vino eso? —preguntó Amara, desorientada, llevando su mano a la cabeza.
—Los Grigoris nunca están solos, querida. —Sonó una voz familiar—. Creí que lo habían aprendido ya en su estadía en el Infierno.
Al levantar la mirada, los héroes vieron a Lady Morpheus y Madame Nyx bloqueándoles el paso, arrogantes en sus gestos.
El océano de aberraciones demoníacas se derramaba sobre los aguerridos héroes sin ofrecer descanso. Vigilante peleaba codo a codo junto a Renegado, cuando de pronto se vieron separados de sus compañeros por una muralla impenetrable de enemigos, arañas mitad serpiente y una docena de gigantes; uno de ellos quiso aplastar al dúo de héroes con su gigantesca maza de hierro. Nakai empujó a Vincent fuera de la trayectoria, sin embargo, el muchacho salió disparado como una bala y se llevó consigo a varios demonios.
—¡Renegado! —exclamó el detective.
Los demonios restantes se abalanzaron sobre Vincent para hacerlo pedazos, pero, en el último minuto, Supernova lo rescató al descender y cargarlo en sus brazos.
—¡Tenemos que ir por él! —rogó el héroe de Krimson Hill.
A unos cuantos metros, dos gigantes más intentaron rematar a Nakai, mas inmensa fue su sorpresa cuando se levantó de un salto y de un solo puñetazo hizo estallar a uno de ellos, la sangre del demonio lo cubrió en una lluvia carmesí, dándole el aspecto de un berserker.
—¡Mi turno, hijos de perra! —gritó.
—Él estará bien —comentó Cass con una media sonrisa de orgullo.
De la nada, un contingente de criaturas parecidas a dragones negros atacó con llamaradas de muerte. Supernova respondió con un poderoso haz de energía, pero eran demasiados y venían desde todas direcciones, habrían sido devorados de no ser por June, quien disparó sus rayos láser y decapitó a las criaturas más próximas a sus amigos, que cayeron aplastando miles de enemigos.
—Necesitan ayuda.
El traje de la pelirroja se transformó. De sus botas y mochila emergieron pequeños propulsores que le permitieron unirse al combate aéreo.
—¡Masha, ya sabes que hacer!
«No te queda suficiente energía, June».
—Hazlo, es una orden.
De los hombros de la joven emergieron dos ametralladoras de plasma y sus guanteletes se unieron para formar un pesado cañón o, como le gustaba llamarlo, rayo de la muerte.
«Recomiendo no disparar un arma tan inestable, los nanobots de ensamblaje no fueron tan eficaces en la última prueba —rogó Masha—. Si esto falla, no podremos soportar una pérdida tan masiva de energía».
—Masha, ten fe...
Binaria apuntó y disparó el pesado cañón. Como consecuencia, una poderosa explosión eléctrica convirtió en cenizas a los dragones que perseguían Supernova, en un increíble cataclismo que incluso hizo estremecer al ejército de demonios ante tal despliegue de poder.
«Energía al 17% y no estás muerta, tenemos mucha suerte».
Binaria resintió el ataque, por su propia seguridad no podía volver a hacer algo así.
—Desvía toda la energía al sistema de armas, debemos resistir.
Las metralletas de plasma en sus hombros fueron accionadas y liberaron destellos de energía verde esmeralda sobre la horda.
Garra Nocturna, Nahia y Blazer lo daban todo en su deseo ardiente de sobrevivir y derrotar, o al menos contener a sus adversarios; volaban cabezas de demonios, brazos, piernas y algunos monstruos de Sombra; en su mayoría, Devoradores de fantasmas se mantenían junto a ellos vigilando los puntos ciegos y brindándoles protección en caso de alguna posesión.
Kriger, por su lado, lanzaba escombros, cadáveres, trozos de suelo e incluso demonios vivos contra la misma horda infernal. Por un instante estuvo rodeado, pero Vigilante y Supernova llegaron en su ayuda. Vincent tiró todas sus bombas de agua bendita y limpió parte del terreno, para luego caer destrozando la cabeza de un Evocador que planeaba sorprender al héroe novato.
Cargada de energía, Cassiopeia golpeó el suelo y derribó un centenar de horribles serpientes insectoides. Danilo aprovechó el momento para proyectarlos con toda su fuerza y derribar a varios gigantes que se acercaban.
—¿Estás bien? —preguntó Supernova.
El muchacho respiraba con pesadez, borbotones de sangre le cubrían nariz y boca.
—No por mucho si esto sigue así, rezo por que funcione lo que sea que estén haciendo los demás.
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