29. Hermosa mentira
Por RonaldoMedinaB & Metahumano
—Está tardando demasiado —comentó Venatrix, aferrando su agarre en torno al mango de su espada.
Mago Universal siguió de cerca el soplido que dio la cazadora cuando un mechón de cabello invadió su frente. Al igual que Camille, cada uno de los miembros del Escuadrón rodeaba la habitación con sus armas listas para recibir a su invitado.
—Paciencia —insistió James—. No sabemos qué le haya deparado a Cassiopeia del otro lado del portal. En cualquier momento podría...
—¡JAMES, AHORA! —escuchó a Supernova gritar a través de los altoparlantes de Masha.
Mago apresuró el movimiento circular de sus manos y dio origen a un portal por encima del equipo. Lo primero en brillar fue un sello de runas mágicas y, de inmediato, el interior del círculo ardió en llamaradas azules. En cuestión de segundos los golpeó una ventisca helada que meneó sus trajes y, de inmediato, un cuerpo la atravesó.
Kriger fue el primero en actuar, usó su telequinesis para mover a Vincent al otro lado de la sala, justo a tiempo para que Binaria y Génesis, uniendo sus esfuerzos, esposaran un anillo gigante en cada uno de los brazos del guerrero oscuro.
Mientras de los cinturones se desplegaba un traje tecnológico que contrarrestaba los efectos de la armadura infernal, Kriger terminó por lanzar el cuerpo inconsciente de Vincent hacia el centro de un sello perfectamente trazado en el suelo, justo a tiempo para que Supernova aterrizara con su puño izquierdo y rodilla derecha unos metros más allá, mientras Mago Universal cerraba el portal.
—Interioribus tenebris —recitó Venatrix, clavando su espada infernal en uno de los círculos.
—Arodarebil zul —pronunció Amaterasu desde el otro extremo del sello.
Ambas fuerzas despertaron haces de energía que danzaron en perfecta y distante sincronía alrededor de la marca, hasta que al fin se encontraron en el círculo interior que resguardaba el cuerpo de Vincent Hardy.
—Esta es por ti, amigo mío. —Los ojos de Mago Universal centellearon y, por orden de su hechizo, los de Vincent se abrieron para revelar un azul igual de intenso. Entonces, el mundo de James vibró con un impulso desenfrenado que lo catapultó a un nuevo escenario.
Oscuridad. Eso era lo único que existía en derredor. Se movía en hilos como serpientes, invadía el aire, el suelo, era un todo. James intentó concentrarse más allá de lo visible. Cerró sus ojos, sintió la bruma rozar su traje y golpear de lleno su rostro, pero por nada permitió que la oscuridad lo abrazara.
Fue entonces cuando el silencio sepulcral se quebrantó. La oscuridad siseaba, eran múltiples voces, se interponían entre sí, todas en lamento, exponentes de angustia, dolor y pesar.
«Gratissimum, Darksaber». «Tú serás la discordia encarnada». «Divídelos, guerrero oscuro», reconoció algunos susurros que se ahogaban con el viento helado.
Nuevos murmullos surgían, uno tras otro, sin detenerse. Chocaban contra él como dardos en un bucle cargado de negatividad. Lady Morpheus, Camille, Rebecca, James, el padre Esteban, incluso el mismo Vincent. Todas las voces por las que Vincent sentía culpa pululaban en aquella prisión.
Mago meneó su cabeza y apartó todos esos pensamientos ajenos de sí.
—Muéstrame a Vincent —ordenó con un impulso mágico en sus ojos.
La luz de su aura disipó la oscuridad alrededor y un camino se formó en medio. James frunció el entrecejo mientras dejaba escapar un largo suspiro. Reconocía una silueta al final del sendero.
Apretó sus puños y dio un paso adelante, luego otro, y otro y otro; cada vez con mayor seguridad y aplastante imponencia mágica que agonizaba el mal de aquella fosa. Pero entre más se acercaba, los pesares resonaban con mayor fuerza, interponiéndose ante él como una barrera y, en medio de toda esa negatividad, el verdadero Vincent Hardy se hundía de rodillas en su miseria, desnudo, de espaldas y prisionero de gruesas cadenas que quemaban su piel.
—¡Traidor! ¡Los engañaste! ¡Jamás te perdonarán! —Mago escuchó la voz de Vincent en el ojo de la tormenta, sonaba doblemente fuerte y acusadora—. Te convertiste en un monstruo. ¡Eres basura! ¡No mereces misericordia!
—¡Vincent! —gritó James, luchando contra la fuerza de la ventisca de sombras—. ¡No escuches las voces! —Se esforzó por atravesar la barrera con su mano.
—Vincent... cómo pudiste. —Una nueva voz retumbó con decepción. James se reconoció a sí mismo diciéndole aquello, y las palabras siguientes, aunque nunca salieron de su boca, fueron las estocadas que reforzaron la tempestad de tinieblas.
—¡Tú eras mi amigo! ¡Eras el héroe que admiraba Krimson Hill! ¡Los defraudaste a todos! ¡Te mereces esto! ¡Mereces la ruina, la muerte! Mirlo estaría decepcionado del villano que creó.
—¡Vincent, no lo escuches! ¡No soy yo, sigue mi voz!
Mago intentó acercarse, pero los lamentos aumentaron en potencia y reforzaron la barrera, apartándolo varios metros con una ventisca.
—¡Vinceeent!
Un golpe de tacón retumbó en la nada, tan fuerte, que opacó todo lo demás, como si el sonido huyera de su presencia.
—Después de todo este tiempo, finalmente lo encontraste. —La sonrisa triunfante de Lady Morpheus se reveló ante él—. ¿Pero qué se siente, querido, estar tan cerca de alcanzarlo, cuando a la vez estás tan lejos?
—No lo apartarás de mí. Ni a él ni a quienes me importan. No otra vez. Nunca más.
Elizabeth Morpheus rio por lo bajo, inmóvil desde su posición en el extremo contrario.
—Creí que no haber podido salvar a la señorita D'Angelo la última vez te enseñaría esta valiosa lección. —Deformó su sonrisa en un gesto irritado—, pero una vez más demuestras que eres demasiado terco y arrogante para aceptar la realidad.
—Sabes muy bien que no me rendiré sin pelear —afirmó James.
—Lo sé. —Alzó su mano para mirar sus uñas—. Pero, lastimosamente, mi estimado, esta pelea no te pertenece. Ya no. Vincent es mi prisionero por la eternidad y no hay forma de que puedas romper ese pacto.
—Daré hasta mi último aliento de ser necesario, pero Vincent se va conmigo.
—Fueron divididos desde adentro, puestos en contra unos con otros, sus más oscuras pesadillas cobraron vida de las más horribles y sádicas maneras alguna vez imaginadas. —Los ojos de Lady Morpheus fueron apoderados por su infernal escarlata mientras se elevaba—. Cuánto más debe sufrir Vincent para que entiendas... que no hay realidad en la que el Escuadrón de Héroes vuelva a estar completo otra vez.
Con toda la furia de su poder, Elizabeth Morpheus disparó contra Vincent, atravesando de un solo golpe el huracán de oscuridad que lo envolvía. Pronto las sombras se llenaron de escarlata y ráfagas de nefasta magia arcana se expandieron cuales ondas con Vincent como epicentro, moldeando el derredor con cada paso de la energía.
Calles, ventanas, casas, parques, rascacielos, personas, algo tomaba forma poco a poco con el hilar del hechizo. Mago Universal no tardó en descubrir a qué daba vida su rival y, negado por completo a permitírselo, contraatacó al instante. De los sellos rúnicos que creó en sus manos arremetió su fuerza mágica hacia su compañero y una pugna de poder empezó a distorsionar el encantamiento con un contrahechizo.
Aunque el escarlata que bañó a aquel retorcido mundo fue aplastante, el azul se infiltró como un parásito y, luego, todo se tornó oscuro, una nada imperecedera que se prolongó en el silencio.
Los primeros rayos de luz entraron por la ventana y casi parecieron acariciarle el rostro con su calor. Sus ojos se abrieron. Cuando se incorporó, por una fracción de segundo, no estuvo del todo seguro de dónde se encontraba, fue entonces cuando el olor de las tostadas llegó a su nariz y lo hizo sonreír.
Vincent volvió a arrojarse a la cama, aún con una sonrisa de oreja a oreja en su rostro, y se estiró. Desde el living, la armoniosa voz de Shannon Hoon entonaba los versos de "No Rain". Casi inconscientemente Vincent acompañó sus palabras en un susurro.
—And all I can do is read a book to stay awake, and it rips my life away, but it's a great escape.
Mientras la banda seguía sonando, él se levantó y se dirigió al comedor. Al pasar junto a la puerta del baño, escuchó el sonido de la ducha y se planteó meterse, pero sabía que, si lo hacía, sin duda llegaría tarde al trabajo, así que continuó su camino. Ya tendría tiempo para eso más tarde.
En la mesa del comedor, su desayuno lo esperaba junto a un plato que ya había sido vaciado. Sin embargo, decidió que el día debía ser aprovechado, así que tomó su plato repleto de comida, su taza de té y llevó todo al balcón, donde se sentó en la pequeña mesa a comer mientras observaba al sol alzarse por sobre los enormes edificios de la ciudad.
Krimson Hill era una ciudad hermosa sin lugar a dudas, pero para Vincent las mañanas eran especiales. No podía decir qué era lo que le producía aquella fascinación casi hipnótica al ver la luz avanzar lentamente por las calles hasta cubrirlo todo, pero hacía ya tiempo que había dejado de buscar explicaciones y se decidió a tan solo disfrutarlo por lo que era.
Pronto, su plato estuvo vacío y, tras darle una última mirada a su ciudad, se lo llevó a la cocina junto al otro para lavarlos.
La música aún sonaba y él la acompañaba con los rítmicos movimientos de la esponja sobre la vajilla, absorto por completo en su tarea, cuando, de repente, unas manos se posaron sobre su cintura y lo sobresaltaron.
—Buenos días, V. ¿Te asusté?
—Eso quisieras. —El olor de su perfume era casi embriagado, se giró para poder verla—. Buenos días, Cass.
Con delicadeza, la tomó del rostro y la besó. Ella le respondió con una sonrisa, y él sintió que iba a perderse en esos ojos que siempre parecían brillar de una manera especial.
—Perdón que no te esperé para desayunar. Hoy tenemos mucho trabajo, así que tengo que ir temprano.
Esta vez fueron sus manos las que se posaron sobre la cintura de ella, atrayéndola un poco más cerca.
—Estoy seguro de que las momias van a seguir allí cuando llegue al museo, señorita Nox —sugirió él y sus labios volvieron a encontrarse brevemente.
—Lo sé, pero tú sabes cómo es: cada segundo que la curadora no esté allí corremos el riesgo de que alguien desate por accidente una maldición milenaria sobre el mundo —replicó ella en tono sarcástico.
—No puedo discutir con esa lógica. Ve a salvar el mundo, cariño.
—No te preocupes, lo haré. —Con un último beso, ella se alejó, deteniéndose solo para tomar su maletín que descansaba en el suelo, apoyado en el marco de la puerta—. Por cierto, recuerda que...
—Tu hermano llega el fin de semana. No te preocupes, ya hice las reservas para ir a comer con Cepheo.
—Mi héroe —dijo ella con una sonrisa desde la puerta, antes de irse.
Tan pronto como los platos estuvieron limpios, Vincent procedió a vestirse y apagar el reproductor antes de salir del departamento. Faltaban tan solo diez minutos para las 9:00 a.m. y detestaba llegar tarde, de forma que, una vez en el estacionamiento, se montó a su moto y aceleró hasta sumergirse en las concurridas calles de la ciudad, completamente ignorante de la oscura figura que lo había estado observando, oculta entre los autos.
Con el tiempo justo, Vincent se detuvo frente a un resplandeciente edificio y empujó las puertas del orfanato San Francisco de Sales, donde fue recibido por la sonrisa de su secretaria Dolores, que, como todos los días, lo esperaba pacientemente sentada detrás de la recepción.
—Buenos días, director.
—Todos los días son buenos cuando te veo, Doly —bromeó él, sacándole una sonrisa a la señora mayor—. ¿Él ya llegó? Dijo que tenía algo importante que hablar conmigo.
—Sí, está en el jardín con los niños —respondió ella, mientras tomaba su maletín y su abrigo para dejárselo en la oficina.
Vincent le dedicó una última sonrisa y se adentró aún más en el orfanato. No pasó mucho tiempo hasta que los niños comenzaron a pasar a su alrededor, algunos se detenían a charlar, otros solo lo saludaban con la cabeza o con una mueca. A pesar de que el lugar estaba repleto, era admirable el orden y la limpieza, que parecían destacar por la luz que entraba por las enormes ventanas.
Con paso apurado, Vincent cruzó la sala de recreación que conducía al jardín, pero se detuvo en seco cuando una voz casi robótica pareció gritarle al oído:
—Diez muertos en un enfrentamiento entre bandas en Silent Side.
Increíblemente alterado por esas palabras, Vincent se giró y se encaminó hacia la televisión, donde el reportero seguía relatando el sangriento asunto con una voz monótona y desinteresada. Él ya se encontraba frente al aparato y, sin embargo, no era capaz de juntar la fuerza para apagarlo o cambiar de canal. Allí se encontraba, casi como paralizado, escuchando la hipnótica voz del periodista, que en un momento pareció mirarlo directo a los ojos.
—Podrías haberlo detenido —dijo el reportero y escupió esas palabras casi con asco.
La temperatura de la habitación pareció aumentar, sus manos comenzaron a sudar y su corazón a correr. Vincent no podía entender lo que sucedía, sentía que estaba perdiendo la razón, pero entonces, una pequeña mano se posó sobre la suya y lo arrancó de su catatónico estado.
—Director Hardy, ¿se encuentra bien? —preguntó una niña que lo observaba con curiosidad.
De inmediato, una nueva figura apareció detrás de la niña y la tomó por los hombros.
—Luna, deja en paz al director —la increpó su hermano, y ella solo le dedicó una mirada de confusión—. Lo siento, señor...
—Tom, ¿cuántas veces tengo que decirte que me digas Vincent?
—Lo siento, señ... Vincent —se corrigió el muchacho a último momento y ambos se dedicaron una leve sonrisa.
—En tanto a Luna —dijo mientras se ponía en cuclillas para quedar a la misma altura que la niña de diez años—. Gracias por preocuparte por mí, pero me encuentro bien. Tan solo me distraje con...
Vincent volvió la mirada a la televisión, pero no había rastros del periodista de antes, ni de la trágica noticia que lo acompañaba. En su lugar, una reportera con su brillante cabellera negra suelta y un aspecto seductor a pesar de su edad, sonreía a los televidentes y daba datos mientras que el título debajo de ella rezaba «Crimen a la baja por décimo año consecutivo». Había algo que le resultaba extrañamente familiar en ella, pero Vincent no podía asegurar de qué se trataba. Sacudiéndose aquella sensación, él volvió la mirada hacia los hermanos Davis, que aún parecían aguardar respuestas.
—... la televisión. Ahora, si me disculpan, me están esperando en el jardín, y ustedes tienen clases a las que asistir, ¿verdad?
Los dos jóvenes compartieron una mirada cómplice que hizo recordar a Vincent su propia juventud en el orfanato. Observó a los hermanos Davis alejarse, deseando que algún día una persona especial cruzara la puerta del lugar y descubriera en ellos a sus hijos, tal y como le había pasado a él hacía ya años. Decidido a no seguir perdiendo tiempo, Vincent se obligó a apartarse de aquellos felices recuerdos y volver su atención al presente. Casi sin prestarle atención, apagó la televisión y continuó su camino.
Al abrir la puerta que daba al jardín, los olores primaverales lo invadieron, junto con un grupo de niños que venían corriendo y lograron esquivarlo de pura casualidad. Más adelante, podía ver a su socio, su hermano, trabajando en la huerta junto a un grupo de niños que se encontraban absolutamente absortos en aquella actividad. Empezó a acercarse, pero entonces Ryan Orvin alzó la vista y se le adelantó.
—Vaya, parece que el director finalmente logró despegar la cabeza de la almohada —dijo mientras se levantaba y sacudía sus sucias manos en el delantal de jardinería que llevaba puesto, mientras que unos niños se reían de su chiste—. Un gusto que hayas decidido aparecer.
—No fue una batalla fácil, pero lo logré. —Los viejos amigos se dieron un fuerte apretón de manos—. Si me disculpan, tengo que llevarme prestado al jardinero durante un rato.
Ryan asintió y se volteó, buscando a alguien con la mirada, hasta que al fin dio con su objetivo y señaló a un muchacho alto que leía un libro sentado en un banco del enorme jardín.
—Jonas, ¿puedes hacerte cargo mientras me voy?
El jóven despegó de inmediato la mirada del libro y asintió, levantándose de forma casi automática para cumplir con la tarea que le había sido asignada. Entre tanto, Vincent esperó a que Ryan dejara toda su indumentaria de jardinería a un lado y lo alcanzara en la puerta del orfanato. Ambos cruzaron los pasillos poniéndose al día de su vida y hablando de algunas cuestiones generales sobre su trabajo, hasta que se encontraron en la oficina de Vincent, donde Ryan se dirigió de manera casi instantánea a la máquina de café.
—Por cierto, antes de que me olvide, ¿sabes si estamos teniendo problemas de conexión en la televisión?
—¿Qué tipo de problemas? —preguntó Ryan, echando una inhumana cantidad de azúcar a su café.
—Señales que se cruzan, canales que no deberíamos tener... juraría que...
—Deja de hacer eso.
—¿De hacer qué?
—De buscar problemas que resolver. —Ryan dio un largo trago de su café antes de tomar asiento frente a Vincent, que ya se encontraba detrás del escritorio con la mirada clavada en su amigo—. No me hagas esa cara como que no sabes de lo que estoy hablando. Te conozco desde que eras un niño, siempre fuiste igual.
—No tengo idea de lo que estás hablando —mintió.
—Vince, toda tu vida te la pasaste buscando cosas que arreglar y es genial, porque fue tu iniciativa la que mantuvo vivo el orfanato luego de que el padre Esteban se retirara, pero otras veces... —Ryan se dio un segundo para seguir tomando su café, Vincent no podía entender cómo no se quemaba bebiéndolo tan rápido—. Otras veces te distraes de lo importante. Todo está marchando sobre ruedas: tienes a tu familia, tú y Cass finalmente se mudaron juntos y el orfanato está funcionando mejor que nunca.
—Lo sé, pero...
—Tan así, que estamos invitados a la gala esta noche. —Antes de que Vincent pudiera decir otra palabra, Ryan estiró la mano hasta un cajón cercano desde donde sacó dos pedazos de papel que tendió a su amigo.
—¿Gala? —preguntó Vincent, confundido, y de repente recordó el gran evento a celebrarse en la ciudad—. Oh...
—Así es, LA gala, así que, tan solo por hoy, voy a pedirte que no busques algo que resolver —continuó Ryan, levantándose para darle su entrada a Vincent—. Merecemos esto, Vince, estuvimos trabajando duro.
Vincent abrió la invitación, la leyó, y miró a su amigo. Sabía que tenía razón. Aquella invitación era prueba de que estaban en el camino correcto y, más aún, daba la posibilidad de conocer a personas realmente poderosas dentro de la comunidad, que pudieran aportar su grano de arena para mejorar las condiciones de los chicos del orfanato. En el peor de los casos, estaba la posibilidad de pasar una linda velada junto a Cass y Ryan, así que, con una sonrisa, asintió y dejó la invitación sobre el escritorio.
—Supongo que tendré que desempolvar el traje.
—Ese es el espíritu —respondió Ryan—. Ahora, si me disculpas, hay gente que de verdad trabaja por aquí. Esa huerta no va a funcionar por sí sola.
—Bien, pero no olvides que tenemos que controlar el inventario de la cocina.
—Eres el jefe, jefe.
Ryan desapareció tras la puerta cerrada y Vincent permaneció allí en silencio durante algunos segundos, mirando la invitación a la gala como si fuera tan solo un producto de su imaginación, algo que desaparecería en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, allí permanecía, medio abierta y con su nombre escrito en una tipografía elegante y prolija. Había algo en ella que lo hacía sentir incómodo, no podía desprenderse de la sensación de que aquello no era real, así que, como último recurso, la tomó y la guardó en el cajón de su escritorio.
Ya con la carta fuera de su vista, Vincent trató de enfocar su mente en el trabajo. Fue así que pasó horas con la vista clavada en papeles, revisando el presupuesto, repasando inventarios, aceptando donaciones, aprobando excursiones y buscando fondos para nuevas actividades, cualquier cosa que lo distrajera de aquella maldita voz que, de forma suave, casi como si hablara desde el fondo de un pozo, repetía: podrías haberlo detenido. Hizo todo lo posible por ignorarla, pero seguía ahí y él lo sabía.
Unos repentinos golpes en su puerta lo arrancaron con violencia de su trabajo, y se encontró sobresaltado observando a su secretaria, que lo miraba desde la puerta con una mezcla de curiosidad y preocupación.
—¿Está todo bien, Vincent?
—Sí, Doly, lo siento. Estaba distraído con estos papeles, ¿pasó algo?
—Ya son las cinco de la tarde, Ryan me pidió que te recuerde la gala. Él sabía que se te iba a pasar.
Vincent volvió la mirada hacia el cajón donde había guardado la invitación. Su amigo tenía razón, lo había olvidado por completo. Agradeció a Doly el recordatorio y se disculpó por no dejar su oficina en todo el día, alegando que había traído comida desde su casa cuando ella le preguntó, con clara preocupación, si había comido algo en el transcurso del día. Se sintió mal mentirle, pero supuso que era mejor una mentira piadosa a dejarla con trágicos pensamientos durante el resto del día.
Apurado, envió un mensaje a Cass para avisarle sobre la gala, levantó sus cosas y volvió a salir a las calles de Krimson Hill, donde su amada motocicleta lo esperaba. El motor de la máquina no tardó en ronronear y su rostro pronto sintió el golpe del viento a medida que volvía a su departamento, distrayéndose por unos segundos con una gigantografía en el centro que anunciaba:
«Marylin la Magnífica
Show de magia en vivo desde el teatro Grand Guignol».
La imagen de la estrella del show lo atrapó. De nuevo sintió una extraña e inexplicable familiaridad con aquella persona que, hasta donde sabía, jamás había cruzado en su vida. El bocinazo de un auto lo arrancó de aquellos pensamientos y tuvo que pegar un volantazo para no chocar, aunque se ganó unos cuantos pitos y una cantidad similar de insultos de parte de los demás conductores.
Al cabo de unos minutos y con el corazón todavía acelerado por la tragedia apenas evitada, Vincent descendió al estacionamiento de su edificio y no tardó en encontrarse con el portero de camino a su hogar.
—Buenas tardes, señor Hardy, ¿tuvo un buen día en el trabajo? —preguntó él con una sonrisa, como solía hacerlo cada vez que se cruzaban.
—Fue un día atareado, pero nada que no pueda manejar —respondió Vincent mientras esperaba el ascensor.
—Me alegra escuchar eso, pero sabe que debe escapar, ¿verdad?
—¿Disculpe?
—Tiene que escapar, antes de que sea demasiado tarde.
Ante aquellas palabras, Vincent dirigió la mirada al portero, aún le sonreía y, sin embargo, aquello ya no era una sonrisa. Se sentía forzada, incómoda, rozaba lo inhumano. Vincent vio un destello azul en los ojos del portero que pareció distorsionarse alrededor y, de nuevo, tuvo la sensación de que estaba enloqueciendo poco a poco. Fue entonces cuando la puerta del ascensor se abrió y una mujer de larga cabellera negra y un ajustado vestido escarlata pasó justo entre ellos. Una vez que la mujer desapareció de su vista, el portero ya no sonreía, sino que lo miraba con preocupación.
—Señor Hardy, ¿seguro que se encuentra bien?
—Tal vez estoy más cansado de lo que creí —admitió, sacudiendo la cabeza para quitarse aquella sensación de extrañeza.
Vincent subió al ascensor y luego entró a su departamento, tratando de ignorar el encuentro. Tenía algunas horas antes de la gala, pero le gustaba estar preparado antes de tiempo siempre que fuera posible, además, necesitaba algo que lo mantuviera distraído, así que fue al baño y dejó que el agua caliente limpiara su cuerpo y despejara su mente.
Las horas pasaron. Cass llegó del trabajo y ambos comenzaron a darse los toques finales a medida que el sol caía y las sombras volvían a cubrir Krimson Hill. Ella intentó averiguar qué era lo que le ocurría, pero él esquivó todos sus intentos con algún chiste y trató de disimularlo, aún a sabiendas de que esas estrategias ya no funcionaban con Cass.
Sin embargo, decididos a no dejar que nada arruinara esa noche especial, ambos terminaron de prepararse y llamaron un taxi. Mientras esperaban su carruaje, Vincent no podía dejar de admirar la belleza de su compañera. Se preguntaba en repetidas ocasiones cómo era que un idiota como él había logrado que una mujer como ella lo notara. Ella percibió que lo observaba y le dirigió algunas sonrisas disimuladas.
Una vez que el taxi estuvo en la puerta del edificio, fue solo cuestión de minutos hasta que se encontraran frente al imponente edificio del ayuntamiento. La enorme estructura gótica destacaba por sus enormes ventanales, antiguas puertas de madera y una refinada cúpula de cristal que llenaba de colores el lugar durante el día. En la puerta, Ryan los esperaba para entrar, vestido con un esmoquin que, según él, lo hacía ver como James Bond, y un vaso de champagne en su mano.
—Siempre sobre la hora, ¿verdad? —señaló mientras veía a la pareja subir las escaleras en su dirección.
—Un mago nunca llega tarde... —comenzó a recitar Vincent, sacándole una sonrisa a su amigo.
—Vamos, están a punto de dar el discurso de bienvenida —apuró Ryan, dándole un largo trago a su vaso.
El trío se adentro en el edificio y pronto descubrieron que era mucho más imponente por dentro, aún si era difícil apreciar los detalles en aquel mar de gente. Lo único que destacaba era una enorme estructura en el centro, cubierta por una manta, a la espera de ser develada. Sin embargo, no tuvieron mucho tiempo para estudiar el espacio, ya que de pronto las luces bajaron y los reflectores se enfocaron en el escenario.
Una mujer subió las gradas, atrayendo todas las miradas a medida que se acercaba al micrófono. Se la notaba incómoda, como si supiera que no pertenecía a ese ámbito, pero hacía lo mejor que podía para disimularlo. Cuando al fin estuvo frente al micrófono, los murmullos de la audiencia se apagaron y el silencio fue total.
—Buenas noches a todos y sean bienvenidos a esta gala que busca reconocer a todos los héroes que hacen grande a nuestra ciudad. —Las palabras salían de su boca casi como si las escupiera. Se sentían atropelladas, desprolijas y apuradas—. Para aquellos que no me conocen, soy la Comandante Rebeca Miller, y el Comisionado Walker me ha pedido que diga unas palabras en honor a la persona que estamos aquí para reconocer por todos sus esfuerzos, aquella que inspiró esta gala y a miles de ciudadanos en Krimson Hill.
Vincent y Rebecca cruzaron miradas entre la multitud y, por un breve segundo, él sintió de nuevo aquella sensación de extraña familiaridad que lo había estado acompañando durante el resto del día. Tomó un vaso de champagne de la bandeja de uno de los mozos y se lo empinó en un intento de escapar a esas ideas. Sin embargo, cuando volvió la mirada al escenario, notó que Rebecca aún tenía la mirada fija en él.
—Hace diez años, Mirlo cruzó por primera vez los cielos de esta ciudad y las cosas no volvieron a ser iguales. Hoy podemos encender la televisión y ver noticias sobre el guardián de San Francisco, o el protector de Ciudad Capital, pero, para nosotros, todo empezó con él. Hubo tiempos difíciles, pero no bajamos nunca los brazos y hoy podemos decir que Krimson Hill no solo es una de las ciudades más seguras del país, sino también una de las más seguras del mundo.
El breve silencio que dejó la Comandante fue llenado por un estruendoso aplauso.
»Es por eso que en este momento honramos al hombre que nos ayudó a pensar en un mejor futuro, viviendo un mejor presente. No sabemos su nombre, no conocemos su rostro, pero todos sabemos quién es y esperamos que él sepa cuán agradecidos estamos. Es mi placer presentarles la estatua al héroe de la ciudad, aquel que representa las mejores partes de nosotros: la valentía, la fuerza y la justicia, pero también la compasión, el perdón y la solidaridad. Sin más, alcemos nuestras copas y brindemos a su salud, y a la de todos los héroes que día a día construyen nuestra ciudad.
La multitud alzó sus copas y bebió al tiempo que la estatua central era destapada para revelar al guardián de la ciudad. Sin embargo, la alegría y las risas pronto se convirtieron en gritos de horror y desesperación cuando la cúpula de cristal estalló y un cuerpo quedó colgando a escasos metros de la gente. No cabían dudas de quién se trataba: era Mirlo. Su cuerpo inerte se balanceaba de aquí hacia allá, dejando caer sangre de sus heridas sobre los aterrados invitados. Vincent observaba el horroroso espectáculo con una inexplicable mezcla de curiosidad y furia que lo forzaban a moverse hacia adelante, ignorando los gritos de Cass y Ryan que le rogaban retirarse.
Aún sin que lo terminaran de asimilar, el cadáver de Mirlo fue envuelto por unas inexplicables llamas azuladas que lograron hacer que casi todos los invitados salieran en una brutal estampida hacia la salida. Pero no Vincent. Siguió avanzando, absorto en el fuego que hacía arder el cuerpo del héroe. Sentía un dolor en el pecho que le fue demasiado familiar para ser ignorado. Los cristales seguían lloviendo desde el cielo, pero Vincent no aminoró su marcha. Solo se detuvo cuando estuvo a pocos metros del cuerpo. Fue entonces cuando lo vio: allí afuera, apenas iluminado por el fulgor del fuego y la luna, una oscura figura lo observaba con atención, casi atravesándolo de lado a lado con sus brillantes ojos azules mientras el espacio a su alrededor se distorsionaba en el mismo color.
En un abrir y cerrar de ojos, la figura desapareció, pero Vincent sabía muy bien lo que había visto e, inexplicablemente, también sabía bien qué era lo que tenía que hacer: iba a cazar a la bestia y obtener respuestas, así fuera lo último que hiciera en su vida.
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