26. Familia Nova
Por Kathwriter & RonaldoMedinaB
✝️ En memoria de Kira Caliz (Supernovx-) ✝️
1998 - 2020
El Paso, Texas.
—¿Podrías recordarme por qué aguardamos en un estúpido coche si puedes volar? —Cass giró la vista ante la pregunta de Ben.
—Porque vomitaste por segunda vez consecutiva cuando llegamos y porque queremos pasar desapercibidos. Es nuestra única oportunidad de rescatar a Assim. No podemos...
—Hacer lo que esperan que hagamos —completó él con un suspiro de resignación.
Ella chasqueó la lengua.
—Exactamente, no hay margen de error, dales una oportunidad para vencerte y la tomarán.
Ben le dedicó un asentimiento de cabeza y le sonrió.
—No le daremos la más mínima oportunidad —se limitó a decir.
El paisaje desértico se extendía delante de ellos, silencioso y caluroso. Estaban ocultos en la cima de una colina, desde donde tenían una vista perfecta del camino bajo sus pies, el lugar por el que el convoy estaba a punto de pasar.
Ben no podía dejar de pensar en lo peligroso de su plan, en todo lo que estaba en juego y, en el fondo, también se preguntaba: «qué estarían haciendo las pobres personas a las que les habían robado el todoterreno en el que se encontraban?». Caminar en el desierto, bajo el sol...
«No seas llorón, es un préstamo, y perderemos más si no lo tomamos», le dijo Cass.
Era cierto, claro, pero no dejaba de sentirse un poco mal por la pareja de turistas que quedaron a la suerte.
Cass miraba el reloj y la pantalla de la tableta cada ciertos segundos, con una concentración digna de un campeón mundial de ajedrez. Hasta que la manecilla del reloj que marcaba los minutos pasó el número doce, una de las comisuras de su boca se alzó.
—¿Cuál dijiste que era tu poder? —le preguntó Cassiopeia.
—Nunca lo dije.
—Pues prepárate para usarlo. Acabaremos con esos hijos de puta —dijo, y pisó el acelerador.
Descendieron por la colina, el polvo se alzaba a su alrededor como una nube y el viento silbaba demasiado fuerte para escuchar siquiera sus pensamientos. El convoy apareció delante de ellos, veloz como el tren bala, y, en medio de él, un tráiler negro.
Cass se las arregló para cargar su lanzagranadas y conducir. Miró de reojo a Ben, ya había hecho lo mismo. La polvareda que levantaron no tardó mucho en ser percibida, y lo que comenzó como un ataque encubierto se transformó en una lluvia de balas. Todo se volvió una rutina de conducir, cubrirse, atacar. Por suerte, las municiones no eran como las convencionales, tenían una potencia superior y lograron hacer daño al blindaje.
—Esto debe ser para ti como ir al jardín de niños —gritó en el calor de la batalla.
—Cállate y prepárate —avisó mientras movía toda la palanca hacia el frente. Su puño tuvo un leve resplandor, bastó un golpe ligero para romperla.
Supernova tomó a Ben con rapidez y se alzaron en el aire, justo a tiempo para que el todoterreno se estrellara con los autos delanteros que protegían el tráiler, justo en el blanco, tal como lo habían previsto. La explosión descarriló los demás vehículos.
El conductor de la cabina que transportaba a Assim hizo un esfuerzo mayor por retomar el volante, pero Ben se lo impidió. Desde el aire, los disparos certeros de su arma arrasaron con vidrios blindados y conductores.
El convoy se había desestabilizado. Ese era el punto, atacar, pero todo bajo un límite razonable para no lastimar a Assim. Lo que ocurrió después, lo cambió todo. Un leve temblor sacudió la tierra, nada grave, pero lo suficiente fuerte para quitarles ventaja, luego se oyó un rugido fuerte y el verdadero temblor comenzó.
La tierra se movía en ondas, tan rápidas como el oleaje del mar, las piedras comenzaron a caer, pero eso no fue lo peor: el fuego se propagó, el convoy había caído con tanta fuerza que los tanques de gasolina amenazaban con explotar.
El terremoto se detuvo.
Cass y Ben emitieron un grito mudo, el horror se apoderaba de sus rostros. Descendieron de inmediato junto al tráiler derribado. Estaba en llamas; los conductores, muertos. Por suerte, el metal que lo cubría había quedado intacto luego de la explosión, pero la incertidumbre los carcomía.
Supernova corrió directo a las gigantescas puertas. Con sus manos brillantes, tomó las manijas, la energía de su cuerpo calentó los soportes y de un solo movimiento las arrancó del vehículo.
Con la respiración agitada, se internó para encontrarse con un joven inconsciente, bocabajo, prisionero de una celda ovalada a sus pies, que lo sujetaba de cada una de sus extremidades.
El calor la sofocaba, el sudor se acumulaba en gotas sobre su rostro. Desesperada, Cassiopeia disparó a los cuatro puntos que sujetaban al muchacho y lo recibió en sus brazos cuando cayó de la superficie.
Ben se apartó del camino para permitirle dejarlo en el suelo. Assim parecía estar con vida, un poco aturdido nada más.
Cassiopeia inspiró profundo sin dejar de mirarlo. Era un niño cuando lo conoció, ahora era un adolescente, tenía el mismo cabello castaño desordenado, largo y piel pálida, aún escuálido, pero había crecido varios centímetros.
Ben interrumpió el hilo de sus pensamientos. Ella no lo escuchaba, no en realidad, estaba concentrada en Assim, en la diadema sobre su cabeza, en sus manos atadas, en las claras muestras de tortura. Por último, en el brazalete que lo identificaba como NOVA-150.
—Malditos monstruos —sollozó de impotencia.
—Nox, tenemos que irnos —insistió, con el fuego acercándose a los goteos de gasolina.
Ben cargó a Assim sobre sus hombros y aceleró el paso junto con Cassiopeia. Todo lo demás sucedió en cámara lenta. Justo cuando depositaron el cuerpo del chico sobre la arena caliente, el convoy explotó. Esa vez ardió en llamas cada vez más altas. Había sido un golpe de suerte.
Ben se desplomó en el suelo caliente y suspiró.
—Eso estuvo cerca —comentó, agitado—. Demasiado cerca.
Ella asintió.
—Pero lo hicimos —contestó con un hilo de voz—. Lo logramos, Ben. Lo salvamos.
Las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos, pero las retuvo. Un gemido los hizo darse la vuelta, Assim despertaba y, por sus ruidos guturales, parecía realmente dolorido.
—Todo estará bien —le habló Cass—, estás a salvo.
El chico sonrió levemente, luego hizo una mueca de dolor, se volvió hacia un lado y escupió sangre.
—No te muevas —pidió Ben—. Déjame revisarte.
Cassiopea se le adelantó, hizo que el muchacho se recostara y se inclinó sobre él.
—¿Dónde te duele? —preguntó.
—Aquí —respondió Assim con los ojos vidriosos, señalando su pecho—. No quiero morir... por favor.
—No lo harás —aseguró ella, acercando su mano temblorosa al pecho del joven, dispuesta a romperle la camisa.
Tenía moratones en el cuello, uno era especialmente grande, en forma circular, de manchones rojizos, verdes y morados.
—No moriré —musitó de nuevo, sufrido en sus palabras.
—No, no lo harás —respondió Cass con dulzura.
—No lo haré... pero no puedo asegurar lo mismo de ustedes.
Assim lanzó su puño contra Benjamin, y una frecuencia vibratoria repentina lo catapultó por la arena. A Cassiopeia no le dio tiempo de reaccionar. Con una fuerza descomunal, las manos de Assim la rodearon por las muñecas, como garras, y una sonrisa macabra transformó su rostro.
Supernova intentó zafarse, no pudo. Assim era demasiado fuerte y apretaba su cuello con saña, con ira, con tanto odio que, por primera vez en mucho tiempo, Cassiopeia sintió miedo, miedo de verdad.
Sus puños comenzaron a brillar en defensa, pero la tenacidad en el agarre del muchacho era tal que ella ni siquiera lograba levantar sus propias manos.
—Hoy no habrá supernovas —amenazó con una sonrisa sádica.
Assim le dio un fuerte cabezazo, liberando una onda que la apartó muchos metros más y la mandó a rodar por la arena. No le permitió levantarse, cuando con otra onda vibratoria la derribó de nuevo.
El joven escuálido levantó sus brazos mientras con ambas manos emanaba nuevas ondas, sus manos temblaban, la gigantesca roca que desterraba con sus poderes también lo hacía.
Luego la arrojó contra Cassiopeia, pero la piedra explotó en miles de pedazos antes de llegar a medio trayecto. Una nube de tierra se levantó a su alrededor, los ojos de Supernova brillaban como el sol, al igual que sus manos, un chorro de sangre corría por su nariz y el furor de su energía se propagaba por el resto de su cuerpo.
Assim mantuvo la mirada fría.
—No permitas que te conviertan en su monstruo —expresó Cass.
—Tal vez ya sea uno.
Las fuerzas de ambos chocaron en una feroz batalla de control, con el uno intentando superar al otro, la energía de Supernova ganaba terreno durante segundos, luego lo hacían las ondas vibratorias que Assim disparaba. Nada los contuvo de dar el máximo de poder.
Entonces, un pulso repentino los apartó.
El golpe al chocar no sonó, tampoco el rastro de su inestable aterrizaje. No se escuchaban las aves o el silbar del viento. El sonido a su alrededor se había amortiguado de repente. Por un segundo, Cassiopeia sintió que moría.
Quizás así era.
Luego reconoció a Ben. Llegó de la nada, con sus fuerzas renovadas, imparables, como si hubiera tomado todo el impulso del mundo.
Assim buscó la revancha con otro disparo de ondas. Pero, por primera vez, algo fue diferente, el ruido en ellas se había extinguido también.
Ben permaneció inamovible en el medio. Las ondas llegaron hasta él, pero no le provocaron ni un rasguño. En cambio, el campo insonoro que proyectaba con sus poderes se hizo visible por leves segundos, como una barrera de fuerza que consumió el ataque.
El ruido seguía muerto, pero el furioso bufido de Assim fue notorio aún cuando todo a su alrededor estaba en silencio.
Solo supieron que un terremoto se desarrollaba cuando el suelo comenzó a sacudirse. Ben apretó los puños y clavó la vista al frente, completamente concentrado. Entre toses y temblores, Cass sintió el leve choque de dos ondas.
Assim disparaba con todo lo que tenía, retenía las ondas sin bajar la guardia. Ben permanecía de pie, apretando sus puños con más fuerza, una vena se marcaba en la frente de su tez morena.
Cassiopeia solo pudo estar segura de una cosa en ese momento: alguno de los dos iba a caer, y temía por ello.
La expresión eufórica en Assim redobló su cólera. El campo insonoro de Ben temblaba tanto que empezaba a ceder, pequeñas brechas se abrían, pero el moreno empuñaba más fuerte, y el escudo cubría de nuevo las partes quebradas.
Cuando Ben logró contener la energía suficiente, extendió sus brazos hacia el frente y el campo se liberó. Assim salió disparado, golpeándose fuertemente la cabeza contra el suelo, tanto, que la diadema metálica se le desprendió.
Supernova corrió hacia el chico. Assim se sacudía con dolor entre gritos, sollozando, el sonido había regresado.
—Él me obligó a hacerlo... yo... yo no quería. —Rompió en llanto—. Yo nunca quise lastimar a nadie. Lo- lo siento... lo siento mucho.
Ben tensó su mandíbula, mientras Cassiopeia puso su mano sobre el hombro del chico.
—Todo está bien ahora, Assim —comentó Cass con voz ronca, intentaba créerselo ella misma—. Todo está bien...
Meses después.
Un rayo de sol se coló por la ventana y se depositó sobre una de las estanterías de su despacho, justo en el lugar en el que reposaba un brazalete de metal con el grabado de NOVA-152.
Había dejado de usarlo, pero lo mantenía lo suficiente cerca para recordar lo sucedido, como un tributo a la memoria de su hermano y a la de tantos otros que habían padecido, como ellos, la pesadilla de Andrómeda.
Estaban en una de las viejas propiedades de su familia en Berna, Suiza, había acondicionado la mansión para acoger a tantos sobrevivientes del Proyecto Andrómeda como pudiera, los refugiaba, los entrenaban y les mostraban que existía la vida después del infierno.
Le llevó bastante tomar esa decisión. Después de tiempo huyendo, se preguntaba si en realidad estarían a salvo. Tras liberar a Assim, ella y Ben siguieron su búsqueda. Saltaban de un país a otro con identidades falsas, nunca más de unos cuantos días, pero los Limpiadores siempre conseguían la forma de encontrarlos.
Con los meses, fueron más y más. La pequeña hermandad que formaron había aprendido a protegerse las espaldas unos a otros, pero cuando Rolan Santori, Martin Paeltz y los líderes de Andrómeda se enteraron de la amenaza que representaban como grupo, intentaron exterminarlos.
Lo que la hizo tomar la determinación fue un asalto en Ámsterdam. Habían cubierto ventanas, no hablaron con locales, nunca se dejaron ver, era su primer día en aquel decadente hostal, cuando encontró una nota en su habitación.
«Ellos lo saben.
Sé que puedes sola.
Llama si necesitas ayuda.
J.J.».
Junto a la nota venía un celular, registrado con un único número a nombre de J.J., y un portal azul permanecía abierto al lado de su cama.
Cassiopeia suspiró.
—Él nunca deja de observarnos.
Una minúscula sonrisa se formó en la comisura de sus labios. Salió de su habitación y se acercó a una de las ventanas, múltiples camionetas negras empezaban a estacionarse fuera del edificio y un ejército entero de Limpiadores los rodeaba.
—Estamos jodidos —se aterró Benjamin.
—Tú siempre tan llorón —burló, aparentando seriedad—. Vamos, todos, a mi habitación, corran hacia el portal.
Así llegaron a la vieja propiedad de Deagan Nox. Ninguno decidió escapar, sino defenderse. Ya no estaban solos, ahora eran una familia, la Familia Nova.
Habían remodelado la mansión. Claro, las paredes estaban blindadas, su ubicación era imposible de rastrear, ningún aparato tecnológico registraría una casa, solo un terreno vacío. Se habían vuelto invisibles. Ben se encargó de eso cuando logró magnificar sus poderes.
Nunca los encontrarían y, si alguna vez lo lograran, tenían a Assim de su lado.
Cassiopeia apartó aquellos pensamientos y siguió anotando en su libreta con una sonrisa esbozada.
Se sentía bien estar en casa.
Se sentía bien poder llamar por primera vez casa a un lugar, a unas personas.
No creía que los muertos pudieran comunicarse desde el más allá, pero quizás ese había sido el modo que Cepheo tenía de decirle: «estoy contigo».
Planificaba las actividades que harían los sobrevivientes —debía encontrar una palabra más adecuada para referirse a ellos, o una que le gustara más—. No le agradaban demasiado las cosas de oficina, pero alguien tenía que hacer el trabajo difícil. Y debía hacerlo rápido, en minutos iban a celebrar un torneo amigable de lucha y tenían una fiesta privada en conmemoración al aniversario mensual de su nueva organización, de su familia.
Ben se encargó de los pormenores de la fiesta, la comida y todo lo demás. Se le daban bastante bien los eventos sociales y las personas en general. Ella aún lo intentaba.
Llamaron a la puerta y una cabellera castaña rizada se asomó. Bethany, una de sus nuevas... ¿aprendices? No, para ella eso sonaba como Star Wars, era mejor dejarlo en estudiante.
—Señora —dijo la niña, y se sonrojó—, quiero decir, señorita Nox...
—Cass —la interrumpió ella—. Solo Cass. —Sonrió—. ¿Ocurre algo, Bethany?
La niña llevaba una caja en las manos.
—Tengo algo para usted —respondió con inocencia, ignorando su invitación a que la tuteara—. Alguien la dejó en nuestro buzón y se marchó antes de que pudiéramos ver de quién se trataba.
La niña se la entregó con duda, hizo el amago de irse, pero se detuvo en la puerta.
—¿Puedo preguntarle algo, señorita Nox? —Cass asintió, un poco confundida.
—Por supuesto.
—Por qué... ¿por qué ha cambiado su símbolo? ¿Por qué ahora tiene ocho puntas?
Cass tragó saliva, los niños y sus ganas de conocer los motivos de todo.
—Porque la estrella de cuatro puntas representa a Andrómeda. Nosotros no somos ellos. Somos Los Nova. —Una sonrisa orgullosa se formó en sus labios—. Más poderosos, doblemente fuertes, doblemente unidos en voluntad. Somos el doble de buenos... una gran familia, estamos juntos, como las puntas de esa estrella, y eso nos hace mejores que cualquiera que desee detenernos.
La niña le sonrió y, para su enorme sorpresa, la abrazó con tanta fuerza que creyó que la rompería por la mitad.
—Gracias, señorita Nox, gracias por darnos una familia.
Luego se fue sin decir palabra. Cassiopeia quedó anonadada por esa repentina muestra de afecto. No estaba acostumbrada a recibirlas, pero entendía también que muchas cosas habían cambiado últimamente en su vida, para mejor.
Regresó al escritorio con la caja en mano. Era un paquete sencillo, rompió el papel de color azul oscuro que se usaba para embalar y descubrió una fotografía, había tres personas en ella: todos rubios, sobrios, pero unidos. Deagan estaba en el centro, con Cepheo a su derecha y una niña a la izquierda. Su yo en miniatura miraba desafiante a la cámara, una mirada que decía: «te mostraré lo que soy capaz de hacer».
Esa fotografía era otro fantasma de la familia Nox, pero le gustaba. Alzó el portarretrato y una tarjeta cayó al suelo. Ella la alzó, una J.J. estaba escrita en una caligrafía bastante cuidada, sonrió de lado, James Jerom no se caracterizaba por su sutileza.
¿Qué querría esa vez? ¿A quién iban a salvar? No era la primera vez que Mago Universal intentaba contactarla desde que terminó la invasión corvyniana, pero necesitaba el espacio, necesitaba ese momento de separación para crecer como lo había hecho. Ahora que había alcanzado las estrellas, estaba lista, lista para brillar con la luz inmarcesible de una supernova.
Colocó la foto junto al brazalete, dos cosas para recordar en un día y el cálido abrazo de una niña a la que sí había podido salvar... quizás no todo era casualidad después de todo.
—¿Qué le dijiste a Bethany para que se fuera llorando por el pasillo? —preguntó Ben, haciendo que se sobresaltara.
—Mierda, Ben —masculló—. No me asustes de esa manera.
Él hizo una mueca de diversión. A veces le costaba mirarlo. Ben no se parecía en nada físicamente a su hermano. Era moreno, de cabello negro ligeramente rizado y ojos color chocolate oscuro, pero había algo en él, en su forma de ser, que hacía que algo dentro de ella se removiera, doliera y se llenara de añoranza.
—Esa boca, Cass —enfatizó con una sonrisa y repitió—: ¿Qué le dijiste a Bethany? No puedes ser siempre ruda con los chicos, algunos aquí son niños.
Ella giró la vista y se cruzó de brazos.
—Para tu información, esa niña me abrazó —soltó—. Eran lágrimas de felicidad, o eso creo. No me preguntes, los niños no terminan de dárseme bien. Le conté el significado de las ocho puntas y... —Se encogió de hombros—. Se marchó.
Ben le dio una palmada en el hombro.
—Así se hace, Chica Estrella.
Cassiopeia bufó, blanqueando los ojos.
—¿Qué te dije sobre llamarme así?
—Después de rescatar a Assim me llamaste Silenciador. Me parece justo.
—Oye, Silenciador es un nombre cool —refutó, golpeándolo en el hombro.
Ben sonrió por lo bajo con una mueca, se sentaba sobre el escritorio de quien se había convertido en su jefa, también en lo más cercano que tenía a una hermana.
—Tienes talento con los niños, también talento para liderar. Lo estás demostrando aquí —dijo de repente, cruzándose de brazos—. Eres mucho más de lo que crees, Nox.
Un muy, muy ligero sonrojo la hizo bajar la cabeza. Ben miró su reloj.
»Por cierto, te perdiste la mitad del torneo y ya la fiesta comenzó, debes ver a los hermanos Carusso, entran al ruedo ahora. Han hecho todo lo que les has mostrado, avanzaron mucho en poco tiempo. Me siento orgulloso.
Cass lo siguió al salón de entrenamiento de Nova. Se respiraba un ambiente festivo, olía a salchichas asadas, a algodón de azúcar y, ¿guacamole? Ben le había dicho que seleccionaría comida variada, pero aquello era más grande que el festín de la Bella y la Bestia. El estómago le rugió, pero se contuvo, en verdad quería verlos.
Alex Carusso blandía un palo de madera como si fuera todo un experto, mientras su hermano, Michelle, le devolvía las estocadas, acompañadas de puñetazos y miradas de furia fingida. Ella reconocía la emoción en sus ojos, saber que podían defenderse la enorgullecía y, por un momento, a través de ellos se vio a sí misma y a Cepheo.
Habían rescatado a los hermanos Carusso hacía unas semanas, eran gemelos, tenían veinte años y perdieron a su familia entera por Andrómeda. No eran los únicos en el grupo que sufrieron las atrocidades de aquellos monstruos, y por eso juró que no permitiría que eso sucediera, no otra vez.
Ben le puso una mano en el hombro y la miró como lo hacían los fantasmas de su pasado. Cassiopeia se lo permitió. No era solo gratitud, era cariño genuino. Se le formó un nudo en la garganta.
Alex la vio y la saludó emocionado, parloteando algo que sonaba como «¡Lo hice, lo hice!», mientras sonreía, lo había perdido todo, pero estaba feliz y eso hacía que valiera la pena.
Del otro lado del salón de entrenamiento estaba Assim, comía algo que tenía toda la pinta de un semla, un bollito sueco relleno de pasta de almendra, nata montada y con aroma a cardamomo. A su lado había una muchacha, Sophie, una chica que tenía una piel morena hipnótica, llevaba siempre el cabello trenzado. En ese momento, Assim le susurraba algo que la hacía sonrojar, luego Sophie se inclinó para besarlo y él le correspondió.
«Vaya chico sofisticado», pensó Cass.
A ella le agradaba bastante. ¿Quién lo hubiera dicho? Después de todo lo que habían pasado, confiaba lo suficiente en alguien para abrirle su corazón.
Habían hecho bien fundando Nova, habían hecho bien reuniendo una familia.
—Nox.
La voz ruda de Hank la sorprendió, era uno de los mayores del grupo, había estado con ella en Uruk junto con Ben, Assim y Cepheo. Por la expresión en sus ojos, supo que no era nada bueno. Tanto ella como Ben se apartaron del resto para acercársele al musculoso.
—Acabo de ver a alguien en tu oficina, era un hombre con barba y...
—Una capa —completó ella.
Ben la miró con el ceño fruncido y se tensó en señal de alarma, ella lo tranquilizó con la mirada, o al menos eso intentó.
—¿Debemos preocuparnos? —inquirió Hank.
—Solo es un invitado a la fiesta. Ocúpate de los chicos, Hank. Vamos, Ben, es hora de que te presente a un viejo amigo. Supongo que, después de todo, no puedes dejar en visto a Mago Universal.
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