22. Gratissimum, doppelgänger

Por BeKaMM & RonaldoMedinaB


Estaba encerrado en una pesadilla, una de la que no podía escapar. En algún momento, Nakai había perdido su camino. El dolor de incontables muertes y la desesperación de repetirlas una y otra vez lo estaba volviendo loco.

El cruel verdugo emergió de nuevo en la infinita oscuridad, Wendigo. Pero no importaba cuánto Nakai intentara luchar, no era rival para esa malvada criatura. Apuñalaba su corazón, destruía sus huesos, cercenaba sus brazos y arrancaba sus piernas, siempre de múltiples formas de pesadilla.

Solo quería parar, pero era consciente del dolor de todo su clan, arraigado fuertemente en un sufrimiento interminable de muerte.

Kai... —Una desesperada voz intentaba alcanzarlo—. ¡Kai!

El susurro aún era distante. Renegado no lograba escucharla.

En medio de toda esa oscuridad, con cientos de brazos negruzcos queriendo despedazar su ser, tomó sus cabellos en completa desesperación. Gritó, la impotencia inundaba cada pequeño lugar de su alma; con cada segundo, aquellos grilletes malignos lo consumían por dentro.

Wendigo se abalanzó una vez más. Renegado quiso moverse de lugar, pero se sentía incapaz de hacerlo, solo levantó su brazo derecho para evitar el arañazo.

Pero, por primera vez en lo que sentía como horas, nada sucedió. Bajó poco a poco su brazo e intentó enfocar su vista, se encontraba cubierto de hierbas y un viento soplaba diferente, menos siniestro. Nakai podía sentir una fuerza llamarlo desde el otro lado, pero la oscuridad se mantuvo firme y terminó por devorar cualquier indicio de que la pesadilla terminaría.

Todo fue negro de nuevo. Nakai estaba en el suelo y no podía levantarse. Solo distinguió una figura erguirse sobre él. Con temor observó cada cavidad hueca de la criatura, manchada de la sangre de sus crímenes.

—Po-por favor, detente —suplicó sin aliento.

Sin perder tiempo, Wendigo descendió al pecho y con sus garras le abrió en dos el torso. El grotesco sonido de los huesos rotos se escuchó al momento con un crack, y poco después, el hedor a sangre se espesó.

Aunque sintió como si dejara de existir en ese momento, el mal que lo ataba a aquella retorcida prisión lo materializó de nuevo solo para continuar el bucle de muerte.

¡Kai! —Escuchó fuerte a su lado.

Sí, él era Nakai. Tembloroso, levantó su cabeza, la oscuridad de nuevo comenzaba, pero esa voz, el familiar sonido de esa voz, sembró en él la esperanza que se había apagado hace decenas de muertes.

Por primera vez escuchaba algo que no fuera su dolor.

El hedor a peste inundó otra vez sus fosas nasales, Wendigo estaba cerca, de nuevo. Pero no le importó. Desesperado, se concentró en buscar la voz que lo llamaba.

Kai...

Se giró. Fue en ese momento que la pudo ver entre las penumbras, el espeso olor a sangre y la pila de cadáveres, el espíritu de su abuela caminaba hacia él, sin temor a que las horribles criaturas que acechaban en la oscuridad la dañaran.

Un aura lúgubre alrededor de ella y un canto tribal que parecía provenir de la nada se alzaba como un escudo protector para Ajeiwa.

Sání. —Reconoció con un suspiro de alivio y ojos lagrimosos por el sufrimiento.

Nakai caminó hacia ella, pero brazos de demonios surgieron de la oscuridad y lo sostuvieron por todas partes.

Ajeiwa mantuvo una mirada fría y levantó el arco entre sus manos. La flecha apuntaba al pecho de Nakai. Un nudo se formó en la garganta del joven.

—No... tú no —sollozó.

Ella no pareció dudar ni por un segundo. Firme en su decisión, disparó la flecha y atravesó el pecho de Wendigo justo a tiempo, cuando saltó para devorarla.

Al fin, no era Nakai quien gemía en el suelo por una inminente muerte. Era Wendigo, y aquello le dio la fuerza para liberarse del agarre de los demonios y correr hacia su abuela. Nakai saltó sobre ella con un abrazo. Ella correspondió con un sentimiento cálido igual de reconfortante.

El tacto, aunque no era físico, era todo lo que necesitaba en ese momento, acababa de sanar las heridas de su alma. Ese era el poder de una abuela.

Sání... Sání... —Repetía una y otra vez, desesperado por completo y temeroso de perder aquel calor.

—Kai, quiero que me escuches —dijo, separándolo de sí para sujetarlo con firmeza por los brazos—. No tenemos mucho tiempo, el ciclo volverá a repetirse y el embrujo que te aprisionó en esta fosa del Plano Astral comenzará de nuevo.

—No quiero que se repita... no quiero estar aquí... —musitó temeroso—. Por favor, haz que se detenga.

—No es algo que yo pueda hacer, Kai. Solo tú tienes ese poder.

Un grito gutural de la horrible criatura se escuchó. Los instintos primitivos de Nakai lo obligaban a correr, a huir del peligro, pero su sání no se lo permitió.

Ajeiwa lo mantuvo sujetado del brazo y lo regresó a su pecho con un abrazo. Fue ahí que, de pronto, sintió ajeno a él el dolor de su cuerpo ser destrozado, lo alejaba del peligro.

—Este no es tu dolor, no te aferres a algo que no te corresponde. —Lo separó de nuevo, pero aún sin soltarlo—. Lo que ahora ves y sientes, es el dolor de tu gente, el dolor que Wendigo causó. Pero no te pertenece, no es tuyo, ni nunca más lo será después de hoy. Acepta el pasado, ya nada puede corregir lo que fue. —Lo miró directo a los ojos, con un reflejo en ellos que le dio la fuerza para permanecer—. Pero el presente aún está ahí, y te espera para que seas su protector. Aún tienes personas afuera que te necesitan, muchos a quienes aún le importas, y debes patear muchos traseros para mantenerlos a salvo —dijo con una sonrisa que dibujó una pequeña sonrisa en su nieto—. Ahora ve, mi muchacho, se el oso de tu clan, se la garra de todo el que intente interponerse en tu camino, se el Renegado que la Tierra necesita.

Nakai aceptó aquellas palabras con un asentimiento. Cerró sus ojos y respiró profundo. Una espesa niebla comenzó a cubrirlos y se llevó consigo a la oscuridad, la sangre y la desolación.

Las almas de su gente lo rodearon en protección. Los wanikiy indicaron el camino y su alma dio los pasos. Por su mente pasaron las memorias que parecían lejanas, las potentes emociones de desesperación y tristeza también se fueron.

Fue cuando pudo encontrar su propia identidad dentro de ese mar de sentimientos.

Él era Nakai, él era Renegado.

Ahéhee', sání.

Una bocanada de aire frío llenó sus pulmones. Por sus venas la sangre corrió rápido y siguió el ritmo de su corazón frenético. Se incorporó, tranquilizando los fuertes latidos. Su visión borrosa aún no terminaba de acoplarse al nuevo escenario, pero poco a poco lo consiguió. Lo rodeaban luces y una tensión tan pesada que casi pudo respirarla.

—Despertaste —susurró Venatrix, dejando escapar un suspiro de alivio—. Temí que no regresaras.

Se sentía desorientado, pero, al reconocer la voz que habló a su lado, su sistema recobró todo sentido.

—¡Casi me matas! —Explotó la ira que había acumulado dentro de su pesadilla—. ¡¿Acaso tienes idea de lo que me hiciste vivir?! ¡¿Lo que sufrí?! —Se levantó de un movimiento, y sin temor alguno encaró a la cazadora—. ¡Yo te lo dije! No era culpable de lo que sea que me señalaras, ¿pero qué hiciste? Utilizaste el dolor de mi gente y lo convertiste en una prisión. ¡Maldita sea! —De un puñetazo traspasó la pared—. Yo no soy ningún traidor —musitó, calmando su rabia.

Fue ahí cuando Nakai observó a su alrededor, todos estaban allí, o casi todos. Solo Vincent y James no los acompañaban. Heridos y con el ánimo por el suelo, cada uno de ellos observó desde una camilla la tensión extinguirse cuando no hubo réplica de parte de Camille. Estaban sorprendidos por la reacción de Renegado, pero mucho más de que Venatrix decidiera no responder, solo mantuvo su mirada fija en la pared, sumida en sus propios demonios.

—Lo sé, fue Vincent... él nos traicionó. Los venció a todos y casi trae a la Sociedad Oscura al Templo —dijo Venatrix, después de un largo silencio.

—¿Qué? —preguntó, incrédulo. Alzó la mirada hacia el resto del grupo, confirmaban con su mirada desolada que no había mentira en sus palabras.

Renegado se dejó caer poco a poco en la camilla. Nunca pasó por su mente que quien había ayudado a reunirlos, hubiera sido quien le diera el golpe por la espalda.

—Nos manipuló a todos. Caímos en su juego. —Camille bajó la mirada cuando el sentimiento de culpa no le permitió avanzar—. Nos hizo creer a Jerom y a mí que tú eras quien estaba aliado con ellos. Él... —Regresó la mirada a Nakai y se la sostuvo—, usó tu conexión con Wendigo para convencernos, un dato que ocultaste y por poco hace que logre su cometido.

—¡Omití un solo dato, uno solo, Camille! ¿Y esto es lo que recibo? Jon y yo fuimos de los primeros en llegar aquí, ustedes mismos nos buscaron.

—Ya nada de eso importa. No tenemos a Gia, tampoco nos tenemos a nosotros.

—Algunos tuvimos más suerte que otros —comentó Bobbly, sentado junto al cuerpo inconsciente de Amara, le limpiaba con preocupación el sudor que se acumulaba en la frente de la actriz.

Nakai aspiró y suspiró profundo.

—¿Cómo diablos pasó?

—Se encargó de distraer a James y Camille en ti para neutralizar a los demás... yo fui la primera —murmuró June; a diferencia de sus compañeros, era quien mejor estaba, por eso se encontraba de pie, ayudando a cambiar vendajes y sanar heridas—. Yo noté el cambio en su actitud, algo en ese momento cuando te inculpó sonó... como si no fuera él. Si tan solo hubiera sido lo suficiente fuerte para derrotarlo cuando intentó neutralizarme, esto no hubiera sucedido.

«No existe fórmula alguna capaz de calcular lo que Vincent haría. Hiciste lo que pudiste en ese momento, June», consoló la IA.

—El señor Vigilante era mi héroe, yo lo admiraba. —Kriger se encogió en su puesto—. Ahora dudo que alguna vez pueda volver a mirarlo a los ojos.

—Ese no era Vincent, y deben dejar de hablar como si lo fuera, es claro que algo lo controlaba —defendió Jon—. Yo conozco al hombre detrás de la máscara, él me ha ayudado en formas que ustedes no se imaginan, él simplemente no nos haría esto.

—Si algo he aprendido en tantos años recorriendo las inmensidades del universo, es a reconocer la mirada de un asesino cuando la veo —intervino Adyin, incorporándose. No estaba mucho mejor que los demás. Su muñón, envuelto en una pesada venda manchada de sangre negra, se había regenerado hasta la mitad, y en su rostro aún se reflejaba el dolor del veneno en venas negras que invadían su piel—. No hay nada que salvar en él, Blazer. —Le dirigió la mirada—. El hombre que conociste, ya no está. Te traicionó. Y lo mejor que puedes hacer es comenzar a aceptarlo.

June se acercó con una de las toallas limpias dispuesta a cambiar el vendaje de Génesis, aunque se sentía bastante mal, la antocniana solo había perdido el conocimiento por unos minutos. Fue de las primeras en despertar y, una vez superada la conmoción, se dedicó a encontrar a tantos como pudo y llevarlos al Ala Médica del Templo.

Según Danilo, Adyin aún se encontraba en pie cuando él cayó. Pero el joven héroe no podía imaginarse lo que Vigilante le había hecho para que terminara así. Usando el libro de hechizos de Seidkona Universal, Bobbly había utilizado magia curativa para frenar los avances del veneno, pero las aleaciones en él parecían lejos de erradicarlo.

—No cambies la venda aún —la detuvo Danilo, acercándose para ayudar—. Debes hacer más presión hasta que vuelva a regenerarse.

Nakai apartó su mirada del resto del Escuadrón y desechó el sentimiento de pesar. Venatrix lo había usado, había pasado el límite de lo inhumano, y eso tocaba su línea de fondo.

—Eso no justifica el infierno que me hiciste vivir —replicó Renegado, encarándola de nuevo—. Yo.... confié en ustedes... y al primer momento de debilidad, no dudaste en acabar conmigo con todo lo que tenías. —Apretó sus puños y una vena se engrosó en su frente.

—Nakai, ella es mi hi...

—¿Y yo soy el chivo expiatorio? —preguntó, dando un paso más hacia ella—. Vine a ayudarte así como me ayudaste en el pasado, aun cuando no tenías razones para hacerlo, Camille, pero no dudaste ni un segundo de que los traicionaría. Estoy harto de esto. Estoy harto de James. Estoy harto de ti, y ahórrate cualquier mierda que tengas para decir.

Camille calló. No tenía nada que refutar, y sentía que hacerlo sería hipócrita de su parte. Sabía que Nakai tenía razón, pero tampoco se la diría, así que solo se mantuvo en silencio.

Se alejó hacia la salida. June y Danilo, sorprendidos, se hicieron a un lado para darle paso. Renegado se detuvo a escasos centímetros de cruzar el umbral, solo giró medio rostro sin que su cuerpo lo hiciera.

Guardó silencio un momento, tenía tantas palabras atoradas en el pecho que parecía imposible expresarlas, se sentía traicionado, herido en el alma por ser atacado por las personas en las que había confiado su vida.

—¿Dónde está él? —preguntó entre dientes, su cabello sudoroso y sus venas hinchadas profetizaban la furia a punto de explotar—. ¿Dónde está Vincent?

—En las mazmorras, James lo interroga. —Fue lo único que Venatrix respondió.

Renegado dio un resoplo y terminó por salir de la habitación. Lo único que deseaba en ese momento era enfrentar a Vigilante y descargar en él todo lo que tenía contenido.

—Camille...¿lo dejarás marchar así? —preguntó Binaria en murmullo—. No es sano para ti, y tampoco para él.

—Yo... —susurró, buscando las palabras.

—¿Después de lo que le hiciste? —inquirió Jonathan, bajándose de la camilla mientras sostenía su brazo aún dolido—. Ni siquiera creas que mereces dirigirle la palabra. Él tiene razón en sentirse como está... por poco lo matas, Venatrix... y a estas alturas, realmente estoy convencido de que serías capaz de hacerlo conmigo también.

Con un resoplo, Blazer también abandonó la habitación, dejando a los nuevos héroes como última línea de lo que alguna vez fue el Escuadrón de Héroes al que con anhelo se unió.

Su mirada pesada tardó en acoplarse a la oscuridad que lo consumía alrededor. Sentía todo su cuerpo quebrado, dolido y violentamente roto; la magia corrupta que lo acompañó se había extinguido por completo, y por más que intentó llamarla, todo vínculo parecía haberse roto.

«Dónde diablos estoy», se preguntó en sus pensamientos.

Soltó un suspiro, lo necesitaba. El ardor en la espalda era inhumano. Intentó recordar cómo había llegado ahí, qué había sido lo suficiente fuerte para detenerlo en el momento donde creía consumada la victoria.

Entonces un resplandor azul se encendió tenuemente para recordárselo. Bajo la luz de cristales incrustados en el techo de lo que parecía una tétrica cueva, Mago Universal se encontraba firme, con su mirada inquisidora viéndolo fijo y sin reparo de misericordia. En sus ojos reflejaba furia, tristeza y una pérdida dolorosa que acechaba su alma, pero de alguna manera lograba convertir todos esos sentimientos en una implacable amenaza.

Un gruñido potente, como de bestia, retumbó en las paredes de la mazmorra y unas pisadas hicieron temblar el suelo, avivando ante él una barrera azul que se alzaba por milésimas de segundo en intermitencia.

Atrás de James se plantó un gigante de cuatro brazos que, a cálculos de Vincent, podía medir al menos cuatro metros. Un gran mazo colgaba del cinturón del coloso de piel gris y agrietada.

—Luces como Vincent, tienes su aura, pero quiero creer que no eres él. —La voz de Mago Universal sonaba como una verdadera amenaza—. Sé que, en algún lado, debajo de todas esas capas de repugnante energía oscura, el hombre que conocí aún intenta liberarse de la prisión donde sea que tengan encerrada su alma. Así que te lo preguntaré una sola vez. —Se acercó a la pared de energía que se reveló a escasos centímetros de su rostro—. Dónde. Está. Vincent.

Con su mirada baja y su cabello desajustado, Darksaber analizó cada facción inamovible de James Jerom. Se mantuvo así durante unos segundos, hasta que soltó una risa seca y sin gracia, apartando luego la mirada.

—Entonces eres más estúpido de lo que creí —respondió, acercándose a la barrera—. Mírame bien, Jerom. —Sonrió—. La verdad es que la persona que ves, es quien siempre he sido. Conoce a mi verdadero yo. Soy Darksaber, el guerrero maldito de las legiones infernales. Todos estos años conociéndote, jugando a ser el héroe, luchando por mantener el orden en la pocilga de Krimson Hill... no fueron más que trucos, la manera perfecta de jugar a largo plazo, fingiendo ser el estúpido detective que siempre tenía un chiste para aliviar la tensión. —Blanqueó sus ojos, repugnado de recordarlo—. Pero qué dicha que por fin nos conozcamos realmente.

Darksaber finalizó con una sonrisa retorcida que provocó un escalofrío en James.

—¡Mientes! —Sus ojos se encendieron en llamas azules, y una potente fuerza bruta expulsó a Darksaber contra la pared.

El estruendo de los huesos de Vincent sonó al instante y luego se repitió cuando cayó al suelo. El dolor lo hacía revolcarse, pero se contenía de mostrar el mínimo indicio de vulnerabilidad. Arrastrándose, se levantó de nuevo con toda dificultad y tambaleó en sus pasos hasta chocar contra la pared, desde se sujetó mientras le sonreía de nuevo, mirándolo fijo.

—Qué difícil debe ser aceptar la verdad para el hombre cuyo ego es mayor a lo que cree conocer. —Rio por lo bajo, divertido—. Dime, James, ¿qué se siente perder? Qué se siente ver todo tu mundo desmoronarse ante tus ojos, mientras las personas en quienes confías te apuñalan por la espalda. —Cerró los ojos y aspiró, saboreando sus recuerdos—. Qué placentero.

—Para ser un guerrero mudo en batalla, eres muy charlatán cuando no estás en una. —Se limitó a responder, dando media vuelta para perderse en las penumbras de las mazmorras.

—¿Qué sucede, Jerom? ¿Te dejé sin palabras? —Riendo, vio hacia la oscuridad—. Sin duda eso te dolió. Pero bien, lárgate, tu mascota tampoco logrará hacerme hablar.

Xinok gruñó por lo bajo, su mirada se encontraba en un tensionante batalla contra la de Darksaber. A Vincent lo doblaba en tamaño, pero no se intimidaba ante él. En su mente ideaba las cientas de formas en las que podría desmembrarlo brazo a brazo con su espada forjada en el mismo Infierno.

Esos pensamientos no le permitieron percibir a Mago Universal surgir de la oscuridad. Tomándolo de los brazos, James lo sorprendió al girarlo hacia él; con rapidez puso su dedo pulgar en la frente del exdetective. De inmediato, Vincent Hardy sintió cómo su alma era expulsada hacia un vacío sin fondo.

Cuando al fin tocó suelo firme en esa oscuridad, se encontraba en una nada absoluta, un abismo donde solo él era prisionero. Pero no le importó. Hacía tiempo que la oscuridad y él se habían aliado. Era su hogar, su lugar de caótica paz. Desafiante, se levantó, infló su pecho y miró directo hacia arriba.

—Tus trucos mentales e ilusiones son un juego de niños, Jerom. ¡Yo desayuno miedo en las mañanas, almuerzo pesares en las tardes y por las noches ceno lamentos! ¡No hay nada que puedas hacer para pasar sobre mí!

—Vincent está en alguna parte, y no me detendré hasta encontrarlo —retumbó la voz de Mago desde todas direcciones.

—Diviértete encontrándolo. Mi mente son fosas de muerte, cuando al fin lo encuentres, confirmarás que el hombre que creías conocer ya fue devorado por mis demonios.

No hubo respuesta. El silencio fue único entre ambos durante largos segundos. Darksaber estrechó su mirada y aguardó. Se aseguraba de reforzar cada muro levantado en su mente. No permitiría que él lo encontrara. Se encargaría de eso hasta su último aliento.

Entonces, un poder mayor lo levantó en el aire y arqueó toda su espalda, explayando sus brazos. El dolor fue tan fuerte, que un crujido de dientes y gotas de sudor se manifestaron en él. Con otro brusco movimiento, siguió retorciéndose.

—¡Quiero a Vincent! —demandó, torturándolo con más fuerza. Mago apareció ante él en un tamaño gigantesco, con sus manos originaba el brillo que recorría a su prisionero. Darksaber gemía por lo bajo—. El poder Universal te lo ordena, así que me mostrarás lo que yo quiero, hijo de perra.

Un último estruendo terminó por quebrar cada bloqueo. El suelo invisible se desvaneció y Darksaber continuó su descenso por el abismo.

Fuera de aquella catacumba mental, Renegado siguió el camino indicado por los cristales del techo de la cueva. La tenue luz azul del escudo que resplandecía en el fondo fue la brújula final que le dio la ubicación que tanto buscaba.

Cuando estuvo más cerca, vio a Mago Universal dentro de la jaula mágica en la que Vincent era prisionero del transe, con sus ojos iluminados en energía.

Nakai bufó por lo bajo.

—Siempre con los juegos mentales —musitó, frunciendo el entrecejo.

Renegado siguió su camino, determinado a llegar al líder del Escuadrón de Héroes, para quien tenía reservadas todas las palabras atoradas en su garganta.

—¡Mago, entrégalo! —gritó exaltado mientras aumentaba la velocidad de sus pasos.

Un jugador inesperado en el tablero sorprendió a Nakai. Xinok solo giró medio cuerpo, y bastó el vaho de su suspiro para hacerlo retroceder algunos metros. Por un momento, Nakai se sobresaltó por la imponencia del coloso.

Estaba tan concentrado en llegar a Vigilante y James que podía jurar que el gigante de cuatro brazos era una masa de roca más en la cueva.

—Apártate de mi camino, cosa. Esto es entre Jerom y yo.

—Xinok jamás retrocede. —Se paró firme, en obstáculo al desesperado héroe—. Fui creado por el Ojo Universal para proteger este santuario, y bajo mi guardia no permitiré que una criatura inferior me ordene lo que debo hacer. —Tomó su gigantesco mazo como amenaza—. Mago Universal está ocupado ahora, así que retrocede, criatura.

La mirada en Nakai se estrechó. Decidido a continuar, se abrió paso hacia James, pero el gigante no lo permitió. Renegado tuvo que rodar por el suelo cuando vio descender el arma de la bestia. Su respiración se aceleró a velocidades sorprendentes; por poco lo aplastaba como una mosca, y aún así el choque del mazo contra el suelo hizo temblar toda la cueva.

Para el prodigioso tamaño de Xinok, le sorprendía lo veloz que era.

—Última advertencia —amenazó Xinok.

—Estoy cansado de que me digan qué hacer.

Movido por un impulso sobrenatural que ardía la adrenalina de su cuerpo, Nakai se lanzó al combate contra su oponente.

Cuando abrió sus ojos de nuevo, Vincent se encontraba sobre un tejado a mitad de la noche. Le tomó un momento reconocer el lugar. El humo de la ciudad, la niebla pesada y un sofocante aroma a caos, estaba en Krimson Hill, vestido con su traje de Vigilante.

Desde allí vigilaba una caravana de furgones, protegidos por autos de policía que entraban a un viejo almacén en el Distrito Financiero.

Fue cuando recordó.

Eran sus memorias, pero a la vez no. Las sentía como si fueran algo más, como si pertenecieran a alguien más.

Por otra parte, el encantamiento espejo de Mago Universal no hacía otra cosa que recordarle que eran sus recuerdos, su propia historia, que poco a poco se fusionaba en él como si dos variantes de un mismo ser se encontraran.

La jaqueca en su cabeza lo hizo tambalear, pero se sostuvo en silencio desde el muro.

«Ahí estás, el principio del mal en ti», escuchó a Mago Universal invadir su mente. «Ahora, muéstrame más».

Las palabras del hechicero vibraron en su cerebro. Un estremecimiento antinatural lo regresó al trance del que no lograba escapar. Vigilante se vio obligado a obedecer y estudió los rostros que bajaron de los autos.

Policías de despacho, fiscales, líderes de la mafia, ningún rostro lo sorprendió. Eran alimañas de las que conocía muy bien sus intenciones, corruptos a la cabeza del crimen.

—Esto no será un desafío —presumió, alistándose para cambiar de tejado.

Pero una última puerta se abrió y llamó por completo su atención. Un hombre de reluciente traje ajustó su saco al bajar. Negro, musculoso, alto como una bestia e intimidante como un demonio, de ese rostro conocía cada detalle, lo había estudiado, perseguido y combatido por años; era Laurence Osburne.

Habían pasado unos meses desde que Vigilante lo expuso ante el mundo como Cronos y a su red criminal, La Hoz. El detective juraba que no volvería a verlo en un buen tiempo, que solo miseria deparaba para Cronos luego de la caída de su imperio, pero ahí estaba, renovado y fortalecido, y de nuevo, acompañado por la escoria de su ciudad.

Un sentimiento cercano al deseo de muerte arrugó el entrecejo del justiciero, pero logró controlarlo al recordar quién era. No era un asesino, era Vincent Hardy, un carismático hombre dispuesto a luchar por lo correcto y dar a cada quien el castigo que se merecía, teniéndolo que pagar en vida.

—Rebecca, problemas en el Distrito Financiero, Cronos está de regreso —comunicó por lo bajo—. Envía todos los refuerzos que puedas.

Cronos ya había caído antes frente a él, y por nada en el mundo iba a permitir que los rezagos de su imperio marchito se fortalecieran.

Movido por ese sentir, hizo uso de sus habilidades de parkour y saltó entre las sombras de la ciudad. Se movió sigiloso, siempre vigilante de no ser detectado, así logró escabullirse al interior del almacén.

—El despliegue policial debe ser coordinado, cada bomba debe estar en su lugar y sincronizada con las otras. —Cronos sostenía una charla con sus acompañantes—. Los cebos se encargarán de volar los puentes, lo haremos ver como un atentado terrorista, y luego, cuando desconectemos a la ciudad del resto de Inglaterra, cada patrulla controlará las entradas y salidas. —Sus ojos brillaban con ambición, mientras que, aterrado, Vincent escuchaba con atención—. El caos se desatará, los militares y el Primer Ministro nos verán como una zona apocalíptica y, cuando la gente haya perdido la esperanza, ahí surgiré yo en medio del caos, como el único salvador, doblaré con mi ejército las rodillas de los criminales y luego reclamaré la ciudad que me pertenece por derecho. —Tomó una bocanada de aire y suspiró—. ¿Acaso no suena hermoso, Vincent?

El héroe amplió sus ojos con horror y su corazón bombeó a velocidades inesperadas. Con afán buscó una salida, pero un golpe imprevisto fue más rápido.

No sintió a alguien tocarlo, pero algo lo había golpeado. Cayó directo en el centro de la sala, donde, desde arriba, Cronos lo recibió con una sonrisa placentera.

—Aunque no lo creas, gozaré de esto mucho más de lo que lo haría si te despedazara yo mismo.

Antes de que Vincent pudiera comprender el significado de aquellas palabras, la fuerza atacó de nuevo. Un poder escarlata se adueñó de su cuerpo y lo obligó a elevarse en contra de su voluntad, mientras sentía sus músculos y su cuello comprimirse. A sus lados, alcanzó a ver que los acompañantes de Laurence se deformaban en lo que en realidad eran, demonios.

—Vincent, querido. —Reconoció al instante esa escalofriante voz femenina—. No tienes idea de cuánto te eché de menos.

El tronar de altos tacones escarlata alertaron la presencia de Lady Morpheus. Un ajustado y largo vestido del mismo color ceñía su cuerpo.

—¿Va-vas a bai-lar a alguna pa-parte con eso? —preguntó con esfuerzo—. Los ni-ños podrían asustarse.

—Argh. —Blanqueó sus ojos con fastidio—. Comediante hasta el final. —Sonrió—. Ya veremos cuánto más te dura esa sonrisa, ahora que eres mío.

—Aunque las su-ggar están de mo-moda, gracias, yo paso.

—Infortunado idiota. La muerte sería un regalo comparado a lo que te espera.

—No por mucho, los refuerzos están en camino.

—No lo creo, querido, las comunicaciones estuvieron bloqueadas en todo el distrito. —Sonrió—. Dulces sueños.

Bastó con que Elizabeth Morpheus empuñara su mano, y la magia que lo aprisionaba terminó por aturdirlo.

—Súbanlo a la furgoneta —ordenó Cronos—. Necesitamos que nuestro invitado esté cómodo para el ritual. —Fue lo último que alcanzó a escuchar antes de que todo se oscureciera.

El choque de dos fuerzas encontradas provocó otro temblor en las mazmorras. Renegado chocó de espalda contra las paredes y luego cayó contra el suelo, un solo puñetazo de Xinok casi lo aturdió, apenas había conseguido hacerlo dar un par de pasos atrás.

Pero para superarlo, era consciente de que necesitaba más dolor, más fuerza bruta, así que, con un respiro profundo, se levantó de nuevo para encararlo.

—¿Es todo lo que tienes, guardián de mierda?

Xinok gruñó con furia y levantó de nuevo el mazo, mientras Renegado se preparaba para el inminente ataque. La porra descendió a toda velocidad, Nakai ni se movió, y ante los ojos de Xinok, su arma se detuvo a menos de dos metros de tocar el suelo; intentó presionar, pero una fuerza equivalente a la suya se lo impedía.

Bajo el mazo, Renegado lo sostenía con ambas manos por encima de su cabeza. Se había recargado con la energía cinética de los golpes de su oponente, tal como lo quería.

—Gracias por la recarga —musitó con dificultad, apretaba los dientes por la exagerada cantidad de fuerza que necesitó.

Concentró todo su potencial hacia arriba y, con un empujón, el mazo se regresó a toda velocidad y golpeó a Xinok en el rostro. El choque fue tan inesperado para el gigante, que cayó de espalda al suelo.

—¡Jerom! —gritó Nakai hacia la prisión, convencido de que lo escuchaba. Su cuerpo temblaba de la ira—. ¡Dame al maldito Vincent!

«Vincent, Vincent, despierta», la voz de James resonaba distante en algún lugar de su cabeza. «Sé que estás en algún lado, amigo mío, y juro que no descansaré hasta traerte de vuelta, pero necesito ver más».

Aquellas últimas palabras lo obligaron a abrir los ojos. Vincent se sobresaltó y al instante sintió un dolor prolongarse por su cuerpo. Una tenue luz roja era la única luz en la habitación; a sus pies, era prisionero de un símbolo que lo hacía elevar plegarias en sus pensamientos.

De un lado reconoció a Lady Morpheus; del otro, a Cronos, pero una tercera figura se mantenía sentada en las sombras, y lo único que distinguía de él eran las botas de su pantalón y unos elegantes zapatos de charol.

Sus pulsaciones eran fuertes, el sudor lo empapaba. Su mente daba vueltas, mientras sus sentidos perdían todo control.

Inicien —ordenó.

Lo único que distinguió fueron los ojos de Lady Morpheus iluminándose en escarlata, mientras un recital inentendible resonaba, causándole escalofríos.

De pronto, del símbolo se alzaron llamaradas de horror que bañaron a Vincent en su más oscura pesadilla. Desesperado por legiones de voces en conflicto, su espalda se arqueó y un fuerte grito de dolor salió de sus labios. El traje fue reducido a cenizas y no quedó más que un cuerpo desnudo a la deriva del enemigo. Los pectorales de su pecho se inflaban y desinflaban a velocidades arrítmicas, mientras sentía su piel calcinarse, pero ni una quemadura aparecía.

Deseó morir en ese momento. Tal vez eso hubiera sido mucho mejor a lo que le deparó el destino al joven héroe.

El palabrerío de Elizabeth Morpheus se hacía más fuerte y la habitación comenzaba a temblar. Con otro insufrible grito, vio en su pecho el surgir de un sello rúnico cual tatuaje, grabado con fuego del abismo.

Cuando creyó que el dolor no podía ser peor, un trozo de magma hirviendo se adhirió a su brazo, causándole otro grito. La roca volcánica se prolongó en él como metal recién salido de la forja.

—¡Por favor, piedad! —suplicó entre lágrimas, el metal se extendía.

Uno más chocó en el otro brazo y aumentó el llanto.

Cronos, en completo silencio, disfrutaba el espectáculo desde el lateral. Los trozos de roca, cada vez mayores, seguían azotando a Vigilante, pero fue la roca más grande, que se adhirió a su pecho, con la que lanzó el desgarro más profundo de su ser.

Con un último pedazo, el yelmo se formó y la armadura estuvo completa. Era oscura, casi negra en su totalidad, de no ser por algunos detalles que ardían en rojo en el pecho y las piernas, con grabados blasfemos y simbologías paganas que lo marcaban como propiedad del Infierno.

Ya no existía rastro de Vigilante, Vincent Hardy había muerto aquel día. En su lugar, algo mucho más oscuro y siniestro había tomado posesión de aquel cuerpo.

Gratissimum, Darksaber.

El guerrero maldito aterrizó de rodillas ante la Tríada Oscura, y con su puño quebró el suelo. El magma aún ardía en el metal y perfilaba el mal arraigado en ella.

—De pie, mi guerrero.

Darksaber solo se levantó cuando Lady Morpheus así lo quiso. Una sonrisa maliciosa plegaba con fascinación los labios rojos de la bruja. En la habitación solo se escuchó el eco de sus tacones mientras caminaba alrededor de él para apreciar cada detalle.

—Finalmente, justo lo que necesitábamos, la parte más corrupta de una de las mayores muestras de luz y bondad. —Se acercó a la única cavidad del yelmo y susurró—: Tú serás la discordia encarnada, el ethos que los guiará a su propia destrucción. Divídelos, mi guerrero oscuro, y usa las partes para jugar con sus débiles mentes, así como yo lo haré con ellos.

Cronos dio un paso adelante, y junto a Morpheus, se acercaron a la orilla de lo que quedó del sello gigante. Las llamas se habían extinguido y el vórtice al Infierno se había cerrado, pero aún algo quedaba allí. Separada del original, la otra mitad de Vincent seguía inconsciente y desnuda en medio de aquel círculo de muerte.

Darksaber representaba en un solo ser lo peor de un solo mundo: odio, ira, venganza y soberbia; pero lo mejor de un alma aún yacía en el otro cuerpo: justicia, alegría y tenacidad, un cascarón vacío del que ella sacaría el máximo provecho con un simple encantamiento espejo, un cuerpo vacío presto a titiritear. Sonrió por ello.

La Tríada Oscura, complacida, mantuvo su mirada vanagloriosa en el resultado de su hazaña, su obra maestra.

—Esta guerra es nuestra —finalizó Elizabeth.

El fin del recuerdo los regresó a las catacumbas. Ahora sin el brillo azul en su mirada, los ojos de James se ampliaron del asombro, mientras Darksaber caía inconsciente al suelo.

—Vincent... realmente eres tú. —Suspiró con desaliento y ojos cansados—. Te convirtieron en la versión más oscura y retorcida de tu ser, pero tu otra mitad aún está prisionera de la Sociedad Oscura en alguna parte, y te juro que haré hasta lo imposible por traerte de regreso, a ti... y a Gia.


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