11. Proyecto Génesis
Por BeKaMM
Planeta Ixwa, año 7506 del Calendario Imperial Oshiangt.
Un soldado de cabellos rojos corría entre el campo de batalla. Desesperado, intentaba llegar a su destino. Su contextura delgada y alta se encontraba encorvada y su correr era desigual, herido por las secuelas de la batalla. Sus ojos, tan claros como cientos de estrellas, ahora estaban casi apagados.
Habían pasado 8 ciclos solares desde que las Fuerzas Imperiales de Damardur habían diezmado los pilares del Imperio Oshiangt y sus clanes, pero no el Aeblan. Sus líderes aún resistían a la batalla por conservar lo que quedaba de su cultura y su planeta.
Osur Aeblan era uno de ellos. No por nada era conocido como El más valiente de los rebeldes.
A lo lejos, un grupo de soldados de uniforme azul lo perseguían. Eran las Fuerzas Imperiales de Damardur. Disparaban y arrojaban objetos en un afán de detenerlo. Por su uniforme rojo que lo identificaba como parte de la Resistencia del Imperio Caído, se había convertido en un blanco militar.
Pero apenas lograban acercarse. Aquel soldado rebelde escapaba con tecnología dañada; además, tenía la ventaja geográfica, conocía la región mejor que nadie.
Los soldados se alejaron siguiendo un rastro falso. De entre las sombras de los escombros salió la herida figura de Osur Aeblan. Sin perder tiempo, continuó corriendo. Su temeraria esposa, Imza Aeblan, había muerto en sus brazos; su destino ahora debería ser un prisionero de guerra, pero no podía hacerlo. Escuchó sus planes. El campamento corría peligro, y dentro de él se hallaba su dulce niña. Quién sabía qué pasaría con ella si cayera en las garras del enemigo.
La noche cayó, cubriendo con su manto el desolado lugar. Apenas era visible la figura de los objetos, sin embargo, el soldado no se detuvo. Aún menos al ver a lo lejos las furiosas llamas alzarse desde la ubicación del campamento.
—No... por favor, no —rogó con desesperación, apresurando su paso.
Los gritos comenzaron a escucharse a medida que se acercaba. Logró acercarse lo suficiente y en sigilo solo para encontrar una devastadora escena. El campamento siempre fue la ubicación más protegida del ejército de la resistencia. Su población consistía en civiles, familiares de soldados y refugiados, protegidos con un batallón entero de ataque. El lugar, antes tranquilo y apacible, ahora estaba en llamas; los disparos sonaban como truenos por todos lados, casi opacando los gritos desesperados.
Soldados enemigos entraban en las casas envueltas en llamas, arrastraban sin misericordia a las mujeres y adolescentes. Osur rodeó la zona. Su corazón sangraba, su voluntad por ayudar a todos sus compatriotas era enorme, pero su raciocinio lo obligaba a seguir, lo más importante era su pequeña niña.
Apretando la herida sangrante en su brazo, llegó al lugar que consideró su hogar. Lo encontró hecho cenizas. Podía notarse el tiempo que estuvo ardiendo.
La desesperación lo inundó de nuevo. La casa vecina también estaba destruida y su mente no pudo procesar la situación. Entonces escuchó un débil grito infantil.
Levantó su cabeza en reacción, desenfundó su arma y corrió entre las cenizas siguiendo el grito.
—¡Suéltenme! ¡Ya paren! —escuchó los gritos de su pequeña hija pelirroja—. ¡Papá y mamá regresarán! ¡No los perdonarán! —Las inocentes amenazas hacían reír al enemigo.
Giró por una esquina y observó cómo varios soldados vestidos de azul arrastraban niños pequeños hasta un transbordador. Entre uno de ellos encontró a su hija, con su rostro rojo y lloroso mientras pataleaba.
Apuntó su arma directo a la cabeza del soldado, esperaba dar el tiempo suficiente para que la pequeña se alejara. Su pulso temblaba. Colocó el dedo en el gatillo y un disparo resonó por el lugar.
De inmediato, todos los soldados se pusieron en guardia. Aquellos que llevaban niños los arrojaron al suelo y apuntaron hacia una esquina, donde el cuerpo de un uniformado azul cayó con brusquedad en el suelo. Atrás de él podía observarse la figura de un soldado de Damardur.
—¡Papá! —gritó una niña, levantándose del suelo con el afán de ir hasta su padre.
El soldado que antes la llevaba soltó una risa fría, sostenía con fuerza el pequeño brazo de la infante, arrastrándola de nuevo hacia la nave.
—¡Suéltame! ¡Papá! ¡Papá! —Luchaba en intentos lamentables la niña.
—Chezz. Estos rebeldes siempre son duros de caer —comentó el soldado que disparó, pateando el cuerpo casi moribundo de su víctima.
Osur intentó levantarse, mas de una patada regresó al suelo. Solo pudo levantar un poco la cabeza para observar con impotencia cómo su pequeña niña era subida a la nave enemiga.
—Llévense a los niños, maten a los demás —dijo un soldado de azul, con uniforme de porte magnífico, mientras se abría paso entre el lugar, directo a la nave.
—¡Sí, señor! —Todos los soldados de Damardur golpearon su pecho en señal de comprensión a la orden. Pronto los gritos dejaron de escucharse.
Y lo último que vio aquella niña antes de ser arrojada a la celda de la nave fueron los disparos al cuerpo de su padre a manos de un pelotón de soldados.
—¿Nombre? —preguntó la mujer vestida de azul.
La niña con mirada triste la observaba sin hablar.
—Si no coopera ya sabes que hacer. —Se escuchó una voz dura por los parlantes, la mujer solo suspiró.
—Escucha, niña, no hagas esto más complicado, ¿quieres? ¿Recuerdas lo que le pasó a tu padre? —En ese momento pareció reaccionar la niña. Con intenciones malvadas, la mujer continuó—. Si no comienzas a ser más obediente lo terminarán de matar y serás tú la culpable, ¿entiendes? —Asintió la pequeña con los ojos acuosos—. Bien, entonces comienza a responder.
—Adyin Aeblan. —La dulce voz infantil fue registrada por el dispositivo de grabación.
—¿Padres?
—Imza y Osur Aeblan. —La pequeña observaba sus cortos dedos mientras respondía.
—Oh, el clan caído —comentó despreocupada—. ¿Alguna vez te hicieron pruebas médicas?
—No... —Negó con la cabeza. La mujer movió sus dedos con rapidez por el teclado virtual antes de levantarse.
—Como era de esperarse de esos salvajes... con esto es suficiente, no era tan difícil, ¿verdad? —Su voz aburrida resonó por las paredes de metal—. Solo por ser una Aeblan es candidata a las pruebas de la Novena Energía. Que sea trasladada a los laboratorios del nivel inferior —habló a través de su comunicador en el oído.
Dos grandes hombres cruzaron la única entrada y jalaron por la fuerza el delgado brazo de la menor.
Cohibida y llena de temor, fue arrojada a una habitación de paredes de cristal. Pudo observar que, del otro lado, decenas de personas con trajes que cubrían hasta sus rostros se arremolinaban frente a las paredes.
—Sujeto cincuenta y dos, a partir de ahora se comenzará con el procedimiento Metamorfosis, en el cual se obligará una transición temprana a la adultez. Se documentarán los cambios y efectos secundarios que pueda presentar. Comiencen a liberar el patógeno —habló el líder de los investigadores, vestido con un traje distinto.
Otros obedecieron sus órdenes. Pronto, a la joven Aeblan un extraño gas de color verde comenzó a rodearla.
Una de las características de su raza era la transición de niñez a adultez. Se tenía una tradición muy fuerte y arraigada cuando un niño fuera sometido al procedimiento. Siempre serían protegidos y aislados del mundo para evitar influencias extrañas que pudieran alterar el estado adulto.
Mientras fueran niños, todos se parecerían. Nunca habría diferencias de género en su apariencia. Su cuerpo siempre se mantendría pequeño durante varios años antes de comenzar la transición, donde se vería el cambio. Temas como esos no eran desconocidos para la joven forma de vida, sus padres y los adultos del campamento se encargaban de educar e inculcar sus propios valores del clan.
No era tan ingenua para no entender las palabras antes dichas por aquella persona. Tampoco tenía salida alguna, pero su pánico la obligó a moverse, a golpear los cristales, gritar e intentar huir.
Minutos de desesperación sufrió antes de que un agudo dolor la hiciera caer al suelo. Se sintió extraña. No podía controlar su cuerpo y comenzó a convulsionar. El sonido de sus huesos rompiéndose fue lo único que se escuchó.
—El procedimiento Metamorfosis ha sido un éxito, envíen al sujeto cincuenta y dos a la siguiente etapa y traigan a uno nuevo, usaremos otro compuesto. —De nuevo se escuchó su voz.
Adyin no paraba de gritar de dolor. Sin embargo, una mujer grande y robusta entró sin miedo a la cabina de cristal, la tomó de los brazos y la extrajo de la habitación.
Cada uno de sus músculos se desgarraban, sus huesos se sentían rotos, como si no pudiera mantenerse unida. Poco prestó atención sobre el lugar a donde la llevaban, solo se abrazó a sí misma, en un inútil intento de permanecer en una pieza.
Con fuerza separaron sus brazos, aquello la hizo tomar más atención a su alrededor. Inmovilizaron sus extremidades a cada lado, luego metieron un trozo de tela en su boca mientras sostenían su cabeza con fuerza.
—Asegúrenla bien, no quiero otro accidente —dijo una voz profunda. Tanto la mujer como la otra persona hicieron sus movimientos más meticulosos, pero Adyin apenas y podía moverse unos milímetros.
Ambos salieron, mientras ella, en medio de un mar de dolor, mordía la tela.
—Comenzando exposición.
Todo a su alrededor se llenó de ruidos extraños. Una luz verde agua llamó su atención. Del techo, un compartimiento de metal se abrió para mostrar el brillo sin fin de la gema de Novena Energía.
Su cuerpo adolorido reaccionó fuerte, su temperatura se elevó cada vez más, mientras la gema descendía con lentitud, directo a ella.
El dolor se intensificó, las reacciones violentas se mostraron. Sus entrañas se quemaban y parecía que el ácido corría por sus venas. Fuertes gritos desgarraron su garganta, hasta que la gema tocó su pecho, entonces, como si todo explotara en el interior, su cuerpo comenzó a cambiar. Sus huesos se alargaron a simple vista y las facciones delicadas de una mujer empezaron a mostrarse, perdiendo poco a poco la gracia de bebé en su rostro.
La gema siguió bajando. Le cortaba la piel y se hundía en ella, hasta que por fin se detuvo. Fue en ese momento que su límite fue alcanzado y todo se volvió oscuro para Adyin.
Los gritos cesaron dentro de la cámara de contención. Desde el único cristal en ella, un par de científicos se asomaron para anotar datos en sus terminales.
—La cámara se ha vuelto silenciosa, sin embargo, a simple vista se puede determinar que la Metamorfosis ha sido un éxito —habló el segundo de ellos mientras escribía, sin apartar los ojos del cristal.
—Proceso completado en un setenta por ciento.
—Los niveles de novena energía han bajado drásticamente, el material residual es completamente seguro.
Las puertas metálicas fueron abiertas y varios científicos entraron, tomaban evidencias en sus notas, dato tras dato. En la única camilla de metal, una joven se encontraba con una enorme herida en su pecho, las restricciones antes puestas ahora parecían cortar la circulación de sus brazos, obviando el crecimiento en ellos.
La niña llegó a su etapa adulta, pero lo que más llamó la atención fueron sus cabellos, que, antes rojos, se volvieron blancos por completo, desprovistos de color.
—Las mutaciones a la exposición han sido mínimas a comparación de los anteriores resultados. Aún es muy pronto para confirmarlo, sin embargo, podemos tomarlos como satisfactorios. —Las restricciones fueron liberadas y un robot procedió a moverla, mientras los científicos tomaban muestras, absortos en su investigación—. Hay que enviarla al quirófano. Antes de que el proceso termine debemos insertar el monitor en su cerebro, si el enlace con la gema es completado tendremos al fin nuestras respuestas —habló con éxtasis uno de ellos.
Galtha, año 53 en Ciclos Galácticos Nur.
Sus pasos, que resonaban en el metal, se detuvieron. Adyin se desplomó en el suelo, afligida. Observó sus manos, cubiertas por guantes negros, después fijó su mirada hacia el frente, donde una fila de naves cubría el fondo.
Un extraño sentimiento de familiaridad la inundó mientras se adaptaba a la situación.
Era cierto.
Era parte de las brigadas de Guerreros Oscuros de Galtha y Yornak, su líder, o Rumm, como se les llamaba a los capitanes, había desaparecido en una misión contra la armada del Imperio de Corvyn.
Odiaba ese sentimiento. Justo cuando comenzaba a adaptarse a esta nueva familia, lo más cercano que volvía tener a un padre había muerto.
Se negaba a aceptarlo.
Después de que las Fuerzas Imperiales de Damardur lograron esterilizar por completo a Ixwa y exterminar a la Resistencia del Imperio Caído, los investigadores huyeron del planeta junto a los miembros más importantes de la milicia y la familia imperial.
En medio de ese caos, los sujetos huyeron, y entre ellos Adyin, sola. Al final pudo ser libre, sin los grilletes que la ataban a la cruel guerra. Pero sin un camino a seguir, su único propósito recayó en querer evitar que la misma destrucción que arrasó con su planeta, acabara con otros.
Los persiguió a lo largo del universo. Muchos de ellos eran refugiados en planetas distintos y Adyin, sin reparos, asesinó a los que se interpusieron en su camino para lograr acabar con estos investigadores que tenían en su poder la tecnología que destruyó la vida en Ixwa. Esto la llevó a convertirse en una enemiga del Cúmulo de Estrellas, la alianza planetaria más grande alguna vez vista en el universo, quienes pusieron precio a su cabeza.
Vagó sola en el cosmos durante largos ciclos galácticos, hasta que Los Cuatro Sabios de Gatlha, la mayor autoridad en el planeta, indicaron que, por voluntad de la diosa Iodré, ella debía ser integrada en sus fuerzas.
Enviaron al escuadrón de Guerreros Oscuros más impecable de Galtha: Garteo, Iodrana, Zahim, Zilra y Jexyit, y a la cabeza del equipo, su Rumm Yornak.
Usando una trampa la capturaron luego de una violenta resistencia. La entrenaron con buenas costumbres y ante Iodré, en presencia de Los Cuatro Sabios, hizo el juramento por el que obtuvo la bendición de la diosa.
Aquellos recuerdos se esfumaron de regreso a la lanzadera, donde se reuniría con el alquimista que la armaría. En cierto punto no se sorprendió de ver a su amiga Jexyit ahí, lista para darle su armamento y un buen sermón.
—¿Creíste que no me enteraría? ¡Nada pasa por el equipo sin que yo me entere! —Fue lo primero que dijo la mujer de ojos violeta y cabellos negros.
—Si se lo hubiera dicho a Iodrana, seguro me hubiese confinado en la prisión del cuartel. —Levantó los brazos mientras la máquina la vestía con su armadura oscura de combate.
—En eso tienes razón, yo misma lo hubiera hecho. ¿Crees que estoy feliz de mandarte a un lugar tan peligroso como lo es esa maldita galaxia? ¡Somos un equipo, Adyin! No puedes tomar las decisiones por ti misma todo el tiempo.
—¿Entonces qué? ¡No me iba a quedar quieta esperando a que Iodrana arremetiera contra mí! Tampoco pensaba quedarme sentada a esperar el cuerpo de Yornak. —Apretó los dientes con ira, intentaba alejar los pensamientos negativos—. Si hay una mínima posibilidad de que esté vivo, lo salvaré, lo traeré de vuelta. Esto no es algo que pueda confiarle a nadie.
—No solo es importante para ti, Adyin, es muy importante para todos nosotros, pero tú también lo eres. No debes desperdiciar tu vida de esta manera. —La joven pelinegra la tomó de las mejillas, observándola con seriedad.
—Cállate, Jexyit, no importa lo que haga, él lo vale. —Devolvió la mirada con severidad.
La joven alquimista solo suspiró, alejando sus manos. Le era imposible no comprender a su amiga albina.
—Lo sé. Sé que no puedo hacerte cambiar de opinión, por eso solicité ser quien te asista en el armamento. —Suspiró, derrotada, y se acercó a una mesa metálica, donde una caja oscura se encontraba. Sus dedos se iluminaron en blanco y con un clic la caja abrió.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó Adyin con curiosidad.
—¿Recuerdas mi investigación sobre tu gema de Novena Energía? Hice varios descubrimientos. El primero es que de forma natural es una energía muy caótica que, en otras personas, en el peor de los casos podría hacerlos explotar, en el mejor solo los enloquece. Pero algo de lo que te hicieron en Ixwa mantuvo la energía salvaje contenida dentro de ti. —De la caja sacó una masa oscura dentro de una botella de cristal—. La bendición de Iodré calmó la Novena Energía y le dio un sentido, por eso es que puedes perder partes del cuerpo o herirte y sanarte extremadamente rápido.
—Eso explica muchas cosas. Entonces ¿qué más encontraste? —La máquina terminó de colocarle la armadura.
Adyin bajó de la plataforma con un salto y se acercó a su amiga.
—La gema de la Novena Energía en tu cuerpo la generará infinitamente, por lo que podrías ser inmortal, pero eso requiere más investigación. Esa energía puede ser usada no solo para regenerarte, he descubierto el método para usarlo en el arma que siempre portas. —Le entregó la caja de cristal con la masa oscura a Adyin, quien la recibió intrigada.
—¿Eso quiere decir que la batería de las armas de energía nunca terminará? —preguntó, abriendo la botella. Cuando la masa cayó en su mano, tomó la forma de la daga que tanto conocía.
—En términos simples, sí. Normalmente tendrías que darle la forma de arma de energía a tu daga y después recargarla para poder usarla en batalla, pero con las modificaciones que le he hecho, esto ya no será necesario. Mientras no termines agotada por regenerar tus heridas, el arma podrá ser disparada de manera infinita. —Sonrió.
—Será útil. —La daga se deformó, tomando la forma de una pulsera alrededor de la muñeca de su traje—. Entonces me iré, no puedo demorar mucho.
—Adyin, por favor, regresa a salvo. —Le dio un fuerte abrazo. Adyin la separó con una pequeña sonrisa.
Un dolor agudo la atravesó, distorsionando los vagos recuerdos. Viajó desde su brazo derecho hasta la punta de sus pies y la hizo soltar un grito fuerte.
El ruido era penetrante, tanto que parecía dejarla sorda.
Letras luminosas aparecieron frente a ella en la oscuridad. Mostraban el estado del monitor y una pequeña barra de progreso.
«Recuperando funciones básicas».
El dolor se detuvo y al fin su visión se aclaró. Adyin levantó la cabeza para observar a su alrededor. Sus brazos se encontraban atados sobre su cabeza con grilletes de metal. Frente a ella, máquinas extrañas alejaban sus brazos robóticos. Más allá, personas con trajes blancos y caras cubiertas.
—Las cuchillas de diamante se han roto, no podemos extraer material óseo —escuchó una voz.
Giró su cabeza a su brazo derecho. Metales delgados mantenían la carne artificial abierta, con el material oscuro de su hueso al descubierto.
—Traigan las cuchillas de lonsdaleíta, hoy cortaremos esos huesos —habló una voz dura.
Permaneció inmóvil. Las personas que rodeaban las máquinas cambiaban las partes sin prestarle atención, hasta que un hombre entró en su campo de visión. El parche oscuro en su ojo y la cicatriz que sobresalía del mismo era lo más llamativo de su rostro, vestía ropas oscuras hasta el cuello con una bata blanca encima.
—Doctor Méndez. —Otro hombre, mucho más joven, se acercó con hojas en sus manos.
—Dime qué tienes, Adam. —Su postura no cambió, observaba con detalle el brazo dividido de la albina.
—Aún no logramos que las ondas cerebrales reaccionen, a este paso podemos concluir que es un vegetal. —Ojeó sus documentos y acomodó las gafas que resbalaban de su puente nasal.
—Así que es inútil tratar de controlarla —concluyó.
—Efectivamente, pero eso no significa que no sea útil. Los secretos en su cuerpo son suficientes para darnos avances en nuestras investigaciones. —Extrajo una hoja y la pasó al mayor mientras explicaba—. La tecnología del cerebro y del ojo artificial son completamente distintas al principio de la tecnología de los invasores corvynianos.
—¿Se ha confirmado?
—Así es. Que ella fuese abandonada en esa prisión y la tecnología distinta solo nos da la respuesta de que son de diferentes pueblos. Posiblemente fue una prisionera de guerra tomada por los corvynianos. —La emoción en su voz era fácil de distinguir.
—Hemos avanzado lo suficiente. A partir de ahora continuaremos con la segunda fase —habló el hombre del parche—. Dejen la prueba para más tarde. Preparen al sujeto Génesis, tendremos invitados especiales.
No tardaron mucho. Un ejército de personas removió los cables y materiales que mantenían en su cuerpo. Un par de grapas volvieron a unir la carne de su brazo. Entre el esfuerzo de muchas personas fue cambiada de camilla y sacada de la habitación con maquinaria médica. La camilla se elevó, dejándola en posición vertical. Las luces fuera de un cristal oscuro se encendieron y pudo ver un pequeño foco rojo en un aparato con lente.
—Señores, como bien prometí, esta investigación está dando sus frutos. Pidieron resultados, y aquí están —comenzó con la explicación el Doctor Fernando Méndez—. La información está en los documentos que les fueron enviados. A partir de ello, hemos creado modelos para prótesis basadas en el brazo artificial del sujeto Génesis. Aunque solo son prototipos, esperemos que en la siguiente fase sean comprobados en sujetos de prueba. —Señaló al brazo derecho de Adyin, el cual contenía marcas lilas a lo largo de él—. Lo mismo sucede con su ojo artificial. Ha sido examinado, pero aunque no podemos recrearlo, hemos logrado crear una tecnología similar. —La pantalla cambió de nuevo para mostrar planos de prototipos.
—¿Qué sucede con su consciencia? —Una voz extraña, modificada y mezclada con otras, resonó en la sala.
—Lamentablemente, es un caso perdido. El aparato que sustituye la mitad de su cerebro no reaccionó a ninguno de los impulsos que hemos hecho al cuerpo. Al estar muerto, no podemos examinar su contenido ni intentar encenderlo.
—En la forma en la que mira a la cámara, parece no ser el caso —dijo la misma voz.
—Es un efecto normal. El cuerpo es un caparazón, su consciencia está muerta. —El hombre estiró un brazo y apretó la mandíbula de Adyin—. Aunque es una lástima, aún podemos sacarle provecho. —Sonrió, mostrando su dentadura perfecta—. Tenemos el conocimiento suficiente para iniciar con la fase dos. Señores, hoy será el día donde comenzaremos a cambiar la historia de la humanidad, este es el Nuevo Génesis.
El lugar permaneció en silencio. Las personas, cuyas figuras apenas eran visibles por el cristal, se movieron del otro lado de la habitación para salir. Las puertas se cerraron con un sutil sonido.
—Dejen las pruebas para después, traigan a los ratones —ordenó.
Cuando al fin estuvo sola en el oscuro laboratorio, cerró los ojos. Su monitor, aunque había recuperado las funciones básicas, aún permanecía afectado por el anillo alrededor de su cabeza.
Los recuerdos eran confusos, pero los suficientes. Ella, en medio de la cólera por la pérdida de su maestro, solicitó el permiso para buscar su cuerpo; los Cuatro Sabios de Galtha lo permitieron bajo el nombre de «exploración».
Lo que encontró ahí fue la masacre de las brigadas enviadas para detener a los corvynianos en su paso al planeta Tierra. Entre los cuerpos flotando junto a los restos de las naves, lo encontró, a uno de los más grandes guerreros veteranos, su mentor y lo más parecido que había tenido a un padre desde aquel asalto que acabó con su pueblo; Yornak murió sin un cuerpo entero.
Y al querer recuperarlo, una nave de batalla corvyniana apareció y su tiempo como criminal le tomó factura. Ellos sabían lo suficiente para derrotarla y mantenerla cautiva.
Apenas pudo luchar antes de que el anillo se activara sobre ella, causando que su monitor y su ojo artificial dejaran de funcionar. Así fue como terminó prisionera de las naves de guerra de Corvyn.
Lo que no lograba entender era cómo había llegado a ese lugar, como un sujeto experimental en laboratorios rudimentarios.
Sin el monitor operando como debería, le era difícil determinar el estado de su traje y su arma. Abrió los ojos en medio de la oscuridad. Su única alternativa era dar prioridad a los protocolos del monitor.
Las luces se encendieron y un grupo de investigadores entró. Liderados por el Doctor Fernando Méndez, clavaron agujas en las extremidades de Adyin Aeblan para extraer el precioso líquido vital color violeta oscuro.
—Manden las muestras a los laboratorios superiores y enciendan el taladro, continuaremos con el procedimiento de extracción de material óseo.
El grupo de científicos guardó su sangre en pequeños tubos de cristal y los dejó en maletines de metal. Otra persona se encargó de sacarlos del lugar. Los ruidos de motores pronto llenaron el lugar; otros se encargaron de llevar las grapas de su brazo y volver a cortar los músculos artificiales hasta llegar al hueso metálico.
El mismo ruido penetrante de antes volvió a amenazar con dejarla sorda. El brazo de la máquina bajó, comenzaba a cortar el hueso metálico.
De nuevo, el dolor agudo la recorrió. Apretó los dientes en un intento por ahogar los gritos de sufrimiento, pero no fue suficiente. Pequeñas partículas oscuras se elevaron y la cuchilla se hundió poco a poco.
No contuvo los gritos.
—Asegúrense de que permanezca despierta —ordenó.
Volvieron a clavarle agujas en el cuerpo. El líquido frío recorrió por sus venas, pero no alivió su dolor, solo la hizo más consciente de él. Cuando la máquina se detuvo, el brazo robótico de la máquina se elevó. Quienes la rodeaban no tardaron en clavar más agujas metálicas en el pequeño agujero del hueso.
—Como supusimos, el hueso es completamente sólido —dijo uno de los que clavaban agujas.
—Tenemos las muestras del material —habló la primera voz femenina del lugar.
—Las cuchillas de lonsdaleíta soportaron bien, pero ahora son inútiles —comentó el hombre que revisaba la máquina.
—No importa, tenemos lo que queríamos.
No tardaron mucho en abandonar la sala.
Con su cuerpo entumecido, cerró los ojos. Prestó atención a la barra de progreso, avanzaba demasiado lento para su gusto, pero al menos podría librarse del anillo en su cabeza.
Su mirada se fijó en un pequeño foco rojo en una esquina de las paredes. Lo reconoció como el de la sala oscura anterior. Alguien la vigilaba. Tendría que esperar pasivamente a que el monitor recuperara sus funciones.
Los procedimientos se repitieron un par de veces más. No pudo evitar guardar odio en su corazón. Aunque estaban lejos de ser iguales a los que fue sometida en Ixwa, seguía odiando las cosas parecidas.
Cuando la barra de proceso al fin se llenó, observó a los investigadores que se preparaban para irse. Después de otro procedimiento rutinario, muchos iban dejando atrás a los encargados de limpieza.
Su monitor era una computadora de tecnología avanzada. Fue fácil para ella infiltrarse en las redes de los laboratorios y obtener la información que necesitaba.
Cerró todas las salidas que usaban cerraduras electrónicas, interfirió en las comunicaciones y dejó las instalaciones aisladas del exterior. Cuando al fin tuvo control entero de los laboratorios, observó al grupo de personas frente a ella.
Ninguno prestó atención cuando sus ojos se iluminaron, realzando el color azul eléctrico. Las heridas que antes permanecían abiertas se cerraron casi de forma instantánea.
Un ruido fuerte, similar a un jarrón roto se escuchó, llamando así la atención de todos en la sala. El anillo que simulaba una corona alrededor de su cabeza caía hecho pedazos al suelo de concreto.
Con fuerza rompió los grilletes de cuero de sus brazos y siguió con los de sus piernas. Sus pies desnudos tocaron el frío suelo y sus músculos, que habían permanecido sin movimiento durante mucho tiempo, cosquilleaban.
—¡Saquen las armas! —Un grito desesperado hizo reaccionar a todos.
De un salto llegó hasta la posición del que, con llaves, buscaba abrir cajones de metal en completa desesperación.
Un simple giro en su cabeza y el hombre cayó muerto. Algunos se arremolinaban en la puerta intentando abrirla, pero ni los códigos ni las retinas funcionaban.
Ella, de manera tranquila, observó su mano derecha. Una masa oscura surgió desde su muñeca y poco a poco se deformó hasta tomar la figura de una daga. Se giró a los desesperados hombres y elevó su arma.
—Cuando hicieron todas esas cosas horribles a un ser extraño debieron pensar que habría venganza —habló por primera vez el idioma de los terrestres.
—No. So-so-solo seguíamos órdenes —tartamudeó el denominado Adam.
—¿Y por qué crees que eso me importa?
Se impulsó hacia ellos. Los cortes de su daga se dirigieron a las partes vitales, arrancando la vida de esos investigadores. El lugar no tardó en llenarse de un olor a óxido, la sangre manchaba las batas blancas de los cuerpos.
—Aún falta la cabeza de todo esto —murmuró con rencor.
Un material oscuro comenzó a cubrir su cuerpo desde su espalda. Las puertas frente a ella se abrieron con un solo pensamiento. Cuando atravesó el marco, arrancó la frágil bata de su cuerpo, ahora vestía de regreso la armadura de los Guerreros Oscuros de Galtha.
Las imágenes de las cámaras de seguridad parecían reproducirse ante sus ojos. Observó a cada persona en el edificio y fijó su objetivo en el doctor Méndez, quien caminaba por los pasillos superiores rodeado de otros científicos e investigadores.
Según las cámaras, solo los miembros de la sala de control se habían percatado de la situación. Intentaban desesperadamente recuperar el control de los sistemas; otro más, intentaba destruir la cerradura electrónica con un tubo de metal.
Tomó el elevador y lo ordenó ir hasta el segundo piso. Durante el tiempo de subida, los investigadores alrededor del doctor ya se habían percatado de la situación y corrían a las escaleras de servicio.
Al abrirse las puertas, corrió por el pasillo, guiándose por las cámaras de seguridad, hasta girar y encontrarse con el grupo de investigadores.
—¡No dejen que se acerque! —Los guardias del piso le dispararon sin rastro de piedad.
Corrió a través de la lluvia de balas, su traje repelía cada una de ellas sin dificultad. Llegó al primer guardia y lo desarmó con un par de movimientos, para luego disparar con el arma a los otros tres guardias, los cuales cayeron rodeados de un charco de sangre. Levantó su vista al doctor Méndez, huía con otro par de investigadores. Apuntó con el objetivo fijo, pero al disparar ninguna bala salió.
Sin otra opción, corrió de nuevo en un intento por alcanzar al pequeño grupo. Uno de ellos se detuvo y se giró para enfrentarla. En su palma derecha apareció de nuevo la daga. El hombre intentó golpearla a puño limpio, pero era inútil con su velocidad tan lenta. Adyin esquivó al agacharse y le clavó la daga en el estómago.
Él cayó de rodillas, con un pequeño hilo de sangre escapando por su boca. Le retiró su daga y lo rodeó, pero, cuando se disponía a seguir, una mano temblorosa la detuvo.
—No... el doctor Méndez no pu-puede morir... —En su agonía, aquel pequeño investigador la sostenía del tobillo.
Adyin lo observó unos segundos en silencio antes de darle una patada al rostro obeso con lentes.
—No me toques, criatura asquerosa. —Su melosa voz, bañada de un cruel y frío tono, retumbó en las paredes.
Retomó su camino. Corrió por las escaleras hasta el techo, donde un ruido fuerte ensordecía el ambiente. Un helicóptero comenzaba a elevarse. Ella pudo ver a través de las puertas al dichoso doctor que tanto buscaba.
Arrojó su daga con fuerza, directo a la cabeza de aquel hombre. Nunca esperó que tuviera buenos instintos de supervivencia. Méndez tomó al investigador a su lado como escudo, y la daga le quedó clavada en el pecho del hombre.
Lo observó dando órdenes mientras el cuerpo del investigador caía y las puertas del helicóptero se cerraban.
Solo pudo ver el rostro en pánico del doctor Méndez.
Adyin recuperó su daga del hombre fallecido y fijó su atención en la información a la que tenía acceso por su monitor. Tras buscar en lo más recóndito de la base de datos, entre toda la información destacó un enclave sin conexión ni salida, pero que siempre aparecía entre lo más oculto de los cortafuegos: O.R.D.E.N.
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