1. Cacería inhumana
Por MichellBF, A_Grant & GabrielO5
Roma, 2019.
Con la hermosa combinación de colores por encima de la ciudad, justo en el firmamento, el atardecer era absoluto. Dotaba de tranquilidad a todos los ciudadanos que en Roma habitaban. Música y risas se escuchaban en cada esquina. La gente transitaba las históricas calles y ligeros ventarrones frescos hacían de aquella una tarde verdaderamente agradable.
Una mujer pasó tranquila por una de las múltiples calles adoquinadas, observaba los elegantes alrededores que bien conocía pero no dejaban de impresionarla. El encanto de Roma se sentía a cada paso que daba en su andar.
Escuchó entonces las campanadas, la misa estaba por comenzar. Apresuró un poco el paso, la catedral estaba a poco menos de tres calles, pero debía darse prisa para alcanzar a su familia. Continuó caminando hasta que un sonido proveniente de un callejón llamó por completo su atención, en un inicio pensó que se trataba del viento, pero al acercarse pudo diferenciar que aquello era una voz susurrante que se acercaba.
Se quedó unos segundos parada en los límites del callejón, hasta que decidió entrar. El susurro había incrementado, pero no parecía proceder de ningún lugar en específico. Miró en los alrededores y no encontró nada.
—Ciao? C'è qualcuno? —elevó la voz con el temor incrementando en sus entrañas.
Escuchó cómo algo se movía en la parte más oscura, fijó con la mirada una figura que emergía de entre las sombras, era un hombre que portaba una extraña armadura de tonos rojos, al igual que sus ojos rasgados, brillaron como infernales estrellas.
—Hola, preciosa. —Sonrió con malicia, mostrándose ante ella cual fuera una aparición—. ¿Eres Gia, no es así? —preguntó, mas la mujer estaba demasiado aterrada para responder—. Tranquila, no te haré daño, no tienes por qué temer.
—¿Quién es usted? —pronunció finalmente en su idioma. El haber sido criada en una familia de alta alcurnia le había servido para ser alguien culta desde temprana edad.
Dakken colocó ambas manos cruzadas frente a él y se encogió en hombros, mirándola con una sonrisa.
—Mi nombre no es importante. Lo que importa en verdad eres tú, por lo que necesitaré que vengas conmigo.
Gia tembló. Negó varias veces y trató de correr, pero acabó cayendo de lleno al suelo tras chocar. Su boca golpeó con lo rocoso. La sensación de dolor y calor se adueñó de ella. Se quejó mientras rozaba sus labios, viendo sus dedos mancharse con sangre. Entonces una sombra la cubrió. Tan pronto alzó la mirada, sintió un escalofrío al ver un juego de afiladas garras, pertenecientes a una criatura solo digna de pertenecer a una pesadilla. El Wendigo avanzó imponente y aterrador, mientras ella trataba inútilmente de arrastrarse fuera del alcance de su pelaje negro, pero Dakken yacía tras ella.
—Es hora de irse a dormir, Gia. —Rio con malicia.
Fue entonces que para la indefensa mujer todo se volvió negro.
Las campanadas volvieron a sonar una hora más tarde. La misa terminaba y los feligreses emergían del recinto sagrado, grupos de personas que, inmersos en su rutina, se sumaron al ritmo de la Ciudad Eterna. Junto a la puerta principal, ella esperaba. Llevaba mucho tiempo observando la misma práctica, las mismas personas ir y venir, podía jurar que conocía a cada una, pero ninguno de ellos era a quien esperaba ver. Suspiró. Miró el sello que yacía sobre su muñeca, su vida sería tan diferente de no poseer tan blafesma marca.
Su enojo debió esperar en cuanto vio a una familia dejar la catedral. Una mujer mayor caminó de la mano de su esposo, acompañados por un hombre joven y una mujer, cierta preocupación se reflejaba en sus rostros, la más joven llevaba un celular en la mano y en varias ocasiones lo llevó a su oreja, pero a quien fuera que llamara, nunca contestó.
La inquietud de aquella familia iba en aumento, y la preocupación de Venatrix igual.
Aunque separados, tanto ellos como ella, se preguntaban el por qué Gia no había arribado a la misa, a sabiendas de que ella siempre era de las primeras en llegar. Si por tanto tiempo la rutina fue inalterable, ¿qué había cambiado ese día?
—Puntual como siempre. —Escuchó decir a una voz masculina detrás de sí.
Volteó para observarlo. En un breve instante detalló los rasgos del hombre que, vestido con sotana negra, cortaba la distancia entre ellos. Sin duda los años se hacían notar en él a través de las ligeras arrugas y lo blanquecino de su cabello, aunque mayor, pudo reconocerlo.
—Louis.
—Venatrix —saludó, ubicándose a su lado. Como ella, se dedicó a observar a la familia y luego suspiró con pesar—. En mis años de investigación sobre ti, el apellido D'Angelo salió a relucir. Viajé desde Francia queriendo entender el papel de la familia en tu vida y bastó con verla la primera vez para entender las razones que tuviste al aceptar el Infierno como parte de ti. Ella y tú... son idénticas —dijo, con una sonrisa pequeña.
—¿Y? —inquirió, consciente de que había algo más en todo aquello.
Esperó la respuesta sin dejar de escudriñar la zona, la familia en cuestión nunca dejó su campo visual.
Quizá llegaba tarde. Existía la mínima posibilidad de que algo la retrasara. Su familia debió pensar igual, porque permanecieron frente a la catedral; miraban hacia cada lado en busca de alguna señal, la inquietud se hacía evidente en el comportamiento.
—Y desde que estoy aquí, la he visto llegar a tiempo cada día —respondía el eclesiástico—... sin falta.
El sacerdote deshizo su sonrisa, su rostro se tornó decaído, y Venatrix comprendió que lo último dicho no había sido un elogio. Fue entonces cuando una cruda sensación se apoderó de su cuerpo, un temor profundo que solo le hacía saber que algo muy malo había pasado. Para confirmarlo, el blanco y único mechón de su cabello mostró indicios de querer desvanecerse.
—Gia —pronunció con terror.
Le dio la espalda a la catedral y se alejó, dejando al sacerdote atrás.
La singular belleza de la casa D' Angelo era de admirar. De entre todas en los alrededores no era la más grande, pero sin duda la más hermosa. Venatrix se posicionó junto a la entrada, de frente a la puerta, el aire movió su cabello, y el mechón blanquecino con escasez de brillo se movió frente a sus ojos. No deseaba recordarlo o invocarlo aunque fuera en su mente, pero su voz se deslizó en sus pensamientos atrayendo un recuerdo.
«Es la vida de tu hija» dijo él, y con voz cautivadora añadió: «mientras el color persista será porque ella sigue viva y feliz».
Venatrix se permitió pensar que aún seguía viva, aunque no era feliz.
Con aquel pensamiento presente, giró sobre sus pies. Quedó con la vista hacia la calle. Inició su andar con pasos cautelosos, medidos con precisión. Imaginó el andar de Gia, los espacios donde pisaba. Sabía, por sus días de observación, que evitaba toda grieta del suelo, incluso inconscientemente al caminar pisaba en los lugares donde no existía grieta alguna, la imitó entonces y siguió la ruta trazada en su mente.
Reconocía con molestia un defecto de Gia, era muy apegada a la rutina, un mismo horario y ruta, era fácil de predecir, y eso, para su pesar, dio mucho en qué pensar.
Con la posibilidad de que alguien descifrara la rutina de su hija, Venatrix apresuró el paso. Edificios, casas, locales, calles, recorrió todo cuanto Gia andaba de camino a la catedral. La noche empezaba a cernirse sobre la ciudad y ese hecho aumentó su preocupación.
«La noche cae y los males acechan», pensó. «¿Dónde estás, Gia?»
Siguió la ruta en mente. Alcanzó a ver la cúspide iluminada de la catedral. Tres cuadras más y volvería al lugar. Apuró el paso. Se adueñó de ella la necesidad de llegar ya, con la idea de que quizás la vería reunirse con la familia que la esperaba, o de que se encontraría con ellos en el camino.
Atravesó al otro lado de la calle, y continuó.
Al pasar frente a un callejón, una corriente de aire fría emergió de él y la envolvió. La frialdad, de pronto, pareció afectarla a tal punto que se detuvo. Un ligero zumbido fue llevado por el viento que giró en torno a ella y volvió al lugar de donde provino. Con lentitud retrocedió un par de pasos y volvió su cuerpo. Quedó de frente al callejón sumido en tenue oscuridad.
El zumbido se hizo mayor mediante avanzaba al interior. Sus pasos resonaron y en respuesta anduvo de manera más lenta. No quería que ningún ruido, ni siquiera el de sus pasos, opacara el zumbido. Inmersa en el callejón, escuchó cómo el sonido cambió, volviéndose un susurro. Un nombre, fue lo único que escuchó, bajo, sutil y atrayente. Miró hacia la calle.
Se fijó en el punto donde ella misma fue detenida. Inspiró cuanto pudo y sus ojos se oscurecieron al tiempo que emergía de su sombra un hilo oscuro que se removió por el suelo. A tres metros de ella, el hilo se volvió más grande y creció a base de ónix negro, una silueta femenina que fue cobrando color. Entonces allí estuvo, de pie, como si observara al interior del callejón con curiosidad ante el llamado que escuchó.
—Per favore, no —susurró Venatrix.
Creía que de alguna forma su súplica evitaría que ella siguiera la voz, pero fue inútil, ya había pasado y nada cambiaría el hecho de que Gia respondió al llamado.
La figura imaginada de su hija se volvió negra y se desintegró como polvo. Venatrix continuó el análisis de la escena: una única salida, nada de ventanas o puertas a los edificios laterales, muy poca luz y ninguna cámara. Reconoció que ella misma elegiría un lugar así de querer acorralar a alguien, y temió por eso.
Mientras lo pensaba, giró con lentitud sobre sus pies, permitiéndose así observar el callejón. Imaginó que Gia habría hecho lo mismo, buscando el origen de la voz que pronunciaba su nombre. De pronto se fijó en un punto del lugar, una esquina donde la oscuridad era mayor, tan profunda y fría que cualquiera usaría.
—De allí provino —señaló—. Allí te escondiste y desde ahí la viste llegar —dijo a nadie en realidad, de alguna forma decirlo en voz alta le sirvió para recrear el momento.
Nuevamente ejerció su poder sobre el ónix, y la silueta difusa de Gia reapareció. Con la mirada fija en ese punto oscuro, Venatrix se posicionó detrás de ella. Le pareció escuchar por lo bajo la voz de su hija. No se concentró en lo que decía, sino en el temor que transmitió al hablar, algo la hizo temblar. Venatrix se concentró en descifrar qué, pero solo pudo alcanzar a recrear una silueta alta sin rasgos claros de un hombre que emergió de la oscuridad, acercándose a Gia como animal que acecha a su presa.
El hombre, totalmente desconocido, adoptó un rasgo en su rostro: una sonrisa cargada de malicia. La silueta de Gia se disipó junto con la del extraño. Venatrix escuchó pasos que resonaron, alguien corría, y de un momento a otro dejó de hacerlo, restó solo un golpe, seguido del encuentro sonoro contra el suelo.
—Gia —susurró, observando hacia el exterior del callejón.
Una vez más, la silueta se dibujó, esa vez, tumbada en el suelo; había intentado escapar, pero una fuerza mayor la hizo chocar y caer.
De ahí los golpes, pudo deducir Venatrix, pero por la posición en la que proyectaba a Gia, no hubo nada con que chocara, la pared más cercana estaba un metro hacia la izquierda. Con una idea en mente, volvió a mirar hacia el lugar donde imaginó al hombre.
—No estaba solo —dedujo. Al regresar la mirada, una sombra sin forma precisa se situó frente a la silueta de Gia—. La acorralaron.
El viento entró en el callejón, llevó frialdad y disipó las siluetas. El escenario recreado desapareció y Venatrix permaneció en el oscuro callejón. Avanzó a donde Gia había caído. Su mirada se halló perdida en la nada, parecía mirar hacia la calle, pero nada había que observar. Sus pasos fueron precisos. Se posicionó sobre el lugar donde Gia había caído, se detuvo entonces por segundos antes de agacharse.
Aún con la mirada en la nada, su mano izquierda tanteó a ciegas el suelo en busca de algo. Era rocoso, frío, seco. Alcanzó un punto donde sintió líquido, una pequeña gota y otra más grande un poco a la derecha; tanteó sobre ambas antes de pensar siquiera en bajar la mirada. Cuando lo hizo se percató de lo oscuro del líquido. Llevó sus dedos cerca de su nariz y olfateó para confirmar lo que ya sabía, era sangre, y con lo sucedido antes, pudo acertar al pensar que era la sangre de Gia.
Toda pizca de temor o preocupación se esfumó de sí. Una ira creciente se manifestó en su lugar; la marca en su muñeca resplandeció, y en sus ojos se reflejó la oscuridad del Infierno con el ligero carmesí de la sangre.
La gracia y belleza iluminada en las calles de Roma se agitó con su frenético avance. Era una ciudad tranquila y con bastante vida, hacía meses que había regresado a su ciudad natal, y si bien al principio no se sintió bienvenida debido a todas esas marcas que el Infierno había dejado en ella, no imaginó otro lugar a dónde ir.
Dolía estar ahí, pero no existía otro lugar donde quisiera estar. Tras dejar el Infierno, las armas y el poder que Lucifer le otorgaba, su malestar se volvió menos. Los meses pasaron. Sin peligro, sin demonios, sin la necesidad de ser cazadora, pero bien sabía que volvería a ello.
No era consciente de las calles que atravesaba. No se detuvo a mirar la hora. Ni siquiera contó las campanadas de las iglesias por donde pasaba. En aquel instante fue ajena a la ciudad, solo tenía en mente un lugar.
Cada vez, aunque más cerca, sentía más lejos a Gia. Sus pasos fueron más rápido hasta alcanzar el punto en que se vio corriendo. Se disipaba la esencia que había usado para rastrearla y eso la dejaría en nada. Sentía ira, en cantidades insanas, y la desesperación la poseyó cuando disminuyó su sentir sobre su hija.
Al correr a través de un par de calles más, la esencia que había usado para seguirla se disipó, obligándola a detenerse.
—No, no, no —se quejó mientras giraba, encontrándose en una encrucijada.
En medio de la calle, observó hacia las cuatro direcciones. Algunos carros avanzaron, forzados a realizar una curva para no rozarla. No prestó atención a las bocinas o a los conductores que exclamaban. Con ansiedad pasó sus manos por el cabello. Por un instante observó el mechón a un lado de su rostro, aunque con menos brillo que antes, seguía estando blanco.
—Lei é viva. Sigue viva —se dijo para sí, en un segundo de calma que le permitió repetir las palabras en su mente, solo entonces comprendió lo que significaban—. Aún puedo encontrarla.
Se obligó a concentrarse. Hizo a un lado todo ruido, calló toda distracción y permaneció en un silencio inhumano que le permitió trasladarse. De entre las cuatro direcciones provino el viento frío de la recién llegada noche. Venatrix se permitió sentirlo y obtuvo de él una pista.
—Gia —pronunció con anhelo.
Enseguida corrió contra el viento. No mucho más adelante se detuvo, solo cuando sintió que había alcanzado la meta. Frente a ella una mansión antigua se imponía como una fortaleza, escasas luces, pocas ventanas, una única entrada. Sin dudarlo se abalanzó hacia ella. Empujó las pesadas puertas con ambas manos. Venatrix no perdió su tiempo siendo discreta, la seguridad de su hija estaba siendo amenazada y la furia que la invadía le impedía pensar en cualquier otra cosa que no fuera salvarla.
—¡Gia! —exclamó al entrar.
Sintió la temperatura bajar en un instante hasta el punto de poder ver su aliento condensarse en el aire. Frente a ella se alzaba una escalera de mármol maltratada por los años que llevaba a un piso superior, las paredes a su alrededor eran adornadas por antigüedades como armaduras y bustos de piedra, algunas reconocidas por Venatrix, pero la decoración era lo último que le importaba en ese momento.
Observó su alrededor en busca de una señal de vida o alguna pista que la llevara a Gia. A pie de las escaleras relució algo pequeño, se agachó para alcanzarlo y notó que se trataba de un rosario. Lo tomó pese a que sintió quemar su mano, pero la sensación de calor no fue mayor al terror que la invadió al verlo cubierto de sangre, la sangre de Gia.
Impulsada por aquel hecho, avanzó por las escaleras al tiempo que guardaba la prenda en un bolsillo de su chaqueta. Sus pasos crearon un eco que se desplazó hasta lo más profundo de la vieja mansión. Cada fibra de su cuerpo le advertía que algo andaba mal, su mano de forma instintiva quería acercarse a su cinturón y empuñar su espada, pero hacía bastante tiempo que había dejado sus armas, abandonado la cacería y todo lo que representaba.
—¿Perdiste algo, querida? —Escuchó Venatrix al final de la escalera, seguido del golpeteo de los tacones en el piso de mármol. La figura de Elizabeth Morpheus apareció con una larga sonrisa mientras veía a la cazadora hacia abajo—. Aprecio el buen gusto de no traer armas a un hogar ajeno.
—Strega infelice —maldijo Venatrix entre dientes, y apretó los puños a punto de cortar sus palmas con sus propias uñas—. ¡¿Dónde?! ¡¿Está?! —preguntó, con énfasis en cada palabra mientras continuaba subiendo las escaleras con amenazas de muerte en sus ojos.
Lady Morpheus levantó su mano, negaba con su dedo índice.
—Tranquila, está viva y a salvo... por ahora —contestó mientras se apoyaba del barandal del segundo piso, sin dejar su sonrisa condescendiente—. Pero tenemos asuntos pendientes que requieren que la mantenga bajo custodia, de seguro entenderás.
—Tus asuntos son con Jerom, no conmigo y mucho menos con ella —dijo Venatrix, cansada de los juegos de aquella mujer.
Lady Morpheus soltó una ligera risa.
—Eso era antes de que tu grupito de autollamados héroes se ganara tantos enemigos —aclaró la hechicera. Entonces un escalofrío recorrió la espalda de Venatrix—. ¿No es verdad? —preguntó Morpheus mientras desviaba la mirada a sus espaldas.
Otra serie de pasos se escucharon provenir detrás de ella. La primera persona en hacerse presente fue un enorme sujeto afroeuropeo de casi dos metros, vestido de traje y corbata, una expresión tosca en su rostro sugería haber recibido muchas golpizas a lo largo de su vida. Cronos soltó una mueca victoriosa mientras aflojaba su corbata y desabotonaba su traje.
Un fuerte estruendo se escuchó a espaldas de la cazadora. Al voltear observó una enorme bestia de pelo negro rojizo, un cráneo de ciervo por cabeza y enormes garras. Con su presencia, un olor a muerte penetró la nariz de Venatrix; podía sentir su sed de sangre. Reconocía ese instinto asesino de cuando pisó San Francisco el año anterior. Wendigo había caído del techo para interponerse entre ella y la salida.
Venatrix maldijo internamente por haber bajado la guardia. Buscó escapatoria en un pasillo al lado de las escaleras, pero, antes de poder moverse en esa dirección, surgió de entre las sombras un joven asiático con armadura roja y dos espadas en su espalda. Un brillo carmesí se notaba en sus ojos, hacían juego con su malvada sonrisa. Dakken se irguió victorioso. Le guiñó el ojo a Venatrix mientras bloqueaba su última opción.
Entonces, desde arriba de las escaleras se escuchó un fuerte sonido metálico, una enorme armadura negra y roja de superficie semejante a roca volcánica. Se detuvo al borde de las escaleras. Su yelmo cubría su rostro por completo, parecía moverse por inercia. Venatrix no podía escuchar ni un latido o respiración; la armadura, sin emitir sonido, cruzó los brazos.
—No estoy afiliada con nadie, abandoné todo eso —objetó Venatrix hacia Lady Morpheus sin mostrar alguna expresión en su frío rostro—. Déjenla ir.
—Una vez dentro, no hay manera de salir. Deberías reconsiderar tus amistades, Camille —rompió el silencio Elizabeth. Se acercó al caballero negro, recorriendo los patrones en su armadura con la uña de su dedo índice—. Nunca se sabe en qué problemas te pueden meter las malas influencias —dijo sonriente, justo antes de chasquear sus dedos.
Cada fibra de su cuerpo le ordenó a Venatrix agacharse en el momento que Wendigo soltó un rugido petrificador y se abalanzó sobre ella. Logró reaccionar con suficiente tiempo para deslizarse en el suelo. Se quitó del camino de la bestia y provocó que chocara contra las escaleras.
Venatrix comenzó a correr a la puerta de salida, pero Dakken se había adelantado a ella e intentó interceptarla con una patada giratoria. Ella logró bloquearlo a tiempo con ambos brazos. El joven siguió con una ráfaga de golpes a velocidad inhumana y técnicas aterradoramente precisas, sólo había visto a una persona en el mundo pelear así.
La cazadora vio de reojo a Wendigo, se había recuperado del choque y acechaba la pelea en busca del momento adecuado para atacar. Ella mantuvo su concentración en ambos, evitaba los ataques del asiático mientras esperaba que el monstruo atacara.
No tuvo más opción que dejar que el muchacho acertara un par de golpes, haciéndose ver debilitada. Fue cuando Wendigo vio su oportunidad de atacar y corrió hacia el par con sus astas apuntando al frente, listas para empalar a Venatrix, pero ella tomó el brazo de Dakken en una llave y usando su peso en su contra intercambió lugares con él, ambos villanos quedaron en trayectoria de colisión, Wendigo terminó impactando a Dakken, quien fue protegido de las astas de la bestia gracias a su armadura.
Aprovechando la distracción, Venatrix comenzó a correr. Se dirigió al pasillo detrás de las escaleras, debía buscar la manera de encontrar a su hija y huir de ahí. A medida que corría por los oscuros pasillos de la mansión palpó uno de sus bolsillos, por un segundo se encontró aliviada.
—Tras ella —ordenó Lady Morpheus en completa serenidad a Wendigo y Dakken. La bestia se adelantó, olfateando el aire en busca de su presa. Dakken fue justo tras él y desenfundó sus wakizashi, mientras Morpheus acercaba sus labios a un costado del yelmo del caballero negro—. Adelante, Darksaber —le susurró.
Darksaber cobró vida. De su cintura tomó el mango de su arma, desde donde emergió una hoja negra con venas rojas, una gran espada de un solo filo. De un salto bajó las escaleras y corrió detrás de los demás villanos.
—Y así inicia. —La grave voz de Cronos tenía cierta satisfacción, se limitaba a observar desde arriba con la mujer de atuendo escarlata
—Todo de acuerdo al plan —afirmó Lady Morpheus—. ¿Champaña?
Venatrix seguía avanzando. Buscaba algún indicio, alguna pista de Gia, pero lo único que sentía era oscuridad, muerte y odio a su alrededor. Más adelante, un pasillo doblaba a su derecha, quizá así podría perder a sus perseguidores unos momentos, pero sus esperanzas se vieron destruidas cuando, a punto de cruzar, una enorme cuchilla la detuvo; pasó cual guillotina frente a ella, el caballero negro la había interceptado, acto seguido la pateó en el abdomen y la arrojó contra la pared detrás de ella, manteniéndose imponente.
—Che cosa cei? —preguntó Venatrix sin respuesta alguna.
Con rapidez se levantó para arrojarle una patada directa al pecho, Darksaber apenas retrocedió unos pasos; ella estuvo a punto de volver a atacar cuando Dakken asestó una patada voladora en el mentón de la cazadora, devolviéndola al suelo. El joven asiático comenzó a agitar sus espadas en dirección a Venatrix, demostraba que disfrutaba verla pelear por su vida.
No pudo siquiera tomar un respiro antes de que Wendigo la atacara por la espalda; le mordió el hombro derecho y le clavó sus enormes colmillos en su clavícula y costillas a la vez que la sujetaba de los brazos con sus garras. Dakken, con una sonrisa victoriosa, aprovechó para acertarle varios cortes en el torso y rostro. Aunque la mayoría eran superficiales, ardían como el Infierno. El joven enfundó una de sus espadas y tomó a la cazadora por el cuello mientras presionaba el arma restante contra su cuello.
—¿Sabes? Eres más divertida que ella, al menos tú opones algo de resistencia —se burló Dakken.
Eso fue lo último que Venatrix soportó. De inmediato le arrojó una patada a los testículos a la vez que soltaba una de sus manos de las garras de Wendigo. Se causó en el acto profundas cortadas en su antebrazo. Arrebató el wakizashi al asiático y la clavó en el cráneo del ciervo que aún mordía su hombro con suficiente fuerza para romper el hueso. El monstruo rugió de dolor mientras soltaba a la cazadora.
Venatrix tomó uno de los bustos de piedra más cercano y lo estrelló contra la cabeza de Wendigo. Aturdió así al animal, para después girar sobre su eje y patear la cabeza de Dakken, quien aún sufría por el golpe en sus bajos.
La vista de Venatrix comenzó a buscar al enemigo restante, pero él se adelantó y atravesó el abdomen de la cazadora con la hoja de su espada.
La respiración de Venatrix se detuvo de golpe y en su boca pudo saborear su propia sangre. Subió la mirada para ver un casco sin vida, en el que solo se percibía la muerte a través de la rejilla del yelmo. Darksaber enterró con fuerza su espada hasta que el guardamano le impidió llegar más lejos.
El dolor no permitió a Venatrix emitir sonido alguno, así que lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos y, odiándose a sí misma, hacer a un lado a su hija de sus pensamientos. Pensó en una persona, un escenario, un único lugar donde estaría a salvo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top