16. Secretos
Por RonaldoMedinaB y MichellBF
Las aguas tranquilas del lago donde Mago solía meditar se habían tornado turbias, de oleaje desenfrenado. Giraban en un mismo sentido; daban vida al portal que James originó desde Capital City. De allí fueron saliendo uno a uno todos los civiles que escaparon del campo de concentración.
En ese momento, y gracias a todo el misticismo que rodeaba al Templo Universal, el panorama del jardín de estilo japonés se expandió para dar cabida a tan numeroso grupo de visitantes. Las personas, a pesar de los momentos fatídicos vividos minutos antes, se mostraron hipnotizadas por la tranquilidad que el lugar transmitía. Familias y amigos se recibieron con dicha y abrazos, como si hubiese sido una victoria. En el campo de concentración se les impidió mostrar cualquier rastro de humanidad, lo que había justificado varias ejecuciones de parte de los invasores.
Cuando por fin parecía que el último grupo de humanos había pasado por el portal, los civiles se aterraron al reconocer tres sombras que se aproximaban; el temor se transformó en tranquilidad cuando Vigilante, Blazer y Renegado atravesaron el vórtice, junto a los tres invasores capturados.
Los héroes se giraron al portal con ansiedad. En especial Vincent, sus compañeros aún no lograban llegar al otro lado.
Vamos —rogó en sus adentros.
Cassiopeia voló a toda velocidad fuera del vórtice, con una inconsciente Venatrix cargada en sus brazos. Descendió a un lado del lago y tendió a Camille en la pradera, donde sus compañeros se le unieron. Vigilante dejó escapar un suspiro de alivio.
—¡Cass! —saludó. Luego pasó la vista a Venatrix—. ¿Qué le sucedió?
—La perra alienígena es fuerte, ni siquiera ella pudo resistir uno de sus golpes.
—¿Y qué hay de Mago? —quiso saber Jonathan.
Aun cuando todos concentraban la vista en las recién llegadas, Nakai fue el único en percatarse de cómo el vórtice cedía ante el agua del lago; comenzaba a regresar a lo que una vez fue.
—Chicos... el portal se cierra —alertó, y todos se giraron hacia allí en consecuencia.
—Más te vale regresar, Jerom... —susurró Vincent, más para sí que para los demás.
Con otro movimiento brusco en el agua, solo restó una brecha, el último vestigio de magia antes de que se cerrara por completo. Aunque nadie lo decía, todos temían porque su líder no regresara.
Entonces, cuando la esperanza se debilitaba, James lo atravesó.
—Fiuh. —Suspiró—. Eso estuvo cerca.
Sin que lo esperaran, uno de los civiles aplaudió a sus salvadores. Al principio golpes solitarios, a los que se le fueron uniendo los demás. Los recibían con con bulla y algarabía. Fue aquella muestra de agradecimiento la que los hizo sentirse importantes y lo que les dio un motivo más para luchar. Aun cuando la esperanza estuviera a punto de desvanecerse, el recordar ese momento sería lo que les daría la fuerza para levantarse y luchar. Fue cuando comprendieron que su deber, así como con sus seres queridos, era con la gente. Hasta el más cerrado de ellos sonrió con disimulo, inevitablemente reconfortado por la gratitud de los civiles.
—Bien —habló Mago, captando la atención de todos—. Les brindaremos refugio aquí en el Templo hasta que la amenaza sea eliminada. Mientras tanto pueden recorrer por este lugar que les será provisto.
En una de sus manos apareció un cetro dorado. Lo golpeó contra el prado, disparó una onda expansiva que provocó un ligero temblor. Cuando lograron retomar la postura, los pasillos y puertas que conducían a otras habitaciones habían desaparecido.
—¿Qué demonios fue eso? —inquirió Nakai.
—Separé el jardín del resto de la mansión —explicó Mago a sus compañeros—. Ahora es una dimensión paralela a nuestra realidad. Solo con mi magia podremos entrar y salir de aquí, así que, si por algún motivo llegamos a fallar, aquí estarán a salvo y podrán hacer prevalecer a nuestra especie.
Vincent tardó menos que Nakai, Jonathan y Cassiopeia en asimilar la información. Trabajar con Venatrix y Mago le había ayudado a comprender mejor algunas de las cosas sobrenaturales que decían o hacían, aun cuando consideraba que era poco en comparación con lo que le faltaba por entender.
James meneó sus manos en forma circular y otro portal se abrió para llevarlos de regreso a la sala que recreaba la guarida de Vigilante. Con un ligero movimiento, el portal se desplazó hacia los soldados inconscientes y Venatrix, teletransportándolos sin la necesidad de cargarlos.
—Gracias —dijo un hombre, acompañado por su familia.
Mago asintió en respuesta, antes de desaparecer.
—Aún no despierta —comentó Cassiopeia, refiriéndose a Venatrix—, y, por lo fuerte del golpe, no lo hará en un rato. Ni Vincent, ni Nakai, ni Jonathan han logrado sacarle información a los bastardos, están decididos a no delatar el plan de su emperatriz. Ella parece ser la única suficientemente dura para hacer que mojen sus calzones, si es que siquiera tienen calzones, ¿no puedes usar tu magia para despertarla?
—Sé de una forma —respondió Mago—, pero estoy seguro que no le gustará.
—Al carajo lo que ella piense, necesitamos saber el siguiente movimiento de los invasores.
Mago asintió y dejó escapar un suspiro antes de acercarse a Venatrix y posar sus dedos índice y corazón en cada sien.
—Lo lamento, Camille —susurró, y por sus dedos envió una pequeña descarga mágica a la mente de la cazadora.
El subconsciente le revivió recuerdos fugaces de momentos tristes y aterradores que se esmeraba en mantener reprimidos allí; desde el funeral de su prima, cuando su tía poseída intentó matarla a ella y a su bebé, la muerte de su familia, su trato con Lucifer, incluso revivió algunas imágenes de su primer encuentro con Mago Universal, pero el más desgarrador de todos fue dejar a su hija en la puerta de una familia ajena a la suya.
Venatrix despertó como quien recobra el aire luego de casi morir ahogado. Sacudió la cabeza, queriendo apartar la bruma que nubló su visión, pero el movimiento sólo intensificó el dolor dejado por el golpe de Kissandra. Gruñó por lo bajo mientras situaba una de sus manos en su cabeza doliente, algunos dedos se mancharon con sangre de una herida abierta, causada por el impacto contra el suelo luego de caer.
—Estás herida —observó James—. Déjame...
—Non mi toccare! —advirtió entre dientes antes de que él pudiera terminar su ofrecimiento, sobresaltando a James y a Cassiopeia—. Y nunca, Jerom, nunca —enfatizó—, vuelvas a hacerme eso.
—Era la única forma de despertarte, el golpe te dejó profundamente aturdida.
—Es la segunda vez que esa perra alienígena me golpea —murmuró y sus siguientes palabras fueron todas en italiano, haciendo imposible para Mago y Supernova entender lo que pronunciaba.
Mientras ella murmuraba, James dejó de mirarla para recibir a Vincent, quien se acercaba junto a Jonathan.
—Siguen sin hablar —informó Jonathan—. Nakai los vigila ahora.
—Luego nos encargaremos de ellos. Concentrémonos en los civiles.
—Ya despertó —observó Vincent—, y parece que no está muy contenta.
—Lo último que quieres hacer es lanzarle algún comentario sarcástico, créeme —advirtió—. Los suministros de ropa y comida están en el cuarto del lado, vamos por ellos.
—Ey, Cass —dijo Vincent a la rubia—, ¿vienes?
—¿Y perderme el recital de groserías italianas? —respondió, sarcástica—. Por supuesto que voy.
Los héroes se marcharon para llevar los suministros a la dimensión donde se hallaban los civiles, Camille descansó su doliente cabeza sobre sus rodillas contraídas hacia el pecho, los recuerdos se repitieron una y otra vez, torturandola, se esforzó por hacerlos a un lado, pero sólo los volvió más intensos, su corazón latió con prisa, y sintió el ardor correr por sus venas; antes de pensarlo ya se encontraba saliendo de la habitación, yendo hacia donde el ardor aumentó.
—Nakai —pronunció con autoridad, y él deshizo su posición frente a una puerta para dirigirse a ella.
—Despertaste...
—James quiere tu apoyo —interrumpió—, me envió a tomar tu lugar.
Nakai, dubitativo, estudió el rostro de Camille. Se hallaba tan neutral como el suyo, y aunque algo lo incitaba a desconfiar, terminó por afirmar y alejarse; ella lo siguió con la mirada hasta que él giró en uno de los interminables pasillos del templo, se volvió hacia la puerta que abrió para toparse con los tres soldados encadenados. Éstos la vieron desde el primer instante, en sus miradas se percibió el desprecio, aunque no fue mayor al que ella transmitió.
Cerró la puerta y recorrió el espacio hasta el centro, donde una mesa y una silla ocupaban lugar. Recargó su peso en la mesa, quedando frente a los soldados que, por estar atados a las paredes, no pudieron moverse, pese a que intentaron ir hacia ella.
—Entonces, ¿conque emperatriz? —dijo para tentar, con un tono despectivo y burlón que los soldados percibieron y respondieron forcejeando contra las cadenas.
—No podrán contra ella. Esta tierra será sometida al poder de nuestra Emperatriz, ella tomará tanto de este mundo que no quedará nada.
—Supongo que ese es el lema de la perra esa...
—¡Muerte a quien ose a insultar a nuestra Emperatriz! —interrumpió el tercer soldado, aventándose al frente, las cadenas lo obligaron a detenerse—. Muerte a cada humano que se interponga en el camino de nuestra soberana, ella pasará por encima de cada uno de ustedes, avanzará de ciudad en ciudad, tomándolas bajo su dominio.
Venatrix ladeó una sonrisa y se encaminó a un lado, quedando de espaldas a los soldados; quitó de su cuerpo la gabardina de cuero que dejó sobre la mesa, permitió ver entonces que sobre su espalda, cintura y muslos, se cruzaban de lado a lado cinturones que sostenían con firmeza dagas y cuchillos más pequeños.
—No habrá nada que permanezca de pie —continuó diciendo el mismo—, todo cuanto existe: ciudad, aldea, país; todo desaparecerá...
—Bene, bene. Me convenciste, es un lindo sueño del que hablas —discutió con tono burlón.
—¿Sueño? —cuestionó otro soldado—. Nada de eso, nada de sueños. Metas, objetivos, una misión... Una realidad que ni tú, ni los tuyos, podrán cambiar. Cada esfuerzo que hagan será en vano.
El soldado estrechó una mirada desafiante hacia ella, y cuando distinguió a Venatrix incrustar sus uñas contra la madera, supo que lograba su objetivo: provocarla.
—Balbuceas como un predicador, argumentas como si fueras un Dios, crees que tu raza tiene el poder de volver la Tierra un infierno —discutió ella con serenidad; alzó sus manos un poco más abajo de su barbilla, y con la ayuda de una desabrochó el guante que cubría a la otra, lo retiró para dejar visible la marca del 666—, pero la verdad es que no conocen lo que es el infierno.
Descansó su mano al borde de la mesa, la marca mostró un diminuto indicio de luz escarlata, ésta se fue esparciendo hasta cobrar y resaltar el mismo número sus tres veces.
Las luces parpadearon un par de veces, luego se volvió una acción constante que alertó a los soldados, miraron en dirección a las bombillas cuando escucharon una estallar; perdieron de vista a Venatrix, y al volver la mirada hallaron el lugar vacío.
—¿Dónde está? —preguntó uno, escudriñando el espacio, sus semejantes siguieron el ejemplo sin encontrarla.
Una sombra comenzó a extenderse, apoderándose de las paredes claras y volviendo totalmente negro el suelo; recorrió hasta la superficie sobre ellos, cubriendo como una nubla la única bombilla, dejando tenue la luz.
Desde el origen fueron vistos por un par de ojos carmesí. Enfocados, y adaptados a las penumbras, alcanzaron a notar el cuerpo que poseía los ojos, junto a ellos destacó una delgada curva blanca que enmarcó su rostro, sabían que era Venatrix, pero desconocieron a las siluetas aglomeradas detrás de ella, éstas se lanzaron sobre ellos, arropándolos con oscuridad.
Las cadenas resonaron unas contra otras, cuerpos pesados golpearon incontables veces contra duras superficies, al mismo tiempo se escuchó el quejido de los soldados que no llegaba a culminar, pues el aire les fue arrebatado una y otra vez, sin descanso alguno.
Contra la luz escasa relució una hoja de acero que se perdió en la oscuridad que rodeó a los soldados; con su inclusión dejaron de haber quejidos, gruñidos y bramidos, quedando en su lugar un único soplido.
La luz recobró potencia, aunque no fue como al comienzo, las sombras siguieron presentes en la mayor parte, y la luz se enfocó en el lugar donde los soldados yacieron tirados, agazapados en el suelo con heridas profundas en sus cuerpos. Movieron la cabeza en dirección al sonido de los pasos, borrosamente vieron un par de botas negras acompañadas por una espada cuya punta dibujó una línea en el lienzo de sangre. Los pasos cesaron y él más cercano se movió con esfuerzo hasta lograr ver a Venatrix, quien correspondió a la mirada con una fría e inhumana, en el carmesí que la apoderaba vio el reflejo de su propia sangre.
Indignado por la humillación que sintió entonces, reunió su escasa fuerza para usarla e ir hacia ella, antes de alcanzarla, la espada atravesó el espacio que existió entre su brazo y su abdomen, rozando ambas partes del cuerpo y obligándolo a caer de rodillas por las nuevas heridas.
Venatrix se limitó a mirarlo sin expresión, y cuando lo escuchó gemir, ladeó su cabeza.
—Entonces sí puedes sufrir —susurró ella, sus dedos tensos rozaron el hombro del soldado, ascendiendo por un lado del rostro y culminando en su frente, donde hizo presión e invocó los peores miedos de aquella criatura, se retorció por voces que demandaron en su cabeza la realización de un único acto que atentó contra la lealtad que había jurado a su Emperatriz.
—No hablaré —discutió entre gemidos, pero su determinación flanqueó, pues así como deseó mantener su lealtad, deseó también acabar con la tortura, para ambas cosas encontró una única solución. Sagaz, alcanzó de un pequeño compartimiento de su traje una píldora de color rojo que tragó sin dar oportunidad para ser detenido.
A los pies de Venatrix, el soldado se estremeció con ímpetu hasta que simplemente dejó de hacerlo.
El segundo soldado miró, aun desde el suelo, a su compañero.
—Una raza tan primitiva e irracional, y aun así preguntan por qué los conquistamos —habló—. Los dioses te harán pagar por esto, ellos decretan que por cada muerte a nuestros hermanos, diez de ustedes morirán —juró el soldado con determinación.
—Tus dioses no tienen potestad aquí... No pueden proteggerti —Se arrodilló frente a él—. Y yo decreto que por cada muerte a un humano, diez de ustedes morirán. Empieza a contar.
Lo alzó a su nivel para poder atravesarlo de lado a lado con la espada; a su oído llegó un ligero gemido acompañado por el último suspiro.
El tercero de los soldados, tras presenciar la muerte de sus dos compañeros, se arrastró hasta la pared más cercana donde se recargó y permaneció alejado de Venatrix; intentaba cubrir con sus manos cada herida sangrante, y sus intentos cesaron cuando vio a la sombra reducirse al rincón de dónde provino, la luz volvió en totalidad, y Venatrix pasó junto a él sin siquiera notarlo, alcanzó su gabardina y vistió con ella mientras se dirigía a la puerta.
—Aún deseas vivir, de lo contrario ya habrías tomado la píldora como él —dijo ella—. Puedo darte vida, pero tú debes darme información.
El soldado negó.
—Piensa antes de hablar... pero que sea rápido, en poco morirás desangrado —Sonrió—. De ambas formas, yo gano.
La puerta se cerró tras ella, Venatrix acomodó su cabello luego de que este quedará pisado bajo el cuello de la gabardina, terminó por arreglar la prenda y recobrar el guante que usó para esconder la marca. Se permitió suspirar al notar que el ardor había desaparecido, y su corazón volvía a un ritmo normal.
—Creí que lo habías dejado... ese poder oscuro —Sobresaltada giró a un lado.
—James... ¿qué haces?
—¿Tú qué crees? —Se mantuvo mirando con fijación la pared, ella cortó la distancia para ver lo mismo que él: una transparencia invocada por un hechizo que le permitió ver al interior durante todo el rato.
—Me vigilas —señaló, y él movió su mano para desvanecerse el hechizo.
—No tendría que hacerlo si no me dieras motivos.
—Sólo quise ayudarte, pero ellos no colaboraron —replicó con plena seguridad de lo que decía, aunque fuera mentira.
—¿Ayudarme? ¿Matando a dos de las tres oportunidades que tenemos de conocer los planes de la Emperatriz? —Meneó la cabeza con ligera decepción—. No querías ayudarnos, sólo buscabas venganza.
—Por cada gota de sangre que te hagan derramar, tú arrancales un litro y un poco más —citó.
—Lucifer —reconoció James.
—Sabes lo que soy, necesitaba esto, Jerom, necesitaba confirmar que esos bastardi son capaci di gritar y sangrar como los humanos.
—Y te olvidaste de que ahora no trabajas sola —Camille apartó la mirada y no volvió a discutir—. Diremos a los demás que quisiste interrogarlos, ellos te atacaron, y tú te defendiste —James miró hacia los pasillos que conducían al salón donde se hallaba el portal que los demás no demorarían en cruzar—. Te cubriré, pero necesito que me des tu apoyo en algo y más te vale ceder.
—Tú ordenas, yo obedezco. ¿Qué planeas?
—Cada vez caen más ciudades, la invasión cobra inminencia con cada segundo que dejamos pasar. Debemos adelantarnos a los planes de los invasores si queremos conseguir ventaja; todos sabemos que eres la única capaz de sacarles la información, y por lo que acabo de ver, no cederán ante la tortura ni a cualquier tipo de contacto físico, pero por más duro que sea el cuerpo del individuo, la mente no lo es tanto.
—Continúa... —pidió, interesada.
—Sé de un hechizo que te enviará a la mente de los invasores para que tú misma obtengas la información.
—Puedo hacerlo.
—Pero, para ello, primero tengo que entrar a la tuya.
Camille dejó de respirar por breves segundos, el aire retenido fue liberado de a poco por entre sus labios.
—Ni lo pienses. Torturaré al soldado un poco más —propuso, pero James negó.
—No hablará, terminarás matándolo también y perderemos la oportunidad —La escuchó resoplar—. Sólo tú eres capaz de soportarlo, y comprendo tu temor, es difícil para ti...
—¡No es temor! —repuso—. Pero sí es difícil. Hay cosas que...
—Conozco tu historia, Camille, nada me sorprenderá.
—Conoces lo que yo te permití —corrigió—. Si entras a mi mente, no podré limitar lo que veas... —Lo siguió pensando— eh, no, Jerom, no me gusta esa idea.
—Necesitamos esto, de otra forma no podremos descifrar los planes de esta Emperatriz.
Camille lo observó, indecisa, James mostró una actitud ansiosa, era importante para él avanzar y Camille fue consciente, pero la forma de ayudarlo era para ella una amenaza a su integridad, no deseaba mostrar más de lo que era. Sin embargo, el peso de lo que estaba en juego pareció ser mayor, eso y la fe que James mostró tener en ella.
—Tú ganas. ¿Qué debo hacer?
James ladeó una sonrisa y pasó por un lado de ella, alcanzando la puerta que abrió, ambos fueron al interior y él señaló la silla en el centro de la sala, ella, luego de voltear los ojos, tomó asiento quedando frente al soldado que aún seguía agazapado contra la pared.
—Intenta relajarte.
—Estás a punto de entrar a mi mente, no me pidas eso —replicó.
James rió por lo bajo mientras se ubicaba detrás, frotó sus manos antes de ubicar sus dedos índice y corazón en cada sien de Venatrix, ella respiró con profundidad, y retuvo el aire de forma abrupta cuando sintió el deslizamiento de una fuerza en su interior.
Los recuerdos volvieron para ella, uno más pesado que el otro, como muros se ubicaron uno a uno en el sendero oscuro que James presenció. En aquella realidad no poseía más que un cuerpo espiritual, uno capaz de percibir la frigidez que abundaba, y ante la cual se ordenó avanzar. Junto a Camille revivió los recuerdos que marcaron su vida, uno a uno James los superó con el simple hecho de no temer ante ellos, los comprendía y aceptaba, y el muro caía. Pero un recuerdo fue impuesto con mayor dureza que los demás, en él, James aparecía en un almacén donde Venatrix se halló derrumbada tras ser atacada y vencida por un demonio, dejando en ella una herida que pareció incapacitarla.
No comprendió la razón de que su primer encuentro fuera para Camille un muro en su mente, tras seguir observando, vio por los ojos de ella su propio rostro que atrajo los recuerdos de un joven que para ella parecía ser importante; la mente de Camille insistió en compararlos, encontrando semejanzas que incluso James reconoció.
Tú me recuerdas a mi hermano —Escuchó de ningún lugar—. Más que parecerse, tienen algo en común: él era conocedor de mis debilidades, y tú me encontraste en un momento de gran debilidad.
James comprendió entonces la razón de que ella hubiera dejado caer la espada aquella primera vez; no fue capaz de atacarlo, no cuando miraba en él a su hermano.
—Estás herida... déjame ayudarte —James escuchó su propia voz.
Ella había retrocedido, con una de sus manos cubriendo la herida en su abdomen, era capaz de soportar, pero entonces la herida fue imposible de ignorar y ella gimió por el dolor, lo siguiente que supo fue que James la ayudaba.
—¿Quién eres? —preguntó, y de James sólo obtuvo una sonrisa que despertó algo en ella.
Sus caminos se dividieron porque así lo quiso Camille, pero volvieron a encontrarse y ella sintió nuevamente la sensación que nublaba su juicio. Tras otros encuentros se rindió, y dejó que él estuviera en su vida, así descubrió que la sensación no era más que su humanidad. Año tras año adoptó las costumbres oscuras, abandonó los valores y se alejó de lo humano pese a que se movió entre ellos, y cuando James, tan parecido a su hermano, se cruzó en su camino, volvió a sentirse humana como cuando tuvo una familia.
James, en la sala, liberó un suspiro inconsciente. Y en la realidad donde sus mentes se unían, presenció la caída del último muro que le dio acceso a la mente de Camille.
No todo es malo —Se permitió pensar—. No eres mala, te obligaron a fingir que lo eres.
No me obligaron... yo acepté. Sabes por qué.
Y ciertamente lo supo, ¿cómo no saberlo cuando se hallaba tan claro en el centro de sus pensamientos, como fuente de todo? Como la única luz reluciente, vio el rostro de un bebé, su hija.
Cuando Camille abrió los ojos de nuevo, James se hallaba fuera de su mente; una lágrima diminuta se le deslizó por la mejilla a causa de los recuerdos que debió revivir. Él era el único que había logrado conocerla realmente, más allá de sus demonios internos.
—¿Terminaste? —preguntó, retomando la postura.
—El resto será pan comido, pero te necesito concentrada.
Venatrix asintió y cerró sus ojos de nuevo para despejar la mente. Sintió a James palpar una de sus sienes, otra vez. Mago también reposó dos de los dedos de su otra mano en la sien del invasor, y lo siguiente se sintió como un mareo ligero.
La oscuridad los envolvió para transportarlos a un mundo sumido en llanto, donde el cielo era de un color anaranjado, casi rojo. Venatrix se sintió como una completa desconocida, se hallaba en medio de una calle extensa, a reventar de personas vestidas de negro. A lo lejos reconoció dos figuras.
—La Emperatriz —analizó—. Es un funeral.
—El Emperador Castel era tan bueno —escuchó a una de las dolorosas—, ¿por qué tuvo que morir?
—Nuestro mundo muere, él iba a salvarnos —lamentó otro ciudadano.
—Emperador... —dedujo Camille—, es el padre.
Rápidamente aquel recuerdo se desvaneció, para mostrar otro más alarmante. Revivió lo que parecía uno de los recuerdos que más marcaron al invasor. Se paseó por una ciudad de arquitectura extravagante, donde los que no tosían hasta casi expulsar los pulmones, caían al suelo, sin oxígeno para respirar.
Siguió recorriendo la ciudad hasta unirse a una multitud desmesurada, todos en la infinidad de filas portaban una misma armadura: vinotinto con blanco, junto a armas imponentes, pero no tanto como la exagerada cantidad de naves que flotaban sobre ellos. Todos escuchaban con atención la voz de tres figuras en lo alto de la plataforma de la nave más colosal de todas.
—¡Larga vida a la Emperatriz Kissandra! —exclamaron al unísono. El grito retumbó tan fuerte en sus oídos que sintió sus tímpanos a punto de estallar—. ¡Larga vida al General Kassian! ¡Larga vida a Corvyn!
Un anciano de ropa oscura dio la orden, y comenzaron a subir a las naves. Rápidamente se atravesaron un vórtice gigantesco en el cielo rojizo.
El recuerdo se vino abajo para mostrar otro. En esta oportunidad, Camille recorría el interior de la nave, en compañía de algunos soldados.
—La Emperatriz ordenó enviar las naves a Sidney, Berlín y al Polo Norte —comentó el soldado con armadura de acabados más finos, parecía de mayor rango que el invasor al que le hurgaban la mente—. Azazel considera que desde esos puntos se cubre gran parte de la capa atmosférica de la Tierra y que así será más fácil robar el ecosistema de los terrestres. La nave madre permanecerá aquí en Capital City.
—¿Y a qué unidad me asignarán? —Escuchó al soldado al que le invadían los pensamientos.
—A los campos de concentración de esta ciudad, quiero a mis mejores soldados aquí para retener a los humanos. Si los planes marchan bien y esos héroes no se entrometen de nuevo, regresaremos a Corvyn lo antes posible y daremos buen uso a eso que los humanos tanto han despreciado y dañado.
Y con ello bastó para conocer los planes de los invasores. Todo alrededor de Camille fue consumido por oscuridad, hasta que abrió los ojos de nuevo para encontrarse con el rostro de James.
—¿Y...? —preguntó, interesado.
—Lo conseguí —respondió, con una sonrisa victoriosa, a la que James correspondió—. Reúne al Escuadrón, JJ, tenemos la información.
—El planeta de los invasores está muriendo —explicó la cazadora, con la mejor versión del español que pudo; quería ser clara—. El cielo se está tornando rojo. Su ecosistema ya no es apto para sostener vida, es por ello que han venido a nuestro planeta, a robar lo que ellos no tienen y a nosotros nos sobra. Han desplazado naves a Berlín, Sidney, el Polo Norte y Capital City —nombró, y Vigilante iba marcándolas con puntos rojos en el mapa de su ordenador—. Desde esos lugares están robándose nuestro ecosistema. Cuando terminen con ello se irán inmediatamente. No están buscando conquistarnos ni esclavizarnos... quieren arrebatar nuestro sustento de vida.
—Eso explica por qué la Emperatriz me dijo la última vez que para que ellos vivieran, nosotros debíamos morir —habló Mago.
—Kissandra —replicó Venatrix—. El nombre de esa perra es Kissandra. Y el de su hermano Kassian —recordó.
—Kissandra —intervino Cassiopeia—. Tiene nombre de zorra.
—Momento, momento, momento —intervino Vincent, sacudiendo la cabeza con confusión—. He conocido a ladrones habilidosos en mis años, pero ninguno apareció de repente y dijo "ya lo sé, voy a robar el ecosistema del puto planeta". Es un plan demencial, ¿cómo diablos planean siquiera llevarlo a cabo?
—No entraron en detalles sobre esa parte, pero, por lo que pude entender, las naves absorben partículas del ambiente: oxígeno, hidrógeno, en fin, todo lo que se te ocurra que podamos necesitar para vivir —explicó Venatrix, haciendo un leve esfuerzo por recordar sus visiones—. Luego, las naves liberan esas partículas en Corvyn, su planeta, para recomponerlo.
—¿Y bien? —Nakai permanecía recostado a la pared, con los brazos cruzados, y sin demasiado interés en la conversación que estaban teniendo—. ¿Cómo atacaremos?
—Capital City debe ser el último objetivo —respondió Jonathan, sorprendiendo a todos, por primera vez pensó con cabeza fría y no se dejó llevar por las emociones de salvar su ciudad—, es ahí donde tienen más fuerza, solo deberíamos regresar allí cuando estén debilitados.
—Si vamos todos nave por nave, sabrán que hemos descubierto su plan —acotó Vincent—, y cuando vayamos por la segunda, estará tan protegida como Capital City. Sugiero que nos dividamos y ataquemos las de Sidney, Berlín y el Polo Norte a la vez. Luego nos reagrupamos para acabar con la de Capital City.
—Es el plan más acertado —apoyó Mago—, pero también el más peligroso. Abriré portales para ir en grupos de dos, el resto corre por cuenta de ustedes.
—¿Y cómo planeas que regresemos? —inquirió Supernova—. ¿Moviendo la mano en forma circular?
Mago rió por lo bajo, y extendió su mano para mostrar un brillo fugaz que trajo consigo cinco piedras negras. Se acercó y ofreció una a cada uno.
—¿Para qué es esto? —inquirió Nakai—. ¿Las arrojamos a las naves para destruirlas?
—No, son piedras teletransportadoras, los traerán de regreso cuando la nave esté destruida. Solo deben pensar en el Templo, y a los segundos aparecerán aquí. —Todos asintieron, conformes—. Ahora alístense, saldremos en minutos.
Y así fue, los héroes atravesaron los portales, más convencidos que nunca, para frustrar los planes de sus enemigos. La misión era clara: o triunfaban o condenaban a todo el planeta a morir.
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