13. Supernova
Por Supernovx- & Metahumano
Uruk, 2017
Cassiopeia pasó la punta de sus dedos sobre su hombro para despegar el vendaje que le habían colocado, un pequeño punto aún queda como marca sobre su piel. Se inclinó para echar un vistazo a través del vidrio de su celda por si los guardias se acercaban por el pasillo, sin embargo no obtuvo señal de nadie.
Un silencio sepulcral se había apoderado de todo el ala en el que se encontraban las celdas de los sujetos de prueba, ninguno de los quince se atrevía a alzar palabra. Los doctores estaban volviendo a tomar análisis de sangre a todos y, como de costumbre, sin dar razón alguna.
—Es otra prueba —ella menciona, empezando a andar de un lado a otro en su celda. Enrolla la punta de su cabello rubio en un dedo y juega con este sin darse cuenta que toda su preocupación se refleja en su voz—. O es que uno de ellos ha solicitado un registro. Tal vez quieran elegir a uno de nosotros para una misión externa. Algunos ya llevan seis años aquí.
Dirigió su mirada hacia la pared en blanco a su derecha, como si pudiera ver a través de ella, donde la celda de su hermano se encontraba.
—Los años en cautiverio te han vuelto paranoica —la voz de Cepheo se escuchó en respuesta.
Ella no tenía que verlo para saber que estaba rodando los ojos ante su divague, así que bufó sin hacerle caso a sus palabras.
—Cancelaron el entrenamiento por esto —ella recalcó—, diez minutos más y también tomarán el horario que utilizamos para practicar tiro. Si fuera otra revisión de procedimiento lo habrían hecho en la noche.
Se sentó en el suelo y pegó la espalda contra la pared. Ella no tenía que mentirle a nadie, cada día de esos últimos cuatro años había sido una tortura, un completo infierno en la tierra. Era como nadar en un mar de oscuridad, donde a medida que más avanzas vas olvidando quién eras antes, tus ideales y tu consciencia, pero si dejas de avanzar te ahogas.
—Hey, Cassiopeia, Cepheo —el muchacho de la celda de enfrente les pasó la voz. Su nombre era Ben, uno de los que llevaba más tiempo en el proyecto y conocía a todos ahí—. Me dijeron que escucharon a los guardias decir que los análisis de sangre son para ver quiénes son los que tienen más posibilidad de sobrevivir a la nueva RCW 86.
—¿Nueva RCW 86? —repitió Cepheo sin creérselo— ¿Y está vez que podré hacer? ¿volar?
—Lo que sea que esa mierda nos agregue debe ser muy especial —respondió Ben—. Se dice que han estado trabajando en ello por más de tres años.
—Si esa cosa funciona en mí no lo pensaré dos veces —admitió Cepheo—, ni siquiera les voy a dar oportunidad de sorprenderse, destruiré el lugar y saldremos de este agujero.
Ben suspiró profundamente, acostándose en su cama
—Ustedes los Nox nunca lo admitirán, pero son demasiado optimistas —dijo, dándoles la espalda.
Cassiopeia soltó una carcajada.
¿Cuándo fue que todos se rindieron en la busca de su libertad?, se preguntó ella.
—Cuando me tomaron la muestra de sangre habían envases con el logotipo de árboles en uno de los mostradores —mencionó en voz alta, tratando de hacer memoria—. He visto ese logotipo antes, maldición, pero dónde.
—Cass... —la voz de su hermano se escuchó como si le estuviera advirtiendo algo.
—Aún no estoy loca —ella se apresuró en aclarar, sin saber qué era lo que su hermano iba a decir.
—Los envases... los envases, Cass —él repitió como si hubiera descubierto alguna clase de secreto—, ¿qué clase de árbol tenían en ellos?
—¿Acaso te parece que me he dedicado a estudiar árboles estos últimos cuatro años? —ella espetó—. Era un tronco con hojas, como todo árbol, no sé qué tipo de árbol podría ser, era solo un logotipo.
—¡Cass! —Cepheo gritó, llamando la atención de su hermana y la de todo el resto— ¿Estás segura que no era un roble?
Ella abrió la boca para negar, pero las palabras no salieron, así que la volvió a cerrar.
—Mierda —murmura.
Hace cuatro años los archivos decían que Andrómeda había tratado múltiples veces de comprar e involucrar a Laboratorios Robles en su búsqueda por perfeccionar la RCW 86. Para suerte de la humanidad el dueño, Thomas Robles, se había opuesto tajantemente cada vez y hasta había amenazado con tomar medidas legales contra varios de los accionistas.
Si habían conseguido de alguna manera obtener los recursos de Laboratorios Robles entonces la nueva RCW 86 era realmente letal, tanto si mataba al sujeto de prueba como si no.
Cepheo pasó una mano entre su cabello, como hacía cada vez que estaba nervioso.
—¿En qué estás pensando? —su voz, como un hilo, apenas logró ser perceptible para su hermana.
—Cómo es que... cómo es que Bob Esponja puede hacer fogatas si está bajo el agua —mintió.
—Tonta —Cepheo dijo, antes de que ambos rieran por unos segundos—. No vas a morir hoy, Cass.
—Ese es el problema, hermano, desearía morir hoy. Tú sácales la mierda por mí, como papá quería. Yo estoy cansada de todo esto.
Cuando los guardias aparecieron y los sacaron a ambos de sus celdas a la fuerza el pabellón entero empezó a gritar su apellido, incluso aunque los guardias amenazaron con golpearlos ninguno de los trece dejó de gritar, porque sabían que los hermanos Nox acababan de ser seleccionados para ir al matadero.
Los pasillos de inmaculado blanco de la instalación clandestina en que los mantenían se les antojaron todos absolutamente iguales. No importaba cuantas veces los hubieran recorrido.
El infierno se había extendido durante cuatro años, y la muerte se dibujaba como una solución terriblemente dulce en la mente de Cassiopea.
Las torturas físicas habían destrozado su cuerpo, pero solo para que el entrenamiento los rearmara y los convirtiera en los perfectos asesinos: discretos, fuertes, letales. Pero lo peor había sido las interminables sesiones de tortura psicológica, aquella destinada a doblegarlos, a convertirlos en leales perros de ataque; y, en caso de que eso no funcionara, la pequeña bomba implantada en la base de su cráneo era una buena alternativa para los sádicos científicos que se encargaban de ellos.
Mientras ambos hermanos caminaban hacia el laboratorio principal de la instalación, la mente de Cass viajó una vez más a la noche en que su padre fue asesinado frente a ellos.
«Mis hijos les sacaran la mierda», habían sido sus últimas palabras.
«Típico de aquel hombre», pensó Cass con una sonrisa, murió en su ley, y si había algo que la consolaba era la idea de que ellos harían lo mismo. Jamás habían logrado doblegarlos, ni con sus bombas, ni con su tortura, ellos jamás olvidaron quienes eran. Probablemente la única razón por la que los mantenían con vida era la intrigante posibilidad de convertirlos, los mejores ladrones y asesinos de todos los "reclutas", en las perfectas máquinas asesinas, o, en el idioma de los empresarios, los perfectos "productos".
Cass volvió la mirada hacia su hermano, y este le devolvió una media sonrisa. Cepheo cumpliría la promesa de su padre, ella estaba segura, y moriría sonriendo en una de las camillas del Proyecto Andromeda, mientras veía a su hermano destruir el lugar. Había soñado con eso desde hacía años, y tal vez ese sería el día en que todo ocurriría.
Finalmente ambos se detuvieron frente a una enorme puerta metálica vigilada por un guardia, el cual los escrutó de pies a cabeza y luego dirigió una mirada a los dos uniformados que los estaban escoltando, los cuales asintieron levemente. Hecho esto, el guardia se giró y pasó una llave electrónica por un lector, desbloqueando la puerta.
Cuando ambas hojas terminaron de correrse, los soldados los empujaron con sus armas y ellos se introdujeron en una enorme habitación con dos camillas metálicas que estaban a unos tres metros la una de la otra. A su alrededor tenían cientos de maquinarias para controlar sus signos vitales y, por supuesto, el suero con la nueva versión de la droga preparada para ser inyectada a su cuerpo.
Hasta ese momento la RCW 86 había logrado aumentar su fuerza, su velocidad, sus reflejos, y capacidades de regeneración, pero no lo suficiente para los millonarios inversionistas que financiaban todo eso. Sin embargo, Cass recordó que Ben dijo que esto era algo nuevo, algo mucho mejor, sabía que también era su oportunidad.
Cientos de científicos pululaban por la habitación, y los observaron de reojo mientras los guardias los colaban en las heladas camillas y los enfermeros empezaban a conectar la maquinaria a sus cuerpos.
Al cabo de cinco minutos ya tenían varios tubos saliendo de sus extremidades hasta las máquinas, y los científicos detuvieron su constante andar, hasta que uno dio unos pasos al frente y, poniéndose frente a un micrófono, dirigió una mirada a un vidrio en la altura, desde donde unas figuras oscuras observaban la situación.
—Buenas noches, señoras y señores. Hoy cruzaremos los límites de la humanidad, y podrán comprobar que su dinero no creó a simples personas apenas mejoradas, sino que sirvió para traer a vida a dioses... dioses que estarán a su disposición y obedecerán todas sus órdenes —anunció aquel hombre menudo, mirando nerviosamente al vidrio.
Dicho esto, el científico se giró y miró a los dos jóvenes tirados en las camillas.
—Ante ustedes se encuentran los dos candidatos más aptos para recibir esta versión mejorada del RCW 86, tanto por sus cualidades físicas, como mentales —continuó él, y tanto Cass como Cepheo compartieron una breve mirada cargada de desesperación, tal vez la última—. Pero suficiente charla, es hora de empezar.
Con una señal de su mano, las luces de la habitación empezaron a bajar, dejando solo unos haces sobre los hermanos, y por los tubos que estaban conectados a sus cuerpos empezó a correr un líquido de color amarillento que lentamente fue entrando a sus cuerpos.
Cepheo logró levantar un poco la cabeza para mirar al vidrio, y finalmente gritó:
—¡Les sacaremos la mierda!
Cass estuvo a punto de sonreír, pero entonces un dolor paralizante recorrió todo su cuerpo y, por los gritos de su hermano, lo mismo debía de estar ocurriéndole a él.
Aún con todo el sufrimiento que habían sufrido, nada podría haberlos preparado para eso. Sentían como si su cuerpo se estuviera deshaciendo, destruyendo partícula por partícula, como si una... energía empujara desde dentro de cada una de sus células, luchando violentamente por liberarse.
Cass volvió a mirar a su hermano. Este se retorcía con fuerza en la camilla. Aún con el traje que les habían otorgado ella notaba que su cuerpo estaba brillando, como si su cuerpo tuviera luz propia, y lo más aterrador de todo eran sus ojos, los cuales parecían haber sido totalmente consumidos por esa energía, y ahora eran solo dos orbes que brillaban con una intensidad cegadora en un tono blanco pálido.
Los hermanos Nox cruzaron miradas una vez más y, con un grito de desesperación, Cepheo logró destruir las retenciones de la camilla, liberándose de una vez por todas.
Inmediatamente, el científico que estaba conduciendo el experimento pulsó el botón que detonaba la bomba en la cabeza del mayor de los Nox, pero, al ver que nada ocurría, su rostro se llenó de terror.
—¡La bomba no funciona! —logró distinguir Cass—. ¡Destrúyanlo!
Sin más, una lluvia de balas cayó sobre Cepheo, que miraba sus manos con horror y trataba de llegar hasta donde su hermana gritaba de dolor.
—¡Ayudame, Cass! —exclamó su hermano, recibiendo disparo tras disparo sin que pareciera importarle— ¡Por favor!
—¡No! —lloró ella, mirando como su hermano caía de rodillas, mientras las balas seguían cayendo sobre él.
A pesar de que su rostro estaba prácticamente desfigurado, Cass logró ver todo el dolor, el miedo, y la desesperación en las expresiones de su hermano, mientras que este le dirigía una última mirada antes de estallar en una cegadora luz, la cual logró destrozar toda la maquinaria y enviar a todos los presentes al suelo.
Cuando el pitido en sus oídos fue desapareciendo, y sus ojos empezaron a acostumbrarse nuevamente a la oscuridad, Cassiopea miró alrededor.
Había fuego y chispazos por todas partes, gente ensangrentada, y otros tantos intentando levantarse del suelo tras la explosión. El dolor se había detenido, ahora solo quedaba odio y tristeza.
Con un grito de rabia, Cass se zafó de sus agarres y saltó de la camilla, con lágrimas cayendo por sus mejillas. Un guardia intentó ponerse en su camino, pero ella lo envió al otro extremo de la habitación con un solo puñetazo.
Ella se arrodilló junto al traje chamuscado de su hermano. No había quedado nada de él, todo había sido consumido, y era culpa de ellos. Le habían arrebatado lo único bueno en su vida. Ella ya había perdido toda voluntad de seguir peleando contra el Proyecto Andromeda; su hermano era quien merecía vivir, y, sin embargo, allí se encontraba... verdaderamente sola desde que había nacido.
Estrujó el traje de su hermano contra su cuerpo, pero se detuvo al escuchar el sonido de armas cargándose a sus espaldas.
Lentamente se dio vuelta para encontrar a todo un pelotón apuntando sus armas contra ella, mientras que, a sus espaldas, el científico responsable de todo esto emprendía su huida, no sin antes darle una última mirada a su terrible creación y sonreír.
Fue entonces cuando ella lo supo: cumpliría con la promesa de su padre y de su hermano, les sacaría la mierda a todos esos hijos de puta.
La furia era apenas contenible, y, sintiendo que estaba a punto de ser destruida, ella la dejó salir con un terrible grito. En ese momento notó que sus manos brillaban con intensidad, que estaban cubiertas de... energía, y, casi involuntariamente, esta salió disparada contra los guardias, prácticamente evaporándolos al instante.
Sus armas cayeron al suelo con un sonido metálico, y entonces Cass volvió a mirar sus manos. No iba a pretender entender lo que le habían hecho, en lo que la habían convertido, pero sabía que era peligrosa para ellos, y pensó para sus adentros: bien.
Con sus manos aun brillando con energía, ella atravesó las instalaciones de Andromeda, aniquilando a todos los guardias que se atrevían a cruzarse en su camino, pero sabiendo que su verdadero objetivo eran los científicos y los empresarios.
Mientras avanzaba, un leve sonido a su izquierda le llamó la atención, y al volver la cabeza se encontró con que Ben la miraba con un indescriptible terror, y ella podía entender por qué.
—Muévete —le ordenó con frialdad, al tiempo que alzaba la mano en su dirección.
El muchacho, sin decir nada, retrocedió hasta quedar pegado contra la pared contraria, y, casi al mismo instante, Cass disparó su energía, destrozando la reforzada puerta como si de papel se tratara.
No volvieron a cruzar palabras, él sabía lo que tenía que hacer, y ella tenía una clara misión, de forma que ambos continuaron sus caminos.
Tras un largo recorrido, y otros tantos guardias que intentaron detenerla, Cassiopea logró encontrar una enorme puerta metálica, la cual destruyó utilizando nuevamente sus increíbles poderes y, por primera vez en cuatro años, aire fresco golpeó su rostro.
El frío del exterior la golpeó como una bofetada, y de repente, toda la energía que recorría su cuerpo, pareció apaciguarse, toda la furia se disipó, y solo quedó el dolor de la pérdida, de la soledad.
Cass se arrastró hasta el exterior de las instalaciones, y se encontró ante un vasto desierto. Ella casi había olvidado cómo se veía una noche estrellada, lo hermoso que era el cosmos. De repente le vino un recuerdo: tendría tal vez diez años, y estaba con su padre y su hermano, y se encontraban en una visita a un planetario en alguna ciudad, en algún país, cuyo nombre se le escapaba. Una voz en off daba información sobre las estrellas, su nacimiento, su vida, su muerte, las supernovas, y recordó claramente las palabras de su padre al ver esto: "Tanta destrucción y tanta... belleza".
En ese momento el sonido de unos helicópteros lejanos le llamó la atención, y supo inmediatamente de qué se trataba. Los responsables de todo estaban huyendo, y ya se encontraban muy lejos de su alcance, pero eso no importaba. Cass viviría para luchar otro día, viviría para vengar a su familia, eso lo prometía. Además, siempre había disfrutado una buena cacería.
Bangkok, 2018.
Nuevamente, las pesadillas sobre esos cuatro años despertaron a Cassiopea Nox, que se incorporó rápidamente y respirando agitadamente en su enorme cama.
Ella miró a su alrededor. Las luces de neón de la calle iluminaban tenuemente la habitación, y dejaban ver el traje que le habían dado en el Proyecto Andromeda colgando en su armario. Cass lo había conservado como un recordatorio, como una promesa, y porque la expresión de terror de los responsables de todo ese infierno cuando veían ese traje era inigualable.
Los ruidos de la calle le impedirían volver a conciliar el sueño, se dijo, tratando de convencerse de que no eran las pesadillas las que hacían eso. Así que, con eso en mente, simplemente se levantó y se dirigió hacia el living de aquel sucio departamento que había conseguido por un precio más que razonable en el corazón de la ciudad.
Se sirvió un poco de Whisky barato en un vaso sucio, y se sentó en una silla junto a la venta a observar las calles.
Hacía poco había encontrado a uno de los científicos responsable del Proyecto y, como con todos los anteriores, lo había eliminado, lo que significaba que era solo cuestión de tiempo antes de que un equipo de "Limpiadores", el grupo de asesinos de élite que los fundadores de Andrómeda había contratado para eliminar todo rastro de su involucramiento en el proyecto, lograra localizarla e intentara matarla.
Lo cierto es que el último año había sido algo monótono. Cass simplemente se había dedicado a cazar a todos los miembros de Andrómeda que saltaran en su radar, y a huir de los cazadores que iban tras ella y, casi con seguridad, con todos los otros prisioneros que Ben había liberado aquella noche. Por supuesto también había tenido tiempo para aprender más sobre sus dones; ahora sabía que podía volar, e incluso consumir distintos tipos de energía, como la eléctrica.
El trago de Whisky quemó un poco su garganta, pero la hizo sentir viva, despierta, y lista para empezar a preparar su huida, o, más bien, su próxima cacería.
Cass estaba a punto de levantarse de la silla y dirigirse nuevamente a la habitación cuando tres golpes secos sonaron en su puerta, sobresaltándola terriblemente.
Lo primero que hizo fue dirigir una mirada al reloj, eran las cuatro de la mañana, quien estuviera golpeando su puerta debía tener una muy buena razón para hacerlo.
Con cuidado de no hacer ruido, Cassiopea se dirigió hacia la puerta y pegó su ojo al mirador de la puerta. Del otro lado, un chico, no mucho más viejo que ella, esperaba pacientemente, con cara de cansancio y una carpeta bajo el brazo.
Inmediatamente supo que esa persona no era un Limpiador, ellos tendían a no ser tan sutiles, pero tampoco podía imaginarse qué quería aquel completo extraño con ella.
—¿Puedes abrir la puerta? —dijo el muchacho, clavando los ojos directamente en el mirador—. El viaje hasta aquí fue más largo de lo que esperaba, y de verdad quisiera tomar un poco de café.
Él sabía que ella estaba ahí, no cabía ninguna duda, pero no parecía particularmente preparado para una pelea. La curiosidad empezaba a carcomerla, siempre lo había hecho, pero también siempre lograba mantener la cabeza fría.
Rápidamente fue a su habitación, se calzó el primer pantalón que encontró y volvió a la puerta, la cual abrió parcialmente, pero lo suficiente para darle una buena mirada a su visitante. El mismo era alto, de piel blanca y pelo negro y algo despeinado, y, a pesar de la campera, ella podía notar que estaba bastante en forma.
—¿Todavía no confías en mí? —preguntó él con una media sonrisa, en sus ojos se notaba el cansancio.
—No —respondió ella, secamente.
—Bien, no necesito que lo hagas, pero sí voy a necesitar que me escuches —continuó él—, y preferiría que hablemos en privado.
Cass sabía que él estaba desesperado por hablar con ella, y supo que podía sacarle más información, así que simplemente empezó a cerrarle la puerta en la cara, haciendo que él tenga que moverse rápidamente para poner su pie en medio del camino, lo que no evitó que ella siguiera apretando, causándole una considerable cantidad de dolor.
—Mi nombre es Vincent Hardy, soy un detective de homicidios de Krimson Hill, Inglaterra —dijo él apresuradamente.
—Está bastante lejos de casa, detective.
—Tengo mis motivos, ahora necesito que me escuche.... señorita Nox.
En ese momento el corazón de Cass pareció detenerse y su sangre helarse, pero de inmediato reaccionó, abrió la puerta de par en par, arrancando la cadena que le permitía abrirla parcialmente, y tomó a su visitante de la remera para luego arrojarlo dentro del departamento.
Cass cerró la puerta detrás de ella, y sus ojos y manos empezaron a brillar con aquella energía que ahora tan natural le resultaba.
—Empieza a hablar... ahora —ordenó ella.
—Cassiopea Nox, hija de Deagan Nox... eres difícil de rastrear, pero no imposible —respondió él, mientras se levantaba lentamente del suelo—. Distraje a los bastardos que te estaban siguiendo por cierto, de nada.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Cass, con cierto odio en su voz.
—Eso debería ser evidente: necesito de tus habilidades. Mira, no hay forma sencilla de explicar esto, pero el mundo está en riesgo. Unas criaturas están tomando Capital City, y sospechamos que no se conformarán con eso.
—¿Sospechamos?
—Estoy en "representación" de un grupo de personas con ciertas cualidades... especiales. Creemos que podemos detener esto antes de que empeore, pero vamos a necesitar tu ayuda.
—Linda historia, detective, pero me temo que estoy demasiado ocupada en estos momentos como para preocuparme por tus estupideces —dijo ella, y la energía en sus manos y ojos empezó a reducirse—. Ahora, si me disculpas, tengo cosas más importantes que hacer.
—Tienes que buscar a los miembros del Proyecto Andrómeda, ¿verdad? —inquirió él, y, por segunda vez en la noche, la sangre de Cass se heló.
—¿Cómo sabes de eso?
—Es la única razón por la que sé de tu existencia, Cassiopea... ¿te molesta si te digo Cass?
—Sí.
—Hace unos años algunas personas desaparecieron en Krimson Hill, yo las busqué y al hacerlo, descubrí algunas cosas sobre el Proyecto Andrómeda, su función y... algunos de sus miembros.
Al decir esto, Vincent se movió lentamente y alzó la carpeta que llevaba. No podía contener más de tres o cuatro papeles, pero tenían aquel árbol, el roble.
—Esto es algo lo que pude rescatar de su base de operaciones en mi ciudad cuando los desmantelé, son algunos nombres, las localizaciones de algunas guaridas, y otros detalles interesantes —continuó él—. Si me acompañas y me ayudas, todo esto es tuyo, y una parte más luego de terminar el trabajo.
Con movimientos lentos, Vincent le entregó la carpeta a Cass, y esta la tomó con desconfianza, para luego revisarla brevemente. Reconocía algunos nombres, pero había información allí que jamás habría sospechado. Aquel extraño estaba diciendo la verdad.
—¿Cómo diablos un simple policía pudo desmantelar un laboratorio de Andrómeda? —preguntó por lo bajo, más para sí misma que otra cosa.
—Primero que nada: auch, y, por otro lado, digamos que no lo hice precisamente con mi uniforme de oficial... —comentó él con una sonrisa ladina—. Pero el reloj está corriendo, Cass, y necesito que nos movamos ahora.
Al escuchar esto ella alzó la mirada de los archivos y observó a Vincent con detenimiento. Aquel tipo conocía su nombre, lo que significaba que probablemente sabía más de ella de lo que estaba revelando.
—¿Sabes quién soy? —preguntó ella, y él respondió simplemente asintiendo—. ¿Sabes lo que he hecho?
—Eras una ladrona, muy buena por cierto, y durante el último año estuviste cazando a los responsables del Proyecto Andrómeda y eliminándolos uno por uno, desconozco el motivo, pero supongo que tiene algo que ver con... —dijo, y señaló sus manos—. Eres una criminal, y una asesina, y eres justo lo que necesitamos.
—¿Qué hay de los otros? —preguntó ella, y esto tomó desprevenido a Vincent.
—¿A qué te refieres?
—¿Saben de mí? ¿Saben que estarían en el equipo con "una criminal y una asesina"?
—Saben tu nombre, y tus poderes... no necesitan saber nada más.
—Lindo grupo, desde aquí se respira la confianza —soltó ella con sarcasmo, y se giró para servirse otro vaso de Whisky.
—Mira, no tengo tiempo para esto. El enemigo ya está aquí, y no está de broma. Tú tienes el poder para destruirlos antes de que hagan más daño, y es lo único que me importa. No voy a ponerme a debatir sobre la moralidad de destruir a los invasores, mucho menos preocuparme por sus vidas. Una guerra está a punto de desatarse, y podemos ganarla... contigo.
Cass tomó otro trago de espaldas al detective. Durante sus años de trabajo había aprendido a detectar mentiras, y estaba totalmente segura de que ese sujeto estaba siendo absolutamente sincero en lo que decía. Había algo que estaba aterrando al detective, estaba desesperado, y dispuesto a todo para ganar.
—Estos enemigos... ¿Quiénes son? —preguntó, y se giró para verlo.
—Te lo explico en el camino, ahora deberías tomar todo el equipo que necesites, va a ser un viaje movido.
—Nunca dije que iba a ir —sentenció ella, fulminándolo con la mirada.
—No, pero vas a hacerlo, puedo verlo —replicó él.
—¿Eres un puto mago, o algo así?
—No, ese es el otro, ya lo vas a conocer —agregó Vincent, al tiempo que se tiraba en el viejo y destartalado sillón—. Aquí te espero.
Cassiopeia bufó con frustración y salió en dirección a su habitación. No iba a darle la satisfaccion de decirle que tenía razón, simplemente lo acompañaría para ver de qué diablos estaba hablando.
Con rapidez, juntó algunas prendas en un bolso, y, finalmente, cargó el traje que le habían dado en el Proyecto Andrómeda, para luego volver a la sala de estar, y encontrarse a Vincent esperando, en la misma posición que lo había dejado.
—Y yo que esperaba poder echarme una siesta... —dijo, al tiempo que se levantaba y se llevaba un teléfono al oído—. James... sí, ya la tengo. Apresúrate.
Cass miró con extrañeza a aquel visitante, que ya empezaba a sentirse más como un invasor, mientras se levantaba y se paraba frente a una de las paredes desnudas del departamento.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? —inquirió ella.
En ese preciso instante, una intensa luz azulada que salió de la nada la cegó por unos segundos, y, cuando sus ojos se adaptaron al brillo, pudo ver una especie de portal justo frente a Vincent, dejándola totalmente confundida.
—Créeme, se vuelve más extraño de aquí en adelante —dijo Vincent con cansancio—. Hora de moverse, Cass.
Vincent cruzó sin más el portal, y ella se quedó allí observándolo, dudando. Él le había dejado la carpeta con la información que necesitaba, y, aunque él afirmaba que tenía más, ella había aprendido a conformarse con poco, por no mencionar que simplemente podía ir a buscarlo y obligarlo a darle esa información.
Sin embargo, recordó el terror en la expresión de aquel sujeto, la desesperación, y no pudo evitar pensar en sus cuatro años de encierro, en cuanto ella deseó que alguien viniera a ayudarlos, pero, por supuesto, eso nunca ocurrió. Ese día ella tenía la oportunidad de iluminar un poco la oscuridad que estaba cubriendo el mundo, y, aún con sus dudas, decidió dar un paso al frente y cruzar el portal.
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