12. Nova-152
Por Supernovx-
Ámsterdam, 2013.
La luz de la luna a duras penas traspasaba las nubes, pero solo se perdía completamente cuando llegaba a la altura de las luces de la ciudad, los charcos de agua no tardaban en formarse por la fuerte lluvia al caer, creando un ambiente lúgubre en las calles. En esos momentos de la noche todos solían irse a refugiar, parecía demasiado peligroso estar afuera. A pesar de ello una flota de autos se estacionó frente a un restaurante.
En el interior no había más comensales, los de servicio eran pocos y, en la mejor mesa del lujoso local, Rolan Santori, un millonario activista, defensor de los derechos humanos, bebía en paz dejando que su cigarrillo se consuma.
Él extendió una sonrisa ladina cuando vio entrar a Martin Paeltz. El multimillonario magnate y su banda de guarda espaldas se dirigieron a él. Era alrededor de cinco años menor que Rolan, pero su sola postura exigía respeto.
—Veo que decidió venir —mencionó, apagando su cigarrillo.
Su invitado tomó asiento frente a él y sus guardias se quedaron de pie, rodeándolo, alertas ante cualquier orden que se les diera.
Rolan Santori entendió que necesitaría empezar la conversación con más ahínco, por lo que prosiguió.
—Como ya sabe, soy Rolan Santori —recalcó al dejar una tarjeta de presentación sobre la mesa para dar a notar el hecho de que era socio mayoritario de la firma de abogados Santori y el grupo financiero R&K—. Pero debe conocerme por mi postura como defensor de los derechos humanos, o porque me investigó antes de venir.
Alzó su vaso y bebió todo su trago de un sorbo, le fue malditamente difícil conseguir información con la cual atraer a alguien vinculado con el proyecto Andrómeda, hasta que encontró a los hermanos Nox, y por eso no lo iba a echar todo a perder.
Los hermanos Nox se las habían ingeniado para encontrar todo lo que debían sobre el proyecto Andrómeda: el tráfico de personas era solo su fachada, su manera de conseguir los sujetos de prueba a los que les inyectaban RCW 86, un compuesto químico experimental de procedencia extraterrestre que buscaba aumentar las capacidades físicas, luego los sujetos eran sometidos a entrenamientos forzados. Su fin era convertir a jóvenes de óptimas condiciones en armas humanas que estuvieran a total disposición de los inversores, para eso recurrían a la tortura física y psicológica, hasta crear un grupo de perfectos asesinos. Los muchachos luego eran repartidos entre los miembros del proyecto, quienes en su mayoría eran jefes de estado, magnates, terroristas. Personas de poder que no se podían permitir que cada nuevo superhumano en el mundo con un poco de moral quisiera ponerles las manos encima. Justo por eso frente a él estaba uno de ellos.
—Señor Santori, realmente no sabe en lo que se ha metido, ¿no es así? —Martin Paeltz se desabrochó el último botón de su saco y se inclinó ligeramente sobre la mesa, dejando que sus palabras tomen efecto sobre el activista—. Usted investigó algo que no debió investigar, mencionó algo que no debió mencionar y escribió cartas a gente que no debió escribir. Ahora, le daré la oportunidad de dejar de lado toda su fachada de defensor de los derechos humanos, quemar la información que tiene y desaparecer a un país olvidado o el grupo Andrómeda se encargará de enviarle al infierno está misma noche.
Rolan Santori rio, principalmente porque vio venir eso.
—Me estás malentendiendo, Martin —lo tuteó—. En estos momentos, ya he enviado esta información a los editores generales de los siete periódicos más importantes de diferentes países. Yo ya gané esto, aun así, estoy aquí para negociar.
A Martin Paeltz no le quedó más opción que retroceder. Recostó su espalda en el respaldar y le hizo una seña a su principal guardia de seguridad.
—Que todos salgan de aquí —fueron sus únicas palabras antes de volver a fijar su atención en el hombre que lo está chantajeando. Sus órdenes se cumplieron en cuestión de segundos, dejando a los dos hombres solos en el salón—. Si quiere negociar, entonces aún no debe haber expuesto la información sobre Andrómeda.
—Aún no —confirmó Rolan—, mis contactos están esperando una contraseña para abrir el archivo que les he enviado con lo que podría ser la mayor noticia de la historia; ya sabe, las crisis políticas son lo que más vende. Mis asistentes ya tienen la orden de enviar aquella contraseña si algo llegase a pasarme esta noche.
Martin Paeltz soltó una insulsa risa.
—¿Cuánto lleva planeando esto?— preguntó al tomar su primer trago de licor.
—Desde que me enteré que se habían atrevido a dejarme fuera.
El ceño de Rolan mostraba decisión. Sus cejas, oscuras al igual que su cabello, se mantuvieron imperturbables ante el firme tono de su voz que escapaba de sus labios. Martin Paeltz no tenía que mentirse a él mismo, le alegraba ver el lado codicioso de un hombre como Rolan Santori, porque eso solo probaba que todos podían llegar a ser corrompidos.
—Entonces, es eso —figura el hombre de negocios—: quiere ser parte del proyecto.
—Todos ganamos de esa manera, ¿no cree?
No era la mejor situación en la que podrían encontrarse, principalmente porque a las personas como Martin Paeltz no les gustaba estar acorraladas, Rolan lo sabía; si Martin no encontraba nada favorable en el acuerdo que le proponía no tendría problema en quemar el restaurante con él adentro.
—¿Realmente cree que extorsionarnos es la mejor manera de unírsenos? —esta vez fue Martin Paeltz quien preguntó al encender un cigarrillo—. Por el momento puede funcionar, pero aquellos que se ponen en nuestro camino siempre desaparecen. No será hoy, pero terminará en una fosa común, señor Santori, junto con el resto de idiotas que alguna vez creyeron poder amenazarnos.
—Aún no me escucha, Martin, verá, además de aceptar que Andrómeda es un tema que debe permanecer en secreto, podrán utilizar los recursos de Laboratorios Robles para mejorar la RCW 86.
—Laboratorios Robles no le pertenece— replicó Martin Paeltz con firmeza—. Thomas Robles...
—Thomas Robles murió anoche y esta mañana yo cerré el acuerdo con la junta directiva —se apresuró en aclarar—. Laboratorios Robles ahora me pertenece y con sus recursos se puede descubrir cómo potenciar a su total capacidad las habilidades de los sujetos de prueba del proyecto —dejó escapar una pequeña sonrisa de complacencia al estudiar el rostro de su compañero—. Esa es mi verdadera contribución con el proyecto Andrómeda.
—Siempre hemos estado detrás de Laboratorios Robles —admitió Paeltz, cuidándose de que pareciera una derrota—. Pero eso usted ya lo sabía.
—Por eso lo conseguí para ustedes. Thomas nunca iba a colaborar, él era un conservador.
Martin dejó que el humo de su cigarrillo llenara el ambiente, pensándolo durante un par de segundos
—Señor Santori, puede considerarse miembro del proyecto Andrómeda. Estaremos complacidos de trabajar con usted.
Rolan sonrió, completamente esa vez.
—Excelente. Ahora, aunque me encantaría quedarme a brindar —dijo, poniéndose de pie—, me temo que tenemos que encargarnos de otro asunto muy importante.
El señor Paeltz se puso de pie al igual que él y recogió su abrigo para seguir su paso.
—Y, un consejo —Santori mencionó mientras salen del restaurante, como quien no le da mucha importancia—: se debe ocultar mejor la información del proyecto, dos adolescentes podrían acceder fácilmente a ella.
—Nunca nadie ha encontrado los archivos secretos de Andrómeda, solo han habido especulaciones sobre la trata de personas en países orientales —le aclaró Martin, pero luego se detuvo en seco y volteó su mirada hacia su nuevo compañero— ¿A quien involucró en esto, Santori?
—Solo a dos niños que nadie extrañará.
Lo que Rolan Santori no mencionaba era que los hermanos Nox provenían de buena familia por parte de su padre, pero eso quedó en otra vida. Ahora la Interpol los perseguía y tenían la entrada prohibida en diecisiete países. El mayor se llamaba Cepheo y la niña, Cassiopeia. Ellos crecieron en esa clase de entorno, así que, como su familia, se dedicaban a venta de artículos ilegales, desde armas hasta antigüedades; lavado de activos; falsificación de documentos; robo de identidad y lo que sea que los hiciera ganar dinero. Tenían una reputación en el bajo mundo que los hacía intimidantes. Nunca se quedaban en un mismo lugar durante mucho tiempo, nunca utilizaban sus verdaderos nombres y nunca establecían lazos sentimentales.
A pesar de su juventud eran muy eficientes, solo necesitaron tres semanas para armar el rompecabezas de Andrómeda. Pero atrapar a los hermanos era difícil: no había registro de ningún tipo sobre su existencia, no había partidas de nacimiento, pero se sabía que eran los hijos de Deagan Nox; no había certificados de estudios y a pesar de ello dominaban cinco idiomas diferentes por la educación privada que su padre les dio, así que su existencia se limitaba a bosquejos, testimonios y grabaciones de seguridad con imágenes borrosas.
Ninguno de los dos pensaba dejar esa vida atrás, eran jóvenes y codiciosos. Querían reconocimiento, pero aparte de la reputación que se tenían formada en el bajo mundo nadie sabía quiénes eran, por eso nadie se daría cuenta si desaparecían.
Cassiopeia miró su celular una vez más y suspiró, con el corazón lleno de felicidad. En ese preciso momento hasta podría sonreír. Una fuerte lluvia caía afuera de su edificio, ubicado en los límites de Ámsterdam, ciudad en la que la familia Nox ya llevaba medio año, un mes más de lo usual.
Su hermano, Cepheo, parado a su lado en el elevador, la miró con algo de desaprobación antes de rodar los ojos.
—Eres tan superficial —finalmente le dijo, cuando estaban a unos pisos de llegar a su apartamento.
Ella bufó antes de responder.
—Soy doce billones más rica que hace media hora, no hay nada que digas que pueda arruinar el magnífico humor que tengo —ella sonrió de lado. Un silencio se formó entre ellos, hasta que volvió a hablar—. Elige un país, hay que desaparecer, para siempre esta vez.
—¿Qué pasó con "en este negocio somos alguien"? —Su hermano le recordó, buscando imitar su voz y mantener sus gestos inescrutables. Cassiopeia no recuerda cuantas veces ya han discutido ese mismo asunto en el último año.
La mayor parte del tiempo es él es quien quiere dejarlo, a veces es ella. De alguna manera se las han arreglado para seguir con la vida que ya han conocido por veinte años.
—Nuestra investigación— Cassiopeia suspiró—, está vez nos guió a un peligroso grupo megalómano que secuestra personas para experimentar con ellas. Ellos se roban su vida. Así que tal vez nosotros somos afortunados por el simple hecho de tener libertad.
—Tiene que ser una de las Islas del Caribe. Las Bahamas —Cepheo respondió después de pensarlo alrededor dos segundos, ocultando una sonrisa ladina—. Y yo elegiré los nombres esta vez —condicionó, dando el primer paso fuera del elevador.
—Olvídalo —ella respondió, tajante, dando zancadas a través del pasillo para alcanzar a su hermano—, tendré que usar ese nombre hasta que muera, así que cada uno escoge su nombre está vez. Además, yo estaba pensando algo más como Brasil.
Su hermano estaba a punto de reírse cuando llegaron a su departamento y su gesto divertido cambió dramáticamente en cuestión de segundos. Cassiopeia supo en qué estaba pensando su hermano cuando no volvió a hacer otro movimiento y rodó los ojos, pensando que él estaba siendo paranoico una vez más.
—Ves demasiadas películas —aseguró, introduciendo su código de seguridad en la puerta—, Interpol no es tan buena haciendo su trabajo. Papá ha estado en el negocio por más de treinta años y ellos aún deben creer que está en Portugal.
Un ligero ruido se escuchó desde adentro del apartamento, casi imperceptible, pero suficiente para inquietarlos. Lo más lógico era pensar que lo había hecho su padre, esperándolos dentro; sin embargo, Cepheo prefirió ser precavido, sacó su celular y revisó el vídeo de vigilancia de las cámaras de seguridad que implantaron en el pasillo cuando recién se mudaron. Estas no respondieron.
Alguien los había encontrado. No era la Interpol o la policía, ellos los hubieran arrestado en el momento que bajaron de la camioneta. Con seguridad era alguien que los quería tener acorralados. Estaban en una trampa y lo sabían.
Cassiopeia despegó la mirada del vídeo de CCTV, alzó la vista, sus ojos plateados se encontraron con los de su hermano mayor.
Habían planeado cómo actuar frente a ese tipo de situaciones un millón veces antes. Tenían pasaportes falsos y dinero en un depósito no muy lejos de ahí para emergencias como esa. Lo habían planeado un millón de veces, no podían ver atrás, no importaba a quien tuvieran que sacrificar, debían escapar y desaparecer mientras aún era opción.
Pero, ya que la familia Nox solo contaba con tres miembros, no podían dejar a nadie atrás, sin importar las veces que habían dicho que lo harían.
—Papá —Cepheo llamó desde afuera, haciendo un esfuerzo para que su voz saliera con naturalidad.
Cassiopeia saltó a taparle la boca con sus manos, empujándolo en su intento de callarlo.
—¿Enloqueciste? —preguntó, mirando a su hermano mayor con el ceño fruncido—. Si los vecinos nos oyen podrían llamar a la policía, si alguien se entera estaremos realmente jodidos.
Él la empujó para quitársela de enfrente.
—¿Tú no crees que ya estamos jodidos? —preguntó entre susurros, dejando que la desesperación que escondía fuera notoria—. Papá está ahí, Cass —suspiró, pasando una mano por su cabello—. Además, la señora Berham es medio sorda. —Esta vez es ella quien suelta un suspiro—. Papá —Cepheo volvió a llamar, fingiendo una voz tranquila al terminar de poner el código de seguridad—, hoy nos pagaron. No vas a creer cuánto ganamos —Cassiopeia pudo sentir cómo su corazón golpeaba con fuerza cuando escuchaba otro pequeño golpe venir desde adentro. —No te vayas a inquietar, papá, solo... —su voz se quiebra— mantente calmado ¿quieres? Cass y yo lo tenemos todo bajo control.
Con esas últimas palabras Cepheo miró a su hermana de reojo, tratando de mantener una expresión plana que para ocultar su consternación y automáticamente ambos sacaron un arma de entre su ropa. Ella le pasó un silenciador a su hermano y él la imitó a la hora de dar el primer pie dentro del apartamento.
Adentro todo estaba a oscuras, las persianas estaban bajas, como siempre, y el único sonido aparte de sus pasos es el de las gotas de agua contra la ventana. En el momento que cerraron la puerta tras ellos los toman por la espalda y los sujetan de los brazos, buscando impedir que se movieran.
Cassiopeia tiró su cabeza hacia atrás con fuerza, rompiendo la nariz de alguien, gracias a ello el agarre se volvió un poco más débil y ella aprovechó en jalar el gatillo de su arma sin importarle a donde disparó. Su hermano de igual manera trató de liberarse, utilizando la fuerza de su cuerpo levantó el cuerpo de su captor sobre su espalda, pero en medio de sus intentos sintieron una pequeña punzada en sus cuellos, después de eso la fuerza de sus piernas los abandonó, sus brazos empezaron a ser una carga y, como si se tratase de un hechizo sus cuerpos, se desplomaron en el suelo.
Mientras su respiración se tornaba dificultosa las luces se prendieron. Tirados en el suelo, donde se encontraban, podían ver a su padre a un par de metro de ellos. Deagan Nox estaba cubierto en sangre y apenas consciente. Habían demasiados pares de botas militares alrededor como para contarlas, pero era obvio que pertenecían a los responsables.
—T-Tranquilos, niños —fueron las primeras palabras temblorosas que dio Deagan cuando vio a sus hijos.
—¡Voy a vender los intestinos de todos ustedes en el mercado negro, malditos desgraciados! —Cassiopeia gritó, peleando por moverse sin ningún éxito con lo último que le quedaba de fuerza.
Una risa amarga se escuchó por parte de los hombres armados.
—Tienen suerte de que los doctores no quieran que sus conejillos de indias se maltraten. Equipo Delta, termine con el viejo de una vez.
Está vez son ambos hermanos los que dejan salir amenazas, incluso cuando se encontraban en aquella difícil situación. Pero debe ser porque estaban tan acostumbrados a pelear que no se pudieron rendir en ese momento. Su padre solo les dedicaba una sonrisa triste, sabía que era lo siguiente que pasaría. Cassiopeia gritó con todo lo que sus pulmones le permitieron, porque la presencia de la policía no podía ser mucho peor.
Uno de los hombres sacó un arma, puso a Deagan Nox de rodillas y apuntó en su cien.
La vista de Cassiopeia empiezo a nublarse tanto por las lágrimas como por la droga que les habían inyectado, que la desvanecía poco a poco.
—¿Últimas palabras, viejo? —el hombre del arma preguntó, liberando el seguro—. Estos niños la van a pasar de lo lindo sin ti de ahora en adelante.
—¡Mis hijos le sacarán la mierda a todos ustedes, perras! —gritó Deagan.
Luego de eso su cuerpo cayó al suelo, sin vida.
—¡Voy a mandarlos al infierno! —Cepheo espetó con toda su ira.
Pero ellos solo rieron, acercándose para recoger el cadáver.
Iban vestidos todos iguales, uniformados de negro como si fueran de alguna clase de fuerza especial del ejército, llevan cascos y visores que ocultan su identidad, y sin ningún grabado de sus nombres, pero en el lado izquierdo de su pecho, sobre uno de sus bolsillos una estrella de cuatro puntas estaba bordada en hilo plateado. A Cassiopeia no le fue difícil recordar dónde ha visto ese símbolo antes: Proyecto Andrómeda.
Entonces, Cepheo tenía razón, ellos ya estaban jodidos.
Uruk, 2013.
Desde el primer momento Cassiopeia supo perfectamente lo que estaba por pasar, aun cuando no estaba en todos sus sentidos y su cuerpo no respondía. Primero los transportaron a la base militar principal del proyecto, llegaron ahí en un cargamento de cincuenta personas, dentro de un contenedor que desembarcó en el muelle.
Una vez en la antigua base militar fueron inyectados con RCW 86 antes de que los efectos de la droga se desvanecieran. Durante el mes siguiente a eso los mantuvieron encerrados individualmente en pequeñas celdas, aquello como parte de la primera fase de descarte, ya que solo el diez por ciento de los sujetos inyectados con el RCW 86 logra sobrevivir. La comida y el agua que les administraban era escasa, y los gritos de desesperación el único ruido que los guardias permitieron; todo ello acompañaba el olor a putrefacción que emanaban los cuerpos de los que se tenían que deshacer cada día.
En ese primer mes Cassiopeia se ganó seis visitas a lo que los guardias denominaban "El Agujero" por su lengua mordaz e insubordinación, pero, de alguna manera, a ella le alegró cada vez que eso pasaba, porque en el transcurso de salir de su celda y ser escoltada al agujero podía ver a su hermano: pegado a los barrotes para observarla pasar, a veces la regañaba con la mirada, a veces le preguntaba por qué no tenía sentido de auto-preservación.
Ese primer mes ganarse un pase al agujero fue su manera más segura de asegurarse de que su hermano seguía con vida.
Decepcionada consigo misma por seguir con vida después del primer mes a Cassiopeia le asignaron un código de reconocimiento para que se identificara, NOVA-152 impreso sobre un brazalete que se ajustaba a su brazo como la correa de un perro, y un nuevo uniforme de entero color negro con detalles metálicos a lo largo de este, sin mangas, de cuello alto con hombreras metálicas, un solo brazalete de metal a la altura del antebrazo con la insignia de la estrella de cuatro puntas y botas altas de cordón. Si no hubiese investigado y memorizado de antemano cada etapa del proyecto Andrómeda probablemente ya hubiese perdido la cabeza, porque hasta el momento no les habían dado ninguna explicación del proceso, ni siquiera los trataban como personas.
La asignación de un código fue en todo sentido un ascenso. Los cinco sobrevivientes al RCW 86 fueron llevados a otra ala de la base donde las condiciones para habitar eran indudablemente mejores y ya mantenía un grupo más antiguo de sujetos de prueba.
Pero una jaula nunca deja de ser una jaula, por más lujosa que se vea.
—Esto debe ser el malnacido karma —ella comentó en voz alta cuando la escoltaban de regreso a su celda después de su primer análisis individual por parte de los científicos del proyecto—. Me están dando estas habilidades para que me asegure de matarlos a todos uno de estos días.
Ese día los hermanos Nox soltaron un suspiro de alivio al aire al saber que ambos estaban vivos.
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