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Nombre del personaje: Kersmark
¿Nivel de spoiler?: Bajo-Medio
Multiverso o universo al que pertenece: Multiverso O, universo Psi, código 004
Canción inspirada: Dream Theater- Reborn de Infected Mushroom

—No digas ni una sola palabra, hijo mío, es lo único que te pido —pidió mi madre mientras cerraba la puerta de mi habitación, sonriendo suavemente bajo unas lágrimas que deseaban salir—. Escóndete y no te muevas hasta que te lo pida, por favor.

Era lo que normalmente me solía pedir cuando aquellos señores de negro llamaban a la casa de mi madre para recibir la paga que les correspondía. Me escondía en mi habitación, aunque más de una vez me escondía en el armario o en el sótano oculto que mi asqueroso padre había construido.

—Son mil trescientos crinos, señora.

—Pero... aumentó desde la última vez.

—¿Acaso se niega a pagar?

Su voz robótica intervenía en modo de amenaza, asustando a mi madre y que pagara con un notorio temblor en sus manos. Me imaginaba lo frustrante que debía ser tener que darle dinero a una raza de seres que deseaban ser robots. Se hacían llamar cyborgs, los próximos que conocerán una perfección increíble y que no tendrían que sufrir más como antes.

¿Por qué? ¿Cómo habíamos llegado a esto?

La ciudad en donde vivíamos avanzaba excesivamente rápido, la tecnología había conseguido llamar tanto la atención que ahora nuestra raza deseaba tener una parte tecnológica en su cuerpo. Vista desarrollada, oídos perfectos, un tacto exageradamente sensible... Para ellos era belleza, pero para personas como mi madre y yo nos resultaba una aberración.

Salir era conocer la nula existencia del aire puro, calles grises donde los robots se encargan de mantenerlo todo limpio con perfección. Coches que se movían a gran velocidad sin causar ningún estruendo, un movimiento suave y sutil como si fuera una brisa de aire cruzando a mi lado. Carreteras que daban la sensación de flotar y moverse por sí solas junto a trenes de alta velocidad que cruzaban por tubos que se movían hacia la dirección que uno deseaba. Los ojos de cualquiera que viera la ciudad serían maravillados por la impresionante evolución, pero sus manos tocarían la frialdad del metal junto a un aire que sería difícil de respirar por la contaminación y la toxicidad.

La naturaleza que nos rodeaba era plástica, no era propio de un tronco de un árbol, aspero, duro, con las hojas de diversos colores cayendo sutilmente hacia el suelo. Estos árboles no eran propios de un planeta que irradiaba vida. Tampoco lo hacían las flores ni la hierba, los ríos que una vez cruzaban y llevaban consigo a diversas especies de animales que se movían con felicidad ante un sol fuerte que siempre aparecía.

Ahora solo eran días nublados y gélidos.

Los edificios altos superan y dejan atrás la antigua ciudad que nosotros teníamos. A una altura que podía uno tocar el cielo, ¿podrían llegar a tocar las nubes? muchos dicen que ahí arriba existen seres que son capaces de conocer la felicidad extrema. Eran mitos que se perdían con el tiempo, pero no como materiales que brillaban en colores llamativos, ilustrando imagenes irritantes y molestas con el intento constante de convencerlos de productos que necesitan.

¿Y los jóvenes no se asustan? Eso se preguntaba mi madre mientras daba vueltas alrededor del comedor. La respuesta la tenía yo porque ellos mismos ya tenían implementados en su cuerpo partes tecnológicas, como sus ojos no eran como los míos, sino que los cables se metían en medio del globo ocular y se podían ver números de su ojo que analizaba todo su alrededor con perfección.

—Ker... Kersmark, cariño mío, es mejor que duermas, mañana tienes clases.

¿Deseaba ir a clases con todo lo que me rodeaba? Tampoco es que tuviera muchas ganas cuando mis compañeros de clase me miraban con desprecio por no querer implementar cables y metales exóticos que mejoraba mi cuerpo. Cierto era que nuestra raza era débil, a nadie le gusta sentir en su cuerpo la constante degradación de los sentidos, era una condición irremediable que teníamos... Era muy normal no poder ver a los veinticinco años, pero con la tecnología, se evitaba eso.

¿Era bueno? Claro que lo es, el hecho de que la tecnología pueda ayudar tanto a nuestra raza es maravilloso. Sigo creyendo que la tecnología puede ayudar si se usa con prudencia, pero da miedo ver que los que te rodean dejan un lado a esa humanidad, que su piel poco a poco cambia hasta ser solo metal, que los cables de su cuerpo son más visibles, que el suave tacto es reemplazado por el metal frío que intenta simular el abrazo de un amigo de clases.

No me gustaba estar en clases, pero ahí estaba, sentado en aquella silla que se acomodaba a mis comodidades con un ordenador donde me enseñaba grandes cantidades de información. Era como si enfrente mía hubiera alguien que me indicara que hacer, como un ser como éramos nosotros me decía que hacer y cumplir. Todo tenía un patrón repetitivo, un sonido que te notificaba si lo hacías bien tu trabajo, junto al bullicio de voces apagadas y robóticas de aquellos que fueron como yo.

Antes no era así, eso es lo que siempre pensaba mientras mis manos temblaban sin parar, mientras me agarraba de mis cabellos azulados largos y respiraba angustiado. Pedía perdón a mi madre por haber nacido en este mundo, la de gastos que le dí cuando pudo ser como mi padre, alguien adaptado a la tecnología. Los gastos eran increíblemente altos, pero si ella no eligió comprarlos era para cuidarme y darme todo el cariño que ese hombre alto e insensible nunca me dio.

Recuerdo su mirada fría de esos ojos grises mientras me miraba con desprecio:

—Kersmark nunca será perfecto si dejas que sea como los Boix's.

Y girándose sutilmente, su chaqueta larga y azulada ondulaba con aquel viento frío, caminando hacia cualquier sitio lejos de nuestra casa como un recuerdo que en mis peores momentos aparecería para torturarme. En ese día me di cuenta que la ciudad tenía los colores gélidos propios de un invierno triste donde la soledad intervenía en aquellos que no expresaban sus emociones. Miraba sin corazón alguno hacia ese hombre que desconocía mientras las lágrimas herían mi orgullo, apretando mis manos para jurarme una sola cosa:

—Los mataré, acabaré con ellos y seré su gobernante.

Un deseo que a mi madre le pareció imposible porque revelarse contra ellos era sinónimo de muerte. ¿Cómo puedes desear tal cosa, Kersmark? Nosotros estamos destinados a esa evolución porque nosotros somos ineficientes, porque nosotros hemos nacido con defectos que solo la tecnología puede ayudarnos.

Palabras que resonaban mientras miraba perdidamente hacia mi habitación azul, podría ser como el cielo, a veces lograba calmarme y darme ideas prudentes, pero cuando cambiaba a un color oscuro como el universo, me aparecían ideas que colmaban mi calma como un vaso a punto de derramar el agua y acabar con todo.

Era todo demasiado complicado y solo miraba mis manos temblorosas, sintiendo la viscosidad de un líquido que era mezclado por la contaminación, un material exótico que le daba brillo y fuerza a esos metales que conviven en esos cuerpos robóticos. Una vez más las ponía en mis mejillas, arrastrándose poco a poco para sentir una emoción tan fuerte de felicidad, sabiendo que a lo mejor la demencia se adentraba en mi cabeza poco a poco, pero, ¿eso importaba?

Respiraba rápido ese aire gélido que perforaba mis pulmones como estacas clavadas en vampiros. Mis mejillas coloradas sentían el líquido inusual y espeso que me hacían darme cuenta de la realidad. Reía, mis oídos escuchaban mi risa desquiciada para luego mirar hacia enfrente y llorar desesperadamente al darme cuenta de que me había transformado en un amenaza.

El suelo sucio de aquella alejada zona de la ciudad era decorada por miles de cables destrozados por la guadaña que tenía en mi lado derecho, un arma que agarré en medio del terror que me suponía ver a varios de ellos mirándome con desprecio por no ser como ellos.

Reía sin parar mientras veía como los ojos cableados parpadeaban en un color rojo, dándo la señal de que alguien había perdido la cordura. Con una pisada fuerte contra esos ojos muertos, agarré todo lo que fuera reutilizable. Cables, metales, chips, teclas, placas , su vestimenta y sus mejoras, para ir corriendo hacia los barrios bajos.

Las miradas juzgaban sin decir nada, nadie se atrevía a decir una sola palabra porque conocían la verdad de este lugar, el gobernador actual que hablaba con palabras dulces llenas de esperanza negaba la realidad de este mundo del cual no pensé que conocería más de una vez. La primera vez fue cuando a mi madre no le quedó otra que hacer venta de algunas partes de su cuerpo, pues se consideraba como algo valioso y que en la sociedad se iba perdiendo.

¿Hasta qué punto habíamos llegado? Era lo que me cuestionaba mientras llevaba con cierta dificultad todos esos materiales que había arrancado sin piedad alguna. Llamaban perfección a ser un cyborg, eso era lo que eran, no ser un robot perfecto. Cada vez que me acordaba de sus gritos miraba con desconcierto las calles sucias que en parpadeos me mostraban una irrealidad, sangre cubierta en las calles que pisaba, resonando cada paso como una marcha fúnebre a todo aquel que se atreviera a tocarme.

Pero lo irónico es que a esa edad no se me daba bien amenazar, mi mirada perdida por la locura hacía que los demás creyeran dos cosas: que la ceguera estaba afectándome o que había cometido un delito del cual ellos, imperfectos cyborgs de baja calidad, se habían acostumbrado. ¿Quién iba a decirme que iba a llegar a este momento de mi vida? Capaz porque veía injusto que esos robots lo tomaran todo, capaz porque creía que todo era culpa de mi padre, capaz porque me había hartado de todo que sería lo peor que habrían creado ante esa falsa esperanza.

¿Dónde ves la felicidad ser inhumano? ¿Dónde ven la ilusión de repetir patrones aburridos donde no conocías el exterior? ¿Dónde ven la felicidad al no sentir nada? Al menos a mi me esta curioso verme las manos de la culpa y reírme por saber que no era correcto.

Abrí la puerta repentinamente al ver a ese cyborg de mirada perdida, temblando al verme respirando lentamente, mis ojos emitían un brillo rojizo del que nunca había tenido, pues mis ojos eran azules. Se notaba mi ansias de cometer posiblemente el mayor error del que me arrepentiría, pues el miedo de saber cómo se lo tomaría mi madre me inundaba.

La mujer de manos angelicales que escuchaba mis llantos y preocupaciones, diciéndome que la culpa no era mía más que este mundo que había cambiado en cuestión de años.

—Harás todo lo que pida sin rechistar, un gesto en falso y conocerás el verdadero infierno.

El contrario me miraba sin saber que decir, su mandíbula se movía sin parar como si fuera un muñeco cascanueces que no funcionaba correctamente. levantaba sus manos como si cometiera el mayor delito, pidiendo clemencia a la vez que obedecería todo lo que yo pidiera.

Fue ahí cuando sentí el poder por primera vez y mis labios se curvaron de una forma que aterraron al contrario, siendo más eficaz de lo que yo esperaba, aunque no me gustó la operación, mi cuerpo gritaba al escuchar los constantes golpes de un martillo perforando los huesos, el irritante sonido de una sierra perforando la piel y los músculos. Por mucho que tuviera esa conocida anestesia, mi cuerpo pedía auxilio como si le torturaran con el constante goteo de una pared agrietada que caía en la cabeza.

Pero nunca grité, pues supe que sentir, que tener emociones o vivir era indecente. Eso me lo enseñó mi padre al igual que todos los que me rodeaban, simulaban emociones y eso me parecía tan asqueroso que decidí tomar mis propias elecciones y que todos debían aceptar.

En medio de aquella operación me pude dar cuenta que aquel que cumplía mis órdenes se movía con una eficacia inusual. A pesar de tener miedo, su cuerpo obedecía a todo sin fallar y eso solo hacía que le mirara con interés mientras mi mente funcionaba como los engranajes de un reloj. A cada tick que contaba los segundos, ideas crueles venían a mi cabeza porque sabía que ellos eran serviciales.

Como nosotros fuimos antes de ser robots.

Claramente había excepciones, solamente hbaía que ver a mi padre al desentenderse de nosotros, al elegir su camino donde escogía la libertad. Su vida fue un misterio para mí, pero si lo volviera a ver no dudaría ni un segundo en arrancar todo para obligarle a hacer una tarea y que la efectuará con eficiencia.

Que trabajen para mí y ante el fallo torturarlos, pero que sigan siendo esclavos. No era una idea que me pareciera tan cruel al saber que ellos mismos se habían condenado con aquella tecnología que no era tan perfecta como creían.

Ese día en el que me levanté y me di cuenta de los cambios, miré hacia mi alrededor para ver que tras la ventana semi-rota se encontraba la gélida nieve que siempre me acompañaba. Observe todo mi cuerpo tras el espejo que ese sirviente me ofreció, susurrando palabras de clemencia mientras observaba con total indiferencia lo que era.

Un robot, me había vuelto como ellos, pero mis ideas y las pocas emociones que tenía seguían ahí. Todos los cables que alguna vez detesté se encontraban en mi interior funcionando con perfección, una piel que al tacto de cualquiera que no fuera robot sería desagradable e incómoda. Una apariencia intimidante, y más al conseguir los dos metros de altura con aquellas botas incrustadas en mis piernas.

Veía a alguien que detestaba y eso solo hacía que riera con crueldad, apartándome para tomar la chaqueta azulada de aquel individuo que me miraba perplejo por la situación, respirando aliviado al saber que seguiría un día más con vida.

Ahora solo tenía algo pendiente y no era algo que me hiciera especialmente feliz.

—Kersmark... —murmuró mi madre, poniendo sus manos en su boca con lágrimas que eran como dos cascadas.

Jamás sentí tanta culpa.

—¿Por qué? ¿Qué hice yo para que cambiaras así?

Jamás tuvo la culpa, eso lo tenía tan claro. Me acercaba a ella mientras mi respiración se agitaba, queriendo expresar mis palabras. Lo sentía tanto en verdad, pero no me parecía justo que ella viviera un mundo así de injusto donde la desesperación había cambiado todo. ¿Qué quedaba de humano ahí?

—Kersmark, podemos hablarlo, de verdad, podemos ir a otro lado, dicen que hay otros códigos donde vivir —trató de explicar mientras se acercaba a mi con sus manos intentando agarrar mi rostro.

Solo ella... era la única que quedaba con vida.

—Lo siento, mamá.

Y jamás en mi vida vi un destello brillar con tanta fuerza, jamás pensé que mi deseo fuera ejecutado con rapidez, sin pensar ni un segundo ni dudar. Ver como mi brazo derecho se movía junto a la guadaña que escondía fue algo de lo que me costó borrar de mi memoria, ver cómo había cortado en un tajo vertical a la única que se consideraba fuera de este mundo robótico a la vez que la única que me amaba incondicionalmente.

No sé cuántos días han pasado, ni siquiera los meses ni los años, no conozco el tiempo. Solo me miro enfrente del cristal donde mi chaqueta larga y azulada ondula con calma ante el viento que hace hoy. Los colores de la ciudad siguen siendo azules, pero ya no son tan fríos, ahora resuenan en un orden que corresponde y que yo mismo he podido conseguir. No me avergüenzo de los gritos llenos de desesperación, de esos agarres que intentaban arrancar mi poca piel o como me escupen sangre hacia mi rostro con tal de pronunciar alguna palabra.

—Señor Kersmark. —La voz de alguien que se me hace familiar, como una madre, suena a mis espaldas. Girándose con total calma, veo a quien es mi sirvienta—. Su segundo prototipo de guardián está listo para ser ejecutado.

Muevo mi cabeza hacia un lado mientras mi cabeza hace que detenga esa reproducción de un pasado que trato de borrar. Observo con detenimiento hacia aquella que ha sido totalmente fiel a mí. ¿Quién fue en su momento? ¿Por qué la habría creado? Una parte de mi las lágrimas desean caer por la culpa de haberlo hecho, pero otra aparte de mi me lo impiden porque tener emociones está prohibido.

—Póngalo en marcha, ahora iré hacia la sala de pruebas. Veré si Zookologie cumple mis expectativas.

—Sí, señor.

Y aunque me costó mucho ser capaz de dominar la tecnología, ser capaz de comprenderla y usarla como si se moviera a mis órdenes, no puedo negar que una parte de mi desea por un segundo volver atrás y hacerlo bien...

Pero pensar en el ruido irritante y mal coordinado de una sinfonía imperfecta, de un grupo de seres que no saben actuar como debe, hacen que mis nervios se colmen y deba intervenir. ¿Qué son ellos bajo mi mandato? Nada más que una orquesta que no tiene a su director.

Y todo aquel que decida ir por un camino distinto o cometer un fallo, conocerá mis formas de arreglarlo.

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