Como el mar.

Como las olas rompiéndose en la orilla
mi corazón se rompe al recordarte,
como la luna que en el cielo brilla,
así tú eras la luz para mi noche.

Como el cielo, que al mezclarse con el agua
deja el rastro de su brisa en suave viento,
así volaba, cuando tu alma y la mía
se juntaban en un baile casi eterno.

Cuando los azules se volvían tan rosados
y tan rojos como tus dolidos labios,
cuando el aire se me hacía ya pesado,
solo ahí, ahí te sigo recordando.

Porque no es como si yo no te escribiera
o como si no siguiera sobre ti pensando,
pero tampoco sea yo alguna cualquiera
y antes que hablarte, niña, yo me mato.

Perdón si digo esto con rudeza;
no hay más manera de acabar este relato:
Ya no quiero yo tenerte ni de cerca,
ni de lejos, ni siquiera en mi cabeza.

No te quiero, pero te sigo queriendo,
no te quiero, pero me aferro a tu recuerdo,
triste y sola, pues aún sigo queriendo
a la niña, que cuando estaba perdido,
me encontró y me salvó de aquel olvido.

A la niña, que aunque estaba perdida
me buscó entre las nubes un camino,
a esa misma, la que entre mar y vino,
sol y tierra, y la que cuando llegó el frío,
me dejó, y congeló el corazón mío.


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