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2:18am

—Ya es muy tarde ¿no lo crees? —le preguntó Paula a Diego luego de observar la hora en su teléfono, este se encogió de hombros.

—No tanto, he estado en fiestas que duran hasta que sale el Sol—respondió—, podemos ver el amanecer en el parque cuando sean como las seis, debe ser muy bonito.

—Suena a algo que harías con alguien especial—el castaño volteó a verla y dejó de caminar.

—Tú eres especial Paula—confesó, ella se detuvo al escucharlo y lo miró confundida—. Sé que dirás que nos acabamos de conocer pero realmente pienso que eres especial. Eres el ejemplo perfecto de que las personas calladas son sin duda las más interesantes.

Paula negó, no sentía que fuese alguien interesante, mucho menos especial, ¿por qué él le estaba diciendo eso?

—No, tú no puedes creer que soy especial; no me conoces.

—Sé que te gusta el chocolate caliente cuando hace frío, que pasas la mayor parte del día en la biblioteca de la universidad y que luego llegas a tu casa a intentar escribir tu historia. Sé que cuando te dijeron que querían publicar tu libro a la primera persona que se lo contaste fue a la Profesora Suarez; lo sé porque te vi corriendo por los pasillos alegre y te seguí—confesó—. También sé que no te gusta la comida que venden en el cafetín y por eso siempre traes tu almuerzo. Amas los libros de romance histórico pero no te atreves a escribir uno porque crees que no es tu estilo. Te conozco desde hace mucho tiempo.

—Dijiste que me conociste porque empezaste a leer mis historias—respondió ella con el ceño fruncido. Diego se encogió de hombros.

—La verdad es que te mentí—reveló con una pequeña sonrisa—. No te conozco porque me haya leído tus historias, leí tus historias porque te conozco—dijo y suspiró, Paula siguió con el ceño fruncido analizando muy bien sus palabras—. Quería tener un tema de conversación para acercarme algún día.

—Entonces sabes quién soy desde antes.

—Desde los primeros días de mi carrera—confesó y se pasó una mano por su cabello mostrando un aspecto nervioso—. Estabas en la cafetería sentada sola en una mesa mientras escribías; te veías muy bonita. No me acerqué a hablarte porque sentí que iba a molestarte—suspiró.

—Te hubieses acercado, podríamos ser amigos—respondió, el castaño negó.

—Ese es el problema—comentó y dio un paso hacia ella—. Yo no quiero ser solo un amigo. 

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