42. Aguijones.

CAPITULO 42

TORI

AGUIJONES

Mis ojos comenzaron a abrirse poco a poco, aunque me costaba poder controlar mis párpados pues estos me pesaban. Tosí un poco y solté una bocanada, como si mi cuerpo estuviera tan cansado que ni fuerzas para despertar tuviera. Un brillo de luz divisó mis pupilas, pues estaba haciendo esfuerzos para poder abrir los ojos y saber qué estaba pasando y dónde me encontraba.

Me retorcí y refunfuñé. Parecía que me encontraba en una especie de cama, pero no lograba poder afirmarlo ya que estaba entre dormida y despierta. Sin embargo, por el tacto del colchón blando en el que mi cuerpo descansaba y la suave almohada en la que mi cabeza se acomodaba, pude confirmar mis teorías.

No sabía cómo despertar y me estaba desesperando. Solo podía ver negro al tener los párpados cerrados, impidiéndome ver algo. Ni tan siquiera podía tener una de mis pesadillas que tanto me acojonaban al principio, puesto que estaba despierta y podía jurar que mis oídos escuchaban pequeños golpes en un acero.

Después de mil intentos, en los que le ordenaba a mi cabeza que me sacara de esta tortura, decidí probar otras técnicas. Entonces, mis dedos comenzaron a moverse, hasta que sentí mis afiladas uñas rozar la piel de mis palmas y atravesar sus delicados tejidos.

La aflicción empezó en mi mano y terminó recorriendo todo mi cuerpo, hasta llegar a mi cerebro, el cual despertó mi ser, permitiendo que mis ojos se abrieran de golpe.

Intenté controlar mi respiración, aunque eso se me estaba complicando cuando lo veía todo dando vueltas. Me encontraba bastante mareada, como si me hubieran drogado, y un fuerte dolor de cabeza viajó por los conductos del interior de mi cabeza. Sobre todo, la aflicción se centró aún más en la sien, cerca de mis ojos, provocándome incluso fatiga.

Efectivamente, me encontraba en una especie de cama, pero enfrente de mí solo veía unos barrotes de acero. Extrañada, decidí darle la vuelta a mi cuerpo tumbado para ver qué había detrás de mí y, con esfuerzos, me moví con lentitud.

Ahora tenía mejores vistas de la habitación donde me encontraba. Esta se encontraba totalmente iluminada por los rayos del sol que entraban por las claraboyas.

Al recordar lo que había ocurrido el pánico empezó a apoderarse de mí y un pitido familiar en mi cabeza comenzó a resonar, torturándome. Podía notar la sangre bombeando aceleradamente por todo mi cuerpo, intentando seguirle el ritmo a los golpes de mi corazón asustado.

A pesar de la debilidad de mis músculos y la sensación de que me habían drogado —para adormilarme y dejarme fuera de combate—, me ordené levantarme de la cama para inspeccionar el lugar, así que elevé mi cuerpo, pero no pude alzarme del todo, ya que algo impidió que mi mano siguiera avanzando.

Solté un pequeño quejido y mi mirada se dirigió al metal que rodeaba mi muñeca, impidiéndome poder separarme de la cama. Me habían encadenado una mano a la cabecera de hierro de la cama. Tras resoplar por la rabia y a la vez suspirar por el cansancio físico y psicológico, intenté sentarme en la cama como pude. Con cada movimiento, el sonido chirriante de las cadenas me acompañaba.

Fruncí el ceño. No era porque me percatara de que me encontraba encerrada en una estúpida jaula como si fuera una prisionera, sino más bien por el olor que desprendía el lugar. Este mismo era nauseabundo. Podría describirlo como a pis de rata.

«Nunca has olido esa asquerosidad, imbécil», mi subconsciente intervino en un momento no muy adecuado.

Ignoré por completo a mi cabeza, pues ahora mi única preocupación era escaparme de este lugar. Hice esfuerzos para intentar calmarme y poder idear un plan. No tenía móvil para poder comunicarme con alguien y me sentía demasiado débil como para poder enviar un mensaje a través de la mente. Es más, ni siquiera sabía cómo controlar ese poder, ya que algunas veces me funcionaba, en otras el mensaje se desviaba a otra persona y, la mayoría de veces, me quedaba como una estúpida esperando respuestas.

Sin embargo, no estaba asustada solo por encontrarme en este horrible lugar, sino por el peligro que estarían corriendo mis amigos. Vi con mis propios ojos como mi mejor amiga, Vivian, mi propio guardaespaldas, Archer, y el mismísimo líder de la banda de los Escorpiones, Aguijón Verde, se desplomaban en el suelo.

Aguijón Verde más de una vez me comentó que él consiguió experimentar tanto consigo mismo que se había convertido en esa bestia que todos temían. En cambio, esa chica pudo derrumbarlo con tan solo una mirada.

«Esa misma chica que se hacía llamar el amor de su vida...», ese pensamiento hizo que mis pelos se pusieran de punta al instante.

Las lágrimas me pedían a gritos salir de mis ojos. La impotencia rebrotaba en mi interior. Tenía ganas de gritar, de llorar a mares y de destrozar cosas. Aún mejor, quería acabar con esas personas. Había matado a toda mi maldita familia. Aunque no tuvieran mi sangre, para mí siempre fueron mis padres, mi tía, Clarence... Hobson...

La ira me hizo soltar un largo y agotador suspiro y mi mano encadenada inconscientemente se sacudió con fuerzas, intentando liberarse de las cadenas, pero de nada sirvió, solo para provocar ruido en la sala y hacer el ridículo delante de la cámara de seguridad que se encontraba en la pared que había enfrente de mi celda.

«Se estaréis muriendo de risa, ¿no, desgraciados? Pues espero que no sea en el sentido literal», ladré en mi cabeza.

Justo en ese momento escuché a alguien toser y mis ojos se dirigieron rápidamente hacia la presa.

—Es inútil llorar, reina —dijo una chica.

En la habitación había muchas celdas para encerrar a pobres jóvenes para torturarlos o Dios sabe qué. En la jaula que había al lado de la mía había otra chica. Esta tenía el cabello liso y de color caramelo, unos ojos grandes y marrones, una nariz bastante pequeña con bastantes pecas, al igual que unos labios muy finos y sonrientes, a pesar de encontrarse encerrada.

La chica se encontraba apoyada en los barrotes de su celda que coincidían con la mía. Sus brazos traspasaban los huecos y sus manos estaban tomadas, con sus dedos cruzados entre ellos y sus codos algo flexionados. Ella me miraba fijamente con una expresión de pena, pero a la vez mantenía la sonrisa.

—Hola, preciosa —saludó la joven con un tono triste pero a la vez simpático.

No dije nada, solo opté por repasarla con la mirada y soltar un bufido. La ignoré por completo, ya que no estaba con humor, y dirigí mi mirada hacia las cadenas que sujetaban mi mano. Intenté estirar el brazo para poder librarme del agarre, pero por mucho que forjaba con el metal, este no me dejaba escapar.

—Así no creo que lo consigas —intervino de nuevo la chica—. Es más, no sé si te has dado cuenta de la cámara de seguridad, pero te están vigilando y tardarás poco en estar de nuevo encadenada a esa cama.

Mi cabeza se giró y la miré con rabia. Enseguida me percaté de que ella no se encontraba encadenada a ningún lado, sino que estaba libre en la celda.

—¿Y tus cadenas? —fue lo único que dije, tirando de nuevo de la esposa.

—Si no te comportaras como un animal, quizás estarías igual que yo —contestó e hizo una mueca con la boca.

—Ah, claro, ¿y cómo se supone que debo reaccionar tras saber que me han secuestrado? —cuestioné con una ceja alzada mientras que mi mirada desafiante no se apartaba de sus ojos—. ¿Les aplaudo? —vacilé—. Ah, no espera, les doy un besito como agradecimiento —la rabia en mí se podía notar a distancia—. Porque es que... —me detuve y me mordí el labio por dentro—, es tan... tan encantador este lujoso y cómodo hotel...

La chica se limitó a soltar una pequeña carcajada.

«¿Cómo diablos podía estar tan tranquila e incluso feliz?», cuestioné en mi cabeza.

—No es eso —volvió a reír—. Yo también reaccioné así la primera vez que toqué estos suelos —su mirada se tornó triste y perdida—. Pero... así solo empeoraba la situación —me volvió a mirar.

Tragué saliva, ya que sentí pena por ella. No sé cuánto tiempo habría estado encerrada en esa celda, pero era una adolescente que necesitaba tener una vida normal, no ser una rata de laboratorio.

—¿Desde cuándo estás aquí? —me atreví a preguntar, sin querer meter el dedo en la llaga.

—Desde hace tiempo —se mordió el labio—. Ya ni lo recuerdo —esbozó una sonrisa melancólica.

—Oh..., lo siento... —manifesté y suspiré.

Mi mirada se clavó en el suelo y, entonces, recordé algo.

—¿No había un internado? —pregunté, confusa, y la miré de nuevo—. Lo digo porque... ¿qué haces aquí? ¿Qué es esto?

—Sí, hay un internado, Susac Blood se llama—contestó la chica—. Las celdas solo son para los niños que se niegan a obedecer las órdenes de unos desgraciados que solo experimentan para conseguir poder. Bueno, más bien en estas celdas se encuentran los más rebeldes.

—Joder... —murmuré.

—¿Y qué hay de ti, chica nueva?

—Nada —respondí con las lágrimas asomadas en mis ojos—. Literalmente, nada, ya no hay nada —mascullé con la mirada perdida.

—Venga ya... Tampoco es para tanto —intentó levantarme los ánimos—. Estar aquí al fin y al cabo no es tan... malo...

—Pero sí que tu familia hubiera muerto delante de tus ojos y que tus amigos se estén poniendo en peligro solo por ti, para salvarte —decreté con rapidez, sin pensar, y mis manos se cerraron como puños.

—¿Qué? —la chica se quedó perplejo—. Eh... Ostias.

«Ya sé, ¿te has quedado sin palabras, no?», pensé.

—Yo ni siquiera sé si tengo familia... —volvió a hablar cuando se dio cuenta de que no iba a decir más nada—. Aparecí un día aquí de la nada y no me acuerdo que hubo antes de esta tortura...

—Debe ser muy duro... —opiné, clavando mis ojos en sus pupilas—. Lo siento mucho...

Ella negó con la cabeza para quitarle importancia.

—¿Te metieron ya en la máquina? —interrogó.

—¿Qué maquina?

—La que te da poderes —explicó y me miró detalladamente las pupilas—. Eres del bando azul —se respondió a sí misma.

—Tú del marrón, supongo —concreté sin tener idea sobre el asunto y ella asintió—. ¿Cuál es tu poder?

—Puedo transformar mi cuerpo en aquello que quiera, ¿y el tuyo?

—No lo sé exactamente —contesté y suspiré.

Y era verdad. Quizá podía contactar con las personas a través de la mente, pero no sabía si ese era el poder que me otorgó realmente la máquina. Y tampoco quería contarle que era una casi mujer escorpión que tenía la habilidad de tener visiones que explican acontecimiento del futuro o pasado. Es mejor pasar desapercibida.

—¿Y con tu poder no puedes escapar de aquí? —inquirí y ella frunció el ceño—. Te conviertes en una hormiga y listo. Puedes pasar por medio de los barrotes.

—Es cierto que eres nueva —se burló y asintió con la cabeza, haciéndome juntar las cejas—. Estas celdas están preparadas para que los prisioneros no puedan utilizar sus poderes.

—Increíble —ironicé y solté un largo resoplido.

—Entonces... ¿tus amigos están aquí ahora mismo? —indagué de nuevo y yo asentí.

—Mi hermano, mi mejor amiga... ellos.... —me detuve un segundo, teniendo la mirada clavada en el suelo—. Él...

—¿Él? —inquirió, confusa, pero no respondí, simplemente apreté los dientes en el interior de mi boca—. Ah... Él... claro...

Levanté la cabeza para mirarle con una expresión de confusión.

—Típica historia de amor imposible —especificó y se encogió de hombros—. Estaré encerrada, pero soy una adolescente que les encanta las películas de amor y aún más cuando tienen drama.

—Ahora te pareces a mi mejor amigo —achiqué mis ojos.

—¿A él gustan las películas de amor? —preguntó con ilusión en sus ojos.

—Que va, las detesta —arrugué las facciones de mi cara.

—¿Entonces?

—Déjalo.

—¿Él también está aquí?

—No, está más lejos y mejor para él.

—Bueno... —la chica suspiró y se calló, supongo que para pensar en otro tema de conversación. Estar encerrada durante meses o incluso años en una celda tiene que ser bastante duro—. Ese chico... —captó de nuevo mi atención—. El de la historia de amor imposible, ese —especificó.

—No es una historia de amor imposible—me quejé.

—Lo que tu digas —intentó ignorar el tema—. Me gusta el drama, sí, pero también que el final sea feliz, por lo que...

—No estoy para tonterías, lo siento —la interrumpí y me tumbé en la cama.

Estaba bastante cansada y no tenía ganas de seguir hablando con ella. Solo quería estar con mis amigos, con mi familia... Sin embargo, eso me temo que nunca más pasará y mucho menos el poder compartir un último recuerdo con mis padres... Tenía ganas de cerrar los ojos y no volver a abrirlos. Ahora era ese momento en el que prefería vivir en mis pesadillas.

--Supongo que tienes miedo de que les pase algo a tus amigos, ¿no? —volvió a hablar.

—No, quiero que los arroye un camión —dije con tono sarcástico.

Sabía que mi actitud con ella no era adecuada, ya que esa chica no tenia culpa de nada. Y era verdad que en un primer momento saber que tenía compañía me hizo sentir algo mejor y menos asustada. En cambio, recordar a mis amigos, a Alex..., a mi familia...

Una lágrima empezó a bajar por el tobogán de mis mejillas, empapándomelas, hasta llegar el agua salado a mi boca.

—Qué graciosa —vaciló la chica—. No, en serio —se puso firme—. Quisiera ayudarte.

—¿Ayudarme a qué? —resoplé.

—A escapar.

—Ajá... —asentí con la cabeza mientras que mis ojos permanecían cerrados, ya que intentaba conciliar el sueño—. Cuando lo consigas me llamas.

—Tengo un plan —refunfuñó al ver mi desinterés.

—Después de tres siglos tienes un plan para escapar... —me burlé con voz adormilada—. Enhorabuena, cariño.

Le había dado en la llaga y sabía que eso había estado fatal. No obstante, no me podía creer que ahora de la nada tuviera un plan. Ella se supone que había estado durante mucho tiempo aquí y si realmente sus ideas eran ciertas, podía haberlas ejecutado en su momento.

—A ver... solo tendría que hacerme daño... —empezó a contar pero la interrumpí.

—Creo que el plan me está empezando a interesar —fanfarroneé y ella suspiró.

—Los guardias lo verán por las cámaras —siguió con el plan, ignorando mi burla—. Y vendrán a por nosotras —se detuvo, esperando una respuesta de mi parte, la cual nunca llegó a sus oídos—. A mí me llevarían a la enfermería y a ti quizá para castigarte.

—¿Tan mal te caigo? —cuestioné y si estuviera de humor soltaría una carcajada.

—El guardia te sacaría de la celda, al igual que a mí su compañero —me volvió a ignorar—. Afuera tendría activos mis poderes y podría utilizarlos para escapar mientras que...

—A mí me torturan en la sala de castigos —seguí la frase, vacilándole otra vez.

—No, escapamos juntas.

—¿Cómo Romeo y Julieta? —bromeé—. Es cierto que te gustan las historia de amor dramáticas.

—Ay, por Dios —se alteró la chica—. ¿Quieres dejar de vacilar y tomártelo en serio?

—Mañana quizá.

Vale, ya paro.

—Ya entiendo porque estás viviendo una historia de amor imposible —ladró la chica, enfadada—.E res insoportable.

—¡Hey! —tras escuchar eso alcé mi cuerpo hasta quedar sentada—. ¡Basta! ¿no? —gruñí e intenté levantarme de la cama de la impotencia, pero las esposas me devolvieron a mi sitio—. No es una maldita historia de amor imposbile, joder.

—Ah, ¿eso sí te importa? —cuestionó y alcé una ceja—. ¿Quieres salvar a tus amigos o no?

—Obvio.

—Entonces, si quieres que no haya más muertes en el día de hoy y quieres evitar que tu historia de amor sea imposible, lucha, imbécil —decretó con rabia—. No me seas como Romeo y Julieta. No te des por vencida antes de tiempo y ¡joder! Deja el puto veneno de esas cadenas y salva al gilipollas ese.

Su discurso parecía más bien una regañina, pero en cierto modo tenía razón. Yo misma me dije que no me iba a dar por vencida con esas personas. La última vez, la noche de Halloween, lo dos fuimos tan estúpido que no logramos salvarnos. Ninguno pudo ser el superhéroe del otro. Y yo misma me prometí protegerlo de cualquier mal...

Ahora no está Aguijón Verde. No sé ni si quiera que es de él tras la descarga eléctrica que lanzó Violeta. Por eso mismo, no podía contar con él para salvar a mis amigos. Sin embargo, sí podía contar conmigo misma y yo confiaba en mí. Y tenía un apoyo: esa chica.

—Vale —me digné a aceptar su plan—. Ahora dime, ¿cómo me libero de las malditas cadenas?

—Buena cuestión... —se mordió el labio.

—Increíble —resoplé y tiré fuertemente de la esposa que rodeaba mi muñeca, pero nada servía para poder liberarme.

—Quizás encontramos alguna solución... —la chica intentó no perder las esperanzas, al contrario que yo, que perdí incluso la calma y mi paciencia.

—¡No hay ninguna solución! —grité, tirando fuertemente de la cadena—. ¿¡No lo entiendes? ¡No la hay! Estamos aquí encerradas como dos estúpidas —volví a tirar de la cadena con la importancia—. ¿Ves? ¡Nada sirve!

—Bueno... ya se nos ocurrirá algo, tranquila... —murmuró, un poco asustada por mi reacción.

—No hay tiempo —decreté y dirigí mis ojos furiosos hacia ella—. Ellos podrían estar muertos ya..., como mi familia.

Apreté los dientes en el interior de mi boca, intentando reprimir todo ese dolor que le concedía a mis lágrimas poder salir de mis ojos, dejándomelos llorosos. Otra vez la impotencia me ordenó que le diera un fuerte tirón a las esposas. Nada.

—Eh...

—¡Cállate! —me desesperé y tragué saliva a la vez que intentaba controlar mis respiraciones.

Justo en ese momento un fuerte dolor de cabeza hizo que cerrara los ojos, al igual que mis manos. Aguijón Verde me dijo que en esas ocasiones tenía que evitar alterarme, para que mi cuerpo dejara de experimentar la aflicción del escorpión interior que quería activarse pero que no podía.

Pero... ¿qué pasa? Todo lo que había pasado en la última noche del año me había superado, incluso más que lo ocurrido en la noche de Halloween. Prefería mil veces despertar en un hospital y sentir el corazón partido tras las acusaciones de Alex que tener que ver a todos mis seres queridos muriendo por mi culpa.

Grandes gotas de sangre empezaron a salir de mi mano, empapándome la parte de las mangas de la muñeca. Al sentir esa sustancia chorreando, abrí los ojos para saber qué estaba pasando y estiré los dedos de mis manos.

—Oh, Dios... —murmuró la chica, aunque en tono muy bajo, ya que tenía miedo de que le volviera a gritar—. Eres una mujer lobo.

Su comentario hizo que levantara mi cabeza para mirarla con cara de incrédula. Seguidamente, regresé mis ojos a mis manos, donde se podían apreciar unas duras y no muy largas pero si grandes garras sobresaliendo, sustituyendo a mis uñas. Sin embargo, no eran en realidad garras de mujer lobo, como dijo la joven, sino aguijones de mujer escorpión.

Entonces, se me ocurrió una idea. Con la respiración aún agitada, utilicé el aguijón del dedo índice de mi mano izquierda para utilizarla como llave y poder quitarme la esposa de la mano derecha. Forcejeé unas cuantas de veces, metiendo las garras en las ranuras del metal y haciéndome daño a la vez, pues cortaba un poco los tejidos de mi muñeca.

Gruñí para mí misma, sintiendo el dolor navegar por mi organismo, y, tras varios intentos y la muñeca con muchos cortes, logré librarme de la esposa.

—¡Bien! —exclamó la chica, feliz.

Seguidamente me levanté de la cama y caminé hasta colocarme enfrente de la chica.

—¿Qué debo hacer ahora? —pregunté con las esperanzas rebrotando en mi interior.

—Fácil... Clávame las garras en el brazo e invéntate algo más que alarme a los guardias.

—No puedo —me negué y ella frunció el ceño—. No sé utilizar los aguijones. ¿Y si te inyecto veneno y te mato? No, no voy a utilizar las garras.

—¿Qué? —inquirió, confundida.

—Mujer Escorpión —expliqué con tan solo dos palabras y ella frunció aun más el ceño—. Déjalo, no voy a utilizar los aguijones.

—No nos queda otra, reina —vaciló e hizo una mueca con la boca—. Las garras es nuestra salida.

Me mordí el labio y miré la puerta de la celda. Ella tenía razón. No teníamos otro método para poder salir de aquí y ya no quedaba tiempo. Es más, quizá los guardias me vieran sin la esposa y viniera para arrestarme de nuevo a la cama.

Volví a mirar a la chica y solté un largo suspiro.

—Está bien —acepté a regañadientes—. Dame tu brazo.

Ella me hizo caso y yo lo rodeé con mi mano. Me lo pensé más de dos veces y ella me dio permiso para dañarla. La miré a los ojos y me mordí la lengua.

No me gustaba hacer daño a la gente así porque sí. Sin embargo, menos aún me gustaba recordar a mi familia y pensar en que a mis amigos les podría pasar algo.

«Alex...», pensé.

Procedí a llevar mis aguijones a su brazo para luego poco a poco rasgar las telas que cubrían su piel, hasta clavarlos con fuerza en sus tejidos, provocando un grito de su parte.

No sabía si esto iba a funcionar, porque quizá pasaran de mi culo y no le dieran importancia a una niña, pues tienen miles más. Sin embargo, me tomé en serio el plan y torcí su muñeca, haciéndola gruñir de dolor. La atraje aún más a mí, estampándola contra los barrotes que nos separaba y esta vez doblé su brazo. Escuché un crujido proveniente de sus hueso y arrugué la cara, sufriendo por hacerle eso.

Ella tenía los ojos llorosos y no paraba de gritar. Sin embargo, no me pedía que parara. Seguramente, ella estuviera tan cansada de estar encerrada durante tanto tiempo que ningún dolor iba a impedir poder escapar.

Entonces, decidí dar un paso más. La solté y las falanges de mi mano derecha rodearon su cuello. Hice un movimiento brusco para intentar darle la vuelta y ella, débilmente, intentó ayudarme a ejecutar el plan.

Seguidamente, metí mi brazo por los barrotes de la celda y rodeé su cuello con él, sintiendo su garganta en mi codo. En cambio, mi intención no era ahogarla y dejarla sin aire. Separé un poco mi brazo de su cuerpo y enseñé los aguijones, para luego dirigirlos lentamente hacia a su tráquea.

Obviamente no iba a clavarle las garras, ya que esa zona era muy peligrosa, sobre todo por la arteria carótida. Pero sí iba a asustarla para que gritara más fuerte y que alarmara a los guardias.

A tan solo un milímetro de los tejidos de su garganta, escuché a varios guardias entrando en bandida a la zona de las celdas. Enseguida abrieron mi jaula y me separaron bruscamente de la chica, quien cayó al suelo por debilidad.

Dos de los guardias intentaron retenerme mientras que los otros comprobaban el estado de la joven y la sacaban de la celda para, seguramente, llevarla a la enfermería.

Uno de los guardias tiró fuertemente de mí para encadenarme de nuevo a la cama, pero la rabia que llevaba por dentro se desató aún más y le intenté clavar los aguijones, pero estos ya no se encontraban en mis manos. Miré mis uñas sorprendida y asustada mientras que el guardia al que ataqué quería ponerme la esposa en mi muñeca.

Escuchaba gritos a mi alrededor, pero todo se volvió a cámara lenta y solo oía los latidos de mi corazón descontrolados.

El plan había fallado.

De pronto, y sin previo aviso, un montón de agua azotó mi cara e hizo que mi cuerpo cayera en la cama y que mi cabeza se estrellara contra los barrotes de la celda. Luego, unas suaves manos fueron reemplazadas por las gruesos dedos del guardia. Alguien tiró de mí y me sacó de lo que parecía una cascada de agua.

Intenté recobrar el aliento y escupí el agua de mi boca, mientras que mi respiración no paraba de acelerarse por segundo. Cerré y abrí los ojos unas cuantas de veces, intentando quitar las gotas de agua que mojaban mis pestañas y me impedían ver.

Una vez con los ojos despejados, me puse en modo defensiva para evitar cualquier ataque de la persona que provocó la pequeña ola de agua y más cuando sabía que era Deia la causante de eso. ¿Por qué? Quizá porque tenía ganas de matarme ya.

Sin embargo, en vez de ver a Deia, vi a la chica de cabello color caramelo enfrente de mí.

—¿Vamos, corazón? —habló ella mientras observaba con gracia mi cara de perpleja.

Fruncí el ceño, extrañada por completo. Alargué el cuello para mirar detrás de ella y vi a los dos guardias inconscientes.

—Rápido —ordenó la chica y me tomó de la muñeca para arrastrarme con ella afuera de la celda.

Los guardias que sujetaban antes a la joven se encontraban tirados también en el suelo, completamente mojados. Uno de estos se intentó levantar y empezó a escupir agua.

—Hay que correr —me ordenó la chica al percatarse del guardia despierto.

La obedecí y seguí sus pasos mientras que corríamos a toda velocidad para que no nos pillaran. No sabía hacia donde nos íbamos, ya que no conocía el lugar, pero las cámaras nos habían visto y ahora iban a ir a por nosotras. Solo esperaba que no me topara con una sala indeseada donde hubiera guardias o, incluso, niños con poderes con ganas de arrancarme la cabeza.

—Oye —la llamé pero ninguna se detuvo—, perdón por ser una grosera antes. Y también por haberte hecho tanto daño —me disculpé mientras corría y a la vez miraba su brazo herido.

—No te preocupes —sonrió y giramos por un pasillo—. Por cierto, me llamo Vicky —y empezó a detenerse para recobrar el aliento.

—¿Cómo? ¿Vicky de Victoria? —pregunté, sorprendida, y desaceleré mis pasos para seguirle el ritmo.

—Exacto —sonrió la chica, mirando hacia los lados para comprobar que tenía un momento para poder descansar.

—Yo también me llamo Victoria —ladeé mi labio—. Aunque soy más bien Tori.

La chica seguía sonriéndome y ambas nos detuvimos para poder descansar un rato.

—Encantada Tori —decretó y me extendió la mano.

—Encantada, Vic... —no terminé la frase porque vi algo detrás de ella—. ¿Oswald? —pregunté en un susurró para que no se percataran de nosotras.

Vicky frunció el ceño y se giró para ver aquello que tanto me llamó la atención. Al ver a un niño pelinegro y con ojos azules se volvió a girar y me preguntó:

—¿Tu chico?

—¿Qué? No —reaccioné, pero no le di mayor importancia y la tomé de la muñeca para escondernos detrás de la pared.

Estábamos en la esquina de un pasillo que conectaba a otro y en la otra punta, al final, se encontraba Oswald con un guardia agarrándolo de la mano. Por tanto, no podía dejar que nos vieran y me escondí junto a Vicky detrás de la pared que había a nuestro lado.

No sabía qué hacía aquí Oswald ni por qué ese guardia lo trataba de una manera bastante grosera. Se supone que Oswald era hijo de Melville y, según él, su padre no le haría nada. Sin embargo, sentí miedo por él.

Me asomé un poco para comprobar si seguían ahí y vi al guardia parado, escuchando algo de su pinganillo, mientras que aún tenía agarrada la muñeca de Oswald, quien lo miraba con el ceño fruncido.

«Oswald, corre y escapa ahora que puedes, joder», pensé.

A mis oídos llegaron unas ondas sonoras y pude escuchar lo que decía el guardia.

—¿Cómo? —espetó, enojado—. ¿Ha escapado? —vi que giró su cabeza para inspeccionar sus alrededores y me escondí para que no me pillara—. ¿Pero seguro que es ella? —se detuvo un momento para escuchar a su compañero.

Me giré para mirar a Vicky.

—Tenemos que salvarlo —le hice saber.

—¿Al pelinegro? —preguntó con el ceño fruncido y yo asentí—. ¿Por qué?

—Necesita nuestra ayuda, ¿no crees?

—Ya..., pero nos podrían pillar.

—No lo voy a dejar aquí solo —manifesté, algo resignada.

Salí de mi escondite y me puse en medio del pasillo con intenciones de avanzar, pero algo llegó a mis oídos que me detuvo.

«¿Tori?», escuché la voz de Oswald en mi cabeza y centré mi atención totalmente en él.

Oswald giró su cabeza y me vio. Abrió bien grande sus ojos por la sorpresa y volvió a mirar a la persona que lo tenía retenido.

—Bien, ahora mismo voy —escuché decir al guardia

Este último tiro del brazo de Oswald, pero él le devolvió el tirón, intentando escapar. El guardia lo miró enfadado e iba a decir algo, hasta que me vio. Entonces, empecé a caminar con paso rápido hacia ellos. Intenté hacer que mis garras salieran como antes, pero las uñas seguían en mis manos. No quedaba más remedio que pelear físicamente. Aunque esa idea se esfumó de mi cabeza cuando vi cómo el guardia sacaba una pistola de su chaqueta.

Aceleré el paso, intentando llegar antes de que el guardia quitara el seguro. No obstante, este era más rápido que yo y ya se encontraba apuntándome a la pierna.

¿Por qué no a la cabeza o al corazón?

«Te quieren viva, imbécil», me recordé.

El guardia presionó el gatillo de la pistola y escuché el disparo, pero Oswald desvió la bala, elevando hacia arriba el brazo del guardia y empujándolo. Este, al sentirse libre, empezó a correr hacia mí y yo lo coloqué detrás de mí mientras que caminaba hacia atrás.

El guardia miró furioso al chico.

—¿Qué mierda haces, Oswald? —cuestionó con un tono bastante rabioso—. ¿Quieres enfadar a tu padre?

Oswald no contestó, solo se escondió aún más detrás de mí, asustado.

El guardia me volvió a apuntar con la pistola, pero esta vez quiso en el hombro. Se escuchó un estallido ocasionado por la pistola y la bala iba tan rápida que no me daba tiempo a visualizarla, por lo que no pude reaccionar rápido para esquivar el acero, aunque si logré cerrar los ojos tras escuchar el ruido ensordecedor.

Sin embargo, no sentí nada traspasar mi piel. Abrí lentamente los ojos y vi una barrera de hielo delante de mí, separándome del guardia y salvándome de la bala.

Giré mi cabeza a la derecha y a mi lado se encontraba Vicky, quien al percatarse de mi mirada, esbozó una sonrisa pillina. Ella se encontraba con una mano en el aire mientras que sus palmas se encontraban abiertas y hacía movimientos con los dedos.

Vicky elevó su otra mano, colocándola en la misma posición, y consiguió que la barrera de hielo se transformase en agua y se estrellara brutalmente contra el cuerpo del guardia, quien se estampó contra la pared.

Vicky me tomó de la mano y tiró de ella para que la siguiera. Yo hice lo mismo con Oswald y comenzamos a correr de nuevo.

¡Holaaaa! Perdón si tardo en subir capítulo, pero es que estoy bastante liada con los exámenes de la Universidad. Este segundo año es mucho más difícil y estoy desde el primer día estudiando por lo mismo. Además, esta nueva etapa de mi vida me está empezando a dar dolores de cabeza :3, y no exactamente por estudiar.

Gracias por leer y, como siempre, os pondré a continuación un poco de lo que tengo del siguiente capítulo porque no sé cuándo actualizaré:

—Pero mira quien está en apuros... —rio Deia.

Deia se agachó, colocándose sobre sus rodillas, para estar así más cerca de mí, y sopló, provocando que mis vellos se pusieran de punta. Ella rio, divirtiéndose viéndome sufrir, y se volvió a levantar.

—¿Unas últimas palabras, hermanita? —preguntó e hizo un puchero.

—Púdrete —espeté con rabia.

Deia soltó una carcajada y vi como sus manos se acercaban lentamente hacia mí, con intenciones de tirarme.

(...)

Él levantó también la cabeza y nuestros ojos llorosos conectaron. Una sonrisa se dibujó en nuestro rostro.

—Alex... —sollocé a la vez que reía por la felicidad.

Alex estiró un brazo, diciéndome con los gestos que me uniera al abrazo. Le hice caso y me acerqué a él. Me acurruqué en su clavícula y por fin sentí la paz interior. Mas esta se esfumó enseguida cuando recordé algo.

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