32. El dibujo.
CAPÍTULO 32
EL DIBUJO
TORI
Clavé la mirada en Oswald, quien estaba tranquilo dibujando en la libreta, y luego miré a la puerta. Me levanté de la cama sigilosamente, aunque en realidad Oswald no me iba a escuchar, pues llevaba los auriculares puestos. Aceleré un poco el paso y agarré el pomo de la puerta, pero por mucha fuerza que ejerciera, no se abría.
—¿A dónde vas? —cuestionó Oswald.
Bajé la mirada para ver a Alex a través de la pantalla. Él paró de buscar los billetes en el ordenador y me miró también, asustado, pero no dijo nada, ya que sabía que era inútil, pues había silenciado su parte de la llamada para que nadie lo escuchara. Me giré lentamente, atemorizada, y vi a Oswald con la cabeza girada hacia mí.
—Yo...
—No podrás escapar —confesó y volvió a centrarse en su dibujo mientras seguía escuchando música con los auriculares.
—No era mi intención.
—Escuché perfectamente a tu novio decirte que corrieras —apuntó a la vez que movía sus manos, pintando algo en la libreta.
Volví a mirar la pantalla del móvil y el pecho de Alex no subía ni bajaba.
—Y ya es demasiado tarde —Oswald volvió a hablar, aún sin mirarme.
Solté el móvil en la cama y me acerqué a Oswald. Le quité los auriculares de un tirón, haciéndolo refunfuñar, y le tiré la libreta al suelo.
—¿De qué mierda me estás hablando? —le pregunté, entre asustada y enfadada.
—Te dije que fue mala idea aceptar la propuesta de mi padre —dijo con el semblante serio—. Ahora estás atrapada.
Caminé hacia atrás, para alejarme de él. Mi respiración estaba agitada y no podía controlarla. Me tropecé con la libreta de Oswald y bajé la mirada para echarle un vistazo. Abrí los ojos como dos aceitunas cuando vi dibujada la figura de una chica parecida a mí. La joven se encontraba tirada en el suelo, alrededor de lo que parecía ser mucha agua. Sus ojos estaban cerrados, como si estuviera dormida, o... muerta. Me agaché y cogí la libreta con la respiración bastante descontrolada.
—¿Qué haces dibujándome? —le pregunté, asustada.
Él no contestó; simplemente se levantó del puff.
—¡Por qué me has dibujado! —grité, histérica.
—No grites... —parecía que me suplicaba—. Papá te escuchará y será peor.
Empecé a sentir calor y gotas de sudor empezaron a brotar de mi cuerpo. Tiré la libreta al suelo de nuevo y corrí hasta la cama para tomar el móvil y quitar el silencio de la llamada.
—¡Peor será cuando yo te pille, imbécil! —se escuchó el grito de Alex.
—No sé qué hacer —le comuniqué, asustada.
—¿Le has pedido ayuda a Zyon?
—Verdad... Zyon.
No me acordaba de que podría contar con él. Antes se lo dije a Alex para que se tranquilizara, pero no tenía pensamiento de realizarlo. Tenía a Pion en mi sudadera, pero quería asegurarme de que les llegaba el mensaje de auxilio. Podría pedirle ayuda a mi propio guardaespaldas, pero no confiaba en mis padres y si él trabajaba para ellos, no me iba a ayudar. Quizás él estuviera vigilando afuera para que no me pudiera escapar.
Volví a silenciar a Alex y le envié un mensaje a Zyon.
Zyon, necesito tu ayuda. Me encuentro en absoluto peligro.
En ese mismo momento la puerta de la habitación se abrió y Melville apareció con una sonrisa. Cuando él apareció, metí el móvil, aún con la videollamada, en el bolsillo trasero de mi pantalón y vi de reojo a Oswald escondiendo su libreta debajo de la cama con gran rapidez. Fruncí el ceño por su inesperada acción.
—¿Qué acabas de esconder, hijo? —cuestionó, mirándolo.
—Nada.
Miré a Oswald, sorprendida y aturdida. Él parecía asustado.
—Eso parecía un cuaderno... —murmuró Melville y entró en la habitación.
—No —contestó rápidamente Oswald.
—He visto cómo escondías un cuaderno y eso me da a entender que has dibujado algo —indicó Melville y se acercó a él.
—Alucinaciones tuyas.
—Espero que no me estés mintiendo, Oswald —espetó con la mandíbula tensa.
—Compruébalo tú mismo si quieres.
Oswald se mantenía firme, pero en el fondo sabía que estaba aterrorizado. ¿Por qué? Ni idea, pero al parecer Oswald le tenía miedo a su propio padre.
Melville se le quedó mirando por unos segundos. Se dio la vuelta y me miró a mí también. La cara de Oswald parecía mostrar alivio, pero volvió a mostrarse asustado cuando Melville pronunció estas palabras:
—Señorita Watson, ¿podría apartarse un momento? —preguntó con cierta amabilidad en su tono.
Me encontraba delante de la cama con las manos en la espalda y Melville me estaba ordenando que me quitara del medio para poder agacharse y mirar debajo de la cama. La respiración de Oswald se aceleró por segundo.
—Bien... —murmuró Melville al ver que debajo de la cama no había nada y se levantó.
Oswald frunció el ceño y yo tosí para llamar su atención. Mis manos asomaron un poco la libreta que tenía en mis manos, para que supiera que la tenía yo y que su padre no la iba a ver. La respirar de Oswald se tranquilizó al ver el cuaderno en mis manos.
—¿Queréis algo de almorzar? —preguntó con una sonrisa en su rostro—. ¿Señorita Watson?
—No, gracias —me obligué a sonreír—. No tengo hambre.
Melville asintió y miró de reojo a su hijo, quien negó con la cabeza para hacerle saber que tampoco quería comer. El director suspiró y se marchó de la habitación, dejándonos de nuevo solos. Esta vez sí pude escuchar el clic del pestillo de la puerta.
Me giré para quedar cara a cara con Oswald y alcé la mano para mostrarle el cuaderno. Él hizo el amago de quitármelo pero lo esquivé.
—¿Por qué le escondiste la libreta a tu padre? —cuestioné y volví a esquivar a Oswald en su nuevo intento de recuperar su tesoro—. ¿Por qué tu padre te ha preguntado si has dibujado algo?
—No es de tu incumbencia —respondió Oswald e intentó otra vez quitarme la libreta de las manos, pero no lo logró.
—Oh, claro que sí lo es —comenté y abrí el cuaderno por la página en la que había un dibujo mío—. Sí me incumbe cuando me has dibujado, y muerta.
Oswald simplemente me miró; no dijo nada.
—Si no me lo dices, tendré que dárselo a tu padre —lo amenacé y él se puso nervioso.
—Mi padre te ha encerrado aquí y... ¿en serio crees que eso es buena idea? —cuestionó con tono vacilón.
—Quizá me deje ir como recompensa.
—O puede que te mate —murmuró con el tono firme—. Quién sabe.
—¿Por qué me has dibujado? —volví a preguntarle, pero de nuevo no me respondió—. Muy bien.
Llevé mi mano a la punta inferior de la hoja de la libreta, donde yo estaba dibujada, y empecé a romperlo.
—¡No! —gritó Oswald con los ojos abiertos.
—¿Me lo dirás?
Él solo tragó saliva, por lo que decidí cortar un trozo de la libreta. Ahora al dibujo le faltaba mi pie. Miré a Oswald y él empezó a negar con la cabeza. Justo en ese instante una fuerte punzada me dio en el pie y me desestabilicé. El móvil se cayó de mi bolsillo al suelo, al igual que la libreta. Mi otro pie no podía mantenerse solo y tuve que sentarme en la cama.
El dolor se fue intensificando y un grito ahogado salió por mi boca. Mi piel empezó a sudar y la aflicción ya no solo afectaba a mi pie, sino también a todo mi cuerpo. Parecía que habían encendido una llama de fuego en el dedo del pie y esta se fue extendiendo, provocando dolorosas quemaduras en mi piel.
Oswald se agachó para tomar rápidamente la libreta y corrió al escritorio. Sacó cinta adhesiva del cajón e intentó arreglar el dibujo, pegando el trozo que arranqué. Cuando el dibujo volvió a su estado, el dolor poco a poco fue cesando. Me dio una última punzada en el pie, que me hizo gruñir, hasta que toda la aflicción desapareció.
Miré a Oswald con la respiración acelerada, sorprendida.
—¿Qué fue eso? —le pregunté.
—Te dije que te quedarás quieta.
—En ningún momento hiciste eso.
Me agaché para coger el móvil del suelo y vi a Alex asustado. Él seguía en silencio y quizás hubiera estado gritando mi nombre cuando vio que algo me pasaba. Pude leer en sus labios cómo me preguntaba si me encontraba bien. Levanté el pulgar como respuesta y le señalé la oreja para que escuchara.
—Cuando te digo que esto no te incumbe, sí lo hago.
—¿Por qué diablos cuando rompí el dibujo he sentido un dolor inexplicable en el pie? —inquirí, ignorándolo—. Espera... tus ojos... ese no es un azul normal...
—¿Acaso yo soy normal? —cuestionó.
—Explícamelo, por favor —le pedí y él contemplaba su habitación, asustado—. Tienes habilidades inhumanas —respondí por él y me miró, asombrado—. Tranquilo, yo también las tengo.
—¿Cuáles son las tuyas? —me preguntó, afirmando mi teoría anterior.
—Creo que hablar a través de la mente, pero no lo sé exactamente —le expliqué y él me miró con una expresión rara, como si no me creyera—. Espera, mira.
«Hola», le envié ese mensaje, pero él siguió mirándome con esa expresión, como si no hubiera escuchado nada dentro de su cabeza.
—Eh... No siempre funciona —me excusé e intenté sonreír—. Aún no sé controlarlo, ni siquiera sé si es ese mi poder.
Oswald dio un paso hacia atrás, asustado.
«Joder», pensé y me pasé una mano por la cara.
—Te escuché —dijo, mirándome atentamente.
—¿El qué escuchaste?
—Tus quejas.
—Oh, mira qué bien —ironicé.
No sabía controlar aún la habilidad que tenía y por eso quizás algunas veces mandaba el mensaje incorrecto. Antes estaba pendiente de hablarle a Oswald a través de la mente que posiblemente ahora hubiera escuchado ese mensaje, ya que aún estaba pensando en él.
—Mis dibujos se hacen realidad —aclaró de la nada.
—¿Qué?
—Los dibujos que hay en esa libreta son acontecimientos que pasarán en el futuro.
—¿Y por qué diablos me dibujas a mí muerta? ¿Qué demonios te he hecho?
Bajé la mirada para ver a Alex a través de la pantalla. Él parecía haberse quedado sin respiración, pero enseguida empezó a buscar rápidamente de nuevo el billete de avión para regresar cuanto antes.
—Yo no te dibujé, sino mi mano.
Solté una risa irónica.
—Tu mano eres tú.
—Yo no la controlo cuando empiezo a dibujar... Yo no sé qué estoy pintando hasta que veo el dibujo final.
—¿Qué?
—Cuando mi mano siente la necesidad de pintar, me da un fuerte calambre en la palma. Entonces, abro la libreta y mi mano se mueve sola..., hasta dibujar el futuro.
—Y... ¿Por qué...? ¿Por qué... yo...? ¿Por qué estoy... muerta? —intenté preguntar.
—No lo sé...
Vi a Alex de reojo intentar gritarme algo y le quité el silenciador para escucharlo.
—¡Sal ya de ahí, Victoria! —gritó, asustado.
Pude escuchar los susurros de más personas en la casa. Habían entrado nuevos hombres y estaba segura de que venían a por mí. Melville había logrado encerrarme aquí con su hijo para luego entregarme a esa gente.
—Es imposible... —contestó Oswald a Alex—. Ella ahora está aquí encerrada, como yo.
—¿Como tú? —cuestioné y él asintió.
Ahí me di cuenta de que Oswald quizás realmente no tenía amigos y era por culpa de su padre. Él lo tenía encerrado en esta habitación en contra de su voluntad.
—Tenemos que salir de aquí —le comuniqué a Oswald.
—No podemos.
—Sí podemos —intenté convencerlo.
—Yo no... —contestó con tono tristón.
—Te sacaré de aquí, ¿vale?
—Si salgo a la calle, moriré —murmuró con la mirada clavada en el gran ventanal.
—¿Cómo?
—Tengo una enfermedad... No me puede dar el sol.
—¿Acaso eres un vampiro?
—Eso no existe.
Alcé una ceja, ya que después de enterarme de que los hombres escorpión existían, podría creerme que cualquier criatura sobrenatural también. Sin embargo, enseguida me acordé de que Aguijón Verde me dijo que los hombres escorpión que él creó no eran nada parecidos a los egipcios o mesopotámicos. Los actuales tenían poderes gracias a la ciencia, no a la magia de las películas. Aunque me podría esperar de todo.
—Es una enfermedad de la piel —explicó—. Si me da el sol, mi piel empieza a quemar, hasta desintegrarse.
—¿Y por qué tienes un enorme ventanal?
—Estos cristales son especiales y los rayos ultravioleta no entran realmente.
Ahora entendía por qué el día de la gasolinera vi a Oswald tan oscuro. Los cristales del coche eran casi negros y apenas entraba la luz del sol por la parte de sus asientos.
—Entonces... —intenté buscar una solución, pero él me interrumpió.
—Tienes que huir —me aconsejó—. A mí no me hará nada, pero a ti sí. Te quieren, Victoria. He escuchado a mi padre hablar de ti varias veces y no creo que eso sea algo bueno.
Las voces de los hombres que entraron en la casa se escuchaban cada vez más cerca, hasta que la puerta de la habitación se abrió. Me giré rápidamente y vi a dos hombres mirándome con enfado. Ellos se dirigieron hacia mí a la vez que yo retrocedía para atrás. Oswald pasó las páginas de la libreta con gran rapidez hasta pararse en una hoja, la cual arrancó sin piedad. Ambos individuos se cayeron al suelo con las manos en la cabeza. Gritaron de dolor hasta que se quedan inconscientes.
—¿También predijiste este momento? —le pregunté y él asintió—. ¿Por qué diablos no me avisaste? —cuestioné y él alzó una ceja.
—Ahora tienes que huir —repitió mientras observaba el pasillo para ver si podía salir—. Ya.
—No voy a dejarte aquí.
—Yo no puedo salir.
—Pero...
—¡Corre! —gritó Alex a través de la llamada, haciendo vibrar el móvil en mi mano.
Miré por última vez a Oswald y él asintió.
—Es mi padre; no me hará nada, tranquila.
—Gracias —murmuré y salí al pasillo.
Me da pena dejarlo ahí, pero no podía hacer otra cosa. Él se quemaría si salía de casa y no me iba a arriesgar a sacarlo de aquí para que muriera. No quería dejarlo con su padre, Melville, pero quizás él realmente sí quería a su hijo. Oswald es uno de los niños que formaban parte del proyecto Susac y posiblemente el motivo por el que Melville experimentó con él fue para curarlo, aunque no funcionó. No excusaba las acciones de Melville por ello, pero no podía salvar a Oswald de todas formas.
Empecé a correr, pero me tuve que parar en seco cuando giré por una esquina y me crucé a otros dos hombres de negro, uno moreno y otro pelirrojo. Observé a mi alrededor para comprobar si podía tirarme al menos por la ventana para huir, pero todas estaban cerradas. Uno de ellos me tomó de la muñeca y me estampó contra la pared, haciendo que el móvil se cayera al suelo y se apagara del golpe.
Intenté zafarme de su agarre y lo conseguí, pero el otro se puso en mi camino, acorralándome entre los dos. El moreno se acercó a mí para volver a capturarme, pero pasé por debajo de sus brazos y me salí del encerramiento. Sin embargo, ellos seguían obstaculizándome el camino.
Una figura voluminosa apareció delante de mí, de la nada, y por su cazadora negra y el tatuaje de su cuello pude saber de quien se trataba. Los hombres de negros se asustaron, pero no les impidieron atacar al hombre escorpión. No obstante, este solo era una alucinación, ya que, cuando se abalanzaron sobre Aguijón Verde, él desapareció. Los individuos miraron confusos a su alrededor y cuando volvieron a centrar su atención en mí, alguien les clavó algo por la espalda a ambos.
—A ver si me atacáis ahora, hijos de perra —gruñó Aguijón Verde a sus espaldas.
Ambos hombres cayeron al suelo enseguida, dejándome ver a Aguijón Verde con los aguijones llenos de sangre. Abrí los ojos grandes cuando vi a otro sujeto acercándose a él por detrás, pero Aguijón Verde simplemente sonrió, como si lo supiera. Zyon apareció en ese momento y le torció el cuello al contrincante, dejándolo cao.
—Habéis tardado —bromeé y Aguijón Verde alzó una ceja.
Bajamos las escaleras seguidamente y nos encontramos a Melville charlando en la cocina con una persona que parecía ser su jefe y que estaba rodeado por dos secuaces. Junto a Aguijón Verde, me acerqué lentamente a la puerta principal.
Me giré para saber por qué Zyon no les hacía ver alucinaciones y lo vi atrapado por un chico que lo sujetaba por el cuello. Zyon pudo zafarse de su agarre y le pegó un puñetazo al individuo, llamando la atención de Melville. El chico se retiró con la mano en la mejilla y miró a Zyon con mala cara. Sus ojos marrones brillantes me daban mala espina. Él era uno de los niños con poderes y me temía que no iba a ser tan bondadoso como Oswald.
El chico cerró los ojos y se puso firme. De pronto, dos personas idénticas a él salieron de su cuerpo. Se había triplicado. De esos dos nuevos individuos, salieron cuatro más —dos por cada chico—, siendo así siete personas iguales.
Aguijón Verde y Zyon no atacaron, simplemente se quedaron mirando a los chicos y luego se giraron para observar a Melville, quien se estaba acercando a nosotros.
—Es de mala educación dejar a mi hijo solo, ¿no cree, Señorita Watson? —habló Melville—. También lo es entrar en mi casa sin mi consentimiento —se dirigió a Aguijón Verde.
—Cuanto tiempo, Jarek —intervino el hombre que tenía un traje que lo hacía parecer el jefe—. Exactamente desde que me prometiste acabar con la bestia.
Miré a Aguijón Verde tras escuchar al señor.
—Nash debería estar muerto y tú, sin embargo, no has sido capaz de tocarle ni un pelo —siguió hablando, pero esta vez furioso—. Mas... la has traído de nuevo a la vida... —murmuró embobado en mí y yo lo miré—. Alexandra... car...
No pudo seguir hablando, ya que los cristales de las ventanas salieron volando por los aires y dos grandes raíces de árboles aparecieron, tomando a Melville y los demás hombres por los tobillos y tirándolos al suelo. Las copias del chico de ojos marrones se prepararon para atacar, pero la puerta se abrió de par en par y otra raíz de árbol entró, creando una barrera entre ellos y nosotros. Miré hacia la puerta y había un hombre, el mismo que atacó a Zyon el día de la carrera. A este le brillaban bastante los ojos verdes y tenía la respiración agitada.
—Vamos —me ordenó Aguijón Verde.
Nos dirigimos hacia la puerta y cuando la cerramos a nuestras espaldas, los ojos del hombre escorpión que nos salvó dejaron de brillar y varios gritos de enfado se escucharon adentro. Empezamos a correr, hasta llegar al coche de Archer, y Aguijón Verde le rompió la ventana para montarse en el asiento del piloto.
«Espera, Archer...», pensé.
Observé la zona para comprobar si se encontraba cerca. Ahora siempre me costaba convencer a mi padre para ir a algún lado y que me hubiera dejado ir a la casa de Melville era bastante raro. Mi padre posiblemente sabía todo el plan del director y tenía que asegurarme de que Archer no se daba cuenta de que huía de la casa. En cambio, no tuve que preocuparme mucho, ya que se encontraba detrás del vehículo tirado en el suelo, inconsciente. Miré a Aguijón Verde y luego a Zyon, quien se encogió de hombros con una sonrisa perversa.
Aguijón Verde nos ordenó que nos montáramos rápidamente en el coche, pues Melville había salido de la casa con una pistola entre sus manos y estaba apuntando hacia nosotros. Le hicimos caso y me senté en los asientos traseros junto al hombre escorpión que nos salvó, cuyo nombre desconocía.
Melville y otros hombres de negro empezaron a disparar hacia nosotros, rompiendo los cristales traseros. No obstante, Aguijón Verde giró por una calle antes de que pincharan una rueda.
—Joder... mi móvil —lamenté entre dientes—. Se me ha caído en el suelo de esa casa.
—Tranquila —dijo Zyon, girándose para mirarme, ya que se encontraba en el asiento del copiloto—, súper Zyon lo rescató.
Zyon se sacó mi móvil del bolsillo de la cazadora y me lo entregó. Lo miré con rareza.
Zyon era ese chico que me destrozó por completo. Sin embargo, ahora se estaba comportando fenomenal conmigo y no sabía si era por qué realmente quería mi perdón. Zyon me salvó más de una vez de esos hombres e incluso mintió para que no me encerraran en los calabozos de la guarida de los Escorpiones. Podría dejar el pasado atrás y no cuestionarlo tanto. Todo el mundo cometemos errores y, aunque una infidelidad es muy jodida, él pudo haber madurado. No siempre hay que tachar a la otra persona por su pasado y Zyon me estaba demostrando que él realmente quería que lo perdonara, aunque claramente como amigos.
Sacudí la cabeza, para dejar de estar embobada en la nada pensando en todo, y encendí el móvil, que se apagó tras caerse de mis manos. Cuando la pantalla brilló ante mis ojos, miles de mensajes llegaron de repente. La mayoría eran de Alex. También tenía de Louis, quien se había enterado de lo sucedido por Alex, y al parecer Gaby me llamó unas cuantas de veces. No tenía su número de teléfono, pero tenía un mensaje suyo diciéndome que era él y preguntándome si me encontraba bien.
Enseguida llamé a Alex para dejar de preocuparlo.
—¡Victoria! ¿Estás bien? ¿Qué pasó? —preguntó Alex nada más descolgar.
—Tranquilo, estoy bien —le comuniqué y me mordí el labio—. Aguijón Verde apareció y me sacó de la casa. El móvil simplemente se me cayó al suelo del susto y se apagó.
—¿Estás con Aguijón Verde?
—Sí y con Zyon y otro hombre escorpión —mascullé, mirando a esa persona, la cual también tenía sus ojos puestos en mí.
—Entonces... estás bien protegida, ¿no?
—Sí, no te preocupes.
Escuché un suspiro de alivio desde la otra línea.
—Me tenías bien preocupado, Victoria...
—Todo está bien, ¿vale?
—Vale... Gaby me está llevando al aeropuerto. Dentro de una hora sale el avión.
—¿Tan rápido?
—Hice todo lo posible para llegar cuanto antes allí.
Sonreí.
—¿Volverás ahora a casa? —me preguntó.
—Ni de coña... Le acabamos de robar el coche a Archer y he huido... Me matarán cuando regrese a casa y prefiero esperar a poder verte antes... Además, ya sabes que no confío en ellos.
—¿No confías en ellos? —cuestionó Aguijón Verde mientras conducía.
—Tengo el presentimiento de que ellos forman parte del proyecto Susac.
—Entonces, ¿a dónde iras ahora? ―preguntó Alex desde la otra línea.
—A la plaza de Riddle Woods —respondió Aguijón Verde por mí.
—¿Qué? ¿Por qué? ―cuestioné, confusa.
—¿Recuerdas el escorpión dorado? Dolan nos ayudará a escalar ese edificio para llegar al puente abandonado.
—Oh... bien.
Aguijón Verde tenía razón. Ahora era un buen momento para ir a por el escorpión dorado y Dolan dominaba las plantas, por lo que nos ayudara a crear una planta enorme para poder escalar. Podría estar metiéndome en un buen lío si no regresaba ya a casa, pero me daba miedo volver y que esos hombres estuvieran esperándome en mi cuarto. No confiaba nada en mis padres. Ellos han querido retenerme y vigilarme con un guardaespaldas. Además, Archer quizá ya estuviera despierto y llamando a mi padre. Ahora mi principal misión era encontrar ese escorpión, si es que seguía aún ahí.
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