30. El casete.

CAPÍTULO 30

EL CASETE

ALEX

El avión arrancó sus motores y empezó a correr a toda velocidad por la pista para iniciar el despegue. Vi por la ventana como el paisaje se reproducía ante mis ojos a cámara rápida. Los oídos se me taponaron cuando el avión decidió abrir sus alas y volar, comenzando el viaje hacia mi tierra.

Gracias a algunos ahorros que guardaba —herencia de mi madre— y al dinero que ganaba trabajando en el taller de Keaton, pude pagarme el viaje. Necesitaba huir de Riddle Woods durante un tiempo para despejar la mente y no tuve otra idea que buscar un vuelo desde Los Ángeles hasta Madrid lo antes posible.

Saqué el móvil del bolsillo de la sudadera blanca que llevaba puesta y le envié un mensaje a mi primo Gaby, avisándole que iba a ir a visitarlo. Me había gastado casi todos mis ahorros en este viaje y ya no tenía el suficiente dinero para alquilar una habitación en un motel, por lo que necesitaba quedarme con él. Además, cuando mi madre murió y yo me fui a vivir a Riddle Woods con Ryan, él ocupó mi casa de España. Gaby quería independizarse de sus padres y prefirió quedarse en la casa de mi madre —después de arreglar algunos papeleos y de acordarlo conmigo—.

Gaby me respondió enseguida y se le notaba emocionado por verme de nuevo. Él y yo nos llevábamos fenomenal, como si fuéramos hermanos de sangre. Después de la ida de mi madre, reforzamos aún más nuestro vínculo. En las vacaciones de verano viajé a España y estuve los dos meses con él. Fue increíble, a pesar de todo, y enterarse de que quizá pasaríamos todas las Navidades juntos pudo haberlo alegrado.

También le envié un mensaje a Victoria para comunicarle que no me iba a ver durante un tiempo. Sin embargo, ella no me respondió, pues seguramente estaba durmiendo. En Riddle Woods ahora era de noche —sobre las cinco de la madrugada—, no como en España, donde seguramente será por la tarde.

Mas sí recibí un mensaje de Lee que decía lo siguiente:

¿Has despegado ya?

Ella, al igual que Dexter y Zada, sabía que me iba a España para alejarme de mi casa. Ellos quisieron acompañarme al aeropuerto, ya que no me querían dejar solo ahora. No obstante, realmente necesitaba un poco de soledad para poder reflexionar y llorar tranquilamente. Me gustaba tener a mis amigos conmigo cuando me encontraba mal, pero no podía llorar delante de las personas. Me veía incapaz de hacerlo y lo necesitaba urgentemente. Con la única persona con la que podía desahogarme de esa forma era con mi primo Gaby.

Contesté a Lee y decidí echar una cabezada. Me esperaban casi dieciséis horas de viaje y mi cuerpo necesitaba descansar un poco. Sin embargo, tuve que despertarme a las nueve de la mañana, pues el avión aterrizó en el aeropuerto de Charlotte-Douglas.

Me bajé del avión y fui a una cafetería del aeropuerto para desayunar algo. Entré en la primera que encontré, para así no alejarme mucho del avión, y me senté en una de las mesas. Enseguida un camarero me atendió y le pedí un café, el cual en menos de unos minutos se encontraba encima de la mesa.

Tomé la taza y la alcé hasta mi boca. Olí el aroma a café y recordé a Victoria manchada de ese líquido. Una pequeña sonrisa apareció en mi cara y justo en ese momento mi móvil vibró. Lo tomé y encendí la pantalla para leer el mensaje. Era Victoria respondiéndome.

Vivian me comentó algo y estás completamente loco.

Le di un sorbo al café mientras soltaba una pequeña carcajada y recibí otro mensaje de ella.

¿Despejaste ya? ¿Por dónde vas?

Dejé la taza de café en un lado y le escribí un mensaje.

Estoy ahora mismo en la ciudad de Charlotte desayunando. Aún me queda mucho viaje. Pd: buenos días, rubia.

Victoria seguía en línea y había leído el mensaje, pero no me respondió. Ella prefirió llamarme para así hablar más cómodamente y no era una llamada cualquiera, sino una videollamada. Descolgué rápidamente y dejé firme el móvil en el portapapeles de la mesa.

—¿Ya me echas de menos, rubia? —cuestioné con la taza cerca de mis labios, aunque se podía ver una sonrisa en mi rostro.

—Me alegra verte sonreír —opinó, esbozando también una sonrisa—. Y sí, te echo de menos, idiota.

Solté una pequeña carcajada y dejé el café en la mesa.

Victoria se encontraba aún en pijama —uno morado— y con el dorado cabello un poco alborotado. Se encontraba realmente hermosa a pesar de no haberse arreglado.

—También me pone feliz que Vivian y tú lo hayáis solucionado todo —habló de nuevo Victoria en la otra línea y ambos sonreímos—. ¿Cómo has organizado tan rápido el viaje a España? —quiso saber.

—Quería alejarme de Riddle Woods para no pensar tanto en Daniel, aunque, bueno, eso será también complicado en Madrid —manifesté e hice una mueca con la boca—. Tampoco quería volver a esa casa y venir a visitar a mi primo Gaby me hará bastante bien.

—Tú tómate todo el tiempo que necesites —me aconsejó y suspiró—. ¿Cómo estás?

—Bueno..., no sabría qué decirte —murmuré y miré mis manos, las cuales rodeaban la taza de café—. Y encima de todo está lloviendo —esbocé una pequeña sonrisa melancólica—. El tiempo me acompaña allá a donde vaya.

Desde anoche el día se tornó lluvioso. No nevaba ya que las temperaturas no eran lo suficiente bajas, pero las gotas de agua mojaban el asfalto de las calles. Incluso cuando me monté en el avión, tuve miedo de que los motores se descontrolaran y cayera en picado por la fuerte tormenta.

Giré mi cabeza para observar el exterior a través de la ventana de la cafetería y contemplar cómo las gotas de agua resbalaban por el cristal.

—Alex... —masculló Victoria con el tono triste.

—¿Por qué los días de lluvia se asocian con acontecimientos malos? —cuestioné y suspiré con la mirada hipnotizada en las gotas de lluvia.

—Los tonos oscuros siempre se asociaron con los momentos tristes y los colores vivos con los felices —empezó a explicar con la mirada clavada también en la ventana, pues en Riddle Woods también estaba lloviendo—. Clarence una vez me contó que el Sol se entristece cuando las nubes se interponen en su camino, ocultándolo. Por ello, el día se torna oscuro y sombrío, asociándose a esos momentos malos de la vida.

—Ya... eso lo entiendo, más o menos, pero... ¿por qué realmente en los días de lluvias ocurren cosas malas? —pregunté, mirándola a ella a través de la pantalla del móvil

—¿A cuáles te refieres? —inquirió y me miró también.

—Zada desapareció una noche de lluvia... El día de la explosión ocurrió un día con mal tiempo también... Mi madre y mi hermano se fueron en un día lluvioso...

—Casualidades...

—Pues gracias a esas causalidades odio la lluvia —opiné y desvié la mirada hacia la taza que tenía entre mis manos—. Levantan esos recuerdos que prefiero olvidar.

—Bueno... entonces cambiemos eso.

—¿Qué? ―cuestioné y la miré.

—Convirtamos los días lluviosos en algo bonito para ti.

—¿Cómo? —fruncí el ceño—. Ah, ya sé, espera. Oídme, queridas nubes, ¿podéis irse por donde habéis venido y dejarme un maldito día tranquilo? Gracias.

—Tonto —rio.

—No funcionó.

—Claro que no, idiota —esbozó una sonrisa—. Cuando regreses a Riddle Woods, prometo cumplirte ese deseo, o al menos intentarlo.

—Entonces regreso ya —bromeé y sonreí.

—Si quieres... —dijo en tono vacilón—. Nah, visita tu país y despeja tu mente un poco, Alex. Yo te estaré esperando aquí.

—La Dama y el Vagabundo a través de la distancia —reí.

—Romeo y Julieta a través de internet —rio también.

Alguien comunicó a través del megáfono que el descanso de mi vuelo estaba terminando y que teníamos que volver a nuestros asientos.

—Tengo que volver, rubia.

—Avísame cuando llegues a Madrid —me pidió y asentí—. Hasta luego. Te quiero, imbécil.

—Yo te mato, imbécila.

Victoria rio.

Colgamos a la vez la videollamada y llamé al camarero para pagar el café. Seguidamente me dirigí al avión y enseguida este despegó otra vez, aunque dos horas más tarde hubo otra parada en el aeropuerto internacional de John F. Kennedy, que se encuentra en Nueva York. El descanso esta vez duró algo menos y estuve esperando en un banco mientras que hablaba mediante mensajes con mis amigos, Gaby, Victoria e incluso Vivian, quien se preocupó por mí. También compré en las maquinas expendedores algo de almorzar, como un bocadillo y un refresco.

En menos de una hora todos volvimos a nuestras posiciones y ya no hubo ninguna parada más. Fuimos directamente hacia España y el avión aterrizó en el aeropuerto de Madrid siete horas después. Llegué a la ciudad sobre las ocho de la tarde y cuando bajé del avión, vi a mi primo Gaby esperándome junto al dispositivo que transportaba las maletas. Él me saludó y me dio un fuerte abrazo.

—Lo siento mucho, Alex —murmuró.

Gaby era un chico pecoso con el cabello rizado y castaño. Sus ojos verdes resaltaban en su cara junto a su pálida piel. A ello se le suma unos labios finos y una nariz bien modelada, además de un marcado mentón. Llevaba puesto un jersey azul de punto, teniendo encima un chaquetón negro, y unos pantalones vaqueros.

Tomé mi maleta y seguí a Gaby hasta su coche. El camino fue algo largo, ya que el tráfico de Madrid era algo abundante y su casa —la de mi madre— se encontraba al otro lado de Madrid. Cuando llegamos, observé el interior de la casa y todo se encontraba prácticamente igual. Miré hacia mi izquierda, hacia el salón, y recordé el momento en el que mi padre me disparó tras robar el dinero de la caja fuerte.

Evitando ese pensamiento, subí directamente hacia mi habitación para descansar y solté la maleta a un lado. No tenía mucha hambre y necesitaba poder dormir en algo cómodo. Por suerte, Gaby había preparado mi cama para cuando yo llegara y podía acostarme sin ningún problema, aunque antes de ello avisé a Victoria de que había llegado a casa, al igual que a mis amigos y a Vivian.

Mi habitación se encontraba como siempre. Las paredes estaban pintadas en un tono azul oscuro. Enfrente de la puerta estaba la cama, que era azul y negra y tenía un gran cojín en el medio, y a ambos lados estaban las mesitas de noche, con una lámpara cada una. A mano izquierda estaba el escritorio y encima tenía una estantería. Al lado de este había una ventana decorada por unas hermosas cortinas azules. Por último, a mano derecha había un gran armario empotrado.

Al día siguiente, bajé a la cocina, donde se encontraba Gaby haciendo el desayuno.

La cocina era algo sencilla. Solo tenía una pequeña encimera que estaba compuesta a su vez por el horno y el lavavajillas. El frigorífico se encontraba al lado de la puerta que daba al pequeño jardín exterior y había una mesa para dos en el medio de la sala. El suelo era completamente blanco y la pared estaba formada por zócalos negros y blancos.

—Buenos días, primo —habló Gaby mientras estaba concentrado en la tostadora—. ¿Quieres algo para desayunar?

—Si puedes prepararme unas tostadas, te lo agradecería —le pedí y me senté en la silla—. Y un café, por favor.

Podría hacerme yo mismo el desayuno perfectamente, pero Gaby y yo teníamos una gran confianza como para ordenarle que hiciera el trabajo sucio. Además, aún me encontraba algo cansado. Apenas pude pegar ojo anoche, pues mi hermano era el centro de atención de mi mente.

En unos minutos, Gaby me plantó delante de mis ojos un plato con dos grandes tostadas y una taza de café. Seguidamente se sentó enfrente de mí y se llevó a la boca la tostada con aceite y tomate que se hizo.

—¿Dormiste bien? —me preguntó Gaby tras tragarse el trozo de pan.

—Define dormir bien —esbocé una sonrisa ladeada y llevé la taza de café a mis labios.

Él me devolvió la sonrisa, no muy convencido, y decidió cambiar de tema para que no me decayera de nuevo.

—Cuéntame algo interesante que te haya pasado durante este corto periodo de tiempo en el que nos hemos separado.

—Digamos que te puedo contar locuras que ni yo mismo aún puedo creerme —murmuré y me llevé la tostada a la boca.

—Uh, ¿qué hiciste, primito? —cuestionó con las cejas levantadas—. No tengo dinero para sacarte de la cárcel, así que lo llevas complicado.

—No es eso —reí—. Bueno...

—¡Cómo qué bueno! —refunfuñó de broma—. No quiero ir a Riddle Woods solo para verte entre rejas.

—Tranquilo, eso no pasará —volví a reír.

—¿Entonces qué es eso tan misterioso que hiciste?

—Mi ahora exnovia fue secuestrada por unos hombres malvados para capturarme a mí, ya que ellos habían experimentado conmigo en una vida que ni yo mismo recuerdo y me habían convertido en una bestia, o algo parecido —empecé a explicar y Gaby dejó de comer, alucinando—. Investigué su desaparición con otra chica, de la cual ahora estoy enamorado, y fuimos a rescatarla, pero todo acabó en una explosión que nos mandó a los tres al hospital.

—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué? —esa pregunta no paraba de salir de la boca de Gaby.

—Espera, aún hay más.

—Pero si ni siquiera me enteré del principio —Gaby parpadeó, perplejo.

—La chica de la que estoy enamorado, que, por cierto, se llama Victoria, es una mujer escorpión con poderes inhumanos y tiene un clon, que fue quien secuestró a mi exnovia.

—Para ya, porque me he enterado de... nada —hizo una mueca con la cara, mirando a la nada—. ¿Me estás diciendo que no eres mi verdadero primo? ―cuestionó, dirigiendo sus pupilas hacia mí.

—¿Eso fue lo único que captaste de todo lo que expliqué?

—Mi cerebro no da para tanto, lo siento —negó con la cabeza.

—Tranquilo, yo aún estoy asimilando qué es lo que está pasando en mi vida —bebí café—. Vine aquí a por respuestas en verdad.

—¿Respuestas? ¿Aquí? ―frunció el ceño.

—Mi madre sabía quién era yo —murmuré y miré el líquido que había dentro de la taza.

—¿En serio? Si tú madre lo hubiera sabido, te lo hubiera dicho —dijo Gaby, bastante convencido.

—Quizá no lo hizo por mi seguridad.

—No sé... Es muy raro todo —opinó Gaby.

—¿Ordenaste los trastos del desván? —le pregunté cuando se me ocurrió una idea.

—Los ordené, pero no tiré las cosas de tu madre, ni las tuyas.

—¿Aún siguen ahí? —inquirí y Gaby asintió—. Ahora vuelvo.

Coloqué rápidamente el plato y la taza en el lavavajillas y subí al desván.

Después de estar un buen rato rebuscando, encontré una caja llena de polvo y telarañas. Soplé para quitar la suciedad y quité la cinta adhesiva que cerraba la caja para poder explorar el interior. Adentro había viejas fotos, donde en la mayoría aparecía yo, papeles raros y casetes. Miré atentamente las fotografías una por una y una lágrima empezó a recorrer mi mejilla. Mi madre para mí siempre será esa persona que me levantó después de cada derrota. Daniel también se convirtió en esa persona, a pesar de tener solo cinco años.

Guardé de nuevo las fotos y cerré la caja. Quería ver también los casetes y la mejor idea era llevarme la caja a la planta baja. De esa forma, Gaby estaría conmigo.

—¿Tienes un reproductor de casetes? —le pregunté cuando llegué a su lado.

—Claro, ya te dije que no tiré la que compró tu madre.

Nos dirigimos hacia el salón y me senté en el sofá junto a Gaby. Volví a abrir la caja y le mostré las fotos con una sonrisa nostálgica.

—Hay muchas fotos de cuando tenía quince años, pero ninguna de cuando era un bebé —comenté, afirmando que realmente podría haberme escapado de un internado.

—Quizá tu madre las perdió —opinó Gaby, observando las fotos.

—No lo creo.

Saqué los casetes y me levanté del sofá para ponerlas en el reproductor viejo del televisor. Puse una tras otra y en todas salía yo de adolescente. No hay ningún video donde yo apareciera de bebé y no me sorprendía para nada, pues ya me había concienciado de que mi familia no era de mi sangre en realidad.

Fruncí el ceño cuando leí el título de uno de los casetes: "La verdad". El corazón se me aceleró nada más darme cuenta de que quizá las respuestas a todas mis dudas estarán ahí. Me daba miedo ver ese video, ya que descubrir que mi vida era otra era complicado.

No me gustaba la vida que tenía, pero no sabía si la que estaba por descubrir me iba a gustar. En mi decisión estaba saber la cruda realidad o seguir en la ignorancia. No obstante, quería averiguarlo todo y con eso poder terminar con la tortura que me estaba persiguiendo. Quería saber quién era o qué era para que esos hombres quisieran librarse de mí por ser "peligroso".

Coloqué el casete en el reproductor y me senté en el sofá, esperando a que el video reprodujera su contenido. La imagen estaba en un principio negra, hasta que un ojo verdoso apareció frente a la cámara. La figura se fue alejando hasta que vi a una mujer de cabello castaño y tez pálida. Mi madre se encontraba en el desván de la casa y se sentó en una silla frente a la lente. Miró a los lados con temor y cuando fijó la mirada a la cámara, suspiró y dibujó una pequeña y tímida sonrisa con sus finos labios. Su cabello se encontraba suelto, mostrando su gran volumen. Tenía puesta una blusa beige y un pantalón oscuro.

La nostalgia se apoderó de mí al verla después de tanto tiempo.

—Hola, cariño... —comenzó a decir con una expresión triste—. Ay, ¿cómo te lo digo? —se preguntó a sí misma— Vale, ya, sí...

» Alex, la vida a veces da giros inesperados y nos podemos topar con verdades que posiblemente no nos puedan gustar, pero ya es hora de que lo sepas. Y más cuando... cuando ya me quitaron del mapa.

Mi expresión se congeló justo en ese momento.

―Sí, si estás viendo este video es porque yo ya no estoy aquí y estas buscando respuestas ―siguió hablando mi madre―. Solo espero que... que este video llegue a ti de algún modo, o que lo encuentres al menos. No sé cómo empezar a contártelo ...

» Cariño..., supongo que no te acordarás de tu infancia... Casi todos los niños tienen recuerdos de ella, aunque fueran pequeños flashback de diferentes etapas de su vida, o simplemente fotos y vídeos. Tú, sin embargo, siempre me lo preguntabas y yo me inventaba esos recuerdos. Mas... ya es hora de que sepas la verdad. Yo... Yo no soy tu verdadera madre, ni tu padre lo es. Ni Gaby es tu verdadero primo.

Al nombrar a Gaby, ambos giramos nuestras cabezas por un momento para mirarnos.

—Llegaste a nuestra familia cuando tenías quince años. Parece mentira, pero no lo es —continuó con la historia y yo volví a mirar a la televisión—. Te encontré en mitad de la calle. Recuerdo ese día como si fuera ayer. Hacía mucho frío, tanto que las gotas de agua algunas veces se convertían en nieve. Estabas herido, asustado, nervioso... En ese mismo momento Ryan no estaba en casa, por lo que vi la oportunidad de darte cobijo para que tu cuerpo entrara en calor un poco y no le diera una hipotermia, ya que tu piel se encontraba casi azul y congelada.

» Al principio no confiabas en mí, ni cuando entraste en nuestra casa. Después de darte un caliente café y de que te hubieras recuperado un poco, me lo contaste todo. Escapaste de un internado de donde estabas atrapado. Me dijiste que... que esa noche todo se volvió loco. Tú te volviste loco. No sabías cómo, pero, de repente, tuviste el deseo de matar. Querías aniquilar a todo el mundo que se interpusiese en tu camino, fuera quien fuese. Y así fue... —tomó una pausa para soltar un suspiro—. Una chica que querías mucho intentó detenerte y calmarte, pero tú acabaste con su pobre e inocente corazón.

—Victoria... —murmuré con la voz rota y con la mirada clavada en la pantalla del televisor.

—Pude haberme asustado con esa confesión, pero notaba en tus ojos el dolor que te producía haber hecho eso y vi que no eras un monstruo de verdad —confesó mi madre.

» No podías volver a ese sitio, ya que entonces iban a acabar contigo. Yo confiaba en ti, a pesar de no conocerte. Te veía como un chico... inocente. Te vi como alguien que necesitaba ayuda. No sé cómo lo hiciste, pero tomaste una decisión y te borraste la memoria a ti mismo para quitar todo ese dolor que te estaba inundando. Antes de ello, me pediste que te hiciera un favor y este era que por nada en el mundo te recordara tu pasado. Amabas demasiado a esa chica y pensar que tú mismo acabaste con su vida te destrozaba por dentro.

» Lo hablé con Ryan para dejar que te quedaras en nuestra casa y considerarte como nuestro hijo, pero él no aceptaba a ningún hijo que no fuera de su propia sangre. Ahí fue cuando le confesé que yo no podía tener hijos y entonces él se empezó a descontrolar poco a poco. Si te digo esto, no es porque quiero que te culpes por ello, pues una persona así, como Ryan, podría haber reaccionado así en cualquier momento.

» Otra de las cosas que me pediste fue que te cambiara el nombre y no solo para evitar que, por alguna extraña razón, te enteraras de tu paradero, sino también para que esos hombres no encontraran tu nueva identidad. Antes de pertenecer a mi familia te llamabas Nash y me suplicaste que te llamara como ella, como la chica que amabas. Alexandra lo era todo para ti y por ello quisiste llamarte Alex.

—Alexandra... —murmuré al recordar lo que me dijo el clon de Victoria—. Victoria se llama en realidad Alexandra...

—Y tú Nash —intervino Gaby, sorprendido por lo que se estaba enterando.

—Eres especial, cariño. No eres una persona normal, no eres un ser humano. ¿Qué eres? Ni idea, lo estuve averiguando y en el lugar donde me he metido ahora no puedo escapar. No te dejes engañar por los médicos, ni por los policías. Mejor... no confíes en nadie. Ellos me mataron.

En el video se escuchó un ruido. Mi madre miró hacia la puerta del desván, que se encontraba detrás de la cámara, y sus facciones cambiaron, dejándome ver a una Angie asustada. Ella se levantó de la silla y se dirigió hacia la cámara.

—Te quiero, mi niño —fue lo último que dijo mi madre.

Justo en ese momento la cámara se cayó al suelo y la pantalla del televisor se volvió negra. Me levanté del sofá, asustado, y me dirigí al televisor para pegarle en el lateral. Sin embargo, los golpes no sirvieron para volver a encenderlo. Miré a Gaby, quien seguía mirando la pantalla, asombrado.

Perdón por tardar en subir este capítulo :( Esta semana se celebraron las fiestas de mi pueblo y solo estaba en mi casa para dormir y casi ni eso jeje. Por ello, quizá pronto tengáis otro capítulo, en el cual quizá uno de los protas corra peligro :)

Si tenéis alguna duda, preguntarla en este apartado y yo encantada la resuelvo.

¡Hasta la próxima! 

Atte: Nezla.

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