28. Acción de Gracias.

CAPÍTULO 28

ACCIÓN DE GRACIAS

ALEX

Victoria, después de quedarse un rato animándome, —algo que admiraba bastante de ella—, decidió ir a comprobar que Vivian se encontraba bien. Mi padre y su esposa llegaron a la casa antes del mediodía y no tuve más remedio que encerrarme en mi habitación para que Victoria no presenciara una pelea de mi padre y yo. Justo en el momento en el que regresó Ryan el cielo se puso negro y gotas de agua abandonaron las nubes.

Daniel se vino conmigo, para hacerme compañía y asustado por los truenos. La cara de mi hermano se entristeció al ver la lluvia azotando la ventana de mi cuarto. Él quería ir al parque y como iba a quedar con Zada, tenía pensamiento de llevármelo conmigo e ir los tres a ese verde espacio. Él se divertiría con los niños mientras que nosotros conversábamos. Sin embargo, la tormenta nos estropeó el plan.

Zada seguía encontrándose triste, pero su hermana no la dejaba salir con este tiempo, por lo que antes hicimos videollamada para hablar un poco sobre lo que le pasaba, —que era por los traumas del secuestro—. Luego ella me preguntó qué ocurrió el viernes y se lo expliqué, además de intentar decirle con suavidad que Victoria era inocente. Zada no se lo creyó, como ya sabía, y se enfadó aún más cuando le conté algunos detalles del sábado —sin especificar tanto pues eso era algo más privado—. Después de haberles mentido tanto a Lee y a Dexter, me prometí no volver a hacerlo y por eso mismo no pude evitar contárselo. Sin embargo, ella se enojó tanto que colgó la llamada.

Aún me encontraba tumbado en la cama, con la espalda reposando en un cojín que estaba encima de la almohada. La reacción de Zada me dejó pensando por un largo rato. No me gustaba hacerla sentir mal, pero no podía hacer otra cosa. Hice todo lo posible para hacerla sentir bien, incluso alejarme de Victoria. Sin embargo, Victoria no tenía culpa de nada como para comportarme así con ella y ahora que sabía una parte de la verdad no iba a seguir siendo un idiota, ni iba a dejarla sola.

Preocupado, decidí hablar con Lee y con Dexter para pedirles consejo y para contárselo todo también. No quería más secretos. Ellos ya estaban en peligro, aunque no lo supieran. Lo pude comprobar con Vivian, pues ella no sabía nada sobre el proyecto Susac —creo que así se llamada— y los hombres de negro fueron a por ella. Del mismo modo le pasó a Daniel. Por ello, mis amigos tenían que saber ya la verdad para que estuvieran en alerta.

Con el ordenador portátil aún encendido y los auriculares puestos, hice otra videollamada y ambos descolgaron al instante. Bueno, Dexter tardó un poco más porque fui algo inoportuno.

—¿Me estás diciendo que los hombres lobo existen? —preguntó Dexter, perplejo.

—Hombres escorpión —corregí.

—¿Existen? —repitió y yo asentí.

—Vale, nos estás diciendo que en Riddle Woods hay criaturas sobrenaturales, las cuales nadie nunca sabe de su existencia, y que unos hombres malvados experimentaron contigo debido a un proyecto que crearon para destruir el mundo —Lee hizo un resumen de lo que les conté—. ¡Ah! Y todo eso te lo contó un señor loco ya que tú no te acuerdas de nada.

—Con Victoria también experimentaron —le recordé—. Ella es del bando azul.

—Estás completamente loco —Lee rio.

—Yo lo veo bastante creíble —opinó Dexter—. ¿Tú qué piensas, Chase? —le preguntó a su novio, desviando la mirada de la cámara del ordenador—. Dice que a él también le gusta ese nuevo juego. ¿Dónde lo compraste?

—Joder, voy en serio, chicos —pasé mis manos por la cara—. ¿No recordáis lo que pasó el viernes en la fiesta?

—Sí, eso que nadie quiso explicarme —me reprochó Lee y levantó las cejas.

—Esos hombres venían a por mí, o a por Victoria, o a por algo... No lo sé exactamente.

—¿Victoria no era la villana del cuento? —cuestionó Lee con la ceja arqueada.

—Eso me quisieron hacer saber esos hombres, pero realmente tiene un clon que...

—Espera, espera, espera —Lee rio—. Detente, que el chiste es bastante gracioso para mi precioso trasero —empezó a llorar de la risa.

—Joder... —me quejé.

Miré a mi hermano, quien estaba escribiendo la carta a Santa Claus, y recordé que él también fue víctima de esos hombres.

—El viernes secuestraron a mi hermano para tenerlo como cebo y capturarme —les comuniqué, susurrándole al micrófono del auricular para que Daniel no se enterara y recordara ese suceso de nuevo—. Victoria me ayudó a salvarlo... Este suceso me ha hecho saber que las personas que quiero podrían estar en peligro y necesito que estéis en alerta, porque no quiero que os pase nada.

—Entonces Victoria no fue quien secuestró a Zada, sino su clon —intervino Dexter, quien miró a su novio de nuevo y empezó a reírse—. Ah, y no puedo olvidarme de que también experimentaron con ella y que ella es... ¿una mujer escorpión? —asentí, cansado—. Joder, a esa chica le ha tocado la lotería —estalló de nuevo en carcajadas.

Bufé y puse los ojos en blanco.

—¿Por ese motivo querías ayuda de Louis para volver con Victoria? —cuestionó Lee.

—En ese momento no quería volver con ella. Louis simplemente lo malinterpretó. No sabía que Victoria era inocente hasta el viernes.

—Y por eso habéis vuelto —afirmó Lee, sorprendiéndome, ya que yo no se lo dije aún.

—¿Cómo lo sabes? —fruncí el ceño.

—Justo me acaba de llegar un mensaje de Zada contándomelo —murmuró con el móvil en sus manos y observando la pantalla de este—. Zada no te lo perdonara —me reprochó, mirándome esta vez.

—Victoria es inocente y no tiene culpa de nada...

—De serte infiel sí, recuérdalo —Lee su puso seria.

—Eso también tiene una explicación...

—Todo lo que sale por su boca te lo crees —negó con la cabeza, decepcionada.

—Lee, el viernes me salvó de una buena caída que podría haber ocasionado mi muerte... También me ayudó a rescatar a Daniel —miré a mi hermano y él también a mí al escuchar su nombre—. El profesor Gerard tenía una mujer... que fue secuestrada en Riddle Woods como Zada —expliqué al fin cuando Lee alzó su ceja como si los motivos anteriores no le sirvieran—. Él vino a la ciudad para investigar sobre su desaparición. Tenía una foto de ella y yo se la robé, ya que me parecía bastante sospechoso. Él pensó que la tenía Victoria y que besándola se la iba a devolver, pero ella realmente no le respondió al beso, solo... —Le me interrumpió

—Alex, esto no es la bella durmiente —bufó, desinteresada por lo que le estaba comentando.

—Lee —intervino Dexter—, recuerda lo que te dijo Louis.

Lee se mordió el labio y asintió.

—¿Qué te dijo? —pregunté, totalmente perdido.

Lee me contó la reconciliación que tuvo con Louis. Él pensó que ella no quería nada con él ya que no le contestaba a los mensajes, pero mi amiga simplemente no tenía móvil para poder responderle, ya que se le rompió. Entonces, cuando se aclararon, él le confesó que realmente la quiso y que los sentimientos nunca se fueron.

—¿Y Faith? —cuestioné.

—Va a hablar con ella y se supone que la va a dejar.

—¿Para estar contigo? —quise averiguar.

—Sí, aunque primero quisiera conocerlo de nuevo antes de nada.

—Totalmente de acuerdo —le di la razón.

—Pero no has contado lo más importante —intervino de nuevo Dexter y yo fruncí el ceño—. Louis dio ese paso porque Victoria se lo aconsejó.

—Pero quizá lo hizo para ganarse mi confianza más fácilmente —Lee se encogió de hombros.

—No lo creo —opinó Dexter—. Alex, confío en que ella te dice la verdad.

—Si te crees eso también tienes que creerte que ella es una mujer escorpión, que tiene un clon y que nuestro amigo es una bestia —vaciló Lee.

—Bueno, no creo que Alex se haya inventado todo eso para justificar que ha vuelto con Victoria —dijo Dexter con un toque de gracia.

—En cuanto a eso, realmente no hemos vuelto —intervine.

Les conté el encontronazo que tuvimos con Vivian. Ellos sabían mi historia de amor que tuve con ella y todo sobre las amenazas. Eso era otro de los motivos por los que Lee me aconsejaba que me alejara de Victoria Watson para no salir perjudicado.

Por lo tanto, también les comenté por encima la charla que tuve con Victoria. Ella me dijo que lo mejor de todo era que nos diéramos un tiempo, sin contar el que tuvimos peleados. Victoria quería poder reflexionar y aclarar las cosas con Vivian, pues no quería dañarla estando conmigo.

De todas formas, habíamos ido muy rápido y necesitábamos volver a conocernos, por decirlo así. Por ello, el tiempo que nos íbamos a dar no significaba que no mantuviéramos contacto, al contrario, pues ella solo quiere aclarar las ideas de su cabeza para hacer lo correcto y yo estaba bastante de acuerdo con su decisión.

—¿Entonces qué sois? —preguntó Lee con el ceño fruncido.

—Personas que están analizando el terreno antes de construir el edificio.

—Con esa frase parece que estáis pensando en ser papas —Dexter arrugó la nariz y Lee y yo reímos.

—Simplemente queremos solucionar todos esos errores que hemos cometido y curar las heridas antes de empezar algo —aclaré.

—Bueno, Vivian también influirá en la decisión de Victoria —comentó Dexter, haciéndome que me decaiga.

—Ya...

—¿Cómo reaccionó Zada cuando se lo contaste? —preguntó Lee.

—Me colgó.

—Brillante idea —saltó Dexter e hizo una mueca con la boca—. Eh... chicos, tengo que colgar. Voy a despedir a Chase ya que los padres lo están llamando para que vuelva ya a casa.

Lee y yo lo despedimos y seguimos con la videollamada.

—La vas a perder —me recordó Lee, refiriéndose a Zada—, y ella merece la pena.

—No puedo obligarme a quererla, Lee —mascullé, mirándome los pies, los cuales estaban sobre la cama.

—Solo te aviso —se encogió de hombros—. La decisión ya es tuya. Yo no voy a intervenir. Aceptaré cualquier decisión que tomes, si no es loca, claramente, y te apoyaré en todo, aunque no me guste.

—Gracias —intenté sonreír.

—Bueno, perdón, pero tengo que empezar a prepararme para Acción de Gracias... —empezó a despedirse, pero al ver mi cara triste, me preguntó—: ¿Esta noche que harás al final?

—Cualquier cosa pero lejos de mi casa —murmuré con la mirada perdida.

—Ojalá pudiera estar ahí o..., espera, si quieres le digo a mis padres y te vienes a la cena.

—No, Lee —la miré y solté una pequeña carcajada—. El año pasado no lo pasé tan mal caminando por las calles de Riddle Woods mientras nevaba y mis dedos se convertían en hielo —vacilé.

Lee suspiró.

—Puedo conseguirte un sitio aquí, en serio —insistió.

—No hace falta, tranquila —esbocé una pequeña sonrisa.

—¿Seguro? —insistió, preocupada, pero asentí con la cabeza—. Joder... —suspiró— Bueno..., pues... hasta luego, lunático —Lee esbozó una pequeña sonrisa—. Cualquier cosa que necesites, aquí me tienes.

—¿Todavía sigues sin creerme? —cuestioné al escuchar la palabra lunático y reí.

—Si no lo veo, no lo creo —se encogió de hombros.

—Anda, adiós, rata.

Lee abrió la boca para replicar, indignada, pero colgué justo en ese momento la llamada. La pantalla se quedó pillada y la imagen de una Lee enfadada con la boca abierta se reproducía en el ordenador, haciéndome reír.

Bajé la tapa de la computadora portátil y me encontré a Daniel mirándome atentamente.

—¿Qué pasa enano?

—Me aburro —murmuró, entristecido.

—¿Le escribiste la carta ya a Santa Claus?

—Sí.

Daniel me enseñó la carta y mis ojos se abrieron como dos aceitunas al ver casi cien guiones.

—Eh... ¿no crees que te has pasado? —hice una mueca con la cara.

—Aún me quedan juguetes por pedir —me quitó la carta de las manos.

Por una parte, me encantaba verle la ilusión en los ojos, pero, por otra, prefería que no se entusiasmara tanto, ya que luego mi padre le regala simplemente una bufanda o una colonia y nunca nada de lo que él pidió.

—¿Me cuentas la historia esa que siempre te narraba tu madre? —me pidió con un puchero.

—Bueno... vale.

Esa historia llevaba años sin escucharla y quizá no la recordara mucho, ya que se la inventó mi madre. Sin embargo, podría hacer el esfuerzo e indagar en mi memoria.

Érase una vez, desde las tinieblas, un chico asustado que escapaba de unos hombres malvados, e incluso de su propio retrato.

Desorientado y sin rumbo, en las viejas calles deambulaba como un vagabundo.

Una tormenta se aproximó y hasta los calcetines al chico empapó.

Gotas de aguas se mezclaban con sus lágrimas y no tuvo más remedio que rendirse ante el karma.

—¿Esta historia tiene un final feliz? —me interrumpió.

—No.

Él me miró desilusionado.

La oscuridad de su rostro demostraba que él era bastante peligroso.

Llegó el día de la catástrofe y, con ella, el chico empezó a descontrolarse.

El carbón se apoderó de sus ojos y todo a su alrededor se volvió rojo.

La sed de sangre poco a poco aumentó y, a pesar de su esfuerzo, el monstruo de su interior no se controló.

—Eso debe ser duro —volvió a intervenir Daniel, interesado por la historia.

No pudo evitarlo, por el internado arrasó, destruyendo todo aquello que tanto amó.

Ya no había vuelta atrás, su amor se desvaneció y en su lugar el dolor lo reemplazó.

Sus manos de sangre había ensuciado y cuando se dio cuenta del solemne pecado, ya se había escapado de aquel internado.

Y es que, a pesar de estar enamorado, a su gran amor había aniquilado.

—Eso es de ser un monstruo...

Las últimas palabras que recité se volvieron a reproducir en mi cabeza, dejándome en shock. Empecé a unir varios fragmentos de la historia y todo empezó a concordar en mi cabeza. "El monstruo de su interior no se controló", "Ya se había escapado de aquel internado", "A su gran amor había aniquilado". Todo concordaba con lo que le contó Barnett sobre su vida pasada. No podía ser otra cosa... Yo era el protagonista de esa historia y mi madre conocía quién era yo y qué hice... ¿Pero por qué nunca me había dicho nada?

Alguien llamó a la puerta de mi habitación y Ryan entró.

—Quisiera hablar contigo —me comunicó y yo simplemente lo miré con rabia—. Abajo.

Se dio la vuelta y abandonó la estancia. Le dije a Daniel que enseguida volvería y bajé rápidamente al salón para no enfadar a Ryan. Si desobedecía a mi padre, podría desatar la furia. Cuando llegué al salón, él se encontraba sentado en el sofá con una copa en su mano mientras miraba el fuego de la chimenea.

—¿Sabes cuál es tu misión esta noche? —habló Ryan al escuchar mis pasos.

—Tranquilo, la nieve me acogerá mejor que tú.

—Has fallado —murmuró y bebió de la copa—. Hoy tienes otra misión.

Rodeé el sofá y me puse delante de él con el ceño fruncido, ya que no sabía a qué se refería.

—El hermano de Margaret nos ha preguntado por qué nunca cenas con nosotros en momentos tan especiales como este —comentó, mirándome.

—Quizá porque no soy de esta familia y vosotros no me queréis ni ver.

—Puede ser, pero esta noche vendrás a la cena y tendrás que actuar como si todo fuera bien.

—Como si te fuera a hacer caso.

—¿Acaso me vas a desobedecer? —cuestionó y alargó su cuerpo para depositar la copa en la mesita del medio y luego levantarse.

—No voy a jugar a la familia feliz cuando, uno, no sois mi familia y, dos, tampoco os quiero ver —repetí las palabras de antes.

Mi padre pasó la lengua por su labio y apretó todos sus músculos.

—Vas a ir a esa cena y vas a compórtate como es debido ¿entendido? —me ordenó.

—Ya te he dicho que tengo una cita con la nieve —vacilé.

Mi padre me tomó del cuello de un impulso y me estrelló contra la pared.

—Esta noche es muy importante para Margaret y no se la vas a arruinar.

—¿A ella sí la quieres? Porque a mí madre la despreciabas —le reproché con ira.

—Al menos Margaret me da lo que yo quiero.

— ¿Dinero? —cuestioné con una ceja alzada.

—Un hijo de mi propia sangre —corrigió.

Abrí un poco la boca, algo sorprendido, aunque no tanto, ya que al saber que tenía una vida desconocida en un internado del cual escapé, pude darme cuenta de que él no era mi verdadero padre.

— ¿Qué?

—No sé de dónde apareciste ni qué clase de bicho eres, pero te juro que acabaré contigo cuando menos te lo esperes —me amenazó, susurrándome en el oído para que nadie se enterara.

Apretó aún más el agarre en mi cuello, hasta llegar el punto en el que mis pulmones pedían a gritos un poco de oxígeno para poder sobrevivir. Puso su otra mano en mi hombro y ejerció fuerza en él, haciéndome gruñir del dolor.

No obstante, mi padre se separó rápidamente de mí cuando alguien tosió para llamar nuestra atención.

— ¿Qué haces aquí, jovencita? —cuestionó mi padre acercándose a esa persona.

Empecé a toser para recuperar ese aire que mis pulmones reclamaban, pero paré al instante en el que escuché la pregunta de Ryan. Alcé la mirada y Victoria se encontraba en la puerta del salón mirándome con aspecto preocupado.

—¿Qué se cree que le está haciendo a su hijo? —preguntó Victoria, enfrentándose a mi padre.

«No, Victoria, no, cállate, no sigas», pensé, pero no pude decirlo porque la voz no salía de mi garganta por el dolor.

— ¿Y quién te crees tú que eres?

—La mejor amiga de su hijastra y la novia de su hijo —apuntó Victoria y mi corazón en ese momento se paró, ¿o se aceleró?

Mi padre rio y me miró.

—Usted no tiene ningún derecho a ponerle la mano encima a su hijo de esa forma —siguió hablando Victoria.

—Si mi HIJO al menos se comportara bien, no lo haría —enfatizó la palabra "hijo".

—El abuso hacia una persona, ya sea su hijo o no, es considerado como encarcelamiento, señor —indicó Victoria, bastante segura de sus palabras—. Y si no quiere pasar más de veinte años metido en una celda lejos de su familia, creo que debería meditar esos castigos tan violentos.

Mi padre se acercó a Victoria con las manos cerradas en forma de puño. Sin embargo, ella se mostró increíblemente firme ante él.

—Victoria Watson, señor —se presentó, desafiándolo con la mirada—. Hija de los Watson. ¿Le suena el nombre de mi familia?

—Claro... Duncan Watson.

—Entonces, creo que te he dejado bastante claro cuál es mi posición y mis condiciones.

Mi padre gruñó y, sin decir nada, se marchó de la casa, seguramente para no descontrolar sus impulsos y acabar liándola.

Me quedé mirando a Victoria perplejo. Ya ni me acordaba que la garganta me dolía por culpa de las fuertes manos de mi padre estrangulándome.

—¿Estás bien? —me preguntó Victoria, preocupada.

Asentí.

—Gracias —esbocé una pequeña sonrisa y ella hizo lo mismo—. ¿Cómo está Vivian?

—Algo mejor —comentó y suspiró—. Tendrías que hablar con ella y contarle la verdad.

—No creo que quiera escucharme —me mordí el labio—. Además, no me creerá.

—¿Ella sabe cómo te trata tu padre? —preguntó y asentí—. Entonces tendría que comprenderte.

—No lo hará —la negatividad seguía vigente en mí.

—No tienes nada que perder, Alex —insistió Victoria.

«A ti», pensé y suspiré.

—Bueno... tendría que volver a casa —comunicó—. Por suerte, mis padres aún no se han dado cuenta de mi escapada gracias a mi hermano, pero no quiero seguir arriesgándome más.

—¿Te llevo? —le pregunté, pero enseguida rectifiqué—: Bueno, no, no quiero meterte de nuevo en problemas.

—Louis viene a por mí —sonrió—, pero gracias.

Se escuchó el claxon de un coche y vi por la ventana que era el hermano de Victoria. Ella se acercó a mí para darme un abrazo de despedida y la acompañé hasta la puerta principal.

Cuando el coche ya no se veía por la calle, cerré la puerta con una pequeña sonrisa y me dirigí hacia la primera planta. Caminé hasta mi cuarto, pero Daniel ya no se encontraba ahí, pues Margaret lo estaba bañando y preparando para la cena.

Vi el papel en el que escribió la carta de Santa Claus en mi cama y me acerqué a él. Lo tomé entre mis manos y vi algo escrito en un color anaranjado: "Que mi hermano Alex nunca se vaya de mi lado y esté conmigo para siempre". Sonreí y doblé el papel para guardarlo en el gran bolsillo de mi sudadera.

Tras observar la habitación, tomé el abrigo de la percha y salí al pasillo. Vivian también había salido en ese momento de su cuarto. Estaba con el pijama puesto para no ensuciarse mientras se maquillaba. Cruzamos miradas, pero ella la apartó enseguida para irse hacia el cuarto de baño.

Con una mala sensación en el cuerpo, bajé las escaleras y salí de esa casa sin mirar atrás. No me gustaba dejar ahí solo a Daniel, pero yo no pertenecía a esa familia para poder estar presente en esa cena.

Me acerqué a la casa de Coco y su olor seguía estando ahí. Cuando estuve fuera de casa, mi padre pensó que sería buena idea deshacerse de él. Primero pensé que lo había matado, ya que él no tenía corazón, pero luego me enteré de que lo había vendido. Como siempre, mi padre gastándose un dinero sucio que no era suyo.

Decidí no gastar gasolina del coche e ir a pie. Caminé por la calle mientras la nieve caía sobre mi cuerpo, mojándome el pelo. El sol se escondió y la luna reinó en el cielo oscuro. Las farolas iluminaban las calles, las cuales estaban adornadas ya con artilugios navideños. Vi por las ventanas de las casas como todas las familias eran felices celebrando acción de gracias juntas y no pude evitar pensar en mi madre.

Mientras caminaba por la acera, iba mirando las fotos de mi galería. Delante de mis ojos apareció ella, mi madre, y aunque no lo fuera de verdad, para mí sí lo era y la quería muchísimo. Pasé la yema de mi dedo por su cara y sonreí inconscientemente. Entonces, recordé la historia que ella siempre me narraba y la misma que le conté a Daniel antes. Mi madre, Angie, sabía quién era yo. Aunque ella ya no estuviera aquí conmigo, necesitaba respuestas y quizá si iba a España, las encontraría.

Silba, silba, silba... Al encantador caballero ella poseía —se escuchó a alguien cantando al final de la calle—. Silba... Silba... Silba... El viento trasportaba su ida.

Me detuve y contemplé a lo lejos a una chica, que se encontraba cerca de un charco.

Tragué saliva al recordar que Victoria tenía un clon y esa melodía siempre la escuchaba cuando estaba cerca.

También me pasó el viernes en la fiesta. Esa noche un canto de sirena llegó a mi oído y, ahora que me daba cuenta, esa canción me controló hasta que llegué junto al clon de Victoria.

Y lo mismo me estaba pasando ahora. Inconscientemente, mis pies estaban caminando solos. Intenté detenerme, pero mi cerebro no hacía caso a las órdenes que le daba. Llegué al lado de la chica y ella sonrió maliciosamente. Su pelo cubría gran parte de su cara y este parecía un nido de pájaros, dándole un aspecto más terrorífico.

—Hola, Nash —habló la chica.

—¿Quién demonios eres?

—Creo que ya lo sabes.

—No lo sé.

—Victoria —dibujó en su rostro una sonrisa siniestra—. Tu encantadora Victoria.

—Tú no eres Victoria.

—Cierto, soy mejor...

El clon de Victoria caminó alrededor de mí mientras que me observaba de arriba abajo.

—Qué buenos gustos tiene mi querida hermana —rio y se pasó la lengua por el labio.

—¿Eres hermana de Victoria? —pregunté y seguí con la mirada sus pasos.

—No exactamente... Digamos que yo soy ella, o ella es yo... —volvió a sonreír—. Gracias a su muerte, vi la luz. Cuando nací, me llamaron Alexandra, en honor a tu chica.

Esto tenía que ser una broma.

—Sin embargo... entendí que me crearon para ser más poderosa que ella y que no me merecía tener ese nombre tan débil —volvió a hablar—. Por lo tanto... soy Deianira, aunque puedes llamarme Deia.

—¿Qué quieres de mí?

—Nash, Nash, Nash, ¿tú quisieras que existiera alguien igual que tú? —cuestionó, deteniéndose delante de mí—. Seguro que no —se respondió a sí misma.

—¿A dónde quieres llegar con esa pregunta?

—No toleraré que haya otra chica igual que yo.

—Pero si tú eres la copia —espeté con los dientes apretados dentro de mi boca.

—Y por eso la original tiene que dejar de existir —murmuró cerca de mis labios—. Quiero que hagas algo por mí.

—Como si fuera a obedecerte.

Quería separarme de ella, pero mi cerebro seguía sin hacerme caso.

—El monstruo que aún habita en tu interior le encanta alimentarse de corazones... —Deia volvió a esbozar una sonrisa siniestra—. A mi querido Nash no creo que le importara volver a arrancárselo a esa chica.

—Tu querido Nash ya no existe.

—Dale tiempo al tiempo... —susurró muy bajito y me miró a los labios—. Mas... si no lo haces tú, tendré que encargarme yo entonces. Piensa bien tus decisiones...

Deia dio un paso hacia atrás, aún con la sonrisa maliciosa en su cara, y se colocó encima del charco. En un abrir y cerrar de ojos, ya no la vi delante de mí y por fin pude tener el control de mis músculos. Inspeccioné la zona, buscándola con la mirada, pero ya no estaba por ninguna parte, como si se hubiera sumergido en el charco de agua.

Mi móvil comenzó a sonar, asustándome. Lo tomé del bolsillo de mis pantalones y vi en la pantalla que Vivian me estaba llamando. Fruncí el ceño y descolgué enseguida.

—¿Pasó algo? –le pregunté.

—Estamos con Daniel en el hospital —me informó y algo se atoró en mi garganta, impidiéndome respirar—. Corre.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top