2. El despertar.
CAPÍTULO 2
EL DESPERTAR
TORI
Un espeso humo se instaló delante de mis ojos, impidiéndome poder ver algo. Parpadeé varias veces para aclarar mi visión y averiguar qué diablos estaba pasando. Comencé a toser de forma brusca cuando el dióxido de carbono se introdujo dentro de mis pulmones, intoxicándolos. Mi respiración se aceleró al notar que el oxígeno empezaba a faltarme. Cerré fuertemente los ojos para luego abrirlos de nuevo. Ahí fue cuando pude contemplar unas piernas, cubiertas por un pantalón de color negro, acercándose a mí. Sentí las frías manos de ese individuo cuando me desató y cargó con mi peso muerto hasta una puerta. Mis párpados empezaban a pesarme cada vez más, hasta llegar al punto en el que todo se volvió negro a mi alrededor.
Una visión de unos túneles vino enseguida a mi mente. Podría describirlo como las paredes de un vaso sanguíneo, pues unos círculos de color rojos levitaban en su interior. Además de los glóbulos rojos, también veía una especie de líquido que era transparente pero que tenía un cierto brillo que permitía contemplarlo. Lo contemplaba todo a gran velocidad, como si una cámara pasara rápidamente por todas las cavidades, hasta llegar a mi cerebro.
Entonces, algo dentro de mí despertó, porque sentí mis pulmones volviendo a funcionar, pero no podía abrir los ojos. Por mucho esfuerzo que ejerciera sobre los músculos de mis párpados, estos no me hacían caso para ayudarme escapar de la oscuridad que me atormentaba. Incluso con los ojos cerrados sentía el miedo. Ese mismo que me hacía temblar y sudar. Escuché pasos de alguien que se acercaba a mí. Las suelas de los zapatos que golpeaban el suelo provocaban un eco en mis oídos. Aún no podía abrir los ojos, pero percibía todo lo que podría estar pasando a mi alrededor. Sentía un cómodo colchón bajo de mí, por lo que supuse que estaba tumbada en alguna cama. Intuía que llevaba un camisón y, de esa forma, estaba en bragas, ya que el frío penetraba por mis piernas, causándome escalofríos.
El cerebro me dio permiso para poder abrir poco a poco los ojos, cuyos párpados pesaban una barbaridad. Todavía estaba un poco adormilada, pero quería despertar ya para escapar de la oscuridad. Un foco de luz que había encima de mí hizo que engurruñase los ojos, sin permitirme ver con perfección dónde me encontraba. Los cerré de nuevo a causa de la molestia del brillo en mi cara y los volví a abrir. Me dolía el cuello bastante, pero logré girarlo para tener mejores perspectivas de la habitación. Todo se tornaba blanco, tanto paredes como suelo y techo. El olor a hospital se introdujo por mis fosas nasales, provocando que arrugase la nariz.
Noté un movimiento al final de la sala.
—¡Cariño! —exclamó mi madre, acercándose a mí—. ¿Estás bien, mi vida? ¡Duncan, amor, está despierta! —llamó a mi padre y me abrazó.
El pelo rubio de mi madre cayó como una cascada sobre mis hombros, haciéndome cosquillas en ellos.
Me quejé un poco a causa del dolor que irradiaba mis huesos y músculos y mi madre se separó rápidamente de mí para inspeccionarme.
Mi padre apareció por la puerta en un instante con un café en sus manos. Su pecho subía y bajaba, pues su respiración estaba agitada. Llevaba puesto una camisa blanca de botones, adornada con una corbata negra deshecha, y unos pantalones que irían a juego con la chaqueta del traje que suele llevar. Su pelo castaño claro estaba alborotado, como si no se hubiera peinado en días y sus ojos marrones me miraban con un brillo preocupante.
—¿Cómo? —preguntó, sorprendido.
Al ver mi cara con más claridad, sus ojos se iluminaron aún más y una gran sonrisa se dibujó en su rostro.
—Llama a los enfermeros, ¡corre! —le ordenó mi madre y me miró—. ¿Cariño, estás bien? —volvió a repetir la pregunta.
—S-sí... —titubeé—. ¿Qué ha pasado?
De repente, alguien apareció por la puerta, captando mi atención. Louis sonrió al verme y se llevó las manos a las mejillas para recoger la lágrima que se deslizaba por ella. Sus ojos estaban rojos —no sabía si era por estar llorando o por no dormir en días— y su pelo se encontraba alborotado, como el de mi padre.
Los médicos aparecieron detrás de él y se acercaron a mí. Uno de ellos me midió la tensión y el otro los latidos del corazón. Un hombre de pelo canoso, ojos marrones, nariz aguileña, con una bata blanca y una carpeta negra entró también, junto a mi padre. Mi hermano lo miró y tragó saliva.
—Vamos a hacerle unas pruebas. Será mejor que esperen en el pasillo —comunicó el doctor y mi madre lo miró asustada—. Todo irá bien, tranquila, señora Watson.
Mis padres obedecieron las órdenes del doctor y esperaron en el pasillo mientras que los médicos hacían miles de revisiones en mi cuerpo. Primero, me sacaron sangre para comprobar que la tenía en perfecto estado y que no había ningún problema. Menos mal que tenía la vía intravenosa para el acto, porque odiaba que me pincharan con una aguja. No era porque me diera miedo, pues mi objetivo en la vida era tener ese mismo trabajo, pero sí era una sensación horrible para mi piel. Luego, me pidieron que me pusiera de pie —solo si podía— para examinarme mejor con el estetoscopio y así comprobar sí debían hacerme un examen del tórax.
—¿Cómo se encuentra, señorita Watson? —preguntó el doctor mientras que los médicos seguían examinándome.
—Bi-bien —respondí y tragué saliva.
Mi cabeza daba vuelta con tan solo pensar en todo lo qué había pasado. Estaba completamente perdida. Me sorprendía el cómo llegué hasta aquí. Lo último que recordaba era estar atada en una silla, Bruno en el suelo desangrándose, Alex mirándome con una expresión preocupada, unos hombres cargando conmigo y luego... humo y más humo.
—Intenta andar —me pidió el doctor.
Lo miré dudosa y él asintió, dándome la aprobación para que comenzara a caminar. Le hice caso y anduve por la habitación sin ningún problema. Estaba un poco débil, pero era lo suficiente capaz para caminar sin marearme en el proceso.
—Perfecto. Aunque no hayáis encontrado ningún problema con el estetoscopio, será mejor hacerle la radiografía del tórax para no perder ningún detalle —ordenó el doctor mientras apuntaba algo en la libreta que tenía—. Y una resonancia en la cabeza, si es posible, por favor.
Los médicos obedecieron y me dirigieron a otra sala, donde había una camilla y una gran máquina. Me tumbaron en la camilla y alzaron mi camisón, dejándome casi desnuda delante de sus ojos, para luego pasar un aparato por mi tórax, el cual dejaba un frío líquido sobre mi piel.
Mis ojos fueron a parar hacia la herida que tenía en la cintura, pero esta misteriosamente ya no se encontraba ahí. Para mi sorpresa, no había ningún rastro de ella, ni siquiera alguna marca.
Giré mi cabeza y visualicé una pantalla por la que se podía apreciar lo que pasaba en mi interior. Escuché decir a uno de los médicos que todo estaba perfecto y mis nervios se desvanecieron —un poco solo—.
Después de meterme en la gran máquina para hacerme la resonancia en la cabeza, volví a mi habitación, donde se encontraba mi madre con lágrimas en los ojos, mi hermano escribiendo algo en el móvil y mi padre tomándose un café, nervioso. Cuando aparecí por la puerta todos clavaron sus ojos en mí. El doctor me ordenó que me tumbara en la camilla y llamó a mis padres para hablar con ellos. El clic de la puerta cerrándose sonó en la silenciosa habitación.
—¿Cómo estás? —preguntó Louis, preocupado.
Todo el mundo no paraba de preguntarme lo mismo y era algo monótono, pero supongo que es lo que suele pasar cuando alguien se encontraba ingresado en el hospital.
—Bien —le contesté y está vez logré no titubear.
—¿Seguro? —cuestionó, acercándose a la cama para sentarse en la orilla de esta.
—Sí —sonreí para que no se preocupara—. Está todo perfecto, o eso les he oído decir a los médicos —le informé.
—¿Sí? —dudó, aunque su cara se iluminó y esbozó una pequeña sonrisa.
Asentí con otra sonrisa y él se lanzó a mí para abrazarme.
—Me tenías muy preocupado, Tori —confesó con la voz rota.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —pregunté tras separarme de sus brazos.
—Dos semanas...
No puede ser. ¿Había estado en coma durante dos semanas? A ver, tampoco era mucho, ya que había personas que había estado en coma durante mucho más tiempo. Sin embargo, no me entraba en la cabeza que eso me hubiera pasado a mí.
«¿Qué demonios me había pasado?», me pregunté.
—No sé cómo he llegado aquí... —comenté con intenciones de averiguar qué pasó.
—Una persona anónima te dejó aquí.
—¿Una persona anónima? —cuestioné con el ceño fruncido—. ¿Quién?
—Nadie sabe quién es. La policía lo está buscando —aclaró Louis con la mirada fija en el suelo—. ¿Qué pasó esa noche, Tori? —intentó indagar.
—N-no lo sé, no me acuerdo —mentí.
Algo me decía en mi interior que contarle lo que pasó en la fiesta de Halloween iba a ser un error. Antes de enterarme de que existía la banda callejera de Aguijón Verde, mi vida era normal. Cuando me enteré de su paradero y empecé a investigar, todo se volvió más complicado y tenebroso a mi alrededor. Mi vida se había vuelto peligrosa y no quería adentrar a mi hermano ni a nadie en ese mundo. Solo quería olvidarlo. De todas formas, ya todo había terminado, ¿no?
—¿Qué es lo último que recuerdas? —interrogó.
—No sé... —iba a decir algo más pero Louis me interrumpió.
—Comentan que te vieron salir del gimnasio con el profesor Gerard. Bueno, más bien, Vivian te vio —hizo una pausa para ver mi reacción, pero me quedé callada, sin saber qué decir—. ¿Ese desgraciado te hizo algo?
—¿Qué? ¡No! —exclamé—. Él... él solo...
—¿Tenías algo con ese profesor? —preguntó y tragó saliva.
Lo miré, sorprendida por su pregunta. No podía hablar, algo me lo impedía. Por una parte, quería contestarle que no, que a quien quería era a otra persona. Pero por otra, la mejor opción seguramente fuera afirmarlo. Si no lo hacía quizá lo culparan por mi estado. Aunque en realidad eso daba igual, ya que podría hacerlo de la misma forma. No obstante, él ya no estaba aquí... El señor Gerard tuvo la mala suerte de recibir ese disparo. No quería que el último recuerdo que tuviera la gente de ese profesor fuera de un pedófilo que abusaba de los estudiantes para luego dejarlos tirados en la calle, casi muertos. No sabía qué hacer, pero de todas formas ya era tarde para contestar, ya que mi hermano tomó el silencio como un sí.
—Bueno... —murmuró.
Hice una mueca con la cara para evitar llorar.
—Louis...
Me negaba a que él pensara eso. Me equivoqué en su momento cuando tuve algo con el señor Gerard y más cuando me enteré de que tenía una prometida. El comportamiento que tuve hace alrededor de un mes fue muy inapropiado de mi parte. Me pasé bastante cuando intentaba ligar con él, que era un profesor. No quería que mi hermano tuviera esa imagen de mí, ni que estuviera decepcionado por mis actos. Yo no era así, nunca lo fui, y me dejé llevar por mis emociones en vez de por la cabeza.
La puerta de la sala se abrió y mi madre apareció.
—Louis, cariño, tu padre te necesita un momento —habló mi madre.
Mi hermano me miró y, sin ninguna sonrisa en su cara, se levantó de la cama para luego marcharse, dejándome con el corazón encogido.
—Mi niña... —dijo mi madre con una sonrisa en su cara y los ojos llorosos.
Sonreí para darle a entender que estaba bien.
—¿Qué os ha dicho el doctor? —pregunté.
—Está todo bien, cariño. Es un milagro —contestó y se sonó los mocos con el pañuelo que tenía en su mano—. Hay una persona ahí afuera que seguro que se alegra de verte.
—¿Quién? —inquirí, juntando las cejas.
—Un chico. Lleva desde que te ingresaron viniendo a verte —me explicó con una sonrisa en su cara.
El único chico que se me pasó por la mente fue Alex. Era consciente de que eso no podría ser posible por cómo terminamos, pero una mínima esperanza había en mi interior de que él aún me aceptara después de todo. De tan solo imaginármelo mi corazón empezó a latir con rapidez, feliz.
Mi madre caminó hasta la puerta para abrirla y concederle el permiso a esa persona para que entrara en la habitación.
Mi corazón latía tan rápido que pensaba que se iba a salir por mi garganta, pero este se detuvo nada más ver a Christian traspasar la puerta. Este me miró y me dedicó una sonrisa de medio lado. Quité mi cara de tristeza al instante, para que no se diera cuenta, y le devolví la sonrisa, sin ganas. No es que no me hubiera gustado que se tratara de él, al contrario, me ha encantado saber que podía contar con un amigo como Christian, alguien a quien ahora lo consideraba más como un hermano de diferente madre. En cambio, mi cabeza se montó sus propias fantasías con Alex y la ilusión inundaba todo mi ser. Quería verlo a pesar de todo lo que había ocurrido entre nosotros.
No iba a culpar a Alex por dejarme tirada en aquella nave. Yo más que nadie me lo merecía. No era por ser masoquista, pero sentía que tenía que hacerlo, que tenía que ser el reemplazo de Zada. Y no era por lo que dijo ese hombre, creo recordar que se llamaba Barnett, ya que yo no fui quien la secuestró. Eso era algo que tenía bastante claro. En la vida sería capaz de hacer tal cosa, ni aunque me pagaran una gran cantidad de dinero o me ofrecieran algo de más valor. Estaba totalmente segura de que ese hombre lo dijo solo para empeorar la situación, para meter mierda. Le encantaban los juegos, por lo que seguramente también le gustaba mentir para ver el sufrimiento de la otra persona reflejado en sus ojos. Porque sí, eso fue lo que ese señor hizo. Nada más pronunciar esas palabras, mi mirada se dirigió hacia Alex, quien me miraba con dolor, e incluso rabia. Justo en ese momento mi corazón se cayó por un precipicio y pude escuchar cómo se rompía y cómo cada pedacito de este retumbaba en el suelo.
Todos mis pensamientos se esfumaron cuando escuché el clic de la puerta cerrándose. Dirigí mi mirada a ella sin saber a dónde iba mi madre. Christian y yo nos habíamos quedado solos en la habitación.
—Ha querido dejarnos solos para poder hablar tranquilamente —aclaró Christian, leyéndome el pensamiento.
Lo miré sin decir nada.
—¿Cómo te encuentras? —me preguntó, acercándose a la cama.
Christian tenía el pelo despeinado hacia abajo, como si le hubiera dado pereza arreglárselo, y su mirada estaba perdida. Tenía ojeras en sus ojos, como las de mi hermano. Llevaba puesto una camiseta verde pistacho y unos pantalones cómodos de color negro.
—Anonadada —le respondí y quise esbozar una sonrisa, pero no tenía fuerzas ni ganas para hacerlo.
Solo podía pensar en Alex, en qué estaría haciendo ahora, en dónde se podría encontrar, en qué pensaría ahora mismo de mí... Espera... ¿él estaba bien? Escuché perfectamente a Barnett decir que tenían cinco minutos para escapar porque luego los iba a cazar, a él y a Zada.
«¿Los habrán pillado?», ese pensamiento me hizo estremecer.
—Normal... Por lo que has pasado es...
—¿Has estado viniendo todos estos días? —cuestioné, sorprendida, interrumpiéndole—. ¿Durante estas semanas?
—Sí... Me has tenido muy preocupado. El profesor Gerard...
—Él no ha hecho nada, Christian —salté rápidamente para defenderlo.
Al parecer la noticia de lo que pasó con el señor Gerard voló hacia toda la población de Riddle Woods. Ahora pensarán que Gerard era un pedófilo y que él tenía la culpa de todo mientras que era todo lo contrario. Él solamente quiso ayudarme para que no me pasara nada.
—¿Entonces qué paso?
Me quedé calla con la mirada fija en él. No podía contarle la verdad. Ya no era porque fuera arriesgado, ya que supongo que después de la explosión el peligro seguramente se habría ido, sino porque no se lo iba a creer. Ni yo misma podría hacerlo, todo era bastante complicado e irreal.
—Ya entiendo... —murmuró, mirando para otro lado mientras que apretaba la mandíbula—. No me lo quieres contar —se respondió así mismo con la cabeza cabizbaja.
—No es eso, Christian... solo que...
—No me vengas a mí también con que no te acuerdas de nada, que te conozco —aseveró, mirándome fijamente con sus ojos oscuros—. Y no me lo creo.
—Es complicado de explicar.
El silencio inundó nuestro espacio por un instante.
—Tu madre piensa que soy tu novio —confesó y soltó una pequeña carcajada, rompiendo el hielo después de unos minutos y cambiando de tema para que la situación no se tensara aún más.
Su comentario me hizo reír, al fin.
—Vaya tontería.
—Oye, que yo sería un novio genial —reveló, haciéndose el ofendido. Negué con la cabeza con una pequeña sonrisa en la cara—. Ya entiendo, el Fumeta ha logrado quitarme el puesto.
—¿Qué? —cuestioné, sorprendida, sin poder creerme lo que había salido por su boca.
—Perdón, perdón, no debí haberlo llamado así, perdón —se disculpó, algo avergonzado, y se llevó la mano a la nuca.
—¿Qué? —volví a preguntar, incrédula.
¿Desde cuándo Christian sabía la existencia de mi relación con Alex? Es más, ¿quién se lo había dicho? Solo esperaba que no hubiera sido Vivian. Espera... si él lo sabía, posiblemente el instituto entero también era consciente de ello y Alex me dijo que...
«Virgen del amor hermoso, la hemos cagado», pensé.
—Espera, estás con él, ¿no? O estabas y... —intentó indagar, pero sin intentar meter el dedo en la llaga.
—¿Cómo lo sabes? —cuestioné con un nudo en la garganta.
A pesar de que lo más probable es que Alex y yo ya no estuviéramos juntos, no quería meterlo en ningún problema con su hermanastra. Él me suplicó que no se lo contara a ella y por la forma en la que me miraba podía notar el dolor reflejado en sus ojos.
—Eh... Bruno me lo dijo.
—¿Qué? ¿Cuándo viste a Bruno? ¿Cuándo te dijo eso?
Pensaba que Bruno se había quedado atrás tras la explosión del almacén, ya que no podía moverse por la herida de la pierna. Yo misma escuché el disparo ocasionado por el arma que sostenía Alex. Pero... si yo estaba aquí, viva, puede que él también estuviera a salvo. Si Bruno estaba vivo ya era cuando podía despedirme de este mundo. Eso significaría que el peligro seguía vigente en mi vida y que no podría caminar por las calles tranquila, ni siquiera en mi propia casa. En cualquier momento me podrían secuestrar, ya que Barnett lo dijo bien claro: yo era importante para ellos.
Estaba bastante segura de que no me iban a matar cuando le dieron a elegir a Alex entre Zada o yo. Posiblemente fuera una táctica para pillarlo, o un juego, como decía Barnett. Por eso le comentaron que yo era la culpable del secuestro de Zada. Todo era para que la eligiera a ella y así luego seguir el juego con ellos dos para fusilarlos. A mí no me querían muerta, solo querían tenerme. ¿Para qué? Ni idea. ¿Me consideraban como un arma? Si tan poderosa era como decía ese hombre, seguramente fuera por eso mismo. Ahora todo me concordaba, o eso pensaba. Solo esperaba que Alex y Zada estuvieran bien.
Del mismo modo ocurría cuando ese hombre confesó que Alex me había matado y que Aguijón Verde me había devuelto a la vida misteriosamente. Eso tenía que ser mentira. Ni Alex ni yo éramos tan psicópatas. Nada de lo que nos dijo concordaba. Sin embargo, desde que nos lo contó, sentía una espina en mi interior que me atosigaba para que averiguara qué diablos estaba pasando en nuestras vidas y por qué nosotros éramos los importantes en ese círculo.
—Fue el día de la fiesta de Halloween, antes de ir tras de ti. Me dijo que Alex te dejó plantada en mitad del pasillo del instituto llorando. ¿Se puede saber qué te hizo ese imbécil? —preguntó con los dientes apretados, marcando su mandíbula. Sus puños se cerraron a ambos lados de su cintura—. Porque te aseguro que lo voy a matar como... —lo interrumpí.
—Nada —respondí con un nudo en el pecho que me exigía soltar todas esas lágrimas que querían salir de mis ojos.
—Tori —su tono se volvió duro.
—Christian, solo fue una pequeña pelea —intenté no darle detalles porque lo conocía lo suficiente y entonces empezaría a odiar a Alex hasta tal punto de querer darle una lección, ya que siempre me apoyaba en todo.
—¿Pequeña? Lo mato —gruñó entre dientes con la mirada enfadada.
Sus músculos se tensaron aún más, marcando las venas de su cuerpo. Estaba mirando sus manos mientras ejercía cada vez más fuerza sobre ellas.
—Fue por mi culpa —revelé con aires de tristeza.
—¿Qué? ¿Qué paso? —preguntó con la voz más calmada y los músculos más relajados.
—Eso ya es mucha información irrelevante —comenté, mordiéndome el labio.
Prefería evitar los datos que afirmaban todos esos rumores en los que Victoria Watson fue capaz de tener algo con un profesor. Y ya no solo era por eso, también por el hecho de que no lo tomaran como un pedófilo y Christian volviera a culparlo por mi estado.
—Entonces, ¿es cierto que estáis juntos? —preguntó Christian.
—Estábamos —corregí.
—Sabía que había un motivo para que tu actitud cambiara tanto, otra vez —se cruzó de brazos.
—¿Esto lo sabe Vivian? —inquirí, temerosa.
—Que yo sepa, no.
—Por favor, no se lo digas —le supliqué.
A pesar de que Alex y yo ya no estuviéramos juntos, no quería meterlo en ningún lío. Le prometí no hacerlo y yo siempre cumplía con mi palabra.
—¿Por qué? —indagó, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño.
—Asuntos privados, Christian —dije sin mirarlo a la cara.
—¿Es su ex, acaso? —cuestionó con una pequeña carcajada.
—¿Qué? No.
No podría imaginarme a Vivian con Alex y más cuando eran esos hermanastros que se llevaban como el perro y el gato. Además, Vivian no era de un solo chico. Ella pasaba de tener pareja o algún compromiso con alguien, pues prefería disfrutar con no solo un hombre. Mi amiga siempre decía que enamorarse era de débiles. Cuando querías a una persona, bajabas todas tus defensas, rompías todos tus muros y todo era para dejar entrar a esa persona que tanto creías amar, dándole la oportunidad de destruirte.
A mí me pasó con Zyon. Le tendí mi corazón sin complicaciones, permitiéndole poder aplastármelo como a un bicho. Y lo mismo le pasó a Vivian una vez. Ella conoció hace unos años a un chico y, a pesar de tener simplemente catorce años y no tener conocimientos de lo que era la vida en realidad, se enamoró de él. Nunca llegó a presentármelo. Bueno, sí, quiso hacerlo, pero la dejó plantada. Desde ahí nunca más volvió a verlo. Él, después de un mes, le dejó un mensaje de voz, donde explicaba claramente que ella para él solamente fue un polvo más. Estuve justo en ese momento en el que ella recibió le mensaje. Lo abrió ilusionada, pues pensó que él solo estaba ausente por un problema, pero cuando escuchó sus palabras, no pudo evitar derrumbarse delante de mí. Entonces, Vivian decidió dejarse de tonterías y disfrutar de la vida. De ahí vino también mi decisión de actuar igual que ella, siendo su aprendiz.
¡Holaa! Cómo echaba de menos publicar mis libros los domingos jeje. Habeis podido comprobar que Victoria Watson, al igual que Álex, están "sanos" y vivos, aunque eso pudisteis comprobarlo aquellos que leyeron el epílogo de Aguijón Verde.
Bueno, a lo que iba, ¿teneis algunas teorías sobre lo que podría pasar en este segundo libro? Porque... -esto no es spoiler ya que es lógico- el peligro está bastante claro que sigue vigente y Álex y Victoria tendrán que enfrentarse de nuevo a él. Sin embargo, esta vez habrá nuevas complicaciones, y muy sobrenaturales... Este libro puedo aseguraros que tendrá bastante potencial, misterio, seres sobrenaturales, peleas...
¡Hasta la próxima!
Atte: Nezla.
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