18. El hijo del director.
CAPÍTULO 18.
EL HIJO DEL DIRECTOR.
TORI
—¿Victoria? —la voz de Christian me despertó de los recuerdos de la captura del escorpión dorado y volví a ver mi reflejo en el charco del agua.
Antes, cuando hui de Alex, decidí visitar a Christian. Pensé que estaría trabajando en su nuevo empleo: la gasolinera. Por lo tanto, decidí venir a verlo para hablar con él. Además, Christian era la única persona que luchaba por entenderme y que me apoyaba.
Christian se encontraba sujetando el pomo de la puerta de la tienda de la gasolinera. Antes de que se diera cuenta de mi presencia, estaba atendiendo a una chica que quería comprar algo de la tienda. Me vio cuando un joven le pidió ayuda para echarle gasolina a su coche y entonces tuvo que salir del interior. El chico se nos quedó mirando sin entender qué había pasado.
—Un momento —me pidió Christian y se dirigió hacia su cliente para atenderlo.
Christian caminó hasta el depósito de la gasolina en el que se encontraba estacionado el vehículo del joven y tomó la manguera para luego introducírselo al coche. Durante la espera, el chico quiso entablar una conversación con Christian. Sin embargo, él le respondía con monosílabos, como siempre solía hacer con personas que no le interesaban o no conocía. La mirada de Christian estaba todo el rato posada en mí y estaba cargada de preocupación. Cuando terminó su trabajo, regresó a la tienda para cobrar al cliente en el mostrador.
La gasolinera era bastante grande. En el exterior, en la parte delantera, había carriles que daban a los depósitos de gasolina y a la zona de limpieza del vehículo. En la zona trasera se encontraba el circuito de motocross, donde se hacían competiciones y también donde algunos motoristas practicaban. También había un taller de mecánica para poder arreglar cualquier avería de los vehículos que entrenaban y de los que competían.
Los postes que sujetaban los depósitos de la gasolina eran grises, pero tenía líneas de color amarillo y roja. De la misma forma estaba compuesta la tienda. Su fachada era completamente gris y arriba, debajo del techo, había dos franjas, una amarilla y otra roja. La parte delantera de la tienda estaba compuesta por un gran ventanal y la puerta también estaba hecha de cristal.
A través de los vidrios vi a Christian hablando con lo que parecía ser su jefe y, al instante, lo tuve delante de mis ojos.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Christian.
—Vine a verte —una sonrisa triste se instaló en mi cara.
—¿Te encuentras bien, Tori? —inquirió con aires preocupados.
—Creo que ya sabes la respuesta —respondí sin mirarlo para evitar sus ojos y me abracé a mí misma.
Christian no me preguntó, ya que sabía que sí yo se lo quería decir, iba a hacerlo sin presiones. Él solo se acercó a mí y me envolvió en sus brazos.
—Me dijo Vivian que trabajabas aquí —le comuniqué cuando nos separamos y observé el lugar.
—Sí, necesitamos el dinero en casa —murmuró él con una pizca de pena.
—¿Han vuelto a despedir a tu madre? —interrogué.
Christian simplemente asintió.
La madre de Christian era algo despistada y desordenada. Por ello, en la mayoría de los trabajos ha acabado en la calle, ya que no realizaba muy bien el puesto. En el empleo que más duró fue el de prostituta, que lo ejercía desde que era adolescente, pues no tenía padres y vivía con su tío, un hombre que no le daba lo que ella necesitaba para vivir. Por lo tanto, ella misma tenía que ganarse la vida por sí sola y transitó por el camino de la prostitución. No obstante, ese trabajo era muy duro y cuando se embarazó accidentalmente de Christian, lo dejó para poder cuidar de su hijo. Desde entonces, ella ha durado en los empleos menos de un mes.
—Entonces...
—Tengo que ayudarla —decretó Christian antes de escucharme, pues sabía qué quería decir—. No puedo estar años estudiando para una universidad que ni siquiera sé si llegaré a entrar.
—Christian, no digas eso, tú puedes entrar tanto en esa universidad como en otra —le recordé, intentando levantarle los ánimos.
—No valgo para eso, Tori —se negó—. Además, ¿cómo diablos quieres que entre en una miserable universidad si ni siquiera tengo el maldito dinero para pagarla?
—Pues...
—No pasa nada, tranquila —murmuró y se cruzó de brazos—. De todas formas, hay otro inconveniente.
—¿Cuál?
—Posiblemente me mude a Spooky Hills —me comunicó.
Spooky Hills era una ciudad que se situaba a unos kilómetros de aquí, más o menos a media hora de Riddle Woods. Esta gasolinera se encontraba entre ambas ciudades, aunque, obviamente, se encontraba más cerca de Riddle Woods, pues pertenecía a la ciudad, solo que estaba a las afueras.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Mi madre conoció a un hombre hace unos meses —me informó con la mirada en el suelo—. Ya sabes, toca conocer ahora al querido padrastro.
Enterarme de que mi mejor amigo se iba a mudar de ciudad e iba a estar a kilómetros de mí me dolió. Christian era ese chico rebelde que todo el mundo temía, pero conmigo era todo lo contrario. Él siempre me trató bien y mucho más después de mi ruptura con Zyon. Christian era esa persona que era duro con los demás pero blando con las personas que quería.
—Joder... No quiero separarme de ti...
—Bueno, tampoco me voy a China —se burló, mirándome, y dibujó una sonrisa pícara en su rostro.
—Sigues estando lejos, imbécil —mascullé con el tono triste.
—Unos míseros kilómetros no me separarán de ti, pequeña rebelde —aseguró y soltó una pequeña carcajada—. Vendré a visitarte en cuanto pueda. Aunque si algún subnormal juega contigo y te hace daño, estaré aquí en un abrir y cerrar de ojos para partirle la cara.
Su comentario hizo que yo soltara una carcajada, pero enseguida borré la sonrisa y la reemplacé por una cara triste.
—Espera, no me lo digas —levantó la palma de la mano—. Ya hay un gilipollas que está dañando a tu pobre y diabólico corazón.
—No... —dije sin mirarlo.
—¿Qué te hizo Alex Brooks ahora? —volvió a cruzarse de brazos y tensó sus músculos.
—Nada.
—Bien... —miró su reloj—. Tengo veinte minutos de descanso y en ese tiempo quiero que me lo cuentes todo, ¿entendido?
—No vas a malgastar tu tiempo en escuchar mis problemas —me negué rotundamente.
—Mientras que seas tú, el tiempo no me importa —matizó y sonreí—. Ven, entra, que hace frío aquí afuera.
Christian entró en la tienda de la gasolinera y lo seguí. Un hombre se encontraba en el mostrador, supongo que sustituyendo a Christian durante su descanso. Christian me dirigió hacia una puerta que daba a una habitación cutre, donde había una máquina de café y una mesa con dos sillas.
—¿Quieres un café? —me preguntó, pero negué con la cabeza—. Bien, explícame que te ha pasado con ese imbécil —me pidió y se dirigió hacia la máquina de café.
—No sé si recuerdas el rumor que decía que yo tenía algo con el profesor de Francés...
—Claro, ¿acaso el Fumeta te cuestiona por tu pasado? —interrogó, girándose para mirarme, y enarcó una ceja.
—La noche de la fiesta de Halloween me pilló con el señor Gerard en una de las clases —le confesé.
—¿Cómo? —preguntó con cara de asombro y se concentró en hacerse un café.
—Alex vio el beso que me dio ese profesor...
—Eh... Tori... —volvió a girarse para mirarme.
—Yo no quería —lo interrumpí antes de que pensara cosas que no eran—. Déjame explicártelo antes de que me juzgues.
—Nunca te juzgaría —expresó con sus ojos fijos en mí y, cuando la máquina anunció que el café estaba listo, lo tomó y se sentó en la silla junto a la mesa.
—Sí es verdad que tuve algo con ese profesor anteriormente y también es verdad que iba detrás de él —le expliqué, avergonzada, y me senté en la otra silla—. Él no quería saber nada de mí y me insinuó cosas algo innecesarias, por eso sucedió la pelea que creó el rumor. Desde ese momento, decidí poner punto final para no meterme en líos, ni a mí ni a él. Sin embargo, el señor Gerard había perdido una foto importante y pensó que yo se la había robado para llamar su atención.
—Por eso estabas en la clase con él —supuso y yo asentí—. Pero tú no tenías nada que ver con esa foto —quiso resolver el enigma y yo volví a darle la razón con la cabeza.
—Como anteriormente iba detrás de él, pensó que se la robé para conseguir lo que quería y creía que dándome un beso se la iba a devolver. Entonces...
—Alex os vio —terminó la frase por mí y bebió del vaso de plástico que tenía en sus manos.
—Exacto.... Y se marchó antes de que yo me separara de él, pues antes no había reaccionado.
—Es complicada la situación, porque es difícil de creer si no te conocen como yo. Pero... si realmente te quiere, tendría que mostrar un poco de interés por hablar las cosas y escucharte.
—Es difícil escuchar con el corazón roto a la persona que te traicionó, Christian —afirmé y me mordí el labio—. Si Zyon me lo hubiera explicado, yo no hubiera confiado en él.
—Pero no me compares ambas situaciones. Tú pillaste en plena acción a Zyon con Faith en tu propia cama. En cambio, Alex solo vio un simple beso que resultó ser una confusión. Además, puedo asegurar que apenas os pudo ver.
—No sé...
—No tiene motivos para no dejarte hablar, Tori.
—Por una parte, le entiendo, ya que él desde primera hora me confesó su miedo a ser un juguete para mí —declaré y me acaricié el brazo—. Ya sabes que el estatus social que tengo ahora no es muy favorable.
—Pero eso solo es cuestión de conocer a la persona antes de juzgarla o de empezar algo serio —se encogió de hombros y volvió a beber café.
—Yo estuve conociendo a Zyon durante un año entero y me equivoqué —le recordé.
—Durante ese tiempo estabas saliendo con él como novios. Apenas llegaste a conocerlo fuera de la relación. Ahí estuvo tu error —me hizo abrir los ojos.
—Tienes razón. No sé qué me pasó. Confié tanto en él que todo acabó siendo una mentira. Por eso mismo, no quiero que Alex piense que jugué con él, porque... Christian, yo de verdad quiero a ese chico —confesé con el corazón encogido.
—El Fumeta te ha robado el corazón... —murmuró con una sonrisita.
—El Fumeta tiene nombre y sentimientos, Christian. Y sí, Alex me hizo muy feliz.
—Entonces lucha por él, pequeña.
Un nudo se instaló en mi garganta. Podría luchar por él si no fuera porque nuestras vidas dieron una vuelta de ciento ochenta grados y ahora conocíamos un mundo bastante peligroso. Además, mis padres y Aguijón Verde me prohibieron acercarme a él.
—Es complicado —murmuré con la mirada fija en el suelo.
—No lo es cuando realmente quieres a una persona, Tori.
—Lo dice el que nunca se ha enamorado —solté una pequeña carcajada melancólica y alcé la vista para mirarlo.
—Ya sabes que a mí eso del amor no me va —expresó y arrugó su nariz con repulsión—. Sin embargo, sé que cuando quieres a alguien, duele esa perdida. El amor equivale a lucha constante.
—Sigue siendo complicado.
—¿Luchar por la persona que amas? —cuestionó con la ceja levantada.
—Christian, hay algunos detalles que no sabes y que no te puedo decir, pero...
—¿Él te hizo también algo?
—No, es algo completamente distinto.
—¿Entonces? —volvió a mirar el reloj de su muñeca—. Aún me quedan unos diez minutos para escucharte.
—No te lo puedo contar. Sería peligroso para ti —declaré y Christian frunció el ceño
—Venga, Victoria, no creo que sea para tanto.
—Solo recuerda cómo acabé la noche de Halloween.
—O sea, que ese gilipollas te hizo algo. Lo mato —gruñó, mirando hacia delante, y tensó sus músculos.
Pude ver cómo apretaba el vaso entre sus manos y al ser este de plástico, se hizo añicos. Menos mal que apenas tenía café en su interior. Coloqué mi mano en su brazo y este relajó sus músculos.
—No, Christian, él no me hizo nada.
—Tori, él es el principal sospechoso de la desaparición de Zada —me miró—. Estuvo el último día con ella y él fue quien supuestamente la encontró.
—Y también acabó en el hospital —le recordé.
—Por un fallo de cálculos seguramente.
—Alex nunca sería capaz de hacerle eso, ni a ella ni a nadie —lo defendí—. El peligro es otro completamente diferente.
—Pues tengo que conocer ese peligro para no acabar mal, ¿no?
—Solo quiero que mires por donde andas. Riddle Woods no es una ciudad segura.
—Creo que entiendo a qué te refieres.
—Posiblemente.
Christian no dijo nada y me gustó ese detalle, ya que me hizo entender que él confiaba en mí y no me iba a presionar para sacarme información sobre el peligro. Él era bastante fiel a mí y me protegería de cualquier amenaza, pero no iba a ponerlo en riesgo.
—Bueno... dejemos de hablar de mí —le pedí—. ¿Cómo está tu madre?
—Desde que conoció a ese hombre se encuentra algo más feliz, aunque el último despido le afectó mucho.
—Normal... —suspiré—. Cualquier cosa que necesitéis en casa no dudéis en pedírmelo. Me da igual ayudaros en la limpieza de la casa, comida, compras, etcétera.
—No hace falta, tranquila —sonrió.
—Oye, ¿y cuando se mudaríais? —pregunté con mi mano aún en su brazo, acariciándolo para calmarlo.
—No lo sabemos aún.
—Pero... esta semana no, ¿no?
—No, no, tan pronto no.
—Entonces... ¿podrías venir a la fiesta del sábado? Si va a ser la última vez que te veo...
Quería pasar mis últimos días con él. No obstante, él tenía mucho trabajo por delante para ayudar a su madre y a mí no me dejaban salir de casa a no ser que fuera con Archer, quien me estaba empezando a caer muy mal por no dejarme libertad. La fiesta podría ser un buen lugar para pasar nuestro último día juntos y para celebrar su despedida, por decirlo así.
—De mí no te librarás tan fácilmente, pequeña rebelde —dijo y rio—. Y sí, yo voy a donde quieras. ¿Dónde es la fiesta? ¿En tu casa?
—Claro, con mis padres y mi nuevo guardaespaldas vigilando —ironicé.
—No jodas, ¿tienes un guardaespaldas? —preguntó tras una carcajada.
—El papá Watson no se fía de esta ciudad y quiere proteger a su dulce hija —dije con tono sarcástico.
—¿Y dónde se supone que está ese guardaespaldas? ¿No debería estar aquí contigo?
—Sí, pero me escapé —esbocé una pequeña sonrisa.
—Ala, cada vez te pareces más a mí —rio.
—Eso es lo que tiene tenerte como mejor amigo.
—¿No te meterás en problemas? —preguntó, algo preocupado.
—Volveré al instituto antes de que suene el último timbre.
—¿Y te has escapado del instituto solo para verme? Estás loca —expresó con una amplia sonrisa.
—Bueno... la verdad es que estaba huyendo de Alex. Tuvimos una pequeña discusión y quería despejarme. Entonces, recordé que podrías estar aquí y quería venir a verte ahora, ya que en otro momento no puedo por culpa de mi guardaespaldas —le dije la verdad.
—Sigues estando loca.
—Por ti huyo a donde hiciera falta. Oye, ¿no hay espacio en tu nueva casa para mí? —pregunté de broma.
La relación de amistad que teníamos Christian y yo era muy cercana y divertida. Me encantaba estar con él porque podía ser yo misma sin ser juzgada y nos apoyábamos mutuamente en cualquier problema. Además, normalmente nos hacíamos bromas de todo tipo sin ofender al otro.
—Si quieres te meto en la caseta del perro —propuso.
—Um... sería una buena perra —consideré y ambos estallamos en risas.
—Bueno, ¿y dónde se celebrará esa fiesta? —preguntó.
—En una nave de las afueras de Riddle Woods.
—Uh, noche intensa sin dormir. Me encanta —esbozó una sonrisa pícara.
—Cuanto te vayas... hablaremos todos los días, ¿no?
—Lo intentaré.
Christian era una persona que apenas utilizaba el móvil. Tú podías enviarle un mensaje por la mañana y él perfectamente contestarte por la noche, o incluso al día siguiente.
—Me contarás si conoces alguna chica que te vuelva loco, ¿no? —esbocé una sonrisa pillina.
—Como si existiera —rio.
—Eres de sentimientos difíciles, pero eso no quiere decir que una chica no sea capaz de ganarse tu corazón.
—No creo en el amor, Tori —manifestó y se levantó de la silla para tirar el vaso de plástico, el cual estaba destrozado por su culpa.
Christian nunca en la vida se había enamorado. Él consideraba el amor como algo absurdo que te hacía perder el tiempo. Sin embargo, él era el primero que apoyaba ese tipo de sentimientos cuando veía a un amigo enamorado. Él siempre prefería disfrutar sin tener ningún compromiso. Si algún día llegaba esa persona que dice ser su alma gemela, lo iba a tener muy complicado con él, porque era un chico bastante duro de enamorar.
—Ni yo, hasta que conocí a Alex —me levanté también.
—El romance entre el Fumeta y la Popular, la clásica historia de un amor imposible —citó Christian con una sonrisa en su cara.
—Calla, ¿por qué iba a serlo? —le di un pequeño golpe en el hombro.
—Solo estaba dándole un toque dramático a vuestra relación —se sobó la zona golpeada.
—Ojalá se pudiera arreglar... —mi tono se volvió triste.
—Seguro que sí, tú tranquila, todo a su tiempo, pequeña —me animó y me espelucó el cabello con su mano.
Christian salió de la habitación, pues quería prepararse para empezar de nuevo a trabajar. Lo seguí para pasar mis últimos minutos con él y luego irme.
Un hombre vestido con traje negro y con gafas de sol del mismo color entró en la tienda, haciendo sonar la campanita que había colgada en la puerta. Su pelo era también negro, al igual que sus ojos y la barba que sombreaba su mandíbula. Me resultaba bastante familiar y hasta que no se quitó las gafas no pude reconocer quién era. Cuando lo vi más detalladamente, mi organismo se paralizó.
El director del instituto.
—Oh, señorita Watson, qué sorpresa verla aquí —saludó Melville mientras tomaba un paquete de papas.
—Igu-igualmente —dije con la voz temblorosa y miré a Christian, quien ya había sustituido a su compañero y estaba observando la conversación con el ceño fruncido.
—¿Por qué no está usted en clase? —indagó el director y puso el paquete de papas en el mostrador—. Ayer también faltó a algunas horas.
Christian se puso detrás del mostrador y le cobró el paquete con mala cara. Melville sacó el dinero de su billetera para pagárselo.
—No me encuentro muy bien —mentí.
—Ya veo —esbozó una pequeña sonrisa—. A mí tampoco me gustaba estudiar cuando era joven.
—No es eso, yo...
—Estaba bromeando, señorita —soltó una carcajada—. ¿Qué le pasa?
—Fiebre... mocos... tos... —empecé a toser para hacerlo más real y me puse la mano en la boca.
«Muy buena esa», me felicité con ironía.
—¿No debería estar usted en casa? Con ese estado yo no podría ni mantenerme en pie —sentenció y tomó el paquete de papas del mostrador.
—Ahora me encuentro un poco mejor y decidí... venir a comprar... un paquete de papas —dije lo primero que se me ocurrió cuando vi la compra absurda del director y tomé de la estantería que había a mi derecha el producto.
Vi de reojo como Christian se mordió el labio para evitar estallar en carcajadas.
—Qué casualidad —murmuró, mirando ambos paquetes—. Yo en realidad vengo para echarle gasolina al coche, pero quería también alegrarle un poco la cara a mi hijo con este paquete.
Melville se giró para que su cuerpo voluminoso no me impidiera ver su coche estacionado delante de la tienda a través de la cristalera. El vehículo era totalmente negro y las ventanas traseras estaban tintadas. No obstante, se podía ver la silueta de un niño que estaba mirando hacia abajo, supongo que porque estaba observando algo en su móvil, o quizá porque estaba indignado por alguna pelea que tuvo con su padre y por eso Melville quiso hacer las paces con un paquete de papas.
—Aunque me sorprende verte por aquí, ya que un paquete de papas se puede comprar en cualquier tienda de la ciudad —volvió a hablar Melville.
—Ya... pero ya de paso aprovechaba para ver a mi amigo.
—Claro, Christian Moore —lo miró con una sonrisa—. Qué pena que dejaras el instituto. ¿Es su novio? —me preguntó y vi a Christian con intenciones de saltar con una grosería, pero me adelanté para evitarlo.
—No, no...
—¡Ah! Cierto, lo es Alex Brooks, ¿no? —dijo, sorprendiéndome—. Os vi más de una vez juntos, aunque la mayoría de las veces estabais peleándose... Oh, espera, no, lo era el señorito Hooks, ¿no? Perdóneme, me confundo mucho —rio.
—No creo que le importe a usted mi vida, y menos la amorosa —manifesté con el tono borde.
—Entiendo, pero sí me importa saber el verdadero motivo por el que una alumna se escapa de mi centro —declaró con la mirada seria fija en mí.
—Eh... —me pilló desprevenida.
—Señor director, ya le dijo el motivo. Lleva algunos días algo enferma y hoy decidió no ir a clase para no perder el puñetero tiempo allí con los malditos dolores, ¿entiende usted? —intervino Christian lo más educado que pudo—. Ella ya le explicó que vino a por un jodido paquete de papas y ya de paso aprovechó para verme a mí. No creo que necesite más explicaciones.
—Entiendo, señorito Moore —masculló con la mandíbula apretada y mirándolo.
—Solo quise aprovechar el momento, ya que él... él ya mismo se va de Riddle Woods y...
—Oh, ¿en serio? ¿A dónde? ―preguntó y ladeó la cabeza.
—No le importa —saltó Christian en tono borde.
Lo miré y le hice una seña para que bajara sus humos y fuera algo más educado. Lo último que quería ahora era caerle mal al director.
—A Spooky Hill, señor director —dijo Christian más relajado.
—Un lugar bastante sombrío, pero a la vez es bonito —manifestó Melville y sonrió—. Te recomiendo visitar el lago. Se dice que hay una noche cada cierto tiempo en la que la luna se vuelve rosa y, desde la colina donde se sitúa el lago, se ve perfectamente. Además... el reflejo de la luna rosa en el agua del lago es... buah, mágico.
—Muy bien —murmuró Christian sin interés.
—¿Y usted por qué esta aquí y no en el centro? —cuestioné al director para que dejara de hacernos preguntas incómodas o innecesarias.
—Tenía asuntos que resolver con mi hijo. Ya sabes, la tarea de los padres —me explicó con una sonrisa en su rostro—. Bueno, ¿me ayudas? —le preguntó a Christian y señaló su coche a través de la ventana.
Christian salió de la tienda junto a Melville y le ayudó a echar gasolina al coche. Yo también salí y me despedí de Christian y del director.
Miré el interior del vehículo y esta vez, gracias a la luz del sol, pude ver con mejores perspectivas al hijo del director, quien me estaba mirando. A pesar del cristal oscuro, pude apreciar su cabello negro y ondulado; sus ojos grandes y de un tono claro —no podía contemplarlos con exactitud—. Era bastante mono, pero su mirada me daba mala espina. No era por miedo ni nada, ya que él no me miraba mal, sino por su cara de preocupación. Quizá fueran imaginaciones mías y él siempre tenía esa cara.
No apartaba la mirada de ese chico, hasta que mi móvil me asustó cuando empezó a sonar. Descolgué rápidamente cuando vi en la pantalla que se trataba de Louis.
—¿Um?
—¿Dónde diablos estás, Victoria? —preguntó con cierto enfado en su tono.
—Estoy... eh... fui a tomar el aire. Ahora vuelvo.
—Obvio que vas a volver. Archer te está buscando desesperado y cómo se entere de que te has escapado la has liado.
—Joder, tampoco se tiene que poner así, podría estar en clase.
—Victoria, ha tocado ya el último timbre.
—¿Cómo?
Aparté el móvil de mi cara para mirar la hora y el instituto ya había terminado.
—Enseguida voy —le comuniqué.
—Sí, porque tenemos que hablar —sentenció mi hermano y colgó.
Sus últimas palabras me preocuparon. Sabía perfectamente que quería hablar sobre mi relación con Alex y la supuesta infidelidad. Bueno, más bien, querrá regañarme por haber sido tan egoísta como para tener algo con un profesor y encima de todo negárselo en su momento, mintiéndole de esa forma.
—¿Le ocurre algo, señorita Watson? —preguntó Melville cuando vio que no me movía del sitio y que aún tenía el móvil en mi oreja.
—Yo... —no sabía que decirle—. Se me olvidó que tenía que recoger a mi hermano.
—¿Recoger a tu hermano? —repitió con el ceño fruncido.
—Sí...
—No hace falta que me mientas más, señorita Watson —dijo tras un suspiro—. Yo también he sido adolescente y me he escapado para ver a mi amante —miró a Christian, quien volvió a cerrar los puños.
—¿Qué?
Me acerqué a ellos con la expresión sorprendida y le di un tortazo disimuladamente en el brazo a Christian para que se relajara y no cometiera una locura.
—Mira, no se preocupe, yo puedo ayudarle. Si viene conmigo en mi coche, sería una buena opción para que su hermano no le regañe —se ofreció—. Usted está conmigo, el director, por lo que su hermano no puede rechistar.
—Eh... gracias... pero... ¿hay algún truco? —mascullé, mirando primero a Christian, quien tenía una mirada desconfiada, y luego a Melville, quien sonreía.
—Pues, mira, ahora que lo dices, podría hacerme un favor —dijo, jugueteando con las llaves de su automóvil con las manos—. Mi hijo tiene pocos amigos. Ya sabes, es algo introvertido y todo el mundo lo deja de lado.
—¿Quiere decir usted que sea su amiga? —inquirí.
—O al menos abrirle los ojos y demostrarle que el mundo es algo asombroso —sonrió.
—Bueno... está bien —acepté, asombrada por su petición.
Melville levantó la mano que tenía las llaves del coche y pulsó el botón que lo abría. Una luz destellante se mostró ante mis ojos, junto a un pitido que mis oídos captaron. El director rodeó el coche para meterse en el asiento del piloto y me ordenó que me sentara en el del copiloto. Le hice caso y abrí la puerta del vehículo, aunque antes me giré para mirar a Christian con el ceño fruncido. Este hizo una seña con la cabeza, como despidiéndose y cerré la puerta.
Me giré un poco hacia mi derecha para tomar el cinturón y luego me fui hacia la izquierda para ponérmelo. En ese mismo instante crucé la mirada con el hijo del director. Su cabello estaba algo alborotado, sus ojos eran de un color azul fuerte e intenso, unas pecas adornaban su nariz y mofletes y tenía una mandíbula perfilada. Lo saludé pero él se quedó callado.
—Es algo tímido —decretó Melville y arrancó el motor del coche.
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