1. Un cuento feliz.
CAPÍTULO 1
UN CUENTO FELIZ
ALEX
El sol resplandecía en la ciudad de Riddle Woods después de tanto tiempo. Mi espalda chocaba con el árbol que me protegía de los rayos del sol, los cuales solo traspasaban por los huecos que había entre sus hojas. Zada se encontraba echada sobre mi pecho mientras yo leía un libro. Mi cuerpo estaba relajado al recibir las caricias de sus suaves manos. El silencio nos inundaba por completo, pero no me molestaba en absoluto. A veces es necesario para poder valorar los sonidos de la naturaleza con más tranquilidad, tales como el canto de los pájaros o el silbido del viento.
Aparté la mirada del libro durante un momento para observar a una Zada tranquila mirando detalladamente a la nada. Había cambiado mucho desde la última vez que la vi, esa noche de principios de verano, antes del secuestro. Se notaba que lo había pasado bastante mal en manos de aquellos hombres. Su complexión comprendía ahora una figura más delgada, dejándose ver aún más sus preciosas curvas. El cabello castaño oscuro caía como una catarata sobre sus mejillas, ocultando un poco sus lindos ojos color marrón.
Hace un mes no me hubiera imaginado estar así, vivo y con Zada a mi lado. Pasé una semana en el hospital. Me esperaba más tiempo en aquel lugar tan angosto, pero decidieron que en mi casa estaría más tranquilo. Solo bastaba con una llamada si me encontraba mal de nuevo y acudirían a mí enseguida.
Respecto al tema de mi casa... Sí, volví. No tuve más remedio, no tenía a dónde ir. Al igual que Ryan, mi padre, se tuvo que aguantar. A pesar de haberme abandonado y no querer saber más nada de mí, él era la persona que tuvo la obligación de hacerse cargo de mí cuando mi madre dejó este mundo, pues se suponía que era mi padre. La única opción que tenían los médicos era llamar a mi supuesto padre, pues otro familiar cerca no tenía para que pudiera hacerse cargo de mí.
Ahora, desde que volví a esa insufrible casa, sus agresiones se volvieron más violentas, pues me tenía más asco que antes. Sin embargo, mi hermanastra se interpuso más de una vez entre nosotros para detenerlo y evitar así que volviera a acabar misteriosamente en el hospital. Sí, a mí también me sorprendió su repentina actitud.
En cuanto a Zada, ella pasó el mismo tiempo que yo en el hospital. Ella apenas tenía lesiones después de todo lo que le pasó. Es más, estaba en perfecto estado si no fuera por la caída desde la azotea de ese almacén. Los médicos decidieron dejarla un tiempo en el hospital por si encontraban algo raro en ella, pero cuando vieron que no tenía nada, prefirieron que estuviera en su casa. Durante nuestro recorrido en el hospital estuvimos en habitaciones separadas, pero supe que hidrataron a Zada a la perfección y curaron todas las heridas que esos hombres mal nacidos provocaron en su inocente piel.
Su paso por el hospital no fue tan funesto como el mío. La sangre abandonaba mi cuerpo con ansias mientras que mi ser poco a poco se iba desvaneciendo. Sin embargo, los médicos supieron hacer todo lo posible para detener la hemorragia y salvarme. La muerte se asomó por mi vida, reproduciendo cada recuerdo que tenía en mi mente, desde que nací, si es que me acordaba en realidad, hasta el doloroso disparo que dejó una marca desgarradora en mi interior. Mi madre fue quien más apareció por mi cabeza. Todas las veces que me arropaba en la cama y me cantaba para que me durmiera fueron algunos de esos recuerdos. Esas nanas contenían diversas historias en las que aparecía un niño asustado, perseguido por unos hombres malvados que querían acabar con su vida, y luego aparecía su ángel de la guarda, que lo protegía de cualquier amenaza. Para mí siempre se trató de mi madre, pero con el paso del tiempo, me había dado cuenta de que la única persona que me protegería de los males más catastróficos que aguardaba este mundo era yo mismo.
Volver al instituto fue algo complicado, aunque no solo para mí, sino para Zada también. Las miradas de todos los estudiantes se posaron en nuestros cuerpos nada más pisar su suelo. Había rumores de Zada, al igual que míos también. Todos ellos llevaban nuestro nombre. Algunos divulgaban que yo era el secuestrador de Zada y que, al cansarme de tenerla retenida, la dejé libre con la condición de que no me inculpara de nada, algo que me resultaba una completa tontería. Otros comentaban que Zada lo había fingido todo y se había escapado para llamar la atención, siendo yo su principal cómplice. E incluso han llegado a inventar que ella había resurgido de entre los muertos, ya que más de uno, antes de su aparición, ya consideraba que ella estaba bajo tierra. Todos los rumores que llegaban a mis oídos eran negativos e irreales.
Sin embargo, no solo hablaban del secuestro de Zada, Victoria Watson seguía en la boca de todos los adolescentes y esta vez no por su popularidad, como siempre pasaba, sino por su supuesta desaparición. Se dice que desde el día de la fiesta de Halloween nadie más supo de ella. Mas no es la única que había desaparecido de la faz de la tierra, Bruno Moretti y el señor Gerard tampoco daban señales de vida. La mayoría rumoreaba que el señor Gerard era el típico pedófilo que se fija en una alumna y luego, cuando menos nadie lo espera, la secuestra para abusar de ella y luego enterrarla bajo tierra para que nadie la pudiera encontrar. De ahí la desaparición de Victoria Watson. Sin embargo, una persona me culpaba a mí de ese acontecimiento, una que tanta tirria me tenía desde hace algunos años: Vivian. Ella siempre desconfió de mí cuando Zada desapareció, a pesar de que me declararon inocente. Y, ahora que su mejor amiga no aparecía por ninguna parte, me señalaba como principal culpable.
La relación que tenía con mi hermanastra ahora era bastante rara. Se podría describir como un péndulo. Algunas veces estábamos bien, pero otras veces solo peleábamos. Ella desconfiaba de mí, pero a la vez se preocupaba por mí. Desde el día del accidente todo se volvió así. Vivian al enterarse que estaba al borde de la muerte decayó y cuando me vio, algo bien, su cara se iluminó. No obstante, al preocuparse también por su mejor amiga, las peleas volvían. A pesar de la actitud de Vivian desde que tuve que irme a vivir a su casa hace un año y poco, sabía que ella no había cambiado, que no era mala porque sí, sino porque una capa de frialdad cubría su cuerpo.
En cuanto a Bruno, la gente decía que había regresado a su país natal, Italia, de improvisto, sin avisar. No obstante, yo era el único que sabía toda la verdad. Mis propios ojos vislumbraron la escena de la explosión del almacén, donde se encontraba Victoria Watson, amarrada a una silla en una sala cualquiera, y Bruno Moretti, herido tras haber sido disparado por mí.
En cambio, el señor Gerard no tenía ni idea de dónde se podría encontrar. Tampoco me importaba mucho ese profesor, sinceramente. Quizá, después de la desaparición misteriosa de Victoria, decidió abandonar el estado, o incluso el país, pues no paraban de culparlo a él.
Por otra parte, la muerte del director había asustado a todo el instituto. Eso y todas las desapariciones en esa misma noche de la fiesta de Halloween habían alarmado a la población de Riddle Woods. Algunas madres ya no consideraban un lugar seguro ese instituto. Sin embargo, el discurso del nuevo director calmó a gran parte de ellas. Este reunió a todos los estudiantes del instituto y a sus padres en el gimnasio del instituto, una semana después de todo lo sucedido, cuando fue nombrado director, para explicar la situación y las medidas que tomarían al respecto.
—Por favor, señores, señoras, cálmense —suplicó el nuevo director desde el escenario tras apreciar que los padres no paraban de hablar, ocasionando un insoportable ruido en el lugar—. Lo ocurrido en la noche de la fiesta de Halloween ha sido muy grave, lo sé.
El director era un hombre que parecía algo intimidante —pero seguro de sí mismo—, de cabello negro y ojos marrones. Una negra barba adornaba su cara. Iba vestido con un traje de chaqueta.
—¡Por supuesto que ha sido grave! ¡Ha habido un asesinato en el centro! ¡Ese disparo podría haber acabado sobre la piel de alguno de nuestros hijos! —gritó un padre, enfurecido, levantándose de su asiento.
—¡Eso! —gritaron varias madres a la vez, revolucionando de nuevo a las personas que había presente.
—Lo sé, sabemos que... —el escándalo que había en el gimnasio no dejaba hablar al nuevo director—. ¡Ya! ¡Por favor! ¡Cállense! —alzó la voz.
Los murmullos seguían, pero esta vez no hacían tanto alboroto y el director podía hablar perfectamente.
—Somos conscientes de que la situación en la que se han envuelto vuestros hijos es muy seria y peligrosa. Nadie se hubiera podido imaginar que algo tan semejante podría pasar. Pero, antes de que alguien me vuelva a interrumpir, debéis tener en cuenta que esto podría haber pasado en cualquier lugar de la ciudad de Riddle Woods. ¿Se creéis que si hubiéramos sabido que esto iba a pasar hubiéramos agrupado a todos los estudiantes de este instituto en esa fiesta? Esa misma noche era Halloween y muchos de vuestros hijos lo hubieran celebrado con o sin el instituto. Usted —señaló a un padre—. Su hijo pudo haberse ido a las afueras de la ciudad, donde me puedo asegurar que, a pesar de la policía, las fiestas no solo conllevarían alcohol, sino también drogas, ¿y qué pasaría? ¿Una sobredosis? ¿Un accidente de coche? O... usted —señaló a una madre esta vez—. Su hija podría haber estado deambulando por la calle sola, ebria, y cualquier descerebrado sin cabeza hubiera abusado de ella. ¡Porque esto es lo que pasa en esta mierda de mundo! Que en ningún lado estamos seguros. Nadie —recalcó la última palabra—. Nosotros mismos estamos acojonados con lo que acaba de pasar, pero debemos mantener la calma. La policía ya está investigando sobre el caso y dentro de poco encontraremos a los culpables.
—¿¡Igual que pasó con la chica que desapareció en verano, no!? —cuestionó uno.
—Esa chica fue localizada la misma noche del 31 de octubre —explicó el director, intentando mantener la calma.
—¿Y cuánto tiempo tardaron en encontrarla? —replicó otro padre.
—¿Qué pasa con los dos estudiantes desaparecidos? —inquirió una madre.
—¿Y el profesor?
Miles de preguntas hacían los padres, preocupados por las vidas de sus hijos.
—Repito, la policía lo está investigando. Nosotros no podemos hacer nada, solo tener paciencia, unirnos y dejar de atacarnos mutuamente para ver quién grita más alto —apuntó el director con las manos posadas en el pódium.
—¡Lo que tenéis que hacer es cerrar este maldito instituto! —sugirió un hombre a gritos.
—¿En serio cree usted que el peligro reside aquí? ¿No se le puede pasar por la cabeza que no es el instituto, sino la ciudad en sí? —cuestionó el director, mosqueado.
—¿Entonces por qué esto no ha pasado en ningún otro instituto de Riddle Woods?
—Quizá sea casualidad. Nadie tiene el control de los acontecimientos para saber qué pasará en el día de mañana, señores —el director intentaba mantener la calma.
—¡Pero sí el control del instituto! ¿Dónde está la seguridad aquí?
—Os entiendo. De verdad que os entiendo. Pero comprenderme a mí también. No es fácil para mí aceptar este puesto de trabajo sabiendo lo que conlleva a sus espaldas. Me han elegido a mí como nuevo director. ¡Han confiado en mí para poder llevar adelante este instituto! Conmigo esto no volverá a pasar. No quiero prometer nada, porque las promesas son algo abstracto, sin sentido, pero quiero que sepáis que el peligro aquí no se volverá a asomar. Yo mismo me encargaré de colocar cámaras de seguridad para vigilar toda la zona. ¡Yo mismo pondré las medidas necesarias para que no vuelva a pasar! Todo estará controlado, solo tenéis que confiar en mí. Repito que esto podría pasar en cualquier otro instituto de Riddle Woods. El peligro está en la ciudad, no en el centro. ¡Ahora que cada uno haga lo que quiera! —dio un golpe al pódium que había delante de él—. Yo he dado mi palabra. Soy Melville Kane, vuestro nuevo director.
Algunas madres con ese discurso se tranquilizaron y razonaron, pero otras sacaron a sus hijos del instituto para mantenerlos a salvo.
En menos de unas horas todo había cambiado en la ciudad. Esa muerte junto a tantas desapariciones en un mismo día asustó a toda la población. Ahora nadie confiaba en nadie. Todos tenían sus ojos puestos en cualquier movimiento de la persona que tuvieran a su lado.
Zada tuvo que testificar su secuestro. Sin embargo, no pudo decir gran cosa, ya que apenas se acordaba de los acontecimientos durante esos meses. Es más, lo único que cree recordar es su cabeza chocando con una roca. Lo demás se resumía en oscuridad y dolor, sumado a imágenes borrosas que se reproducían en su mente.
Los policías estuvieron investigando la noche del 31 de octubre tras ver la alteración de la población. Miles de personas se presentaron en la puerta de comisaria con pancartas y gritos de protesta. Todo se solucionó dos semanas después, cuando los policías informaron que el profesor Gerard se había ido a trabajar a otro instituto, a causa de lo sucedido, que Bruno Moretti volvió a su país natal, por el mismo motivo, y que los padres de Victoria Watson la tenían retenida en su casa hasta que el peligro se fuera de la ciudad. Todas mentiras. Ahí me di cuenta de que no podía confiar en nadie, ni en la propia policía.
El movimiento de Zada levantando el torso me despertó de mis pensamientos. Contemplé como se acomodaba bien el cabello. Llevé la mano que no sujetaba el libro a su espalda y se la acaricié.
—¿Estás bien? —le pregunté con tono preocupado.
Ella giró su cabeza para mirarme, dejando su pelo caer solamente por uno de sus hombros. Una pequeña sonrisa se le dibujó en la cara.
—Sí.
—¿Seguro? —quise asegurarme, levantando también mi torso para quedar a la misma altura que ella y posicionando el libro boca abajo sobre el césped.
—Alex, estoy bien, tranquilo —murmuró aún con esa preciosa sonrisa en su rostro.
Algo que me impresionaba de Zada era la fortaleza que tenía para poder estar bien a pesar de todo lo que había vivido. También podría ser una máscara que cubría su rostro para que nadie se preocupara por ella. Mas yo no tendría esa fuerza para poder levantarme cada día como la que tenía ella y por eso mismo la admiraba muchísimo.
—¿Te está gustando el libro? —interrogó, cambiando de tema.
—Bueno, es una historia algo irreal —opiné con una mueca asomada en mi rostro.
—Las historias irreales son las más interesantes, ¿no crees?
—No cuando el final es feliz —una sonrisa nostálgica se apoderó de mí.
—¿Qué pasa? ¿No te gustan? —cuestionó, frunciendo el ceño.
—Simplemente te dan esperanzas en una vida en la que... todo es difícil —murmuré con la mirada perdida en el césped.
Como dije antes, no sabía cómo Zada podía sobrellevar todo esto tan bien. Yo siempre intentaba ocultar el dolor de aquel día, y el de todos, delante de mis amigos, pero había veces que me inundaba, ahogándome junto el Titanic. Sin embargo, poco a poco lograba controlar mis emociones y ese Alex depresivo se ha ido volando con las hojas del otoño, aunque algunas veces tenía mis bajones, pero como todo el mundo.
—Por eso mismo siempre me sumerjo en los libros, me alejan de la cruda realidad y me acercan a un mundo mejor, que, aunque no exista, te da eso, lo que has dicho, esperanzas de que quizá no todo sea tan malo —apuntó Zada, tomándome de la barbilla para que la mirase a la cara—. No estás bien, ¿por qué? ¿Tu padre? ¿Tu hermanastra? ¿Ella...?
No tuve más remedio que contárselo todo a Zada cuando por fin estábamos bien, a salvo de cualquier amenaza. Por una parte, la puse en situación con el tema de mi padre, tanto mi ida de esa casa como a mi regreso. No le mencioné nada de mi hermanastra, pero ella ya sabía la estrecha relación que teníamos. Es más, sabía toda la historia que tuve con Vivian. Por otra parte, también le conté lo que llegué a tener con Victoria Watson y que a pesar del daño que me ocasionó su traición —la del profesor Gerard y la del secuestro—, seguía teniendo fuertes sentimientos hacia ella. Por eso mismo, la relación que teníamos Zada y yo antes de su desaparición quedó en el pasado. Ella comprendía perfectamente que no podía estar esperándola durante meses, —y más cuando había rumores de que ella ya no estaba viva—, y que debía seguir con mi vida, aunque eso fuera empezar una relación con Victoria Watson.
—Ella ya no está aquí... —susurré con la cabeza cabizbaja—. Además, ella... no forma parte de mi vida, ni de mis recuerdos —me atreví a decir, sin nombrarla, levantando esta vez la cabeza para mirar a Zada a los ojos.
Se dice que las verdades se cuentan a la cara, ¿no?
—Es lo mejor, al fin y al cabo —supuso, llevando una mano a los pelos de mi nuca para acariciármelos con dulzura.
Logré sonreír y la atraje a mi pecho, para luego rodearla con mis brazos y apoyar mi cabeza sobre la suya.
—¿Y cómo sabes el final del libro si aún no has llegado? —preguntó.
—Ahora no puedo dejar de revisar los finales antes de comenzar el libro. Así me aseguro si es recomendable leerlo o no —le contesté.
Nunca me había gustado que me hicieran spoiler, o hacérmelo a mí mismo, de un libro, serie o película, pero desde que todo me afectaba cada vez más, no podía dejar de hacerlo. Es más, lo necesitaba para saber si el personaje acababa igual de desgraciado que yo o si todo era como en los cuentos de princesas. "Vivieron felices y comieron perdices", esos finales ya me desagradaban cuando me daba cuenta de que la realidad era totalmente distinta, de que solo le pasaba eso al uno por ciento de la población.
—¿Y por qué lees ese libro si no te gusta el final? —quiso saber, levantando su cabeza un poco para mirarme.
—Quizá sea porque en el fondo sí me gusta —supuse, acariciándole el brazo.
—¿Y cuál es ese final, si se puede saber? —interrogó.
—Los buenos derrotan a los malos... y los protagonistas acaban por fin juntos, después de tantos desafíos —le conté con un nudo en la garganta.
Una parte de mí quería que hubiera pasado eso la noche de Halloween. Es verdad que logramos derrotar a esas personas y escapar vivos —aunque no sanos—, pero me hubiera gustado que, como pasaba en el libro, Victoria y yo estuviéramos bien, juntos. No obstante, posiblemente ella no fuera la verdadera protagonista de mi historia. Miré a Zada y sonreí. Sin embargo, la borré enseguida. Victoria aún tenía ganado mi corazón y no podía ilusionar, ni engañar, a Zada.
—Bueno... eso... —intentó decir Zada, pero alguien la interrumpió, y no fui yo.
—¡Qué lindos son mis dos amigos! —gritó Dexter desde la otra acera de la calle—. ¡Parejita! —silbó.
Zada y yo elevamos nuestra cabeza y miramos a nuestros amigos, Dexter y Lee, al otro lado de la calle. Estos empezaron a caminar hacia nosotros, no sin antes mirar si venía un coche o no.
«Por favor, más accidentes no, gracias», pensé.
Me coloqué bien en mi sitio y Zada igual, separándose de mis brazos. Nos daba vergüenza que nos vieran tan cariñosos, ya que no queríamos que malinterpretaran nada, y más cuando ambos no paraban de calificarnos como pareja. Me daba rabia que hicieran eso. No quería ilusionar a Zada de esa forma, ya que cada vez que nuestros amigos nos emparejaban, ella podría recordar que aún seguía enamorado de Victoria Watson.
—Hola —saludé a mis amigos cuando llegaron a nuestro lado. Una sonrisa de lado se dibujó en mi cara.
Después de todo lo ocurrido en la noche de Halloween, que si mis llantos por Victoria Watson —quien no se los merecía—, la catástrofe en la fiesta, la aparición de Zada, el accidente en aquel almacén, el hospital, mis nuevas peleas constantes con mi padre... Después de tantas desgracias, la situación con mis amigos cambió, para bien. Zada y yo no quisimos darles muchos detalles de lo ocurrido, ya que hasta para nosotros fue un hecho irreal. Entonces, decidí comentarles algo sobre una investigación que estuve haciendo —solo— para encontrar a Zada y luego lo qué pasó en el almacén, omitiendo la parte de Victoria Watson y la de Bruno Moretti. Contárselo significaba dar explicaciones de más y por ahora ni yo ni Zada teníamos ganas de seguir hablando sobre ese tema. Sin embargo, no podía ocultarles toda la verdad pues ya estaba cansado de mentir a mis amigos. A causa de ello, los perdí una vez y ahora pensaba hacer las cosas bien con ellos. Solo era cuestión de omitir algunas partes, pues podría ser peligroso para ellos y prefería mantenerlos al margen de ese mundo.
Respecto a la situación con mi padre, Lee me recomendó que me independizara, ya que tenía la edad, y que me fuera de nuevo a su casa, que ella se lo comentaría esta vez a sus padres para que todo funcionara mejor que la última vez. En cambio, no iba a volver a abandonar a Daniel. Nada más poner un pie en la casa de mi padre, ese pequeñajo corrió hacia mí y se abalanzó sobre mis brazos, contento. A pesar del dolor que radiaba todo mi cuerpo, le correspondí el abrazo con alegría. Lo sostuve en el aire con mis brazos y, con la cabeza apoyada en uno de sus hombros, vi a Vivian bajando las escaleras con un brillo especial en sus ojos. Una pequeña sonrisa se le dibujó y, entonces, sonreí yo también al ver a esa Vivian de hace unos años, aquella de la que me enamoré en su momento. Mi padre no me recibió con la misma alegría. Él fue quien me trajo del hospital y, nada más entrar en casa, soltó la llave en el mueble de la entrada y subió las escaleras sin decir ni una palabra, ni siquiera cuando estábamos los dos solos en el coche. No obstante, no esperaba que me diera la bienvenida con los brazos abiertos. Su desprecio ya no me dañaba, estaba acostumbrado.
Volviendo a la realidad, vi por el rabillo del ojo a Zada levantándose del suelo.
—Tengo que irme. Es hora de las pastillas y mi hermana me quiere ya en casa —comunicó Zada, señalando el coche que había aparcado en la calle, en el que se podía apreciar (poco) a una chica en el asiento del copiloto.
Desde que salió del hospital tenía que seguir un tratamiento para recuperar todas las defensas y vitaminas perdidas. Además, su hermana tenía miedo cada vez que salía a la calle, ya que temía volver a perderla. Cuando Zada volvió a casa, se marchó a vivir con su hermana, ya que sus padres tuvieron hace menos de tres meses un accidente, donde no salieron vivos. No escuché ninguna noticia que comentara ese acontecimiento, pero viendo como era Riddle Woods, todo me lo estaba. Es más, quizá por eso mismo los policías dejaron de investigar tanto su desaparición, ya que no había quien se lo exigiera.
No conocía en absoluto a la hermana de Zada. Bueno, mejor dicho, ni sabía que tenía una. Zada me comentó que su hermana se marchó de casa, cansada de las peleas de sus padres, y ahora que ellos no estaban quiso hacerse cargo de su hermana pequeña.
Me levanté para despedir a Zada con un fuerte abrazo y luego volví a sentarme en el suelo. Ella hizo lo mismo con Dexter y Lee y se marchó.
—¿Cómo estás? —me preguntó Lee, sentándose donde estaba antes Zada.
—Vivo al menos —dije con una pequeña risita para quitarle importancia.
—¿Y Zada? Casi nunca puedo verla —comentó Lee con una mueca de tristeza.
—Su hermana no deja que esté mucho tiempo en la calle después de lo ocurrido —contesté, apenado—. Pero, bueno, al menos me deja acercarme a ella.
—¿Y por qué no iba a dejarte? —cuestionó Dexter, sentándose al otro lado de mí
—Posiblemente porque Zada estaba conmigo el día de su desaparición y los padres me culpaban a mí —apunté, encogiéndome de hombros.
Lee se acercó a mí y se acurrucó entre mis brazos, dándome un abrazo. Desde que pasó todo, ella estaba más cariñosa conmigo, supongo que para hacerme sentir bien.
Dexter nos miró y sonrió con ternura.
Nos quedamos unos segundos callados, hasta que el timbre del móvil de Dexter rompió ese silencio. Alguien le había enviado un mensaje.
—Quién será —comentó Lee con tono irónico y soltó una pequeña risita.
Dexter puso los ojos en blanco.
—No sé, ¿me lo dices tú? —le pregunté a Lee con vacile.
—Cheese —aseguró ella con una sonrisa en su boca.
—Dejar de llamarlo así, lo estáis espantando, en serio —se quejó Dexter, aunque soltó una risita.
Chase era el novio de Dexter. Era ese mismo chico con el que se estaba besando en los baños del gimnasio la noche de la fiesta. Ellos empezaron a conocerse en verano, pero mantuvieron su amor en secreto, ya que tenían miedo del qué dirán. Chase era un chico muy reservado y tímido. Su pelo largo y negro ocultaba la mitad de su cara, unos ojos color azul adornaban su rostro y un piercing se asomaba por su boca, algo que le encantaba a Dexter. La timidez de ese chico y el miedo que Dexter tenía de que lo discriminaran hizo que lo mantuvieran en secreto. Incluso ni fue capaz de contárnoslo a nosotros, ya que temía que dejásemos de ser sus amigos. No podía decir que sus miedos e inseguridades fueran una tontería, pues aún existía personas que dañaban a ese colectivo —incluso los asesinaba por ser así—, y por ello muchos aún siguen escondiéndose en las penumbras.
—¿Algún día nos lo presentarás? —preguntó Lee—. Se puede venir con nosotros cuando él quiera.
—Si seguís espantándolo de esa forma, será complicado —apuntó Dexter, riendo.
—Es solo un apodo cariñoso —se justificó Lee.
—Como el tuyo, Dobby —le recordé y empezamos a reír.
—Oye, que yo sí sigo... —Dexter intento decir algo, pero Lee lo detuvo.
—¡Sh! No des spoilers, sinvergüenza —rechistó.
—Pero si tú te sabes de memoria la saga de Harry Potter —dijo Dexter con una mueca en su cara.
—Seguro que la está volviendo a ver —objeté y miré a Lee, quien empezó a asentir.
Cada vez que Lee veía esa saga hacía como que no conocía lo que iba a pasar. Según ella, si reconocía que nunca vio esas películas y que era la primera vez que lo hacía, lo conseguía. No me lo creía, ya que eso era más que imposible, pero era mejor no llevarle la contraria.
—Bueno... —Dexter rodó los ojos—. Chase me está esperando, así que me voy.
—¡Dale recuerdos de mi parte a Cheese! —exclamó Lee cuando Dexter ya se estaba alejando de nosotros.
—Eres mala, ¿eh? —aseguré, riéndome.
Ella se encogió de hombros con una sonrisa en sus labios.
—Ya solo faltas tú para que te vayas y me dejes sola en el día de hoy —dijo Lee, cambiando de tema.
—Por mí no te preocupes, prefiero estar en cualquier lado menos en mi casa —le recordé.
—O sea, que te quedas conmigo por conveniencia... Muy bonito —ironizó, deshaciéndose de mis brazos y elevando su torso. Yo solo reí—. ¿Sabes?
—¿Um? —la miré.
—Deberías darte cuenta ya —comentó, mirando al suelo.
—¿De qué? —fruncí el ceño.
—Ella no va a estar esperándote durante toda la vida.
Sabía a quién se refería. Lee siempre me recordaba que Zada seguía enamorada de mí y que tenía que olvidar a Victoria. A pesar de nuestra pelea hace un mes, Lee me apoyó cuando lloraba por ella y no me recriminó nada. Ahí me di cuenta de que Lee lo único que intentaba hacer cuando no me quería ver con Victoria Watson era abrirme los ojos para que no sufriera. Sin embargo, yo fui incapaz de hacer caso a sus advertencias y caí en el juego de Victoria Watson.
—Ni yo voy a mentirle.
—Tienes que olvidarla, Alex. Eso te hace daño.
Y lo haré. Pero no creo que sea tan fácil olvidar a alguien importante tan rápido. Al menos yo era incapaz. De todos modos, que ella ya no estuviera aquí podría facilitarme las cosas. No verla cada día, como antes, hará que pueda olvidarla más fácilmente, ¿no? Su presencia se marchitó con la explosión, llevándose todos mis recuerdos de ella. Solo tenía que pensar que no será complicado sacarla de mi corazón para cumplir con mi misión.
¡Hola! ¡Cuánto tiempo! Por fin, después de unos meses, puedo confiaros la segunda parte de Aguijón Verde. Ambos libros son parte de una saga pensada que se llamará Susac (a lo largo de la historia os daréis cuenta de por qué ese nombre), porque sí, aún tengo pensado muchas más aventuras para mis niños, aventuras que conlleva alegrías y dolor también.
Estoy muy ilusionada por publicar este libro que tanto empeño le he mostrado durante este verano. En esta nueva parte he disfrutado mucho más con cada capítulo, pues la intriga, el misterio, el peligro y la acción no desvanecerán. En este libro amareis personajes, los odiareis también, llorareis (quienes sean sensibles), se frustrareis... Solo os voy a dar un consejo, que es el mismo que el del anterior libro: no confíes en nadie. Nunca sabrás quien dice realmente la verdad.
Ahora... dime ¿qué pasará a lo largo del libro? Comenten vuestras teorías.
Espero que disfrutéis de este pequeño capitulo, casi introductorio ya que apenas ocurre nada, y muchas gracias por leerme.
¡HASTA EL PROXIMO DOMINGO! Preparen las palomites que esto solo acaba de empezar.
Atte: Nezla.
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