Capítulo 56: Inexistente.

La clase terminó más rápido que nunca y el silencio que impuso con su presencia la profesora de matemáticas se esfumó en cuanto hubo atravesado la puerta, desapareciendo en el corredor. A continuación, los pasos se elevaron y deseé poder evaporarme en mi lugar, que el suelo se abriera y me tragase porque, de no hacerlo, sabría a lo que tendría que enfrentarme. Así que me quedé quieta, casi paralizada en mi asiento; esperando que todos se fueran para poder irme detrás. Aún podía volver a casa, desaparecer...

—Oye. —Verónica se inclinó ligeramente a mi lado, recordándome que mi pesadilla recién había comenzado—. Tienes suerte de que Liz nos agrade, muñequita perfecta. 

—Nos vemos más tarde, delegada —aseguró Damon, burlón. Detrás de él, otros estudiantes salieron entre risas.

Me nublé. 

No quería que se burlaran de mí.

No quería recordar a papá, que se fue.

No quería pensar en mamá, que murió.

No quería saber que no valía, que era mala. 

—Aylin...—Una voz pronunció mi nombre con suavidad—. Eu.

Levanté la mirada de la banca para observar a Liz. Su habitual expresión engreída parecía haberse esfumado por completo. En su lugar, una película de lamento oscurecía sus preciosos iris celestes. 

—¿Quieres hablar? —preguntó. Tardé en responder y ella añadió—: Sé que no soy la persona que más te agrada, pero de verdad lamento lo que te está ocurriendo. 

—Liz, yo...

Pero me quebré antes de terminar de hablar y ella me abrazó. El contacto de la pelirroja fue dulce y cálido, y se sintió como estar bajo el sol en primavera. 

—Solo quiero volver a casa —susurré.

—Lo sé, pero no debes hacerlo —dijo, separándose ligeramente de mí. Sus manos permanecieron sujetando mis hombros—. Es lo que ellos quieren. No les des el gusto. Eres mejor que eso. 

—Pero, ellos tienen razón. Soy una mentirosa.

—Lo eres —concordó, evidente—. Una muy buena, de hecho. Pero, ¿quién no lo es? Todos mentimos, Aylin. Tú lo sabes.

Y sí lo sabía. Liz también mentía.

—¡¿Hada?! —Matthew atravesó la puerta del salón, cortando nuestra conversación. Estaba agitado y blanco. ¿Había corrido hasta mí?—. Estás aquí, pensé que no podría alcanzarte...

—Matt...—pronuncié. Luego, miré a Liz, quien me sonrió suavemente.

—Piensa en lo que te dije, ¿sí? —Tras ello, se marchó después de saludar a Matthew, dejándome con un gracias en los labios. 

—¿Quieres irte? —Mi compañero recuperó mi atención. Se había acercado a mí y me miraba con los ojos bien abiertos, preocupado, pero dispuesto a estar conmigo hasta el final. 

—No. Vayamos a clases.

Había sido más fácil decirlo, que hacerlo. Los pasillos estaban infestados de estudiantes que nos miraban de arriba a abajo, murmurando entre sonrisas despiadadas. Eran tiburones hambrientos, cegados por el deseo de destrucción, y yo era la presa que estaba siendo despedazada en público.

—No les hagas caso, Hada. —Matthew apretó mi mano, recordándome que él estaba allí, a mi lado—. Ellos solo saben lo que Ashley les contó; no conocen a la chica maravillosa que yo tuve el placer de conocer. No saben quién eres tú y por eso te juzgan, porque es más fácil juzgar que entender.

Me limité a asentir ligeramente, intentando convencerme de que era así, de que él y Liz tenían razón, sin embargo, muy en el fondo, la oscuridad me asfixiaba. Yo no era una víctima de las circunstancias y mi mentira no había sido tonta e ingenua; mi mentira no era como la del resto. Mi mentira era hipocresía y vergüenza, era odio, pero, sobre todo, miedo.

Yo había elegido mentir y crearme con mis acciones una máscara de perfección que nadie pudiese tirar abajo.

Nadie más que el miedo me había obligado a ello y ahora simplemente pagaba las consecuencias.

Cuando ingresamos al salón, permanecí con la mirada baja, perdida en mis pies. Silenciosa,  marché a pasos temblorosos al asiento que conformaba mi pequeño espacio de dibujo. 

La chica perfecta habría podido sonreír y hacer oídos sordos a todos los problemas. Ella pensaría cómo volver a tomar el mando y ser querida de nuevo. Yo... Aylin White estaba al borde del precipicio. Solo Matthew, cálido y seguro, me mantenía a flote. 

Aferrándome a él, tomé asiento. Luego, saqué mi block de hojas y mi cartuchera. La señorita Brown nos indicó trabajar.

—¿Seguirás dibujándome tú? —Matthew se instaló frente a mí y yo asentí—. Entonces, estoy listo para ser inmortalizado —añadió sonriente.

No pude no devolverle la sonrisa cuando la suya era la fuente de mi alegría. Solo por eso, levanté la mirada y lo observé con atención. Se había colocado de tal forma que tenía un excelente plano frontal de sus hermosos rasgos: de sus almendrados ojos plateados como la Luna, del color pálido de sus labios suaves, de  la forma delicada de su barbilla y del intenso color de sus cabellos castaños que, despeinados, le daban un aura provocadora a su apariencia de niño bueno.

¿Cómo podría alguien tan simple como yo lograr dibujar algo que capaz de capturar una belleza que debería ser prohibida?

No lo sabía, y en mi estado actual las ideas no aparecían más rápidas en mi mente.

—No sé si podré hacerlo...—admití. No quería hacerle perder el tiempo.

Él colocó su mano sobre la mía, en un gesto íntimo. 

—Has lo que puedas —me dijo—. Después de clases te ayudaré a practicar, y, si te portas bien, te daré una foto mía para que me retrates cuando no esté, ¿de acuerdo?  

No pude ocultar la risa chillona que escapó de mis labios cuando lo oí bromear, y él, al oírme, rió también. Su risa era preciosa.

—¡Oh, Hada, me gustas cuando te ríes! —admitió lo suficientemente alto para que todos lo oyeran.

Cubrí por una milésima de segundo mi rostro con mis manos y negué con la cabeza para después mirarlo agradecía. Sabía lo que había hecho. Él no quería que los demás creyeran que habían podido conmigo. Quería que todos supieran, aunque no fuese cierto, que no me interesaba lo que cuchicheaban sobre mí. Que, a pesar de lo que dijeran, yo seguía sonriendo.

—Eres un idiota —susurré. La sonrisa aún tiraba de mis labios.

—Tu idiota, Hada —replicó antes de encogerse de hombros—. Ahora veamos que puedes hacer con ese lápiz.

***

Me pasé las dos horas haciendo trazos en mi hoja a los que regalaba mi mayor determinación; siendo al comiendo calculados y firmes, sin embargo, teniendo delante un nuevo inminente fracaso, Matthew me aconsejó que me soltara, que dejara mi mano fluir sobre el papel y que dibujara lo que que mi corazón me dictara. 

A decir verdad, cuando lo dijo no me parecía más que ridículo, pero su seriedad me confirmó que no estaba bromeando. De este modo, prohibí a mis labios replicar algo y me centré en dejar que el arte tomara posesión de mi sistema. 

El timbre sonó y contemplé mi boceto. No era el mejor, no obstante, tampoco estaba tan mal como el anterior. El contorno de su rostro me había quedado impecable y la forma de sus ojos y nariz estaban bastante bien. Lo único de lo que me quejaba era de sus labios. Estaban torcidos.

—Estás progresando, Aylin. —Una voz segura a mis espaldas hizo que me volteara. Mi profesora de Arte estaba allí con una resplandeciente sonrisa y con sus cabellos castaños atados en un desprolijo moño—. Supongo que es gracias a Matthew —agregó dedicándole una mirada a mi compañero que guardaba sus cosas—. Sus dibujos son muy buenos.

—Gracias —le contestó él con una sonrisa condescendiente.

—Tienes talento, Cooper —apuntó señalando el cuadernillo de dibujos ajeno. 

Él asintió como única respuesta y clavó sus ojos en los míos. No tenía que ser bruja para saber que diría algo sobre mí.

—No es talento —respondió—, cualquiera podría hacer arte si tuviera una musa como la mía.

La profesora pareció desconcertada e incluso, ligeramente avergonzada con la confesión. Si fuera ella, también lo habría estado. Me puse roja. Realmente era un tonto...

—Ya veo. En fin, solo quería ver tu progreso, White —mencionó, cambiando de tema—. Continúa así.

Después, apoyó una mano en mi hombro y se alejó para que pudiéramos salir.  


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