Capítulo 5: Chica perfecta.
Me bajé del autobús unos quince minutos antes de lo correspondiente —un tiempo perfecto a decir verdad— y todo para no tener que soportar los reproches de mi queridísima jefa. Cora Harrison era una mujer de apariencia seductora y bella para su edad, si la mirábamos desde varios metros claro, porque de cerca podías apreciar que abusaba del maquillaje y que su personalidad era la de un gato arisco.
La parada del ómnibus no estaba tan alejada, así que en un pestañear ya estaba caminando a través del pequeño callejón que se situaba al costado del restaurante. Allí se encontraba la puerta por la cual ingresábamos los empleados.
Una figura oscura y esbelta estaba apoyada contra la sombreada pared de cemento, liberando una densa nube grisácea de su boca.
—Hola, pequeña —me saludó Noah lanzándome una mirada de perfil.
—Hola, gigante —dije tirando mi capucha hacia atrás y acercándome hacia él—. Uou, te ves peor que un vagabundo alcohólico —comenté al ver las notorias bolsas bajo sus ojos celestes.
Noah era un chico muy alto, de facciones toscas que no dejaban de ser atractivas. Tenía unos labios delgados y lastimados por pasar gran parte del tiempo mordiéndoselos, y un cabello negro que mantenía siempre muy corto. Además, era demasiado delgado. Su familia era de un nivel económico bajo. Muy bajo y para su mala suerte su madre parecía no existir en la casa; la mujer prácticamente vivía bajo el efecto del alcohol y cuando lograba abstenerse entraba en una etapa de depresión por el abandono de su primera pareja. Entonces, el dinero que entraba a su casa —por los múltiples trabajos que él tenía— era para alimentar a sus hermanos y a su madre. Él apenas comía.
—Gracias —contestó arrojando la mitad de su cigarrillo al suelo y aplastando la tenue luz rojiza que irradiaba con la suela de sus mocasines—. No estaba seguro de si me veía peor que un maldito adicto o la mierda misma —agregó con una sonrisa irónica—. Ahora sé que me veo como un vagabundo alcohólico.
—Lo siento, es que, en serio te ves mal. Parece que no has dormido en todo el fin de semana.
—Es que eso es exactamente lo que sucedió.
—Noah...
—Lo sé. Se lo que piensas sobre salir de fiesta cuando al otro día hay clases y trabajo —dijo y supe que por su tono de voz le crispaba un poco el tema de la conversación—, pero, también sé, que entiendes que pasar todo el día con cinco hermanos pequeños y una madre alcohólica es un tedio. Necesito un respiro.
La puerta a su costado se abrió y por ella salieron dos chicos y una chica de más o menos nuestra edad haciendo comentarios de lo engorroso que era trabajar. Al vernos nos saludaron como hacían siempre y sin dar mucha vuelta uno de ellos se subió a la única motocicleta que había en el sombrío callejón y desapareció en cuestión de nada. Los otros dos se despidieron y se marcharon en direcciones diferentes.
—Entiendo —contesté regresando mi atención a Noah—, pero al menos procura dormir ocho horas después de tu respiro.
—Lo prometo. Ahora, pequeña, entremos si no quieres ver a Cora cabreada.
Asentí y entramos por la carcomida puerta de metal mientras me deshacía de mi chaqueta. Nuestra jefa estaba allí, vestida tan impecable como siempre. Llevaba una falda de color negro que se ajustaba a las curvas de sus caderas, una blusa de color blanco y unos tacones de aguja del mismo color de la falda. Su largo cabello castaño de un tono muy oscuro estaba recogido en un impecable moño y sus ojos se encontraban delineados de forma casi impecable.
—Buenas tardes, Cora —le saludé con mi mejor sonrisa fingida.
Noah se mantuvo en silencio porque era demasiado honesto como para fingir que Cora le agradaba y ella le restó importancia. De hecho, estaba segura de que la validación masculina no era algo de lo que ella se preocupase siempre y cuando pudiera destruirnos a nosotras, las chicas jóvenes.
Cora me escudriñó sin ocultar en ningún momento que me evaluaba antes de entregarme una sonrisa que carecía de total cortesía.
—Buenas tardes —dijo sin más—. ¿Dónde está Katie?
En ese instante la puerta se abrió de golpe e impactó contra la pared de forma estrepitosa. Cora frunció el entrecejo y algunas arrugas aparecieron tras las varias capas de maquillaje al tiempo que Noah echaba un suspiro.
—¡Perdón la demora! —gritó la joven en un jadeo y yo sonreí.
Katie era mi otra compañera de trabajo y siempre llegaba tarde. Tenía unos brillantes ojos verdes que la hacían hermosa, una nariz pequeña y pómulos definidos que nunca cargaba con ningún colorete. Su piel del color del chocolate no tenía ninguna imperfección y su pequeña y delgada complexión la hacía parecer una muñeca de vitrina. Katie no usaba maquillaje, simplemente le gustaba colocarse una perlita de color dorado bajo su ojo izquierdo.
—Justo a tiempo —comentó Cora examinando su reloj dorado con una mueca de disgusto—. Bien, ¿qué están esperando para empezar?
A modo de respuesta nos miramos entre los tres y salimos a cumplir con nuestras obligaciones.
Cora, a pesar de ser una simple empleada al igual que nosotros, actuaba como si el restaurante le perteneciera y evidentemente al ser nuestra supervisora, nos trataba como si por ser adolescentes fuéramos una plaga de irresponsables a los que había que mantener vigilados.
Cuando nuestra jefa desapareció, Katie me lanzó una mirada animosa antes de correr en busca de sus pertenencia. Noah, por su parte, me guiñó un ojo antes de atravesar la puerta que daba a la cocina del restaurante y yo, una vez sola, me dispuse a trabajar.
***
Luego de mis cuatro agotadoras horas de trabajo regresé a casa directo a darme uno de esos relajantes baños de agua caliente que solía tomar todos los días. El cuarto de baño se llenó de una espesa masa de vapor que teñía el gran espejo que colgaba en la pared y mi cuerpo entero se relajó con el contacto caliente del agua en mi blanca piel.
Todos los días eran igual de agotadores porque me levantaba a las seis de la mañana para arreglarme como era debido e ir al instituto para luego regresar a casa y cumplir con las tareas domésticas básicas, como lavar la losa, barrer, mantener organizada mi habitación..., ya saben, ese tipo de cosas que se tienen que realizar cuando vives sola. Después debía ir al trabajo, soportar a los clientes pretenciosos y a los pervertidos que te devoran con la mirada para regresar a un hogar vacío. Hogar en donde mi único compañero era el silencio que traía consigo a los más terribles fantasmas.
Pero lo que más me agotaba no era la rutina, lo que a mi me agotaba era fingir ser la chica perfecta con una vida perfecta. Ser la chica que a todos les agrada, ser aquella persona a la que miran con ojos brillosos. Esos ojos que te dedican a veces una sonrisa y que te dejan creer, al menos por algunos segundos que la ilusión que les muestras es real. Que esa chica que ellos ven, eres tú.
Que soy yo.
Al terminar de ducharme me vestí con una vieja camiseta y me metí dentro de la helada cama de mi habitación, dejando que el silencio se apoderada por completo de todo. De nuevo.
Cerré mis ojos, esperando que esa noche las pesadillas no vinieran por mí.
Tristemente, siempre aparecían.
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