Capítulo 44: Era una mentira.
La sesión con la señorita Wolfram había finalizado por fin y yo me sentía exhausta. Mientras enjuagaba mis manos en el lavabo del baño, dejé escapar un suspiro cansino antes de observarme en el espejo.
—Mierda...—murmuré.
Me veía terrible. Definitivamente charlar sobre mi pasado sin dejar que este me consumiera había sido lo más difícil a lo que me había enfrentado en mucho tiempo. Sin embargo, Wolfram había sido muy amable y paciente conmigo cuando mi mente se nublaba y mis labios se sellaban bajo candado. De hecho, cuando sus preguntas me turbaban lo suficiente para que sintiera que iba a ahogarme, ella se mostraba compasiva y en sus palabras la encontré honesta y dispuesta a ayudarme.
Cuando la puerta del baño se abrió, me apresuré a recomponerme. No podía permitir que nadie me viera de aquella forma tan lamentable.
—¡Hola! —Cindy me saludó sonriente y yo hice lo mismo—. Tú y yo tenemos que hablar, ¿recuerdas?
—Lo recuerdo —admití al tiempo que secaba mis manos—. Aunque deberá ser en otra ocasión ya que debo entrar a mi clase de filosofía. Voy tarde.
—Lo sé, pero no podemos posponerlo más —insistió bloqueándome la salida—. Ashley siempre está conmigo y no puedo acercarme a ti si ella está. Sería raro.
Durante un momento me límite a observarla. Cindy lucía como un cachorrito impaciente y testarudo y yo no tenía ganas de discutir o siquiera de replicar al respecto.
—Bien. —El rostro de mi compañera se iluminó complacido—. Pero que sea rápido.
—Lo será —aseguró moviendo sus manos—. Primero que nada, lamento haber dudado de ti cuando dijiste que no salías con Matthew, luego de haberme enterado que tú y James se besaron y verlos a diario juntos, no me queda ninguna duda.
Al oír eso, desvié la mirada en otra dirección. Si mi relación con James se había extendido significaba que los rumores que hasta el momento habían circulado sobre Matthew y yo se habían evaporado. Comprenderlo no me alegró.
—Hacen una pareja hermosa, de hecho —continuó la de cabellera anaranjada y yo asentí.
—Gracias —le dije—. Pero, ¿puedo preguntarte algo?
—Lo que gustes.
—¿Quién dijo que yo salía con Matthew?
Cindy se quedó un momento pensativa.
—Bueno, al comienzo puedo decir que me lo imaginé, supongo. Ustedes parecían llevarse muy bien en clase y siempre los veía juntos —aseguró—. Pero, quien lo confirmó fue David.
—¿David? —repetí desconcertada. De haber tenido que inculpar a alguien, habría apuntado a Liz.
—Sí. —Cindy me miró con seriedad—. Él es mi compañero en el proyecto de arte y el otro día, mientras trabajábamos, me dijo que Matthew te defendió de un idiota en la fiesta de Liz.
—Ya veo...—No me sorprendió escuchar que David escondiera que ese idiota había sido él.
—Y bueno, cuando me dijo eso fue cuando empecé a prestarte más atención. —Ella se rió apenada—. Por un momento casi le creo.
—Qué bien que no lo hiciste —murmuré. De repente me sentí confundida. ¿Por qué me afectaba pensar que entre Matthew y yo ya no existía absolutamente nada?
—Sí..., en fin, me alegró que se haya aclarado eso. Tú y James. Ashley y Matthew —canturreó antes de que su móvil sonara en una dulce melodía—. Debo irme —avisó dándome un beso rápido en la mejilla—. Tengo ginecólogo.
Con una mueca de disgusto, Cindy salió corriendo del baño.
Durante un momento me quedé allí, observando la puerta cerrada e intentando asimilar lo que había ocurrido. Las cosas iban tal como lo había querido semanas atrás: Matthew ya no estaba y mi relación con James tapaba cualquier bache de mi mentira. Sin embargo, en vez de sentirme aliviada, estaba triste.
Cuando la campana sonó anunciando el comienzo de la segunda hora, despabilé y salí rumbo al aula. Entré al salón después de haber golpeado varias veces y al terminar de darle una pequeña explicación a la docente, me senté en mi banca sin detenerme en nadie.
—¿Cómo estuvo? —La pregunta de Melody recuperó mi atención, sin embargo, por un momento fingí no haberla escuchado—. Oye, no pases de tu mejor amiga.
Forzando una expresión despreocupada, volteé en su dirección. Se veía realmente curiosa y lo entendía; después de todo, había sido a la única a la que le había contado sobre las visitas a la psicóloga. Aunque claro, cuando lo hice empleé el argumento del director. Por cómo se lo había tomado entonces, estaba segura de que me creía.
—Supongo que bien —contesté sin más. Luego, me dispuse a buscar mi cuaderno y un bolígrafo. No quería hablar sobre el tema. Al menos, no ahora cuando notaba en mi garganta el ardor de la vulnerabilidad.
—No me convences con esa respuesta —reprochó frunciendo el entrecejo.
—Supongo que eso ya es asunto tuyo. —Bien, no debería haber dicho eso. Menos en tal tonalidad, pero estaba agotada—. No sé que más decirte.
—Como quieras. —Melody habló con voz firme—. Pero te conozco y te he dicho que...
—Señoritas. —La voz grave de nuestra profesora hizo que ambas nos irguiéramos como columnas y miráramos al frente— . Espero que esto. — Señaló el pizarrón repleto de anotaciones que evidentemente no había tenido tiempo de leer—. Les haya quedado claro.
Ambas asentimos al unisón para quitarnos a la profesora de encima —la cual para nuestra suerte no hizo preguntas ni nada por el estilo— y continuamos copiando.
Aunque odiara los regaños, ese me había salvado de mi amiga.
***
La campana sonó marchando el fin de otra larga jornada de estudio y mis compañeros se levantaron en un barrullo. Mientras ordenaba mis cosas, los observé platicar entre ellos y entendí que, para muchos, el estrés se había terminado. La mayoría regresarían a casa y alguien les daría la bienvenida. Si no era así, estaba segura de que recibirían algún mensaje o leerían alguna nota a la que no prestarían atención. Al fin y al cabo, la esencia del ser humano era esa: importan poco los detalles pequeños cuando son cotidianos, pero se extrañan cuando ya no están.
—Ey. —Melody se paró delante de mi banca y me obligó a mirarla.
—¿Qué sucede? —pregunté. Si me hubieran dado la opción, me habría gustado desaparecer del aula sin tener que hablar con nadie. Sin tener que fingir ante nadie..., mucho menos frente a ella.
—¿Vas a decirme por qué entraste a clases pálida como si te hubieran obligado a pensar en la cura del cáncer durante media hora?
—No sé de qué hablas —aseguré evitando sonar cortante, sin embargo, cuando sus cejas se enarcaron con insistencia supe que no lo había conseguido y que ella quería saber más—. Simplemente no me siento bien hoy, me duele el estómago y creo que se debe a que no comí mucho —mentí sujetando mi vientre con la boba esperanza de que me creyera.
La mirada que al inicio reflejaba curiosa preocupación dejó paso al enfado... No, observándola bien caí en que no era enfado, era decepción y eso me dolió mucho más que el hecho de que se molestara conmigo.
—¿Crees que soy tonta, Aylin? —espetó en voz alta. Algunos curiosos voltearon hacia nosotras—. Me he dado cuenta que has cambiado estos últimos días. Que por un lado estas más abierta y expresiva, lo que es bueno porque eras demasiado complaciente... Pero por el otro estás distraída, pálida y parece que tus pensamientos estuvieran en otra galaxia pensando en saber Dios qué cosas. —Bajó la voz tras un suspiro y prosiguió—: Quiero que confíes en mí. Soy tu amiga, ¿recuerdas? He intentado comprenderte siempre. Siempre intenté comprender tus silencios, tus cambios de personalidad desde el primer día que entraste en Adams hasta ahora. Pero me he cansado..., tus respuestas a mis preguntas son concretas, pobres y sobre todo, no puedo seguir mirando cómo te guardas las cosas en ti misma y sonríes como si todo siempre estuviera bien. ¡No puedo!
Frente a tal dureza, enmudecí. Cada una de sus palabras se sintieron como proyectiles lanzados hacia la muralla que había creado alrededor de mi corazón. Lo triste es que sus verdades la atravesaron y mis ojos se llenaron de lágrimas. Lágrimas que contuve a regañadientes. Habían otras personas en el salón y no dejaría que ninguno de ellos me viera llorar.
La expresión de Melody se suavizó ante la mía abatida y por un momento, lució arrepentida, sin embargo, si lo estaba no dijo nada, simplemente desvió la mirada. De igual modo no había nada que decir, ¿o sí? Ella tenía razón en cada jodida palabra. Yo era una mentira andante y sabía que este día iba a llegar tarde o temprano, solo que había creído que ella soportaría más. Que nuestra amistad soportaría el peso de toda la mierda que yo era.
—Lo siento —me disculpé en un hilo de voz—. Lo siento mucho —repetí antes de salir con calma del salón.
Evidentemente mantuve esa clama forzada hasta que logré salir del instituto, hasta que mis pies pisaron el césped. No me iría a casa, no llegaría ni a la esquina con las mejillas secas y una postura inquebrantable. Me quebraría antes y aunque doliera, no me permitiría hacerlo en público. Así que con paso firme, pero rápido, llegué a mi refugio. Al lugar más cercano para desahogar todo lo que mi corazón deseara.
Atravesé la maleza y mi visión se nubló cuando mis rodillas cedieron al suelo.
Una lagrima por Melody.
Otras por mi madre y algunas por mi padre.
Una por todas las mentiras que había dicho y otra por las personas que había arrastrado a mi mentira.
Otra por James y muchas por Matthew.
Dejé que esas lagrimas saladas dijeran todo lo que sentía.
Deseé que cada una de ellas se llevara consigo mi vida entera, que borrara la tinta que había escrito mi pasado y que aún escribía mi vida. Que dejara una hoja manchada que yo pudiera tirar a la basura para empezar en una hoja limpia. Para empezar de nuevo.
Unos brazos me rodearon y me apretaron contra un cuerpo caliente; contra un lugar seguro. Cerré los ojos mientras mis sollozos continuaban en completa oscuridad, mientras mi garganta seguía emitiendo sonidos desagradables.
No quería que nadie me viera así, pero en los brazos de esa persona yo encajaba perfectamente porque parecían estar hechos a mi medida. Para mí.
—Estoy contigo —aseguró esa voz encantadora que ahora rebosaba de seguridad—. Siempre estaré contigo. No importa si tú no me quieres cerca o si por cosas insignificantes nos alejamos, yo siempre estaré para ti, mi hermosa hada.
Escuchar esas palabras me provocó un ataque nuevo de llantos, no obstante, no eran de tristeza, ni amargura, sino que estaba feliz. Matthew me hacía feliz.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top