Capítulo 4: Empezando de nuevo.

La última campana había sonado unos cuantos minutos atrás, así que todos mis compañeros se habían marchado a sus respectivas casas. En mi caso no podía hacerlo porque estaba por primera vez en dos años castigada y toda la culpa recaía en el idiota de Matthew Cooper.

Tras haberle arrojado toda mi deliciosa malteada sobre mi compañero, la profesora y los alumnos a mi alrededor me habían mirado sorprendidos así que en ese instante lo único que se me había ocurrido había sido salir corriendo con la cara entre mis manos: fingiendo estar apenada o llorando, lo que ellos prefirieran. Así la total culpa recaería sobre el sujeto.

Brown no tardó en alcanzarme y tuvimos una conversación. No le di detalles del porqué había reaccionado así, solo que no me encontraba muy bien emocionalmente —lo cual no era una mentira visto desde cierta perspectiva— y que Matthew no se había mostrado muy colaborador conmigo.

Había intentado con cada palabra librarme del castigo que se avecinaba, pero no lo conseguí. Aunque si había logrado que la profesora no llamara a mi casa alegando que no quería molestar a mi padre en su trabajo. De este modo y después de haber dado un par de vueltas a la conversación, ella decidió que —además de limpiar el charco de malteada—, con que me quedara un tiempo extra continuando mi dibujo sería suficiente. Agradecí que no me hiciera mostrarle algún avance porque no tenía absolutamente nada hecho.

Cuando regresé al salón, Matthew no estaba.

Ahora me hallaba parada frente a la ventana del salón, pensando en cómo haría para empezar mi proyecto sin haber recolectar nada de información sobre Matthew. Ninguna idea llegaba a mí mientras la brisa fresca de la tarde entraba y arremolinaba mis cabellos. El aroma a lavanda del producto que había utilizado para limpiar el suelo se mezclaba con el olor a gasolina de los vehículos y creaba una fragancia bastante peculiar.

Suspiré cuando la puerta del aula se abrió y me giré esperando que fuera Brown para supervisarme, pero no, era Matthew con una expresión relajada y unos cabellos parcialmente húmedos que me dieron la idea de que había tomado una ducha.

Sonrió al verme y yo quise patearle la cara para borrar esa sonrisa angelical que le surcaba los labios. Su cuerpo había remplazado la ropa pegajosa por una camiseta de manga corta con el logo de AC/DC y unos jeans notoriamente gastados en las rodillas. Al ver sus brazos desnudos me di cuenta que, a pesar de ser un chico delgado, sus músculos se encontraban sutilmente tallados. ¿Iría al gimnasio?

¿Qué clase de pregunta es esa, Aylin? ¿A ti qué te importa lo que haga este idiota fuera del instituto? Reproché molesta conmigo misma por pensar de más.

Desvié la mirada con resentimiento hacía él y sentí cómo suspiraba con cansancio antes de acercarse a mí.

—Lamento que te hayan castigado —dijo en un tono de voz que emanaba sinceridad, pero no creía que fuera posible que lo sintiera de verdad. No después de haberle visto disfrutar del trato que tenía conmigo—. No creí que llegarías a tanto —admitió causando que voltease incrédula.

Sus manos en sus bolsillos y su encogimiento de hombros, al igual que su expresión pudieron haber causado que sintiera lastima por haberle arrojado mi malteada, sin embargo, recordé que había sido su culpa y cualquier pena se esfumó.

—¿Qué haces aquí? —le espeté pasando de sus disculpas completamente—. Pensé que estarías en tu casa o algo así.

—Imagino que eso te habría gustado, pero resulta que también estoy castigado —explicó apoyándose contra la pared. La brillante luz natural le iluminó el rostro y la brisa también le acarició sus cabellos—. Fui a mi casa solo por ropa... y una ducha —agregó divertido—. La malteada es más difícil de sacar de lo que se esperaría.

Si le habían castigado significaba que la profesora me había creído cuando le dije que él no se mostraba colaborador con el proyecto y que en cierto punto se había buscado lo que le pasó.

—¿Por qué? —pregunté para estar segura de mi razonamiento.

Sus ojos pasaron del paisaje y se centró en mí, divertido.

—¿Por qué es difícil de sacar o por qué me castigaron? —Torcí el gesto y él sonrió—. Antes de que Brown saliera en tu búsqueda le expliqué que yo había sido quien te había cabreado —contestó como si no le importara estar castigado—. Que el hecho de que me hubieras tirado la malteada había sido una reacción muy justa a lo que te estaba haciendo.

Si él había hablado con nuestra profesora sobre porqué estábamos discutiendo, quería decir que le había contado sobre sus teorías de mi vida...

—No te preocupes —añadió colocando una mano en mi hombro y sonriendo con complicidad. De la misma forma que haría un amigo que guarda un secreto que te pertenece—. No dije el verdadero motivo de nuestra... conversación.

Cuando esas palabras salieron de su boca, sentí que el aire regresaba a mis pulmones. Él no había dicho la verdad. Mi mentira seguía de pie. El problema ahora era que Matthew estaba muy seguro de su teoría de que yo ocultaba algo y parecía dispuesto a saber el qué.

Tenía que pensar en algo para convencerlo de que estaba equivocado. Justificar mi agresiva reacción con algo y aunque me doliera decir lo que diría, no tenía otra opción.

—Lamento haberte arrojado mi malteada —me disculpé tragándome mi orgullo y forzando una sonrisa.

Él me miró perplejo un momento antes de asentir poco convencido. No me creía, pero al parecer no haría ningún comentario al respecto.

—Descuida —se limitó a decir antes de ir a su banca.

Rodé los ojos cuando me dio la espalda. Había pronunciado esa palabra con un toque de ironía. ¿Aún quería provocarme?

Obligándome a olvidar esos segundos anteriores le imité.

El silencio volvió a apoderarse de todo y yo saqué mis cosas para poder dibujarle sintiéndome inquieta. No era que la falta de sonido me molestara, pero me incomodaba cuando había más personas además de mí, dentro de ella.

—Sé que por dentro estás molesta, Hada —comentó Matthew, rompiendo con su voz el silencio. Le agradecí por ello en mi mente—, pero somos compañero.

Tristemente para mí esa era la verdad. Ese idiota y yo éramos compañeros, y no podía deshacerme de él sin algún motivo de verdadera relevancia. Además, y aunque lo tuviera, perdería tiempo para realizar mi proyecto de arte y eso me costaría nota.

—Me necesitas para esto tanto como yo te necesito a ti —agregó y yo percibí que se me hacía un nudo en la garganta y se me oprimía el pecho tras el "te necesito". Nadie me necesitaba y a pesar de saber que se refería simplemente al trabajo, no pude evitar pensar en mi pasado.

—No te necesito —repliqué con más frialdad de la que hubiera querido—. Puedo hacerlo sola.

No me atreví a mirarle; sabía que si basaba mis palabras al proyecto juntos, lo que acababa de decir era una estupidez. Solo esperaba que él no entendiera nada tras mis palabras.

—No me conoces —dijo y pude ver que había contenido una risa ante mis palabras incoherentes.

Bien, al menos no le había buscado el doble significado.

—Sé que eres un idiota al que le debe gustar el rock. —Señalé su camiseta burlona.

—Es un perfil bastante completo —ironizó con una media sonrisa resplandeciente—. Seguro que sí, pero podría ser mucho mejor si nos dispusiéramos a conocernos el uno al otro.

Miré hacia la hoja en blanco de mi cuaderno con una mueca. Tenía razón en decir que no le conocía en lo absoluto y que dibujar algo que expresara que: "Mi compañero, Matthew Cooper es un idiota, al cual posiblemente le guste el rock" era patético.

En ese instante me di cuenta que era imposible hacer esto bien sin por lo menos estar un par de horas a su lado.

—Tú misma dijiste que querías conocerme —insistió parándose de su lugar e hincándose frente a mí.

Sus ojos se mostraban como los de un animal indefenso que necesitaba la atención de su amo. Rodé los ojos sin contener lo divertido que me resultaba verle así antes de enfrentar su mirada con rendición.

—Bieeeennn —repliqué alargando un poco la palabra.

—Genial —admitió sin esconder las emociones positivas que le cambiaron la expresión—. Entonces...—empezó a decir mientras estiraba su mano por sobre la mesa en busca de que se la estrechara—, ¿empezamos de nuevo?

No pude evitar sonreír cuando lo dijo, pero al percatarme de mi gesto me aclaré la garganta y sujeté su mano fingiendo desinterés.

—Me gustaba esa sonrisa, Hada —dijo enderezándose del suelo, pero sin moverse del lugar frente a mí, sin soltar mi mano que aún apretaba la suya—. No la ocultes.

Pasé de su comentario a regañadientes y me encogí de hombros.

—Sabes que mi nombre es Aylin, ¿verdad? —le pregunté para cambiar de tema.

—Lo sé —respondió—, pero siento que Hada te va mejor.

Nuestras manos se separaron y él tomó su cuaderno de dentro de su morral; apoyándolo sobre mi mesa, al igual que un bolígrafo de color negro. Luego arrastró una silla hasta mi mesa y se sentó. Dejándonos el uno frente al otro.

—Así nos veremos mejor —aseguró cuando le miré confundida.

—Entonces, Matthew, ¿piensas decirme por qué me ignoraste esta mañana? —pregunté curiosa mientras intentaba comenzar a dibujarle.

En realidad, no sabía que iba a hacer para representarlo, pero hacer un retrato de él me iba a ahorrar tener que verlo en persona.

—No era mi intención ignorarte —contestó sin levantar la vista de su hoja.

—¿De verdad esperas que me trague esa? 

Era difícil creer que no había sido su intención ignorarme porque lo había hecho descaradamente en cada oportunidad que se le había presentado antes del incidente con la malteada.

—No, lo digo en serio —comentó dejando de mover su lápiz con la concentración de un artista para mirarme con seguridad—. Solo te estaba analizando.

—¿Analizándome? —repetí desconcertada.

—Sí.

—¿Entonces hacer que me castigaran era parte del análisis? —me atreví a preguntar.

—No, no era mi intención hacer que te castigaran. —Su mirada se desvió un segundo a su dibujo, mostrándose apenado—. Solo quería saber cómo reaccionabas a ciertos estímulos.

—¿Me ves cara de conejillo de indias o qué? —bromeé sintiendo una sonrisa en mis labios, que se ensanchó cuando el soltó una carcajada divertida.

—¿Debo responder? —cuestionó con aire inocente.

Reí, no estaba segura por qué lo había hecho. Tal vez había sido por el sonido de su risa reverberando en el salón o por su mirada cargada de entusiasmo, pero había sido una risa espontanea. Real.

—¡Idiota! —le insulté, lanzándole el primer lápiz que tomé de mi cartuchera y recomponiendo mi actitud seria.

—Estoy seguro de que no hay muchas personas a las que dejes escuchar esa risa —comentó y no hubo maldad en su voz, simplemente fue un comentario que logró atravesarme e instalarse en mi ser.

—No me conoces, Matthew —musité desviando mi mirada a mis muñecas cargadas de pulseras y cintas—. ¿Por qué crees saber tanto de mí?

—No creo saberlo todo de ti —admitió también en un tono de voz bajo—. Estoy seguro de que no conozco ni el cinco por ciento de quién eres en verdad, pero sé reconocer cuando una persona está actuando -me informó con un resentimiento oculto—, y créeme, tú estabas actuando.

Ignoré su respuesta sintiendo que mi cuerpo se había tensado y seguí haciendo trazos en mi hoja. Debía hacer algo.

Sinceramente no era buena dibujante, a decir verdad era bastante mala, pero usando todo lo que había aprendido en mis diecisiete años de vida sobre dibujar y sobre rostros, podría asegurar que el rostro de Matthew encajaba en la categoría de "rostros rectangulares".

Así que trace rectángulo en el centro de la hoja, el cual usaría como guía para dibujar el contorno de su rostro.

—Hada —me llamó con suavidad. Al ver que no lo miraba y que intentaba ignorarlo, añadió—: No quise sonar grosero cuando dije que actuabas, lo siento.

Apreté el lápiz con fuerza contendiendo mis emociones. No podía seguir mostrándole más cosas sobre mí. No más. El lápiz se quebró por mi fuerza y yo solté una maldición en voz alta.

Matthew no dijo nada y preferí que no lo hiciera.

—Está bien, olvídalo —le contesté mientras buscaba un nuevo lápiz en mi cartuchera.

Sin decir más nada él continuó dibujando en su hoja y yo en la mía.

Cada cierto segundo elevaba mi mirada para encontrarme con sus ojos grises, los cuales me observaban con atención. Me sentía cohibida con esa mirada, pero no podía evitar que lo hiciera, es decir, él tenía que dibujarme tanto como yo tenía que dibujarlo a él. Así que, aunque quisiese no verle, no tenía opción.

***

Mi celular comenzó a sonar, avisándome que ya eran las 4pm, por ende, dentro de dos horas comenzaría mi trabajo de medio tiempo como mesera en un pequeño restaurante de comida italiana. Detuve la alarma y le eché un último vistazo a mi dibujo -si era que podía llamarle así-. Había hecho un par de líneas horizontales donde dibujaría sus ojos y en donde nacería su mandíbula, sin contar que había dejado indicado el lugar donde ubicaría su nariz. Además, había trazado una línea que atravesaría la mitad del rectángulo y poco más.

Luego me dispuse a guardar mis cosas con rapidez, ya que, aunque aún faltaba para que mi turno comenzara todavía debía pasar por mi casa a cambiarme y dejar mis cosas del instituto. Sin mencionar que, el restaurante quedaba a una hora en ómnibus de mi casa y si no me apresuraba llegaría tarde.

Matthew me lanzó una mirada curiosa.

—¿Te molesta si me quedo? —preguntó cuando terminé de ordenar mis cosas.

Yo le miré de reojo.

—Me gusta la claridad que hay en este salón y no querría desaprovecharla —agregó.

—Has lo que gustes, Matthew —contesté mientras me colgaba la cartera al hombro y salía del aula.

—Hasta mañana, Hada. —Le oí decir antes de que la puerta se cerrara con un leve golpe.

Salí del salón con pasos rápidos, casi trotando. Los pasillos estaban parcialmente vacíos a excepción de los alumnos que se quedaban castigados como yo o de los que participaban en alguno de los pocos talleres que había.

La parada de autobús quedaba en la esquina misma del instituto y el mismo no tardó mucho en pasar. Luego de cuarenta y cinco tediosos minutos sentada mirando el rutinario paisaje de cuidad en pleno crecimiento, llegué a casa.

Mi hogar quedaba en uno de los barrios más simples de toda la cuidad. En donde la mayoría de las construcciones no eran muy grandes y contaban con un mismo diseño exterior a base de paredes de ladrillos.

Subí los escambrosos peldaños de la casa, maldiciendo por lo bajo no haberlos arreglado. Entré y arrojé mi bolsa sobre el pequeño sillón de dos cuerpos que había en la sala.

Me deshice de las botas sujetándome de la pared manchada de humedad y los dejé caer cerca de la puerta del baño. Luego me dirigí a mi habitación al tiempo que me quitaba la ropa. Saqué del viejo armario de madera mi conjunto de camarera -el cual no pasaba de una camisa blanca y unos pantalones de franela negros- y me vestí con clama limitada antes de colocarme unos aburridos tacos negros. Tras ello fui al baño. Allí me quité el maquillaje que llevaba puesto y apliqué una delicada capa de polvo y un poco de mascara de pestañas.

Nada más.

Para finalizar me arreglé el cabello en un perfecto moño y salí hacia la sala, en donde tomé una usada chaqueta de cuero. Cuando me la puse, salí.

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