Capítulo 35: ¿Dónde estaba el chico encantador?
Luego de aquel pequeño diálogo, Matthew y yo mantuvimos el silencio hasta llegar a la sala de arte. Si era honesta, me sentía inquieta y mi mente no paraba de dar vueltas al mismo molesto pensamiento. Sabía, muy en el fondo, que romper aquella distancia que había conseguido con mi compañero no era buena idea, sin embargo, ¿cómo evitaba querer ver aquella encantadora sonrisa todo el tiempo?
—No pensé que fuera a estar vacía. —La voz de Matthew me llevó a mirarlo primero a él y luego al salón vacío que se extendía frente a nosotros.
—En el instituto no hay muchos artistas —comenté con un encogimiento de hombros—. Además, estamos fuera del horario curricular. La mayoría de la gente ya se ha ido a casa.
—Supongo que tienes razón —respondió—. Aún así, permíteme sentirme afortunado.
—¿Afortunado?
Él asintió.
—Poder estar contigo y dedicarnos al arte sin que nadie nos interrumpa. Eso es fortuna.
—Eres todo un galán —bromeé para ocultar que mi corazón se había acelerado, intentando esconder, detrás de aquella tonalidad irónica, la sutil corriente de electricidad que cosquilleo en mi abdomen.
—Tomaré eso como un cumplido —advirtió sonriente. Sin embargo, cuando apartó la mirada de mí para detenerla en el salón y buscar un lugar, noté cómo su interés viró hacia las obras que nos rodeaban y no pude evitar sentir un ápice de admiración.
Yo jamás había tenido una afición que me abstrajera de la realidad, así que, verlo perderse en un mundo de pintura y papel, me gustó más de lo que podría llegar a admitir; y mientras él analizaba una obra hecha por vaya saber quién, yo lo miraba a él. Observé la forma en la que una suave brisa balanceó sus cabellos castaños y cómo la luz contrastó con su silueta. Presté atención, también, al ancho de sus hombros y a las sombras que se perdían en el cuello de su camiseta porque había algo maravillosamente simple en la escena frente a mí.
—Sabes, puedo notar el peso de tu mirada —dijo él, de repente, volviéndose hacia mí—. ¿Sucede algo?
—En lo absoluto —respondí y acto seguido, señalé la cartera que colgaba sobre su hombro. No sin antes, claro, maldecirlo en silencio—. Sólo me maravillaba con tu irresistible apariencia.
Al percatarse, Matthew sonrió.
—En mi defensa, olvidé completamente que la traía conmigo. Es por mucho más ligera que mi morral.
—Puedes usarla cuando quieras —indiqué y avancé en su dirección. Divertida me senté en la mesa frente a él y apoyé mis pies en la silla—. Claro que antes deberás comprarme una nueva. De edición limitada.
Su ceja se enarcó.
—Una chica debe permitirse ser directa cuando se trata de moda —me defendí.
—Lo tendré en cuenta para tu cumpleaños. Lo prometo. —Tras decir eso, dejó mi bolso a un lado y buscó dentro de su morral un cuaderno—. Por cierto, Hada, ¿ya has decidido qué harás para representarme?
Mi expresión distendida se borró al oír su pregunta. Para mi suerte, Matthew estaba demasiado interesado en revolver su cartuchera como para notar la mala cara que había puesto.
—Estoy en eso —dije y me incliné hacia él en busca de mi cartera. Después de todo, necesitaba mis cosas si pensaba trabajar en el proyecto—. Por eso te pedí venir.
Matthew asintió y levantó la vista justo cuando yo apartaba uno de los cabellos que me molestaban el rostro. Al verme, se quedó inmóvil y yo, por lo repentina de su reacción, también lo hice. ¿Qué había sucedido?
—Matt...—murmuré, pero él no me respondió. En su lugar, e impidiendo que me aventurara a decir algo más, su mano sujetó mi mentón con suma precisión y delicadeza, y lo elevó suavemente—. ¿Qué estás haciendo...?
—¿Puedes quedarte en esa postura? —me preguntó bajo el tono de una seriedad provocadora—. El reflejo de la luz en tus ojos es perfecto y necesito capturarlo. Necesito captar el efecto de la luz en ti.
—Yo...—comencé a decir, pero enmudecí. ¿Qué le diría? Algo parecía haberlo envuelto: su semblante se había oscurecido y el mundo pareció haberse silenciado a su alrededor, ante mí.
—Por favor —insistió—. Luces hermosa.
—Está bien...—accedí, incapaz de negarme.
—Gracias, Hada. —Dicho esto, dio vuelta el pupitre que nos separaba en busca de poder acercarse aún más a mí. La distancia se acortó de inmediato y mi respiración se entrecortó—. Permíteme —fue lo siguiente que pidió. Para enderezar mi postura una de sus manos se posicionó en el centro de mi espalda y la otra en mi vientre. Al apretar ligeramente mi cuerpo, un suave gemido escapó de mis labios y el rubor se adueñó de mis mejillas.
Al oírme, él sonrió complacido. ¿Le había gustado? Pero no fui capaz de reaccionar porque él acercó sus labios a mi oído, tan cerca que su aliento hizo cosquillas en mi piel.
—Cruza las piernas para mí —solicitó y obedecí. ¿Por qué había obedecido? ¿Por qué mi cuerpo latía y se calentaba al oírlo?—. Lo haces muy bien.
En ese momento comencé a sentirme como una marioneta movida a deseo, incapaz de negarme. ¿Cómo hacerlo si en sus ojos ronroneaba la admiración? No podía decirle no cuando al chico ante mí, ni podía negarme al tono grave y embriagador de su voz.
Me di cuenta, mientras se encargaba de mí, que Matthew estaba tan concentrado en su visión artística que no se mostraba como un idiota encantador.
—Suelta el aire —susurró aún junto a mí—. Así es.
¿Dónde había quedado el chico que se había avergonzado por verme en bragas? ¿Y la chica a la que no le importaba?, ¿seguía existiendo?
—Perfecta —musitó luego de unos inquisitivos segundos en los que en silencio me analizó—. Lo haré lo más rápido que pueda y luego tú puedes dibujarme cuanto gustes, ¿está bien?
Susurré un sí casi inaudible y dejé que me llevara al papel. Después de todo, podía entregarme de esa forma a él si así lo necesitaba.
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