Capítulo 3: ¡Vete al diablo!

En la cafetería —luego de haber comprado nuestro almuerzo— nos sentamos junto a Ethan, David y un grupo de otros estudiantes que tenían una relación de amistad, sexo (en el caso de las chicas) o deporte con este último, y por eso estaban allí. Siendo honesta no me interesaba ninguno de ellos, pero cuando me hablaban me mostraba cortés y amistosa. Incluso cuando preguntaban cosas de mi vida privada yo les recitaba un elaborado discurso sobre la mentira que era mi vida.

Ninguno de ellos dudaba de mí.

—Preciosa —me llamó David con melosidad. Yo le miré con fingida simpatía—. De verdad espero que no me cambies por el chico nuevo.

Nuestros acompañantes rieron y yo me vi obligada a reír también.

—No te preocupes, Dav —aseguré llevándome una mano al corazón y mirándole a los ojos—. Eres irreemplazable.

—Lo sé, nena, pero es una alegría inmensa que me lo recuerdes —contestó. 

Justo entonces, dos chicas de otro curso aparecieron sonrientes y coquetas a sus espaldas. Él se giró al sentir la mano de una de ellas apretar su hombro y, a continuación, las invitó, sin pudor alguno, a sentarse en su regazo. Ellas obedecieron y me contuve de manifestar mi rechazo al desviar la mirada. Agradecí cuando Melody me habló.

—Hablando del chico nuevo...—empezó a decir tras dar un sorbo a su jugo de naranja—, ¿cómo es él? Parece agradable.

Me arrepentí de inmediato. ¿Por qué de todos los temas tenía que elegir ese? 

—No me ha hablado desde que se sentó a mi lado —confesé a media voz. 

—Uy, así que el chico nuevo se resiste a tus encantos, Miss complaciente—comentó Liz, inclinándose divertida hacia mí—. Bueno, ya era hora de que alguien fuera inmune a tus encantos de rubia platinada, ¿no crees?

—Vamos Liz, no molestes a la chica más simpática en todo el instituto —apuntó Ethan.

—No la molestaba, solo decía —replicó ella elevando las manos sobre su cabeza en señal de paz—. Además, no creo que nuestra preciosa delegada necesite un caballero de brillante armadura.

—Ciertamente —respondí. En mis labios la más amplia de las sonrisas—. Creo que Matthew solo es tímido. Por eso no me ha hablado, pero, espero pueda sentirse a gusto conmigo pronto. 

—Debe ser eso, sí. —Liz se encogió de hombros antes de ponerse de pie—. En fin, nos vemos en clase, bonitos.

Luego, se apartó de nosotros y se sentó junto a Trevor, su novio, quien estaba un par de mesas más atrás. 

—A veces es insufrible —aseguró Ethan rodando los ojos—. Pero hay que admitir que es atractiva.

Algunos chicos en la mesa que se encontraban más cercanos a nosotros asintieron e hicieron algunos comentarios sobre las ganas que tenían de estar con ella. Menudos imbéciles hormonados, pensé.

—Oye —le reclamó Melody dándole un codazo—. Tú novia está aquí, ¿recuerdas?

—Lo sé, bichito—replicó su novio con una mirada de ternura ante los celos de la bajita—. Solo dije que era atractiva —aclaró antes de acercarse a ella y depositar un suave beso en sus labios.

—¿Más que yo? 

Ethan le sonrió antes de tomar unos de los lacios cabellos de Melody para colocarlo detrás de su oreja. Luego se acercó a ella y le susurró algo, algunas palabras que lograron que mi amiga se estremeciera complementen y que sus mejillas tomaran un color rojizo.

—Eres perspicaz —aseguró antes de besarle con más lentitud—. Muy perspicaz.

Había momentos como ese que lograban darme vuelta el estómago por lo melosos que se ponían delante de mí, y no era porque me diera vergüenza o que nunca hubiera besado o tenido novio, solo que no era de la clase de chica romántica que adora ir de la mano con su pareja mientras se dicen un montón de cosas bonitas.

—Ahora regreso, chicos —avisé con una sonrisa antes de pararme para alejarme lo más posible.

Estaba acostumbrada a todo eso, pero hoy no me sentía muy bien. Probablemente fuera un 5% culpa de mi periodo y 95% culpa del idiota que me había tocado como compañero.

Melody me hizo una seña con su mano sin siquiera separarse de su novio, luego los demás hicieron un par de comentarios sin importancia.

Antes de salir completamente de la cafetería dejé mi bandeja parcialmente vacía sobre una mesa y tomé mi vaso con malteada como compañero. Luego caminé entre los corredores para salir del edificio; saludando a prácticamente todo el mundo que se me cruzaba.

Crucé el patio con astucia y avancé al lugar donde pasaba mi tiempo. Era, por describirlo de forma sencilla, un refugio entre los árboles. Allí me senté en el césped y me dediqué a mirar las ramas torcidas mientras permitía que mis pensamientos divagaran.

El ruido molesto de los celulares, las voces chillonas de las personas, el motor de los autos, todo parecía estar tan alejado, como si, de repente, perteneciese a otro mundo en donde solo existiese la armoniosa tranquilidad del pequeño espacio natural en el que me encontraba.

Quizá era tonto e inmaduro, pero de cierto modo estar bajo el reflejo verdoso de las hojas me hacía sentir viva. Me hacía pensar que después de todo lo que había pasado aún habían cosas hermosas por observar.

Cosas por las cuales vivir. Pensé y me reclsté en el pasto.

Cerré mis ojos hasta que la ruidosa campana tocó, devolviéndome al mundo real.

Me levanté del suelo y salí de forma discreta de mi refugio. Nadie sabía de él y así lo dejaría hasta que terminara mis estudios en Adams.

Mi secreto.

Quitando el pasto que podía haber quedado en mi ropa, tomé mi vaso aún lleno con el líquido rosado que no había podido beber y emprendí el regreso al aula. Cuando llegué, la misma estaba en silencio. 

Matthew estaba allí con la vista en lo que parecía un viejo cuaderno. Al verle no pude evitar preguntarme si habría almorzado, sin embargo me arrepentí de inmediato. No me interesaba él, y aún así, no podía dejar de mirar cómo movía su bolígrafo con agilidad, como si su vida entera se la hubiera pasado haciendo trazos sobre el papel. Aquello me intrigó y más lo hizo su expresión de total concentración, la cual reflejaba un fuerte sentimiento de pasión por lo que fuese que estaba dibujando.

Di un par de pasos hacia él. De repente quería saber qué era lo que dibujaba con tanta vehemencia. Ese pensamiento se me hizo extraño, nunca me había importado lo que hacían los demás. Mejor dicho, a la nueva yo no le importaba.

Avancé otros cuantos pasos hasta que se percató de mi presciencia.

Nuestras miradas se encontraron y su expresión fascinante cambió en cuanto me vio y en el momento en que avancé para sentarme en mi asiento correspondiente, él guardó su cuaderno en su morral y se acomodó en la silla. En ese instante, los que estaban fuera comenzaron a entrar en un pequeño alboroto que se disipó al entrar la profesora Brown. Todos nos miramos confundidos ante su presencia, ya que en esa hora deberíamos de tener clases de educación ciudadana con la señora Yung.

Tras una breve explicación, Brown nos informó que la señora Yung faltaría por un tiempo indeterminado, y que a partir de ese día tendríamos tres horas con ella. No estaba segura de reírme por lo improbable que resultaba todo o llorar de histeria.

¡Genial! Alguien se debía estar divirtiendo con mi mala suerte.

—Así que, jóvenes, continúen con sus proyectos de la hora anterior —nos dijo antes de apoyarse en el escritorio y observarnos con atención.

Miré a mi compañero e intenté descifrar qué cruzaba su mente, no obstante algunos segundos después me di por vencida. Matthew era una tumba y yo no tenía ningún interés en profanarlo, así que le di un sorbo a mi bebida y suspiré. 

—Sabés que para hacer el trabajo necesitamos hablar, ¿verdad? —le informé intentando sonar carismática, pero mi voz sonó más como una súplica de atención.

Él traslado su mirada a mí y pude ver que había un destello de intriga en sus ojos grises.

—Lo sé —me dijo con una media sonrisa.

No sabía cómo reaccionar a sus dos patéticas palabras. Habría jurado que no me hablaría, así que cuando lo hizo me tomó desprevenida. Además, si sabía que teníamos que hablar por qué me había ignorado todo ese tiempo atrás.

—Entonces...—comenzó a decir sin ocultar cierta diversión—, ¿eres así siempre...—dijo y se acercó a mí mientras miraba a sus costados para estar seguro de que nadie oiría sus palabras. Ante ello tragué saliva. Su olor a menta y a una colonia dulce que no identificaba con claridad me abordó cuando se aproximó—...o solo cuando hay personas alrededor?

Me sentí abrumada con lo directa que había sido la pregunta, tanto que podía asegurar que me había quedado paralizada mientras sus ojos tomaban nota de mi reacción. Intenté convencerme de que había escuchado mal componiendo mi mejor cara de desconcierto.

—¿De qué hablas? —pregunté. 

No había entendido a qué se había referido. En realidad, el leve pensamiento de que se había dado cuenta de que fingía cruzó mi mente, pero aquello era imposible, él no me conocía.

—Lo diré de otra manera —avisó dándose golpecitos en la barbilla como si pensase. Luego y como si se le hubiera ocurrido una gran idea, sonrió —: ¿Por qué no eres tú?

Sentí como si me hubiesen tirado un jarrón de agua fría porque todo mi cuerpo se tensó bajo mi ropa. No lo entendía. Aquello significaba que él se había dado cuenta de la verdad... pero ¿cómo? A menos de que tuviera un súper poder, no podría saberlo. Así que simplemente tenía que estarme molestando. Sí o sí Matthew tenía que estarse burlando de mí. 

—No te entiendo —mentí con mi mayor muestra de desentendimiento. Debía hacerle entender que estaba equivocado en lo que fuese que estaba pensando.—. Yo soy yo —dije con más seguridad de la que de verdad sentía.

Él negó desaprobando mi respuesta. ¿Por qué no me creía?

—¿Quién más crees que soy? ¿Gatubela?¿Supergirl?

—No, me refería a tu verdadera personalidad —me explicó con amabilidad antes de pasar una mano por su cuello y agregar—: pero creo que te verías bien vestida como alguna de ellas. Eres muy linda.

Su actitud inocente fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia. Primero actuaba como si yo no existiera, como si fuera una parte más del mobiliario del salón, luego se creía con el derecho de juzgar mi honestidad y al final me daba cumplidos. ¿Acaso era estúpido? 

La cólera trepó a mí y no pude evitar mirarle desafiante. ¿Quién se creía ser?

—Explícate —le pedí. Mi voz un gruñido fastidiado.

La débil sonrisa que había en sus labios se ensanchó con entusiasmo y sus ojos brillaron expectantes. Si lo que quería era molestarme, puedo asegurar que lo había conseguido.

—Esa —dijo señalándome con sus dos manos—. La chica que complace a las expectativas de los demás, no eres tú, ¿verdad?

¿Y a él qué mierda le importaba quién era yo en realidad? Simplemente era un idiota con complejo de psicólogo que se creía con el derecho de juzgarme. Cerré mis manos mientras intentaba contenerme para no darle una bofetada. Prefería continuar hablando antes de que mi cuerpo reaccionara por si solo.

—¿Y cómo soy en realidad? —espeté dando lo mejor de mí para no hablar alto—. Dime —insistí clavando mi mirada enfadada en sus ojos inocentes.

—Más salvaje, quizá—contestó entrelazando sus manos por detrás de su cuello—. No lo sé. No te conozco, Hada.

—¿Hada?—repetí.

Luego, al ver que no me daba una respuesta —a además de estar inusualmente molesta— le solté:

—¡No me importa! Solo quería conocerte para hacer este trabajo bien, pero ¿sabes qué? —dije dejando con brusquedad mi block sobre la mesa—. Ya no me interesa.

—A mí sí me interesa—replicó enarcando las cejas—. ¿Acaso quieres que obtenga malas calificaciones en mi promedio? —preguntó como si fuera un niño que acaba de cometer una travesura.

¿Y yo qué? ¿Acaso no le importaba mis calificaciones? No, evidentemente que no le importaban, sino no me estaría haciendo rabiar y se limitaría a contarme lo poco interesante que debía de ser su vida para que pudiera realizar mi trabajo, y ya.

Jamás, desde que había llegado a Adams me había molestado con alguien, y si lo hacía me lograba contener, pero con ese chico mis métodos por mantener la calma no funcionaban y lo único que deseaba era arrojarle algo por la cabeza.

—¿Podemos continuar, Hada?

—¡Vete al diablo! —exclamé y arrojé todo el espeso liquido rosa de dentro de mi vaso, sobre él. 

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